Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Tierras y Bosques Amazonicos para Que y
Tierras y Bosques Amazonicos para Que y
Marc J. Dourojeanni
Rua Aurora 49A Pirenópolis, Goias (GO)
CEP 72980-000, Brasil
e-mail: mtdj@brturbo.com o mtjp@uol.com.br
Resumen
Introducción
No es atrevido asumir que la población humana se divide en tres grupos en relación con
el bosque: (i) una mayoría indiferente o inconsciente; (ii) una porción considerable que
necesita o sabe que necesita del bosque; y (iii) una porción también grande que necesita o
prefiere eliminar el bosque para desarrollar otras actividades. Sin considerar a los
indiferentes, que en general viven en las ciudades, los otros dos grupos constituyen una
dicotomía antagónica que, desde la invención de la agricultura y de la ganadería, modela
la faz de la tierra. La relación entre estos grupos, en la que también participan sin saberlo
todos los indiferentes, es fruto de la evolución de las necesidades humanas. El sentido
común indica que ese conflicto debería haber sido resuelto mediante un pacto consensual,
que garanta un espacio para ambas necesidades en la medida en que son necesárias para
todos. Pero, en los trópicos, ese acuerdo aún no ocurrió. Esos acuerdos existen en países
desarrollados. Por eso los paisajes de América del Norte o de Europa han mantenido, a
partir del último siglo, cierta estabilidad en la frontera agropecuaria-forestal. La causa de
la situación en América Latina no es, por cierto, la falta de legislación, que abunda. Quizá
sea, más bien, la ausencia de un consenso que le de legitmidad. Pero, en verdad, la
complejidad del problema es mayor.
En esta nota, se analizan las consecuencias del problema anterior para el bosque.
También se pasará revista, con referencia a la Amazonia, a las lecciones aprendidas en el
esfuerzo para estabilizar la frontera agropecuaria-forestal y, finalmente, se revisarán
algunas de las opciones disponibles para mantener, con más éxito que hasta el presente, la
producción de bienes y la generación de servicios ambientales.
De estos grupos sólo el primero implica, frecuentemente, relaciones que son perjudiciales
para el bosque del que tiran su sustento o en base al cual acumulan riqueza. Para la
mayoría de las personas que tiran provecho del bosque, el interés se limita a la
posibilidad de ganarse la vida o de lucrar. Pero otra fracción, en especial los indígenas,
hacen del bosque del que viven también su hogar.
Es importante intentar estimar el peso relativo de los tres grupos pues, al final de cuentas,
en asuntos de interés común, la mayoría tiene derecho a decidir. Contrariamente a lo que
se cree, los tres grupos son numerosos. El primero es grosso modo estimado en 1600
millones de personas. Pero el segundo es igualmente enorme ya que a él corresponden,
por ejemplo, las decenas de millones de voluntarios que contribuyen, en el mundo, a la
protección de la naturaleza y, también, las centenas de millones de personas que cada año
usan los bosques para esparcimiento, incluido turismo o ecoturismo. Y el tercer grupo,
gracias a descubrimientos científicos recientes es el que más crece y posiblemente ya es
el más numeroso y el más influyente. La población mundial está comenzando a ver el
bosque de una forma diferente, es decir como elemento de la seguridad global. De otra
parte, gracias a economistas innovadores, los servicios ambientales comienzan a ser
aceptados como valores tangibles, inclusive comercializables. Por eso, a este grupo se
suman también elementos del primero, que ya consideran el bosque como algo más que
productos forestales y que esperan, ansiosamente, los mecanismos que les permitiran
acumular beneficios. Pero, mientras esperan, la destrucción del bosque continúa basada
en la lógica económica dictada por la necesidad de sobrevivir en el caso de los pobres y
por la de lucrar más y más rápido, en el caso de los ricos.
Pero el avance de la agricultura también es practicado, de forma más dispersa, por pobres
rurales o urbanos de otras regiones de los países. Con el acceso facilitado por
infraestructuras viales y, algunos de ellos, apoyados precariamente por programas de
colonización, millones de pobres rurales llegaron y llegan a la frontera agropecuaria-
forestal. El bosque, para esos recién llegados, tiene apenas dos significados: obstáculo y
miedo. Es un obstáculo para los cultivos y crianzas. Ocasiona miedo pues el bosque es
desconocido. Por eso, lo eliminan. En tiempos recientes, con más información y debido a
la creciente demanda por madera, el obstáculo es fácilmente transformado en beneficio, a
través de la venta de la madera noble a madereros para pagar el cultivo inicial. Pero
obstáculo, miedo y beneficio están todos orientados contra el bosque y contra el interés
común. Y, como esos pobres rurales no tienen acceso a tecnología ni a recursos
financieros, en su mayoría caen en el círculo vicioso de la agricultura migratoria si es
que, antes, no vendieron sus propriedades a ganaderos ricos.
Con excesiva frecuencia, se confunde a estos inmigrantes pobres con la población de los
bosques y, sin duda, muchos de ellos están englobados en la estadística que señala que
1600 millones de personas dependen, en el mundo, de los bosques. Sólo que, en verdad,
ellos no dependen del bosque y sí de su eliminación. Más aún, en la Amazonia de países
andinos, los pobladores forestales son reemplazados por agricultores andinos del mismo
modo que en la Amazonía brasileña lo son por trabajadores rurales nordestinos o sureños.
En el análisis de la pobreza en la Amazonia es frecuente descubrir que los pobladores
originales del bosque viven ahora en las nuevas favelas o “barriadas” de las ciudades,
mientras que los pobladores rurales son en su mayoría originarios de otras regiones del
país. Hoy, en el Brasil, el 70.% de la población de la Amazonia es urbana. De la
población rural, el porcentaje que realmente vive dentro del bosque es mínimo y está
conformado esencialmente por población indígena.
Resultados de los esfuerzos para conciliar necesidades antagónicas sobre las tierras
con bosque
¿Qué ha sido hecho, en el caso de la Amazonia, para compatibilizar los usos de las tierras
cubiertas de bosques y para crear condiciones para que la destrucción de los bosques se
limite a lo justo y necesario? Mucho ha sido intentado y puede clasificarse en tres grupos
estratégicos: (i) medidas que pretenden arbitrar u ordenar la ocupación territorial; (ii)
medidas que elevan la competitividad económica del sector forestal frente al
agropecuario y, (iii) medidas que pretenden reducir la expansión agropecuaria a través
del aumento de su productividad. En términos generales, las medidas del segundo y tercer
grupo han sido menos exitosas que las primeras, pero existen medidas esperanzadoras en
cada una de ellas. La estrategia de elevar la productividad agropecuaria para limitar la
necesidad de expandir el área bajo cultivo ha fracasado por dos motivos principales: los
propios gobiernos la han comprometido al continuar expandiendo el acceso a tierras
nuevas y, las tecnologías para elevar la productividad sólamente han sido accesibles a los
agricultores ricos. Además, lo que era previsible, ante la falta de intervención del poder
público, el mayor lucro proveniente de la elevación de la productividad ha estimulado la
expansión del cultivo. Es sólo recientemente que el gobierno del Acre ha comenzado a
aplicar seriamente esta estrategia y sus resultados preliminares parecen buenos.
De las estrategias de ordenamiento territorial merecen ser citadas las siguientes: (i) mapas
ecológicos y pedológicos, indicando el uso potencial de la tierra, (ii) zoneamiento
ecológico-económico, (iii) eliminación de incentivos fiscales perversos, (iv)
establecimiento de áreas de preservación permanente en parte de las propiedades, (v)
creación de reservas extractivistas y asentamientos extractivistas, (vi) creación de áreas
protegidas y de territorios indígenas, (vii) incentivos a la preservación de la naturaleza en
tierras privadas, (viii) requisitos de evaluación de impacto ambiental para infraestructuras
públicas y para especulaciones agropecuarias, (ix) distribución de impuestos federales en
proporción al área preservada en el municipio y, entre otras, (x) diferentes prohibiciones
o vedas relacionadas a la explotación de especies raras.
Las medidas que pretenden frenar el avance agropecuario sobre los bosques a través de la
elevación de la rentabilidad de la actividad forestal son, también, numerosas. Algunas de
ellas son antiguas: (i) manejo forestal, en su versión tradional u aplicando criterios de
sostenibilidad; (ii) introducción de nuevas especies en el mercado, (iii) reducción de
desperdicios, (iv) mejoramiento de los canales y procesos de comercialización, (v)
forestería comunitaria y, entre otras, claro, (vi) reforestación, (vii) diversas modalidades
agro-forestales y agro-silvo-pastorales y, (viii) producción forestal en bosques
secundarios manejados. Otras son relativamente novedodas: (i) valorización y pago por
servicios ambientales como fijación de carbono, mantenimiento del ciclo hidrológico,
protección de la biodiversidad o, “valor de compensación” para quienes cuidan de los
bosques; (ii) redistribución en la cuenca de parte de los derechos de uso del agua, (iii)
certificación forestal, (iv) valorización de reducción de riesgos de desastres naturales, (v)
promoción del ecoturismo y del turismo en áreas forestales y, (vi) especulación sobre
valor futuro del bosque.
Los resultados han sido diversos, con éxitos o fracasos parciales. Muchos de los fracasos
son más consecuencia de la pobre aplicación de la idea que por la idea en sí, pero otros
fracasos son atribuibles a la idiosincracia de las poblaciones locales y de la comunidad
nacional. Entre las medidas que más notoriamente fracasaron cabe mencionar los
esfuerzos de clasificación de tierras por capacidad de uso mayor promovidos en los
paises andinos y, el tan preconizado zoneamiento ecológico-económico, aplicado 25 años
atrás en Rondonia y luego difundido y aplicado en todos los estados de la Amazonia
brasileña. De nada sirvió pasar de un zoneamiento tecnocrático y arbitrario a otro
ampliamente participativo y basado en instrumentos econômicos. Pocos años después de
aprobado, inclusive por las cámaras legislativas, el ordenamiento territorial es
simplemente olvidado hasta por los que deben aplicarlo. Otro caso mal resuelto es el de la
eliminación de los incentivos económicos perversos ya que éstos son reemplazados de
inmediato por mecanismos más sutiles y a veces más ventajosos de apoyo. Pero, es triste
para los profesionales forestales, reconocer que lo que menos ha funcionado en la
Amazonia es el manejo forestal, que aún con apoyo de la certificación es apenas una
insignificante excepción. Millones de dólares invertidos en estudios e inventarios
forestales para el manejo sustentable se han transformado en nada a la misma velocidad
en que los agricultores migrantes transforman en cenizas y humo los bosques que debían
ser manejados. Muchos de los bosques nacionales de la Amazonia, que fueron objeto de
grandes programas de manejo, no existen más o están reducidos a una mínima expresión,
como Iparia y Von Humboldt en Perú o Ticoporo en Venezuela. En verdad, tampoco se
ha tenido un éxito decisivo con proyectos de forestería comunitaria, que son caros y que
además exigen personal técnico altamente calificado y con virtudes humanas poco
comunes.
Pero, felizmente, otras estrategias si han dado resultados efectivos para equilibrar la
expansión agropecuaria. De ellas, la más importante ha sido el zoneamiento “de hecho”
decurrente de la creación de reservas indígenas, de áreas protegidas y de reservas y
asentamientos extrativistas o comunales. Estas áreas, aunque no necesariamente bien
protegidas ni manejadas, han creado una eficiente barrera protectora contra el avance
agropecuario de ricos y pobres. El 42% de la Amazonia brasileña está razonablemente
protegido de esta forma, mayormente en los territorios indígenas, los que ya suman más
de 100 millones de hectáreas..
El futuro parece indicar que varias otras estrategias podrían dar cierto, si son aplicadas
con más coherencia y persistencia. Especialmente ese es el caso de la reforestación, con
especies nativas o exóticas en tierras ya degradadas y semi-abandonadas por la
agricultura o del manejo de la vegetación forestal secundaria. Estas actividades, además
de reducir la presión sobre los bosques naturales, ofrecen un potencial importante para
dar oportunidades de vida más digna a habitantes del bosque. En la misma línea están las
ya mencionadas reservas extrativistas o comunales y las tierras indígenas. Brasil prohíbe
que en estas reservas se explote madera pero, recientemente, se está abriendo esa opción,
con lo que se complementan los magros ingresos provistos por el caucho, la castaña y
otros. El uso turístico y recreativo de las áreas protegidas y de los bosques en general es
otro potencial grande, que está comenzando a hacer camino en países como Perú y Brasil.
Pero, obviamente, el equilibrio entre los que viven del bosque o pretenden mantenerlo y
aquellos que deben reemplazarlo para desarrollar sus proprias actividades, sólo se logrará
cuando el bosque sea tan o más rentable que la agricultura y la ganadería. Ese día aún no
ha llegado y, la gran esperanza, es que eso suceda cuando a los usos actuales se sumen las
oportunidades nuevas alrededor del pago o compensación por servicios ambientales, en
especial la fijación de carbono pero también otras formas de valorizar el bosque por lo
que es y no sólo por lo que se saca de él.
El futuro
Pero sería iluso creer que el mero hecho de demostrar que el manejo sustentable de los
bosques, para bienes y servicios, puede alcanzar un rendimiento económico comparable
con otros usos de la tierra, para que todos los problemas actuales se resuelvan. Eso queda
demostrado por el hecho de que, en verdad, esa rentabilidad competitiva ya está
teóricamente evidenciada. Antes deberán vencerse muchos otros obstáculos que son los
mismos que hoy inciden. Entre ellos, el cuantioso know-how acumulado en el sector
agropecuario, que incluye desde técnicas, equipamientos y material genético sofisticado
hasta mano de obra calificada y, en especial, la enorme dificultad de controlar, en el
sector forestal, el descaso por las reglas a lo que se suma el factor corrupción que, en la
Amazônia, está íntimamente asociado al narco-tráfico, que aprovecha del sector forestal
para el lavado de dinero.
El factor disciplina social, es decir el grado de respeto a la legislación, es muy difícil de
manejar en el ámbito forestal. En países en que las más elementales normas de tránsito
son sistemáticamente violadas, es mucho pedir que sean respetadas complejas normas
forestales en medio de la jungla. La experiencia con los contratos forestales de hasta mil
hectáreas, en el Perú, reveló que estos son apenas papeles para amparar el transporte de
madera. En muchos caso la extracción era realizada a cientos de kilómetros de distancia
del local del contrato y, no existe servicio forestal capaz de supervisar millones de
hectáreas en concesión o contrato. Cada vez que el área sometida a explotación es
reducida, para concentrar la acción de los fiscales, la presión política local la anula más
temprano que tarde. A la desbordante falta de respeto por cualquier norma, se suman
infinitamente renovadas modalidades de corrupción. Es común, por ejemplo, encontrar
cientos de planes de manejo ya aprobados por la autoridad, que son completamente
inventados, muchas veces copiados uno del otro. Es fácil imaginar, con mecanismos de
certificación o no, cuán fácil es burlar las sofisticaciones de algunos de los paradigmas
del manejo forestal sustentable.
Entonces, para tener éxito, es preciso complementar las opciones disponibles con otros
mecanismos que permiten un mejor control social de las actividades forestales y
agropecuarias en el contexto de los bosques tropicales. En ese sentido el Brasil es el país
que más ha avanzado en el continente, habiendo creado instrumentos dignos de ser
adaptados en el mundo entero. En primer lugar están, sin duda, los consejos ambientales
que conforman y lideran el sistema ambiental del país. El consejo nacional al nivel
federal, los consejos estatales en cada estado y más de 600 consejos ambientales
municipales analizan y resuelven los asuntos ambientales más diversos, incluidos todos
los referentes al sector forestal y, también, al agropecuario. Casi la mitad de los
miembros de esas cámaras, que complementan al poder legislativo dentro del ejecutivo,
representan a la sociedad civil o a estamentos no gubernamentales y, muchas veces, son
decididas medidas que no agradan al gobierno, sea este federal, estatal o municipal. De
outra parte, una reciente legislación brasileña sobre áreas protegidas, incluidos los
bosques nacionales, ha instaurado que su gestión debe ser hecha pasando por consejos de
gestión en los que, otra vez, la sociedad civil y las partes interesadas tienen participación
informada y efectiva. Progresivamente ese control social limita la corrupción, apunta las
violaciones a la ley y posibilita corregir la ley, en lugar de no respetarla. Muchísimas
otras formas de participación de la sociedad adaptadas a la ecuación agropecuaria-forestal
existen o son posibles. Una de ellas, muy importante para asegurar que el manejo forestal
sustentable y la certificación no sean burlados, es la creaciónde un consejo en cada
distrito o cantón forestal, en el que participen todas las partes interesadas, opinando y
fiscalizando, dentro del marco legal, las programaciones y acciones propuestas por la
autoridad forestal local.
Conclusión