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No existe forma de vislumbrar el pasado sin poder atisbar, recatadamente, la

memoria del presente que prepara la ilusión del futuro. Pero es una utopía indefectible,
un simple señuelo superpuesto por una filosofía más insomne que de costumbre. Es una
gratificación a la reminiscencia superlativa que engaña a la más ardua esperanza de
alcanzar lo que se nos ha negado por milenios: la libertad de conciencia. Mi padre me
decía una que otras veces, el hombre es producto de su propia palabra, y es allí en
donde me aventuro a reflexionar que, si el hombre es producto de su propia palabra,
estamos entonces propensos a ser imbuidos por la retorica sofisticas de los poderosos
que tienen por mayor arma ardides especiosas: la comunicación de masas.

Todas éstas y otras incertidumbres son la que contrista mi más inefable espíritu y mi
voluntad de lucha, de conciencia, de libertad, de lucidez. Estamos en un mundo de
ceguera, en un mundo que ha decidido abrir su propia tumba, en un terreno tan incierto
como lo es el terreno de la insania política.

Xubiri lo ha dicho en un lenguaje ornamental, en una retórica mas rayana a la verdad


que a la simple persuasión, que el hombre se ha apartado de Dios para construir su
propio mundo, su propio universo, su propia casa. Y cuál es el resultado: solo ha
logrado una madriguera propensa al colapso telúrico de una economía cada día más
inestable y por consiguiente una población más vulnerable a la miseria, al pauperismo
social.

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