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Curso de AutoDefensa Psíquica - Lección #001
Curso de AutoDefensa Psíquica - Lección #001
Soy absolutamente conciente de que el mero hecho de escribir una serie de textos sobre lo que
entiendo como "Autodefensa Psíquica" (si lecciones para un aula virtual o artí culos para revistas
especializadas es apenas anecdótico) puede generar las más variadas como desconcertantes
reacciones: desde quienes supongan haber encontrado la respuesta a todos sus dramas cotidianos,
hasta las de quienes mirarán con desconfianza aquello que considerarán una extrapolaci ón de la
superstici ón.
Empero, dedicado desde hace casi veinte años a la docencia, investigaci ón y práctica
parapsicol ógica, no puedo soslayar lo que, a mi modesto saber y entender, constituye una de las
aristas fundamentales en la problem ática del hombre y la mujer contempor áneos: las agresiones
psíquicas. Este término bien podrí a reemplazar (y englobar) a una amplia gama de circunstancias
propiciatorias de perturbaci ón mental, desde la "envidia" cotidiana hasta lo que, vulgarmente, suele
llamarse "maldici ón", "daño", "hechizo", "maleficio". Es decir, m ás all á de los procesos
autosaboteantes, autoboicoteantes de la naturaleza humana, de la Sombra que anida en todos y cada
uno de nosotros (la que tambi én analizaremos) debemos asumir que nos movemos en un océano de
energ ías de donde muchos de los bemoles que padecemos dí a a día pueden ser consecuencia de la
direccionalidad de los pensamientos emanados, consciente o inconscientemente, por nuestros
congéneres.
El adecuado desarrollo de estas lecciones, empero, necesita partir de ciertos presupuestos básicos.
Enti éndase bien: no porque esta exigencia demande un "acto de fe", sino porque, si bien a lo largo
del tiempo iremos cuando quepa desarrollando las evidencias que avalen ciertos conceptos aqu í
vertidos, es necesario, si de progresar en este sendero se trata, partir de un lenguaje com ún. De lo que
estoy hablando es que si, valga por caso, un escéptico racionalista ocioso desea sumarse a esta aula
virtual, polemizando con su propio –y respetable– punto de vista, ello no sólo nos apartaría de la
raz ón de ser por la que este espacio fue creado, sino que incomodaría a quienes con sus tambi én
respetables opiniones se sumaron con el objetivo de avanzar en una determinada ví a de
conocimiento. De aceptarse tal eclecticismo, todos nos veríamos perjudicados: los alumnos no
avanzarían al ritmo que seguramente desean en la sucesi ón de lecciones, yo no podrí a explayarme en
la materia porque tendrí a que dispersar tiempo y energí as en refutar a mi amable contendiente, y el
escéptico racionalista no sólo no nos harí a cambiar de opini ón sino que tampoco mudarí a él sus
aferrados puntos de vista. Salvo honrosas excepciones históricas, no conozco una sola persona que,
positiva o negativamente vuelta hacia estas tem áticas, haya cambiado de postura a partir de una
discusión intelectual. Tengo (mis allegados lo saben bien) un largo pasado de polemista, gráfico,
radial y televisivo, pero a esta altura de la vida he descubierto que la pol émica de nada sirve. En ella,
cada una de las partes, quiz ás involuntariamente, s ólo trata de lucirse m ás, resultar m ás convincente,
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brillante, ocurrente o magn ético, de donde el fondo argumental –lo que debería ser la esencia de todo
disenso– queda eclipsado en los pasos de baile medi áticos de dos gallos de ri ña intelectuales
esforz ándose por ganarse el favor del público. En las pol émicas no gana la Verdad: sólo quien tenga
mejor manejo de escenario.
Nada me molestarí a m ás que este enunciado de principios sea tomado como un acto de censura.
Simplemente, si queremos avanzar en algo, debemos ceñirnos a cierta rutina de trabajo. Me parecerí a
sumamente constructivo que mis alumnos aporten sus puntos de vista, aun opuestos a los m í os, pero
basados en la misma idiosincrasia que aquí nos nuclea.
Sin duda, algunos podrán señalar que muchas de mis afirmaciones son sólo "suposiciones", y en
forma alguna están probadas. Ocurre que soy un convencido de que una "prueba" no tiene valor por
sí misma, excepto dentro del marco teórico o de creencias en la que concurre. Lo que yo empleo
como "prueba" de una afirmaci ón m ía bien puede ser considerada "prueba" de una postura contraria.
O, para decirlo mejor, tal vez las pruebas que aportemos no correspondan al tipo de pruebas que la
mentalidad cient ífica dominante hoy en día exige. Tal vez. Pero, como dije antes –y sin que esto sea
interpretado, espero, como una expresi ón de pedante soberbia– la raz ón de ser de este curso virtual
no es conformar a la mentalidad científica, sino ayudar a la gente.
Finalmente, pido disculpas a aquellos de mis alumnos que sean tambi én lectores de nuestra revista
electrónica "Al Filo de la Realidad" si algunos de los ítemes son reiterativos, en la medida (como
ocurrirá a continuaci ón con un artículo de mi autorí a que transcribo para clarificar ciertos conceptos
iniciales) en que ya han sido publicados en n úmeros anteriores de nuestra revista pero, como
comprenderán, es necesario en todo momento nivelar los conocimientos y manejar códigos comunes,
y ello me obligar á, a veces, a ser repetitivo. Después de todo, quiz ás no importe: esto es un curso, y
vale repasar ciertas lecciones.
Y antes de continuar: dos "tareas para el hogar". Conf ío que al momento de estar ustedes leyendo
estas l íneas, en alguna carpeta de sus PCs dormirá nuestro curso básico de Autodefensa Psíquica
gratuito. Bien valdrí a ir leyéndolo sin apuro. Y, en la medida de lo posible, comenzar a practicar las
técnicas que all í enseño.
Para los que todaví a no lo tienen, pueden clickear sobre estos enlaces y enviar los mensajes
generados.
afr-admin@eListas.net?subject=Enviar-Curso-de-Autodefensa-Psíquica-(parte1) 466 KB
afr-admin@eListas.net?subject=Enviar-Curso-de-Autodefensa-Psíquica-(parte2) 342 KB
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generales de estas disciplinas, parecen reaccionar com únmente cuando, en cualquier conferencia o
reuni ón de interesados, alguien del público hace la pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?.
Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos con que se le
conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”, trabajo, atadura, mal... Todos términos
populares que podríamos reducir en el de “ataque psíquico”, definible como la posibilidad que,
consciente (ya sea a trav és de un “ritual ” o técnica especí fica) o inconscientemente y movilizando
energías psíquicas, se ocasione perturbaciones de cualquier índole (fí sicas, psíquicas,
espirituales, emocionales, sociales, afectivas, econ ómicas) a un individuo o grupo de individuos.
Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología la concreta
existencia de dos específicos fen ómenos paranormales: la telekinesia y la telepat ía.
De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos inanimados por acción
de la mente”. La telekinesia tiene, adem ás, dos aspectos particulares: uno conocido como
psicokinesis (en los diccionarios figura como “acción de la psiquis sobre sistemas físicos en
evolución” y, para que esto sea m ás entendible, citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la
disposici ón con que cae un grupo de dados sobre una mesa, o aquella situaci ón que cualquiera puede
experimentar en casa, de tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atenci ón y
afecto a una, pero ignorar a la otra, observándose al cabo de un par de semanas que la primera se
desarrollará algo así como un sesenta por ciento m ás que la “abandonada”), y otro como hiloclastia
(rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el estallido de ira –o su
represi ón– de un adolescente). Estadística y experimentalmente, todos estos fenómenos son parte del
“hábeas” académico respetado hoy en día.
Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o involuntariamente,
consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una multiplicaci ón en el
crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicaci ón, anormal y descontrolada, en el tejido
celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia de un carcinoma, una forma de cáncer,
al que eufem í sticamente podemos con toda corrección denominar como un “crecimiento anormal y
descontrolado de células”?.
¿Y qu é ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa energí a
“hilocl ásticamente” sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una arteria?. ¿No
morir ía la misma por ese aneurisma?.
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empecinarse en no aplicar sus eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato
fenomenológico de los “hechizos”, responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales
que a una imposibilidad material.
Esas técnicas agresivas dependen m ás de la intensidad con que son ejecutadas (por ser las
emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis m ás poderoso sino también movilizadores
naturales de poderosas fuerzas energ éticas) que de lo ritual í stico o litúrgico en sí: un “brujo” que
clave agujas en serie en una cadena de mu ñecos tendrá, seguramente, menos éxito que aqu él que, tal
vez haci éndolo por primera vez, concentra toda su atenci ón para no incurrir en errores y con ello, no
sólo sus emociones, sino tambi én su potenciallidad parapsicol ógica. Siguiendo esta corriente de
pensamiento, hasta la simple, dominante y cotidiana “envidia” es una forma velada de ataque
psíquico.
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