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CERVANTES SAAVEDI —Asi qué ese mago —dijo don Quijote, rojo de ira—, gran enemigo mio porque sabe que pronto he de vencer en combate a un protegido suyo, trata ahora de hacerme dao. Pero no podri evitar lo que el cielo ordena. Capitulo 1V LA SEGUNDA SALIDA Y LA AVENTURA CON LOS MOLINOS DE VIENTO El caballero estuvo quince dias muy tranquilo en su | Aprovecho ese tiempo para pedirle a su vecino, hombre bueno, pero muy ignorante, que le sirviera de escudero. Lo convencié diciéndole que tal vez, entre todas las aventuras que tuvieran en su caminar, en una de ellas podia ganar, sin mayor dificultad, alguna insula* de la que lo nombraria a él su gober- nador. Ante tal promesa, Sancho Panza, que asi se llamaba el campesino, dej6 a su mujer y a sus hijos y se convirti6 en el escudero de su vecino. Reunid don Quijote como pudo algin dinero, arregl6 su yelmo lo mejor posible, pidi6 prestada una lanza a un amigo suyo, y anuncié a su escude- ro Sancho el dia y la hora en que pensaba ponerse en camino. Sancho dijo que llevaria su asno Rucio, porque no era muy bueno para andar a pie. Don Quijote acepto el burro pensando que pronto le conseguiria un caballo a su escudero quitindoselo al primer caballero descortés con que se toparan. Sin despedirse Sancho de su familia ni don Quijote de la suya, salieron una noche sin que nadie les viera. Iba Sancho Panza muy contento, pensando en lo que le dijera don Quijote. Lovancauy wun ( » —Mire su merced, sefior caballero andante —dijp—, no se Je olvide Jo de la insula que me tiene prometida, que vo la sibré gobemar por grande que sea —Has de saber, amigo Sancho Panza —res- pondio don Quijote—, que era costumbre de los caballeros andantes antiguos dar a sus escuderos el gobierno de parte de los reinos que ganaban, de modo que si ti vives y yo vivo, bien podria ser que antes de scis dias gane yo un reino que tenga otros a su alrededor y te corone rey de uno de ellos. —De esta manera, si yo fuese rey por algan milagro, Teresa Gutiérrez, mi media naranja, vendria a ser reina y mis hijos principes. « —Quién lo duda’ —exclamd don Quijote. —Yo lo dudo —replic6 Sancho—, porque pien- so que aunque Dios Hoviera reinos sobre la tierra ninguno haria que Teresa Gutiérrez pareciera reina lo mas condesa, con Dios y su ayuda. Asi iban conversando, cuando divisaron unos ueinta 0 cuarenta molinos de viento que habia en aquel lugar. En cuanto los vio don Quijote dijo a su escudero: —La suerte guia nuestros pasos mejor de lo que esperabamos, Sancho; mira ahi esos inmensos tes. Les presentaré batalla y les qui todos, y con el botin comenzaremos a enriquecemos. Sera un gran servicio # DI mala de a faz de ta tierra —/Qué gigantes? —pregunto Sancho » borrar a esa gente Lio —Aquellos de fos brazos largos —respondié el caballero. —EFsos no son gigantes, su merced, sino molinos de viento, y los que os parecen brazos son las aspas —Bien se ve —dijo don Quijote— que no sabes nada de aventuras. Fsos son gigantes, y, si tienes miedo. quitate de ahi pues yo voy @ entrar en feroz y desigual batalla contra ellos. Y diciendo esto espoles 4 Rocinante, sin escuchar las advertencias de Sancho. Iba tan seguro de que eran gigantes que ni de cerca reconoci6 los molinos. —iNo huyais, cobardes —gritaba—, que es un solo caballero el que os atacal Se levanté un poco de viento en ese momento y las grandes aspas empezaron a moverse. Al ver esto don Quijote exclamo: —iNo me asustiis moviendo los brazost Y encomendandose de todo corazon a su sefliora Dulcinea, bien cubieto con su escudo, con tt lanza cn fistre, arremetio a todo el galope de que era capaz Rocinante y embistio el primer molino que enconto, Le dio una lanzada en el aspa, pero et viento la hizo girar con tanta tuna que rompié en pedazos la lanza y boto al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por ef campo. Acudio Sancho Panza a socorrerlo, también a la maxima ve- locidad de su asno. —-Valgame Dios, como ha quedado, no se pue- i menear! No le dije a ou merced que mirara lo que hacts, que eran molinos de viento? DE CENVANTIN SAME —Calla, amigo Sancho —respondié don Quijo- te. que las cosas de la guerra estin: sujets continuos cambios a Ya veo claro que aquel mago Freston que me robé la biblioteca ha convertido a estos gigantes en molinos, para quitarme la gloria de vencerlos. Sancho Panza le ayud6 a levantans ¥ a subirse al caballo, que también est aba medio destomado. Siguieron su camino, pero don Quijote iba muy apenado por la falta de su lanza. —Me acuerdo —dijo— haber leido que un caba- Mero espaiiol, cuya espada se rompié en combate, cor una enorme rama de encina y con ella machu- 6 a tantos moros, que le qued6 por sobrenombre Machuca, y asi se llamo él y su familia desde aquel dia. Yo haré lo mismo con la primera encina que me ofrezca el destino y realizaré tales hazahas que te sentiris afortunado de ser testigo de cosas que pare- cerin increibles. —Enderécese un poco —respondid Sancho—, que se va de lado por el dolor del costalazo. —Es verdad, y si no me quejo es porque no se les permite a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. —A mi me gustaria que su merced se quejara, porque yo me he de quejar del dolor mas pequefo, ya que los escuderos no tenemos reglas como los caballeros. Se rid don Quijote de la simplicidad de su escu- dero. pox QUOTE p Pasado un rato Sancho le hizo notar que era hora de comer, pero don Quijote no quiso probar ir, se fue Sancho montado en el burro detris de su amo, comiendo a su gusto y A, y empinando la botella de vino que daba Lovaiicauy vull ( Capi MAS AVENTURAS Y UNA ESTUPENDA BATALLA Pasaron aquella noche debajo de unos arboles y « no de ellos ¢ podia servir de lanza y le puso la punta de hierro n Quijote Una KAMA seca que que sa pensi habia leido en sus ban sin dormir muchas noches despoblados, con damas. En leno, y no de agua de chicoria, durmié de sueno Alam undo los caballeros n los “bosques y las n venturas. Pero ti, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no podris tomar tu espada part defenderme si mis enemigos son caballeros. —Su merced sera muy bien obedecido, Yo soy pacifico y enemigo de meterme en lios o penden- cias. Claro que en lo que toca a mi persona no tendré muy en cuenta las leyes de la cabal pues las divinas y las humanas permiten que uno se defienda. Mientras asi hablaban, aparecieron por el ca- mino dos monjes benedictinos montados en enor- mes mulas. Los seguia un coche, custodiado por box La Manca ” jo y dos jévenes a cuatro 0 cinco hombres a cat cl coche venia una senora de Vizcaya que juntarse con su Los runque seguian el mis- pic ajaba a Sev onjes no ver mo camino. nuestra aventura mas famosa. os han de ser unos magos que tengo que castigarlos con todo mi poder. —Peor seri esto que los molinos de viento —dijo Sancho—. Escuche senor, aquellos son dos monjes y el coche debe ser de algdin pasajero. Mire bien, no sea que el diablo lo engaae. —Ya te dije, Sancho, que sabes poco de aventu- ras. Ahora verds, Y diciendo esto se adelanto y se puso en la mitid del camino por donde venian los monjes y les dijo: —Gente endiablada y monstruosa, dejad libres las princesas que Ievais en el coche. Si no, is pronta muerte, en justo castigo a vuestras malas obra Se detuvieron los monjes, admirados tanto de la figura de don Quijote como de sus palabras, y res- pondieron: —Senor caballero, no somos endiablados ni mons- truos, sino dos religiosos de San Benito que vamos por el camino, y no sabemos si en ese coche vienen princesas prisioneras 0 no. n J Sa ee ee contra se deja caer de Ia mu quizas muerto. El se trataban 4 su compahero. mas ligero que el Sancho ropa al m Sancho les explicé ¢ aquella ropa la ganada por su sefor don endian de bromas ni de ra Sancho, lo botaron al Quijote, pero ellos no ent a la espalda. En con Ia se se habia acercado a bh ta del coche, y Je decia que en pago del gran ses que acababa de hacerle al liberarla de aquellos facinerosos, le pedia que diera orden de dirigir el coche hacia el Toboso, donde de homenaje 2 la sin par y hermosa dona Dulcines y contarle lo que por su I pertad ero andan- te don Quijote de la Mancha, b don Quijote habia hecho. Uno de los escuderos que acompanaban a la senora escuchd lo que decia don Quijote, se le en- Irent6, y en su mal ca! ro que mal andas, to ahi mismo yo. “Si fueras caballero, que no lo eres —dijo don ya hubiera castigado tu insolencia. ‘0 no caballero? —dijo el escudero—. Mien- Yo caballero por tierra, por mar y por el diablo, jentes ti. —Ahora lo veredes. dijo Agrejes —respondié don Quijote, y sac6 su espada y arremetio contra el escu- dero decidido a quitarle Ia vida. Este s6lo alcanz6 a tomar una almohada del no dejas el coche ote y coche para protegerse, y se lanzaron uno contra el ‘otro como si fueran dos morales enemigos. La seho- ra miraba sorprendida desde el coche. que habia hecho retirar hacia un lado. Don Quijote, encomendandose a dona Dulcinea, 2c espada en alto y cubierto con su escudo. Y empezd el combate. El primero en descargar n golpe terrible fue el furibundo escudero de Vizea- Lo dio con tal fuerza y tanta furia que. si no era sido porque se le dio vuelta la espada, he- a bastado para poner fin a la terrible lucha y 2 xdas las aventuras de nuestro Caballero. Pero la suerte, que lo tenia reservado para otros sucesos, torcié la cspada de su contrario y, aunque le dio en el hom bro izquierdo, no le hizo mas daho que Hevarse de un tajo gran parte del casco y un pedazo de oreja, fo Lovancauy vuil ( que lo dey muy verse detener de ai nuevo en los dando en almohada y de la cabeza. El pobre hombre empez6 a chorrear sangre por las narices, por la boca, por los oidos. y casi se cay6 de a sino fuera porque se abraz6 a su cuello, espanté y comenz6 a correr dando que botd a su jine pero onara la vida de su ra del coc escudero, bajo o ha de ir al Jo que su voluntad le diga in entender nada, prometio pedia. aunque se lo ise nuevamen- estnbo. se arrodillé > no se gana otra ya habri otras © gobemador Dir vez la mano & su asno y a se te acereo ¥ echo y puede que nos prendan > que un caballero . por mas homicidios 1 ( Yo no teng que quiere decir 0c respondid Sancho—, pero sé que si uno la hace va a parar a la circel No 4 cosa midi preocupes, que yo te salvaré. Pero dime Aas visto caballero mas valeroso que yo en la tierra? Has leido de que yo al mas mafia alguien con nifis fuerza car, Con mas destreza al herir ni con derribar? —La verd tia en toda mi vid. dies ue no he le porque no sé ninguna histo 1 oni escribir, pero si puedo decir que no he en toda mi vida aun amo mis v qu reed y q Dios que no lo pag Lo que le nego es ¢ se di pucha san, War, porque le sale Yo tengo vend y oreja blanco. Ojala hubies de Fierabris; con una medicinas. —Qu Sancho —Es un balsamo cuy pondié don Quijote, con el que no bay que temer ada muerte ni a herida algur batalla me parten por mitad, pondris la parte del cuerpo que haya caido al suelo sobre la otra mitad que quedara en la silla, cuidando de que encaje perfectamente. Luego me das a beber dos tragos del balsamo y veras que quedo mas sano que una man- zana poco de unguento del balsamo tiempo y » una bote gota se ahorr biilsamo es ese? —pregunto sorprendide 4 reCett CONOZCO. —Tes- 1 Si algun dia en una | La teaver “ —Entonces —dijo Sancho—, renuncio aqui mis- gobierno de la insula prometida y no quiero otra Cosa en pago de mis buenos servicios que me deis la receta del balsamo, El octavo de litro valdra mas de dos reales y no necesito mas para pasar vida honrada y descansadamente Pero quiero saber stes muy caro fabricarlo ‘on menos de tres reales se pueden hacer a menos seis litros, —jPecador de mi! —exclamo espera su merced para ensenarmelo? —Amigo, mayores secretos he de confiarte, pero. por ahora cirame, que la oreja me duele mas de lo que yo quisiera, mo a ancho—, Qué Saco Sancho de las alforjas* algunas vendas y un unguento, Pero al ver don Quijote ef estado en que quedara su medio yelmo, creyo perder la razon y alzando los ojos al cielo di we —Juro por el Creador de todas las cosas que hare como ef Marqués de Mantua cuando juré vengar fa muerte de su sobrino Valdovinos y prometiG no comer ni hacer otras cosas que no me acuerdo, hasta tomar venganza del que cometio esta canallada. —Mi senor don Quijote, piense que si el caballe- ro cumplié y se presentd ante mi sehora Dulcinea del Toboso, ya no merece otra pena. —Has hablado bien —dijo don Quijote—, anulo el juramento, pero guardo la promesa de no comer y + Alfons: bolsas para llevar comestibles en los viajes. ( Lovaiicauy vvil 2 otras cosas asta que le quite por fuer caballero otro yelmo tan bueno como este —Y si no topamos en muchos dias hombres armados con cascos, gqué haremos? :Va a va algdin cer todas las locuras del viejo ese, el Marqués de no sé qué? Mire que por estos caminos no andan hombres arma- dos sino carreteros y arrieros que ni han oido nom- brar los yelmos. —Bueno, dejemos eso entonces de lado y ve si traes algo de comer, porque luego iremos en bu de algin castillo donde alojar esta noche mos el bilsamo de que te hablé, porque jvoto a Dios que me duele la oreja! —Tengo cebolla y un poco de queso y algunos pedazos de pan —dijo Sancho—, pero no es manjar para tan valiente caballero como su merced. {No entiendes nada, Sancho! —respondié don Quijote—. Es un honor pari los caballeros no comer en todo un mes. Y aunque en mis libros se deja entender que no podian pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque eran hombres como nosotros, se dice que comian solo cosas tan sencillas como las que ti me ofreces ahora, —Perdéneme su merced, es que como no sé leer ni escribir no conozco las reglas de la caballeria Pero de aqui en adelante pondré en mis alforjas harta fruta seca para su merced que es un caballero, ¥ para mi, que no lo soy, cosas mas sabrosas, Y sacando lo que traia, comieron los dos ale- gremente. Subieron luego a caballo y se apresura- indantes PON g ton por legar a las chozas de unos pastores de cabras que se divisaban no muy lejos, pues la no- 11 DE LA MANCHS ” Los cabreros los acogieron con buena voluntad y los invitaron a compartir su cena. Quiso don Quijo- que Sancho se sentara a su lado, pero éste se resis —Prefiero comer a solas, su merced, aunque agradezco la honra que me hace un caballero andan- te, a mi que soy su humilde escudero. —Pero te has de sentar, que al que se humilla Dios lo engrandece. Los cabreros no entendian aquella jerigonza de eros andantes y escuderos y se limitaban a co- mer en silencio. Una vez con el estémago Hleno, don Quijote dijo: —Dichosa época la que Haman dorada. En esos npos NO se necesitaba mas que levantar la mano coger una fruta: los rios ofrecian sus aguas; las s su miel. Todo era paz en ese entonces, tado amistad. Las palabras de amor erin simples y sencillas y las mujeres vivian sin temor. Pero en nuestra detestable Epoca nadie esti seguro. Por eso se instituyd la orden de los caballeros andantes, para defender a las mujeres, amparar a las viudas y soco- ter a los huérfanos y a los pobres. A esta orden pertenezco yo, hermanos cabreros, que me acogisteis in preguntar quién era, y os doy las gracias. Quedaron contentos los cabreros con estas pal bras, y todos se tendieron a dormir, Capitulo VIL LA AVENTURA CON LOS MALVADOS ARRIEROS se despidieron de los cabreros:y do de fres arroyo. FON SU ca hierba, junto Desmont ron y burro que manso que era el rocin, Pero quiso la suerte y el ¢ nca duerme) que anduvieran (que ny nbién pac do por alli las yeguas de unos arrieros que descansa ban en los alrededores Sucedio, pu S. que a Rocinante las senoras yeg oli, perdio su acestu so a su dueno, tomo invitarlas. Pero ron ganas de juguetear cx En cu rac calma y, sin ped Nn trotecito Coqueto y se fue a parecer cllas s herraduras y los dientes, con tl poco rato le rompieron las cinchas Pero lo peor para Rocinante fue que acudieron los arrieros y le dicron tantos palos que Jo demibaron y to dejaron todo mohdo en el suelo, AL ver la paliza de Rocinante, acudieron don Quijote y Sancho Veo que estos no son cabulleras, Sancho —jaded don Quijote—, sino gente de baja ralea, Aytidame a vengar lo que le han hecho a Rocinante. —\Qué diablos de venganza vamos a tomar —respondid Sancho—, si son mas de veinte y nosotros slo dos, © mejor dicho, uno y medio! > recibier furia que i sin su si on DE LA MAN _,Yo valgo por ciento! —exclamé don Quijote Y ech mano de su espada y arremetiO contra © Sancho Panza siguiendo arrieros, y lo mismo jo de su amo. Quijote, de la priment estocada te hizo una nda herida en la espalda a uno de ellos. Al verse los arrieros atacados por aquellos dos hres, tomaron sus estacas y comenzaron a. gol- pearlos con vehemencia. AL segundo golpe dieron Sancho en el suelo y lo mismo te ocurrié a don Quijote, al que de nada valicron su destreza y valen- y quiso fa fortuna que fuera a caer a los pies de Rocinante, que todavia no se levantaba Viendo los arrieros ef estado en que habian que- clo sus contancantes, ataron las yeguas y_ prosi- guicron su-camino, dejande a los dos aventureros sporteados y de pésimo humor EL primero que reaccioné fue Sancho, iy, senor don Quijote! —dijo con voz mova —,Qué quieres, hermano Sancho? —contest6 el hidalgo en el mismo tono dolicnte. —Que me dé un poco del hilsamo magico, si lo hiene a mano, —Si lo tuviera, nada nos faltaria, Sancho, Pero te juro que lo tendré antes de dos dias. —2Y en cuantos dias cree su merced que podre- mos mover los pis —No te lo sé decir —dijo el molido caballero—. Pero yo tengo la culpa de todo: no debi atacar LDE CERVANTES SAAVEDRA hombres que no estuvieran armados caballeros, como yo. Por lo cual, Sancho Panza, cuando veas que semejante gentuza nos ofende, no esperes a que yo ponga mano en Ia espada, sino que toma tti tu espa- da y castigalos a tu soberano gusto. No le parecié bien a Sancho amo. —Sefor —dijo—, yo soy un hombre pacifico, manso, tranquilo, y sé perdonar injurias porque ten- go mujer © hijos que alimentar. Asi que de ninguna manera pondré mano en la espada ni contra gentuza Eni contra caballero, y desde ahora perdono tod: ~” ofensas que me han de hacer. —Quisiera que el dolor de esta costilla se ap! cara para poder hacerte entender, Sancho. {Vas a perder tu reino por temor a defenderlo? Porque has de saber que en un reino conquistado nunca estén quietos los animos y el gobernador ha de tener sabi- duria para gobernarlo y valor para defenderlo —Con lo que nos ha acontecido ahora, no estoy para platicas sobre el valor. Trate mas bien de levan- tarse y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo mere- ce porque fue él el causante_de todo este apaleo. Jamas lo esperé de Rocinante, que me parecia per- sona seria y pacifica como ye —Aprende, amigo Sancho, que la vida de los caballeros andantes est4 sujeta a mil peligros y des- venturas y que las heridas causadas por instrumentos de palo’no son una ofensa. Te lo digo para que sepas que, por molidos que quedemos en esta pelea, orden de su OTE DE LA MANCHA ” PON e mos ofendidos, porque las armas con que n sus estacas, y no est quellos hombres nos apalearon ninguno de cllos tenia espada ni puri —No me dieron tiempo para darme cuenta —dijo Sancho—, porque me pegaron apenas puse mano a ni espada, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de los pies, y cai donde ahora me is. Y no me importa si fue ofensa o no lo de los ‘stacazos, lo que me importa es que me duelen los golpes que me dieron y que me han de quedar impre- sos en la memoria y en las espaldas, —Deja de quejarte, Sancho, y saca fuer: jueza, como haré yo, y veamos cémo est4 Roci- nante, que se ha Ilevado lo peor de Ia batalla. —No me extrahta —dijo Sancho—, siendo él tam- n caballero andante. Lo que me extrafia es que mi burro haya salido bien librado. —Siempre la suerte deja una puerta abierta en las desdichas, Lo digo porque esa bestiezuela debera reemplazar a Rocinante para llevarme hasta algin lo donde me curen las heridas antes que caiga Ja noche. —Pues yo he ofdo a su merced decir que es muy de caballero andante dormir siempre al sereno. —Eso es cuando no pueden mis o estin muy enamorados. Pero dejemos esto, Sancho, y vamonos antes que le suceda owra desgracia al asno, —Esa ya seria del diablo —comenté Sancho, Y dejando escapar treinta ayes de dolor, y sesenta piros, y ciento veinte reniegos contra quien lo llev6 aM MIGUEL DE CLRVANTES SAAVEDEA a eso, se levanté el eseudero y qued6 en Ia mitad del camino como un medio arco, sin lograr enderezarse bien. Pero asi y todo, ensillé su asno, que andaba entretenido con tanta libertad que gozara aquel dia. Levanto luego a Rocinante, el cual, si pudiera hablar, seguramente no se habria quedado atras en los queji- dos. Sancho acomod6 a don Quijote sobre el burro y amarro a Rocinante a éste y se encamin6 hacia lo que le parecié debia ser el camino real. Y la suerte, que empezaba a mejorar, los Hevo por una ruta donde descubrié una posada, que para don Quijote fue un. castillo, Porfiaba Sancho que era posada y su amo que era castillo, y tanto dur6 la porfia, que Hegaron a ella sin acabar la discusi6n. Sancho entré, sin mas averiguaciones, con todos sus acompanantes. Lovaicauy vil (

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