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Creo pertinente señalar que tengo un profundo respeto por el docente de comunicación in-
tegral de los niveles inicial, primaria y secundaria; pues considero que cumple una labor
esencial en nuestro país: la de incentivar, en sus alumnos, la sed de conocimiento y el pla-
cer de la lectura a través del contacto con los libros. Su labor, sin duda, es imprescindible
para el progreso del Perú. Se trata de formar ciudadanos libres y de espíritu crítico que se-
pan practicar una cultura de valores en una sociedad democrática y alejada del fantasma de
la intolerancia y de la imposición de las ideas. La lectura nos hace más humanos y creati-
vos, y permite visitar nuevos universos a través del ejercicio de nuestra imaginación.
Pienso que la enseñanza de la literatura en la escuela debe tener como propósito fundamen-
tal que el alumno descubra el goce que le produce leer un poema o un cuento. Es decir, de-
beríamos pensar la literatura como un ejercicio lúdico: jugar con el texto hasta hacerlo pro-
pio, cambiar el final a un relato y ejercitar nuestra capacidad creativa hasta límites insospe-
chados.
Por eso, creo que resulta necesario evitar ciertos errores en lo que respecta al análisis litera-
rio. Me centraré en algunos yerros que, según la teoría literaria contemporánea, son inacep-
tables.
Aquí cabe formularse una pregunta: ¿por qué algunas obras anónimas, como el Cantar de-
Roldán, son consideradas monumentos de la literatura universal si se desconoce el nombre
de su diestro hacedor? Porque la forma literaria, articulada al mundo de la ideología, ha
cobrado independencia y, en tal sentido, adquirió indiscutible universalidad.
Que la literatura es ficción es una verdad casi incuestionable y, por eso, el docente debiera
quizá invertir algunas horas para explicar ese hecho a sus alumnos. En mi caso, suelo em-
plear una anécdota para cumplir el mencionado propósito. Les digo que en el colegio hay
una revista y que yo (como profesor de literatura) decido publicar un cuento narrado en
primera persona sobre una violación. El narrador personaje es un violador que relata su
historia. Luego paso a preguntar al auditorio: ―¿Alguien pudiera acusarme, ante el juez, de
ser un violador porque he escrito, usando la primera persona del singular, un cuento sobre
una violación asumiendo el rol de un asesino?‖ Evidentemente, la obra literaria no es una
prueba judicial porque es un texto ficcional.
Esto tiene que ver con el código en el cual está escrito un poema o novela. En rigor, el có-
digo literario es de naturaleza artística. En el arte se tiene un margen amplio de libertad
porque el artista se basa en un trabajo minucioso con la forma. El signo literario no es, en
sentido estricto, un signo lingüístico, aunque pueda compartir algunos rasgos de este últi-
mo. En las lenguas naturales, la relación entre significante y significado es arbitraria; en
cambio, en un poema, es de carácter motivado. Un ejemplo puede aclarar el panorama: ―Un
no sé qué que queda balbuciendo‖ (San Juan de la Cruz), verso donde la relación entre los
fonemas y el sentido hace que el balbuceo místico se convierta en materia formal. Los te-
mas se mutan en formas en un poema. La relación entre expresión y contenido está absolu-
tamente justificada en el texto de San Juan de la Cruz.
Por lo tanto, leer un cuento como si fuera la expresión directa de la vida del autor real cons-
tituye una falencia que deberíamos evitar porque limita la imaginación de nuestros estu-
diantes y los hace caer en el facilismo de ver en el arte una simple reproducción mecánica
de la realidad. Eso es mutilar la fantasía de nuestros alumnos, hecho absolutamente inacep-
table.
Al fin de la batalla
y muerto el individuo, vino hacia él un hombre
y le dijo: “No mueras, te amo tánto!”
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Es responsabilidad del maestro hacer que sus alumnos aprecien la maestría del uso del len-
guaje que se observa en las grandes obras de la literatura universal. ¿Por qué? La razón es
muy sencilla: se trata de valorar el enorme esfuerzo de un ser humano para levantar un edi-
ficio (una obra) que soporte el paso de la tormenta y quede, de pie, por los siglos venideros.
Un poema que nace como producto del trabajo de su creador, pero que luego se independi-
za de este, para adquirir universalidad y ser testimonio simbólico de los avatares de la espe-
cie humana.
III. Tercer error: el formalismo intransigente
Si reducimos todo (o casi todo) a la explicación de la biografía del autor o a la forma o a los
contenidos, entonces ofrecemos una interpretación sesgada del discurso literario y no da-
mos un punto de vista totalizante e interdisciplinario que permita acercar al educando al
rico universo de la literatura y del arte.
CODA
Pienso que toda explicación en el aula se debe realizar en los términos más sencillos. Hay
que privilegiar los ejemplos antes que la demasiado abstracta explicación teórica; los traba-
jos grupales –muy necesarios, pues permiten socializar el conocimiento-- y el ejercicio lú-
dico con los textos. Recuerdo que, alguna vez, pedí a mis alumnos que cambiaran el final
de ―El Caballero Carmelo‖. Los resultados fueron asombrosos, pues ellos ejercitaron su
imaginación y descubrieron los velos de esta a través del ejercicio de la creación literaria.
Hicieron que el relato de Abraham Valdelomar formara parte de su propia vida y potencia-
ron su creatividad ejercitando el pensamiento crítico.