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Luz Elena González: más que una docente… ¡una maestra para la vida!
A la pregunta sobre cómo fue su niñez dijo: —Recuerdo con cariño el acompañamiento de
mi abuela en esos momentos cuando con su serenidad característica nos decía: “No teman
que nada tenemos que ver con estos problemas”, y seguía en sus quehaceres domésticos
como si nada pasara detrás de la casa, cuando en realidad todos éramos vulnerables en esta
tragedia inacabada que viene desangrando este país en una sucesión de conflictos que se
gestan década tras década sin que se vislumbre un final favorable para esta nación.
—Mi niñez transcurrió en medio de una familia poco numerosa; entre generaciones sólo
contábamos diez personas, mientras mi madre, mi tío y mi única tía materna se turnaban en
el negocio familiar, mis tres hermanos José, Paty , Doris, y mi prima Margarita, debían
permanecer con la abuela materna que con su espíritu tradicional nos mantenía
supervigilados y asediados para evitar vernos mal relacionados, según ella, con los vecinos
que no eran de su agrado, en resumidas cuentas, el tiempo transcurría entre la escuela y la
casa materna que tanto disfruté de niña, mi abuela era una amante del jardín, cuanta planta
decorativa veía tenía que buscar un espacio para ella, era tanta su afición por la naturaleza
vegetal que tenía a su disposición un señor para cuidar de ellas, seguir todos sus caprichos y
cuidarnos una vez saliéramos de la jornada escolar, la vida en este pueblo era con una tensa
calma, era irónica tanta belleza, tanta abundancia pero en el fondo tanto menosprecio y
abandono socio-político, eran los dos extremos, gran riqueza material y condiciones
infrahumanas de muchas personas que cohabitaban los mismos espacios con nosotros.
L.E. recuerda con cariño el recorrido por los diferentes ríos de aguas transparentes, de
aguas de manantial, aptas totalmente para disfrutar de ellas y con ellas, peces, colores,
paisajes, sabores, sonidos, sentires y situaciones innombrables, porque en su memoria no
alcanza a guardar tantas vivencia. Detalla el ambiente del Urabá y lo describe como un
trópico húmedo donde llueve con frecuencia lo que genera todo tipo de espectáculo en los
paisajes; continúa describiendo la región como una tierra bella y agreste, como lo dijera
Silvio Rodríguez, una jugarreta cruel de los sentidos. —Mi corazón palpitó por lo muy
bello, pero también por lo muy cruel, a veces leyendo a Gabriel García Márquez, pude
sentir de cerca de Macondo, un pueblo desarraigado, humillado y polvoriento como todos
los macondos de Colombia que en sus historias no contadas, se siente vivir allí un
“sadomasoquismo”, la adversidad ronda por doquier, lo bello y lo feo se conjugan para
seguir contando lo indecible, lo inasible, lo impasible.
Marzo de 1985, Manantiales de agua cristalina, recrearon mi vida de niña. Me encuentro
con dos primos que en vacaciones solían visitarnos; aquí disfrutamos del río Mutatá en un
paseo familiar
Como educadora reconoce en ella una persona que organizó su proyecto de vida desde su
de ser maestra, era su juego predilecto; cuando ingresa a la Normal de Frontino Antioquia,
desde séptimo grado; cuenta que al llegar a este tipo de formación nada era extraño, sentía
que su vida giraba en torno a un espacio de formación, a una escuela; esta última que en su
imaginario significó la posibilidad de ayudar a otros seres humanos para su formación
integral, idea que a lo largo de su vida docente se fue desdibujando dados los cambios que
poco a poco han hecho de la escuela, más que un espacio de formación, una empresa de
servicios, donde llenar formatos es la constante.
L.E. se formó en la Normal de Frontino por más de 11 años, bajo una rígida estructura de
esta institución donde tuvo que pasar por un filtro riguroso para ganarse ese lugar y hacerse
maestra, su vida de estudiante transcurrió entre la escasez y la soledad, su padre no asumió
el acompañamiento que se merecía abandonando a su familia y su madre tuvo que
ingeniárselas para encontrar el dinero para el sustento de L.E.; sin embargo, en su sueño de
ser maestra nada era un obstáculo, se hizo querer de sus compañeros y algunas familias la
acogieron, abriéndose un espacio en el corazón de quienes la rodeaban y la ayudaban en su
propósito. Sus logros no se hicieron esperar, ocupaba los primeros puestos durante el
bachillerato, lo que la hizo merecedora de una beca para elegir su puesto de trabajo al
terminar como la mejor normalista de su promoción en el año 1980 sin haber cumplido sus
17 años y no dudó en elegir su pueblo al lado de la familia.
Su llegada al colegio. Los alumnos no daban crédito. Una persona de la misma edad que
por más de 15 años compartió en la comunidad, vivió con ellos, fue la amiga y compañera,
ahora era ¿su maestra de lengua castellana? ¡No puede ser!, se repetían una y otra vez los
estudiantes en los rumores de los corredores del colegio, cuando se anunció su vinculación
con el Ministerio de Educación en esa institución.
—Recuerdo esa mañana de 1984 cuando debía presentarme ante el rector de la institución
que cuando me vio no dio crédito a mi presencia como la nueva profesora de Lengua
Castellana, que venía a reemplazar a un señor jubilado que por años estuvo ocupando este
cargo y se había retirado a descansar. Me miraba de pies a cabeza y se sonreía en señal de
incredulidad por mi apariencia de adolescente. Don Emérito Palacio, un hombre de
mediana estatura, de raza negra, con una tranquilidad contagiosa, amable; sostenía siempre
una sonrisa en sus labios que dejaba ver la alegría y la experiencia de directivo, conjugadas;
venido del departamento del Chocó con más de 15 años de experiencia en educación fue
quien me acogió y me tomó cariño, quien me abrió las puertas y me orientó durante más de
5 años en los que viví de cerca lo que significa educar en medio de la guerra, de la
persecución, de la desapariciones y de la impunidad. Una tensa calma se respiraba en este
paraíso, un pueblo de paradojas: extrema pobreza, extrema riqueza. Un pueblo de guerra y
de paz, de alegrías y tristezas.
—Mi llegada no fue tan complicada, rápidamente entré en contacto con mis amigos de
infancia y adolescencia, que ahora eran mis estudiantes, de ellos quedaban pocos. Inicié con
un grupo de 40 estudiantes donde en su mayoría, eran hijos de familias desplazadas de las
veredas y corregimientos que huyendo de la violencia guerrillera habían llegado a la
cabecera municipal, jóvenes incluso mayores que yo y que no me vieron como extraña por
ser aún tan joven, por el contrario, me hice querer y rápidamente entré en un ambiente de
armonía y cercanía que me permitió conocer de cerca el drama de estas familias que vivían
prácticamente de la nada en un municipio que los veía como ajenos y que paulatinamente
les abría las puertas con recelo y egoísmo. Cuenta L.E. que una mañana lúgubre de 1987
decidió que no trabajaría más en Mutatá, pues un día de esos bellos de verano que se solían
disfrutar en su pueblo, a eso de las 6:00 a.m. se estaba organizando para salir al trabajo y
rodeando la casa de la abuela, donde vivía, sintió que pasaban muchas personas, abrió un
poco la puerta principal de la casa y cuál fue su sorpresa al ver cómo ingresaba al pueblo
numerosas personas entre hombres, mujeres y niños; eran cientos de ellos, decía, armados
con sofisticados fusiles y con brazaletes de las FARC, portaban botas y camuflados que los
mimetizaban en el pasto, de repente, una voz atronadora y de tono militar dijo:
—Manténganse en las casas, no salgan que ésta es una toma guerrillera, quien salga está
dispuesto a morir. Yo me quedé paralizada de espanto y helada de terror. —Recuerdo que
mi abuela nos decía: no salgan de debajo de las camas que una bala perdida puede impactar
en sus cuerpos. Mi corazón estaba acelerado, mis lágrimas no cesaban de salir, mi madre
nos abrazaba y nos hablaba con palabras de amor intentando que estuviéramos tranquilos
con mis otros tres hermanos menores que yo. En mi mente rondaba cada uno de mis seres
queridos, hasta mi padre que llevaba tanto ausente, no lo extrañaba, hacía mucho no
compartía con nosotros, pero también estaba ahí en mi imaginación. ¿Qué sería de él?
pensé—.
Frente a su decisión de no trabajar más en el pueblo gestionó un traslado para el Suroeste
antioqueño, Angelópolis donde permaneció por cinco años desarrollando su vida de
maestra y de estudiante porque además inicia su magister en Desarrollo Comunitario con el
centro de investigación CINDE. Pasado este período de tiempo se traslada al municipio de
Sabaneta Antioquia. Desde
entonces, este ha sido su
lugar de trabajo.
Cuando se le hizo la
pregunta sobre su
personalidad responde:
—Como persona me
I.E. Presbítero Baena Salazar, grado 10º
considero dadivosa,
bondadosa, con muchos defectos, muchos aspectos por mejorar, sin embargo creo que mi
vida gira más en torno al bien social que al bien particular, creo que me hace feliz el hecho
de ver a la gente feliz, no solo en el mundo de mi familia sino también en la comunidad, en
la institución educativa y en general en todos los escenarios donde cohabito con otros—.
Hoy, dice L.E. — es compleja la realidad, veo niños solos, llenos de objetos infovirtuales,
con una tristeza profunda, una soledad, abismal. Por un momento se queda en silencio con
una mirada ida, como si se hubiera abstraído en los recuerdos y prosigue diciendo: —se me
viene a la mente un niño que me dijo alguna vez: —prefiero dormir, profe, no tengo
motivación para hacer tareas, no quiero ver televisión, así me olvido del mundo en el que
vivo que es la soledad. Hay un problema grande de fondo, ambos padres, si los hay,
trabajan, el acompañamiento es escaso, las economías son precarias, no hay quien
acompañe en casa. El niño, por tanto, es vulnerable; caen, casi que indefectiblemente, en
los consumos para evadir esos momentos de falta de acompañamiento familiar. Creo que la
escuela sigue teniendo un papel protagónico, nos convertimos, a veces, en el primer hogar,
hay niños que no quieren ir a casa luego de una jornada—.
Cuando se tocó el tema del papel que debe cumplir la escuela en una sociedad, L.E dijo que
cree que la escuela —debería ser el espacio de socialización secundaria donde los seres
humanos van a presenciar y a vivir cómo funciona la vida en sociedad, pero no es así, en
este momento se dice una cosa y se hace otra, porque las pruebas externas que miden un
plantel dejan solo resultados, entonces eso es contraproducente. Por un lado se le quiere
apuntar a la formación pero se le exige al estudiante resultados altos, porque ese resultado
indefectiblemente tiene que ver con aspectos económicos. —No me parece que la escuela
ejerza el papel de formadora integral, creo que aun, seguimos rellenando de conocimientos,
no hay conciencia de un proceso, hay priorización de la parte académica. No desvirtúo,
pues la escuela si muestra un poco de lo que es la vida pero de manera tangencial—.
Por último, cuando invité a la docente a dejar un mensaje para los maestros de Colombia y
del mundo dijo: —al maestro le toca ser muy creativo y transversalizar el currículo,
articular áreas, todas son importantes; en mi caso particular, en mis metodologías, acudo a
la parte afectiva, el estudiante siente confianza y creo que el aprendizaje fluye, en la
confianza y cercanía que se establece entre maestro-estudiante radica muchas veces el
éxito, recuerdo tantas voces de mis estudiantes de la subregión y de la ciudad, cuando los
animaba a seguir adelante alcanzando los sueños, a volar alto, siendo creativos, recursivos,
trascendentes. Educación también es, fuera de movilidad social, trascendencia; salir de lo
pragmático, ir a lo simbólico (lenguaje, arte, religión, ciencia), a lo reflexivo, esa es mi
concepción de educación, esta nos debe convertir en seres más humanos.