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La entrevista como conversación dirigida
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La entrevista como conversación dirigida

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Este volumen recoge una serie de trabajos sobre la entrevista. Se detiene en el análisis de todo lo que la conversación cotidiana ha ido aportando, del pacto de colaboración que se establece cuando el personaje acepta conversar con el periodista (abiertamente o con reticencias); de aquellas entrevistas que están enfocadas como un juego entre los dos interlocutores; de las que tienen apariencia de tales, pero en realidad no se han llevado a cabo (haciendo un guiño de picardía, porque no se pretende engañar a los lectores); de las entrevistas que se salen de los medios (escritos o audiovisuales) y pasan literal o ficcionalmente a los libros; de los diálogos literarios como avanzadilla de otros diálogos que vendrían después; del salto que se ha producido al introducirse con toda naturalidad en el soporte digital que ha irrumpido en los últimos años? Al lado de estos capítulos con mayor carga teórica se aporta el análisis de dos casos concretos (la entrevista de Jesús Hermida al Rey Juan Carlos en 2013 y la imaginaria con la princesa Letizia en el semanario Diez Minutos un año después): en ellas se busca aplicar las normas conocidas a realidades con las que se encuentra el lectoro el espectador.
LanguageEspañol
PublisherUOC
Release dateSep 10, 2016
ISBN9788490649299
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    La entrevista como conversación dirigida - Juan Cantavella Blasco

    Introducción

    Como conclusión de un libro de entrevistas, un periodista confesaba: «Lo poco que sé lo he aprendido preguntando» (Arturo San Agustín, p. 11). Eso mismo lo podemos decir muchos profesionales del periodismo, porque la base de nuestra labor diaria se sustenta en las constantes interrogaciones que dirigimos a las fuentes informativas y en el ansia de saber qué se halla en la base de esa conversación dirigida que es la entrevista.

    En verdad, la pregunta es el fundamento del aprendizaje, porque implica el rechazo de la pasividad y la adopción de una postura activa, por medio de la cual ponemos de manifiesto nuestra voluntad de conocimiento y obtenemos unas respuestas que nos permiten avanzar. Su valor viene de lejos, según Juan Cueto, porque «la filosofía surge como diálogo, la literatura logra su irrepetible momento en el juego novelístico de la conversación decimonónica y el periodismo supera su larga adolescencia cultural con el arte de la entrevista» (Cf. Vicent 1984a: 5). No aprende el que calla y se contenta con las afirmaciones dogmáticas que se le ofrecen, sino el inquieto discípulo o simple interlocutor que necesita profundizar en lo expuesto y ante cada aserto que recibe le sale de dentro un por qué, compuerta que abre paso a un caudal de aclaraciones que le permitirá ver claro lo oscuro e interiorizar lo que hasta entonces se encontraba en el exterior, distante y ajeno.

    Esa es la actitud del periodista que anhela aumentar sus saberes, para sí mismo y para los demás. En el desarrollo de su tarea profesional habla con todos, incita a la confidencia y a la evocación, asienta y contradice, sugiere y provoca, desbarata mentiras y componendas (aunque también «traga» algunas afirmaciones que intuye que no son ciertas), inquiere en suma todo lo que es necesario para que el lector tenga completa información de vidas, hechos y opiniones. No siempre obtiene lo que está indagando, pero sabe que ese es el camino que debe seguir y persiste en la búsqueda.

    Realizar esta tarea durante muchos años me ha dado la oportunidad de tratar a gentes muy diversas, la mayoría de las cuales poseen una gran altura y categoría: novelistas y poetas, filósofos y científicos, políticos y empresarios, policías y ladrones, ancianos y niños han tomado asiento ante mí y han esperado, de buen grado o con reticencias, que formulara mis preguntas para ilustrarme con las muestras de su talento o con retazos de su vida. Si no he aprendido más no ha sido por carencia de maestros, pues al tiempo que actuaba como correa transmisora, he tenido a mi alcance a inmejorables personas para mi deleite y aprendizaje.

    Que la pregunta constituye la médula de las noticias, reportajes o crónicas es algo bien sabido, pero lo que deseo ahora es profundizar en una modalidad de gran aprovechamiento, utilizada con el fin de colocar a los grandes personajes o a los simples mortales ante la presencia de los lectores. La pregunta alcanza en ese diálogo —que hemos dado en llamar entrevista— su cima más alta. La pena es que los periodistas —que estamos obteniendo excelentes resultados con la utilización constante e inteligente de ella— no la hayamos estudiado más a fondo para extraer el centón de posibilidades que alberga.

    Hace ya bastantes años, y por razones tanto académicas como profesionales, tuve ocasión de profundizar en su tratamiento teórico y comprobar la escasa bibliografía existente, lo que me llamó fuertemente la atención. ¿Cómo era posible que una clase de textos tan presentes en las páginas de los periódicos, en las ondas de la radio y en las imágenes de la televisión no hubiera sido estudiada con mayor ahínco? ¿La facilidad y abundancia de entrevistas hace pensar que se trata de algo liviano y sin mayor consistencia? El que las más grandes y sólidas manifestaciones, adornadas por artísticas fotografías, vayan envueltas por el papel satinado de semanarios y suplementos dominicales, ¿aboca a una minusvaloración? ¿O el carácter híbrido de algunas, entre la literatura y el periodismo, lleva a que se desentiendan de ellas los expertos de una y otra ciencia?

    Todas estas preguntas se me agolpaban en la mente y es posible que comenzara entonces mi interés por el estudio de la entrevista y por eso, cuando tuve que elegir un tema para completar los estudios en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense pensé que podría resultar de utilidad, para los demás y para mí, recoger datos, allegar juicios, reunir materiales dispersos, reflexionar sobre la experiencia propia y los recuerdos ajenos, avanzar en suma en la adecuada sistematización de cuanto atañe a este género periodístico. Había un gran espacio de trabajo alrededor de todo ello, pero se trataba de una tarea que preveía sugestiva y gratificante.

    Por fortuna para mí no tenía que partir exactamente de cero, porque sin ser excesivamente numerosos tendría a mi disposición una serie de trabajos que podían allanar el camino en esta búsqueda y en la construcción de los estudios pertinentes. La realidad se contempla muy cómodamente cuando uno puede apoyarse en los demás (recordemos la frase de Isaac Newton, ampliamente glosada por el sociólogo Robert Merton: «Si he llegado a ver más lejos, fue encaramándome a hombros de gigantes»¹). De esta manera es como pude iniciar mi acercamiento a la entrevista (con la ayuda de mi director, el catedrático José Luis Martínez Albertos), que hasta el presente ha dado como fruto dos manuales y una serie de artículos, algunos de los cuales he reunido en este volumen.

    Mi contribución al estudio de este género es considerable (al menos cuantitativamente), pero también otros han demostrado su interés. Precisamente porque a estas alturas contamos con una bibliografía destacable, puedo señalar la escasa atención que se le había prestado hasta entonces, cuando yo comencé a trabajar sobre este tema hace un cuarto de siglo. Los materiales con que se contaba entonces no pasaban del meritorio capítulo de Manuel del Arco sobre la interviú o el que escribió Acosta Montoro en la obra que relaciona periodismo y literatura, que no dejan de ser sugestivos, pero se hallaban un tanto sobrepasados. También son dignos de mención artículos o capítulos dedicados a la entrevista por parte de José Luis L. Aranguren, Sebastià Bernal y Lluís Albert Chillón, César González-Ruano, José Luis Martínez Albertos, Fernando Martínez Vallvey, Pedro Rodríguez o José Francisco Sánchez. La profesora Montse Quesada ya se había distinguido como pionera en el tratamiento moderno de la entrevista, a la que aportó el concepto de creatividad, cuando la tendencia general era seguir los caminos trillados de lo que siempre se había hecho.

    Me decepcionaron, en cambio, algunos manuales estadounidenses, tan pegados a la forma de realización, a la casuística, y a esa confusión tan frecuente entre el género periodístico y la conversación con las fuentes para la consecución de los datos relevantes, los que después se plasmarán en una noticia o un reportaje. Representante de esta tendencia era el único traducido en España —y más consultado de lo que se merece, pero poco más se podía encontrar—, el de Hugh C. Sherwood, publicado en Estados Unidos en 1969.

    Si bien los trabajos monográficos sobre la entrevista no son precisamente abrumadores, en cambio me encontré con una parcela que me resultó muy fructífera, pues no me esperaba el caudal de informaciones que pude obtener. Me refiero a los libros que contienen entrevistas y que siempre se presentan apoyados por una introducción en la que se habla del compañero que las ha realizado, pero donde se deslizan con frecuencia juicios y apreciaciones que he visto recogidos en contadas ocasiones. Se trataba de un campo interesante y escasamente explorado por entonces, que en pocos años ha crecido de forma desmesurada en España y cuya relación obligaría a incluir una bibliografía de cientos y cientos de títulos, porque a estas alturas ya es francamente inmensa: lo curioso del caso es que se inicia apenas llegada la entrevista entre nosotros, lo que denota la popularización que consiguió bien pronto, casi desde el primer momento.

    Además, los entrevistadores suelen hablar mucho de lo que ha sucedido durante o alrededor de su encuentro con el personaje. Hay referencias constantes a las facilidades recibidas o las dificultades que se han tenido que vencer; a la relación con el entrevistado; a las expectativas sobre su figura o cualidades, que se cumplen o quedan frustradas; a las condiciones impuestas para que el diálogo fuera posible... En fin, siempre hay una especie de metaentrevista, remedando el término que acuñó Jakobson al hablar de las funciones del lenguaje.

    1. Tres aportaciones

    Todo este material había que ordenarlo de alguna manera y había que emplear una metodología que lo hiciera asequible a los lectores, ya fueran estudiosos o profesionales. Consecuente con la idea de que no existía una obra de conjunto que recogiera todas las aportaciones anteriores que profundizaban en aspectos parciales o las que se hallaban desperdigadas (en artículos, capítulos o prólogos) mi primer afán consistió en reunir lo disperso y sistematizarlo en torno a los grandes núcleos de reflexión y propuesta en torno a la entrevista. Yo deseaba que este trabajo pudiera ser visto como un status quaestionis, para que permitiera avanzar sobre lo ya dicho, para que los futuros investigadores pudieran partir de un corpus estructurado y completo. Fue el trabajo que presenté al tribunal que me otorgó el título de doctor y de ahí nació mi Manual de la entrevista periodística, que publicó la editorial Ariel en 1996 y reeditó Universitas en 2002, libro que ya va apurando la tercera edición. Uno de los capítulos de aquella tesis lo desarrollé convenientemente y se desprendió otro libro, el que con el título de Historia de la entrevista en la prensa, sacó al mercado la editorial Universitas el año 2002. Como después continué investigando y aparecieron trabajos míos sobre el tema en revistas especializadas, el volumen que el lector tiene ahora en sus manos es mi tercera entrega sobre el tema. Y estoy bien seguro de no agotarlo.

    Por debajo de todas estas publicaciones se halla mi cariño y casi diría mi entusiasmo por la entrevista. Cualquiera puede comprobar que esta se practica en nuestros días con enorme asiduidad en toda clase de publicaciones, incluso como mero entretenimiento y, hasta por parte de locutores o presentadores que no son periodistas, en los medios audiovisuales. Pero los lectores y espectadores aprecian de forma inmediata lo que constituye un cultivo vulgar y adocenado de aquellas manifestaciones dignas, honestas y creativas, dotadas de gracia y personalidad.

    Lo que llama la atención en este contexto de recurso constante a la entrevista es que ha cambiado la consideración hacia ella. Ya no se trata de un género para salir del paso ni una fuente de engaños y manipulaciones, al no reproducir con exactitud y limpieza las palabras del interlocutor, sino que ha crecido la fiabilidad (quizás porque los profesionales son más rigurosos en su práctica y los nuevos periodistas llegan a las redacciones mejor formados en lo que debe ser su escritura)². Ha mejorado la presentación, así como la garra —que no es lo mismo que agresividad— en el encuentro con el personaje.

    Hace algún tiempo el novelista Javier Marías comentaba la actitud poco convencional de William Faulkner en los diálogos periodísticos y la apostillaba de la siguiente manera: «Habló bastante a pesar de todo, y al leer sus entrevistas uno se siente agradecido hacia ese género tan despreciado: a veces es lo único que queda para saber cómo era hablando un personaje público desaparecido; las biografías no suelen saber contarlo» (2001: 281). Hay un reconocimiento, pues, hacia la entrevista y una confianza en que puede aportar un material valioso: las palabras de quienes tienen algo que decir (las de los demás se diluyen como el agua en un cesto y de una manera no menos rápida, pues si repasamos los libros de entrevistas se aprecia qué vacíos se hallan algunos y cuán pronto envejecen ciertos diálogos que un día publicó la prensa en olor de multitudes).

    Precisamente porque la entrevista se ha convertido en una clase de texto periodístico muy útil, fiable y apreciado por los lectores, debemos aumentar la exigencia en la realización cotidiana y esta actitud se tendrá que apoyar en el estudio teórico profundo, perseverante, abarcador, innovador, que tenga en cuenta lo que ha sido en el pasado y las tendencias que se observan o es posible insinuar para el futuro. Todo ello bajo supuestos metodológicos impecables, con rigor académico, pero también sin crear excesiva distancia entre la investigación y el ejercicio práctico.

    La entrevista desempeña un papel privilegiado en el conjunto de la comunicación periodística, tanto por la información directa y cálida que se desprende de la llamada de declaraciones, como la intimista y subyugante que puede alcanzarse con la de personalidad. El periodista se ha convertido, a través de este derecho aceptado por la sociedad a lanzar preguntas y en cierto modo exigir respuestas, en la voz y en los oídos de los lectores que no se encuentran en situación de acceder a los personajes públicos o a quienes en un momento dado protagonizan la actualidad³. Apartemos una sombra que está velando nuestro entusiasmo sobre su poderío y es la poca ambición con que se cultiva en algunos de los periódicos digitales.

    En cualquier caso el diálogo será tanto más provechoso y atractivo cuanta mayor identificación se produzca entre lo que los lectores quisieran preguntar y lo que en realidad inquiere el periodista. Si este es capaz de ponerse en el lugar de quienes le van a leer y presentar aquellas cuestiones que atraen a la opinión pública, semejantes hasta en el tono a lo que la gente se plantea, se produce una coincidencia de intereses, una identificación de preocupaciones o curiosidades que los seguidores agradecen.

    Por otra parte, en la forma de desarrollar el interrogatorio se pone de manifiesto una dependencia muy notable del arte de la conversación. Desde su origen, la entrevista periodística se encuentra ligada a los modos y maneras de lo que constituye el diálogo habitual entre las gentes que se interesan por lo que hace o piensa el prójimo y expresan su interés por lo que les rodea, especialmente las personas de su entorno. El periodista que es capaz de trasladar este hábito conversacional cuando le cumple llevar a cabo una entrevista habrá ganado muchos puntos, tanto delante de quienes le siguen, como ante la persona a la que debe incitar con sus preguntas o indicaciones a que se manifieste como verdaderamente es o como realmente piensa.

    No hay que olvidar que, como decía el gran entrevistador Manuel del Arco, una interviú no es más que una conversación llevada a la letra impresa. Pero, eso sí, el periodista sostiene las riendas de la charla para que su interlocutor se exprese con libertad, amplitud y buen juicio, sin marcarle una dirección determinada, sino exigiéndole tan solo que no se desentienda del sumo precepto de la verdad.

    Todo ello lo realiza el periodista consciente a través de un proceso que pasa por tres estadios: la preparación, la ejecución y la escritura. La primera de ellas consiste, como habrán adivinado, en ponerse en las mejores condiciones de conocimientos para que el encuentro resulte lo más fructífero posible. La ignorancia va en detrimento del provecho que se puede obtener, ya que cuando el entrevistado la percibe —y eso es algo de difícil disimulo— se desvanece el interés por explicar interioridades o cuestiones profundas a quien no se ha tomado la molestia de documentarse previamente en condiciones.

    Una vez realizado este trabajo previo, se desarrolla el diálogo con la persona cuyas palabras apetecemos. Es, a mi juicio, el momento más comprometido, puesto que en los quince minutos o en las tres horas que dura el encuentro tenemos que ser capaces de obtener toda la información o las opiniones que nuestros lectores están aguardando conocer. Se necesita desarrollar una serie de habilidades que nos ayuden en nuestra tarea, así como hacer uso de una pericia psicológica que nos permita dirigir de la mejor manera posible las preguntas.

    Por último, aquella conversación impresa en la memoria, anotada o grabada debemos escribirla para que pueda ser conocida por nuestros lectores. Aquí hay que desarrollar otra serie de destrezas, en relación con el lenguaje empleado, con la atracción con que presentemos el texto y con la fidelidad al desarrollo del encuentro. No caben manipulaciones, prepotencias o agresividad innecesaria, sino absoluto respeto a lo acontecido y a lo hablado.

    2. Caminos innovadores

    De ahí obtendríamos una entrevista correcta y digna, pero quizá en nuestros días sea indispensable dar un paso más. Antes aludíamos al concepto de creatividad —que Montserrat Quesada supo explorar con provecho en su libro— y por este camino debería ir la tendencia de las entrevistas que deseen presentarse con mayor prestancia. Que no se refiere tan solo a una forma original de redactarlas, sino también al desarrollo de una dedicación muy notable en la preparación y una capacidad destacada para obtener los mejores resultados en el diálogo. La exigencia personal, la competitividad entre los medios y los profesionales y el frecuente salto de la literatura al periodismo y viceversa son aspectos que pueden influir positivamente en la mayor dignificación y caminos innovadores que tome el género en el futuro. Resultados que se han podido apreciar en los trabajos de notables entrevistadores como Adelardo Fernández Arias, César González-Ruano, Marino Gómez Santos, Pedro Rodríguez, Rosa María Echeverría, José González Cano, Baltasar Porcel, Montserrat Roig, Ignacio Carrión, Oriana Fallaci, Soledad Alameda, Jesús Quintero, Juan Cruz, Jordi Évole, Concha García Campoy o Ana Pastor que aquí o en otros lugares hemos desmenuzado.

    Muchos de ellos han sabido profundizar en la llamada entrevista de personalidad, la que hemos presentado como «la forma plena del comunicación interactiva entre el periodista y el personaje para información, enseñanza o deleite del lector» (1996: 46), donde lo más importante es llegar a penetrar en los estratos más íntimos del entrevistado. Es la forma más difícil y comprometida (pausada en su realización e intensa en la escritura), pero también la más apreciada por los lectores que las buscan en el despliegue de las revistas y suplementos dominicales de los diarios como su lugar natural.

    A su lado convive la entrevista de declaraciones, más frecuente, sencilla, breve y fácil de leer —una especie de entrevista de batalla—, pero no por ello menos digna y respetable, si se ponen los cinco sentidos en su realización. No basta enviar al botones para sacarla adelante, como ironizaba González-Ruano (Acosta I: 100), pionero de una serie de tratadistas que han dedicado a esta forma una sarta de calificativos poco gloriosos. Son muchos compañeros los que la han practicado en miles de días, intensos y esforzados en la búsqueda del personaje, tratando de dotarla de viveza y, si no era posible la originalidad, al menos que no careciera nunca de interés por las preguntas y las respuestas. Siempre con la inmediatez, el dinamismo y el acercamiento a los hechos que conforman la actualidad.

    No son estas las únicas maneras posibles de entrevista. En un estudio que se pretende lo más exhaustivo posible hay que mencionar formas menos habituales, pero que todavía mantienen una cierta presencia en los medios, después de épocas de ejercicio constante. Nos referimos a la entrevista de fórmulas establecidas (el célebre «cuestionario Proust», pero hay otros) y a la fingida, de la que han caído en desuso presentaciones rancias, mientras que se mantienen adaptaciones y derivaciones más en consonancia con nuestro tiempo. En estos días las hay que se han ido deslizando con ímpetu hacia el juego y el entretenimiento, o sea hacia el estilo ameno, más que a la mera información, según la antigua clasificación del maestro Dovifat. Ante esta última nos hemos detenido aquí, porque merece que se ponga de relieve la fuerza y el interés de que está dotada, naturalmente siempre que seamos capaces de sacarle la fibra y el vigor que lleva dentro.

    Por otra parte, creo que si bien se ha avanzado considerablemente en el estudio de la historia del periodismo y en el estudio de los géneros periodísticos, en cambio se habían dado pasos contados para unir ambas materias y establecer la historia y el desarrollo de cada uno de los géneros informativos. Desde las entrevistas de Azorín a las de Rosa Montero se ha pasado por estadios muy diferentes y es bueno contemplar una evolución que pasa por Luis Morote, Carmen de Burgos, José López Pinillos, El Caballero Audaz, César González-Ruano, Josefina Carabias, Fernando Castán Palomar, Santiago Córdoba, Manuel del Arco o Camilo José Cela. Era necesario abordar esta evolución, por lo que desarrollé un estudio diacrónico en mi Historia de la entrevista en la prensa.

    Expongo allí que la entrevista nació en la primera mitad del siglo XIX en Estados Unidos, aunque observa una dependencia de las transcripciones judiciales que se puso de moda trasladar a los lectores, tanto allí como en Inglaterra. En España prendió con fuerza a finales de aquel siglo y ha tenido cultivadores notables en la siguiente centuria. En las últimas décadas se ha implantado con mayor fuerza todavía y en su cultivo específico han destacado numerosos periodistas, con una inclinación notable de las mujeres hacia la entrevista de personalidad.

    Este volumen que el lector tiene en sus manos recoge una serie de trabajos inéditos o ya publicados sobre la entrevista, pero en ese caso «inencontrables» en su mayor parte. Nos hemos detenido en el análisis de todo lo que la conversación cotidiana ha ido aportando, del pacto de colaboración que se establece cuando el personaje acepta conversar con el periodista (abiertamente o con reticencias); de aquellas entrevistas que están enfocadas como un juego entre los dos interlocutores; de las que tienen apariencia de tales, pero en realidad no se han llevado a cabo (pero haciendo un guiño de picardía, porque no se pretende engañar a los lectores); de las entrevistas que se salen de los medios (escritos o audiovisuales) y pasan literal o ficcionalmente a los libros; de los diálogos literarios como avanzadilla de otros diálogos que vendrían después; del salto que se ha producido al introducirse con toda naturalidad en el soporte digital que ha irrumpido en los últimos años... Al lado de estos capítulos con mayor carga teórica se aporta el análisis de dos casos concretos, donde se busca aplicar las normas conocidas a realidades con las que se encuentra el lector o el

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