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Trabajo Practico Numero 2:

Presentación Resumida:
Halperin Donghi; Xavier-Guerra y Antonio Annino.

Materia: Historia Americana II.


Profesora Titula: Elizabet Ekkert.
Docente Reemplazante: Analía Molinari
Carrera: Profesorado en educación secundaria de Historia; Tercer Año.
Fecha de Entrega: 18/6/2021.

Halperin Donghi; La Larga Espera: 1825-1850


La/s guerras/s de independencia hispanoamericanas, finalizadas en el año de 1825 causaron el
agotamiento general del orden colonial en América Latina. De esto se esperaba, por parte de los
contemporáneos que surgiese un nuevo orden, que se demoraría en aparecer. Pero, el que no se
produzcan los cambios esperados lleva a pensar a los estudiosos que la guerra de independencia
ha generado una ruptura no lo suficientemente profunda con el antiguo orden. Se han producido
cambios diferentes a los esperados, mas no menos importantes, de los cuales son conscientes
aquellos a los que les toca vivirlos cotidianamente.
Entonces ¿Cuáles son los cambios que se produjeron en la vida hispanoamericana? Pues bien,
no hay sector de esta que no se haya visto alterado.
Podemos comenzar hablando sobre la violencia. Que las revoluciones no triunfasen de
inmediato lleva a una prolongación e intensificación del conflicto armado entre revolucionarios
y contrarrevolucionarios; esto implica una extensión de la movilización armada. La violencia
pasa a ser algo de la vida cotidiana, y la militarización sobrevivirá a la guerra. Remedio costoso
e inseguro, pues quienes "consagran su espada a defender la república" para hacerlo pueden
llegar a ver necesario el derrocarla. Quienes invocan y organizan a grupos armados se ven
obligados a gastar aún más en armas para mantener el favor de los jefes de estos, a fin de evitar
que se independicen, lo que lleva a vaciar aún más las arcas. Las nuevas repúblicas llegan a la
independencia con nutridos grupos armados, y al no atreverse a desmovilizarlos y viéndose
obligados a seguir pagándoles, la violencia se vuelve el medio para obtener más recursos de
países ya arruinados
Otro aspecto que ha cambiado es el de la democratización de la sociedad. Pese a que los nuevos
estados se resisten a abolir la esclavitud, la guerra los lleva a pagar manumisiones a fin de que
los nuevos libertos engrosen las filas de los ejércitos revolucionarios. A la larga, la esclavitud
decrece en las zonas urbanas (especialmente la domestica) y pese a que perdura la dedicada a
las plantaciones, está a perdido parte de su eficacia. La reposición será otro problema pues, con
la trata abolida, la esclavitud no sobrevivirá a esta mucho tiempo. No será hasta que la
esclavitud pierda su importancia, que esta será abolida, más la abolición no lograra que los
negros liberados sean integrados a la sociedad en calidad de iguales por la sociedad blanca.
La revolución también cambiara el sentido de la división de castas. Si bien tardara en
desaparecer de los registros legales y resistirá mejor en los hechos, comunidades labriegas de
indios pobres, incapaces de defenderse de fuertes presiones para expropiar sus tierras; se verán
protegidas por la coyuntura: los sectores altos urbanos se encuentran debilitados, y la falta de la
expansión del consumo interno y de la exportación agrícola volverán poco codiciables las tierras
indias.
El equilibrio de poder político entre las elites también ha cambiado. La movilización en grandes
números produjo un nuevo equilibrio de poder, en el que el numero cuenta más que antes, lo
que favorece a la población rural, abrumadoramente mayoritaria. Dado que el curso del proceso
revolucionario perjudicará de manera más directa a las élites urbanas, siendo los primeros en
sufrir la represión (revolucionaria o realista), o empobreciéndose a causa de los gastos de la
guerra. El sector terrateniente, subordinado por el orden colonial, ascenderá en la sociedad
posrevolucionaria. Y si bien, la guerra consumirá desenfrenadamente los ganados y frutos de las
tierras que atraviesa, la tierra queda intacta, a partir de la cual los terratenientes podrán rehacer
sus fortunas, incluso más fácilmente dado que su peso político es ahora mayor. Mas las élites
urbanas no solo perderán en riqueza; perderán el prestigio del sistema institucional con que se
identificaban y pretendían conquistar con la revolución: en la lucha se ha perdido lo que debió
ser el premio de los vencedores.
La Iglesia tampoco se salvará de los cambios que la revolución acarreara: debe poner su
elocuencia al servicio de la causa revolucionaria, de lo contrario se enfrentan a la depuración,
expulsión, prisión, reemplazo por sacerdotes que adhieran al poder civil; esto transformara al
clero hispanoamericano y a la relación de este con el poder político. El patriotismo de los
nuevos dirigentes de la Iglesia en América los lleva a donar buena parte de su patrimonio
material, lo que causara su empobrecimiento y subordinación al poder político. Con la Iglesia de
Indias aislada de Roma, las dignidades eclesiásticas perderán sus ventajas materiales que
conllevan y aún peor, perderán buena parte de su prestigio.
Las élites urbanas, debilitadas, deben someterse al nuevo poder político de núcleo militar,
poniendo a su disposición sus dotes administrativas como vía de supervivencia. Sigue siendo
necesario el apoyo del poder político administrativo para adquirir y conservar la riqueza. La
guerra se acompañará de una gran transformación de las estructuras mercantiles, a causa de la
libertad de comercio impuesta por los gobiernos revolucionarios, y la ruptura de los circuitos
comerciales coloniales.
También habrá una nueva relación con Europa, ya rotos los lazos de dependencia e instituida la
libertad de comercio. Dada la ausencia de orden en Hispanoamérica tras la guerra
revolucionaria, los países europeos se vuelven reticentes a invertir allí. Si algo interesa de
América a una Europa que comienza a transitar la Revolución Industrial, es el encontrar una
"desembocadura" para sus exportaciones, lo que lleva al dominio de los circuitos mercantiles
por parte de las metrópolis. La consecuencia de entrar en contacto directo con una Europa
industrializada es que los sectores mercantiles americanos, debilitados por su división entre
peninsulares y criollos, el derrumbe de los circuitos comerciales coloniales, y por las presiones
de un estado indigente, no podrán resistir a los conquistadores ultramarinos del mercado. En
toda Hispanoamérica, la parte más rica y prestigiosa del comercio quedara en manos
extranjeras.
En lo económico, en casi todas partes el comercio se estancó, siendo el nivel del comercio
internacional de 1850 poco mayor que el de 1810; esta es una situación general cuyas
variaciones locales son muy importantes. Pero aquellas regiones que posean el germen de una
estructura económica orientada a ultramar compensaran las desventajas del nuevo clima político
y social con las ventajas que les aporta la nueva organización comercial, y así lograran
afirmarse.

Xavier-Guerra; El Soberano y su Reino.


Ciudadano y Nación se constituirán como oposición al monarca absoluto: la nación, con su
soberanía colectiva desplazarán a la del rey; y el ciudadano será el componente elemental de
este nuevo soberano.
Ciudadano, nación, elecciones, régimen representativo, igualdad ante la ley, derechos del
hombre; elementos constitutivos de nuestros modelos políticos actuales son realidades nuevas y
deben ser estudiadas como invención social. debemos entender que el ciudadano moderno no
será el mismo que el de las repúblicas de la antigüedad clásica o del medioevo, ni la nación
moderna equivaldrá a la del antiguo régimen, ni la representación funcionará igual en
sociedades tradicionales y modernas.
Durante la época de la independencia hispanoamericana, la modernidad irrumpirá en el mundo
ibérico, entonces se definirá por primera vez al ciudadano moderno. El triunfo de la política
moderna es inseparable de la disolución de la monarquía; coincidiendo el nacimiento del
ciudadano y la creación de nuevas naciones.
En las primeras fases de las revoluciones hispánicas dominaran los problemas de soberanía,
representación y nación: dado que la crisis tiene su origen en la abdicación forzada del rey a
favor de Napoleón y el rechazo a la nueva dinastía francesa, lo primero es justificar la
resistencia al invasor y organizar un gobierno que colme el vacío del rey ausente. Al reasumir la
soberanía se afirmarán los derechos de la colectividad: se proclaman los derechos de la nación,
de la soberanía colectiva. En el mundo hispánico la nación se afirma contra un adversario
exterior: primero contra Napoleón, luego contra la España Peninsular. Esta afirmación externa
será compatible con la tenaz persistencia de imaginarios tradicionales; las mutaciones culturales
y políticas se darán como resultado de circunstancias exteriores inesperadas. Esto explicara la
victoria de la modernidad política en sociedades que aun son del antiguo régimen.
La definición de nación provocara el enfrentamiento entre españoles y americanos, la
desintegración de la monarquía hispánica y una enorme dificultad para definir territorialmente
la nación en la América independiente. Aquí aparecerán las principales diferencias entre
españoles y americanos: los primeros imaginan la nación en su gran mayoría como unitaria; los
segundos, plural, como un conjunto de pueblos. Esta segunda visión explica la constante
demanda americana de igualdad entre los continentes, manifestada en las reivindicaciones
americanas de igualdad de representación en las instituciones centrales de la monarquía.
El pueblo que reasumirá la soberanía y constituye juntas de gobierno en 1809 y 1810 remite al
cuerpo político de una ciudad, reunido en cabildo abierto: cada ciudad capital actúa en nombre
de una provincia o reino; y los vecinos principales actúan en nombre de la ciudad. Disuelta la
nación española por la ausencia de un gobierno legítimo, los pueblos serán el punto de partida
para construir la nación.
En la Corte de Cádiz se precisará la diferencia entre el vecino y el ciudadano moderno ¿La
ruptura entre la antigua concepción y la nueva es ya un hecho, o se trata más bien de un ideal en
competencia con otras concepciones tradicionales más extendidas? La figura del vecino,
ciudadano de las monarquías de antiguo régimen, se caracteriza por atributos que se oponen a
las del ciudadano moderno: implica poseer un estatuto particular dentro del reino; ser miembro
de pleno derecho de una comunidad política dotada de privilegios. No todos los habitantes del
reino son vecinos de una ciudad. Ser vecino implica gozar de un estatuto privilegiado, lo que
implica desigualdad, la cual puede darse incluso entre vecinos de una misma ciudad. La
ciudadanía premoderna es inseparable de una estructura y concepción jerárquicas de la
sociedad.
La Constitución de Cádiz plantea los elementos que determinan al ciudadano moderno. Ya se ha
adoptado el imaginario moderno de nación compuesta por individuos; estos nombran a los
"diputados de la nación", sin implicar cuerpos o estamentos. El diputado no es representante de
la circunscripción que lo ha elegido, sino de la nación, colectividad única y abstracta. El
ciudadano será un nacional, opuesto al extranjero, sujeto de derechos civiles y titular de
derechos políticos.
La condición de ciudadano es independiente del estatuto personal y del lugar de residencia. Su
universalidad es casi total, con las únicas excepciones de la distinción que responde a la lógica
moderna: a la distinción entre derechos civiles y derechos políticos.
Estos atributos de la modernidad representan una ruptura radical con el imaginario
prerrevolucionario. Las confusiones continuas entre los hombres de la época cuando manejan
estas cuestiones indica que muchas de ellas, aun siendo nuevas, han sido formuladas a partir del
imaginario tradicional. Si la nación moderna es concebida como una vasta nación, los atributos
del ciudadano remiten, generalizándolos y abstrayéndolos, a los del vecino. La ciudadanía
moderna se sigue considerando un estatuto privilegiado, muy amplio, pero privilegiado.

Antonio Annino; Ciudadanía VS Gobernabilidad Republicana en Mexico:


Existió una difícil relación entre ciudadanía y gobernabilidad en el México republicano.
Entendamos "Gobernabilidad" como capacidad de las autoridades para hacerse obedecer sin
recurrir al uso de la fuerza.
La idea de que la sociedad no estaba lo bastante educada para practicar correctamente los
principios liberales se arraigó poderosamente entre las élites mexicanas por la presencia de una
población considerada incapaz de practicar positivamente los derechos democráticos concedidos
en la independencia. Los límites de la gobernabilidad republicana se atribuyeron a la debilidad
de la ciudadanía moderna y su carácter ajeno a la cultura de las clases populares. Pero no fue su
debilidad, sino su fuerza la que creo los mayores problemas de gobernabilidad. La ciudadanía
liberal se difundió desde antes de la independencia. Existió en México un "liberalismo popular",
muy distinto al de las élites, pero no menos importante para entender los problemas de la
gobernabilidad.
Las comunidades indígenas intentaron, con cierto éxito, contener las amenazas más peligrosas
para su identidad, durante algunas décadas. Este éxito fue favorecido por un proceso llamado
"desliz de la ciudadanía", que involucro también a pueblos no indígenas. Este proceso no habría
sido posible si la carta de Cádiz no presentara ciertas "brechas" institucionales. Estas "brechas"
indican que el desliz fue un proceso legal.
En la Constitución de Cádiz, el nuevo ciudadano liberal en efecto fue el vecino: no se modificó
su definición anterior, solo se extendió a los indios. Al constitucionalizar la vecindad preliberal,
y con ella el principio de notoriedad social, la carta gaditana transformo la comunidad local en
fuente de nuevos derechos políticos. Si también el indio es un vecino-ciudadano, entonces la
comunidad indígena se vuelve fuente de derechos constitucionales, como la blanca .
Las autoridades coloniales mexicanas comprendieron que la carta gaditana era un recurso
estratégico en la lucha contra las insurgencias de Hidalgo y Morelos, porque podía satisfacer las
demandas autonomistas de las sociedades locales. Esta decisión política explica la excepcional
difusión, en pocos años, de los nuevos municipios constitucionales entre los pueblos.
Este proceso fue conducido por las autoridades coloniales y NO por las élites criollas. Mientras
los pueblos se legitimaron con las elecciones del nuevo orden liberal, anterior a la
independencia, las élites deberían buscar su legitimidad tras la caída de la colonia. La
Constitución de 1824 solo modifico la forma de gobierno. Respecto a la ciudadanía y el voto
aceptó casi completamente el modelo gaditano: la ciudadanía liberal se difundió y consolidó
ANTES de la república liberal.
En 1812 la carta de Cádiz decretó que los funcionarios conservarían las causas fiscal y militar
mientras la civil y criminal pasarían a una nueva estructura, los jueces de paz, introduciéndose a
nivel local la división de poderes, pero esto no sería posible por la guerra y la escasez de
recursos financieros. Se creó un vació jurisdiccional que fue llenado por los nuevos
ayuntamientos. En el terreno de la justicia: el municipio efectivo se transformó en un poder
jurisdiccional autónomo, dando a la ciudadanía el valor de un derecho al autogobierno local.
Los documentos sobre elecciones municipales en los años gaditanos informan que alcaldes y
regidores fungían también como jueces, y no solo en los municipios indígenas. El paso de los
poderes del Estado a las sociedades locales fue masivo y generalizado.
La pluralidad de significados y de superposiciones semánticas logro articular la ciudadanía con
la cuestión de la tierra. Muchas propiedades comunitarias pasaron a la administración de los
nuevos municipios. El municipio liberal, con la posibilidad que ofrecía de reubicar las tierras
bajo su jurisdicción, se convirtió en un instrumento de las comunidades para defenderse de los
aspectos más amenazantes de la igualdad liberal. Tierra, justicia y ciudadanía estructuraron un
sujeto institucional distinto del proyectado en la Constitución, expresión directa de los intereses
de las culturas locales mexicanas. Todo este cambio institucional se realizó al margen del
control del Estado colonial y de las élites criollas.

El constitucionalismo gaditano en México legitimó la convicción de que la retroversión de la


soberanía debía beneficiar a toda la sociedad organizada y no solo a los cabildos de las ciudades
más importantes. Muchas décadas después de Cádiz, los municipios mexicanos continuarían
revindicando el derecho de aceptar o no la autoridad del gobierno, expresando un
contractualismo de la vieja monarquía católica, que se superponía al liberalismo.
El Plan de Iguala es una síntesis bastante coherente de los dilemas abiertos por la primera
experiencia constitucional: Iturbide mantuvo en vigor la Constitución de Cádiz, pero su avance
hacia la capital fue acompañado por pactos políticos con los nuevos municipios, que exigieron
garantías para defender la propia autonomía territorial. La crisis del imperio de Iturbide
reproduce esta fisiología contractualista: el bando anti-iturbidistas republicano se organizó por
medio de otro pacto entre parte del ejército y una serie de municipios, pacto formalizado en dos
planes: el de Veracruz y el de Casa Mata. Con el pacto de Veracruz aparecía en escena el
levantamiento.
El levantamiento fue una expresión compleja de la relación entre liberalismo y contractualismo
instaurada en México. La práctica conservo un alto grado de legitimidad en la mentalidad
colectiva y de formalización institucional de sus procedimientos. Cada levantamiento era
precedido de un plan que definía la futura forma de gobierno que más adelante las asambleas
constituyentes iban a institucionalizar. La legitimidad del plan estaba en las actas de adhesión de
los municipios y estados, sin distinción jerárquica entre unos y otros. Estas actas eran redactadas
en asambleas públicas de vecinos con procedimientos rigurosamente formalizados. La
naturaleza del levantamiento era fuertemente contractualista. El Estado mexicano heredó la
soberanía, no de la monarquía española, sino de cuerpos territoriales que se sentían libres de
romper su pacto de subordinación a los gobiernos.

La difusión de la ciudadanía liberal dio lugar a significados diversos y articuló otros tantos
derechos. Esta pluralidad creó los mayores problemas de gobernabilidad republicana. La
difusión generó los principales mecanismos de inestabilidad política, y no a la inversa. La
estructura social comunitaria desempeño un papel fundamental. Estos fenómenos plantearon un
desafió muy difícil a las élites: el de lograr controlarla como practica social. La ciudadanía no
desarrolló un sentido de pertenencia al estado, sino que reforzó y legitimó la resistencia contra
él. Al difundirse la ciudadanía por medio de los municipios, cambio las relaciones de poder de
los grupos entre sí, y entre estos y el Estado, cambiando en algo al antiguo régimen mexicano.

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