Fueron muchas las batallas en las que nuestros héroes de la
Independencia demostraron, poniendo en juego sus vidas y un espíritu de sacrificio rayano con el ascetismo, que la fuerza de los ideales supera cualquier desventaja material en la lucha. Sin embargo, la batalla de Tucumán, tiene además otros ingredientes que la hacen muy especial: Se libró el mismo día dedicado a la Virgen de la Merced, de quién el General Belgrano fue desde siempre ferviente devoto; además, debido a un pedido de la valiente población de la ciudad de Tucumán, éste tuvo que desobedecer la orden, del Triunvirato, de retirarse hacia Córdoba; y por último, el resultado de esta batalla evitó que las provincias del norte argentino se perdieran para siempre, salvando el destino de la Revolución de Mayo. El milagro pedido en tantas oraciones de este pueblo devoto se había cristalizado. Cuenta el general Paz, en sus “Memorias”, que cuando se realizó la procesión, que se había postergado a causa del combate, Belgrano depositó su bastón de mando en las manos de la Virgen de la Merced, declarándola “Generala del Ejército”. Es importante destacar el grado de valentía, de arrojo y de fe de nuestros hombres en su lucha por la libertad, sobreponiéndose a circunstancias tan adversas que hacían parecer que se luchaba por un sueño irrealizable, una verdadera utopía. En estos tiempos que nos tocan vivir, es necesario armarse de valentía para seguir luchando por la libertad. Gozamos de libertad política, es cierto, pero sabemos que aún no logramos alcanzar la total dignidad de hombres libres, porque todavía existen desigualdades estructurales y una sumatoria de egoísmos individuales, en la que aportamos, seguramente, nuestro granito de arena. Pensar en un cambio, nos parece una utopía irrealizable. Dejemos, entonces, que el espíritu de lucha y de fe, de Belgrano y sus soldados, nos guíe y nos aliente para no desfallecer, para no dejarnos arrastrar por la corriente hacia el ostracismo y el abandono de los ideales.