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Habría que empezar diciendo que la opinión de la actriz Victoria Abril sobre la
plaga coronavírica tiene el mismo valor que –pongamos por caso– la opinión
del actor Javier Bardem sobre el cambio climático. Sin embargo, las paridas y
lugares comunes sobre el cambio climático que el actor Javier Bardem repite
como un lorito desde las tribunas más encumbradas son consideradas dogma
de fe por los biempensantes. Puede que la actriz Victoria Abril soltase también
algunas paridas sobre la plaga coronavírica; pero, al menos, no prodigó los
lugares comunes pestíferos que suelen soltar sus compañeros de profesión
(más pestíferos cuanto más famosos son). Y, junto con algunas paridas y
observaciones dudosas, Victoria Abril soltó también algunas verdades como
templos que merecen nuestra consideración; y, en algunos casos, nuestro
aplauso ante su valentía, pues por atreverse a pronunciarlas firmará en los
próximos años menos contratos (que se repartirán las actrices que ensarten
con mayor entusiasmo las paparruchas sistémicas que interesan a los que
mandan). Por lo demás, las paridas y observaciones dudosas que Victoria Abril
deslizó en sus declaraciones se pueden refutar tranquilamente, sin necesidad
de desprestigiarla, como hacen los jenízaros del discurso oficial que pretenden
convertirnos en ‘tragacionistas’; o sea, en botarates que se tragan las versiones
oficiales y las repiten como loritos o actores comprometidos (con su bolsillo y
con la bazofia sistémica circulante).
Sólo los tragacionistas se niegan a admitir que las vacunas son una
terapia experimental que se está administrando sin cumplir los plazos y
los protocolos de seguridad establecidos y cuyos efectos secundarios no
se han explorado suficientemente (aunque, desde luego, sus efectos
bursátiles sean de sobra conocidos)
Son estos tragacionistas, pues, los auténticos negacionistas, que con tal de
sentirse abrigaditos en el rebaño renuncian a la ‘nefasta manía de pensar’.
Pues el ‘negacionismo’, aparte de un empeño desquiciado en prescindir de la
realidad, es también un anhelo gregario, una penosa necesidad de buscar
protección y falsa seguridad en conductas tribales. Y no hay conducta más
tribal que tragarse las versiones oficiales sin someterlas a juicio crítico,
señalando además como réprobos a quienes osan ponerlas en entredicho. Tal
vez esos réprobos suelten de vez en cuando alguna parida; pero al menos no
regurgitan el pienso que se reparte a los borregos.