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El poeta de abundante barba y cabello entrecano caminaba distraídamente por las calles yendo de

regreso a su casa después de ensayar para el desfile anual. Amaba volver a su vieja pasión, la
música, para honrar su herencia pensar en que cada miembro de su clan era como su familia.
Sonrió al pensar en que vería también a la más joven de sus hijas, que se había casado con un
miembro de un clan amigo y no se perdía el desfile jamás. Sin embargo, lo que más feliz lo hacia
era hacer cada cosa que amaba, la música y sus amigas, las palabras.

Llegó a su casa media hora más tarde y encontró una nota de su hija preguntándole si podía
visitarlo al día siguiente. Solían molestarle los planes de última hora pero, si ella se lo pedía, no
tenía corazón para negarse.

Fue a preparar una taza de té y abrir su corazón para leer el último libro de William Cowper, poeta
desconocido que lo había emocionado desde el primer día. Su mente estaba dividida entre la
realidad de su casa medianamente iluminada y las calles atiborradas de gente que vería la
siguiente semana.

El agua hirvió, se sirvió el té y se sentó a la mesa a bebérselo y leer esos poemas que, por tanto
tiempo, lo habían conmovido.

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