El crecimiento demográfico es común a todos los pueblos europeos, siendo causa y
consecuencia del desarrollo económico. Se impuso, sobre todo en Europa Occidental un régimen demográfico nuevo definido por la disminución rápida de la natalidad, cuya tasa desciende en los países industrializados se mantiene en un 30% y por la disminución más rápida de la tasa de mortalidad, poniéndose entre 10 y 20 % como consecuencia de una mayor higiene, mejor alimentación y progreso de la sanidad. En las zonas más orientales descendía un poco la mortalidad, pero se mantenía la natalidad muy alta, siendo el crecimiento más elevado y la población, joven. Una nueva oleada migratoria llevaba a las personas de las zonas más orientales de Europa al Centro y a América. La población europea crecía de forma desigual: aumentaba más en Gran Bretaña (52%), Alemania (60%) o Rusia, que dobló la población entre 1850 y 1900. EEUU que tenía 32 millones en 1860 pasó a 98 en 1914. Los países con más fuerte emigración fueron: Gran Bretaña hasta 1890; Alemania hasta 1881; Italia desde 1880 y Europa Oriental en el mismo período. Los países receptores principales eran EEUU, Canadá, Brasil, Argentina, Australia, Nueva Zelanda y África del Sur. Se trata de nuevas potencias económicas que se desarrollan y compiten con las europeas. El desarrollo urbano es otro fenómeno asociado. En Europa, las ciudades crecieron más que nunca. A finales del XIX había 7 ciudades europeas con más de un millón de habitantes y en Europa occidental ya era la población urbana mayor que la rural. Sobre todo, en las ciudades, aumenta el nivel de vida en general, aunque no de forma homogénea y se dispone de una mejor sanidad, alimentación, información o educación. También se desarrollan los barrios obreros con sus chabolas y su problema de hacinamiento.