Por: Osky Amaya publicado en APRENDIENDO DE LA GUERRA DEL CHACO (1932-
1935).
A inicios de la guerra, un valiente soldado boliviano demuestra su amor profundo a su
madre y a su patria y pide a Dios que lo proteja.
"Villamontes, 26 de Julio de 1932.-- Señora Olimpa G. de Prudencio.--Cochabamba.--
Querida mamita: de Tarija te escribí una carta, no se si la has recibido, hoy pasé al fortín Muñoz, te ruego mamitay que no sufras porque como en mi sangre corre sangre boliviana voy a cumplir con mi deber para el suelo en que nací. Ora a Dios para que todo combate salga triunfante, para así llegar al país de los "pata-pilas" y enseñarles lo que es meterse con los bolivianos. Todos vamos como los leones hambrientos que van a devorar su presa y quiere el Hacedor volvamos a nuestros hogares como verdaderos héroes después de cumplir aquel sagrado que tenemos todos para nuestra patria. Si muero, moriré por defender mi bandera y a tí madre querida que estás representada en ella. Miles de besos a mis hermanitos, mi papá, y tu recibe el corazón del hijo que te ama: René.
Carta de un soldado boliviano a su enamorada, hizo este relato de la Batalla de Alihuatá:
" El enemigo nos ataca todos los días. Se le hace muchas bajas. Se siente muy mal olor. Los pilar no pueden retirar los cadáveres de quienes mueren al tratar de llegar a nuestras trincheras. Es necesario que sepas todo lo que me pasa aquí, para que cuando regrese no te extrañez al comprobar que el niño iluso y romántico que se separó de tu lado, ya no es el mismo. Es necesario que tú y todos los de retaguardia sepan cómo esta guerra nos está afectando física y moralmente, para que a nuestra vuelta no nos reciban como a extraños. Anteayer ocurrió algo horrible. Los paraguayos seguían insistiendo en romper nuestra línea y nosotros en defenderla. Poco antes del atardecer, atacaron otra vez más. Yo estaba en un agujero armado con una ametralladora liviana. De pronto oí gritos y vi sombras de color verde oivo que avanzaban ocultándose detrás de los árboles. Disparé mi arma y la volvía a cargar. Vi nítida la silueta de un soldado paraguayo que se lanzaba en carera llevando un fusil en una mano y una granada en la otra. Estaba muy cerca. Cerré los ojos y apreté el disparador de mi ametralladora, sintiendo como se sacudía en mis brazos en su siniestra carcajada de medio minuto. Cuando miré nuevamente hacia adelante, un grito de terror se ahogó en mi garganta. Allí a pocos pasos, estaba tendido el soldado enemigo convulsionándose con los estertores de la agonía. Su brazo derecho había quedado extendido (posiblemente al lanzar la granada) y su mano, con el índice apuntándome, me señalaba con un gesto de acusación: 'Tú, tú me mataste!'. Caí de rodillas sollozando, pero el miedo me hizo incorporar de nuevo, obligándome a no apartar la vista de aquel sitio y de aquella mano que me señalaba implacablemente, pero el terror me paralizaba. Sentí fiebre. Los ojos velados del muerto me parecían dos ascuas que me quemaban las entrañas. La mano crispada, con el índice extendido, me parecía a ratos una tarántula pálida y gigantesca que iba a saltar sobre mi garaganta. Fue una noche de horror. No sé cuantas horas pasé velando a mi víctima, rezabdo y llorando por el muerto… y por mí. Le pedí perdón y le repetí una y cien veces: 'Yo no te maté, te mató la guerra!'. Posiblemente mi angustia acabó agotándome y caí desfallecido. Cuando desperté, estaba amaneciendo. Creí que todo lo sucedido no había sido sino una pesadilla. Me incorporé temblando y atisbé por entre los troncos de mi refugio. El muerto seguía allí, en la misma postura, con su brazo derecho extendido, pero con gran suspiro de alivio noté que su mano ya no me acusaba, sino que más bien, me hacía un gesto de perdón". Fuente: Roberto Querejazu Calvo. Foto: Vista aerea del firtin Alihuatá. Fotografía de: Luis Rea Romero publicada en el grupo: APRENDIENDO DE LA GUERRA DEL CHACO (1932-1935)