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Comenzamos el nuevo milenio con una producción deliberada de ignorancia sobre peligros
ecológicos, como la desregulación de la protección ambiental y la destrucción de los modos de
vida ecológicamente sostenibles de comunidades agrícolas, pastorales y artesanas del Te r c e
r Mundo. Estas gentes se están transformando en los nuevos refugiados ambientales del
mundo. Para los dos tercios más pobres de la humanidad, que viven en el sur, el capital
natural es su fuente de vida y sostén. La destrucción, desviación y apropiación de sus
ecosistemas para extraer recursos naturales o arrojar residuos, genera una carga
desproporcionada para los pobres. En un mundo de comercio global y liberalizado, en el que
todo es vendible y la potencia económica es el único factor determinante del poder y el
control, los recursos se trasladan de los pobres a los ricos y la contaminación se traslada de los
ricos a los pobres. El resultado es un apartheid ambiental a escala mundial” (Vandana Shiva,
2001: 163-164).
El uso de los recursos naturales depende del modelo de desarrollo imperante en una
sociedad. El modelo fordista de sociedad - basado en la producción a escala y en el consumo
masivo de bienes - impulsado a partir de la década de los treinta en Estados Unidos y Europa,
era altamente consumidor de energía no renovable, fuertemente presionador de los recursos
naturales y, consiguientemente, muy depredador y contaminador. Este modelo tiene sus
raíces en la filosofía del progreso, inspirada en la concepción positivista de las corrientes
ilustradas de la modernización decimonónica. Al amparo de este modelo, surge la industria, y
en torno a ella crecen violentamente las ciudades, ocupándose territorio cultivable y echando
mano de manera incontrolada e irracional a los recursos naturales: al suelo, agua, aire,
minerales y recursos energéticos. En esta concepción, el hombre se siente amo y dueño del
mundo. La racionalidad instrumental le permite justificar y legitimar toda clase de acción
transformadora del medio.
La ciencia y la tecnología han sido los instrumentos de precisión utilizados para llevar a cabo
la obra transformadora. Una parte de la humanidad ha experimentado avances significativos
en cuanto a bienestar, educación, salud y calidad de vida. Mientras, la inmensa mayoría no
accede aún al progreso y a menudo es víctima de las externalidades ambientales producidas
por el 20 por ciento más rico del planeta. “La globalización está generando nuevos procesos
de exclusión y marginalización. A escala mundial, el 20% de los habitantes de los países más
ricos participa de un 86% del total de los gastos en consumo privado, mientras que el 20%
más pobre sólo participa de un escaso y precario 1,3%. Los 225 habitantes más ricos del
mundo poseen una riqueza equivalente superior a un billón de dólares, igual al ingreso anual
del 47% más pobre de la población mundial, esto es, 2.500 millones de habitantes. Con sólo el
4% de la riqueza combinada de estas 225 personas más ricas del mundo - cerca de 44 mil
millones de dólares por año - se podría posibilitar el acceso universal a los servicios básicos
para todos (educación, salud, alimentación, agua, etc.) (PNUD, 1998)
Latinoamérica, así como gran parte del mundo, presenta graves problemas ambientales.
Todos están estrechamente relacionados, en un mundo natural, económico y culturalmente
globalizado. Su estudio y análisis en profundidad - a través de la investigación - son
fundamentales para generar conocimientos, crear conciencia, superarlos y contribuir a que las
inversiones económicas y las decisiones políticas se hagan con sólidos fundamentos científicos
y con perspectiva sustentable. Hoy lo ambiental no es algo “agregado “ o extra de una toma
de decisiones económica o política. Tampoco debe ser considerado como una mera
consecuencia de presiones externas o internacionales. Lo ambiental es parte consustancial de
toda decisión que afecte o altere el medio natural y social.
Lo ambiental es requisito esencial de la sustentación de nuestros deteriorados recursos
naturales y humanos. En la literatura especializada sobre medio ambiente se habla y escribe
en forma dramática sobre el curso que ha seguido la humanidad, especialmente durante la
segunda mitad del siglo XX. En efecto, los graves problemas ambientales que afectan al
mundo, son identificados o definidos como “crisis ambiental”, “crisis de crecimiento”, “crisis
de civilización”, “crisis de estilo de vida”, etc. (Informe Brundtland, 1987; Daly, 1997;
Goodland, Daly, El Serafy y von Droste, 1997; Leff 1998; Rifkin, 1990; Ballesteros y Pérez,
1997; Jiménez, 2000; Sempere y Riechmann, 2000). El cambio global no es una mera
especulación o hipótesis de trabajo, sino que empieza a transformarse en realidad, dejando
brutales huellas, destruyendo y cobrando vidas en todos los continentes. En este sentido,
puede sostenerse que los problemas ambientales se han transformado en los problemas más
graves y urgentes que afectan al planeta, a las sociedades y a las personas. Por lo mismo que
el estudio de los problemas ambientales, su tratamiento en la escuela y la socialización
correspondiente de los niños y jóvenes, no constituye un mero ejercicio académico, una
asignatura más o un proyecto de renovación pedagógica. Representa mucho más que todo
eso. Constituye una estrategia e imperativo ético, filosófico y pedagógico para salvar el
degradado planeta que da sustento a la vida humana. La creciente preocupación por los
problemas ambientales, surge de la percepción y constatación de un doble peligro candente:
a) el agotamiento de los recursos naturales no renovables, lo que quedó de manifiesto
especialmente con la crisis energética de 1973, b) el deterioro creciente del medio natural
como consecuencia del impacto de los desechos provenientes de la civilización industrial y
que se cristaliza en diversas formas de contaminación, polución, efecto invernadero, agujero
de ozono, vertidos sólidos, líquidos, etc. (Arroyo, Camarero y Vázquez, 1997:50).