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LA VISIÓN EN EL OÍDO

El atolladero de Pasolini y el nuestro


El progresismo biempensante y la izquierda melancólica viven en espejo. Uno es el doble del otro y se
retroalimentan: es el bucle de lo políticamente correcto contra lo políticamente incorrecto, del
puritanismo contra la seudo-transgresión


Amador Fernández-Savater
6/11/2021
ACACIO PUIG / HTTP://ACACIOPUIG.BLOGSPOT.COM/


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“Ahí donde llega todo


y donde todo comienza
canto que ha sido valiente
siempre será canción nueva”
(Víctor Jara, ‘Manifiesto’)

El poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini fue asesinado el 2 de noviembre de 1975, hace 46 años.
Pocos días antes, intervino en una charla en la ciudad de Lecce con profesores y estudiantes de
instituto sobre culturas y lenguas minoritarias en Italia. En ella repite una y otra vez que las
posiciones críticas y revolucionarias están en un verdadero atolladero. ¿Cuál sería? Habitar
entre “una cultura que no se acepta y una cultura que se ha extinguido”.

La cultura que no se acepta, para el Pasolini de los Escritos corsarios o las Cartas luteranas, es
el consumismo, cuyos vehículos van desde las nuevas infraestructuras de transporte hasta la
televisión y la misma escuela. La cultura que se ha extinguido, que él conoce bien por la vía
directa de lo sensible, son los mundos del lumpenproletariado juvenil, el campesinado pre-
industrial, los modos de vida populares.

Hay dos maneras de reducir todo aquello que no se somete: la violencia y la asimilación. El
fascismo, que se había apoyado sobre todo en la primera, apenas rozó las subjetividades
tradicionales. Pero el consumo, con su fuerza de homologación, alcanza las capas más
profundas del ser humano, produciendo lo que Pasolini llama “mutación antropológica”. La
felicidad aún era posible en la pobreza, pero la revolución antropológica del consumo extiende
la depresión por todos lados: somos infelices viviendo bajo un modelo ajeno.


Entre medias de lo que no se acepta y de lo que
Hay dos maneras de
se ha extinguido, Pasolini no encuentra nada (ni
reducir todo aquello que
nadie) en lo que apoyarse. El progresismo, del
no se somete: la violencia


que él mismo formó parte, es incauto ante la
y la asimilación
fuerza destructiva del consumismo de masas,
porque imagina aún que el verdadero enemigo es
un poder de tipo clerical-fascista. El conservadurismo por su lado se limita a una labor
arqueológica o museística: proteger formas de vida que son ya meras “supervivencias”, sin
dinamismo o vitalidad interior.

La marcha hacia adelante (el progreso) es una catástrofe y la marcha hacia atrás (el
conservadurismo) es imposible, concluye Pasolini. De ahí la desesperación que impregna sus
últimos escritos, sus últimas películas, sus últimas intervenciones críticas: no hay salida.  
Del consumo a la comunicación

El atolladero de Pasolini, cincuenta años más tarde, no nos resulta para nada ajeno. La cultura
de masas se ha convertido en imperio de la “comunicación” dentro y fuera de internet. Sus
presupuestos son igualmente destructivos: el tiempo instantáneo de la comunicación erosiona
la memoria y la historicidad, la obligación de transparencia reduce las complejidades del
sentido, el lenguaje estandarizado arrasa con la pluralidad de los modos de habla, el hechizo
de las pantallas suprime los intervalos donde puede crecer la imaginación creadora.

El progresismo se fascina ante el poder de la comunicación y la convierte en solución para


todo: los problemas educativos se resuelven con más digitalización, los problemas de pareja se
arreglan “aprendiendo a comunicar”, las tensiones entre empresarios y trabajadores mediante
la mediación, la desafección política fichando a gurús de la comunicación tipo Iván Redondo,
etc. El progresismo no se atreve a pensar las complejidades, los claroscuros y las sombras de lo
humano; se limita a recetar más tecnología, más digitalización, más virtualización. Modernizar
es comunicar.


Y por otro lado está la izquierda melancólica:
Como ya explicó Wendy
conservadores de izquierda, reaccionarios de
Brown en 1999, la
izquierda, “rojipardos”. Como ya explicó Wendy
melancolía de izquierdas
Brown en un texto de 1999, la melancolía de
rechaza las
izquierdas rechaza las incertidumbres del
incertidumbres del
presente en nombre de un ideal ausente: la
presente en nombre de


“verdadera” clase obrera, el nivel de vida de
un ideal ausente
nuestros padres, la autenticidad de los modos de
vida populares, etc. Se aferra a estos fantasmas y
fetiches para compensar la impotencia política del presente, culpando de todos nuestros males
al chivo expiatorio de la “posmodernidad”, un cajón de sastre que no remite a nada pero
consuela.

El progresismo biempensante y la izquierda melancólica viven en espejo. Uno es el doble del


otro y se retroalimentan: es el bucle de lo políticamente correcto contra lo políticamente
incorrecto, del puritanismo contra la seudo-transgresión, de la cancelación contra la denuncia
victimista.

Walter Benjamin al rescate

Entre el presente sin pasado (de la comunicación) y el pasado sin presente (de la melancolía),
¿cómo escapar? ¿Cómo salir del atolladero de Pasolini?

Podemos pedir ayuda a otro clásico: el filósofo alemán de origen judío Walter Benjamin. Con él
es posible pensar otra relación con el tiempo histórico, otra historicidad.

Benjamin critica, como Pasolini, el progresismo de su época: la confianza en que la Historia nos
dará la razón de manera automática. Para Benjamin, el progreso es más bien la historia de los
vencedores, avanza mediante la guerra y va dejando restos a sus espaldas que él quisiera
salvar. “El Ángel de la historia bien quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer
lo despedazado”, dice. Pero, ¿en qué consiste exactamente esa “salvación” del pasado?

No en la preservación, ese es el punto decisivo, sino en la reactualización. Progreso y reacción


son dos caras de lo mismo, la melancolía de izquierdas sólo es la cara b de la modernización
capitalista. El desafío no puede ser conservar (menos aún lamentar), sino reelaborar,
reinterpretar, regenerar, renovar. Mientras que el “conformismo de la tradición” se limita a
evocar y repetir, el pasado se rescata haciendo pasar de nuevo sus energías mediante formas
nuevas.

Recordar (re-cordis) significa volver a pasar por el


Progreso y reacción son
corazón. Es decir, el pasado se reaviva desde el
dos caras de lo mismo, la
presente, es una chispa en el presente (pregunta,
melancolía de izquierdas
búsqueda, lucha) lo que rescata el pasado del
“ sólo es la cara b de la


peligro de desaparición, una “instancia de
modernización capitalista
presente” dice Benjamin. Justo ese presente que
se pierde de vista tanto en el progresismo (que
mira hacia adelante) como en el conservadurismo (que mira hacia atrás).

Benjamin se inspira en el mesianismo judío para concebir otra temporalidad, como explica el
historiador Stéphane Moses. En ella el presente fecunda al pasado y el pasado recupera en el
corazón del presente una actualidad nueva. Así el pasado no deja de pasar, el presente se
renueva a cada instante y el futuro está aconteciendo siempre.

La tradición de los oprimidos, dice Benjamin, no teme las rupturas temporales, las fracturas
entre épocas, el vacío entre padres e hijos, sino que los implica como su condición misma. Las
intermitencias, las pérdidas, los saltos –todo lo que se deplora como “fallos en la transmisión”–
son justamente las ocasiones propicias para la reactualización, sus mismos efectos, porque no
se devuelve a la vida lo mismo, sino algo a la vez igual y diferente.

La fidelidad no es repetir, sino recrear. Y podríamos empezar con el mismo Pasolini. En lugar
de decir lo mismo que él dijo hace 50 años, convirtiéndolo en pieza de museo o supervivencia,
se trataría de hacer lo mismo que él hizo. Prestar oído a las “vulgares lenguas” de hoy, a las
hablas comunes, a los modos propios de decir y decirse, a las fugas del lenguaje estandarizado
de la comunicación. Dar valor y visibilidad a los mundos –a los fragmentos de mundo al
menos– que se esbozan aquí y allá, a las formas de vida que tienden a la autonomía y la
independencia. Hacer de nuevo lo mismo que él hizo, hacerlo nuevamente.

Reinterpretar es la única manera de resucitar la materia muerta, de arrancar un fragmento del


pasado del olvido y la museificación. Es también el único modo de desmentir a los asesinos de
Pasolini y devolverlo a la vida.

Referencias: 

Pier Paolo Pasolini, Vulgar Lengua, Ediciones El Salmón, 2018.


Walter Benjamin., Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Contrahistorias, 2005.
Stéphane Moses, El Ángel de la Historia, Cátedra, 1997. 
AUTOR >

Amador Fernández-Savater

Es investigador independiente, activista, editor, 'filósofo pirata'. Ha publicado recientemente 'Habitar y gobernar;
inspiraciones para una nueva concepción política' (Ned ediciones, 2020) y 'La fuerza de los débiles; ensayo sobre
la eficacia política' (Akal, 2021). Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en
www.filosofiapirata.net.

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