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del cosmos
Así descubrieron los astrónomos un universo mucho más grande y
extraño de lo que nadie sospechaba.
EN SÍNTESIS
En los dos últimos siglos ha cambiado notablemente nuestra visión del universo y sus constituyentes
fundamentales, así como de las leyes físicas que lo gobiernan y los astros que alberga.
Sin embargo, aún tenemos muchas preguntas: no sabemos cuál es la naturaleza de la materia oscura o el
El ritmo de los descubrimientos no ha dejado de aumentar, impulsado por los avances en técnicas e
instrumentos. Eso nos permite seguir escribiendo una de las páginas más brillantes de la historia de la
ciencia.
En 1835, el filósofo francés Auguste Comte afirmó que nadie sabría nunca
de qué estaban hechas las estrellas. «Concebimos la posibilidad de
determinar sus formas, sus distancias, sus tamaños y sus movimientos»,
escribió, «pero nunca tendremos manera de estudiar su composición
química o su estructura mineralógica, y menos aún la naturaleza de los
cuerpos organizados que vivan en su superficie».
Entender por qué brillaban las estrellas llevó más tiempo. Lord Kelvin
(William Thomson) estimó que si las estrellas obtenían su energía
exclusivamente a partir de la gravedad, contrayéndose poco a poco a
medida que emitían radiación, el Sol tendría entre 20 y 40 millones de
años, una edad mucho menor que la que Charles Darwin o los geólogos de
la época habían estimado para la Tierra. Sin embargo, Lord Kelvin incluyó
una especie de «cláusula de escape», al reafirmarse en su cálculo «a no
ser que hubiera otra fuente de energía disponible en el almacén de la
creación».
Esa fuente resultó ser la fusión nuclear, el proceso por el que los núcleos
atómicos se unen para crear otro mayor y liberan energía. En 1925, la
astrofísica Cecilia Payne-Gaposchkin usó los espectros de las estrellas
para calcular su composición química y concluyó que, a diferencia de la
Tierra, estaban hechas sobre todo de hidrógeno y helio. Reflejó estos
resultados en su tesis doctoral, que el astrónomo Otto Struve describió
como «la más brillante que jamás se haya escrito en astronomía». Una
década después, el físico Hans Bethe demostró que la fusión de núcleos de
hidrógeno para formar helio era la principal fuente de energía de las
estrellas ordinarias.