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Fecha de Presentación:
26-10-2021
Iquitos – Perú
2021
DEDICATORIA
A los adolescentes
que son el único pilar
para una mejor
Sociedad.
AGRADECIMIENTO
A Dios:
A los padres:
Al docente:
DEDICATORIA..........................................................................................................2
AGRADECIMIENTO..................................................................................................3
EPIGRAFE.................................................................................................................4
INTRODUCCIÓN.......................................................................................................6
I. ARBITRAJE.........................................................................................................7
CONCLUSIONES....................................................................................................41
BIBLIOGRAFÍA........................................................................................................42
ANEXOS..................................................................................................................44
INTRODUCCIÓN
Sin embargo, a la par abordar temas tan interesantes como los arriba
indicados, los autores creemos que en nuestro país abordar la
problemática de la naturaleza jurídica del arbitraje lamentablemente
resulta relevante, debido a que, como se verá más adelante, la postura
asumida por nuestro Tribunal Constitucional deja mucho que desear.
6
I. ARBITRAJE
1
CASTILLO FREYRE, M., “ARBITRAJE Y DEBIDO PROCESO”, Palestra, Lima, 2007, p.12.
7
vanguardia que ha entrado en vigencia el 1° de setiembre de 2008, y que tiene
como base la ley modelo de UNCITRAL.2
2
La Ley Modelo está formulada para ayudar a los Estados a reformar y modernizar sus leyes sobre
el procedimiento arbitral a fin de que tengan en cuenta los rasgos peculiares y las necesidades del
arbitraje comercial internacional.
3
OSCE, “Conciliación, Arbitraje y Junta de Resolución de Disputas”, recopilado en
https://portal.osce.gob.pe/osce/content/conciliacion-y-arbitraje
8
Se suele conceder que una de las conquistas de mayor importancia en la
administración de justicia es, históricamente, la pluralidad de instancia. También el
azar en quién asume como juzgador de una causa juega un papel importante en lo
que, se pretende, es la perfección de los procesos judiciales que buscan superar
las injusticias de tiempos pretéritos signados por la barbarie. La publicidad de los
juicios tiene la misma lógica, exorcizar el secreto que, se pontifica, es fuente de
todo abuso. Y como el abuso es lo que la justicia trata de proscribir de la Tierra,
exígese que la ley sea igual para todos y, por tanto, que nadie escape a los
procedimientos que esta establezca previamente en materia de justicia, de tal
modo que todos, por igual, sean medidos por la misma vara. De ahí que nadie
pueda pagar su justicia, sino que esta deba ser accesible a cualquiera merced a la
gratuidad de su administración. Porque, finalmente, de todo esto se trata la
justicia, según se dice, en una visión popular y política 4 tan difundida que es
moneda común y corriente en casi todas las constituciones del mundo occidental,
y cuyo cuestionamiento constituiría una herejía contra la modernidad y un
retroceso a las cavernas.
Pues bien. Ninguno de los principios de la ortodoxia judicial expuestos hasta aquí
como garantías inalienables de la administración de justicia en el mundo civilizado
—que se dice es el mundo moderno— están considerados en esa otra
manifestación de la justicia conocida como arbitraje. Ninguno. ¿Cómo es pues
posible esto? ¿Es el arbitraje una herejía? ¿Acaso una manera reaccionaria de
administrar justicia? ¿Una vuelta a la noche de los tiempos? ¿Una intolerable
afrenta contra el progreso humano y sus adquiridos derechos? ¿Una sentencia de
muerte contra la igualdad ante la ley fuente de toda justicia? ¿Tal vez la barbarie
que acecha contra la civilización del Estado Nación? Ninguna de estas preguntas
podría obtener respuestas si no nos dedicamos a resolver el problema de la
naturaleza del arbitraje, esa administración heterodoxa de la justicia que parece
rebelarse contra doscientos años de revolucionarios dogmas. Nuestro propósito en
las siguientes líneas es llegar a una definición cabal de arbitraje. Pero esto no es
4
Mario Castillo Freyre es magíster y doctor en Derecho. Socio del estudio que lleva su nombre, es
profesor de Obligaciones y Contratos en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en la
Universidad Femenina del Sagrado Corazón y en la Universidad de Lima.
9
posible si no consideramos las aristas históricas, ideológicas y jurídicas de las
teorías que lo explican, mejor dicho, que explican su naturaleza. Solo una vez
descubierto el extenso horizonte que pone a prueba nuestro entendimiento de este
fenómeno complejo, es que podremos aventurarnos a una definición. La iremos
pues construyendo poco a poco, andando, en el camino, convencidos más que
nunca de que es aquí, precisamente, donde solo se hace camino al andar. Existen
numerosas definiciones del arbitraje, acaso demasiadas, pero casi todas, por no
decir todas, soslayan un elemento fundamental, a saber, que el arbitraje es el
prototipo de la administración de justicia. Es la forma más elemental de la
jurisdicción, que por simple, también y usando aquí un término tan caro a los
tiempos modernos y es más eficiente.
Bien distinto es el caso de una sociedad que no está dispuesta a asumir el precio
de una justicia tan costosa como la vendetta. En una sociedad tal, dos personas
que tienen un conflicto de intereses cuya solución ha escapado al trato directo,
esto es, que no se han podido poner de acuerdo sobre cómo dar fin a la
controversia que las enfrenta, a satisfacción de ambas, recurren a un tercero.
Este, por lo general ajeno al interés en disputa, aunque no necesariamente ajeno
a las partes, decide, al amparo de un orden jurídico determinado como telón de
fondo, cuál de ambas tiene razón en el problema sometido a su sabiduría. Quien
así dice el Derecho es, en términos coloquiales, un árbitro. Y su acción, un
arbitraje. De esta forma celular de administrar justicia desciende, como habíamos
10
dicho, la jurisdicción estatal de nuestros tiempos. Empero, solo en autorizada
oposición a esta es que podemos definir cabalmente el arbitraje en su estado
actual.
Ahora bien, por un simple ejercicio de sentido común, consideramos que ninguna
sustracción a la jurisdicción estatal tendría efectos prácticos, esto es, el efecto de
zanjar jurídicamente una controversia entre dos partes, si esta sustracción no
estuviera autorizada por el Estado. Pues resulta obvio que, si el Estado prohibiera
el arbitraje y, por tanto, tuviera por nulos todos sus efectos, este carecería de todo
sentido en la medida en que el ganador jamás podría hacer valer un derecho que
no solo no es reconocido, sino condenado por el ordenamiento jurídico.
Rechazamos pues así las opiniones que le dan al arbitraje una existencia jurídica
propia de su naturaleza, y afirmamos, por el contrario, que solo el derecho positivo
puede establecer la existencia jurídica de cualquier fenómeno social.
5
CASTILLO FREYRE, M., VÁSQUEZ Kunze R., “ARBITRAJE: NATURALEZA Y DEFINICIONES”,
2010, P. 276.
11
Este hecho legislativo nos introduce, doctrinariamente hablando, a la discusión
fundamental de la naturaleza del arbitraje, a saber, si este tiene una esencia
privada o una pública, o dicho, en otros términos, si el arbitraje pertenece a la
esfera de los contratos, a la de los procesos judiciales, o a ambas.10 No hay duda
para nosotros de que para estar ante un supuesto de arbitraje, tiene que mediar
un contrato que active este mecanismo de solución de controversias. El contrato
entre dos sujetos de derecho que buscan que un tercero administre una justicia
que no es la que administran los tribunales ordinarios del Estado, pero que está
permitida por ese Estado, es un elemento esencial de cualquier definición de
arbitraje. No hay arbitraje si no hay contrato. El asunto está en establecer si
porque hay contrato no hay jurisdicción. Ese es el problema que se nos plantea.
12
estado de naturaleza donde los hombres son todos libres e iguales en derechos y,
por lo tanto, solo a través de un contrato pueden obligarse a sí mismos a
someterse a una jurisdicción que ellos han creado para su beneficio. No es el
momento ni el lugar para discutir aquí el hecho de que es precisamente en ese
estado de naturaleza que los hombres no son ni libres ni iguales, y mucho menos
libres e iguales en derechos porque la naturaleza no otorga a ninguna criatura
derecho alguno, y, consecuentemente, que el Estado y el Derecho, antes de
emanar de un contrato (social), más bien parecen tener su origen en un estado de
necesidad que impone el así llamado estado de naturaleza
A estas alturas el asunto parece ir más que por el lado contractual, por el de qué
entienden los contractualistas por jurisdicción. No creemos pues alejarnos de la
verdad si afirmamos que para los autores que suscriben la tesis contractual del
arbitraje, subsiste la tradición dieciochesca de que la jurisdicción es un atributo
inherente a la soberanía del Estado, que es el paradigma de lo público. Así pues,
porque la voluntad general lo ha querido es que los tribunales ordinarios del
Estado tienen el poder de imperio de hacer comparecer dentro del proceso, de
grado o fuerza, a los testigos, de ordenar las diligencias que estimen conveniente
dentro de la ley, de castigar a cualquiera que incumpla sus mandatos y, lo más
importante, de ejecutar sus sentencias.
13
legal para decir el Derecho. En síntesis, para resolver jurídicamente una
controversia.
¿Y qué hay del contrato de arbitraje? Como resulta evidente, esta interpretación
quita todo carácter privado al arbitraje, lo cual ofende el sentido común. Porque si
se trata de argumentar que todo aquello que la ley autoriza tiene carácter público,
entonces no podría existir como concepto siquiera el derecho privado, ni qué decir
los contratos, habida cuenta de que estos tienen existencia y efectos jurídicos
porque la ley así lo establece explícita o tácitamente. Así pues, aunque la premisa
de que es la ley la que debe autorizar la institución arbitral para que esta tenga
efectos jurídicos es verdadera, la conclusión de que el arbitraje tiene una
naturaleza jurídica pública, propia de las funciones del Estado, es falsa. Estamos
pues ante una falacia.
Una segunda observación que no debe ocuparnos más que un par de líneas,
habida cuenta de que es una de las más manidas atingencias que se hacen contra
la naturaleza jurisdiccional del arbitraje, es que los árbitros no pueden sentenciar
porque las sentencias tienen una calidad ejecutiva que no poseen ni podrán
poseer jamás los laudos arbitrales. Cuando los posean, entonces ya no serán
laudos, sino sentencias dictadas por un clásico órgano jurisdiccional del Estado.
Existe una enorme contradicción que encierra hacer del arbitraje una institución de
jurisdicción estatal que carece, sin embargo, de los más importantes principios,
derechos y garantías de la jurisdicción estatal como son la instancia plural, el juez
14
natural, el procedimiento legal previamente establecido por la ley, la publicidad en
los procesos, la igualdad ante la ley y la gratuidad de la administración de justicia,
entre otros.
Queda claro así para cualquiera la diferencia. Entonces, ¿de qué estamos
hablando finalmente? ¿Cuál es la naturaleza jurídica del arbitraje si hemos
anatematizado la tesis contractualista y condenado la jurisdicionalista o
procesalista? ¿Significa esto acaso que el arbitraje no tiene naturaleza contractual
ni jurisdiccional? Todo lo contrario. El arbitraje tiene ambas naturalezas jurídicas
que se manifiestan y se aprehenden, cada una en su respectivo contexto. La
contractual, en el momento del alumbramiento del arbitraje, cuando este nace,
permitido por la ley, para el propósito ad hoc querido por las partes, esto es, poner
fin a una controversia de derecho. La jurisdiccional, de otro lado, en el posterior
desarrollo que permitirá realizar ese propósito ad hoc. La realización del propósito
pone término al carácter contractual y jurisdiccional del arbitraje.
15
queremos apadrinar monstruos. Así pues, en el hecho de hallar en el arbitraje dos
naturalezas, está, más que cualquier visión alambicada del Derecho, la realidad
monda y lironda.6
De ahí es que nosotros rebauticemos la tesis en cuestión como teoría realista del
arbitraje. En efecto. Es porque la realidad así lo expone, que es imposible negar
que el nacimiento del arbitraje solo tiene lugar en la medida en que los
particulares, por un acto voluntario amparado por la ley, deciden someter sus
conflictos, presentes o futuros, al arbitraje. Así, únicamente se someterá a esta
institución una controversia en tanto exista un contrato que faculte la actuación de
los árbitros. Esto significa que, ausente el contrato, no será posible que se
proceda a resolver controversia alguna por medio del arbitraje, salvo que la ley
sancione su carácter obligatorio.
Pero la realidad no solo da fe de eso. También atestigua, sin ninguna duda, que
una vez nacido el arbitraje, este se desarrolla en un proceso que requiere que los
actos de los árbitros sean considerados por las partes y los terceros como actos
de carácter jurisdiccional, de forma tal que lo resuelto por los árbitros tenga la
fuerza definitiva de las resoluciones judiciales, como si fueran una sentencia. Si
no, ¿cuál sería el objeto y la gracia del arbitraje?
No es realista, pues, negar el carácter jurisdiccional del arbitraje. Que los laudos
no tengan fuerza ejecutiva no invalida la esencia de un acto jurisdiccional, a saber,
que un tercero autorizado por la ley, sea este funcionario público o sujeto
particular, diga quién tiene derecho y quién no en un asunto sometido a su juicio.
Y lo real es también que el Estado no puede renunciar jamás a esa prerrogativa
ejecutiva de la justicia, es decir, a ejecutar lo que es justo, haya sido dicho privada
o públicamente, porque lo contrario sería instituir la justicia por mano propia o
vendetta y atentar así contra el propio sentido de su existencia.
6
CASTILLO FREYRE, Mario y Ricardo VÁSQUEZ KUNZE. Analizando el análisis. Lima: Fondo
Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2004, p. 59.
16
Solo a estas alturas, habiendo hecho este largo recorrido doctrinario y ventilado la
naturaleza jurídica del arbitraje, estamos en condiciones pues de definirlo. El
arbitraje es la manifestación más elemental de la administración de justicia.
¿Es acaso el arbitraje una manera reaccionaria de administrar justicia? Pues claro
que lo es. Porque todo aquello que no funciona y la centralización de la función
jurisdiccional del Estado está atascada hace mucho en el pantano de sus propios
dogmas, incapaz de solucionar los problemas que el hombre presenta y sus
circunstancias le plantean da lugar a una reacción. Y la reacción es positiva
cuando «La congestión de causas en los tribunales y la ineficiencia que resulta de
ello, las complejidades de la vida comercial moderna que exigen muchas veces
conocimientos económicos o tecnológicos avanzados para entender el meollo de
17
una controversia, han llevado a una decepción de la teoría de la hegemonía del
Poder Judicial […]»
¿El arbitraje es una vuelta a la noche de los tiempos y una intolerable afrenta
contra el progreso humano y sus adquiridos derechos? Bueno, la clave está en el
bello tiempo que haga en la noche y el feo que aplaste el día. Y todo parece
indicar que es en ese feo día que esos adquiridos derechos afrentan el progreso
humano encarnado en la justicia.
¿Es el arbitraje acaso la sentencia de muerte contra la igualdad ante la ley fuente
de toda justicia? Que responda la posteridad. Nosotros, sin embargo, podemos
preguntar a su vez si no será que la igualdad ante la ley ha sido la sentencia de
muerte de la justicia. Que responda también a esto la posteridad.
Finalmente, ¿es el arbitraje la barbarie que acecha contra la civilización del Estado
Nación? Ninguna barbarie puede ser aquello que la civilización del Estado Nación
tomó por modelo para administrar justicia. El hecho histórico es que las campanas
doblan ya por el Estado Nación como doblaron en su tiempo por otras formas de
organizaciones jurídicas y políticas. No han doblado, por lo visto, por el arbitraje.
18
Todo nuestro sistema jurídico arbitral depende de la concepción que ha adoptado
el Tribunal Constitucional, que como veremos más adelante, debe ser revisada a
la brevedad. La actividad judicial, sobre todo en materia constitucional, se mueve a
partir de lo que el Tribunal Constitucional entiende que es el arbitraje. Por ello, la
naturaleza jurídica es la clave. Y adoptar la naturaleza jurídica correcta es una
tarea complicada que, sin embargo, no se puede ni debe evitar.
La doctrina suele identificar cuatro teorías que explican la naturaleza jurídica del
arbitraje. Estas son: la teoría contractual, la jurisdiccional, la mixta o híbrida y la
autónoma. Nos detendremos en cada una de ellas, identificando sus ventajas y
problemas.
7
CANTUARIAS SALAVERRY, F., REPETTO, L., “LA NATURALEZA JURÍDICA DEL ARBITRAJE
SEGÚN EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL PERUANO: RIESGOS EN EL CAMINO”, Derup, Lima,
2014.
19
simple cambio de las reglas de juego para que el arbitraje desaparezca y se
convierta en un simple pacto sin mucho sentido.[ CITATION SAL14 \l 10250 ]
Otro inconveniente es que se equipara al juez con el árbitro, lo que puede dar
lugar a mil y un problemas, empezando con la forma como tradicionalmente se
designa a un juez frente a la manera como se suele nominar a un árbitro, sus
requisitos, ética, etc.
Por último, una teoría como está también afectará, qué duda cabe, la manera
como se deberán regular con mayor o menor libertad las actuaciones arbitrales,
así como la intervención judicial en el arbitraje.
20
como contrato arbitral o contrato de dación y recepción del arbitraje. En lo
sucesivo utilizaré el término “contrato entre las partes y el árbitro”, por considerarlo
más preciso. De acuerdo con esta teoría, el arbitraje es una relación meramente
contractual de ámbito privado. El laudo es obligatorio, porque las partes así lo
decidieron, y no por imperio de la ley. Así, el arbitraje es, de acuerdo con esta
teoría, un acuerdo de voluntades regido por la autonomía privada.
El arbitraje es pues para esta teoría un acuerdo de voluntades (un contrato) que
tiene efectos jurisdiccionales.
En aquellos países en los que el arbitraje goza de buena salud, no ha primado una
teoría netamente contractualista, ni tampoco una teoría netamente
jurisdiccionalista (como la adoptada en muchos países sudamericanos). Lo que ha
primado ha sido la teoría mixta.
Imaginemos por un momento, que no existe ley de arbitraje. Pues bien, en ese
escenario, difícilmente el acuerdo de las partes podría impedir la competencia
exclusiva del Poder Judicial. En otras palabras, es el marco legal el que sin duda
alguna, al reconocer de manera expresa la autonomía de voluntad de las partes
plasmada en un convenio arbitral, limita la intervención judicial. Y lo hace además
con el reconocimiento legal de los principios kompetenz-kompetenz y
separabilidad del convenio arbitral y con una adecuada regulación de la excepción
de convenio arbitral, sin los cuales el arbitraje simplemente no podría funcionar o
lo haría de manera menos eficiente.
21
Es más, una decisión de los árbitros (denominado laudo) que no tuviera la calidad
de cosa juzgada, simplemente no tendría mayor eficacia, y ese reconocimiento
requiere de un apoyo netamente normativo.
La teoría autónoma observa al arbitraje per se, lo que hace, lo que busca lograr,
cómo y por qué funciona en la forma en que lo hace. Reconoce que el derecho
arbitral se ha desarrollado para lograr la consecución armónica del arbitraje y de
las relaciones comerciales internacionales. [CITATION GON17 \p 16 \l 2058 ].
22
el procedimiento arbitral. El arbitraje internacional se ha desarrollado puesto que
las partes han buscado un sistema flexible, no-nacional, para la solución de sus
controversias comerciales. Para ello, los que utilizan el arbitraje buscan un
mecanismo que se respete y ejecute, que contemple un procedimiento justo,
diseñado para satisfacer ciertas características del caso particular, pero que no
emule necesariamente los sistemas procesales nacionales, los cuales son
justamente lo que se desea evitar. Al optar por el arbitraje, lo que se desea es que
los árbitros sean imparciales y justos, y que el laudo que eventualmente se emita
sea final, obligatorio y de fácil ejecución. [CITATION GON17 \p 16 \l 2058 ]
La más reciente de las cuatro teorías sobre la naturaleza jurídica del arbitraje fue
propuesta en 1965 por JACQUELINE RUBELLIN-DEVICHI y consiste en la idea
de que el arbitraje surge de un régimen independiente y autónomo,
emancipándose, por tanto, de la dicotomía público-privado. RUBELLIN-DEVICHI
entendió que la naturaleza jurídica del arbitraje debería ser deducida de sus
peculiaridades y no necesariamente vinculada a regímenes preexistentes 11.
En nuestra opinión, esta teoría resulta fútil puesto que inevitablemente el arbitraje
cuenta con elementos tanto de la teoría contractual (convenio arbitral) como
jurisdiccional (autorización Estatal para que los árbitros puedan administrar
justicia) y no propios que le permitan independizarse por completo y adquirir
autonomía propia. [CITATION COC21 \p 1 \l 2058 ].
23
cambia el foco de atención de los mismos. En lugar de darle más peso al papel
que el derecho de la sede del arbitraje puede ejercer y a la autonomía de la
voluntad de las partes, se enfoca en el medio legal y empresarial donde las partes
acuerdan participar en el procedimiento arbitral. El arbitraje internacional se ha
desarrollado puesto que las partes han buscado un sistema flexible, no-nacional,
para la solución de sus controversias comerciales 13.[CITATION COC21 \p 1 \l 2058
].
Agrega que los que utilizan el arbitraje buscan un mecanismo que se respete y
ejecute, que contemple un procedimiento justo, diseñado para satisfacer ciertas
características del caso particular, pero que no emule necesariamente los
sistemas procesales nacionales, los cuales son justamente lo que se desea evitar.
Al optar por el arbitraje, lo que se desea es que los árbitros sean imparciales y
justos, y que el laudo que eventualmente se emita sea final, obligatorio y de fácil
ejecución14. [CITATION COC21 \p 1 \l 2058 ].
13
Francisco González de Cossío. “Sobre la naturaleza jurídica del arbitraje. Homenaje a Don Raúl Medina Mora”.
Disponible en: http://www.gdca.com.mx/PDF/arbitraje/SOBRE%20LA%20NAT%20JDCA%20ARBITRAJE%20Hom
%20%20Raul%20Medina.pdf
14
Francisco González de Cossío. “Sobre la naturaleza jurídica del arbitraje. Homenaje a Don Raúl Medina Mora”.
Disponible en: http://www.gdca.com.mx/PDF/arbitraje/SOBRE%20LA%20NAT%20JDCA%20ARBITRAJE%20Hom
%20%20Raul%20Medina.pdf
24
En el Perú, Alfredo Bullard es un ferviente defensor de esta teoría:
El principal problema que identificamos con esta teoría, es que desconoce que el
arbitraje también depende del reconocimiento estatal. En efecto, esta teoría
desecha algo trascendental: la necesidad del respaldo del Estado. Si el Estado no
reconoce el arbitraje, el laudo no tendría otro valor que el de un simple
contrato. [ CITATION SAL14 \l 2058 ].
Es más, sin el respaldo del Estado, estamos seguros que las actuaciones
arbitrales difícilmente culminarían en un laudo. En efecto, no es difícil imaginar que
una de las partes iría al Poder Judicial cada vez que quisiera paralizar el arbitraje.
Basta con ver como son los arbitrajes en los países que no siguen los principios
de la Ley Modelo UNCITRAL para comprobar la ineficacia del arbitraje.[ CITATION
SAL14 \l 2058 ].
La relación jurídica del arbitraje es sui géneris, es decir, tiene sus particularidades,
y no puede categorizarse en uno de los institutos jurídicos contractuales
conocidos. Por ello, no puede definirse solamente como un convenio o un
procedimiento aunque contenga algo de ambos. El arbitraje crea un mecanismo
alternativo al sistema judicial de solución de controversias. Al respecto, comenta
Aylwin “[s]i una persona, por actos de propia voluntad, puede renunciar un
derecho suyo o transigir las disputas que sobre él tenga con un tercero, parece
15
Bullard, Alfredo, “¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? El carácter contractual del recurso de
anulación”. En: Revista Internacional de Arbitraje, julio - diciembre 2013, p. 61.
25
principio natural permitirle que entregue la suerte de su derecho a la decisión de
otra persona que le inspire confianza16”.
En mi opinión, el arbitraje es una institución jurídica sui géneris con una fuerte
base contractual y con aspectos jurisdiccionales 17 que alberga varias relaciones
jurídicas que vale la pena esclarecer para luego poder analizarlas. “La jurisdicción
arbitral encuentra su fundamento en un negocio jurídico, el convenio arbitral,
dirigido a la liquidación de una relación jurídica controvertida, de modo que la
voluntad de las partes es la única fuente del arbitraje 18”. La primera y fundamental
es el contrato arbitral entre las partes19.
La administración de justicia -en sentido lato- aparece así como una de las
herramientas de que se han valido inicialmente las sociedades para dominar los
conflictos y permitir la convivencia de sus miembros, haciendo intervenir a un
tercero para resolverlos pacíficamente. Es prueba de ello que la existencia de
jueces es preexistente aún a la formación de normas jurídicas; la primera
preocupación de los hombres fue la formación de tribunales de justicia. Los más
antiguos monumentos jurídicos (el Código de Hammurabi de Babilonia, las leyes
16
Aylwin Azócar, Patricio, El juicio arbitral, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, 1953, p. 23.
17
Pelayo Jiménez, Ramón Carlos, op. cit., p. 732.
18
Sentencia del Tribunal Supremo (Sala de lo Civil) del 3 de marzo de 1989 [RJ 1989, 9882].
19
Cordón Moreno, Faustino, op. cit., p. 25 y ss., citado en Pelayo Jiménez, Ramón Carlos, op. cit.,
p. 732.
26
de Manú y Narada en la India, las XII Tablas romanas y la lex sálica de los
francos) estaban consagradas a la materia judicial antes que a la legislativa.
[CITATION CAI15 \p 388 \l 2058 ].
27
complemente su contenido (una cosa es que el legislador pueda desarrollar el
contenido constitucional y otra muy distinta que ese desarrollo sea imprescindible
para que la Constitución rija y surta efectos jurídicos). Por su importancia, el
constitucionalismo plantea además la existencia de una protección jurisdiccional
de la Constitución, tanto para velar por la constitucionalidad normativa como para
hacer frente a las conductas de diverso tipo que la amenacen o vulneren (es el
caso, por ejemplo, de los procesos de inconstitucionalidad, de habeas corpus y
amparo, etc.21).
28
compromiso, y en virtud de él, las partes confían la decisión de sus conflictos a
uno o más particulares; de ese modo, se sustituye el proceso con algo que es afín
a él, en su figura lógica, supuesto que en uno y otro casos, se define una
contienda mediante un juicio ajeno; sin embargo, el árbitro no es funcionario del
Estado, ni tiene jurisdicción propia o delegada; las facultades de que usa, se
derivan de la voluntad de las partes, expresada de acuerdo con la ley, y aunque la
sentencia o laudo arbitral, no puede revocarse por la voluntad de uno de los
interesados, no es por sí misma ejecutiva. [CITATION GON17 \p 17 \l 2058 ].
29
no es ejecutable sino hasta que le preste su autoridad algún órgano del Estado
que lo mande cumplir. [CITATION GON17 \p 17 \l 2058 ].
Estas teorías han sido aceptadas por nuestra legislación, pues la ley de
enjuiciamiento civil del Distrito dispone, en sus artículos 1314 y 1324, que los
Jueces tienen la obligación de impartir a los árbitros, cuando así lo soliciten, el
auxilio de su jurisdicción, y de ejecutar, en su caso, la decisión que aquéllos
pronuncien, y el artículo 1302, coloca al árbitro en la imprescindible necesidad de
ocurrir al Juez ordinario, para toda clase de apremios; pero más claramente se
advierte el carácter de simples particulares que tienen los árbitros, del contexto del
artículo 5o. de la Ley Orgánica de los Tribunales del Fuero Común del Distrito, de
treinta y uno de diciembre de mil novecientos veintiocho, que declara que los
árbitros no ejercen autoridad pública; por tanto, desde el punto de vista de nuestra
legislación, los laudos arbitrales son actos privados que por sí mismos no
constituyen una sentencia, y el mandamiento de ejecución que libra el Juez
competente, cuando es requerido para el cumplimiento de un laudo, integra,
juntamente con éste, la sentencia. [CITATION GON17 \p 17 \l 2058 ].
Por otra parte, el citado artículo 5o. de la ley orgánica, al declarar que los
tribunales deben prestar el apoyo de su autoridad a los laudos arbitrales, cuando
éstos estuvieren dentro de la ley, implícitamente reconoce a los tribunales la
facultad de hacer un análisis del laudo, a efecto de determinar si está conforme, o
no, con el ordenamiento jurídico, pero no es racional suponer que tales facultades
sean absolutas, esto es, que los Jueces estén autorizados para revisar los laudos
de una manera completa. [CITATION GON17 \p 18 \l 2058 ].
30
Esta resolución no sería posible, porque no se advierte por los términos en que
está concebido el repetido artículo 5°, que el legislador haya tenido la intención de
que los Jueces pudieran nulificar el juicio arbitral y a esto equivaldría la facultad
otorgada a los tribunales para determinar, revisando las cuestiones de fondo, si el
árbitro aplicó correctamente el derecho, en el caso sometido a su decisión.
Además, para que los Jueces pudieran proceder con completo conocimiento del
negocio, y dictar una resolución justa, sería necesario que el pronunciamiento
estuviera precedido de un debate habido entre las partes, ante el mismo Juez, lo
cual no está autorizado por nuestra ley de enjuiciamiento. [CITATION GON17 \p
18 \l 2058 ].
31
El laudo, una vez que se decrete su cumplimiento se eleva a la categoría de acto
jurisdiccional, y el agraviado puede entonces ocurrir a los tribunales de la
Federación, en demanda de amparo, a fin de que se subsanen los vicios de que
adolezca, desde el punto de vista constitucional, en la inteligencia de que el
término para promover el juicio de garantías, empieza a correr desde la fecha en
que se notifica legalmente la resolución que acuerde, en definitiva, la ejecución.
[CITATION GON17 \p 18 \l 2058 ].
Existen otros precedentes que, si bien no tan frontales, son útiles. Por ejemplo:
En forma relacionada:
La función jurisdiccional es una función pública del Estado, por lo que su servicio
no puede ser conferido sino por el Estado mismo. De modo que si quien nombra
22
Reclamación 1/91. Primer Tribunal Colegiado En Materia De Trabajo Del Primer Circuito,
Semanario Judicial de la Federación, Octava Época, Tomo VIII, Diciembre de 1991, pg. 155.
32
los árbitros y determina los límites de su oficio, no obra en interés público, esto es,
en calidad de órgano del Estado, sino sólo en interés privado, lógicamente se
deduce que las funciones de los árbitros no son funciones públicas. En tal virtud
no pueden conceptuarse como autoridades del Estado, siendo improcedentes, por
lo tanto, los amparos que se intentan contra la resolución que dicten, mientras no
exista un mandamiento de ejecución que libre el juez competente, cuando es
requerido por los árbitros para el cumplimiento del laudo; exequátur que es
indispensable para que la resolución arbitral pueda causar algún perjuicio a las
parte. [CITATION GON17 \p 19 \l 2058 ].
23
Amparo Directo 2474/48, 14 de octubre de 1949 (énfasis agregado). El maestro Ignacio Burgoa
(EL JUICIO DE AMPARO, Porrúa, 1987, pg. 186) menciona que este criterio ha sido
constantemente reiterado en las ejecutorias que aparecen en los Tomos siguientes del Semanario
Judicial de la Federación: LXXVIII, pg. 4196; LXXI, pg. 2827; CIII, pg. 2193; CIII, pg. 441; XCVI, pg.
477; CVII, pg. 280; LXXIII, pg. 7215; CII, pg. 424; CVII, pg. 1969, de la Quinta Época.
24
Para abundar sobre ello véase EL ÁRBITRO, ¿AUTORIDAD RESPONSABLE PARA EFECTOS
DEL AMPARO?, Revista de Investigaciones Jurídicas, Escuela Libre de Derecho, No 29, 2005, pg.
605.
33
prerrequisito elemental para estar en presencia de una autoridad. Existe
jurisprudencia al respecto.25
25
Dicha jurisprudencia sostiene que: ACTOS DE PARTICULARES. IMPROCEDENCIA. No pueden
ser objeto de juicio de garantías, los actos de particulares, ya que éste se ha instituido para
combatir los de las autoridades, que se estimen violatorios de la Constitución. (Suprema Corte de
Justicia de la Nación, Apéndice al Semanario Judicial de la Federación 1917-1995, Tomo VI,
Materia Común, pg. 12, que corresponde a la tesis contenida en el Tomo CXVIII, Materia General,
Apéndice 1975, y la Tesis 14 del Apéndice 1985.)
26
Versión estenográfica de la sesión pública ordinaria del pleno de la Suprema Corte de Justicia de
la Nación celebrada el 30 de enero de 2007, amparo directo en revisión 1225/2006.
34
instituto jurídico se encuentra aislado de los demás, sino que se influyen
recíprocamente19. Como el arbitraje y los derechos fundamentales son elementos
normativos del mismo sistema, es inevitable que guarden relaciones normativas
entre sí, propias de ese sistema. [CITATION BUS13 \p 397 \l 2058 ].
Si bien es cierto, que son las partes las que facultan a terceros, los árbitros, para
que desempeñen una función que le correspondería a los jueces, desde un punto
de vista del derecho público, también lo es entonces, que para poder llegar a la
solución del conflicto es necesario cumplir ciertas etapas procesales para que, en
ultimas, sean los árbitros quienes por medio del laudo arbitral resuelvan el
conflicto. Es este, el punto principal de la teoría procesalista, que los árbitros
designados por las partes sin ser jueces a nivel del Derecho Público, se vean en la
35
necesidad de cumplir cierto procedimiento para que la solución a la controversia
pueda tener efectos jurídicos generales. [CITATION PIN09 \p 32 \l 2058 ].
- “Según los defensores de esta teoría, los árbitros son jueces y el laudo
pronuncia siguiendo un procedimiento, razón por la cual adquiere la calidad
de sentencia. El punto sustancial en el proceso no es el convenio inicial
sino la actuación por intermedio de árbitros, cumpliendo unas etapas procesales.
Los árbitros no son mandatarios de las partes, sino jueces independientes
que resuelven un conflicto de intereses con efecto de cosa juzgada 27.”
Queda claro que la situación principal es el procedimiento que se debe seguir para
el cumplimiento de ciertos requisitos a la hora de dar solución al problema jurídico.
Entendemos, entonces, que el inconveniente no es si las partes otorgan poder a
terceros para que se de origen al procedimiento arbitral, sino que se está velando
por el cumplimiento de cierto procedimiento para que en últimas el resultado final,
o sea el laudo arbitral, tenga todos los efectos jurídicos para los terceros.
[CITATION PIN09 \p 32 \l 2058 ].
Carreras, Fenech, Serra, Wach, Hellwing Bonaforte, Moriara, entre otros, quienes
aseguran que el problema no es saber como eligieron las partes seguir con dicho
método alternativo, sino de reconocer el trámite arbitral que deben seguir los
árbitros, para que al final se de una correcta aplicación del laudo arbitral.
[CITATION PIN09 \p 33 \l 2058 ].
27
Gil Echeverri, Jorge Hernán. Nuevo Régimen de Arbitramento Manual Práctico. Cámara de
Comercio de Bogota. Tercera Edición. Pág. 78
36
bastante, a juicio del Juez, para responder de los prejuicios que se pudieran
ocasionar28.”
De esta manera, podemos decir que esta teoría se encuentra más centrada hacia
un punto procesal, donde lo realmente importante es el procedimiento a seguir
para que en últimas el resultado, es decir el laudo arbitral, tenga validez en todos
los aspectos jurídicos y sea equivalente a una sentencia de un Juez, respecto al
tema de cosa juzgada, entre otros. [CITATION PIN09 \p 33 \l 2058 ].
28
Chillón Medina, José Maria- Merino Merchán José Fernando. Tratado de arbitraje privado interno
e internacional. Editorial Civitas S.A. Madrid 1991. Pagina.117
29
Cf.: Ferrajoli, Luigi. «Pasado y futuro del Estado de derecho». En VV.AA.
Neoconstitucionalismos. Colección Estructuras y Procesos, edición de Miguel Carbonell, traducción
de Pilar Allegue. Madrid: Trotta, 2003, pp. 13-29. Hay quienes plantean una ruptura entre la
concepción del Estado (legal) de derecho y la del Estado constitucional, pues consideran a este
último como un modelo diferente que rompe definitivamente con el anterior (es el caso, por
ejemplo, de Gustavo Zagrebelsky en El derecho dúctil: ley, derechos, justicia, traducción de Marina
Gascón. Madrid: Trotta, 1995), y quienes, por el contrario, consideran que no hay tal ruptura sino
una simple evolución, donde el Estado constitucional aparece como un modelo superior del Estado
(legal) de derecho (ver, entre otros, a Peces-Barba, Gregorio. «Desacuerdos y acuerdos con una
obra importante». Derechos sociales y positivismo jurídico. Escritos de filosofía jurídica y política.
Cuadernos Bartolomé de las Casas, 11, Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas,
Universidad Carlos III de Madrid. Madrid: Dykinson, 1999, p. 125). Para los primeros hay una
37
Si a eso se agrega que este contenido varía en función de si estamos ante un
Estado liberal o uno social o un Estado democrático de derecho, las distintas
posibilidades de configuración estatal y de su actuación son muy amplias y
pueden llegar a ser muy distintas entre sí (como muestra una señal: mientras el
Estado liberal suele no considerar como derechos fundamentales al acceso a la
vivienda y a la sanidad pública, el Estado social los tendrá como derechos
fundamentales imprescindibles para la satisfacción de las necesidades básicas de
las personas30). [CITATION BUS13 \p 340 \l 2058 ].
38
realización pueden exigir, sino que todos —Estado y particulares— estamos
obligados a respetarlos, defenderlos, garantizarlos y promoverlos (según la
posición jurídica de cada quien y las exigencias que correspondan a cada
derecho), independientemente de que su titular haya desplegado o no una
conducta con ese propósito (por ejemplo, un juez está obligado a aplicarlos, sin
importar que haya sido solicitado o no por la parte interesada, en el proceso
judicial que conoce)31.
Por si fuera poco —y sin agotar los múltiples aspectos de sus alcances y
contenidos— los derechos fundamentales no solo son vistos actualmente como
derechos de las personas naturales, sino también como derechos de las personas
jurídicas, dependiendo del tipo de derecho de que se trate. ¿La razón? Las
personas jurídicas están integradas por personas naturales y la adscripción de
derechos fundamentales en favor de aquellas redunda en la realización de los
derechos en favor de estas (verbigracia, el debido proceso, la libertad contractual,
la libertad de empresa, etc.)32.
31
Ver: Peces-Barba, Gregorio. «De la función de los derechos fundamentales». Derechos sociales
y positivismo jurídico. Escritos de filosofía jurídica y política. Cuadernos Bartolomé de las Casas,
11, Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas, Universidad Carlos III de Madrid.
Madrid: Dykinson, 1999, pp. 131-145.
32
En el derecho peruano, el Tribunal Constitucional ha establecido, a través de reiterada
jurisprudencia, que las personas jurídicas privadas y los organismos públicos también pueden ser
titulares de derechos fundamentales, según el tipo de derecho que se trate (ver, entre otras, la STC
del 14 de agosto de 2002, fundamento 5, emitida en el expediente 0905-2001-AA/TC; STC del 13
de enero de 2005, fundamento 6, emitida en el expediente 2939-2004-AA/TC, y STC del 4 de
agosto de 2006, fundamento 14, emitida en el expediente 4972-2006-PA/TC).
39
constitucionalizarían a partir de la relación que debe guardar con la Constitución,
los derechos fundamentales y el Estado de derecho 33. Con ese fin haremos uso de
herramientas conceptuales propias de la teoría del derecho y de la teoría de la
justicia, pero también de la dogmática jurídica en lo que corresponda 34. [CITATION
BUS13 \p 391 \l 2058 ].
CONCLUSIONES
33
Aquí utilizamos el término «prescriptivo» para identificar el tipo de discurso con el que se elabora
un concepto o un modelo teórico. Es un sentido similar al otorgado por Carlos Santiago Nino
cuando se ocupa de distinguir los tipos de discursos para referirse luego a la conexión entre
derecho y moral, derecho y política. Se dice que un discurso puede ser prescriptivo, descriptivo o
mixto. El discurso descriptivo se ocupa de lo que es algo en la realidad, de explicar, designar o
utilizar situaciones de hecho sin formular propuestas o valoraciones normativas. El discurso
prescriptivo no describe lo que es, sino que postula lo que debería ser; lo que sostiene puede no
existir en la realidad, pero es muy útil para procurar su transformación. El discurso mixto resulta de
una combinación de ambos, con el acento puesto en un tipo u otro, de ser el caso (Cf. del
mencionado autor: Derecho, moral y política. Una revisión de la teoría general del derecho. Ariel
Derecho. Barcelona: Ariel, 1994, pp. 41-42)
34
Con el nombre de «teoría de la justicia» se hace referencia a aquella parte de la Filosofía que, en
un sentido general, se ocupa de estudiar las condiciones, características y estructuras que debe
presentar una sociedad para que sea considerada justa, y en un sentido particular, a las que debe
cumplir un derecho para ser reconocido como justo. Ver: Van Parijs, Philippe. ¿Qué es una
sociedad justa? Introducción a la práctica de la filosofía política (1991). Traducción de Juana A.
Bignozzi. Barcelona: Ariel, 1993, y Bobbio, Norberto. «Filosofía del derecho y teoría general del
derecho». En Contribución a la teoría del derecho. Serie de Derecho, edición a cargo del profesor
Ruiz Miguel. Madrid: Debate, 1990, p. 88
40
1. De modo, que el arbitraje no es simplemente un juicio más. Es una
institución sui generis, que encuentra su razón de ser, modus operandi,
regulación y orientación en una verdad que rebasa las fronteras: la
necesidad de que el derecho sea un instrumento que coadyuve al —y no
obstaculice el— comercio internacional, el cual nos favorece a todos.
41
BIBLIOGRAFÍA
42
8. Mauricio Jorn, F. (- de - de 2019). "Responsabilidad del árbitro en el
arbitraje comercial-internacional en México". Obtenido de "Responsabilidad
del árbitro en el arbitraje comercial-internacional en México":
file:///C:/Users/JOSE/Downloads/5%20(1).pdf
43
ANEXOS
44