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CLAUDIA SERRANO
DAGMAR RACZYNSKI
*
Claudia Serrano
Dagmar Raczynski
Mayo, 2003
Introducción
Los años noventa representaron, para la mayoría de los países latinoamericanos, un período
de renovación y de esperanza. Junto a la recuperación de la democracia, empezaban a verse
los frutos del ajuste de los años anteriores: comenzaba a estabilizarse el crecimiento
económico, aumentaba el gasto social, se generaban nuevas instituciones y programas
sociales, disminuía la pobreza, se emprendían iniciativas de modernización de la
institucionalidad pública, se avanzaba en la descentralización del Estado y se activaba la
participación de los privados en iniciativas de desarrollo social.
Si bien la década de los ochenta fue la del cambio estructural, pasó a la historia como la
“década pérdida” en materia de políticas sociales, superación de la pobreza y
democratización. Así, todo parecía indicar que la de los noventa iba a poner en jaque la
receta liberal ampliando el horizonte de la política social. De aquellos años datan los
términos de CEPAL “deuda social” y “desarrollo con equidad”. Sin embargo, a pesar de las
promesas iniciales, los años noventa no están pasando a la historia como la década del
desarrollo, la equidad y la ciudadanía, sino como años en los que, sobre la base de la
"receta liberal", se buscaron nuevos horizontes pero con resultados confusos.
Los años 90 son, aún más que los 80, los años del triunfo del liberalismo puesto que
gobiernos progresistas de numerosos países de la región no estuvieron dispuestos a discutir
los límites del modelo y permitieron que se impusiera a todo evento la lógica de los
equilibrios macroeconómicos. En este marco, no se volvieron a cuestionar, con ánimo de
tomar medidas, cuestiones tan centrales como el concepto de pobreza, equidad y desarrollo,
los límites y bondades de la focalización, o la diferencia entre la noción de asistencia social
y la de generación de capacidades para el desarrollo.
Examinaremos estos programas buscando conocer cuál es la teoría que los inspira, que
oferta representan respecto de lo que entienden como pobreza, desarrollo social y equidad y
analizando, en uno y otro caso, la dinámica que ponen en marcha y los desafíos políticos e
institucionales que enfrentan. Parte de los resultados que encontraremos indican que, más
que un problema de recursos o de capacidad de gestión, cada uno de ellos plantea una
visión del problema que abordan, una opción de política y se inserta en una dinámica
institucional que construye el ámbito de sus posibles aciertos así como de sus limitaciones.
El trabajo se subdivide en dos partes. La primera intenta construir un balance crítico sobre
los esfuerzos realizados y los logros alcanzados en materia de superación de la pobreza y
desarrollo social en América Latina en los años noventa. La segunda aborda el examen de
dos experiencias innovadoras de política social: Comunidad Solidaria, Brasil, 1995 a la
fecha, y Chile Solidario, Chile, 2002 a la fecha.
PRIMERA PARTE
REQUISITOS DE INNOVACION EN POLITICAS SOCIALES Y DE
SUPERACION DE LA POBREZA Y LA VULNERABILIDAD
Desde fines de los 60 en adelante (fecha a partir de la cual se cuentan con datos
relativamente confiables y comparables sobre ingreso de los hogares en algunos países), los
avances en cuanto a evolución de la pobreza son inestables y el número de pobres ha ido
aumentando. Las cifras de desigualdad muestran fluctuaciones de corto plazo con tendencia
mas al alza que a la baja. La magnitud e incidencia de la pobreza y la situación de
desigualdad pareciera ser impermeable frente al crecimiento de la economía y las políticas
públicas en los ámbitos social y laboral.
Si bien las cifras no son directamente comparables, el cotejo de los indicadores presentes de
pobreza y desigualdad registrados por la CEPAL para los años 1990-1999 (Panorama
Social) con los que mostró el estudio pionero de Altimir (1979), sugiere que en los albores
del siglo XXI la incidencia de la pobreza y la concentración del ingreso son similares.
1
Ver cuadros en Anexo. Los cuadros refieren a: a) la evolución de algunos indicadores socioeconómicos
(PIB por habitante, ingreso por habitante) de los países de A. L. en la última década; b) la evolución de la
magnitud de la pobreza y la indigencia en A. L. en la última década; y c) la evolución del Gasto público social
en A. L. en la última década.
Lo recién dicho no significa que la política social del pasado no haya tenido efecto
positivos o favorables. Los países con distinta intensidad han invertido en sus sectores
sociales (educación, salud, seguridad social, vivienda e infraestructura sanitaria). Todos,
sin excepción, muestran avances en los indicadores de desarrollo humano: mortalidad
infantil y en la niñez, nutrición, escolaridad, expectativas de vida al nacer, condiciones de la
vivienda, acceso a servicios de infraestructura sanitaria y bienes electrodomésticos, entre
otros. No obstante, los avances y el acceso a bienes y servicios es desigual según situación
económica (ingreso) del hogar, localización rural - urbana, características étnicas, etc. Y,
muchas veces, la calidad de los bienes y servicios a que accede la población más pobre es
significativamente inferior a la que accede la población de mejor posición relativa. De esta
forma, la inversión y los programas sociales aplicados se han traducido en mejoras de
desarrollo social, pero no han logrado revertir las “fuerzas desigualizadoras” que
prevalecen en la sociedad.
Los países de la región muestran situaciones muy distintas en cuanto al monto de su gasto
social y su fuente de financiamiento (pública, aporte internacional y privada). La
trayectoria en el tiempo en el gasto muestra expansiones del gasto, disimiles entre países,
en épocas de crecimiento y fuertes contracciones en coyunturas económicas recesivas. Los
antecedentes disponibles sobre composición del gasto social muestran una enorme
ponderación del gasto en previsión social, seguida por el de educación, salud y vivienda.
Las partidas del gasto dirigidas directamente hacia sectores de pobreza son difíciles de
pesquisar, por la forma en que se llevan las estadísticas, pero los antecedentes disponibles
sugieren que representan un componente minoritarios frente al gasto sectorial, al menos en
los países en que el gasto social sectorial tuvo un desarrollo mas temprano y más fuerte.
Cabe mencionar desde ya que, parte del debate de los años recientes en políticas sociales,
discute cuáles son los elementos que con más propiedad inciden sobre la superación de la
pobreza contraponiendo el impacto del crecimiento económico que amplía las posibilidades
laborales con el de las políticas sociales. La discusión tiene relación con un tema que se
discute más adelante: la conceptualización sobre pobreza. Si se entiende la condición de
pobre o no pobre exclusivamente ligada al ingreso, la evolución de las tasas de pobreza e
indigencia muestra casi por definición una relación directa con el crecimiento de la
economía, la expansión de puestos de trabajos y las tendencias en el valor adquisitivo de los
salarios.
La historia económica de los países en las últimas décadas señala que una economía sana,
con variables macroeconómicas equilibradas, inflación baja y bajo control, presencia de
inversiones y crecimiento sostenido o estable constituyen condiciones que posibilitan, pero
no aseguran la reducción de la pobreza. También enseña, que crecimiento lento y sostenido,
tiende a tener un impacto más positivo en reducir índices de pobreza que un crecimiento de
alzas y bajas marcadas y frecuentes. Tasas altas de crecimiento seguidas por caídas bruscas
perjudican dos veces a los sectores más pobres: los sectores más carenciados son los
Otro es el impacto de las políticas sociales. La inversión en los sectores sociales, modalidad
tradicional en que se ha expresado la política social de la región, no juega en el corto plazo
un papel significativo en la reducción de la pobreza en ingreso. En el mediano y largo
plazo, favorece un mayor potencial de crecimiento económico al aportar a una población
con más salud, más escolarizada, con beneficios de la seguridad social (jubilación o
pensiones, asignación familiar). El único componente de la inversión en los sectores
sociales que tiene un efecto rápido o inmediato sobre el nivel de ingreso de los hogares son
los subsidios monetarios directos y los asociados a programas de emergencia de empleo2.
Antes de cerrar esta sección introductoria, conviene mencionar que la discusión sobre estos
temas trae a colación términos que se usan a veces de manera indistinta, pero que a la hora
de evaluar los resultados y las nuevas exigencias del desarrollo social y la superación de la
pobreza, muestran importantes diferencias. No es lo mismo hablar de pobreza,
vulnerabilidad, desigualdad, equidad, exclusión o integración social, como se irá
despejando en el desarrollo de este texto3. La preocupación de este documento se centra
particularmente en los conceptos de pobreza, vulnerabilidad, equidad y desarrollo social.
Pobreza y vulnerabilidad se discuten ampliamente en secciones posteriores del documento.
Desigualdad dice relación con la distancia social entre los que tienen más y los que tienen
menos ingreso y estimamos que no es resorte de intervención de la política social sino de la
política económica (Franco, 1996). Sin embargo, si lo es y de manera preferente la equidad,
que se refiere a la expansión de las oportunidades de integración respetando las diferencias
e identidades culturales de la población y a la responsabilidad pública de proveer a las
personas y familias oportunidades de desarrollo social, entendiendo por tal la expansión de
sus capacidades.
2
Estos surgen y se masifican en América Latina durante las crisis de los años 80, estando vigente como
herramienta de alivio a la pobreza hasta el presente. Sin embargo, no son mas que medidas asistenciales y de
alivio a la pobreza que no apoyan su superación, no obstante contribuyen a frenar el deterioro en el nivel de
ingreso del hogar.
3
El texto de MIDEPLAN “La política social y la corresponsabilidad con nuevos actores: la preocupación por
la familia como esfera de acción” (2002) constituye un aporte a la clarificación de estos conceptos.
4
Esta sección se apoya en Raczynski (1995 y 1999); Franco (1996) y los artículos recogidos en Kliksberg
(1994).
El enfoque tradicional pone el peso de la política en el papel Estado que es quien define,
financia y al mismo tiempo se encarga de la producción de los servicios y beneficios
sociales. El eje de su labor es la provisión centralizada de servicios gratuitos o altamente
subsidiados. Las acciones de política incluyeron los sectores sociales: educación (con
mayor desarrollo relativo en cada país), salud, infraestructura sanitaria, vivienda; previsión
social (que absorbe un alto porcentaje del gasto); políticas laborales y de salarios; fijación
de precios o subsidios a bienes de consumo masivo; y en algunos países, en determinados
momentos, reformas estructurales que tocan la estructura de la propiedad, donde destacan
los intentos, exitosos y fallidos, de reforma agraria. La expansión de estas acciones logra
coberturas muy disímiles en los países, lo que entre otros explica el amplio rango que éstos
muestran en el presente en el índice de desarrollo humano.
Algunos países lograron construir un sistema de políticas sociales, que consiguió ampliar la
cobertura a la vez que las acciones mostraron continuidad en el tiempo. Hubo, por ello, una
política de Estado que generó institucionalidad. Otros países lograron resultados más
débiles o parciales, mostrando yuxtaposición de iniciativas sin acumulación temporal.
Fueron iniciativas de gobierno y no de Estado y su sustentabilidad se vio amenazada.
Hacia fines de la década del 80, en algunos países un poco antes, las acciones
gubernamentales – estatales muestran signos de agotamiento tanto por acumulación de
problemas internos (financiamiento, eficiencia, pertinencia), como por incapacidad de
Es necesario comprender las políticas neoliberales desde sus dos discursos: uno que vino a
corregir los desequilibrios y la crisis económica y social introduciendo reformas y que se
conoce como políticas de ajuste estructural y otro que tiene un sello fundacional que instala
un nuevo concepto de desarrollo donde el protagonismo de traslada desde el Estado al
mercado.
La política social ocupa un sitial secundario frente a la política económica, al extremo que
en algunos círculos se afirmaba que la "mejor política social es el crecimiento de la
economía". Esta se restringe, lo que se expresa en una brutal caída del gasto social, y se
equipara con medidas de alivio a la pobreza. Se instala la idea de la política altamente
focalizada. Al Estado solo le corresponde atender a los segmentos de población pobres que
no están en condiciones, según criterio tecnocrático, de satisfacer sus necesidades en el
mercado. Se debe ayudar a estos sectores con subsidios monetarios directos o modalidades
de transferencia de ingreso.
lograría una gestión más oportuna y pertinente (ajustada a las necesidades y demandas
locales). En esta perspectiva, se impulsan en muchos países la administración de la
educación y salud primaria, antes en manos de los Estados nacionales o federales, hacia los
municipios o prefecturas.
Se afirma que la gestión privada de servicios y programas, incluidos los sociales, es más
eficiente que la gestión pública y se entrega a manos privadas la administración y ejecución
de diversas actividades en el ámbito social: escuelas, puestos de salud, construcción de
viviendas, instancias de capacitación laboral, entre otras.
Los resultados de las políticas sociales con este enfoque no se ajustaron a las expectativas
puestas en ellas por sus propulsores. La fuerte restricción que vivieron las economías y las
dificultades de muchas de ellas para recuperarse y crecer se tradujeron en un incremento en
la magnitud de la pobreza y, en varios países, en la concentración de los ingresos. Las
políticas sociales focalizadas y con fuertes componentes asistencialistas aliviaron
situaciones de pobreza extrema, pero fueron claramente insuficientes en frenar el aumento
en pobreza e indigencia. Al mismo tiempo, la concentración del gasto social en los sectores
más pobres y la marginación de éste de los estratos medios, indujo una polarización en la
estructura social incrementando la distancia entre los sectores mas altos y los bajos,
aproximando a segmentos importantes de los sectores medios a los estratos más pobres.
Pese a las fuertes críticas que se han realizado a la “la década perdida” del 80, en una
perspectiva de futuro cabe consignar que contribuyó a abrir nuevas miradas a la política
social, debilitó inercias fuertemente enraizadas, tecnificó el diseño y la gestión de los
programas, abrió el espacio a la participación privada y de organismos no gubernamentales
en la entrega de servicios y, por default, impulsó iniciativas económicas y sociales
populares, llamando la atención de lo central que es la familia y la organización social al
momento de enfrentar la solución de problemas sociales. Es en este sentido que hoy los
países y las agencias multilaterales están buscando nuevas formas de entender y encarar la
superación de las situaciones de pobreza.
La política social comienza a operar en forma creciente con una lógica de programas y/o
5
Fernández-Ballesteros, Evaluación de Programas. Una Guía Práctica en Ambitos Sociales, Educativos y de
Salud”, Editorial Síntesis, Madrid. 1996.
Los análisis y balances de la política social de la región en los años noventa revela diversas
áreas grises o ámbitos cuyos resultados son insatisfactorios:
• Poca fuerza (poder) de las instituciones que se crean con un papel rector o de autoridad
social las que indefectiblemente se ven limitadas y cuando no subordinadas a las
políticas y decisiones de las autoridades de los ministerios económicos.
• Dificultades enormes para lograr la necesaria coordinación interinstitucional entre el
nivel sectorial y el de programas dirigidos a sectores pobres y entre el nivel central del
Estado y los niveles descentralizados.
• Asociado al punto anterior, se observa dispersión, superposición y discontinuidad de los
esfuerzos de intervención social en grupos y áreas específicas
• Fragilidad de la participación social y ciudadanía local, la que con frecuencia adquiere
un carácter más bien instrumental que propositivo y ciudadano6.
• Dificultades para dar cuenta de resultados obtenidos. Estos no logran traducirse en
modificaciones significativas a nivel agregado en el ingreso de los hogares (medición
tradicional de pobreza) y no ha habido avance en definir resultados intermedios como lo
son expansión de capacidades, hacerse mas sujeto y ciudadano, inserción en redes
sociales, etc.
Especial atención nos merece una nueva conceptualización sobre pobreza y protección
social que ha venido promoviéndose desde la tribuna del Banco Mundial. Se trata del
concepto de “manejo social del riesgo”. Se entiende riesgo como la vulnerabilidad de las
personas y familias para hacer frente a quiebres o situaciones inesperadas que puedan
afectarlos negativamente. El (MSR) que alude a la capacidad de las personas y las
instituciones de prevenir y enfrentar situaciones de vulnerabilidad. Si bien es un enfoque
que interpela a la política económica y a la política social, tiene especial relevancia desde la
óptica de las políticas de superación de la pobreza al plantear el concepto de protección
social como un componente de una visión más holística de MSR frente a la vulnerabilidad
(Holzmann y Jorgensen, 2000).
El enfoque del MSR habla de un "aseguramiento comprensivo" o sistémico que vincula las
diferentes esferas institucionales que contribuyen a prevenir o a mitigar los riesgos,
incluyendo la esfera de acción de los individuos en cuanto tales. El propósito es
incrementar el bienestar y disminuir el riesgo de vulnerabilidad.
6
Raczynsky y Serrano / DOS, (1998)
El MSR formula tres distinciones relevantes. En primer lugar, distingue entre acciones e
instrumentos de prevención, orientadas a disminuir la probabilidad de que se produzcan
eventos negativos, de mitigación, destinadas a disminuir el impacto futuro de un shock de
ingreso y de superación, destinadas a enfrentar en lo inmediato la crisis que se está
vivienda.
El siguiente cuadro, que presentan Holzmann y Jorgensen, resume las estrategias y sistemas
de MSR:
Como se sabe, los mecanismos de MSR no están disponibles para todos ni actúan en forma
homogénea, lo que sugiere la necesidad de establecer acuerdos y procedimientos que
permitan entregar garantías de protección social destinadas a habilitar a los individuos para
prevenir y evitar pérdidas y disminuir la probabilidad de riesgos.
Es esta preocupación la que motiva el enfoque de protección social que consiste en activar
mecanismos de aseguramiento que minimicen el impacto de los eventos negativos de
pérdida de ingreso familiar. La racionalidad para la intervención de la política social se
presenta cuando los individuos fallan en obtener niveles óptimos de aseguramiento.
Desde el punto de vista de la política pública, los autores hacen ver la necesidad de
distinguir diferentes tipos de riesgos. Señalan que los riesgos tienen origen natural o
humano, pueden ser exógenos o endógenos y pueden tener rasgos idiosincrásicos o
covariados (afectan a muchas personas) en el tiempo o en relación a otros riesgos.
Se suele disponer de más mecanismos para enfrentar las perturbaciones idiosincráticas que
las covariantes y las implicancias de política pública son claramente distintas. En respuesta
a riesgos idiosincráticos se registran a) programas de empleo de emergencia, b) fondos
sociales, c) intervenciones nutricionales y alimentarias, d) bonificaciones directas en
efectivo a los más pobres, d) pensiones y seguro de desempleo.
7
Este resultado se encuentra en un estudio realizado en Chile sobre vulnerabilidad y riesgo para el Banco
Mundial, Raczynski y Serrano 2002.
que deben protegerse o expandirse durante una crisis. Propone seleccionar como programas
que deben protegerse o expandirse aquellos capaces de aportar rápidamente un
complemento de ingreso a los más pobres y aquellos con adecuados y eficientes
mecanismos de focalización. Señala que se deben conservar algunos programas universales
(salud), aunque otros deben suspenderse o eliminarse (educación superior gratuita).
Se presenta a continuación el cuadro de Hicks y Wodom que informa sobre distintos tipos
de riesgo por grupo etario y el papel de la protección social frente a ellos8.
Principales riesgos por grupo etario y papel de la Protección social en el enfrentamiento de esos riesgos
Grupo Riesgos principales Papel de otros sectores Papel de la protección Papel de la protección
Etario social: seguros social: asistencia
0-4 - Retraso del crecimiento - Servicios primarios de _ - Desarrollo del niño en
infantil salud la primera infancia
8
Estimamos relevante incluirlo dado que esta matriz inspira el diseño de una matriz de riesgo social que
utiliza Chile Solidario para definir mínimos sociales.
Wodrom y Hicks señalan que, si bien muchos países tienen alguna combinación de
programas de protección social, son muy pocos los que cumplen con la idea de una red de
seguridad ideal. A su juicio, una red de este tipo debiera tener las siguientes
características:
• Basarse en un análisis acabado de quienes tienden a verse más afectados por las crisis y
que clase de mecanismos utilizan normalmente los afectados para enfrentarlas.
• Ofrecer una cobertura suficiente a la población que se desea llegar.
• Bien focalizadas en los pobres, con reglas claras en materia de elegibilidad y cese de
manera que el acceso sea simple y predecible.
• Hallarse bajo la supervisión de instituciones establecidas que funcionen bien.
• Ser anticíclicas
• Sustentables desde un punto de vista fiscal
• Poder lograr integrar beneficios con rapidez y lograr que la mayor parte de los costos
vaya a incrementar netos del Y.
• Complementar y no sustituir mecanismos de seguridad.
Un segundo aporte dice relación con la constelación de actores que forman parte del
sistema: sector público, sector privado y sector informal, destacándose la estrecha
interrelación entre los beneficiarios, los gobiernos y las instituciones. Se requiere, en todo
caso, realizar un importante esfuerzo de información y manejo de datos para poder
establecer los riesgos existentes por segmento de población y especificar las ofertas
públicas posibles para prevenirlos o mitigarlos. A la vez, siempre estará presente la
pregunta, que va más allá de cuestiones de información, acerca de cuál debiera ser la mejor
red de protección social para una población en un momento dado del tiempo, cuestión que
deberán resolver los países, con arreglo a sus valores y opciones políticas, restricciones
fiscales, experiencia pasada, capacidad institucional y principios de aseguramiento
vigentes.
En relación al concepto mismo, Sojo (2000) critica que el sistema se basa en el mercado y
autoriza la intervención pública solo en cuando los mecanismos de mercado no existen o
colapsan. En este caso, operaría la red de protección social. Sin embargo, afirma, las redes
de protección que se proponen no necesariamente representan una red social amplia, sino
un sistema modular de programas flexible para adaptarse a los patrones específicos de
riesgo y complementar los "arreglos" existentes. No se constituye una red eficiente de
protección porque opera sobre la base de la excepción, en circunstancias que la
vulnerabilidad social reclama mecanismos más permanentes y eficaces. Ello solo es
posible, sostiene, mediante contribuciones obligatorias o con cargo a impuestos generales, o
una combinación de ambas, modalidad que hace más estable y equitativa la diversificación
de riesgos, permite subsidios cruzados y establece un sentido de responsabilidad ciudadana
hacia las necesidades de los demás.
Este planteamiento puede ser entendido como una discusión de política fiscal. ¿De donde se
obtienen los recursos para financiar programas de protección social y que garantías de
permanencia, sustentabilidad y proyecciones tendrían estos programas? Sin embargo,
subyace otra discusión más compleja. ¿Acaso el papel del Estado en materia social consiste
en minimizar la vulnerabilidad, en generar oportunidades de superación de las condiciones
de vulnerabilidad o las dos anteriores? Si solo se trata de enfrentar la vulnerabilidad, se
presenta un riesgo severo de caer en programas sociales de corte estrictamente asistencial
que generan clientelismo, dependencia y desvalorización de la autoestima en los grupos a
los que se quiere ayudar.
En otras palabras, si bien este enfoque no representa una opción de política asistencial per
se, lo cierto es que es altamente probable que permanezca en ese ámbito. Sojo sostiene que
el enfoque de protección social en el contexto del MSR se basa en tres fundamentos
relacionados con el aseguramiento: a) la respuesta del Estado debe circunscribirse al
combate a la pobreza, b) se enfatiza la respuesta individual para asegurarse contra los
riesgos, y c) se descarta la posibilidad de solidaridad en la diversificación de riesgos.
Advierte contra el reduccionismo en política social, que circunscribe la responsabilidad
pública a políticas focalizadas en los pobres desestimando el principio de solidaridad.
En este esquema, se evalúan con más entusiasmo del que corresponde el papel de los
fondos sociales, no obstante la experiencia indica su carácter heterogéneo, transitorio e
inestable. Como mecanismo de incremento de ingreso similar cosa ocurre con los
programas de empleo de emergencia, respecto de los cuales se comprueba que contribuyen
efectivamente a generar ingresos para población que efectivamente lo necesita, pero quedan
dudas acerca de la calidad de las obras y la utilidad social de los proyectos de
infraestructura en los que participan (Hicks y Wodom, 2000, Serrano y otros 2002)9. De
esta forma, es posible que corresponda echar mano al viejo dicho popular: se estaría
desvistiendo un santo para vestir otro.
Las características de los pobres del nuevo siglo en América Latina son distintas que hace
20 años atrás. Los cambios se vinculan a temas de economía y mercado de trabajo, de
inversión en los sectores sociales, de globalización e inserción de los países en la economía
y sociedad mundial, de modificaciones en el comportamiento demográfico y cambios en la
composición de las familias, por nombrar algunos. En la mayoría de los países de América
Latina se observan las siguientes tendencias (Raczynski, 1995):
- La pobreza es cada vez más urbana, aunque la pobreza en ingreso tiende a ser más
intensa en áreas rurales.
- La pobreza urbana muestra una tendencia a mayor segregación socio - territorial con un
debilitamiento de los lazos personales e informales inter- estratos.
- La "calidad de vida" de los pobres y las manifestaciones de la pobreza son distintas que
en el pasado. La pobreza ya no esta marcada tanto por desnutrición y hambre, por
enfermedades infecciosas y respiratorias asociadas a malas condiciones de vida, alta
mortalidad infantil, analfabetismo o muy baja escolaridad, viviendas irregulares y de
material de desuso, familias de muchos hijos, marginación generalizada de servicios
sociales y sanitarios. Estas situaciones no se han acabado, pero su importancia relativa
es menor. Concomitante a estas situaciones, hay segmentos de población escolarizada,
residente en vivienda de material sólido, con acceso a servicios sociales, con pocos
hijos que viven en condiciones de pobreza.
- La inserción laboral de los segmentos pobres es cada vez más diversa: sector público y
privado, informal y formal, empresas mediana y grandes, y pequeñas y microempresas,
industria, comercio, servicios y actividades agropecuarias.
- Si antes la pobreza se definía mayoritariamente como crónica presente en la familia por
dos o más generaciones, en el presente esta pobreza co-existe con segmentos
poblacionales que han caído a situaciones de pobreza recientemente. Existe una fuerte
movilidad en torno a la línea de indigencia y pobreza, personas y hogares que salen y
que entran a condiciones de pobreza. La probabilidad de una persona o familia de caer
a una situación de pobreza es mucho más alta que en el pasado. Las oportunidades de
salir, en la medida en que las personas afectadas tengan escolaridad y experiencia de
trabajo, manejen información, cuenten con contactos y redes de apoyo, muestren
9
Una evaluación del programa de mejoramiento urbano chileno, dirigido preferentemente a jefes/as de hogar
cesantes, permitió concluir que son personas que efectivamente necesitan ser empleadas: tienen escasa
calificación laboral, trayectorias laborales inestables, se encontraban buscando trabajo. Desde la perspectiva
de las obras, se observa que la calidad física y ambiental de los proyectos es, en la gran mayoría de los casos,
deficiente y no mejora los espacios urbanos intervenidos.
Estas tendencias que se dan con intensidad y características distintas en los países y abren
nuevos desafíos y nuevas oportunidades para el combate a la pobreza. Los pobres ya no son
mayoritariamente analfabetos, una parte de ellos se encuentra organizada y acepta y se
acerca a los servicios de salud, se preocupa y está pendiente de la educación de sus hijos,
ahorran y mejoran su vivienda, etc. Estas modificaciones apuntan a una mayor diversidad
de situaciones pobrezas. Estudios cualitativos sobre estrategias de sobrevivencia y lógicas
de acción de los segmentos pobres revelan que no existe una cultura de la pobreza como se
pensaba en el pasado, sino que se observan posturas y conductas distintas frente a la
familia, el trabajo, la política, la superación de su propia situación de pobreza.
han logrado acumular en el tiempo y recursos sociales y culturales, a los que se denomina
capital social.
Llamamos enfoques tradicionales a aquellos que ponen atención sobre la dimensión de las
carencias o déficits que presentan grupos de población en indicadores o estandarts
entendidos como básicos de acuerdo a convenciones internacionales. Son principalmente el
enfoque de pobreza por ingreso y por necesidades básicas insatisfechas.
Sin embargo, las cosas no han evolucionado en esta perspectiva. Se observa que los pobres
efectivamente participan en el mundo laboral, pero en posiciones que no les permiten
autonomía ni proyección hacia el futuro, trabajan en el sector informal, no gozan de
protección social, perciben salarios exiguos, enfrentan gran inestabilidad y no consiguen
acumular formación y experiencia que les permita articular un capital humano competitivo.
Si bien es innegable la relevancia de las políticas, de expansión del capital humano, desde
la perspectiva del desarrollo humano se critica la falta de una perspectiva integral del
desarrollo y se señala que las teorías de la formación de capital humano ven al ser humano
como factor de producción, como un medio o instrumento para apoyar la producción y el
desarrollo económico y no como un fin en si mismo.
Cabe enfatizar que al definir la pobreza se llega con rapidez a los problemas técnicos de
medición y que los métodos más utilizados son aquellos objetivables y cuantificables
fundados en la detección de carencias. Por ello, el concepto de pobreza por ingreso o por
necesidades básicas insatisfechas termina siendo hegemónico en el pensamiento social: en
un contexto donde la selectividad y focalización forman parte sustancial de políticas y
programas de superación de la pobreza, a poco andar se suele echar mano de las técnicas de
selección basadas en carencias, principalmente de ingreso, no obstante se declaren otros
ámbitos o intereses a tener en consideración.
Otro segmento está formado por personas, familias y grupos que han perdido iniciativa pero
no se han descolgado totalmente de las vías reconocidas socialmente de participación en la
vida social (mercado, políticas sociales) y que requieren de un apoyo especial que los
estimula a visualizar y aprovechar las oportunidades. Este apoyo incluye actividades de
desarrollo personal y promoción social (fortalecer recursos afectivos, comunicativos y
sociales, promover la inserción en grupos y en redes de apoyo, apoyar la organización,
etc.). Son los pobres resignados.
Otro segmento está formado por personas y familias que actúan con lógica estratégica, se
ubican en la realidad social como frente a un menú de posibilidades y actúan con un cálculo
racional de sus posibilidades de satisfacción. Si sumarse a proyectos locales de desarrollo
les conviene, se sumarán, si les conviene más actuar solos a través de los mecanismos de
mercado, lo intentarán por esa vía, si descubren como hacerle trampa al sistema (por
ejemplo inscribirse en dos sistemas alternativos de salud y ampliar sus posibles beneficios)
lo harán. Son los pobres estratégicos.
Otro segmento está constituido por personas, familias y grupos que no han podido
desarrollar capacidades y habilidades, las que se encuentran a veces dañadas, y requieren
de intervenciones más largas, que en algunos casos, incluso, incluyen acciones curativas o
terapéuticas. Son los pobres duros.
Otro segmento, por último lo representan los que han desistido de recorrer las rutas
legítimas de la sobrevivencia, vía esfuerzo individual, participación en el mercado y acceso
a las políticas sociales y que han optado por el camino de la delincuencia, la droga o el
abandono. Son los pobres enojados.
Las miradas más modernas a la pobreza se asocian al enfoque de desarrollo humano del
PNUD, al enfoque de creación de capacidades, a las teorías sobre el capital social y a
aquellas que se refieren a la política social como garante de derechos de ciudadanía. Cada
uno de estos enfoques aborda todas las dimensiones mencionadas y su particularidad radica
en el énfasis o prioridad que otorgan a determinada dimensión o ámbito de interés, el que
muchas veces representa una visión política y valórica respecto al problema de la pobreza,
más que una respuesta instrumental en términos de recomendaciones de intervención. Se
quiere decir con esto que ellos no difieren entre sí respecto de qué hacer, como hacerlo o al
definir quienes son los actores responsables, sino en la manera en que se nombran y
priorizan los temas, cuestión que desde el punto de vista político y comunicacional no es
trivial.
Tienen en común que desplazan el foco de atención desde las carencias a la expansión de
los “espacios de libertad” de los sujetos para decidir sobre sus vidas y sobre su destino, en
2.- La temática del capital social alude a las relaciones de reciprocidad y confianza
entre las personas y grupos, la densidad y características del tejido social, y la naturaleza
de los lazos o vínculos que unen con otros. Lo definitorio del capital social es que es
relacional, tiene que ver con las conexiones y redes entre las personas y grupos inmersos en
la estructura social. Derivan del fortalecimiento del capital social políticas de
fortalecimiento real de la asociatividad, la participación ciudadana y la colaboración
recíproca en iniciativas de interés común.
sectores de escasos recursos, expandir su poder para que sean protagonistas de su destino,
tengan voz e influencia en lo que les acontece en la vida cotidiana y, en palabras de
Amartya Sen, “puedan dirigir su vida”.
4.- El enfoque de los derechos y la ciudadanía plantea que los Estados deben asumir
responsabilidades en la garantía de derechos de todos los ciudadanos. Estos derechos
comprenden, además de los civiles y políticos, los derechos sociales que constituyen la
ciudadanía social (CEPAL, 2000; MIDEPLAN, 2002). Deriva de esta óptica la
preocupación por establecer mínimos sociales que son irrenunciables desde el punto de
vista de la política pública. Estos mínimos se determinan en función de disminuir las
brechas de determinados grupos de población en relación al conjunto de la sociedad.
El planteamiento de mínimos y brechas permite dos lecturas. Por una parte, representa una
conquista desde el punto de vista social al instalar compromisos mínimos que son objeto de
derecho, y por lo tanto levanta estos mínimos como temas de ciudadanía.
La segunda lectura es más cauta y menos positiva pues existe el riesgo de que la definición
de mínimos, en lugar levantar la idea de derechos ciudadanos, más bien motive programas
focalizados en alcanzar esos mínimos, entendidos como metas en sí mismos y no como
umbrales de satisfacción.
Otro tema relevante es la discusión sobre ciudadanía. Queda claro que se ha ido instalando
con creciente legitimidad el concepto de derechos ciudadanos asociados a políticas sociales.
Sin embargo, aún es insuficiente el desarrollo de otro término asociado al de derechos,
aquel que habla de deberes o responsabilidades. Solo al poner en común, derechos y
deberes, se está proponiendo una nueva relación entre Estado y sociedad que articula y
potencia responsabilidades públicas y responsabilidades privadas.
Bajo esta visión más compleja y sistémica de la pobreza las intervenciones sociales pueden
tener propósitos o sentidos distintos que no se reducen al ámbito económico y material.
Pueden paliar una o varias carencias, crear instancias de generación de ingresos, invertir en
capital humano, fortalecer capital social y redes sociales, empoderar a los segmentos
pobres. Al mismo tiempo, esta visión abre una gama amplia y diversa de palancas posibles
de movilizar o activar para impulsar procesos de superación de la pobreza y metodologías
de trabajo participativos.
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Esta sección se apoya esencialmente en Concha y otros (2001).
El enfoque sobre manejo social del riesgo en el caso de los sectores más pobres introduce al
debate cuestiones antes no consideradas al discutir temas de pobreza y vulnerabilidad: a)
introduce una perspectiva preventiva y anticipatoria; b) liga cuestiones sociales e incluso
actitudinales, como la disposición al ahorro o a postergar el consumo con cuestiones de
orden económico; c) vincula cuestiones microsociales con ámbitos institucionales
(institucionalidad del aseguramiento) y de política fiscal. Se hace cargo, anticipando
problemas posteriores, de las desventajas de partida de los sectores pobres asociados al
mundo del trabajo mediante lazos informales, lo que los descarta de sistemas formales de
previsión, con escasas o nulas capacidades de acumulación de bienes o ingreso. Enfatiza,
por las mismas razones, las bondades de la inversión en capital humano como un
mecanismo de seguro y releva el papel de las redes sociales como soporte a la
sobrevivencia en condiciones de crisis. Permite instalar la idea de mínimos sociales como
umbrales de protección frente a los cuales será responsabilidad del Estado ofrecer garantías.
Si los sistemas de protección efectivamente logran articular la asistencia con una red social
de desarrollo, universal, ciudadana, con énfasis en el capital humano, su potencial de
impacto será ciertamente mucho mayor. Sin embargo, esta iniciativa de por si trascendente
no es suficiente. La experiencia indica que esta coordinación no se produce por la vía de las
normas o los procedimientos administrativos, sino desde la realidad social propia de las
familias y las comunidades que deben organizar sus itinerarios de protección y desarrollo.
A su vez, solo mediante procesos sociales centrados en las personas y tendientes a la
generación de capacidades es posible hablar de itinerarios de desarrollo social.
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La pobreza se mide por indicadores que reflejan una situación de carencias en una o varias necesidades
identificadas como básicas: un ingreso suficiente para la alimentación del grupo familiar, una vivienda
adecuada y acceso a servicios de agua, luz, alcantarillado y a un nivel básico de educación. Estas definiciones
/ mediciones son importantes. Entre otros, permiten conocer la evolución de la pobreza en el tiempo
(magnitud, brechas de ingreso y otros índices) y su localización geográfica (mapas de pobreza); caracterizar
los segmentos pobres según variables como tamaño y composición familiar, nivel de escolaridad, número de
activos y tasa de dependencia económica (inactivos por cada activo), estratos etários más afectados, acceso a
los programas sociales; y describir los beneficiarios del gasto social.
La visión expuesta podría llevar a pensar que para superar la pobreza basta con desarrollar
un trabajo individual, persona a persona, orientado a modificar actitudes, esquemas
mentales y visiones de mundo, y consolidando habilidades y competencias personales en
las personas pobres para moverse mejor en el mundo e integrarse. Esta es una conclusión
apresurada, al menos por dos razones.
Primero, porque los aspectos personales y psicosociales “negativos” que con alta frecuencia
están en el corazón de las situaciones de pobreza, son resultado del proceso de socialización
y de las interacciones o vínculos que relacionan a las personas entre sí, sea en la familia, la
escuela, el vecindario, el trabajo, el consultorio, el hospital, la municipalidad, el servicio
público, las plazas y calles, el centro comercial, los lugares deportivos, de recreación y
culturales. Las experiencias cotidianas y concretas de interacción social moldean a las
personas, fortaleciendo o debilitando los aspectos personales y psicosociales negativos. Por
tanto, las políticas y programas de superación de la pobreza deben atender y si es necesario
desplegar acciones que modifican la naturaleza de estas relaciones, que como se indicó
antes, muchas veces son descalificadoras, humilladoras, impositoras, de trato displicente.
Intervenir para modificar estas relaciones requiere trabajar y modificar actitudes,
disposiciones y esquemas mentales de los sectores pobres y, más importante, de los
sectores “no pobres” (funcionarios, profesionales y técnicos, autoridades, empresarios,
etc.). Asociado a lo anterior, como lo muestra el estudio de Narayan citado, y en Chile, el
trabajo de Espinoza (1995) y las experiencias analizadas en este estudio, el radio de acción
y las redes de apoyo personal e institucional de los sectores pobres son restringidas,
situación que incide directamente sobre los recursos que pueden activar y en sus
posibilidades de salir adelante.
La segunda razón, para no apresurar conclusiones, es que las situaciones de pobreza no son
una cuestión únicamente individual o familiar, sino que tienen que ver con las posibilidades
y limitaciones del entorno, sean éstas geográficas, de recursos productivos, de dotación de
servicios, culturales e identitarias, de organización social u otras. Las ocho experiencias
apuntan recurrentemente a características de este tipo que moldea las situaciones de
pobreza así como sus posibilidades de salida.
Los dos argumentos esbozados tienen relación directa con el desarrollo de los últimos años
en torno al tema de “capital social” y de las “redes sociales”. El capital social se entiende
como las relaciones sociales de cooperación y reciprocidad entre las personas. Puede ser
más o menos fuerte; lo hay de distinto tipo, no es estático, se desarrolla, retrocede; puede
ser más favorable o menos desfavorable para la superación de la pobreza. Esta realidad,
revela, como señala Kliksberg (1999) que al ignorar el “capital social” (actitudes de
cooperación, valores, tradiciones, visiones de realidad, relaciones entre los grupos, lazos de
confianza y desconfianza, conflictos y elementos de identidad) se inutilizan importantes
capacidades aplicables al desarrollo y, de paso, se desatan poderosas resistencias,
deteriorando componentes favorables a la superación de la pobreza. Si se reconoce, valora e
incorpora el capital social, es más probable lograr avances significativos y duraderos en la
superación de la pobreza, y se propician círculos virtuosos con las otras dimensiones del
desarrollo. La existencia o presencia de capital social, en este sentido, mejoraría la
capacidad de la gente para participar en forma organizada y exitosa en la gestión de sus
problemas; lleva a compartir información con otros, a conocer mejor al otro y disminuir la
incertidumbre acerca de la conducta de los otros; fomenta la toma de decisiones colectiva y
abre nuevas posibilidades de desarrollo y acción social.
Vale decir, la existencia de “capital social” es un activo, una oportunidad, que facilita
acciones de desarrollo y superación de la pobreza. La pregunta inmediatamente siguiente es
¿es posible construir “capital social”? ¿Cómo? El tema está en debate. Al respecto es
iluminador el artículo de Durston (1999). Las experiencias estudiadas en el contexto de este
trabajo sugieren que sí y relevan el importante papel de los “intermediarios locales” en el
proceso.
En síntesis, además del trabajo con las personas y grupos pobres es necesario trabajar sobre
los vínculos que unen y separa los sectores pobres y no pobres;. Ello requiere trabajar
simultáneamente con los sectores pobres y los no pobres, construyendo lazos entre ellos
que superen situaciones de subordinación y dependencia y que amplíen las redes de apoyo
públicas y privadas, personales e institucionales, conque cuentan sectores pobres.
Esta comprensión de lo que implica “superar pobrezas” debe estar presente y ser
reflexionada en los distintos niveles de las políticas públicas y la sociedad: los
formuladores y decisores de la política, los que diseñan programas, los que la ejecutan y los
que la evalúan; y esto tanto en el nivel central como el regional y local. Esta concepción
más compleja de la pobreza tiene implicancias directas sobre las estrategias de intervención
que se promueven para superar situaciones de pobrezas.
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El ejemplo clásico en América Latina son los programas de erradicación de poblaciones, que solucionan el
problema de la vivienda, de infraestructura sanitaria y de títulos de terrenos ocupados ilegalmente, y al mismo
tiempo debilitan las relaciones y redes sociales en que se apoyan las familias, incrementan gastos de
transporte, de dividendo, de agua y luz, dificultando el acceso al trabajo como consecuencia de la distancia
que separa la nueva residencia del lugar de trabajo; así como el de los niños al sistema escolar y de todos los
integrantes del hogar a los servicios de salud.