Está en la página 1de 5

¿ÉTICA E INTERNET?

Lic. Dante Bobadilla


USMP, 2005
dbr@ec-red.com

El origen del problema

Tradicionalmente la ética en Internet era un tema que se tocaba desde una sola
perspectiva: la preocupación de gigantescas transnacionales, como Microsoft y
Sony, por ver diminuidas sus ingentes ganancias al descubrir, horrorizados,
que los internautas compartían sus archivos gratuitamente. Por supuesto, el
asunto fue convenientemente planteado como la defensa de los derechos “de
todos” a la propiedad privada, incluso en Internet, la red creada para compartir
las cosas. En seguida se entabló la discusión que nos ocupa ahora, debido a
que la intención de trasladar los conceptos de nuestro mundo real al mundo
virtual de Internet presenta algunas dificultades y serias contradicciones de
todo orden. Naturalmente la cuestión de la ética va mucho más allá que la sola
defensa de la propiedad privada y de asegurar el enriquecimiento permanente
de las transnacionales. Examinemos algunos de estos aspectos.

¿Cuál ética?

Vista de modo práctico, podemos considerar a la ética como un conjunto de


normas de conducta que están estrechamente vinculadas a una época y a una
cultura en particular, e incluso diríamos a una clase en particular, y que no
necesariamente están escritas pero que se aceptan por alguna forma de
consenso. Cada cultura se maneja con una ética originada en principio en sus
más antiguas concepciones filosóficas y religiosas. Por ejemplo, en nuestro
medio cristiano occidental se concibe al hombre como una obra divina, la obra
magna de Dios, hecha a su imagen y semejanza, cuyo destino es sojuzgar el
mundo y enseñorearse sobre los demás animales de la Tierra, según lo dice el
Génesis. Bajo esta óptica se cobija una ética basada en la egolatría, que se
traduce en una dinámica social de egoísmos encontrados en donde cada quien
procura obtener más y más para sí mismo, perdiendo de vista al prójimo, y
siguiendo un proceso que conduce irremediablemente a dos consecuencias
lógicas: el que unos pocos tengan demasiado y muchos, casi nada; y por otro
lado, a la depredación extrema de los recursos naturales hasta poner en peligro
el ecosistema. El resultado final de esta curiosa ética, es una situación que se
contradice con el esquema social planteado por Cristo en su “nuevo pacto con
Dios”, el cual consiste en adoptar una vida basada en el servicio y el amor al
prójimo: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, ama a tu prójimo
como a ti mismo, etc.

Mientras que occidente se debate en la resolución de sus contradicciones


éticas profundas, en otras latitudes del mundo la religión le enseña al hombre
que es tan solo una criatura del universo tan igual a cualquier otra, que llegó a
esa etapa después de atravesar sucesivas reencarnaciones, pasando por ser
algún otro tipo de animal en un proceso evolutivo espiritual, de modo que el
hombre no tiene realmente ninguna categoría superior y, al contrario, su
obligación es vivir en armonía con los demás y, en especial, con la naturaleza
creadora, retribuyendo la gracia de la vida con actos que favorezcan al
florecimiento de la vida. Con tal visión, la ética cobra una dimensión totalmente
opuesta a la de occidente debido a que nadie concibe necesario ni razonable la
acumulación desmedida de riquezas en un mundo al que abandonaremos
indefectiblemente, y, menos aun, destruir el planeta en que vivimos.

Así pues toda ética se ajusta a una concepción previa de la vida. Ahora bien, si
consideramos que la Internet es una red globalizada, carente de geografía y de
fronteras, donde no existe norte y sur, oriente u occidente, y donde las únicas
barreras son las que impone el idioma, por ahora, la pregunta parece obvia:
¿cuál ética habremos de aplicar? ¿La que se acomoda mejor a los intereses de
las grandes transnacionales de occidente, como la defensa cerrada de la
propiedad privada y el derecho al enriquecimiento ilimitado? ¿Una que facilite
el desarrollo humano y la integración social y cultural como valores primarios?
¿Repetiremos en el mundo virtual las terribles distorsiones y contravalores que
la ética mercantilista ha desarrollado? ¿Con qué criterio vamos a juzgar lo
bueno y lo malo en el mundo de Internet, creado con el propósito de compartir
las cosas, si esto es ya una herejía en nuestro mundo?

Mundo real versus mundo virtual

Construir un mundo virtual sobre los planos del mundo real no parece una gran
idea, menos aun si tomamos en cuenta las características que tiene este
último. Mucho se ha cuestionado la ética en Internet, pero más válido sería
considerar previamente la situación del mundo derivada de aplicar los
principios éticos de occidente. Cada vez parece más claro que tenemos que
buscar y establecer nuevos criterios de ética, y sobre todo algunos cuantos
muy especiales para un mundo virtual, en lugar de emplear la ética tradicional
que ha manejado nuestra vida, nuestra pequeña comunidad, país o cultura.

¿Por qué parece tan difícil imponer una ética en Internet? En el mundo real,
quienes tienen la propiedad de los medios de comunicación tienen también la
capacidad para llegar a millones de personas. Estos pocos individuos cuyos
nombres alcanzan apenas a llenar una página, son finalmente quienes han
impuesto los criterios de ética a toda su sociedad. En cambio en el mundo de
Internet cualquiera tiene ese poder. Todos podemos llegar al mundo entero en
las mismas condiciones y no necesitamos más recursos que nuestro talento. El
poder económico no es determinante para conseguir una mayor cobertura. En
el mundo de Internet no son los ricos sino los verdaderamente talentosos
quienes pueden conseguir mayores accesos, ganar mayor audiencia y lograr
más seguidores. Esta ya es una diferencia radical con nuestro mundo real.

Por otro lado, la ética se construye bajo la sombra velada de una amenaza. La
conducta que no se aviene a lo establecido es susceptible de una represión por
la autoridad paterna, estatal o divina. Siempre hay alguien que castiga, y es el
que vigila nuestros actos. ¿Pero quién vigila en el mundo de Internet? Una de
las principales características de cualquier internauta es su anonimato. Solo se
conoce un nick y –cuando más- un ícono. En el mundo virtual no hay tímidos ni
solitarios. Todos se transforman y adoptan una personalidad (¿virtual?) inusual
para dar rienda suelta a sus más profundos deseos y expresarlos mediante
emoticons, por ejemplo. En el mundo virtual no hay impulsos que reprimir
porque nadie –a veces ni uno mismo- sabe quién es ni está seguro si seguirá
siendo, y porque generalmente tampoco se sabe quiénes son los otros. Es un
mundo virtual lleno de seres virtuales “viviendo” un momento virtual. Y eso, la
fabulosa posibilidad de no tener que reprimir ningún impulso, es algo que sería
imposible hacer en la vida real. El mundo virtual nos brinda la oportunidad de
“matar” a cualquiera, sacarlo de circulación con solo hacer un clic adecuado.
¿Acaso puede existir un sentimiento de culpa o de pecado en un internauta?

La culpa y el pecado son conceptos internos que afloran bajo la presión de una
ética que flota en la atmósfera como una música que se filtra en nuestros oídos
cuando actuamos. En el mundo real esa voz proviene finalmente de Dios y la
religión o el Estado. Pero ¿existe el Estado en un mundo virtual? ¿Hay un Dios
virtual? ¿Dice la Biblia algo que sea remotamente aplicable a Internet? ¿Alguna
Iglesia ha dictado sus cánones para la “existencia” en un mundo virtual? No. Lo
que se han dictado son normas para el mundo real que no llegan más allá del
instante en que se logra una conexión y se viaja al mundo virtual. Pero alguien
tiene que explicar esta limitación. Nuestras normas se quedan siempre de este
lado del vidrio mientras que detrás se despliega una exuberante naturaleza
nueva y viva, que respira su propia atmósfera liberada de los ardores de
nuestro clima, y a la que no le alcanzan las invocaciones y preocupaciones de
esta parte del existir.

Desde el punto de vista de la psicología quedan aún muchas interrogantes que


despejar en un mundo virtual. Cuando alguien asume un personaje que no es
uno copiado de afuera sino generado en el propio mundo interno del sujeto, a
veces con características completamente opuestas a su ser externo ¿qué pasa
con el yo original? ¿Cómo podemos establecer un comportamiento ético en un
sujeto virtual que carece de superyo? ¿Acaso el mundo virtual no cumple una
función terapéutica al facilitar a una persona la posibilidad de liberar sus
represiones habituales? ¿No cometeríamos un error –y un intento fútil- al
trasladar nuestro frágil esquema de valores –suponiendo que reconociéramos
claramente uno- al mundo espectral de Internet?

El espejo virtual

Resulta evidente que en la web se diluyen con más facilidad las barreras que
habitualmente encausan la conducta humana, en consecuencia Internet se
convierte así en una especie de espejo deformante en el que se ven reflejadas
exageradamente todas nuestras características, y especialmente aquellas más
negativas. Esto ha provocado la reacción de diversos sectores para acusar a
Internet de ser un ambiente sin valores y sin ética. ¿Lo es?

Me parece advertir que la ética del mundo real, especialmente la del occidente
progresista, se refleja en Internet pero de manera exacerbada. Esta es una
ética que, partiendo de la defensa de la propiedad privada como causa justa,
ha derivado en consecuencias injustas, en egoísmos patéticos y a establecer el
enriquecimiento individual ilimitado como una meta social, el cual permite, por
ejemplo, que una sola persona pueda adueñarse de toda la riqueza del mundo.
Se dirá que esto, en la práctica, es materialmente muy difícil. Pero lo que
importa aquí es admitir que hay una ética que lo favorece y lo permite. Si bien
en la vida real puede ser difícil que alguien se apodere de todo el mundo con
su ilimitada riqueza, en Internet no parece tan imposible que esto ocurra, y esto
es precisamente lo que ese espejo deformante nos devuelve, es decir, la
imagen grotesca y absurda de una sola persona o compañía adueñándose de
casi todo nuestro mundo. ¿Pero es esa la ética de Internet?

Los principios que cualquier exitosa universidad norteamericana imparte a sus


estudiantes de negocios, se aplican escrupulosamente y se amplifican gracias
a la web. Estrategias como “ubicar una necesidad y tratar de satisfacerla” y
“reducción de costos y maximización de utilidades” se utilizan también para
procurar convertir a la Internet en una especie de gran Centro Comercial en
donde se pueda seguir lucrando bajo la misma ética. No importa de qué
necesidades se trate. Aunque, claro está, las necesidades de cultura y
conocimiento no son muy buen negocio. Estas estrategias comerciales son el
origen de muchas actividades perversas como el spam que inunda los correos.
La aparición de prácticamente millones de páginas web tratando de vendernos
la felicidad de mil formas, y principalmente satisfacer los más bajos instintos
humanos en el campo de la sexualidad, con el propósito egoísta y perverso de
enriquecerse aunque sea a costa de la degradación de los otros, es una
expresión diferente de la misma ética capitalista trasladada a nuevos
escenarios. Y esto ha dado origen a la aparición de nuevas formas de conducta
sexual desviada, nuevas patologías sexuales y psicológicas, y –peor aun- a la
diseminación de perversiones que no se conocían en muchos lugares
recónditos del planeta, rompiendo así las barreras sociales e interculturales
para desparramar la degradación humana a gran escala. En muchos pueblos
tranquilos, la llegada de Internet ha sido, gracias a estos portales de
pornografía, como la llegada de los españoles al Nuevo Mundo con su letal
cargamento de viruela. El aspecto más nocivo de este fenómeno es que afecta
mayormente a la población infantil desprevenida en todo el planeta.

Pero también otras necesidades humanas irrumpen impetuosamente en la red,


como la de no sentirse aislado y permanecer en contacto con los demás. Esto
motiva que la gente reenvíe obsesivamente cadenas en listas de distribución
masivas, generando la llegada incesante de correspondencia inútil que solo
provoca pérdida de tiempo en las oficinas, saturación de los servidores y la
rápida difusión de toda forma de contaminación electrónica mediante virus,
gusanos, troyanos, etc. Además, esta conducta es aprovechada veladamente
por los recolectores de direcciones que, mediante ingeniosas presentaciones
gráficas, consiguen que los incautos internautas echen a rodar la bola.

Naturalmente los delincuentes, los psicópatas, siempre están vigilantes, como


halcones al acecho, para descubrir las debilidades de la conducta humana y
lanzarse a conseguir sus presas. Internet se ha convertido en un nuevo campo
de acción para ellos, pero esto no es algo que podamos atribuir a la red, pues
la delincuencia ha existido siempre y ha sabido aprovechar toda forma de
comportamiento humano para obtener su botín. Falsificar la página web de un
banco para obtener las claves de acceso a las cuentas, es una estafa como
cualquier otra, y no podemos atribuirlo propiamente a la existencia de la web.

Conclusión

Verse en el gran espejo de Internet y descubrir lo monstruoso que puede llegar


a ser –por un lado- nuestra ética, cultura, sociedad y la humanidad en general,
ha sido una experiencia tan conmovedora que ha provocado espanto y rechazo
en todos. Pero lo que cabe preguntarse es si la ética que encontramos en
Internet es un fenómeno que apenas compete a este, o es que el mundo virtual
actúa -como se ha planteado- a manera de un gran espejo deformante que
exagera las características negativas de nuestra cultura. La tendencia habitual
de buscar el origen de todos nuestros males en el mundo que nos rodea, hace
que perdamos de vista la causa real: nosotros mismos. Y en este sentido,
muchos se han lanzado apresuradamente a culpar a Internet como si se
tratara, en efecto, de otro mundo, un planeta externo. Pero, de hecho, la
Internet no es más que la expresión de nuestra propia cultura y civilización, con
sus inmensas y profundas contradicciones, con sus grandes y vergonzosos
vacíos, y también, sin ninguna duda, con sus errores y anacronías.

Lima, 21 de febrero del 2005

También podría gustarte