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de Sigmund Freud
Idioma Alemán
Sigmund Freud
Índice
1Contenido
o 1.1El aparato psíquico
o 1.2Doctrina de las pulsiones
o 1.3El desarrollo de la función sexual
o 1.4Cualidades psíquicas
o 1.5Un ejemplo: La interpretación de los sueños
o 1.6La técnica psicoanalítica
o 1.7Una muestra de trabajo psicoanalítico
o 1.8El aparato psíquico y el mundo exterior
o 1.9El mundo interior
2Notas
3Referencias
4Bibliografía
Contenido[editar]
El libro está dividido en tres partes: “La psique y sus operaciones”, “La tarea
práctica” y “La ganancia teórica”, subdividida la primera de ellas en cinco
apartados (“El aparato psíquico”, “Doctrina de las pulsiones”, “El desarrollo de la
función sexual”, “Cualidades psíquicas” y “Un ejemplo: La interpretación de los
sueños”), la segunda, en dos (“La técnica psicoanalítica” y “Una muestra de
trabajo psicoanalítico”) y la tercera, en otras dos (“El aparato psíquico y el mundo
exterior” y “El mundo interior”).
Strachey informa que Freud no le había puesto título a la primera parte de la obra
y que los editores alemanes la habían bautizado “Die Natur des Psychischen”,
esto es, “La naturaleza de lo psíquico”. Él, en cambio, en su traducción al inglés
adoptaba un título “algo más general” (“La psique y sus operaciones”). 3 Por otro
lado, la mayor brevedad del último capítulo (“El mundo interior”) condujo al
traductor a afirmar que:
[...] bien podría habérselo continuado con el examen de temas tales como el sentimiento de culpa —ya
tocado, empero, en el capítulo VI—; no obstante, constituye un enigma saber hasta dónde y en qué
dirección habría proseguido Freud, ya que el programa trazado por él en el «Prólogo» parece haberse
cumplido en grado razonable.7
El aparato psíquico[editar]
Véase también: Ello, yo y superyó
Edición en alemán de 1921 de Más allá del principio de placer, obra en la que Freud había introducido
su nueva concepción del dualismo pulsional a partir de la distinción entre pulsión de vida y pulsión de
muerte.
Freud define las pulsiones como “las fuerzas que suponemos tras las tensiones de
necesidad del ello”,9 y —conforme a las innovaciones que en la doctrina de las
pulsiones había introducido en Más allá del principio de placer—10 destaca el
carácter conservador que manifiestan pese a constituir ellas la causa de cualquier
actividad, en tanto la progresiva complejización que un organismo conquistase
abriría paso a una contrapuesta tendencia a regresar a una forma de organización
más elemental. Distingue dos tipos de pulsiones fundamentales (Eros y pulsión de
destrucción) y ubica dentro de la primera “la oposición entre pulsión de
conservación de sí mismo y de conservación de la especie”, es decir, la que media
entre la pulsión de autoconservación y la pulsión sexual, “así como la otra entre
amor yoico y amor de objeto”,9 la cual stricto sensu no consiste en una oposición
—sino, en todo caso, en una suerte de complementariedad— dado que el propio
Freud establece en Introducción del narcisismo que narcisismo y amor objetal se
nutren de las mismas fuentes y cuanto más se enriquece uno más se empobrece
el otro.11 Mientras que Eros pugnaría por constituir unidades de creciente
complejidad (ligazón), su contraparte tendría por objeto la disolución de tales
nexos y encontraría su fin último en la tarea de “trasportar lo vivo al
estado inorgánico”, razón por la cual también es conocida como pulsión de
muerte. La libido (energía de Eros), cuyo monto íntegro se concentra al principio
sobre el yo, es luego utilizada para investir o catectizar representaciones de
objeto, lo cual supone una superación de la etapa narcisista y la trasposición de
libido narcisista en libido de objeto. Sin embargo, el yo seguirá cumpliendo la
función de almacenarla: de él partirán las nuevas investiduras objetales y a él
regresarán cuando un objeto sea resignado o desinvestido.12
El desarrollo de la función sexual[editar]
Véase también: Desarrollo psicosexual
Edipo y la esfinge (1864), de Gustave Moreau. El complejo de Edipo (hito de la fase fálica, última etapa
del desarrollo psicosexual infantil antes del período de latencia), que toma su nombre de la tragedia de
Sófocles, representa una de las más célebres teorizaciones freudianas.
Edición en alemán de 1900 de La interpretación de los sueños, obra en la que Freud había diferenciado
el contenido manifiesto de los pensamientos oníricos latentes
Freud se pregunta por qué la vida de los neuróticos es más penosa, más sufriente
que la del resto si ni su constitución congénita ni las experiencias que atraviesan
se distinguen en gran medida de las de otras personas, y responde que ello ha de
cargarse en la cuenta de “unas disarmonías cuantitativas”. Cada particular
configuración de la vida humana encontraría su causa en la conjugación entre
propensiones innatas e impresiones de carácter contingente. Así, puede existir
cierta predisposición a que determinado componente pulsional se desarrolle con
excesivo vigor o a que no tenga la fuerza suficiente; y, a su vez, las vivencias
accidentales impondrán requerimientos particulares a cada individuo e incluso
puede darse el caso de que, cuando impongan los mismos reclamos a dos
personas distintas, la constitución de una de ellas le permita sobrellevar mucho
mejor lo que la de la otra apenas puede afrontar.37
Tanto los reclamos del ello como las excitaciones procedentes del exterior pueden
provocar un efecto traumático. El inerme yo infantil procura protegerse de ambos a
través de unos intentos de huida ―precisamente en ello radican las represiones―
que más adelante serán desventajosos y terminarán restringiendo el desarrollo
duraderamente. Freud sostiene que, en su tarea de convertirse en un individuo
civilizado en pocos años, el niño recorrerá, de manera sumamente compendiada,
un vasto trecho del desarrollo cultural de la humanidad. Para ello, no puede
privársele de la guía de la educación dado que los padres oficiarán de precursores
del superyó y, en su calidad de tales, orientarán al yo del infantil sujeto mediante
restricciones y sanciones, induciéndolo así a reprimir determinados impulsos. Los
requerimientos culturales han de contarse, pues, entre los factores predisponentes
a la neurosis.38
El psicoanálisis sostiene la idea de que las tempranas experiencias infantiles
tendrán un impacto incomparable en el ulterior desarrollo del individuo. Cobran
entonces gran significatividad contingencias tales como el abuso sexual
perpetrado en esos años por adultos, una seducción por un niño algo mayor, como
pudiera ser un hermano, y el tomar conocimiento, sea visual o auditivamente, de
relaciones sexuales entre los padres. Estas experiencias a menudo atizan la
sensibilidad sexual del niño, de cuyas propias apetencias concupiscentes ya no
podrá sustraerse. Tales vivencias se entregan a la represión y contribuyen así a la
causación de una compulsión neurótica que más adelante obstaculizará al yo el
gobierno sobre la función sexual, induciéndolo incluso a una perdurable
enajenación respecto de ella. Este extrañamiento de la sexualidad daría ocasión a
una neurosis, mientras que la ausencia de él propendería a las perversiones y al
trastocamiento no solo de la vida sexual sino también de otros aspectos de la
existencia.39
Aunque muy profundas puedan ser las impresiones dejadas por las mencionadas
experiencias, Freud hace mayor hincapié en otra que todos los niños habrían de
atravesar ―y que no dependería entonces de lo contingente―, dado que es
consecuencia del largo período que viven bajo la protección de sus padres, a
saber el complejo de Edipo, personaje mitológico helénico que tras asesinar a su
padre, Layo, contrae matrimonio con su madre, Yocasta. En el hecho de que en la
fase fálica cobre por primera vez expresión psicológica la diferencia entre los
sexos encontraría su causa el que el atravesamiento del complejo de Edipo no
suponga una situación simétrica para varones y mujeres.39
Freud dedica las restantes páginas de esta sección a exponer los pormenores de
la asimetría edípica, que muy sucintamente puede explicarse de la siguiente
manera. Tras hallar el niño —sea su sexo el que fuere— su primer objeto erótico
en el pecho materno, este es luego completado en la persona de la madre, quien
—al ingresar el varoncito en la fase fálica y comenzar a masturbarse fantaseando
con la idea de poseerla corporalmente y a desear tomar el lugar de su padre—
reprende el onanismo de su hijo con la amenaza de que ella o el padre del niño
le cortarán el miembro. Sin embargo, tal advertencia solo resulta eficaz si antes o
después de la misma tuvo él la ocasión de ver los genitales femeninos, los cuales,
desprovistos de ese órgano que tanto estima en sí mismo, lo obligan a prestar
creencia a lo que se le ha dicho y a abandonar más o menos completamente sus
esfuerzos por convertirse en el amante de su madre para resguardar su pene,
cayendo así preso del complejo de castración. En cambio, la niña, que permanece
a salvo de la angustia de castración, respondería con insatisfacción por haberle
sido denegado aquello que el varoncito tiene, al punto que la envidia de pene la
llevaría a un desasimiento de su madre: no puede dejar de achacarle el haberla
traído al mundo sin esa posesión que su hermano exhibe orgulloso. Toma
entonces a su padre como nuevo objeto de amor, primero por el “deseo de
disponer de su pene”, que luego es remplazado por el de recibir de él un hijo. La
amenaza de castración mueve al niño a abandonar el complejo de Edipo, mientras
que la falta de pene prepara a la niña para ingresar en él.40
El aparato psíquico y el mundo exterior[editar]
Véase también: Ello, yo y superyó
La primera parte de esta sección está destinada al examen de las relaciones entre
el ello, el yo y el mundo exterior.41 Freud sostiene a continuación que esfuerzos
que el frágil yo aún no plenamente desarrollado de la primera infancia emprende
para resguardarse de los peligros que lo acechan en esa etapa de la vida le
infringen daños permanentes. El hecho de que el niño sea protegido por sus
padres de los peligros del mundo exterior tiene por consecuencia la angustia que
lo aqueja ante la posibilidad de la pérdida de amor, que lo expondría indefenso.
Tras haber ingresado en el complejo de Edipo, el varoncito, preso de la angustia
de castración ―cuya efectivización dependería de tal pérdida de amor―, se ve en
la necesidad de movilizar sus defensas contra sus propias mociones edípicas, es
decir, reprimirlas. Por muy “acordes al fin” que tales represiones prueben ser en
dicha circunstancia, resultan “psicológicamente insuficientes cuando la posterior
reanimación de la vida sexual refuerza las exigencias pulsionales en aquel tiempo
rechazadas.” Freud es de la opinión de que podría prevenirse la contracción de la
neurosis si se le concediera plena libertad al yo infantil respecto de su vida sexual
y se le evitara la necesidad emprender la represión de sus impulsos. Por otro lado,
esa temprana cohibición de la pulsión sexual ―que supone un posicionamiento
del yo en favor del mundo exterior y en detrimento del interior― contribuye al
“apronte del individuo para la cultura.” Inhabilitados para alcanzar una satisfacción
directa, los reclamos pulsionales deberán entonces transitar otros caminos que
conduzcan a satisfacciones sustitutivas. Tales desvíos llevarán a su
desexulización y a un apartamiento respecto de sus primigenias metas
pulsionales. Para Freud, no sería poco lo que nuestro patrimonio cultural le
debería a semejante coartación de la sexualidad.42
Si el origen del yo y las cualidades que en el curso de su desarrollo fue
incorporando encuentran su causa en el vínculo con la realidad objetiva, para
Freud sería lícito inferir que en los estados patológicos el yo se aproxima al ello al
tiempo que se debilita o suprime tal vínculo con el mundo exterior. Según el autor,
los datos provistos por la clínica apoyarían dicha inferencia por cuanto el
desencadenamiento de una psicosis suele tener lugar en ocasiones en las que la
realidad objetiva se haya tornado intolerablemente desgarradora o en las que las
pulsiones hayan alcanzado niveles hipertróficos. La contraposición de las
exigencias del ello y de la realidad provocaría una escisión psíquica con dos
posturas coexistentes: “la que toma en cuenta la realidad objetiva, la normal, y otra
que bajo el influjo de lo pulsional desase al yo de la realidad.” El desenlace estará
supeditado a la fuerza relativa de una y de otra: en caso de prevalecer la que
desestima las condiciones del mundo exterior, sobrevendrá la irrupción de la
psicosis; si se impusiera la otra, se observará “una curación aparente de la
enfermedad delirante”, que se habría retirado a lo inconsciente.43
Esta escisión del yo que se vuelve tan evidente en las psicosis es igualmente
constatable “en otros estados más semejantes a las neurosis y, en definitiva, en
estas mismas.” Freud se declara particularmente convencido de ello en lo que
refiere al fetichismo, que él sitúa entre las perversiones y se desarrollaría a partir
de la ausencia de reconocimiento por parte del paciente ―casi siempre varón―
de la falta de pene en la mujer, la cual, en tanto “prueba de la posibilidad de su
propia castración”, no puede ser bien recibida. La percepción sensorial sobre la
real configuración genital femenina es desmentida y el individuo se aferra a la
creencia contraria, sin que por ello la percepción desmentida haya dejado de
resultar eficaz dado que el sujeto no se atreverá a afirmar que ha visto un pene allí
donde la realidad le ha indicado que no lo hay. En lugar de ello, el fetichista se
valdrá bien de alguna parte del cuerpo, bien de algún objeto, y le concederá la
importancia del pene cuya ausencia se resiste a reconocer plenamente. En la
mayor parte de los casos, el fetiche es precisamente algo vislumbrado en esa
misma ocasión en que tomó conocimiento de la conformación de los genitales en
la mujer o que se aviene bien a la función de hacer las veces de sustituto
simbólico del pene.44
Para Freud, sin embargo, no es correcto denominar “escisión del yo” a lo que
acontece a partir de la formación del fetiche; se trata aquí de una formación de
compromiso en cuya génesis ha participado el mecanismo del desplazamiento. El
fetiche responde al propósito de desbaratar la mencionada prueba de la
posibilidad de la castración, de forma que el fetichista pueda sentirse a salvo de la
angustia que la amenaza de castración le provoca: la representación de una mujer
provista de pene resta credibilidad a tal amenaza y la posesión de dicho órgano
por parte del individuo ya no se encontraría, pues, en peligro. Empero, sostiene
Freud que existen fetichistas que padecen de la misma angustia de castración que
quienes no lo son y se comportan frente ella del mismo modo que estos. Por
consiguiente, su manera de conducirse manifiesta simultáneamente dos premisas
contrarias: mientras que, por un lado, no se resignan a aceptar lo que su
percepción les ha indicado (la falta de pene en la mujer), por el otro, dan crédito a
ello. Estas dos posturas “subsisten una junto a la otra durante toda la vida sin
influirse recíprocamente.” En ello consiste precisamente la escisión del yo, que,
por lo demás, esclarece el hecho de que a menudo el fetichismo no domine la vida
sexual del individuo de manera excluyente: aun en esos casos, lo que Freud
denomina “conducta sexual normal” tiene cierto espacio para desarrollarse de
manera más o menos amplia, al punto que en ocasiones el fetichismo “se retira a
un papel modesto o a la condición de mero indicio.” Esto revela que los fetichistas
no terminan de consumar el desasimiento del yo respecto de la realidad objetiva.45
Por lo demás, la escisión del yo no es una peculiaridad privativa del fetichismo. El
yo del niño, confrontado con las imposiciones del mundo real, recurre a las
represiones para tramitar los requerimientos pulsionales, pero también se
encuentra a menudo en posición de defenderse de alguna advertencia procedente
de la realidad exterior que se le presente como desagradable y lo hace
precisamente a través de una desmentida de las percepciones que lo ponen al
corriente de tal reclamo. Las desmentidas son para Freud bastante frecuentes y
exceden el caso de los fetichistas. Él las considera “unas medidas que se tomaron
a medias, unos intentos incompletos de desasirse de la realidad objetiva.” El
reconocimiento complementa siempre a la desautorización y se establece, pues,
una escisión del yo a causa de la coexistencia de dos posturas antagónicas. Se
verifica como “un rasgo universal de las neurosis” la subsistencia en el psiquismo
de una misma persona de dos actitudes contrarias. La particularidad de la
neurosis radicaría en que mientras que una de ellas corresponde al yo, la otra
pertenece al ello. Independientemente de que el esfuerzo por defenderse
emprendido por el yo esté dirigido a determinada percepción del mundo exterior o
a cierta moción pulsional originada en el mundo interior, nunca logra su objetivo de
manera perfecta: la postura subyacente no deja de producir efectos en la vida
anímica del individuo.46
El mundo interior[editar]
Freud describe al yo como un mediador entre el ello y el mundo exterior que toma
a su cargo la satisfacción los reclamos pulsionales del primero, así como también
las percepciones del segundo, y que, bregando por la autoconservación, se pone
a la defensiva ante requerimientos hiperintensos procedentes de cualquiera de los
dos, mientras se deja orientar por las prescripciones de un principio de
placer modificado. Afirma que tal representación conserva su validez para explicar
la real naturaleza de las cosas solo hasta aproximadamente los cinco años del
individuo, momento en el que sobrevendría una importante alteración, a saber,
cierta porción del mundo exterior es resignado en cuanto objeto, así más no sea
de forma parcial, para ser incorporada en el interior del yo mediante una
identificación.47
Esta nueva instancia psíquica prosigue las funciones que habían ejercido aquellas personas [los objetos
abandonados] del mundo exterior;nota 2 observa al yo, le da órdenes, lo juzga y lo amenaza con castigos,
en un todo como los progenitores, cuyo lugar ha ocupado. Llamamos superyó a esa instancia, y la
sentimos, en sus funciones de juez, como nuestra conciencia moral.47
Freud subraya el hecho de que con frecuencia el superyó muestra una severidad
que supera la que habían exhibido los padres. El yo debe rendirle cuentas no solo
sobre sus actos consumados, sino también sobre sus pensamientos e intenciones
incumplidas, de los que el superyó parece estar al corriente. El superyó es para
Freud el “heredero del complejo de Edipo” y su instauración no tiene lugar sino
hasta el sepultamiento de aquel. Es eso mismo lo que permite dar cuenta de la
exagerada severidad que en ocasiones revela: esta no guarda correspondencia
con un arquetipo objetivo; en lugar de ello, concierne a la intensidad de la defensa
contra las tentaciones edípicas.48
Freud sostiene que en tanto yo y superyó trabajen de consuno, es difícil identificar
las exteriorizaciones de cada provincia anímica, si bien los distanciamientos entre
uno y otro se vuelven sumamente nítidos. Los reproches que la conciencia moral
dirige al yo dan cuenta de la angustia del niño por la pérdida de amor, angustia
que a partir de la instalación del superyó aparece subrogada por la instancia
moral. Por el contrario, en aquellas ocasiones en las que el yo logra imponerse por
sobre la tentación de incurrir en alguna acción que el superyó reprobaría, se eleva
el sentimiento de sí y se refuerza el orgullo. De lo antedicho se desprende el
corolario de que el superyó, pese a haber sido integrado en el mundo interior del
sujeto, se comporta respecto del yo como una suerte de mundo exterior.49
Para todas las posteriores épocas de la vida subroga el influjo de la infancia del individuo, el cuidado del
niño, la educación y la dependencia de los progenitores […]. Y, con ello, no sólo adquieren vigencia las
cualidades personales de esos progenitores,nota 3 sino también todo cuanto haya ejercido efectos de
comando sobre ellos mismos, las inclinaciones y requerimientos del estado social en que viven, las
disposiciones y tradiciones de la raza de la cual descienden.49
Notas[
1. ↑ En la edición de Amorrortu de las obras completas de Freud, los
términos conciente, inconciente y preconciente no aparecen escritos con -sc-, aunque el
Diccionario de la Real Academia Española —que no admite tampoco el término preconsciente
— da por válidas consciente e inconsciente.
2. ↑ Los corchetes aparecen en el original y corresponden a una interpolación de James Strachey,
traductor de Freud al inglés y responsable de la Standard Edition.
3. ↑ En la edición de Amorrortu de las obras completas de Freud, el adverbio sólo aparece
acentuado, conservando la vieja grafía.
Referencias[editar]
1. ↑ Saltar a:a b c d e Strachey, 2013, p. 135.
2. ↑ Saltar a:a b c d e Roudinesco y Plon, 2011, pp. 26-27.
3. ↑ Saltar a:a b Strachey, 2013, p. 136.
4. ↑ Freud, 2013a, p. 139.
5. ↑ Strachey, 2013, p. 137.
6. ↑ Piaget y Inhelder, 2007, p. 9.
7. ↑ Strachey, 2013, pp. 136-137.
8. ↑ Freud, 2013a, pp. 143-145.
9. ↑ Saltar a:a b Freud, 2013a, p. 146.
10. ↑ Freud, Sigmund (2013b). «Más allá del principio de placer». Obras completas (José
Luis Etcheverry, trad.). XVIII - Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y
análisis del yo y otras obras (1920-1922). Buenos Aires: Amorrortu Editores. pp. 1-62. ISBN 978-
950-518-594-8.
11. ↑ Freud, Sigmund (1992). «Introducción del narcisismo». Obras completas (José Luis
Etcheverry, trad.). XIV - Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, Trabajos sobre
metapsicología y otras obras (1914-1916). Buenos Aires: Amorrortu Editores. pp. 65-
98. ISBN 950-518-590-1.
12. ↑ Freud, 2013a, pp. 146-148.
13. ↑ Freud, 2013a, p. 150.
14. ↑ Freud, 2013a, pp. 150-151.
15. ↑ Freud, 2013a, p. 151.
16. ↑ Freud, 2013a, p. 156.
17. ↑ Freud, 2013a, pp. 157-158.
18. ↑ Freud, 2013a, pp. 160-161.
19. ↑ Freud, 2013a, p. 163.
20. ↑ Freud, Sigmund (1966). «La elaboración onírica». La interpretación de los
sueños (Luis López Ballesteros y de Torres, trad.). Buenos Aires: Círculo de lectores. pp. 291-
404. ISBN 950-19-0022-3.
21. ↑ Freud, 2013a, pp. 163-164.
22. ↑ Freud, 2013a, p. 164.
23. ↑ Freud, 2013a, p. 165.
24. ↑ Freud, 2013a, pp. 165-166.
25. ↑ Freud, 2013a, p. 167.
26. ↑ Saltar a:a b c d e Freud, 2013a, p. 181.
27. ↑ Freud, 2013a, pp. 173-174.
28. ↑ Freud, 2013a, p. 176.
29. ↑ Freud, 2013a, p. 175.
30. ↑ Freud, 2013a, p. 174.
31. ↑ Freud, 2013a, p. 178.
32. ↑ Saltar a:a b Freud, 2013a, p. 177.
33. ↑ Freud, 2013a, p. 179.
34. ↑ Freud, 2013a, p. 180.
35. ↑ Freud, 2013a, p. 182.
36. ↑ Freud, 2013a, p. 185.
37. ↑ Freud, 2013a, pp. 183-184.
38. ↑ Freud, 2013a, pp. 184-185.
39. ↑ Saltar a:a b Freud, 2013a, p. 187.
40. ↑ Freud, 2013a, pp. 188-194.
41. ↑ Freud, 2013a, pp. 199-201.
42. ↑ Freud, 2013a, pp. 201-203.
43. ↑ Freud, 2013a, pp. 203-204.
44. ↑ Freud, 2013a, p. 204.
45. ↑ Freud, 2013a, pp. 204-205.
46. ↑ Freud, 2013a, pp. 205-206.
47. ↑ Saltar a:a b Freud, 2013a, p. 207.
48. ↑ Freud, 2013a, pp. 207-208.
49. ↑ Saltar a:a b Freud, 2013a, p. 208.
50. ↑ Freud, 2013a, pp. 208-209.
Bibliografía[editar]
Freud, Sigmund (2013a). «Esquema del psicoanálisis». Obras
completas (José Luis Etcheverry, trad.). XXIII - Moisés y la religión monoteísta,
Esquema del psicoanálisis y otras obras (1937-1939). Buenos Aires: Amorrortu
Editores. pp. 133-209. ISBN 978-950-518-599-3.
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