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Bienaventurado padre San Serafín Rose
Desarrollo, no evolución
Voy a mostrar a continuación lo que San Basilio dice sobre este tema. En su
homilía V del Hexaemeron, San Basilio escribe: ¿cómo produce la tierra granos
según la especie, ya que a menudo, cuando tenemos sembrado buen trigo,
recogemos trigo ennegrecido? Mas esto no es un cambio de especie, es una
simple alteración, o algo así como una enfermedad del grano, que no deja de ser
trigo, sino que siendo quemado se ennegrece como lo enseña el nombre mismo.
Este pasaje parecería indicar que San Basilio reconoce alguna especie de cambio
en el trigo que no es un “cambio de especie”. Esta clase de cambio no es
evolución.
De nuevo, escribe San Basilio (Hexaemeron V): Algunas personas han observado
que los pinos cortados e incluso quemados se transforman en madera de encina .
Esta cita se ha utilizado para mostrar que San Basilio creía: 1. que un tipo de
criatura normalmente cambia a otra (pero mostraré a continuación lo que San
Basilio enseña generalmente sobre este tema); y 2. que San Basilio cometió
errores científicos, ya que esta afirmación es falsa. Aquí, afirmaría una verdad
elemental: la ciencia moderna, cuando se trata de hechos elementales, en efecto,
suele saber más que los santos padres, y los santos padres pueden cometer
fácilmente errores en los hechos científicos; no son hechos científicos lo que
buscamos en los santos padres, sino la verdadera teología y la verdadera filosofía
que está basada en la teología. Sin embargo, en este caso particular sucede que
San Basilio es científicamente exacto, ya que a menudo, de hecho, sucede que en
un bosque de pinos hay un gran crecimiento de encinas, y cuando el pino se
elimina por la quema, la encina crece rápidamente y produce el cambio de un
bosque de pino a uno de encinas en 10 o 15 años. Esto no es evolución sino una
forma diferente de cambio, y ahora veremos que San Basilio no podía haber
creído que el pino se transformara o se convirtiera en una encina.
Veamos ahora lo que San Basilio creía acerca de la “evolución” o “fijeza” de
especies. Escribe: Es, pues, verdad que cada creación tiene un grano o una virtud
que hace las veces de forma de reproducción. Y he aquí el sentido de estas
palabras: según su especie. El retoño de la caña no es propio a producir un olivo,
sino que una caña nace de una caña, como de un grano nace una creación
conforme a aquella de la que proviene. Así lo que salió de la tierra en la primera
creación, se conservó hasta este día, porque cada especie subsiste
reproduciéndose en una sucesión ininterrumpida. (Hexaemeron V).
De nuevo escribe San Basilio: Así, el movimiento impreso en la naturaleza de los
seres por un solo mandato de Dios se hace sentir igualmente en las criaturas en
su generación y en su alteración, y conserva y conservará hasta el fin la sucesión
de las especies siempre iguales. Este movimiento hace suceder un caballo a otro
caballo, un león a otro león, un águila a otra águila, y por las sucesiones
ininterrumpidas hace pasar cada animal de siglo en siglo hasta la consumación.
Ningún tiempo destruye ni borra las propiedades de los animales, en los que la
naturaleza permanece siempre nueva en el transcurso de los años como si fuera
reciente. (Hexaemeron IX)
Parece bastante claro que San Basilio no creía que un tipo de criatura se
transformara en otra, ni mucho menos que cualquier criatura existente
evolucionara a partir de otra criatura, y así sucesivamente hasta los organismos
más primitivos. Esta es una idea filosófica moderna.
Ahora entenderéis porqué no acepto vuestras citas de San Gregorio de Nisa sobre
el “ascenso de la naturaleza desde lo más insignificante hasta lo perfecto”, como
una prueba de la evolución. Creo, como lo refiere la sagrada Escritura del
Génesis, que había una creación ordenada por pasos, pero en ningún lugar del
Génesis o en los escritos de San Gregorio de Nisa se describe que una especie
de criatura sea transformada en otra especie, y que todas las criaturas llegaran a
ser de esa forma. Estoy muy en desacuerdo contigo cuando dices: “La creación es
descrita en el primer capítulo del Génesis exactamente como lo describe la ciencia
moderna”. Creo que te estás equivocando porque, según los santos padres, la
ciencia moderna no puede llegar a ningún conocimiento de los seis días de la
creación. En cualquier caso, es muy arbitrario identificar los estratos geológicos
con los “periodos de la creación”. Hay numerosas dificultades en la forma de esta
ingenua correspondencia entre el Génesis y la ciencia. ¿Cree realmente la ciencia
moderna que la hierba y los árboles de la tierra existieron en un período geológico
anterior a la existencia del sol, que fue creado sólo en el cuarto día? Creo que
nuestra interpretación de la Santa Escritura no debería estar ligada a ninguna
teoría científica, ni “evolutiva”, ni ninguna otra. Más bien, aceptemos la Santa
Escritura como nos la enseñan los santos padres, y no miremos ninguna
especulación acerca de la forma de la creación. La doctrina de la evolución es una
especulación moderna acerca de la forma de la creación, y en muchos aspectos,
está en completa contradicción con la enseñanza de los santos padres.
“El primer hombre, y el hombre nacido de él, recibió su ser de forma diferente; el
último, por copulación, el primero, de la formación del mismo Cristo, y sin
embargo, aunque se creía que eran dos, son inseparables en la definición de su
ser, y no son considerados como dos seres diferentes… La idea de humanidad en
Adán y Abel no varía con la diferencia de su origen, ni el orden ni la forma de su
llegada a la existencia crea ninguna diferencia en su naturaleza” (I, 34).
Y de nuevo: “Lo que razona, y es mortal, y es capaz de pensar y adquirir
conocimiento, es llamado ‘hombre’ igualmente en el caso de Adán y Abel, y este
nombre de naturaleza no se altera, ni por el hecho de que Abel existiera por
generación, ni por el hecho de que Adán lo hiciera sin generación”.
Por supuesto, estoy de acuerdo con la enseñanza de San Atanasio que citas, de
que “el primer hombre creado fue hecho del polvo como todos, y la mano que
entonces creó a Adán, crea ahora también y siempre a los que han venido
después de él”. ¿Cómo puede alguien negar esta obvia verdad de la continua
actividad creadora de Dios? Pues esta verdad general no contradice la verdad
específica de que el primer hombre fue hecho de forma diferente a los demás
hombres, como otros padres también enseñan claramente. San Cirilo de Jerusalén
llama a Adán “el primer hombre creado por Dios”, pero a Caín lo llama “el primer
nacido del hombre”. De nuevo enseña claramente, discutiendo la creación de
Adán, que Adán no fue concebido de ningún cuerpo: “Que los cuerpos deban ser
concebidos por cuerpos, incluso siendo tan maravilloso, es sin embargo posible;
pero que el barro de la tierra deba convertirse en un hombre, esto es más
maravilloso”.
¿Y sobre Eva? ¿No crees que, como enseñan las Santas Escrituras y los santos
padres, fue formada de la costilla de Adán y que no nació de cualquier otra
criatura? Pues San Cirilo escribe: “Eva fue engendrada de Adán, y no concebida
de una madre, sino que fue formada sólo del hombre”.
En lo que he escrito sobre Adán y Eva, notarás que he citado santos padres que
interpretan el texto del Génesis de una forma que podría llamarse más bien
‘literal’. ¿Estoy en lo cierto al suponer que te gustaría interpretar el texto de forma
más ‘alegórica’ cuando dices que creer en la inmediata creación de Adán por Dios
es “una concepción muy limitada de las Santas Escrituras”? Este es un punto
extremadamente importante, y estoy verdaderamente asombrado de ver que los
“evolucionistas ortodoxos” no conocen para nada cómo interpretan los santos
padres el libro del Génesis. Estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en
que no somos libres de interpretar la Santa Escritura como nos apetece, sino que
debemos interpretarlas como nos la enseñan los santos padres. Temo que no
todos los que hablan sobre el Génesis y la evolución ponen atención a este
principio. Creo firmemente que la perspectiva mundial y la filosofía de vida para un
cristiano ortodoxo debe ser encontrada en los santos padres; si escuchamos sus
enseñanzas, no nos perderemos.
“Los que no admiten los sentidos más simples de la Escritura, no ven el agua
como agua, sino como un ser de otro género. Explican, según su imaginación, que
pueda ser pez o planta. La creación de los reptiles y las bestias salvajes la
interpretan según el sistema que adopten, según el principio que se propongan, al
igual que los intérpretes de los sueños explican los sueños de la noche. Según yo,
cuando leo hierba, entiendo hierba; planta, pez, bestia salvaje, animal doméstico,
tomo todo esto como está escrito, “pues no me avergüenzo del Evangelio”
(Romanos 1:16). Los físicos que han tratado sobre el mundo, han hablado mucho
de la figura de la tierra, han examinado si es una esfera o un cilindro, si se
asemeja a un disco y si es redonda por todas partes, o si tiene la forma de un
harnero y si está hueca en el centro; pues tales son las ideas que han tenido los
filósofos y por las cuales han combatido unos contra otros; según yo, no me
llevaré a despreciar nuestra formación del mundo, porque el siervo de Dios,
Moisés, no habló de la figura de la tierra, ni ha dicho que tiene una circunferencia
de ciento ochenta mil estadios, porque no midió el espacio del aire en el que se
extiende la sombra de la tierra cuando el sol abandona el horizonte, porque no ha
explicado cómo esta misma sombra, acercándose a la luna, causa los eclipses.
¡Qué! Puesto que la Escritura se silencia con relación a conocimientos que nos
son inútiles, ¿preferiría yo una sabiduría insensata a los oráculos del Espíritu
Santo? ¿No glorificaría más bien al que no ha ocupado nuestro espíritu en vanos
temas, sino que ha hecho escribir todo para la edificación y para la perfección de
nuestras almas? Estos parecen no haber comprendido a los que, tomando de su
imaginación sentidos desviados y alegóricos, han querido revelar la simplicidad de
la Escritura dándole un aire más augusto. Pero demuestran querer ser más
hábiles que el Espíritu Santo mismo, y bajo pretexto de explicar sus oráculos, no
dan más que sus propias ideas. Que las cosas sean, pues, entendidas como
están escritas”. (Hexaemeron IX, 1)
Claramente, San Basilio nos advierte para que tengamos cuidado con justificar las
cosas del Génesis que son difíciles de entender para nuestro sentido común; es
muy fácil para el hombre moderno “iluminado” hacer esto, incluso si es un cristiano
ortodoxo. Por tanto intentemos todo lo posible por entender las Sagradas
Escrituras como las entendían los santos padres, y no según nuestra moderna
“sabiduría”. Y no nos satisfagamos con las opiniones de un santo padre;
examinemos también las opiniones de otros santos padres.
Uno de los comentarios patrísticos estándar del libro del Génesis es el de San
Efrén el Sirio. Sus opiniones son muy importantes para nosotros pues era un
habitante de Oriente y conocía la lengua hebrea. Los eruditos modernos nos dicen
que los “orientales” son muy dados a interpretaciones alegóricas, y que el libro del
Génesis igualmente debe ser entendido de esta forma. Pero veamos lo que dice
San Efrén en su comentario sobre el Génesis:
“Nadie debería pensar que la creación de los seis días sea una alegoría; es
igualmente inadmisible decir que lo que parece, según el relato, haber sido creado
en el transcurso de los seis días, fuera creado en un solo instante, y que
igualmente ciertos nombres expuestos en este relazo ni siquiera significan nada, o
significan algo más. Por el contrario, debemos saber que así como el cielo y la
tierra que fueron creados en el principio son realmente el cielo y la tierra y no otra
cosa entendida bajo los nombres de cielo y tierra, así también todo lo que es dicho
sobre lo creado y ordenado tras la creación del cielo y la tierra no son nombres
vacíos, pues la misma esencia de las naturalezas creadas corresponde a la fuerza
de estos nombres” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).
Estos siguen siendo, por supuesto, los principios generales; veamos ahora
algunas aplicaciones específicas de San Efrén en estos principios:
“Aun cuando la luz y las nubes fueron creadas en un abrir y cerrar de ojos, aún así
el día y la noche del primer día continuaban teniendo 12 horas cada uno”
(Comentario sobre el Génesis, cap. 1).
Y de nuevo: “Cuando en un abrir y cerrar de ojos la costilla (de Adán) fue tomada
e igualmente en un instante la carne volvió a su sitio, y la costilla desnuda tomó la
forma completa de una hermosa mujer, entonces Dios la llevó y se la presentó a
Adán” (Comentario sobre el Génesis, cap. 1).
Está muy claro que San Efrén lee el libro del Génesis “como fue escrito”; cuando
escucha “la costilla de Adán”, entiende “la costilla de Adán”, y no entiende esto
como una forma alegórica de decir algo más en conjunto. Del mismo modo muy
explícitamente entiende los seis días de la creación como seis días, cada uno con
24 horas, los cuales divide en una “tarde” y una mañana” de 12 horas cada una.
Los santos padres mismos no decían demasiado sobre este tema porque,
indudablemente, no era un problema para ellos. Es básicamente un problema para
el hombre moderno, que intenta entender la creación de Dios por medio de las
leyes de la naturaleza de nuestro mundo caído. Aparentemente, los santos padres
aceptaban el hecho de que la duración de los días no diferían de nuestros propios
días familiares, mientras que algunos de ellos incluso indicaban que su duración
era de 24 horas, como lo mencionaba San Efrén el Sirio. Pero hay algo en
aquellos días que es extremadamente importante que entendamos, y que se
refiere a lo que has escrito concerniente a la “instantaneidad” de la creación de
Dios.
¿Qué dicen los santos padres sobre esto? Ya he citado a San Efrén el Sirio, cuyo
comentario sobre el Génesis describe cómo todos los hechos creadores de Dios
se llevan a cabo en un instante, aunque todos los “días” de la creación duran 24
horas cada uno. Veamos ahora lo que dice San Basilio el Grande sobre las obras
creadoras de Dios en los seis días.
Hablando del tercer día de la creación, San Basilio dice: “Por esta palabra se vio
aparecer una inmensa cantidad de bosques espesos, se vio surgir todos los
árboles, ya sean los que son altos por naturaleza, los pinos, los abetos, los
cedros, los cipreses y otros, ya sean los que sirven para las coronas, los rosales,
los mirtos, los laureles, ya sean todas las especies de arbustos. Todos los árboles
que no habían aparecido aún sobre la tierra tomaron el ser en un instante”
(Hexaemeron V, 6).
Y de nuevo dice: “Brote la tierra. Estas pocas palabras hicieron al instante una
naturaleza universal y un arte maravilloso que, más rápidamente que el
pensamiento, hicieron nacer una infinidad de productos diversos” (Hexaemeron V,
10). Y de nuevo, sobre el quinto día: “Un mandato del Señor fue dicho, y
enseguida los ríos tuvieron la virtud de producir; los lagos hicieron nacer los seres
que les son naturales” (Hexaemeron VII, 1).
Del mismo modo, San Juan Crisóstomo, en su comentario sobre el Génesis,
enseña: “Y hoy pasando al elemento de las aguas, nos enseña que por su palabra
y su mandamiento ellas produjeron animales vivos; dice: Pululen las aguas
multitud de seres vivientes; y vuelen aves sobre la tierra debajo del
firmamento del cielo (Génesis 1:20). ¡Qué palabra, os pregunto, podría contar
dignamente este prodigio!¡y qué lengua bastaría para alabar esta obra de un Dios
creador! Había dicho solamente: “Brote la tierra hierba verde” (Génesis 1:11),
y de repente la tierra fue cubierta con los más ricos productos; y hoy dice:
“Pululen las aguas multitud de seres vivientes” (Génesis 1:20). Pero al igual
que a su primer mandato: brote la tierra, la tierra había hecho crecer las plantas y
las flores, las cosechas y todos los otros productos tan variados y tan numerosos;
así, en su segundo mandato: pululen las aguas multitud de seres vivientes, y
vuelen aves sobre la tierra debajo del firmamento del cielo, se vio aparecer a los
peces y los pájaros en tan gran número que no se los podría contar.” (Homilías
sobre el Génesis, Homilía 7, 3)
Aquí reitero: creo que en la mayoría de los casos la ciencia moderna sabe más
que San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo, San Efrén el Sirio y otros
padres, concerniente a las características del pez y hechos específicos similares;
nadie negará esto. Pero, ¿quién sabe más con respecto a los que Dios creó: la
ciencia moderna, que no está segura de si existe Dios, y en cualquier caso, intenta
explicarlo todo sin Él, o estos padres divinamente inspirados? Cuando dices que
Dios no crea instantáneamente, entonces creo que planteas la enseñanza de la
“sabiduría” contemporánea y no la enseñanza de los santos padres.
Así, San Gregorio el Teólogo, afirmando, como lo hizo San Efrén, que la creación
no fue “instantánea”, enseña: “Por lo tanto, los días de la creación son contados
como si fueran el primero, segundo, tercero y así sucesivamente hasta el séptimo
día, y con estos días está dividido todo lo que ha sido creado y puesto en
movimiento por leyes indescriptibles, y lo producido instantáneamente por el
Todopoderoso Verbo, para quien pensar y hablar ya significa cumplir en hecho. Si
el hombre, que fue honrado siendo hecho por Dios a su imagen, fue el último en
aparecer en el mundo, esto no es para nada asombroso; a causa de él, como para
un rey, fue necesario preparar una regia morada, y sólo entonces conducir a ella al
rey, acompañado por todas las demás criaturas”.
Así, la enseñanza patrística nos enseña claramente que Dios, aunque muy capaz
de crear todo instantáneamente, prefirió crear en etapas de creciente perfección,
no siendo cumplida cada etapa en un instante, ni en el curso de un
indefinidamente largo periodo de tiempo, sino entre estos dos extremos,
específicamente en seis días.
En sus comentarios sobre el libro del Génesis, San Efrén el Sirio y San Juan
Crisóstomo miran claramente sobre la creación de Dios como la obra de los seis
días regulares, en cada uno de los cuales Dios crea “inmediatamente” e
“instantáneamente”. De esta forma, San Basilio el Grande, contrariamente a la
opinión ampliamente aceptada de los evolucionistas cristianos, que se refiere a las
obras de la creación de Dios de forma inmediata y repentina, creyendo que la
duración de los seis días debía de haber constado de 24 horas cada uno, dice con
relación al primer día: “Y hubo tarde y hubo mañana: primer día. ¿Por qué el
sagrado escribano no dice el primer día, sino el día? Ya que debía hablar del
segundo, del tercero, y del cuarto día, hubiera sido más natural llamar primero al
día que precedía a aquellos que debían seguir. Pero dijo el día, sin duda
determinando la medida del día y de la noche, y reuniendo el tiempo de uno y de
otro, el cual está formado por veinticuatro horas que componen el espacio de un
día. Así, aunque entre un solsticio y el equinoccio, el día sea más largo que la
noche o la noche sea más larga que el día, sin embargo el espacio de los dos está
encerrado en un tiempo marcado. Es, pues, como si Moisés hubiese dicho: La
medida de veinticuatro horas es el espacio de un día; o, el movimiento del cielo y
su regreso al signo del que ha partido, forman un día” (Hexaemeron II, 8).
Como ya he dicho, no creo que esta cuestión sea de vital importancia examinando
los problemas de la evolución; sin embargo, es un elocuente testimonio para la
influencia de la filosofía moderna en los evolucionistas cristianos, que no pueden
esperar para reinterpretar estos seis días a fin de no parecer ilusos a los ojos de
los “sabios” de este mundo, que han demostrado “científicamente” que, sin
importar cómo ocurrió la creación, tuvo lugar hace millones de años. De gran
importancia es el hecho de que estos evolucionistas cristianos tienen un tiempo
difícil para creer en los seis días de la creación, que no presentó problemas a los
santos padres, pues los evolucionistas no entienden qué sucedió precisamente en
esos seis días: creen que tuvo lugar un lento proceso natural de desarrollo, de
acuerdo con las leyes de nuestro decadente mundo; de hecho, según los santos
padres, la naturaleza del primer mundo creado era totalmente diferente al nuestro,
como mostraré a continuación.
Vamos a examinar con mayor detalle otro comentario patrístico sobre el libro del
Génesis, que pertenece a San Juan Crisóstomo. Ten en cuenta que no cito padres
poco conocidos o sospechosos, sino a los mismos pilares de la ortodoxia, que
presentan nuestra enseñanza ortodoxa con la mayor claridad y santidad. En estos
escritos de San Juan no encontramos tampoco ninguna “alegoría”, sino una
interpretación muy estricta del texto que se ha escrito. Al igual que otros padres,
habla de Adán habiendo sido creado literalmente del polvo, y Eva, literalmente de
la costilla de Adán.
Si lo deseas, puedo citar muchos otros pasajes de esta obra, lo cual demuestra
que San Juan Crisóstomo (¿pues no es él el principal intérprete ortodoxo de la
Sagrada Escritura?) en todo interpreta el texto sagrado del Génesis como fue
escrito, creyendo que no era otra cosa más que una serpiente actual (por medio
de la cual hablaba el demonio) la que tentó a nuestros primeros padres en el
paraíso, que Dios condujo realmente a todos los animales ante Adán para que los
nombrada, y “los nombres que Adán les dio permanecen incluso hasta nuestros
días” (Pero según la doctrina evolutiva, muchos animales se extinguieron en el
tiempo de Adán [¿debemos creer que Adán no dio nombre a “todas las bestias”
(Génesis 2:19), sino solo al remanente de estas?].
San Juan Crisóstomo dice, cuando habla de los ríos del paraíso: “Pero es posible
que aquí, los que no quieren hablar más que desde su propia sabiduría sostengan
que estos ríos no eran verdaderos ríos, ni sus aguas, verdaderas aguas.
Dejémosles recrear estos sueños a los auditores que les prestan un oído
demasiado crédulo; y para nosotros, rechacemos a tales hombres, y no añadamos
ninguna fe a sus palabras. Pues debemos creer firmemente todo lo que contienen
las divinas Escrituras y, uniéndonos al verdadero sentido, imprimiremos en
nuestras almas la sana y verdadera doctrina.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 4).
¿Es necesario citar más a este divino padre? Al igual que San Basilio y San Efrén,
nos advierte: “Por eso os conjuro a cerrar el oído a todos esos discursos
seductores, y a no escuchar la Escritura más que como la conforman los santos
cánones. Pues no podemos, sin gran peligro para nosotros y nuestros auditores,
preferir sus propias interpretaciones en vez del sentido verdadero y real de las
divinas Escrituras.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 3).
Antes de continuar voy a responder brevemente a una objeción que he escuchado
de los que defienden la evolución: dicen que si alguien lee toda la Escritura “como
está escrita”, cualquiera se hará ridículo. Dicen que si debemos creer que Adán
fue realmente hecho del polvo y que Eva fue creada de una costilla de Adán,
entonces, ¿no debemos creer que Dios tiene “manos”, que “anda” en el paraíso, y
otros absurdos? Tal objeción no podría ser hecha por nadie que haya leído un solo
comentario de los santos padres sobre el libro del Génesis. Todos los santos
padres distinguen entre lo que se dice acerca de la creación, que debe ser tomado
“como está escrito”, y lo que es dicho sobre Dios, que debe ser entendido, como
San Juan Crisóstomo dice repetidamente: “de forma que complazca a Dios”. Por
ejemplo, San Juan Crisóstomo escribe: “Así, cuando nos dice que Dios plantó al
oriente del Edén un jardín de delicias, dad a esta palabra, mis queridos hermanos,
un sentido digno de Dios, y creed que por el mandato del Señor se formó un jardín
en el lugar que la Escritura designa.” (Homilías sobre el Génesis XIII, 3).
San Juan Damasceno describe explícitamente la interpretación alegórica del
paraíso como parte de una herejía, la de los origenistas. Pero entonces, ¿qué
hemos de entender de estos santos padres de profunda vida espiritual que
interpretan el libro del Génesis y otras Santas Escrituras en un sentido espiritual o
místico? Si no hubiéramos llegado tan lejos en la comprensión patrística de la
Escritura, esto no presentaría ningún problema para nosotros. El mismo texto de la
Santa Escritura es verdad “como está escrito” y también tiene una interpretación
espiritual. He aquí lo que el gran padre del desierto, San Macario el Grande, dice:
“Que el paraíso fuera cerrado y que un querubín fuera dispuesto para prevenir al
hombre la entrada en él con una espada de fuego, de esto creemos que de forma
visible se trataba de lo que estaba escrito, y al mismo tiempo vemos que esto
ocurre místicamente en toda alma” (Siete Homilías IV, 5).
Y aquí tenemos otro ejemplo de lo mismo. El divino Gregorio el Teólogo, en su
Homilía sobre la Teofanía, escribe concerniente al árbol del conocimiento: “El
árbol era, según mi opinión, la contemplación, en el que sólo están seguros los
que ha alcanzado la madurez del hábito para entrar”. Esta es una profunda
interpretación espiritual, de la que nuestros maestros académicos podrían decir
que San Gregorio “alegoriza” completamente la historia de Adán y el paraíso. Pero
ahora voy a presentar una interpretación de las palabras de San Gregorio el
Teólogo según un gran padre que vivió mil años después de él: San Gregorio
Palamás, arzobispo de Tesalónica. Contra San Gregorio Palamás y otros padres
hesicastas que enseñaron la verdadera doctrina ortodoxa de la “luz increada del
Monte Tabor”, se alzó el racionalista occidental Barlaam. Aprovechando el hecho
de que San Máximo el Confesor en un pasaje llamó a esta luz de la
Transfiguración un “símbolo de teología”, Barlaam enseñó que esta luz no era una
manifestación de la divinidad, no “literalmente” una luz divina, sino sólo un
“símbolo” de ella. Esto condujo a San Gregorio Palamás a hacer una réplica que
se ilumina para nosotros en la relación entre la interpretación “simbólica” y “literal”
de la Sagrada Escritura, especialmente con relación al pasaje de San Gregorio el
Teólogo que he citado anteriormente. Él escribe que Barlaam y otros, “no ven que
Máximo, sabio en temas divinos, ha llamado a la luz de la Transfiguración del
Señor ‘un símbolo de teología’ solo por analogía. En la teología, que usa
analogías y tiene la intención de elevarnos, los objetos que tienen una existencia
propia se convierten también en símbolos espirituales, y en este sentido es en el
que Máximo llama a esta luz un “símbolo… Del mismo modo, San Gregorio el
Teólogo llamó al árbol de la ciencia del bien y del mal “la contemplación”,
habiéndola considerado en su contemplación como un símbolo de esta
contemplación que está destinada a elevarnos; pero no procede que lo que sea
envuelto es una ilusión sin existencia en sí misma. Pues el divino Máximo también
hace de Moisés el símbolo del juicio, y a Elías, el símbolo de la visión. ¿También,
entonces, se supone que no han existido realmente, sino que han sido inventados
‘simbólicamente’?” (Tríadas II, 3:21-23).
Así, la interpretación patrística del libro del génesis hace bastante imposible
armonizar el relato del Génesis con la teoría de la evolución, que requiere una
interpretación enteramente “alegórica” del texto en muchos lugares en los que la
interpretación patrística no permitiría esto. La doctrina de que Adán fue creado, no
del polvo, sino por la evolución de alguna otra criatura, es una nueva enseñanza
que es enteramente ajena al cristianismo ortodoxo.
Según los santos padres, es posible para nosotros conocer algo de este primer
mundo creado, pero este conocimiento no es accesible a la ciencia natural.
Discutiré esta cuestión más adelante.
Ahora llego por fin a dos importantes cuestiones que se plantean en la teoría de la
evolución: la naturaleza del primer mundo creado, y la naturaleza del primer
hombre creado, Adán.
Pero primero debo preguntarte: si es cierto, como dices, que los animales
murieron y la creación estaba corrompida antes de la transgresión de Adán,
entonces ¿cómo es que Dios veía su creación después de cada uno de los Días
de la Creación y “vio que era bueno”, y tras haber creado a los animales en el
quinto y sexto días “vio que eran buenos”, y al final del sexto día, tras la creación
del hombre “Dios vio todo lo que había creado, y he aquí que era muy bueno”?
¿Cómo podía ser “bueno” si era mortal y corruptible, contrario al plan de Dios para
ellos? Los divinos servicios de la Iglesia ortodoxa contienen muchos emotivos
pasajes de lamentaciones sobre la “creación corrupta”, así como expresiones de
júbilo, tales como que Cristo, por su Resurrección, “ha realzado a la creación
corrupta”. ¿Cómo puede Dios ver esta lamentable condición de la creación y decir
que esto era “muy bueno”?
Y de nuevo, leemos en el texto Sagrado del Génesis: “Después dijo Dios: ‘He
aquí que Yo os doy toda planta portadora de semilla sobre la superficie de
toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto de árbol con semilla, para que os
sirvan de alimento. Y a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del
cielo, y a todo lo que se mueve sobre la tierra, que tiene en sí aliento de vida,
les doy para alimento toda hierba verde’. Y así fue” (Génesis 1:29-30). ¿Por
qué, si los animales se devoraban unos a otros antes de la caída, como dices,
Dios les dio, incluso “a todos los animales de la tierra, y a todas las aves del cielo,
y a todo lo que se mueve sobre la tierra” (muchos de los cuales son ahora
estrictamente carnívoros) solo la “hierba verde” por alimento? Sólo después de la
transgresión de Adán dijo Dios a Noé: “Todo lo que se mueve y tiene vida, os
servirá de alimento. Como ya la hierba verde, así os lo entrego todo”
(Génesis 9:3). ¿No sientes aquí la presencia de un misterio que hasta ahora se te
ha escapado porque insistes en interpretar el sagrado texto del Génesis por medio
de la moderna filosofía evolutiva, que no admitirá que los animales podían haber
sido de una naturaleza diferente a la que poseen hoy?
¡Pero los santos padres enseñan claramente que los animales (así como el
hombre) eran diferentes antes de la transgresión de Adán! Así, San Juan
Crisóstomo escribe: “Las palabras del Génesis prueban que en el principio el
hombre tenía sobre los animales el imperio absoluto. Y en efecto, Dios lo dijo: “y
domine sobre los peces del mar, y las aves del cielo, sobre las bestias
domésticas, y sobre toda la tierra y todo reptil que se mueve sobre la tierra”
(Génesis 1:26-27). Pero, puesto que hoy en día los animales feroces nos
asustan, y los tememos, estamos, pues, caídos de este imperio; lo confieso. Y sin
embargo esta decadencia no prueba nada contra las promesas divinas. Pues no
era así al principio. Eran los animales los que temían al hombre, que los reducía, y
que respetaban su autoridad. Pero cuando, por su desobediencia, perdió la gracia
y la amistad de su Dios, vio debilitarse y decrecer su poder sobre los animales. La
escritura nos los muestra, al principio, sometidos al hombre, pues nos
dice: “Formados, pues, de la tierra todos los animales del campo y todas las
aves del cielo, los hizo el Señor Dios desfilar ante el hombre para ver cómo
los llamaba, y para que el nombre de todos los seres vivientes fuese aquel
que les pusiera el hombre” (Génesis 2:19). Ahora bien, Adán no huyó a su
vista, ni a su aproximación; y les dio a cada uno un nombre propio y particular, así
como un amo nombra a sus esclavos. Añade la escritura: “Para que el nombre de
todos los seres vivientes fuese aquel que les pusiera el hombre”. Pero, ¿no es
este un gran acto de autoridad? Y Dios se lo reservó como testimonio de su poder
y de su dignidad.
Esta sola prueba bastaría para mostrar que al principio, el hombre no se asustaba
de los animales. Pero puedo aportar una segunda más convincente aún. ¿Y cuál?
La conversación de la mujer con la serpiente. Así, si el hombre hubiese temido
ante los animales, no veríamos a Eva esperar la aproximación de la serpiente,
recibir sus consejos, y entrar en conversación con ella. Pero por su aspecto,
hubiese huido temerosa y asustada. Sin embargo ella le habló sin temor, pues
entonces no lo dudaba” (Homilías sobre el Génesis IX, 4).
¿No está claro que San Juan Crisóstomo lee la primera parte del texto del Génesis
“como está escrito”, como un relato histórico del estado del hombre y la creación
antes de la transgresión de Adán, cuando el hombre y los animales eran diferente
a lo que son ahora?
De forma similar, San Juan Damasceno nos relata que “en aquel tiempo la tierra
producía por sí misma para uso de los animales que estaban sujetos al hombre, y
no había ni lluvias violentas sobre la tierra ni tormentas invernales. Pero tras la
caída, “cuando se le compara con las bestias sin sentido y llegó a ser como una
de ellas”… entonces la creación sujeta a él se alzó contra su gobernante
designado por el Creador” (Exposición sobre la fe ortodoxa, Libro II, cap. 10).
Quizá objetarás que en el mismo lugar San Juan Damasceno también dice,
hablando de la creación de los animales: “Todo era para el uso adecuado del
hombre. De los animales, algunos le servían como alimento, como los ciervos, las
ovejas, las gacelas, etc.” Pero debes leer el pasaje en su contexto, pues al final de
este parágrafo leemos (al igual que has señalado que Dios creó al hombre macho
y hembra conociendo de antemano la transgresión de Adán): “Dios sabía todas las
cosas antes de que sucedieran y vio que el hombre en su libertad caería y se
entregaría a la corrupción; sin embargo, para el uso adecuado del hombre, hizo
todas las cosas que están en el cielo y en la tierra y en el agua”.
No ves por las Sagradas Escrituras y los santos padres que Dios creó las criaturas
para que pudieran ser útiles para el hombre, incluso en su estado caído, sino que
los creó ya corruptos, y no ves que no estaban corrompidos hasta que Adán pecó.
Pero volvamos ahora al santo padre que habla muy explícitamente sobre la
incorrupción de la creación antes de la desobediencia de Adán: San Gregorio el
Sinaita. Es un santo padre de gran profunda vida espiritual y solidez teológica, que
alcanzó la altura de la visión divina. En la Filocalía escribe: “La creación existente
actualmente no fue creada originalmente corruptible, sino que cayó después en la
corrupción… El que renueva y santifica a Adán ha renovado también la creación,
pero ya no la ha liberado de su corrupción”.
Entonces, ¿cómo podemos conocer algo de todo esto? Obviamente, porque Dios
nos reveló algo de esto mediante la Sagrada Escritura. Pero también sabemos,
por los escritos de San Gregorio el Sinaita (y otros escritos que citaré a
continuación), que Dios ha revelado algo más que lo que está en las Escrituras. Y
esto me lleva a otra pregunta muy importante planteada por la evolución.
Bienaventurado padre Seraphim Rose
La ciencia y la Revelación Divina
¿Cuál es la fuente de nuestro verdadero conocimiento del mundo primordial, y cómo difiere
de la ciencia? ¿Cómo sabe San Gregorio el Sinaita lo que sucede a los frutos maduros del
paraíso, y por qué la ciencia natural es incapaz de descubrirlo? Ya que amas a los santos
padres, creo que ya sabes la respuesta a esta pregunta. Sin embargo, te daré una respuesta
basada no en mi propio razonamiento, sino sobre la indiscutible autoridad de un santo padre
de suprema vida espiritual, San Isaac el Sirio, que habló de la ascensión del alma a Dios
sobre la base de la experiencia personal. Describiendo cómo se eleva el alma al
pensamiento de la era futura de incorruptibilidad, San Isaac el Sirio escribe: “Y a partir de
aquí la mente ya se alza al estado que procedió a la creación del mundo, cuando no existía
la materia, ni el cielo, ni la tierra, ni los ángeles, ni nada que tuviera existencia, y al
estado en que Dios, único por su propia voluntad, lo trajo todo, de repente, de la nada a la
existencia, y toda cosa apareció ante Él en un estado de perfección” (Homilía 25).
Como puedes ver, San Gregorio el Sinaita y otros santos de gran vida espiritual fueron
capaces de comprender el mundo primordial, estando en un estado de divina contemplación
que sobrepasa los límites del conocimiento natural. San Gregorio el Sinaita mismo afirma
que los “ocho grandes temas de contemplación” en un estado de suprema oración son los
siguientes:
1.) Dios, 2.) El rango y la posición de las huestes celestiales, 3.) La composición de las
cosas visibles, 4.) El esbozo para el descenso del Verbo, 5.) La resurrección universal, 6.)
La terrible segunda venida de Cristo, 7.) El tormento eterno y 8.) El Reino celestial.
¿Por qué debería incluir “la composición de las cosas visibles” junto con otros temas de
contemplación divina, con relación a la esfera del conocimiento teológico y no la ciencia?
¿No es porque exista un aspecto y estado de la creación que esté fuera del conocimiento
natural y pueda ser visto, como San Isaac el Sirio mismo vio la creación de Dios, sólo en
contemplación y por la gracia de Dios?
En otro lugar San Isaac el Sirio describe la diferencia entre el conocimiento natural y la fe
que conduce a la contemplación: “El conocimiento natural es el límite de la naturaleza,
mientras que la fe procede más allá de la naturaleza. El conocimiento no osa tolerar nada
destructivo a la naturaleza, sino que la evita; por la fe, muchos entraron en el fuego,
suprimieron el ardiente poder del fuego, y pasaron a través de él indemnes, y anduvieron
por las olas como por tierra firme. Y todo esto está por encima de la naturaleza, es
contrario a los caminos del conocimiento y se ha demostrado que esta última es deficiente
en todos sus medios y leyes… No hay conocimiento que no esté limitado por la escasez, no
importa lo mucho que se enriquezca, mientras que los tesoros de la fe no pueden ser
contenidos ni en la tierra, ni en el cielo” (Homilía 25).
¿Entiendes ahora qué está en juego en el argumento entre la comprensión patrística del
libro del Génesis y las enseñanzas evolutivas? Los últimos intentos por comprender los
misterios de la creación de Dios por medio del conocimiento de la naturaleza y la filosofía
mundana, ni siquiera permitían que hubiera algo en estos misterios que los colocara más
allá de las posibilidades de este conocimiento, mientras que el libro del Génesis es un relato
de la creación de Dios, vista en contemplación divina por el profeta Moisés, y lo que ha
visto está confirmado por la experiencia personal de los padres posteriores. Y aunque la
revelación es muy superior al conocimiento natural, aun así sabemos que no puede haber
ninguna contradicción entre la verdadera Revelación y el verdadero conocimiento natural.
No hay desacuerdo entre el conocimiento de la creación contenida en el libro del Génesis,
expuesta a nosotros por los santos padres, y el conocimiento veraz de la creación obtenido
por la ciencia moderna a partir de la observación pero, por supuesto, hay un conflicto
indisoluble entre el conocimiento contenido en el libro del Génesis, y las vacías
especulaciones filosóficas de los científicos modernos que no están iluminados por la fe,
concerniente al estado del mundo durante el transcurso de los seis días de la creación. Por
lo tanto, puesto que hay un genuino conflicto entre el libro del Génesis y la filosofía
contemporánea, si deseamos conocer la verdad, debemos aceptar las enseñanzas de los
santos padres y rechazar las falsas opiniones de los filósofos científicos.
Concerniente a la genuina visión patrística del mundo primigenio, creo que te he mostrado
suficiente sobre estas visiones, que a primera vista parecen increíbles para el cristiano
ortodoxo cuya comprensión del libro del Génesis ha sido oscurecida por la filosofía
científica moderna. Lo más asombroso es, probablemente, el hecho de que los santos padres
entiendan el texto de la Sagrada Escritura “como está escrito”, y no nos permitan
interpretarlo libre o alegóricamente. Muchos “eruditos” cristianos contemporáneos se han
acostumbrado a asociar esta interpretación con el fundamentalismo protestante, pero está
claro cuán profundísima es la genuina interpretación patrística con relación a la de los
fundamentalistas, que nunca han escuchado sobre la divina contemplación y cuya
interpretación coincide sólo accidentalmente a veces con la patrística.
El cristiano ortodoxo moderno puede entender cómo la incorruptibilidad del mundo
primigenio sigue estando fuera del alcance de la investigación científica, si se analiza el
hecho de la incorruptibilidad como está representada mediante la acción de Dios incluso en
nuestro presente mundo corrupto. No podemos encontrar una mayor manifestación de esta
incorruptibilidad más que en la Santa Theotokos, de quien cantamos: “Que sin mancha
engendraste a Dios el Verbo…”. San Juan Damasceno señala que esta incorruptibilidad está
fuera de las leyes de la naturaleza en dos formas: “… pues sin un padre, que está por
encima de las leyes naturales del alumbramiento… y sin dolor, que está por encima de la
ley del nacimiento”. ¿Qué debería decir un cristiano ortodoxo cuando un moderno ateo,
bajo la influencia de la filosofía moderna, insiste en que tal incorruptibilidad es imposible,
y reclaman que los cristianos crean sólo lo que pueda ser probado u observado
científicamente? ¿No debería salvaguardar su fe, que es el conocimiento mediante la
revelación, y decir al pseudo-científico que es imposible saber o entender este hecho de la
incorruptibilidad como una acción sobrenatural de Dios?
Existe otra cuestión relativa a la situación del mundo primigenio que debería surgir en tu
mente: ¿y qué decir sobre esos “millones de años” de la existencia del mundo que la ciencia
“conoce como hecho”? Mi carta ya es demasiado larga y no puedo discutir esta cuestión
aquí, pero en otra carta examinaré también esta cuestión, incluyendo las deficiencias del
método del radiocarbono y otros sistemas “absolutos” de datación, y mostraré que estos
“millones de años” no son solo un hecho sino una materia de filosofía. Esta idea no surgió
hasta que, bajo la influencia de la filosofía naturalista, la gente empezó a creer en la
evolución, y si la evolución es cierta, entonces el mundo debe tener millones de años (ya
que la evolución nunca ha sido observada, es imaginada sólo con la suposición de que los
incontables millones de años pueden producir procesos que son demasiado “lentos” para
que los científicos modernos pudieran observarlos). Si examinas esta cuestión
objetivamente y sin pasión, separando las genuinas pruebas de las suposiciones y la
filosofía, verás que no hay hecho factible que pudiera hacernos creer que la tierra tenga más
de 7500 años.
Resumiendo la enseñanza patrística a cerca del mundo primigenio, no puedo encontrar nada
mejor que citar las divinas palabras de un santo padre que destacó en la oración, por lo cual
toda la Iglesia Ortodoxa lo llama el “Teólogo”. Y Eso es San Simeón el Nuevo Teólogo. En
su 45ª Homilía, dice lo siguiente basado en la tradición patrística: “En el principio, Dios,
antes de plantar el Edén y antes de crear al primer hombre, durante el transcurso de cinco
días creó la tierra y todo lo que hay en ella, y el cielo y todo lo que está en él, y en el sexto
día creó a Adán y lo dispuso como amo y gobernante sobre toda la creación visible. El
paraíso aún no existía en aquel tiempo. Pero este mundo de Dios era igual a un paraíso,
aunque material y físico. Y Dios lo entregó en manos de Adán y todos sus
descendientes…”. Y el Señor Dios plantó un jardín al este del Edén… Y el SEÑOR Dios
hizo brotar de la tierra todo árbol agradable a la vista y bueno para comer” (Génesis 2:8-9),
con diferentes frutos que nunca abandonó y nunca dejó de producir, pues siempre eran
frescos y dulces y con ellos dio un gran placer al primer hombre creado. Pues era necesario
dar delicias incorruptibles a aquellos cuerpos del primer hombre creado que eran
incorruptibles… Adán fue creado con un cuerpo incorruptible, aunque material y aún no
espiritual, y fue situado por Dios el Creador como un rey inmortal sobre el mundo
incorruptible, no sólo sobre el Edén sino también sobre toda la creación bajo el cielo…
Después de la transgresión de Adán, Dios no condenó al Edén… sino que condenó al resto
de la tierra que también era incorruptible y todo lo producido para ella… Aquello que fue
hecho corrupto y mortal por la transgresión del mandamiento, en toda justicia viviría en una
tierra corrupta y comería alimentos corruptos… Más tarde, también todas las criaturas,
cuando vieron que Adán había sido expulsado del paraíso, no desearon obedecerle, pues era
un criminal… Pero Dios restringió a todas estas criaturas con su poder, y por su
misericordia y bondad no les permitió que precipitarse sobre el hombre, sino que mandó a
toda la creación permanecer en servidumbre con él, habiendo sido hecho corrupto, y servir
al hombre corrupto para quien habían sido creados, para que cuando el hombre fuera
renovado y fuera espiritual, incorruptible e inmortal, toda la creación, situada por Dios en
servidumbre con el hombre, se hiciera libre por esta servidumbre, y fuera renovada junto
con él y se convirtiera en incorruptible y espiritual…
Los cuerpos de los hombres no deberían ser los primeros en ser revestidos con la gloria de
la resurrección y llegar a ser incorruptibles; toda la creación fue creada primeramente
incorruptible, y más tarde, el hombre fue tomado y creado de ella, y así de nuevo, la
creación debería ser la primera en ser incorruptible, y sólo entonces los cuerpos de los
hombres deberían ser renovados y hechos incorruptibles, para que todos los hombres
pudieran nuevamente ser incorruptibles y espirituales, y habitaran en una morada
incorruptible, eterna y espiritual… ¿Ves que toda la creación fue la primera incorruptible y
creada por Dios para morar en el paraíso? Pero más tarde se hizo corrupta y fue situada por
Dios bajo la servidumbre de la humanidad.
También debes saber cómo será glorificada toda la creación y brillará resplandeciente en la
nueva era. Pues cuando sea renovaba, no será la misma como cuando fue creada en el
principio. Pero será, según el divino Pablo, justo igual que nuestros cuerpos… Por el
mandato de Dios, toda la creación, en el tiempo de la resurrección universal, no será como
si hubiera sido creada de forma material y física, sino que será creada de nuevo y
convertida en una gran morada inmaterial y espiritual, sobrepasando toda percepción
sensual”.
¿Puede haber una enseñanza más clara sobre el estado del mundo primigenio antes de la
transgresión de Adán?
La naturaleza del hombre
Y ahora llego al final y la más importante cuestión que surge de la teología ortodoxa por la
moderna teoría de la evolución: la naturaleza del hombre y en particular, la naturaleza del
primer hombre creado, Adán. Digo que esta es la “cuestión más importante” surgida por la
evolución porque la doctrina del hombre, la antropología, toca más de cerca a la teología, y
aquí, quizá, se haga más posible identificar teológicamente el error del evolucionismo. Es
bien sabido que la Ortodoxia enseña de forma muy diferente al catolicismo romano con
relación a la naturaleza del hombre y la gracia divina, y ahora trataré de demostrar que el
punto de vista teológico sobre la naturaleza del hombre que está implícito en la teoría de la
evolución, no es el punto de vista ortodoxo del hombre, sino que está más cerca a la visión
católica romana, y esto es sólo una confirmación del hecho de que la teoría de la evolución,
lejos de ser enseñada por ningún padre ortodoxo, es simplemente un producto de la
mentalidad apóstata occidental e incluso, a pesar del hecho de que originalmente era una
“reacción” contra el catolicismo romano y el protestantismo, tiene sus raíces profundas en
la tradición escolástica papista.
Esta visión patrística fue muy bien establecida por el gran padre hesicasta, San Gregorio
Palamás, que se vio obligado a defender la teología ortodoxa y la experiencia espiritual,
precisamente, contra un racionalista occidental, Barlaam, que deseaba reducir la
experiencia espiritual y el conocimiento del hesicasmo a algo alcanzable por la ciencia y la
filosofía. Respondiéndole, San Gregorio establece principios generales que son aplicables
también en nuestros días, cuando los científicos y los filósofos piensan que pueden
comprender los misterios de la creación y de la naturaleza del hombre mejor que la teología
ortodoxa. Escribe: “El principio de la sabiduría es ser lo suficientemente sabio para
distinguir y preferir a la sabiduría que es inferior, terrenal y vana, la que es verdaderamente
útil, celestial y espiritual, que procede de Dios y conduce a Él, y que obra conforme a Dios
en los que la adquieren”.
San Gregorio enseña que la última sabiduría sola es buena en sí misma, mientras que la
primera es buena y mala: “Incluso si uno de los padres dice lo mismo que los de fuera, la
concordancia es sólo verbal y el pensamiento es muy diferente. El primero, de hecho, tiene,
según Pablo, “la mente de Cristo”, mientras que el último expresa lo mejor de un
razonamiento humano”. Del conocimiento secular, escribe San Gregorio, “no podemos
esperar absolutamente ninguna precisión cualquiera en el conocimiento de las cosas
divinas, pues no es posible extraer de él ninguna enseñanza cierta sobre los temas de Dios”.
Y este conocimiento también puede ser perjudicial y luchar contra la verdadera teología:
“El poder de esta razón entra en pugna contra los que aceptan las tradiciones con
simplicidad de corazón; desprecia los escritos del Espíritu, tras el ejemplo de hombres que
los han tratado descuidadamente y han establecido la creación contra el Creador”.
Sería muy difícil encontrar un mejor relato que este sobre cómo los modernos
“evolucionistas cristianos” han intentado obrar creyéndose a sí mismos más sabios que los
santos padres, usando el conocimiento secular para interpretar la enseñanza de la Sagrada
Escritura y los santos padres. ¿Quién puede dejar de apreciar que el espíritu racionalista y
naturalista de Barlaam es muy similar al del moderno evolucionismo?
Pero nota que San Gregorio habla del conocimiento científico que, en su propio nivel, es
cierto; se convierte en falso sólo porque se rebela contra el mayor conocimiento de la
teología. ¿Es la teoría de la evolución incluso cierta científicamente?
Creo que he dicho suficiente, no para mostrar que puedo “desmentir” la “evolución del
hombre” (pues, ¿quién puede probar o desmentir nada sin tal fragmentada evidencia?), sino
para indicar que debemos ser muy críticos de hecho con las interpretaciones de tan sesgada
evidencia. Dejemos a nuestros modernos paganos y sus filósofos estar excitados con el
descubrimiento de nuevos cráneos, huesos o incluso un simple diente, sobre los que los
periódicos declaren en sus titulares: “Encontrado un nuevo ancestro del hombre”. Esto no
es incluso el ámbito del vano conocimiento; es el ámbito de las fábulas modernas y los
cuentos de hadas modernos, de una sabiduría que verdaderamente se ha vuelto
asombrosamente estúpida.
Ahora veremos que la visión evolutiva sobre el origen del hombre en realidad no solo no
nos enseña sobre el origen del hombre, sino que nos presenta una falsa imagen, como tú
mismo pruebas cuando te ves obligado a exponer esta enseñanza para defender la idea de la
evolución.
Exponiendo tu punto de vista sobre la naturaleza del hombre, basada sobre una aceptación
de la idea de la evolución, escribes: “El hombre no es una imagen de Dios por naturaleza.
Por naturaleza, es un animal, un animal evolucionado, polvo de la tierra. Es una imagen de
Dios sobrenatural”. Y nuevamente: “El aliento de vida de Dios transformó el animal en
hombre sin cambiar una característica anatómica de su cuerpo, ni tan solo una célula”. Y
otra vez: “No me sorprendería si el cuerpo de Adán fuera en todos los aspectos el cuerpo de
un mono”.
Ahora, antes de examinar la enseñanza patrística sobre la naturaleza del hombre, admitiré
que la palabra “naturaleza” puede ser un poco ambigua, y que cualquiera puede encontrar
pasajes en los que los santos padres usan la expresión “naturaleza humana” en la forma que
se usa en un discurso común, refiriéndose a la naturaleza humana caída cuyos efectos
observamos cada día. Pero hay una mayor enseñanza patrística, una doctrina específica,
otorgada por revelación divina, que no puede ser entendida o aceptada por nadie que crea
en la evolución.
¿Cuál es esta doctrina? Abba Doroteo escribe en las primeras palabras de su primera
instrucción: “En el principio, cuando Dios creó al hombre, lo situó en el paraíso y lo adornó
con todas las virtudes, dándole el mandato de no probar del árbol que estaba en medio del
paraíso. Y así permaneció allí en el gozo del paraíso, en oración, en visión, en toda gloria y
honor, teniendo el profundo sentido y estando en la misma condición natural en la que fue
creado. Pues Dios creó al hombre según su propia imagen, es decir, inmortal, amo de todo,
y lo adornó con todas las virtudes. Pero cuando transgredió el mandato, comiendo del fruto
del árbol que Dios le había mandado no probar, entonces fue expulsado del paraíso, se
apartó de su condición natural, y cayó en un estado contra natura, y entonces permaneció en
pecado, en el amor por la gloria, en el amor por los gozos de aquel tiempo y otras pasiones,
y fue dominado por ellos, pues se convirtió a sí mismo en esclavo por la transgresión. (El
Señor Jesucristo) aceptó nuestra verdadera naturaleza, la esencia de nuestra constitución, y
se convirtió en un nuevo Adán, en la imagen de Dios que creó al primer Adán; renovó la
condición natural e hizo de nuevo profundos los sentidos, como eran en el principio”.
La misma doctrina es expuesta por otros padres ascéticos. Así, Abba Isaías enseña: “…En
el principio, cuando Dios creó al hombre, lo situó en el paraíso y lo proveyó con profundos
sentidos que permanecieron en su orden natural; pero cuando obedeció al engañador, todos
sus sentidos fueron cambiados a un estado antinatural, y entonces fue expulsado de su
gloria”. Y el mismo padre continúa: “Y así he aquí el que desea volver a su condición
natural cortando sus deseos carnales, para situarse en la condición según la naturaleza de su
mente”.
Los santos padres enseñan claramente que cuando Adán pecó, el hombre no se limitó a
perder algo que había sido añadido a su naturaleza, sino que su naturaleza misma era
cambiada, corrompida, al mismo tiempo que el hombre perdía la gracia de Dios. Los
divinos oficios de la Iglesia Ortodoxa, que son la base de nuestra enseñanza dogmática
ortodoxa y vida espiritual, también enseñan claramente que la naturaleza humana que ahora
observamos no nos es natural, sino que ha sido corrompida.
También se puede notar que toda nuestra concepción ortodoxa de la encarnación de Cristo
y nuestra salvación por medio de Él está ligada a una comprensión propia de la naturaleza
humana como era en el principio, a la que Cristo nos ha restaurado. Creemos que un día
viviremos con Él en un mundo muy semejante al mundo que existió entonces en esta tierra,
antes de la caída de Adán, y que nuestra naturaleza será entonces la naturaleza de Adán,
incluso mayor, porque todo lo material y cambiable será entonces dejado atrás.
Y ahora debo mostrarte además que incluso tu doctrina sobre la naturaleza humana como es
ahora en este mundo caído, es incorrecta, y no es según la doctrina de los santos padres.
Quizá es un resultado erróneo por tu parte, pues escribes: “Aparte de Dios, el hombre no es
nada en su propia naturaleza, porque su naturaleza es el polvo de la tierra, igual que la
naturaleza de los animales”. Puesto que crees en la filosofía de la evolución, estás forzado a
creer que la naturaleza humana es sólo una naturaleza animal inferior, como de hecho
estableces, o mejor, divides la naturaleza humana artificialmente en dos partes: la que es de
la “naturaleza” y la que es de Dios. Pero la verdadera antropología ortodoxa enseña que la
naturaleza humana es una, y es la que tenemos de Dios; no tenemos alguna naturaleza “de
los animales” o “del polvo”, que es diferente de la naturaleza con la que Dios nos ha
creado. Y por lo tanto, incluso la naturaleza humana corrompida y caída que tenemos ahora
no es “nada de nada”, como dices, sino que aún preserva en algún grado la “bondad” con la
que Dios la creó. He aquí lo que Abba Doroteo escribe de esta doctrina:
“Tenemos, naturalmente, las virtudes que nos ha dado Dios. Pues cuando Dios creó al
hombre, sembró las virtudes en él, como también dijo: ‘Creemos al hombre a nuestra
imagen, según nuestra semejanza’. Se dijo: ‘A nuestra imagen’, refiriéndose a las virtudes.
Y el Señor dice: ‘Sed misericordiosos como vuestro padre celestial es misericordioso’, y en
otro lugar: ‘Sed santos, pues yo soy santo’. Consecuentemente, por naturaleza, Dios nos
concedió las virtudes. Pero las pasiones no nos pertenecen por naturaleza, puesto que no
tienen ninguna sustancia o composición; así como la oscuridad por sí misma no tiene
sustancia ni ser, como dice San Basilio, sino un estado de aire creado por la ausencia de
luz, así las pasiones no nos son naturales, pero el alma en su amor por el placer,
habiéndose apartado de las virtudes, inculca las pasiones en sí misma y las fortalece
contra sí misma” (Instrucción XII).
Además, estas virtudes dadas por Dios aún ejercen por sí mismas incluso en nuestro estado
caído. Esta es la importante enseñanza ortodoxa de San Juan Casiano, que así refutó el error
del bienaventurado Agustín, que de hecho creía que el hombre, a parte de la gracia de Dios,
no era “nada de nada”. San Juan Casiano enseña en su Décimo Tercera Conferencia: “Que
la raza humana tras la caída, realmente no perdió el conocimiento del bien, esto es afirmado
por el apóstol Pablo… E incluso a los fariseos, el Señor dijo que ellos podían conocer la
verdad. No habría dicho esto, si no hubieran podido discernir lo que estaba en su razón
natural. Por lo tanto, nadie pensaría que la naturaleza humana es sólo capaz de obrar el
mal”.
Del mismo modo, con relación al justo Job, San Juan Casiano pregunta si “conquistó las
diversas insidias del enemigo a parte de con su propia virtud, o sólo con la asistencia de la
gracia de Dios”, y responde: “Job lo conquistó por su propia fuerza. Sin embargo, la gracia
de Dios no abandonó tampoco a Job; por temor a que el tentador lo cargara con tentaciones
por encima de sus fuerzas, la gracia de Dios le permitió ser tentado tanto como la virtud del
tentado podía soportar”.
De nuevo, con relación al patriarca Abraham: “La justicia de Dios deseaba probar la fe de
Abraham, no la que el Señor había infundido en él, sino la que él mostraba por su propia
voluntad”.
Por supuesto, la razón por la que el bienaventurado Agustín (y después de él, el catolicismo
romano y el protestantismo) creía que el hombre no era nada sin la gracia, era que tenía una
concepción incorrecta de la naturaleza humana, basada en un punto de vista naturalista. La
doctrina ortodoxa, por otro lado, de la naturaleza humana como fue creada en el principio
por Dios y es ahora incluso preservada en parte en nuestro estado caído, nos previene de
caer en ningún falso dualismo entre lo que es “del hombre” y lo que es “de Dios”. Para
estar seguro, todo lo bueno que tiene el hombre proviene de Dios, y no menos su verdadera
naturaleza. El hombre no tiene “naturaleza animal”, así como nunca la ha tenido; tiene
solamente la completa naturaleza humana que Dios le otorgó en el principio, y que incluso
ahora no ha perdido enteramente.
¿Es necesario señalarte la multitud de claras evidencias patrísticas que la “imagen de Dios”,
que es encontrada en el alma, se refiere a la naturaleza del hombre y no a algo añadido
desde fuera? Basta citar el maravilloso testimonio de San Gregorio el Teólogo, mostrando
cómo el hombre, por su constitución, yace entre dos mundos, y es libre para seguir
cualquier lado de su naturaleza que desee:
“No entiendo cómo llegué a estar unido al cuerpo y cómo, siendo la imagen de Dios, llegué
a estar mezclado con la suciedad. ¡Qué sabiduría es revelada en mí, y qué gran misterio!
¿No fue por esto por lo que Dios nos condujo a esta guerra y lucha con el cuerpo, para
que siendo parte de la divinidad, no podamos ser altivos y exaltarnos a causa de nuestra
dignidad, y no podamos desdeñar al Creador, sino que podamos siempre dirigir nuestra
mirada hacia Él, y así nuestra dignidad pueda ser salvaguardada en los límites a causa de
la enfermedad que se nos ha unido? ¿Para que podamos saber al mismo tiempo, somos
igualmente inmensos y pequeños, terrenales y celestiales, temporales e inmortales,
herederos de la luz y la oscuridad, dependiendo del lado hacia el que nos inclinamos? Así
fue establecida nuestra constitución, y esto, hasta donde puedo ver, fue para que el barro
terrenal pudiera humillarnos si pensáramos exaltarnos a causa de la imagen de Dios”
(Homilía 14).
Esta imagen de Dios que posee el hombre por naturaleza no estaba completamente perdida
incluso en los paganos, como enseña San Juan Casiano; no se ha perdido incluso hoy en
día, cuando el hombre, bajo la influencia de la filosofía moderna y el evolucionismo, está
intentando transformarse en una bestia sub-humana; y así incluso ahora, Dios espera la
conversión del hombre, y espera su despertar a la verdadera naturaleza humana que tiene en
su interior.
San Serafín dice: “Muchos explican que cuando en la Biblia se dice que Dios sopló el
aliento de vida en el rostro de Adán, el primer hombre creado, que fue creado por Él del
barro de la tierra, esto significa que hasta entonces no había ni alma ni espíritu en Adán,
sino sólo la carne creada del barro de la tierra. Esta interpretación es errónea, pues el
Señor creó a Adán del barro de la tierra con la constitución que el santo apóstol Pablo
describe: “Y vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo sean conservados sin mancha
para la Parusía de nuestro Señor Jesucristo” (1ª Tesalonicenses 5:23, Biblia Straubinger).
“Y todas estas partes de nuestra naturaleza fueron creadas del barro de la tierra, y Adán
no fue creado muerto, sino con un ser activo como el de todas las demás criaturas de Dios
que vivían sobre la tierra. El punto es que si el Señor no hubiera soplado después en su
rostro el aliento de vida (es decir, la gracia de nuestro Señor Dios, el Espíritu Santo…),
Adán habría permanecido sin tener en él el Espíritu Santo que lo eleva a la dignidad
semejante a la de Dios. Sin embargo, fue creado perfecto y superior a todas las demás
criaturas de Dios como corona de la creación sobre la tierra, pero habría sido igual que
todas las otras criaturas que, aunque tienen cuerpo, alma y espíritu, cada una según su
especie, sin embargo no tienen el Espíritu Santo en ellas. Pero cuando el Señor Dios sopló
en el rostro de Adán el aliento de vida, entonces, según la palabra de Moisés, Adán se
convirtió en un alma viva, esto es, completamente y en toda forma igual a Dios y, como Él,
por siempre inmortal”.
Esta es una de las citas patrísticas que tú das y que parece sostener tu opinión de que el
hombre era primeramente una bestia, y entonces (tiempo después) recibió la imagen de
Dios y se convirtió en hombre. De hecho, debo decirte que has malinterpretado
completamente la enseñanza de San Serafín, que no es la enseñanza que la doctrina de la
evolución enseña. Esto puedo mostrarlo citando las claras enseñanzas de otros santos
padres y la del mismo San Serafín.
En primer lugar, debemos tener claro que cuando San Serafín habla del hombre como ser
compuesto de “espíritu, alma y cuerpo”, no está contradiciendo a muchos otros santos
padres que hablan de la naturaleza humana como meramente “alma y cuerpo”; simplemente
hace una distinción entre los diferentes aspectos del alma y habla de ellos de forma
separada, como muchos otros santos padres también lo hacen. En segundo lugar, diciendo
que el “aliento de vida” que Dios sopló en el rostro de Adán es la gracia del Espíritu Santo,
no está contradiciendo a muchos santos padres que enseñan que el “aliento de vida” es el
alma, sino que sólo está dando, quizá, una interpretación más profunda y precisa de este
pasaje de la Escritura. Pero, ¿en realidad hace la distinción racionalista que tú haces entre la
naturaleza del hombre que existía “antes” de este aliento, y la gracia que le fue comunicada
por él? ¿Acepta la teología ortodoxa la dicotomía que la enseñanza católica romana hace
entre “naturaleza” y “gracia” como si el hombre supiera todo lo que debe saber acerca de
estos dos grandes misterios?
No. La teología ortodoxa no conoce tal rígida dicotomía sobre el tema: ¿pertenece la
inmortalidad al alma humana por naturaleza o por gracia? ¿Qué pertenece al primer hombre
creado, Adán, por naturaleza, y qué por gracia? No hagamos falsas distinciones
racionalistas, sino admitamos que no entendemos totalmente este misterio. Naturaleza y
gracia proceden ambas de Dios. La naturaleza del primer hombre creado, Adán, era tan
exaltada que sólo podemos entenderla débilmente ahora por nuestra propia experiencia de
gracia, que nos ha sido otorgada por el Segundo Adán, nuestro Señor Jesucristo; pero el
estado de Adán fue también más elevado de lo que podamos imaginar, incluso desde
nuestra propia experiencia de gracia, pues aun su grandiosa naturaleza fue hecha sin
embargo más perfecta por la gracia, y fue, como dice San Serafín, “completamente y en
toda forma igual a Dios, y, como Él, por siempre inmortal”.
Lo que está absolutamente claro, y lo que nos es suficiente saber es que la creación del
hombre (su espíritu, alma y cuerpo, y de la divina gracia que perfeccionó su naturaleza) es
un solo acto de creación, y no puede ser dividido artificialmente, como si una parte fuera la
“primera” y otra la “última”. Dios creó al hombre en gracia, pero ni las Santas Escrituras, ni
los santos padres nos enseñan que su gracia llegara más tarde que la creación de la
naturaleza del hombre. Esta enseñanza pertenece al escolasticismo medieval latino.
Para estar convencidos de esto sólo tenemos que examinar cómo nos instruyen los santos
padres para interpretar la narrativa sagrada del Génesis en este punto. La respuesta nos es
resumida por San Juan Damasceno: “Con sus propias manos, Dios creó al hombre de
naturaleza visible e invisible, con su propia imagen e igualdad: de la tierra formó Dios su
cuerpo, y por su propio aliento le dio un alma racional y la comprensión, que finalmente
decimos que es su divina imagen… Por otra parte, el cuerpo y el alma fueron formados al
mismo tiempo, no uno antes y el otro después, como pretenden los desvaríos de Orígenes”
(Exposición sobre la Fe Ortodoxa II, 12).
Aunque San Juan Damasceno habla del aliento de Dios como el alma, no enseña de forma
diferente a San Serafín, que habla del aliento como la gracia del Espíritu Santo. San Juan
Damasceno habla escasamente de la gracia en la creación del hombre, ya que esta gracia se
entiende que ha estado presente en todo el proceso de la creación, primeramente en la
creación de la imagen de Dios (el alma) que, como enseña, es parte de nuestra naturaleza.
San Gregorio de Nisa también habla de la creación del hombre sin poner mucha atención a
qué viene “de la naturaleza” y qué viene “de la gracia”, sino que simplemente termina sus
escritos con estas palabras: “Regresemos todos a la aparente divina gracia con la que Dios
creó al hombre en el principio, diciendo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según
nuestra semejanza” (Sobre la formación del hombre, XXX, 34).
San Juan Damasceno y otros, hablando del aliento de Dios como el alma, examinan este
tema de una forma un tanto diferente a la de San Serafín, pero está claro que las enseñanzas
de todos estos padres concernientes a la creación del hombre y, en particular, con relación a
la cuestión de si es posible según la narrativa del Génesis concluir con una diferencia de
tiempo entre la “formación” y el “aliento” del hombre, son una y la misma. San Juan
Damasceno habla por todos los padres cuando señala que esto (es decir, la formación y el
aliento) ocurrió “al mismo tiempo, no uno antes y el otro después”.
Aquellos que creen en el Dios adorado por los cristianos ortodoxos nunca habrían pensado
en la evolución.
Es bastante obvio que San Serafín entendió el texto del libro del Génesis de forma diferente
a la que tú interpretas. Otras partes de su “Conversación con Motovilov” muestran que San
Serafín contempló la creación y la naturaleza de Adán en la misma forma que toda la
tradición patrística.
Así, inmediatamente después del lugar que has citado, están las siguientes palabras que no
mencionas: “Adán fue creado de forma que no fuera afectado por los elementos creados por
Dios; por eso, no podía ser ahogado por el agua, ni quemado por el fuego, ni tragado por
los abismos de la tierra, ni perjudicado por ninguna acción del are. Todo le estaba
sujeto…”.
Y de nuevo dice San Serafín: “Y tal sabiduría, poder, fortaleza y otras buenas y santas
cualidades, también las concedió el Señor Dios a Eva, habiéndola creado, no del barro de
la tierra, sino de la costilla de Adán en el gozo del Edén que había plantado en medio de la
tierra”. ¿Crees en la creación de Eva a partir de la costilla de Adán como un hecho
histórico, como todos los santos padres? No, no puedes, porque desde el punto de vista de
la filosofía evolutiva esto es un absurdo; ¿por qué el “Dios” de la evolución desarrollaría el
cuerpo de Adán de los animales “de forma natural” y crearía a Eva de forma milagrosa? ¡El
“Dios” de la evolución no obra tales milagros!
Vamos a examinar ahora concretamente la visión patrística ortodoxa del cuerpo del primer
hombre creado, Adán, que, según la enseñanza evolutiva, habría sido corruptible, como el
mundo corruptible del que “evolucionó”, y que podría haber sido, como afirmas, incluso el
cuerpo de un mono.
Las Escrituras nos enseñan claramente que “Dios creó al hombre incorruptible”. San
Gregorio el Sinaita dice: “El cuerpo, nos lo dicen los teólogos, ha sido creado
incorruptible, igual como resucitará, y el alma ha sido creada sin pasiones, pero así como
el alma tuvo la libertad para pecar, así también el cuerpo, para ser corruptible”. Y de
nuevo: “El cuerpo incorruptible será terrenal, pero sin secreciones ni obesidad, siendo
indescriptiblemente transformado en una entidad espiritual, para que sea a la vez barro y
celestial. Así como fue creado en el principio, así resucitará, con el fin de corresponder a
la imagen del Hijo del Hombre”.
Notemos aquí que el cuerpo en la siguiente vida aún será “de barro”. Contemplando el
barro corruptible de este mundo caído, nos hacemos humildes, pensando en esta parte de
nuestra naturaleza, pero cuando pensamos en el barro incorruptible del mundo nuevamente
creado, con el que Dios creó a Adán, brillamos con la majestad de incluso la parte menos
inefable de la Creación de Dios.
San Gregorio el Teólogo ofrece una interpretación simbólica de los “vestidos de pieles” con
las que el Señor vistió a Adán y Eva tras su transgresión, significando que nuestro cuerpo
actual es diferente al del cuerpo del primer hombre creado, Adán. “Adán es revestido con
vestidos de pieles, es decir, con una carne mortal”. San Gregorio el Sinaita también dice:
“El hombre fue creado incorruptible, y resucitará igual. La corruptibilidad ha sido
engendrada por la carne. Comer y vomitar el exceso, llegar la cabeza erguida y dormir
tumbado, estos son atributos naturales de animales y bestias, entre los que también nos
encontramos nosotros; habiendo sido hechos por nuestra transgresión igual a los
animales, hemos perdido las cualidades otorgadas por Dios y hemos cambiado de seres
sabios a animales, de creaciones divinas a bestias” (Discursos sobre los mandamientos,
8:9).
Concerniente al estado de Adán en el Edén, San Juan Crisóstomo enseña lo siguiente: “El
hombre vivía sobre la tierra como un ángel, siendo un cuerpo, pero no teniendo
necesidades corporales; como un rey, vestido con vestiduras púrpuras y coronado con una
diadema, disfrutaba libremente de su morada celestial, teniéndolo todo en abundancia…
Hasta la caída, las primeras personas vivían en el Edén como ángeles, no estaban sujetos
a la lujuria o a otras pasiones, no estaban sobrecargados con necesidades corporales,
incluso no tenían necesidad de estar cubiertos con vestiduras” (Discurso sobre el Libro del
Génesis XIII,4; XV:4)
San Simeón el Nuevo Teólogo también habla claramente del primer hombre en el Edén y
su estado final en la eternidad: “Si ahora, después de que hemos trasgredido el mandato y
hemos sido condenados a muerte, la humanidad se ha incrementado hasta tal punto,
¿imaginas cuánta gente habría habido, si todos los nacidos después de la creación del
mundo no hubieran muerto? ¡¿Y qué vida habrían vivido, siendo inmortales e
incorruptibles, ajenos al pecado, al dolor, a las preocupaciones y a los afanes opresivos?!
¡Y cómo, tras sobresalir guardando los mandamientos, habrían resucitado a una gloria
perfecta y, siendo transformados, se habrían acercado más a Dios, y el alma de cada
persona se habría hecho más radiante, reflejando la indescriptible luz de la divinidad! Y
este cuerpo sensual y grotesco se convertiría en inmaterial y espiritual, por encima de
todos los sentidos, mientras que el gozo y la alegría con la que habríamos sido colmados
entonces con la comunión unos con otros, verdaderamente habría sido indescriptible e
imposible de entender para la mente humana… La vida de las primeras personas en el
Edén no estaba sobrecargada con el trabajo y oprimida por la desgracia. Adán fue creado
con un cuerpo incorruptible, aunque uno material, y no aún espiritual… Sobre nuestro
cuerpo, dice el apóstol: “Sembrando cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual; pues si
hay cuerpo natural, lo hay también espiritual” (1ª Corintios 15:44), y es resucitado, no
igual que el cuerpo del primer hombre antes de la transgresión, es decir, material, sensual,
cambiante, teniendo necesidad de alimento sensual, sino resucitado en un cuerpo
espiritual, tal como era el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo después de la resurrección,
el cuerpo del segundo Adán, el primer nacido de entre los muertos, que es
incomparablemente superior al cuerpo del primer hombre creado, Adán” (Homilía 45).
Nuestra experiencia con nuestro cuerpo corruptible nos hace imposible entender el estado
incorruptible del cuerpo de Adán que, como sabemos, no tenía necesidades corporales, que
comía de todos los árboles del Edén sin producir ningún desecho, y que no tenía necesidad
de dormir (hasta que un acto directo de Dios le hizo caer dormido, para que Eva fuera
creada de su costilla). ¡Y cuán incapaces somos de comprender el estado de nuestros
cuerpos exaltados en la era futura! Pero según la enseñanza de la Iglesia sabemos suficiente
para refutar a los que creen que estos misterios deben ser comprendidos por medio de la
ciencia y de la filosofía. El estado de Adán y el mundo recién creado ha sido siempre
excluido del conocimiento científico por la barrera de la transgresión de Adán, que cambió
la verdadera naturaleza de Adán y toda la creación, y del mismo modo, la naturaleza del
conocimiento mismo.
La ciencia moderna conoce sólo lo que observa y lo que puede deducir razonablemente a
partir de sus observaciones; sus conjeturas con relación a la temprana creación no son ni
grandiosas y menos importantes que los mitos y las fábulas de los antiguos paganos. El
verdadero conocimiento de Adán y el mundo recién creado (hasta donde se nos permite
saber) es accesible sólo por medio de la revelación divina en la divina contemplación de los
santos.
Conclusión
Todo lo que he dicho en esta carta, extraído estrictamente de los santos padres, será una
sorpresa para muchos cristianos ortodoxos. Los que han leído algo de los santos padres
quizá se pregunten por qué no lo han escuchado antes. La respuesta es simple: si hubieran
leído mucho a los santos padres, habrían encontrado esta doctrina ortodoxa de Adán y la
creación, pero han estado interpretando los textos patrísticos hasta ahora por medio de los
ojos de la ciencia moderna y la filosofía, y por lo tanto, han cegado la verdadera enseñanza
patrística.
Estaba muy interesado por leer en tu carta que expones la correcta enseñanza patrística de
que “la creación de Dios, incluso la naturaleza angélica, tiene siempre, en comparación con
Dios, algo material. Los ángeles son incorporales en comparación con nosotros, que somos
hombres biológicos. Pero en comparación con Dios son también materiales y criaturas
corporales”. Esta enseñanza, que es expuesta muy claramente en los padres ascéticos como
San Macario el Grande y San Gregorio el Sinaita, nos ayuda a entender el tercer estado de
nuestro cuerpo, el que tenía el primer hombre creado, Adán, antes de su transgresión. Del
mismo modo, esta doctrina es esencial en nuestro entendimiento sobre la actividad de los
seres espirituales, ángeles y demonios, incluso en el presente mundo corrupto. El gran
padre ortodoxo ruso del siglo XIX, el obispo San Ignacio Briantchaninov, dedica un
volumen entero de sus obras (volumen 3) a este tema, comparando la auténtica doctrina
patrística ortodoxa con la moderna doctrina católica romana, como se expuso en las fuentes
latinas del siglo XIX. Su conclusión es que la doctrina ortodoxa sobre estas materias (sobre
ángeles y demonios, cielo e infierno, y el paraíso), aunque por una parte nos ha sido
transmitida por la sagrada tradición, sin embargo es muy precisa en la parte que debemos
conocer, pero la enseñanza católica romana es extremadamente indefinida e imprecisa. La
razón de esta indefinición no es difícil de encontrar: tiempo atrás, el papado comenzó a
abandonar la enseñanza patrística, entregándose a la influencia del conocimiento mundano
y la filosofía, y así, a la ciencia moderna. Incluso ya en el siglo XIX el catolicismo romano
tenía una cierta enseñanza propia sobre estos temas, pero se había acostumbrado a aceptar
lo que la “ciencia” y su filosofía decían.
Por desgracia, nuestros cristianos ortodoxos actuales, y no menos los que han sido
educados en los “seminarios teológicos”, han seguido en esto a los católicos romanos y han
llegado a un estado similar de ignorancia en cuanto a la enseñanza patrística. Por eso,
incluso los sacerdotes ortodoxos son extremadamente ignorantes acerca de la enseñanza
ortodoxa sobre Adán y el primer mundo creado, y aceptan ciegamente lo que la ciencia dice
sobre estas cosas. El profesor I. M. Andreyev (teólogo y doctor en medicina y psicología)
expresó de forma impresa la misma idea que he intentado comunicarte antes, y que parece
más alejada de la comprensión de los que se acercan a los santos padres desde la sabiduría
de este mundo en vez de lo contrario. El profesor Andreyev escribe: “El cristianismo ha
visto el estado presente de las cosas como el resultado de una caída en el pecado. La caída
del hombre cambió toda la naturaleza, incluyendo la naturaleza de la materia misma, que
fue maldecida por Dios”.
El profesor Andreyev piensa que Bergson y Poincare han vislumbrado esta idea en los
tiempos modernos, pero por supuesto, son sólo nuestros santos padres ortodoxos los que
han hablado claramente y con autoridad sobre esto.
La vaga enseñanza del catolicismo romano (y aquellos cristianos ortodoxos que están bajo
la influencia occidental sobre este tema) sobre el paraíso y la creación tiene profundas
raíces en el pasado de la Europa occidental. La tradición escolástica católica romana,
incluso en el apogeo de su esplendor medieval, ya enseñó una falsa doctrina de hombre, y
una que indudablemente allanó el camino para la última aceptación del evolucionismo,
primero en el apóstata Occidente, y luego en las mentes de los cristianos ortodoxos que no
son suficientemente conscientes de su tradición patrística y que así, han caído bajo esta
extraña influencia. De hecho, la enseñanza de Tomás de Aquino, a diferencia de la
enseñanza patrística ortodoxa, en su doctrina del hombre es muy compatible con la idea de
evolución que defiendes.
Tomás de Aquino enseña que: “En el estado de inocencia, el cuerpo humano era en sí
mismo corruptible, pero podía ser preservado de la corrupción por el alma”. De nuevo:
“Pertenece al hombre engendrar hijos, a causa de su cuerpo natural y corrupto”. Y de
nuevo: “En el paraíso, el hombre fue como un ángel en su mente espiritual, pero sin
embargo llevando una vida animal en su cuerpo. El cuerpo del hombre era indisoluble, no
a causa de ningún vigor intrínseco de inmortalidad, sino a causa de su fuerza sobrenatural
dada por Dios al alma, con la que era capaz de preservar el cuerpo de toda corrupción
mientras permaneciera sujeto a Dios. Este poder de preservar el cuerpo de la corrupción
no era natural al alma, sino un don de la gracia”.
Esta última cita muestra claramente que Tomás de Aquino no sabe que la naturaleza del
hombre fue cambiada después de la transgresión. Tan lejos está Tomás de Aquino de la
verdadera visión ortodoxa del primer mundo creado que sólo lo entiende, así como lo hacen
los modernos “evolucionistas cristianos”, el punto de vista del mundo caído; y así es
forzado a creer, en contra del testimonio de los santos padres ortodoxos, que Adán durmió
naturalmente en el paraíso y que expulsó materia fecal, como signo de corrupción:
“Algunos dicen que en este estado de inocencia el hombre no habría tomado más que el
necesario alimento, para que no hubiera tenido nada superfluo. Esto, sin embargo, es
inadmisible de suponer, pues dan a entender que no habría habido materia fecal. Por eso
había necesidad de expulsar el excedente, y sin embargo dispuesto por Dios para no ser
impropio”.
¡Cuán débil es la visión de los que intentan entender la creación de dios y el paraíso cuando
su punto inicial en su observación cotidiana es el presente mundo caído!
Así, en una palabra: según la doctrina ortodoxa, que procede de la visión divina, la
naturaleza de Adán en el paraíso era diferente de la naturaleza humana presente, tanto en el
cuerpo como en el alma, y esta naturaleza exaltada fue perfeccionada por la gracia de Dios;
pero según la doctrina latina, que está basada en las deducciones racionalistas de la presente
creación corrupta, el hombre es naturalmente corruptible y mortal, como lo es ahora, y su
estado en el paraíso era un don especial y sobrenatural.
He citado todos los pasajes de la autoridad heterodoxa, no para discutir sobre los detalles de
la vida de Adán en el paraíso, sino primeramente para mostrar cuán lejos se corrompe la
visión patrística maravillosa de Adán y del primer mundo creado cuando alguien se acerca
al conocimiento de este mundo caído. Ni la ciencia ni la lógica pueden decirnos algo acerca
del paraíso, y sin embargo muchos cristianos ortodoxos están tan intimidados por la ciencia
moderna y su filosofía racionalista que tienen miedo de leer seriamente los primeros
capítulos del Génesis, sabiendo que los modernos “sabios” encuentran muchas cosas ahí
que son “dudosas” o “confundidas” o necesitan ser “reinterpretadas”, o que uno puede tener
la reputación de ser un “fundamentalista” si se atreve a leer el texto simplemente “como
está escrito”, como lo han leído todos los santos padres.
El instinto del sencillo cristiano ortodoxo es sensato cuando retrocede ante la “sofisticada”
visión moderna de que el hombre desciende del mono y de cualquier otra criatura menor, o
incluso (como tú dices) que Adán pudiera haber tenido el verdadero cuerpo de un mono. La
santidad ortodoxa sabe que la creación no es como la describen los sabios modernos por su
vana filosofía, sino como Dios la reveló a Moisés, “no con enigmas”, y como los santos
padres la han vislumbrado en visión. La naturaleza del hombre es diferente a la naturaleza
del mono y nunca se ha mezclado con ella. Si Dios, por el bien de nuestra humildad,
hubiera deseado hacer tal mezcla, los santos padres, que vieron la verdadera composición
de las cosas visibles en sus divinas visiones, lo habrían sabido.
¿Hasta cuándo permanecerán los cristianos ortodoxos bajo el cautiverio de esta vana
filosofía occidental?
Los sofisticados y sabios del mundo se ríen de los que llaman a la evolución una “herejía”.
Ciertamente, la evolución no es, estrictamente hablando, una herejía, ni tampoco es el
hinduismo, estrictamente hablando, una herejía, pero al igual que el hinduismo (con la que
de hecho está relacionada, y que tuvo influencia en su desarrollo), el evolucionismo es una
ideología profundamente ajena a la enseñanza del cristianismo ortodoxo, y que implica
tantas doctrinas y actitudes erróneas que sería mucho mejor si fuera una herejía y pudiera,
por lo tanto, ser fácilmente identificable y combatible. El evolucionismo está estrechamente
ligado con la mentalidad apóstata del podrido “cristianismo occidental”; es un vehículo del
completo “nuevo cristianismo” en el que el diablo está intentando sumergir a los últimos
verdaderos cristianos. Ofrece una explicación alternativa de la creación a la expuesta por
los santos padres; permite a un cristiano ortodoxo, bajo su influencia, leer las Santas
Escrituras y no entenderlas, “ajustando” automáticamente el texto para adaptarlo con la
“sabiduría moderna”. Nuestra única sabiduría procede de los santos padres, y todo lo que la
contradice es una mentira, incluso si se hace llamar “ciencia”.