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UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL

DE LOS LLANOS OCCIDENTALES

“EZEQUIEL ZAMORA”

UNELLEZ

VICERRECTORADO DE PRODUCCIÓN AGRÍCOLA

LA DEMOCRACIA EN AMERICA LATINA

BACHILLER

Cristian Pérez CI 29669210


Definir la democracia descripción y prescripción

La democracia es un tipo de gobernabilidad dentro de la sociedad que se refiere a un equilibrio


de fuerzas entre los ciudadanos y los representantes que eligen para darles poder de
legislación y ejecución de aquellas políticas que les preocupan o les parecen prioritarias.

Aunque el concepto de democracia sea uno e inequívoco, existen distintas variedades y tipos
de organización del Estado, cuyas diferencias vienen marcadas especialmente por la
excepcionalidad de cada sociedad, como pueden ser la religión, el carácter territorial o la
etnicidad presente de distintas comunidades. A continuación veremos cuáles son los
diferentes tipos de democracia.

La terminología democracia se remonta a principios del siglo V, en la antigua Grecia. Más


concretamente, es en Atenas donde dio a lugar el nacimiento de este sistema político, aunque
con importantísimas limitaciones. “Demos” hace referencia a “pueblo” y “cracia” proviene de
la etimología “kratos”, que hace referencia al “poder” o “gobierno”.

Ello implica que el problema de definir la democracia se desdobla, porque si por un lado la
democracia requiere una definición prescriptiva, por el otro no se puede ignorar su definición
descriptiva. Sin validación, la prescripción es “irreal”; pero sin un ideal, una democracia “no es
tal”. Fijemos cuidadosamente esta cuestión: la democracia tiene en primer lugar una definición
normativa; pero eso no significa que el deber ser de la democracia sea la democracia y que el
ideal democrático defina la realidad democrática. Es un grave error confundir una prescripción
con una constatación; y cuanto más frecuente es el error, más expuestas están las democracias
a tergiversaciones y patrañas

democracia política social

La democracia social es una sociedad donde el poder reside en el Congreso de la Nación,


donde están diputados y senadores. No tanto en el presidente o el ejecutivo; es una sociedad
dónde el pueblo, los mayores de 21 años (o 18 en algunos lugares), son ciudadanos y no
habitantes, gozando a tal efecto de unos derechos que les permitan vivir con dignidad,
garantizado por el Estado Nación.

democracia económica

La Democracia Económica es un movimiento filosófico y político que sugiere la transferencia


del poder de decisiones desde una minoría de accionistas (stockholders en inglés) o
empresarios hacia la mayoría de partes interesadas (stakeholders en inglés), dando mayor
importancia a la sociedad frente a los mercados y un sistema político de democracia directa, lo
que se suele denominar en su conjunto como democracia inclusiva.
Mientras no haya una propuesta definitiva de cómo lograrlo, todas las propuestas de
instauración y los ejemplos concretos se basan en un conjunto central de asunciones
fundamentales.

El término fue popularizado por el economista estadounidense J. W. Smith, quien formó el


Instituto por la Democracia Económica.[2] Sin embargo, sus ideas se basan en otras anteriores,
tales como las de C.H. Douglas, Karl Polanyi, Henry George e incluso las de Adam Smith y Karl
Marx. Otros teóricos modernos de la democracia económica incluyen David Schweickart y
Richard C. Cook.

Mayoría y respeto a las minorías

Es necesario precisar que la cuestión es aquí de criterio divisional, no de de criterio electoral.


Elegir es una cosa, decidir otra; y el ámbito de decisión es inconmensurablemente más tenso
que el de elección. Entonces, el pueblo que decide en términos del principio mayoritario
absoluto es, las más de las veces, un cuerpo que representa al pueblo y que refleja, en gran
parte, a la mayoría que lo elige. Al final de este trayecto queda como cierto que el pueblo
contabilizado por el principio mayoritario absoluto se divide en una mayoría que toma todo y
una minoría que pierde todo, lo cual permite a la mayoría, si así se quiere, reducir a la minoría
(o minorías) a la impotencia, lo cual no puede ser permitido.

El punto es finamente acogido por Kelsen (1966), quien observa: “También aquel que vota con
la mayoría no está ya sometido únicamente a su voluntad. Ello lo advierte cuando cambia de
opinión”; en efecto, “para que el individuo sea libre nuevamente sería necesario encontrar una
mayoría a favor de su propia opinión”. Y agrego: si las minorías no son tu tuteladas, se cae la
hipótesis de encontrar una mayoría en favor de la nueva opinión, porque quien pasa de la
opinión de la mayoría a la de la minoría caería instantáneamente en el número de aquellos
que no tienen el derecho de hacer valer su propia opinión.

Seré, todavía, más drástico: sin respeto por la libertad de la minoría, no es solamente que la
primera prueba electoral divida de una vez por todas aquel que es libre (es decir, sometido a
su propia voluntad) de quien ya no lo será más, habría que agregar también que la libertad de
quien votó en aquella ocasión por la opinión de la mayoría acaba en aquel momento, pues no
le está permitido, en la práctica, cambiar de opinión. Razón por la cual aquella primera
elección será, en efecto, la única elección verdadera; todas las siguientes estarán destinadas a
repetir el éxito de aquella inicial y serán solamente votaciones que confirmarán la
manifestación de la voluntad de la mayoría expresada en el momento en que la primera
democracia votó.

Éste es un razonamiento por reducción al absurdo; pero es tal porque nuestras democracias
permiten el disenso, porque al confiar el gobierno a la mayoría tutelan el derecho de hacerle
oposición. Si podemos rebatir a Rousseau cuando dice que el ciudadano es libre, pero no sólo
en el momento en que vota, sino siempre, es porque él puede, en cualquier momento, pasar
de la opinión de los más a la opinión de los menos. Es en este poder de cambiar de opinión en
el que radica el ejercicio de mi libertad, el ejercicio continuo, durable de ésta. Como escribió
lord Acton (1955): “La prueba más segura para juzgar si un país es verdaderamente libre, es el
quantum de seguridad de la que gozan las minorías”.

En la misma línea Ferrero (1947) afirmaba que “en las democracias la oposición es un órgano
de la soberanía popular tan vital como el gobierno. Cancelar la oposición significa cancelar la
soberanía del pueblo”. De ello deriva que la democracia no es simplemente la regla de la
mayoría absoluta y que la teoría de la democracia debe forzosamente encajar, aunque
disguste a los impacientes, en el principio de la mayoría moderada: la mayoría tiene que
respetar los derechos y la libertad de las minorías.

La democracia como legitimidad

En su trabajo clásico sobre los procesos de consolidación de regímenes democráticos, los


politólogos Juan José Linz y Alfred Stepan explican que el apoyo mayoritario de las y los
ciudadanos hacia el gobierno democrático es una pieza fundamental para el mantenimiento
del mismo.[1] Que el régimen perdure en el tiempo depende de que los actores del sistema lo
consideren como “el único juego existente”. Es decir, que los elementos que constituyen una
democracia, tales como elecciones limpias y libertades individuales, no deben ser solo
acontecimientos aislados, sino factores que se prolongan en un lapso de tiempo
indeterminado, configurando, así, una “apuesta institucionalizada”.

Si se parte de las afirmaciones antes descritas, la legitimidad del régimen democrático resulta
ser un elemento de vital importancia para su funcionamiento cotidiano. Los ciudadanos y
ciudadanas deben apoyar a la democracia más allá de las situaciones coyunturales; y el
funcionamiento de las instituciones debe asegurar el apoyo suficiente que le permita
sostenerse frente, por ejemplo, a periodos de tensión entre los poderes del Estado o en
momentos desaceleración de la economía.

Poder del pueblo sobre el pueblo

Hasta ahora se ha examinado al pueblo. No es, como se ha visto, una noción simple. Sin
embargo, las verdaderas dificultades comienzan cuando se une el concepto de pueblo con el
de poder. El problema del poder no implica tanto la titularidad como el ejercicio: en concreto,
el poder es de quien lo ejerce, de quien está donde se encuentran las palancas del poder.
¿Cómo es posible que el pueblo sea un ostentador efectivo de aquel poder del que es
declarado titular?
Que la titularidad del poder no resuelve mínimamente el problema de una potestad popular,
se demuestra rápido. El principio de la soberanía popular ya existía en el Medioevo. El príncipe
tenía el derecho de dictar la ley, pues tal potestad le era conferida por el pueblo. La
interpretación prevaleciente, que primero sostiene el Imperio en su lucha contra la Iglesia y
que después avaló el absolutismo monárquico, era que entre el pueblo y el príncipe había
sucedido una original translatioimperii, es decir, una transferencia no revocable (y no, en
cambio, una simple concessio revocable). Así, el principio omnispotestas a populo, que todo el
poder deriva del pueblo, deja al pueblo sin siquiera un gramo de protestas.

Es cierto que la doctrina medieval construye, poco a poco, un puente entre la titularidad y el
ejercicio mediante la ficto de la representación. Pero se trataba verdaderamente de una
“ficción”, porque la doctrina medieval no atendía al hecho de que el representante tuviese
pocos o ningún elector. Se comprende entonces la hostilidad irreductible alimentada por
Rousseau contra la representación y por qué él voltea de cabeza la fórmula, sustituyendo la
representación no elegida por el principio de la elección sin representación. La democracia
rousseauniana elige a sus magistrados, pero no les atribuye una consagración representativa y
el pueblo no se despoja del ejercicio del poder (El contrato social, III, 15). La solución de
Rousseau no resuelve la relación entre pueblo y poder; y él mismo la declaraba realizable sólo
en pequeña escala, para repúblicas muy pequeñas. Pero es cierto que quien transmite su
propio poder, también lo puede perder. Y la experiencia del siglo XX ha confirmado, en
demasía, que así como una representación sin electores es dudosa, aun la elección, si no se
lleva a cabo con garantías y en determinadas condiciones de libertad, se resuelve en una pura
y simple renuncia periódica al ejercicio del poder propio. Si la “presunta” representación es
una mistificación, la elección “sin opción” es un fraude.

Como se puede ver, la definición literal de “democracia” resuelve los problemas ignorándolos.
Los sistemas democráticos modernos se apoyan sobre reglas mayoritarias (el mandato es de
quien obtiene más votos y el mando es ejercido por quien ostenta más escaños en el
parlamento), sobre mecanismos electivos y sobre la transmisión representativa del poder. Eso
quiere decir que el pueblo que cuenta es, sobre todo, aquella porción que entra en las
específicas mayorías electorales victoriosas; éstas cuentan en la acepción parcial del concepto
sobre el poder; y que, cada vez más, una serie de mecanismos de conversión separan el
gobernar de los gobernados. Nadie sabe cómo construir de otra manera un mecanismo
democrático que funcione. Pero con esto el planteamiento se sale del ámbito del “poder
popular”, en el sentido de que de la democracia etimológica estamos pasando a considerar la
democracia como problema de técnica constitucional. Para realizar la democracia se desunen
la titularidad y el ejercicio del poder; todos los métodos instrumentales, de procedimiento y
legales que la hacen posible, no están indicados ni se incluyen en lo que la palabra significa.

Al afirmar que “el poder es del pueblo”, se establece una concepción sobre las fuentes y sobre
la legitimidad del poder. Entonces, democracia quiere decir que el poder es legítimo sólo
cuando su investidura viene de abajo, sólo si emana de la voluntad popular, lo cual significa, en
concreto, si es libremente consentido. Como teoría sobre las fuentes y sobre la titularidad
legitimadora del poder, la palabra “democracia” indica cuál es el sentido y la esencia de lo que
pretendemos y esperamos de los ordenamientos democráticos.

Decimos democracia para aludir, a grandes rasgos, a una sociedad libre, no oprimida por un
poder político discrecional e incontrolable, ni dominada por una oligarquía cerrada y
restringida, en la cual los gobernantes “respondan” a los gobernados. Hay democracia cuando
existe una sociedad abierta en la que la relación entre gobernantes y gobernados es entendida
en el sentido de que el Estado está al servicio de los ciudadanos y no los ciudadanos al servicio
del Estado, en la cual el gobierno existe para el pueblo y no viceversa

la democracia realista y de razón

La democracia se razona en función del reconocimiento de los derechos de libertad, sin una
efectiva protección de nuestros derechos la democracia es imposible; por eso, la razón tiene
tanto valor, hoy más que nunca debemos replantear nuestro compromiso con nuestra realidad
política, sin elogios superficiales, con una visión realista, crítica y con ánimo de progreso, sin
olvidar que necesitamos una sociedad más igualitaria, condición para garantizar la concordia y
la seguridad.

Una democracia razonada no sólo se centra en la participación electoral, se concibe y percibe


como la práctica del día a día, se refleja en las actitudes y acciones de los ciudadanos, se
convoca con el ejemplo y no se termina en las constancias de mayoría de los procesos
electorales

Cultura política democrática

La cultura política de una nación es la distribución particular de patrones de orientación


sicológica hacia un conjunto específico de objetos sociales los propiamente políticos entre los
miembros de dicha nación. Es el sistema político internalizado en creencias, concepciones,
sentimientos y evaluaciones por una población, o por la mayoría de ella

Una Cultura política será más o menos democrática en la medida en que los componentes
cognoscitivos vayan sacando ventaja a los evaluativos y sobre todo a los afectivos. Así, en una
sociedad democrática, las orientaciones y actitudes de la población hacia la política van
dependiendo más del conocimiento que se adquiere sobre problemas y fenómenos políticos
que de percepciones más o menos espontáneas, que se tienen a partir de impresiones y no de
información sobre los mismos. De la misma manera, una población que comparte una cultura
política democrática no solamente se relaciona con las instituciones que responden a las
demandas de los ciudadanos formulando decretos, disposiciones o políticas que los afectan,
sino también con aquellas que las formulan y les dan proyección a través de la organización
social, es decir, tiene actitudes propositivas y no únicamente reactivas frente al desempeño
gubernamental.

En cuanto a la percepción que se tiene de sí mismo, compartir una cultura política democrática
implica concebirse como protagonista del devenir político, como miembro de una sociedad
con capacidad para hacerse oír, organizarse y demandar bienes y servicios del gobierno, así
como negociar condiciones de vida y de trabajo; en suma, incidir sobre las decisiones políticas
y vigilar su proyección

La ciudadanía. En principio, la cultura política democrática está sustentada en la noción de


ciudadanía un grupo de individuos racionales, libres e iguales ante la ley, que conforman el
sujeto por excelencia de la cosa pública y de la legitimación del poder, puesto que la fuente
primera y última del poder es la voluntad del pueblo, es decir, de la ciudadanía. Es una noción
que en su sentido más profundo condensa los rasgos y los factores que dan forma a una
cultura política democrática.

El concepto de ciudadano recoge y engloba tres tradiciones: la liberal, la republicana y la


democrática, que aunque invocaban principios y valores diferentes en sus orígenes, han
llegado a integrarse en lo que se denomina hoy democracia liberal.

Democracia y ciudadanía

Es una manera de organización social que atribuye la titularidad del poder al conjunto de la
ciudadanía. En sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado en la
cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de
participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus representantes. En sentido
amplio, democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e
iguales y las relaciones sociales se establecen conforme a mecanismos contractuales.

Problemas de la transmisión y consolidación democrática en América latina

La integración de América Latina

La integración de América Latina es, como señalamos antes, el viejo sueño de nuestros
próceres de la Independencia, la reconstrucción de la gran “Patria de Naciones”, a que se
refería Bolívar.
El reto para nuestros pueblos, de cara al siglo XXI, es transformar ese sueño en realidad; es
decir, impedir que siga siendo una utopía irrealizable o un simple recurso retórico en el
discurso de nuestros políticos o en las declaraciones de los foros latinoamericanos.

El desafío adquiere características vitales y hasta de sobrevivencia para nuestros países, desde
luego que su necesidad se impone cada día más ante la consolidación de grandes espacios o
bloques económicos. También la integración pareciera ser el camino lógico a seguir para que
nuestro continente esté en mejores condiciones de hacer frente a la llamada “Iniciativa Bush”.
Desunidos, desintegrados, seremos presa fácil de los designios económicos de los Estados
Unidos, a quien le resultará más sencillo lograr sus objetivos de dominación de nuestras
economías negociando tratados de libre comercio bilaterales, que dentro del contexto de una
negociación regional, donde el intercambio podría ser más equilibrado, menos desigual. Sólo
hablando en nombre de una América Latina integrada es que tenemos más posibilidades de
ser un interlocutor en la mesa de negociaciones y no sólo un simple suscriptor, que se adhiere
a lo que ya fue decidido por el más poderoso.

En las relaciones económicas internacionales, “todos los dados suelen estar cargados en contra
de los países más débiles”, ha dicho el ex Secretario Ejecutivo de la CEPAL, BertRosenthal. La
necesidad de actuar colectivamente es un imperativo de los tiempos. Si otros países, con
historias, lenguas y tradiciones distintas logran integrar grandes espacios económicos, no se
justifica que la integración latinoamericana sea siempre vista como un hermoso sueño
irrealizable cuando se trata de pueblos con una historia, una lengua y un destino compartidos.

Problemas de la consolidación democrática y la cultura política de América latina

América Latina es una región de complejidades y contrastes. Enmarcada en el subdesarrollo y


la inestabilidad política y social, las revoluciones y dictaduras del siglo XX, los procesos de
independencia política y económica e incluso, las masacres disfrazadas de conquistas con la
llegada de los europeos a lo que se conocía como el Nuevo Mundo parecen haber dejado
huellas imborrables en la cultura y en los hábitos y tendencias de las sociedades que la
conforman.

La consultoría Americas Market Intelligence realizó un análisis de distintos indicadores


demográficos, tecnológicos, políticos y sociales para delinear una serie de tendencias que vive
la región latinoamericana. Americas Market Intelligence es una empresa de inteligencia de
mercado para Latinoamérica, que realiza informes de investigación personalizados para las
empresas que deseen mayor información sobre la región.
Entre las tendencias que encontró la consultoría destacan el envejecimiento de la población, la
disminución del número de familias nucleares y la aparición de una mayor número de familias
diversas; la concentración de la población de los países latinoamericanos en mega ciudades de
más de 20 millones de habitantes; el desempleo generado por la automatización laboral y la
avidez en el consumo de tecnología, mismas que están definiendo muchas de las cuestiones
económicas, políticas y sociales en esta región del mundo.

La educación para la vida en democracia

La educación democrática exige educar para fortalecer las instituciones, evitar la corrupción y
otras conductas antisociales, como la evasión fiscal, que debilitan la democracia». Y
concluyeron, entre otras medidas, que es necesario «incorporar en el proyecto educativo
objetivos y contenidos que desarrollen la cultura democrática en todos los niveles educativos
para la formación de personas éticas, con conductas solidarias y de probidad

En los regímenes democráticos es perfectamente aceptable que los sistemas educativos


tengan una intencionalidad, porque en ellos se dan las circunstancias adecuadas para que esta
no resulte nociva para nadie. Las democracias se sustentan en la posibilidad de mantener
opiniones y creencias diversas, en la convivencia, el diálogo y la tolerancia, y trasmitir estos
valores a través de los sistemas educativos no conculca la libertad de los individuos ni de la
sociedad en su conjunto, sino que, por el contrario, la favorecen.

Lineamientos para una estrategia

Los Lineamientos Estratégicos son los elementos del más alto nivel de la Estrategia
Organizacional, cuyo propósito es alinear el comportamiento de todos los miembros de la
Organización hacia un horizonte y Visión compartida.

La importancia de contar con estos elementos, vá más allá del tema netamente formal, se
debieran constituir más bien en instrumentos de gestión, para inspirar, motivar y
comprometer a los colaboradores en el logro de Objetivos.

Los Lineamientos Estratégicos están conformados por la MISIÓN, VISIÓN, PRINCIPIOS Y


VALORES

La MISIÓN, se constituye en la razón de ser, la razón de la existencia de una Organización.

Si bién la metodología formal recomienda que la misión responda a las preguntas: ¿Cuál es
nuestro Negocio?, ¿A quien servimos? ¿Cuáles son nuestros Valores?,
Estos aspectos pueden ser puntos de partida para la formulación de la Misión, sin embargo el
resultado final debe ser un enunciado corto, preciso y profundamente inspirador.

Para lograr una Misión motivadora e inspiradora, la recomendación es empezar el enunciado


resaltando el beneficio y el valor que brinda la organización a sus potenciales clientes.

La VISIÓN es la aspiración de crecimiento de una Organización en un horizonte de tiempo.

Se recomienda una proyección de 5 años para la mayoría de los casos, aunque esto mucho
depende del sector en el que desarrolla la Organización. Una empresa en el sector de
Tecnologías de la Información probablemente defina la proyección de su Visión en 3 años por
los cambios y dinamica del sector, en cambio una empresa del sector hidrocarburos podría
proyectarse incluso hacia los 10 años.

Los PRINCIPIOS y VALORES son la base de la Cultura Organizacional por lo cual es


recomendable decidir cuales son los pocos pero vitales aspectos que definen el carácter de la
Organización.

Es recomendable contar con un promedio de 4 a 6 principios y valores que reflejen el


verdadero interés de fomentar, desarrollar, mejorar y comprometer a todos los
colaboradores con determinados comportamientos los cuales deberían ser ejecutados a
cabalidad por los distintos niveles jerárquicos en la Empresa.

Referencias bibliográficas

Manin, Przeworski y Strokes (1999); Luna (2006); Aragón (2016).

Aragón, J. (2016). Participación, competencia y representación política: Contribuciones para el


debate. Lima: Jurado Nacional de Elecciones e Instituto de Estudios Peruanos.

Tanaka (2005); Zavaleta (2014); Holland e Incio (2018); Alva (2019).

Almond, Gabriel y Sidney Verba, La cultura cívica. Estudio sobre la participación política
democrática en cinco naciones, Madrid, Fundación de Estudios Sociales y de Sociología
Aplicada, 1970.

TheCivic Culture Revisited, Little Brown and Company, 1980.

Alonso, J. (comp.), Cultura política y educación cívica, México, UNAM-Porrúa, 1993.

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