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Florencio Sanchéz: Obras Escogidas
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Florencio Sanchéz: Obras Escogidas

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Sánchez transita el camino que va del nacionalismo al anarquismo y de éste al liberalismo en un mismo impulso, buscando su verdad, que no es una verdad universal, aunque él seguramente no lo perciba así. Jorgue Lafforgue
LanguageEspañol
Release dateApr 12, 2016
ISBN9789876991261
Florencio Sanchéz: Obras Escogidas

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    Florencio Sanchéz - Florencio Sanchéz

    Martínez

    Florencio Sánchez: sucesos, teatro e ideología

    Jorge Lafforgue

    Veintiocho años

    1875, República Oriental del Uruguay: un motín acaba con el régimen del doctor José Ellauri y abre el camino del poder al coronel Lorenzo Latorre, organizador drástico y sanguinario de las bases del capitalismo uruguayo; se sancionan el Código Rural, prosiguiendo la obra codificadora poco antes comenzada, y la primera ley proteccionista, que exime de impuestos aduaneros la importación de algunos productos, como arados, hojalata, estaño y lúpulo. Hay miseria en el pueblo, que sufre los estragos de la fiebre amarilla.

    Ese año, el 17 de enero, nace en Montevideo Florencio Antonio Sánchez, primogénito de doce hermanos; son sus padres Olegario Sánchez y Jovita Musante. Tiene veinticinco días cuando lo llevan a una chacra cercana a Treinta y Tres, un pueblo de naturaleza agreste a orillas del Olimar Grande, donde, a la zaga de sus primeras correrías, aprende a dibujar algunos palotes. La familia se traslada a Minas, ciudad de poco más de cinco mil habitantes, apenas visible entre las cuchillas orientales, cuando Florencio cuenta siete años. Allí cursa los grados de la escuela primaria, su único bagaje de enseñanza metódica. Luego pasa a Montevideo, donde estudia poco más en un liceo particular. A los catorce años regresa a Minas y, por intermedio de un tío, consigue en 1890 un puesto de escribiente en la Junta Económico-Administrativa de esa localidad; empleo que le permite borronear algunos apuntes: "así produje mis primeros párrafos literarios con el índice de la izquierda corriendo sobre el expediente y la derecha dentro del cajón". A partir del mes de julio del año siguiente empiezan a aparecer, en el periódico minuano La Voz del Pueblo (de tendencia blanca, es decir, reivindicadora de lo vernáculo, lo tradicional, el campo abierto; tendencia que predomina en el católico hogar de los Sánchez), sus primeras colaboraciones bajo seudónimo, donde es ya fácil advertir el colorido y la frescura que habrán de distinguir su prosa, como también su inclinación por una forma de lenguaje coloquial y sin aditamentos retóricos. En esas colaboraciones periodísticas pone en solfa las mezquinas rencillas municipales; una de ellas, Los soplados, a la que no llega a darle forma definitiva, se presenta con el carácter de drama jocoso-serio-mímico-cómico-burlesco en un prólogo, un acto y un epílogo. También por entonces debuta Sánchez como actor en un conjunto escénico pueblerino, "haciendo reír al público" según se rememora "con sus elucubraciones chuscas y un tanto desmedidas".

    En 1892, tal vez a raíz de sus pullas periodísticas, la Junta lo destituye. A mediados de ese año llega a Buenos Aires. En La Plata consigue un empleo como auxiliar en el fichero dactiloscópico en la Oficina de Estadística y Antropometría. Traba allí amistad con un compatriota mayor que él e intelectualmente más formado, Antonio Masoni de Lis, que lo alienta y dirige en sus esfuerzos literarios. El 1° de enero de 1893 Sánchez le envía un artículo de costumbres, Un regalo… al natural, burlón y chispeante, junto con una carta muy campechana, en la que puede observarse el cauce que está tomando su pensamiento, pues termina "haciendo votos para que en el año que entra sigan las ideas liberales avanzando a pasos agigantados, siempre abriendo brecha, y veamos al finalizar el ‘93, al clericalismo fanático caído, revolcarse impotente, furioso, entre sus babas, en el lodazal inmundo de sus vicios. Cuando a principios del año siguiente se cierra la Oficina de Estadística, Florencio Sánchez regresa a Montevideo: hace periodismo crónicas y reportajes" en El Nacional, El Siglo y, poco después, en La Razón, que dirige Carlos María Ramírez, por quien siente una viva simpatía que se vuelve recíproca.

    Los tiempos que corren son de gran inquietud política, "siempre amenazados por el espectro de la revolución; revolución que, finalmente, llega en noviembre del ‘96: el caudillo blanco Aparicio Saravia se subleva en Tacuarembó, dispersan sus fuerzas, pero reaparece en marzo de 1897 desde territorio brasileño. Era el levantamiento –nos dirá Vivián Trías– del país criollo, que defendía su viejo estilo contra el alambrado, los ferrocarriles, los milicos; en una palabra, contra el país capitalista. Sin embargo, no todo queda aclarado diciendo sólo esto, o que se trata de los blancos luchando contra los colorados gubernistas; antes bien parecerían los forcejeos de una discordia equívoca (porque, como lo aclara Pablo Roca, convivirán en las estructuras dirigentes de colorados y de blancos alas ‘doctorales’ y ‘caudillescas’). Y, por predominio de esta situación ambigua, he aquí a Sánchez –que apoya a Saravia y milita en sus filas, participando en varios combates– sufrir su primera gran decepción política. Quizá pueda fijarse en esa fecha el abandono definitivo de las ideas de sus mayores, del blanquismo tradicional, y el pasaje –ya antes más que insinuado– hacia un liberalismo fascinado por los hermosos problemas científicos que agitan las mentalidades contemporáneas y que menosprecia las epopeyas de nuestra raquítica existencia americana, que no tolera la chata politiquería local y arremete contra el culto de la guapeza y el coraje. Así, sólo ve en Aparicio Saravia como hombre una escasísima cultura moral y un espíritu celular con recovecos llenos de esa suspicacia aviesa, chocarrera y guaranga que se cristaliza en el gaucho americano". Y anatematiza a sus compatriotas con estas palabras:

    Sean ustedes menos guapos. Tengan más amor a la vida, que concluirán por no despreciar tanto la del prójimo. Sean menos localistas. Ningún pedazo de tierra nos ha parido. Ella entera nos pertenece con su oxígeno y su sol, y es dominio que tienen derecho a usufructuar por igual todos los hombres".¹

    Seguramente es esa experiencia la que va a permitirle decantar su ideología un tanto difusa, como así también conferir espesor a su militancia ácrata.

    Concluida la revuelta emigra al sur de Brasil, pero pronto regresa a Montevideo, donde continúa sus crónicas en La Razón y también en El Nacional, de Acevedo Díaz, asistiendo, al mismo tiempo, a las representaciones teatrales de las compañías extranjeras, carnet de periodista en mano. Por entonces, se afilia al recién fundado Centro Internacional de Estudios Sociales, cuyo lema es el individuo libre en la comunidad libre. En esta institución anarquista de tendencia kropotkiana da ocho charlas o conferencias de crítica social, en forma dialogada, participa como intérprete en las representaciones de su cuadro filodramático, gana un concurso con el esbozo teatral ¡Ladrones! (borrador de Canillita) y pone en escena su scherzo en un acto. Puertas adentro, diálogo entre dos sirvientas que, a través del comportamiento de sus patronas, van descubriendo "la elástica moral de esas gentes bien (como lo ha puntualizado, con estilo señorial, José María Monner Sans: burdo coloquio entre dos fregatrices").

    En 1898, tras permanecer cuatro meses en la ciudad uruguaya de Mercedes, dirigiendo el periódico El Teléfono, se encamina a Rosario para desempeñarse en la secretaría de redacción del diario La República, bajo las órdenes de Lisandro de la Torre, quien luego lo ha de recordar como "un bohemio incapaz de someterse a ninguna disciplina, pero que desarmaba siempre la severidad del director con un suelto feliz". Dos años después está en Buenos Aires, donde se sumerge en la alegre camaradería de literatos y presuntos revolucionarios que pululan en las rotisseries de la calle Florida, los restaurants a 50 centavos, el Aue’s Keller o algún otro de esos bar-peñas, cuyo símbolo porteño habrá de constituirlo el Café de los Inmortales (el Polo Bamba lo será de Montevideo). Al mismo tiempo trabaja como cronista teatral en El País, diario fundado por Carlos Pellegrini, en el que le pagan a línea los originales, pues falta con frecuencia a sus tareas. En uno u otro de estos lugares conoce a quienes pronto se han de contar entre sus mejores amigos: Joaquín de Vedia, Roberto J. Payró, Luis Doello Jurado, José Ingenieros, Antonio Monteavaro, Alberto Ghiraldo, Evaristo Carriego, Carlos Roxlo y José Pardo.

    Miguel A. Camino evoca la figura de su compañero de trabajo: "Una silueta alta, escuálida, deshilachada; también nos cuenta que pasaba sus noches en la sala de billares de El País, tendido sobre un sofá". Además escribe, firmando indistintamente con los seudónimos de Jack the Ripper o Luciano Stein, en El Sol, semanario artístico-literario de tendencia anarquista, que dirige Alberto Ghiraldo, y en Caras y Caretas, la revista de difusión cultural más popular de entonces. Sus colaboraciones –y de manera sobresaliente sus ya citadas Cartas de un flojo, tituladas: ¡Orientales y basta!, No creo en ustedes e Ídolos gauchos– traducen la fuerza y el sentido de su desencanto frente a las luchas políticas del Uruguay: "Los blancos son una bolsa de gatos, los colorados otra bolsa de gatos y los constitucionales cuatro gatos en una bolsa –le ha confesado a Carlos María Ramírez–. Acorde con esta confesión, lo vemos abjurar del charrúa parapetado en el espíritu de la mayoría de los orientales, desalojado de los breñales del terruño, para asestar a la Conquista sus últimos tiros de boleadoras y del chulo, con los desplantes atrevidos, las dobleces, la fanfarronería, la verbosidad comadrera y el salivazo por el colmillo", erigidos en modalidades constitutivas del chauvinismo local; consecuentemente, condena a ambos enemigos; falsos enemigos, según su desencantada lectura.

    Luego de una estadía de meses en Montevideo, en la cual reanuda sus relaciones con el Centro Internacional de Estudios Sociales, Sánchez aparece de nuevo en Rosario, en la redacción de La República. De esa época se recuerdan sus vagabundeos:

    (...) de noche, Sánchez merodea por el teatro La Comedia, se confunde en la bohemia de periodistas, cómicos y cantores de ‘melenas poéticas y grandes corbatas flotantes como mariposas’, que toman una horchata de chufas en la botiglieria de Tozzini, un café en el Colón, o si se anda ‘descabellado’ un whisky, para asombrar, en el Café La Divina…que en realidad se llama Café de la Comedia²;

    sus idas al circo del viejo Raffetto, que alegra al público con espectáculos acrobáticos y dramas criollos; sus tertulias en la casa de los Lejarza, especie de club literario rosarino; a la vez que su participación en algunos desórdenes luctuosos que anuncian el surgimiento de la clase obrera en nuestro país.

    Corre el año 1902: Sánchez que queda al frente de La República, le imprime un fuerte acento combativo, adquiriendo popularidad su columna ¡Desenvainen y metan! ¡Viva Freyre! (título que alude a la falta de garantías para la oposición); pero es despedido sin preámbulos cuando, poniendo fin a una serie de malentendidos con el dueño del diario, durante una huelga del personal gráfico se lo encuentra del lado subversivo. No por eso abandona la lucha: pronto edita con un grupo de periodistas La Época; también escribe La gente honesta, "una especie de revista satírica", según la denomina Joaquín de Vedia, que es prohibida la noche del estreno mediante una ordenanza municipal sancionada ad hoc y por la cual toda representación de obras en cuyo "argumento o en su lenguaje se ofendan las buenas costumbres y el decoro, contengan alusiones personales o se pretenda alterar la tranquilidad pública", no puede subir a escena. Sánchez no ceja en su intento y poco después logra que la compañía española de Lloret le estrene Canillita (a él se debe el apodo que desde entonces designa a los vendedores de diarios), con buen éxito, pues el público "aplaudió ruidosamente y rió en grande", manteniendo la obra en cartel durante doce noches consecutivas. En estas primeras piezas –firmadas aún bajo el pseudónimo de Luciano Stein– ya están presentes algunos de los rasgos distintivos del teatro sanchezco; así, pueden apreciarse sus dotes para la pintura costumbrista, para plasmar un lenguaje colorido, directo y de gran fuerza expresiva, para superar el melodrama en situaciones escénicas que lo bordean.

    Aceptando invitaciones amigas, Sánchez pasa algún tiempo en el campo santafecino. Podemos rastrear en este momento de su vida datos y experiencias que han de nutrir la génesis de La gringa (justamente es el sobrenombre de la hija del amigo en cuya estancia se hospeda). Después,

    (...) de un salto estará otra vez en Buenos Aires, y mañana lo encontraremos nuevamente en Montevideo: en el estribo de un coche de plaza, hacia el puerto, a recibir a Blasco Ibáñez; en un baile de una estancia de Durazno; homenajeando en un almuerzo a Evaristo Carriego, en el restaurante Ivo Ferrari; en el cementerio del Buceo, buscando con García Velloso la misteriosa tumba de Esteban Echeverría.³

    De su segunda estadía en Rosario se recuerdan también las cartas exultantes que dan testimonio de su noviazgo con Catalina Reventós, a quien conociera cuatro años atrás en Buenos Aires, cuando ella tenía sólo quince. Los proyectos matrimoniales hacen que Sánchez metodice un poco su vida o, mejor, que trabaje con gran entusiasmo y ahínco:

    Les asombra, les extraña que yo, el célebre bohemio, el incrédulo, el despreocupado eterno, haya caído en las redes; y no se darán por vencidos hasta que no me vean contigo, paseando por los bulevares […] Ya los amigos saben que he dejado, en Buenos Aires, a una criatura deliciosa y adorable, delicada, fina como una hebrita de seda rosa, inteligente… ¡Mi Catita querida! […] Los que me han conocido bohemio incorregible, se han quedado con la boca abierta ante mi constancia y mi tesón. Dicen que soy otra persona, que me han hecho de nuevo. Yo me río y digo entre mí: Pregúnteselo a Catita, a mi nena querida. Ella tiene la culpa de mi transformación. Ella me inspira y me guía. Ningún tonto de esos es capaz de concebir que yo tenga un hada velando por mi porvenir y mi bienestar. ¡Deliciosa y santa criatura! ¡Te quiero cada vez más! ¡Voy cosechando laureles en esta jornada, para ti, para tejerte con ellos la corona de novia!

    Coincide el testimonio de quienes trataron a Sánchez en señalar que éste no tuvo otra relación amorosa importante (más aún, "no tenía afición por las mujeres). Hasta conocer a Catalina Reventós, él mismo se considera un indiferente, un refractario al amor, insospechable de concebir una pasión grande. En este punto su bohemia se atempera notablemente: Catita lo ha hecho reflexionar juiciosamente […] me has inducido a abandonar para siempre la vida anormal que llevara […] me has hecho soñar con el reposo anhelado de un hogar". En una carta del 21 de septiembre le dice:

    Ayer escribí a mi casa, hablando del propósito de casarme con Catita muy pronto, una carta extensa en que le contaba a mi vieja todo lo encariñado que estaba, todas las ilusiones que me forjaba de un porvenir amable y risueño al lado de la mujercita que adoro, rodeado de los afectos que tanta falta hacen a mi espíritu harto de soledad.

    Pero la familia Reventós no ve con buenos ojos el noviazgo de su hija, una linda muchacha entrerriana, educada en las mejores tradiciones, con este bohemio revolucionario, que iba a casarse en cuanto fuese célebre. Al ser expulsado de La República, quedan frustrados sus proyectos de alquilar en Rosario "una casita en el bulevar, monísima, con un jardín de lo más pintoresco, en la cual vamos a hacer nuestro nido"; así que cuando regresa a Buenos Aires, la familia Reventós le exige una definición: o se casa o se le cierran las puertas del hogar. Entonces es cuando Florencio Sánchez, apremiado, pero a la vez seguro de sus posibilidades, escribe M’ hijo el dotor, obra que apadrinada por Joaquín de Vedia ("Creo que tengo en mi poder la mejor pieza dramática escrita hasta hoy en Buenos Aires, les asegura a Jerónimo Podestá y Enrique García Velloso), se estrena el 13 de agosto de 1903, obteniendo un reconocimiento sin precedentes (38 representaciones consecutivas y una crítica muy favorable; el autor había realizado algunas lecturas previas de esta obra consagratoria, por ejemplo en la Torre de los Panoramas, cenáculo literario que lideraba Julio Herrera y Reissig). El mismo Florencio le ha escrito a su hermana Elvira, durante los ensayos: Opinión unánime: en el Río de la Plata no se ha producido una obra para teatro tan bella, tan honesta, tan bien hecha. Auditores y artistas me abrazan. Fue una revelación. Nadie creía que en este saco había chicharrones."

    El viernes 25 de septiembre, a los veintiocho años de edad, Sánchez se casa por iglesia con Catalina Reventós, que había cumplido veintiuno. José Ingenieros y Joaquín de Vedia son los padrinos de la boda.

    Y sólo siete más

    Uno meses antes del estreno de M’ hijo el dotor, aparece en los Archivos de Psiquiatría y Criminología, que dirige Ingenieros, El caudillaje criminal en Sud América, ensayo de psicología –como lo titula Sánchez–, que suele ser citado muy al pasar por los estudiosos de su obra, a pesar de la relevancia que, junto con las Cartas de un flojo, tiene en cuanto explicitación de las raíces ideológicas que nutren su pensamiento social. El artículo declara de entrada su filiación liberal, cobijándose bajo la sombra de ese "genial documento en la historia del caudillaje criminal americano" que es el Facundo de Sarmiento. Como éste, pretende, a través de la evocación de una figura arquetípica, hacer la radiografía de una situación histórica y precisar sus determinantes sociales. Apenas si logra lo primero. El esquema básico no es otro que el de civilización versus barbarie, maniqueísmo que entraña la necesaria eliminación de "la simiente regresiva de la antropofagia política, en aras de una cultura que importan y desarrollan los grupos gobernantes urbanos, en aras del progreso. Sánchez traza la silueta de un personaje, señor de vidas y haciendas en Rio Grande, João Francisco erigido allí en señor feudal, malvado y sanguinario, pero que quizá no sea nada más que un vándalo con aspiraciones reducidas a una simple preponderancia de pago"; ahora bien, lo que sí es innegable es

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