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EL HOMBRE EN BUSCA DEL SENTIDO

El hombre en busca de sentido relata vivencias personales, la historia de un campo de


concentración vista desde dentro. El libro se divide en dos partes, en la primera el autor
se basa en 3 partes conocidas como: primera, segunda y tercera fase, intentando dar
respuesta a la pregunta: ¿Cómo afecta el día a día en un campo de concentración a la
mente y a la psicología del prisionero medio? En el libro se menciona que todos los
sucesos descritos tuvieron lugar en pequeños campos, donde realmente se llevó a cabo
el exterminio; y no en los extensos y afamados campos de los que todo el mundo ha oído
hablar.
Primera fase: Internamiento en el campo
Empieza contando lo que ocurría cuando se hablaba de "traslados a otro campo", aunque
todos sabían que el destino era la cámara de gas.
"No había tiempo para consideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo de
hacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros: mantenerse con vida para
volver con la familia que los esperaba en casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no
dudaban ni un momento en arreglar las cosas para que otro prisionero, otro "número"
ocupara su puesto en la expedición. Se empleaba la fuerza bruta, el robo, la traición o lo
que fuera con tal de sobrevivir. "Los que hemos vuelto de allí gracias a multitud de
casualidades fortuitas o milagros - como cada cual prefiera llamarlos- lo sabemos bien: los
mejores de nosotros no regresaron."
(Frankl, 1946)
El sistema que caracteriza a la primera fase es el shock. 1500 personas habían estado
viajando varios días, en vagones de 80, solo con un respiradero, y creyendo que les
conducían a una fábrica de municiones en donde deberían trabajar, hasta que alguien ve
por el ventanuco una señal, Auschwitz.
"Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas,
hornos crematorios, matanzas indiscriminadas."
(Frankl, 1946)
En suma el horror, un horror al que paso a paso los prisioneros se fueron acostumbrando,
por difícil que tal hecho pueda parecer. La primera selección - si te ponían en la fila de la
izquierda o en la de la derecha- significaba la muerte o los trabajos forzados, al menos la
supervivencia. Era un veredicto sobre la existencia o la no existencia. El 90 por ciento fue
ejecutado en las horas siguientes. Frankl pregunta por un amigo que había sido destinado
a la cola de la izquierda y alguien señala una nube de humo ascendiendo. Eso era lo que
quedaba de su amigo.
Los prisioneros tienen que desnudarse totalmente, solo pueden conservar los zapatos.
Frankl intenta ocultar un manuscrito en el que se contiene la obra de toda su vida, pero es
inútil. Su única posesión es la existencia desnuda. Cuenta las reacciones que de algún
modo son comunes: una extraña clase de humor, un tanto macabro y la curiosidad, por
ejemplo de saber cuánto podrían aguantar desnudos a la intemperie, en un campo
hollado, seguida de la sorpresa de verificar que ninguno se había resfriado. Otras
sorpresas le hacen confirmar la frase:
"El hombre es un ser que puede acostumbrarse a cualquier cosa."
(Dostoyevski, s.f)
Lo desesperado de la situación les hacía pensar a la mayoría en "lanzarse contra la
alambrada", el método de suicidio más popular. Pero algunos pensaban que no tenía
ningún objeto suicidarse, ya que para todos los prisioneros las expectativas de vida
consideradas objetivamente y aplicando el cálculo de probabilidades eran muy escasas.
Pero "en la primera fase del shock el prisionero de Auschwitz no temía a la muerte".
Segunda fase: La vida en el campo
La segunda fase se caracteriza por la apatía, una especie de muerte emocional. Al llegar
al campo se experimentaba una añoranza sin límites de la casa y la familia, seguida de
una repugnancia por toda la fealdad que les rodeaba, hielo, fango, excrementos.
Después los sentimientos quedaban embotados:
"Asco, piedad y horror eran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya."
(Frankl, 1946)
La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno ya nunca le
importaría nada de nada era el necesario mecanismo de defensa afrente al dolor, la
injusticia, la crueldad y la irracionalidad, frente a los golpes diarios, casi continuos. Dado
el alto grado de desnutrición que padecían, se comía una sola vez: un pequeño trozo de
pan y un agua de sopa, lo que era más flagrante teniendo que realizar trabajos durísimos,
el deseo de conseguir alimento era el instinto más primitivo. Eso explica que el deseo
sexual brillara por su ausencia, y, contra lo que el psicoanálisis afirma ni siquiera se
manifestaba en los sueños. Había una desvalorización de todo lo que no redundaba en la
conservación de la propia vida. Pero había prisioneros que sentían una profunda inquietud
religiosa, y que eran capaces de improvisar un rincón en el barracón, o en un camión de
ganado, para hacer oración. A pesar del primitivismo que imperaba a la fuerza, en el
campo era posible desarrollar una vida espiritual. Las personas capaces de ello
resistieron mejor en el campo, al aislarse del entorno y retrotraerse a su vida anterior, a su
riqueza intelectual y su libertad espiritual. Cuando todo se ha perdido queda el amor. El
Dr. Frankl y otros prisioneros se aferraban a la imagen de sus mujeres, o de un hijo, o de
la persona que más amasen. Por eso puede decir: "La verdad es que el amor es la meta
última y más alta a la que puede aspirar el hombre" y "La salvación del hombre está en el
amor y a través del amor", un amor que va más allá de la maternidad del ser amado
-Frankl ignoraba si su joven mujer, de 23 años seguía viva o, como supo después había
muerto-, pero llega a decir:
"El amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su significado más
profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo."
(Frankl, 1946)
Había vida interior en los prisioneros, a veces muy intensa, que les hacía apreciar la
belleza del arte o de la naturaleza como nunca hasta entonces.
"Si alguien hubiera visto nuestros rostros cuando, en el viaje de Auschwitz a un campo de
Baviera, contemplamos las montañas de Salzburgo con sus cimas refulgentes al
atardecer, asomados a los ventanucos enrejados del vagón celular, nunca hubiera creído
que se trataba de los rostros de hombres sin esperanza de vivir ni de ser libres."
(Frankl, 1946)
En el campo también había cierto sentido del humor, aunque fuera en su expresión más
leve y solo durante unos escasos minutos. También en un campo de concentración es
posible practicar el arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente. Al no haber
placeres positivos se agradecían mucho hasta los más ínfimos placeres negativos, que
alguien te ayudara a despiojarte, por ejemplo. Se añoraba de una manera muy intensa la
soledad, la imposible intimidad. Otro sentimiento muy frecuente en el campo era la
irritabilidad. Dado que el prisionero observaba a diario escenas de golpes, su impulso
hacia la violencia había aumentado:
"A veces, era preciso tomar decisiones precipitadas que, sin embargo, podían significar la
vida o la muerte. El prisionero hubiera preferido dejar que el destino eligiera por él."
(Frankl, 1946)
Pero esa capacidad de elección le hacía sentirse libre, le concedían un atributo humano.
La experiencia de la vida en un campo demuestra que el hombre tiene capacidad de
elección.
"Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de
barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les
quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al
hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa la última de las libertades humanas, la
elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio
camino (Aquí coincide con Sartre en uno de sus apotegmas quien dice como aparente
paradoja que: "nunca se es más libre que cuando se está privado de la libertad" porque -si
se tiene consciencia (si no se está alienado) , de la situación- es cuando se tiene
consciencia de la -siempre con aparente paradoja- necesidad de la libertad)."
(Frankl,1946)
Aun en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana. Cita a
Dostoyevski: "Solo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos". Estas personas
fueron dignas.
"Es esa libertad espiritual que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga
sentido y propósito."
(Frankl, 1946)
El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como no pueden
apartarse el destino o la muerte. Sin ellos la vida no sería completa.
"¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes?"
(Frankl, 1946)
Era la pregunta que angustiaba a Frankl. El modo en que el hombre acepta su destino y
todo el sufrimiento que éste conlleva, añade a su vida un sentido más profundo. Incluso
bajo las circunstancias más difíciles puede conservar su valor, su dignidad, su
generosidad. O bien puede olvidar su dignidad humana y convertirse en poco más que un
animal no humano.
Muchas veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil la que da al
hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. El prisionero que
perdía la fe en el futuro estaba condenado, se abandonaba, decaía y se convertía en
sujeto del aniquilamiento físico y mental. Lo más difícil es la pregunta por el sentido de la
vida:
"Tenemos que aprender por nosotros mismos y después enseñar a los desesperados que
en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de
nosotros."
Frankl, 1946)
Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida, y en vez de
ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e
incesantemente. Nuestra contestación no debe ser en palabras, sino que debe ser una
conducta y una situación rectas.
Frankl se pregunta profesional y humanamente por la psicología de los guardas del
campamento. ¿Cómo es posible que hombres de carne y hueso como los demás
pudieran tratar a sus semejantes como los trataron? Había algunos sádicos, en el sentido
médico del término, y que eran seleccionados precisamente por serlo, como lo eran los
individuos más brutales y egoístas, los que tenían más probabilidades de sobrevivir, era
una selección negativa. Pero además los sentimientos de la mayoría de los guardias se
hallaban embotados por años de métodos brutales. Se habían endurecido hasta límites
insospechados, aunque había algunos, por pocos que fueran, que sentían lástima de los
prisioneros. Cuenta el caso de un comandante de las SS que había comprado medicinas
para algunos prisioneros, gastando cantidades nada despreciables en ello. El autor saca
la siguiente consecuencia:
"Hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: "raza" de los hombres
decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y en todas las
capas sociales. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor
que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre
decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero, asimismo es el ser
que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración."
(Frankl, 1946)
Tercera fase: Después de la liberación
En esta fase, el Dr. Frankl quiere analizar la psicología del prisionero que ha sido liberado.
Relata lo que sucedió la mañana en que, tras varios días de gran tensión, se izó la
bandera blanca a la entrada del campo.
"Al estado de ansiedad anterior siguió una relajación total. Pero se equivocaría quien
pensase que nos volvimos locos de alegría". Y nos cuenta como los prisioneros se
arrastraron hasta las puertas del campo diciéndose sin creérselo aún que eran libres.
Vieron los alrededores del campo, los prados cubiertos de flores, "pero no despertaban en
nosotros ningún sentimiento."
(Frankl, 1946)
Y reproduce el estado de ánimo general cuando por la noche, ya de vuelta a los
barracones, un hombre le preguntó a otro ¿estuviste hoy contento? A lo que el otro
respondió "para ser franco, no". Frankl lo explica diciendo que lo que les ocurría a los
prisioneros liberados era una "despersonalización”. Todo parecía irreal, improbable, como
un sueño, y temían que al despertar les llegase la dura realidad. Narra como si un
prisionero era preguntado por un granjero de las cercanías podía pasar horas hablando.
Él nos cuenta su particular y conmovedor renacer, una tarde mientras paseaba:
"No había nada más que la tierra y el cielo, y el júbilo de las alondras, y la libertad del
espacio. Me detuve. Miré en derredor, después al cielo y finalmente caí de rodillas. En
aquel momento yo sabía muy poco de mí o del mundo, solo tenía en la cabeza una frase,
siempre la misma: "Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor y él me contestó desde el
espacio en libertad."
(Frankl, 1946)
Muchos de los prisioneros que habían experimentado en carne propia la brutalidad solo
querían reproducirla. Solo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres a la
verdad lisa y llana de que nadie tenía derecho a obrar mal, ni aun aunque a él le hubieran
hecho daño. Aparte de cierta deformidad moral, otras dos experiencias mentales podían
dañar el carácter del prisionero liberado, la amargura y la desilusión que sentía al volver a
su antigua vida. Amargura ante la reacción tibia de los otros ante su sufrimiento y terrible
experiencia, y la desilusión hacia su propio sino.
"El hombre que durante años había creído alcanzar el límite absoluto del sufrimiento se
encontraba ahora con que el sufrimiento no tenía límites y con que todavía podía sufrir
más y más intensamente."
(Frankl, 1946)
En el campo todos sabían que no habría felicidad posible que les pudiera compensar de
tanto sufrimiento pero:
"Tampoco estábamos preparados para la experiencia muy difícil de sobrellevar. Pero
también llegó el día en que la experiencia en el campo pudo ser vivida como una
pesadilla. La experiencia final para el hombre que vuelve a su hogar es la maravillosa
sensación de que, después de todo lo que ha sufrido, ya no hay nada a lo que tenga que
temer, excepto a su dios."
(Frankl, 1946)
"A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser
humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección
del propio camino." (Frankl, 1946)

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