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LA SALUD MENTAL DE

LOS DOCENTES
MATERIAL SESIÓN 04

La salud mental de los docentes: un agente clave en la


educación de las emociones

Escrito por: Camila Londoño, agosto 25, 2017

En su libro “Educar las emociones, educar para la vida”, la psiquiatra


Amanda Céspedes habla del papel esencial del profesor en la educación
emocional de niños y adolescentes.

Amanda Céspedes es médica psiquiatra de la Universidad de Chile. Se


especializó en psiquiatría infantil y juvenil. Además, realizó un posgrado en
neuropsicología y neuropsiquiatría infantil en la Universidad degli Studi en
Italia, ha dictado clases de psicología y es miembro directivo de la Fundación
Mírame, entidad que busca innovar en el sistema de integración escolar de
niños con trastornos del desarrollo. A través de diversos libros como el Déficit
Atencional en niños y adolescentes, Niños con pataletas, adolescentes
desafiantes y Educar las emociones, educar para la vida, la experta se ha
centrado en dar herramientas claves para que educadores, padres (y otras
personas que se relacionan de forma permanente con niños), puedan guiar a
los niños en su formación emocional, desarrollando así sus
potencialidades y talentos.

En su libro Educar las emociones, educar para la vida, la autora dedica un


capítulo a hablar del profesor como agente clave en la educación de las
emociones.

Amanda parte de la premisa de que evidentemente, los niños pasan muchas


horas de su día en la escuela, un espacio donde profesores, compañeros y
otros adultos, influencian su vida. Luego de la escuela, los niños salen para
intentar conquistar el mundo, pero, ¿están realmente preparados para hacerlo
desde todos los puntos de vista? Inspirada en la visión de María Montessori,
quien decía que la educación debía hacer énfasis en la formación integral del
niño (más allá del intelecto) y en el desarrollo de la personalidad saludable
como medio para construir sociedades mejores, Amanda asegura que el
maestro tiene que orientar su esfuerzo hacia ese objetivo y debe trabajar
desde dos planos en particular: el sólido desarrollo del intelecto y el
emocional.

Pero, desde su punto de vista, ¿cuáles son los requisitos para que un
profesor pueda llevar a cabo una educación emocional efectiva?

✓ Tener un conocimiento intuitivo e informado acerca de la edad infantil y


adolescente, particularmente de sus características psicológicas.
✓ Conocer la importancia y las características de los ambientes
emocionalmente seguros en el desarrollo de la afectividad infantil.
✓ Poseer un razonable equilibrio psicológico y ausencia de psicopatología.
✓ Conocer técnicas efectivas de afrontamiento de conflictos.
✓ Emplear estilos efectivos de administración de la autoridad y el poder.
✓ Comunicación afectiva y efectiva.
✓ Verdadera vocación por la misión del maestro.
✓ Un permanente y sincero trabajo de autoconocimiento.
✓ Una reflexión crítica constante acerca de los sistemas de creencias y de su
misión como educador.

De la mano con esto, Amanda sugiere que el profesor debe ser consciente de
un proceso de crecimiento que surge paralelo al de sus estudiantes y debe ser
consciente de su papel protagónico en la gestión de un clima en el aula que
puede ser favorable o desfavorable para el aprendizaje propio y el de sus
alumnos. En ese sentido, el impacto de la salud mental del profesor sobre
su calidad como educador de las emociones y su capacidad para crear
climas en el aula de crecimiento emocional y cognitivo es también un
aspecto fundamental.

La salud mental de los profesores

La salud mental laboral es un concepto de la salud preventiva que alude a un


estado de bienestar integral del trabajador. Lamentablemente, ese bienestar en
los profesores, a menudo se deteriora y resulta preocupante, dice Amanda, que
aquellos docentes que sufren de ansiedad o estrés por múltiples razones,
deban enfrentarse a la educación emocional. ¿Por qué? Porque los cerebros
de los niños leen las emociones negativas de una persona que sufre de estrés
crónico y hace una comprensión implícita de éstas. En otras palabras, las
emociones son contagiosas y un profesor que sufre del llamado síndrome burn
out (desgaste), puede llegar a perder la sensibilidad para atender las
emociones de sus alumnos. Por lo mismo, proteger la salud mental de los
profesores debería ser una tarea urgente e ineludible; hacerlo no sólo es
proteger sus emociones, sino también las de los estudiantes.

Esta tarea, dice la experta, debe abordarse de forma integral. ¿Cómo? No


ofreciendo medidas temporales (como una licencia médica), sino más bien
otorgando herramientas que perduren en el tiempo, como medidas
multidisciplinarias centradas en el trabajo individual, técnicas grupales de
efectividad en el tratamiento de conflictos y estrategias organizacionales dentro
de las escuelas. Esto, acompañado de un mejoramiento sustancial de las
condiciones laborales, especialmente lo relativo al clima laboral, las
remuneraciones, la extensión de jornadas laborales, entre otras.

“El profesor que busca efectividad real debe empezar por creer en sí
mismo para poder creer desde el corazón que, como maestro, tiene un
papel de trascendencia en el destino de sus alumnos”.
No existen niños difíciles, lo difícil es ser niño en un mundo de
gente cansada, sin paciencia y con prisa.

Génesis Ramírez

La rutina diaria, las responsabilidades y obligaciones pueden agotar a los


padres quienes, tras un día de trabajo, deben atender a sus niños.

Las complicaciones del día a día, el cansancio y la inagotable energía de los


niños, puede convertirse en un problema dentro del hogar.

Una problemática por la cual normalmente se responsabiliza a los niños, al


considerarlos como difíciles de educar y de criar en general. Sin tener en
cuenta, que la responsabilidad detrás de esta situación, no recae sobre los
pequeños, sino en los adultos.

Y es que un adulto agotado física, mental y emocionalmente lo que más desea


es experimentar es un momento de calma, descanso y tranquilidad. Un estado
que normalmente no se logra fácilmente con la presencia de los niños en el
hogar. Ya que su energía natural y alegría busca la atención y cariño de sus
padres.

Es por ello que se les tiende a catalogar como niños difíciles, ya que son
pequeños inquietos, ruidosos, alegres, emotivos y coloridos. Una característica
común de los más jóvenes, pero que, para muchos padres agotados,
representa un defecto difícil con el cual lidiar día tras día.

El problema no son los niños, sino los adultos agotados e impacientes

La sociedad moderna está llena de movimiento y ajetreo, dado que se


encuentra en un constante proceso de avance y evolución. Esto conlleva a que
las personas se adapten a este estilo de vida rápido e impaciente, capaz de
exprimir toda la energía que los individuos poseen.

Precisamente por ello, es que los adultos buscan un espacio de relajo y calma
en sus hogares tras experimentar la ardua rutina de trabajo. Sin recordar que,
en casa, los niños le esperan ansiosos por contarle las aventuras, aprendizajes
y experiencias obtenidas durante su día.

Una actitud llena de energía y brillo que resulta agotadora para los propios
padres, quienes catalogan a sus hijos como niños difíciles debido a ello.
Cuando en realidad, se trata de adultos agotados, que no logran empatizar ni
intentan comprender, que los pequeños no cometieron ningún error.

Los niños tienden a correr, gritar, experimentar y jugar con su entorno, creando
aventuras dentro de su imaginación. Un momento que normalmente buscan
compartir con sus padres, para demostrar lo divertido de su mundo de juegos.
Un escenario que, para un adulto agotado, representa una pesadilla en la vida
real.

Es precisamente por ello que es importante que los adultos reconozcan su


culpa en este tipo de situaciones. Dado que no se trata de niños difíciles de
criar o complacer, sino de padres agotados, sin la energía, interés o motivación
para llegar a casa y jugar con sus pequeños.

Los niños son solo niños en búsqueda de amor y cariño de sus padres, a
quienes buscan impresionar con sus logros del día a día. Un evento, que
muchos adultos no aprecian realmente y culpan a los más pequeños, sin darse
cuenta, de su propia responsabilidad en dicha situación.

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