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LA TIRANÍA DEL PENSAMIENTO POSITIVO

por Carlos J. González Serrano


11 agosto 2021

En las últimas décadas, la literatura dedicada a la autoayuda, la psicología positiva y las llamadas
“nuevas espiritualidades”, como en el caso del mindfulness, ha crecido exponencialmente y
ocupa gran parte de las estanterías destinadas al ensayo en numerosas librerías. Estas
“luminosas” corrientes suelen venderse como un producto aparentemente inofensivo
presentado bajo capa de crecimiento personal. Un producto que, sin embargo, oculta gran parte
de múltiples y contraproducentes dictaduras afectivas asociadas al más despiadado
neoliberalismo, que se apropia emocionalmente de los individuos y los transforma en sujetos
del rendimiento en total connivencia con las grandes corporaciones mundiales.

En primer lugar, fomentan lo que algunos autores han denominado “privatización del
estrés”: no sólo es que el estrés se haya patologizado y hecho extensivo a grandes capas de la
sociedad, sino que se culpabiliza a quien lo sufre por no saber gestionarlo, por no contar con
las herramientas necesarias para neutralizarlo. Como si, en efecto, fuéramos máquinas que hay
que rentabilizar. Más aún: que se tienen que rentabilizar a sí mismas. Este tipo de libros
silencian el hecho de que el estrés responde, casi siempre, a causas sistémicas, y se obvian las
formas de hacerle frente desde un punto de vista social. Por supuesto, no sólo el estrés, sino
también otros trastornos como la ansiedad, la depresión o los déficits de atención.

La literatura de autoayuda fomenta –con una violencia silenciosa y hasta complaciente–


el establecimiento y continuidad de un statu quo que perpetúa las desigualdades sociales. La
felicidad, con la que se comercializa como si fuera un producto que puede adquirirse en forma
de recetas mágicas o productos milagrosos, se ha convertido en toda una industria que ha
conseguido despolitizar el estrés, convirtiéndolo en un asunto estrictamente privado y
particular: es el individuo quien ha de enfrentarlo en soledad, lo que da como resultado, a su
vez, una religión del yo que, falsamente endiosado, y tras comprobar que también está sujeto al
fracaso, cae fácilmente en el abatimiento y la zozobra emocional.

Muchas de estas fórmulas (“Cree en ti mismo”, “No hay nada imposible”, “Con esfuerzo
lo lograrás”, etc.) no son más que prescripciones soterradas para mantener el poder. Si es el
individuo quien tiene el problema, quien ha de aprender a gestionar sus emociones y
sentimientos, se exime de culpa a las empresas, al Estado o a cualquier otro organismo que
pueda estar ejerciendo aquella silenciosa opresión. No en vano se ha dicho que la máxima de
nuestros tiempos es la de “adaptarse o morir”: adaptarse a unas condiciones sociales, laborales,
psicológicas… de cuya introducción el individuo no tiene culpa más que como sujeto paciente,
pero es una culpa que, sin embargo, tiene que ser expiada y aliviada por el sujeto mismo. En
este sentido, la autoayuda y el pensamiento positivo provocan un autocontrol que roza lo
obsesivo y, lo más preocupante, causan una miopía social que nos aleja de la colectividad y de
los auténticos responsables de las desigualdades sociales. Si no gestionas tus emociones, serás
tú el responsable de no encajar en la sociedad: así opera la lógica de la autoayuda y del
pensamiento positivo.

Por eso, es indudable la relación que existe entre estrés (y ansiedad, y depresión, etc.) y
opresión social. La nueva servidumbre no es física o material, aunque también, sino
eminentemente emocional, pues el individuo ha de aparentar sin descanso una cordura mental
en un escenario en el que resulta muy difícil mantenerla. Por ello, en paralelo, se ha
patologizado el pensamiento disidente o crítico: quien protesta tiene un problema, ya sea
emocional o de inadaptación social. Bajo la apariencia de un lenguaje transformador (“Llega a
ser quien eres”, “Puedes alcanzar lo que te propongas”, etc.), el pensamiento positivo y sus
esbirros apoyan el sostenimiento del statu quo y, mientras se centra en el yo y en crear seres
obsesionados con su situación personal, descuidan las vulnerabilidades sociales, el cuidado por
lo común, por las estructuras colectivas y la interdependencia. Los individuos acaban
aferrándose a tales fantasías de felicidad al no encontrar proyectos de crecimiento comunes: la
retórica de la autoayuda camufla la posibilidad de la lucha política porque debilita la solidaridad
y la búsqueda común de la justicia social. El problema eres tú: aprende a gestionarte.

Quizá sea útil recordar en este punto, y para terminar, uno de los libros más
comprometidos que se escribieron a lo largo del siglo XX, redactado por la apasionada pluma
de Simone Weil: las Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (1934). En
esta obra, Weil apunta con extremada finura que “los miembros de una sociedad opresiva no se
distinguen sólo por el lugar más elevado o más bajo en el que se encuentran enganchados al
mecanismo social, sino también por el carácter más consciente o más pasivo de sus relaciones
con dicho mecanismo”. Por eso, defiende Simone Weil, más que nunca es tiempo de ejercer la
dignidad del pensamiento, en particular del filosófico, que si bien no nos libera de las cadenas,
sí nos hace conscientes de ellas. Y es que, predijo Weil, “Nunca se vio el individuo tan a merced
de una colectividad ciega, y nunca se vieron los hombres más incapaces no sólo de someter sus
acciones a sus pensamientos, sino hasta de pensar”.
Conviene hacer un esfuerzo por pensar y pensarnos en medio de esta tiranía emocional
a la que, con tanta complacencia, nos entregan las nuevas “espiritualidades”, y afirmar, con
Simone Weil, que “todo lo demás se puede imponer desde afuera por la fuerza, movimientos
del cuerpo incluidos, pero nada en el mundo puede obligar a un hombre a ejercer el poder de
su pensamiento ni sustraerle el control de su propio pensamiento”, porque, en lo que se refiere
al pensamiento, el individuo es superior a la colectividad. Las colectividades no piensan; por
eso es tan necesario que haya individuos que lo hagan y nos inviten a despertar: colectivamente.

Taller
1.- Divide el texto en Introducción, Desarrollo y Conclusión.
2.- Señala cuál es la tesis. Recuerda que la tesis es la posición que toma el autor del artículo
ante el tema. (Casi siempre está en la introducción)
3.- ¿Para qué y por qué está escrito este texto? Recuerda que para responder esto debes
preguntarle al texto cuál es su intención.
4.- ¿Qué tema aborda principalmente y cuáles temas secundarios? (si los hay)
5.- ¿Cómo está escrito? (De qué manera lo hace. Intenta ser agradable, es académico, qué
palabras utiliza, intenta persuadirnos de qué manera). Recuerda que todos tenemos maneras de
hablar según queramos lograr algo; bueno, ¿cómo nos habla el autor para que le creamos y nos
unamos a su idea?
6.- Toma una posición ante el texto (puede ser sobre todo el texto o sobre algún elemento
específico de este), explicítala y argumenta por qué estás a favor o en contra. Hazlo en un párrafo
corto para que se pueda socializar durante la clase.

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