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LA OTRA REALIDAD DE LOS CONGALES

CINDY CASTILLO

Un congal con olores mezclados, alcohol y música, es el lugar a donde nos lleva

Eduardo Antonio Parra en su obra Nadie los vio salir, un sitio del que poco se habla por

la dura realidad que se vive en los burdeles.

Se muestra de forma clara cómo la necesidad lleva a que muchas mujeres se

dediquen a este trabajo, en el cual, al pasar el tiempo pierden su atractivo y son

reemplazadas, tal como lo expresa la narradora: «Además cada ciertos meses llegan

muchachas más jóvenes, y las viejas sobrevivimos con fichas pepenadas por aquí y por

allá»1

Podría pensarse que quienes trabajan ahí son personas lúgubres y tristes; no

obstante, es evidente en la obra que las sexoservidoras llegan a encontrar cierto placer

en su día a día. Aun cuando sólo se narra lo que sucedió en una noche extraordinaria, se

deja entrever algunos destellos de su día a día y las relaciones que se forjan con el

tiempo.

La amistad de la narradora con Lorenza es un gran ejemplo de cómo se

entretejen estas relaciones en el congal; asimismo la relación que hay entre la narradora

y don Chepe presenta los buenos momentos que llegan a tener en el burdel; se quieren a

ratitos, de manera intermitente y aunque bien podría ser un mero gusto pasional es más

que claro que ambos se disfrutan.

Hay un estereotipo muy marcado de la vida en los burdeles y la prostitución, con

esto no quiero decir que no sea un trabajo duro y que no se viven situaciones crudas;

pero en la obra se presenta otra parte de la realidad.

La muerte de Lorenza con una sonrisa en el rostro sugiere que murió feliz,

incluso si trabajó en un lugar rodeado de situaciones ásperas y difíciles.


1
Eduardo Antonio, Nadie los vio salir, Ediciones Era, México, 2001, p. 17.

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