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La identidad sexual: entre la sexualidad, el sexo, el género

Silvia Bleichmar

La evidencia de cambios en las formas de expresión de la sintomatología sexual -infantil y adulta- observables tanto
en nuestra clínica como en el entorno cultural, merecen una puesta al día de nuestras formulaciones de base. Ello
con vistas a separar, como venimos proponiendo desde hace ya tiempo, aquellos enunciados de permanencia, que
trascienden las mutaciones en la subjetividad que las modificaciones históricas y políticas ponen en marcha, de los
elementos permanentes del funcionamiento psíquico que no sólo se sostienen sino que cobran mayor vigencia en
razón de que devienen el único horizonte explicativo posible para estos nuevos modos.
¿Quién podría considerar hoy del orden de la perversión las formas mediante las cuales una pareja ensambla en su
relación amorosa formas pre genitales con modos genitales, o incluso los modos de producción mutua de placer bajo
formas no tradicionales, a través de la recurrencia a un erotismo que posibilite el encuentro rehusado por la
anatomía en aquellos casos en los cuales está obstaculizado el pleno acceso genital ? sometiendo a caución la
definición de perversión como el ejercicio de una sexualidad con dominancia de las llamadas por Freud
transgresiones anatómicas, que forman parte hoy en gran medida de la sexualidad genital, y han encontrado un
nuevo modo de insertarse en la sexualidad adulta no necesariamente perversa.
Porque más allá del carácter subversivo y globalmente no superado que posee un texto como Tres ensayos de
teoría sexual, es en aquellos planteos que quedan impregnados por una visión teleológica de la sexualidad,
sometida a un fin sexual reproductivo, donde se manifiesta más claramente la necesidad de revisión. Y ello no sólo
por la caducidad histórica de los planteos, sino porque entran en contradicción con enunciados centrales de la teoría
y de la práctica psicoanalítica; enunciados que han hecho estallar, precisamente, la relación existente entre
sexualidad y procreación, desanudando precozmente, antes de que la historia de la ciencia obtuviera los medios
para ello, o que la sociedad civil blanqueara la realidad de sus prácticas sexuales, los fines biológicos, morales en
última instancia, de los movimientos de placer que definan los modos de acoplamiento libidinal que rigen el cuerpo y
el psiquismo de los seres humanos.
Comencemos entonces por definir una serie de puntos que permiten un reordenamiento de la cuestión sexual,
separando cuidadosamente aquellos que consisten en elementos nucleares de la teoría psicoanalítica, de las teorías
sexuales con las cuales los seres humanos, desde la infancia, intentan elucidar el misterio no sólo de la diferencia
entre los sexos sino también de la función que cumplen sus propias excitaciones como elementos que ponen en
marcha su accionar sexual.
Si bien es obvio que la sexualidad humana no se reduce a los dos rubros canónicos que la sexuación impone -
entendiendo por sexuación los ordenamientos que definen las prácticas genitales bajo las formas de recomposición
que ligan la sexualidad al semejante en masculino/femenino -, parece necesario volver a definir hoy, a casi un siglo
de Tres ensayos, su aporte fundamental: el hecho de que la sexualidad humana no sólo comienza en la infancia,
sino que se caracteriza por ser no reductible a los modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos, con los
cuales la humanidad ha establecido, desde lo manifiesto, su carácter.
Este aporte fundamental, que consiste en considerar como sexual todo aquello que siendo del orden del placer
implica un plus que no se reduce a las actividades auto conservativas, viene aparejado, desde el comienzo, de una
propuesta de sexualidad en dos tiempos; tiempos que Freud consideró, a dominancia, como biológicamente
determinados, si bien dejó abierto, aun cuando sólo fuera en los márgenes, la posibilidad de que el primer tiempo,
aquel que corresponde a lo "pre genital", fuera efecto de la introducción de la sexualidad del adulto, de la
implantación precoz de la sexualidad adulta, pulsional, genital y para-genital, en el niño.
Un párrafo notable de Tres ensayos propone una línea que no siendo dominante a lo largo del trabajo, da cuenta sin
embargo de estas ideas que pretendemos exponer. Se trata del apartado relativo al "Objeto sexual del período de
lactancia", curiosamente incluido en la tercera parte del libro, destinada a la metamorfosis de la pubertad, en la cual
pone en correlación el hallazgo del objeto genital con el objeto sexual de los primeros tiempos de la vida: "El trato del
niño con la persona que lo cuida es para él una fuente continua de excitación y de satisfacción sexuales a partir de
las zonas erógenas, y tanto más por el hecho de que es persona - por regla general la madre - dirige sobre el niño
sentimientos que brotan de su vida sexual, lo acaricia, lo besa lo mece, y claramente lo toma como sustituto de un
objeto sexual de pleno derecho. La madre se horrorizaría, probablemente, si se esclareciese que con todas sus
muestras de ternura despierta la pulsión sexual de su hijo y prepara su posterior intensidad. Juzga su proceder como
un amor "puro", asexual, y aun evita con cuidado aportar a los genitales del niño más excitaciones que las
indispensables para el cuidado del cuerpo... Sin duda, un exceso de ternura de parte de los padres resultará dañino,
pues apresurará su maduración sexual... son casi siempre padres neuropáticos los que se inclinan a brindar una
ternura desmedida, y contribuyen en grado notable con sus mimos a despertar la disposición del niño para contraer
una neurosis... Este ejemplo nos hace ver que los padres neuróticos tienen caminos más directos que el de la
herencia para transferir su perturbación a sus hijos."
¿Dónde quedan nuestros dos tiempos canónicos, uno que corresponde a la pulsión parcial y otro a lo genital,
cuando incluimos la sexualidad del adulto como productora de excitaciones, si el adulto está atravesado
simultáneamente por sus deseos inconscientes, "pre genitales", infantiles, y ellos se ensamblan, necesariamente, en
su sexualidad genital ya no sólo conocida sino experienciada, excitante y que rige todo su movimiento libidinal?
Nos vemos obligados a sostener entonces, y sobre esto hemos hablado largamente en otros textos, que los dos
tiempos de la sexualidad humana no corresponden a dos fases de una misma sexualidad, sino a dos sexualidades
diferentes: una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto, productora de excitaciones que
encuentran vías de ligazón y descarga bajo formas parciales (siempre de carácter "frustro", ya que se olvida con

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demasiada facilidad que aún la masturbación genital infantil no logra carácter orgásmico, no siendo por ello
equivalenciable a la sexualidad adulta, salvo en ciertos casos que han sido convocados precozmente a su ejercicio),
y otro con primacía genital, establecido en la pubertad y ubicado en el camino madurativo que posibilita el
ensamblaje genital, no constituyendo entonces una simple reedición del acmé de la sexualidad infantil, sino un modo
de recomposición ordenado y guiado por la existencia de una primacía de carácter genital. Pero la paradoja consiste,
diría Laplanche, en que el "instinto sexual", si es que algo queda de ello, la maduración puberal, encuentra todo el
campo ya ocupado por la sexualidad para-genital: los primeros tiempos han marcado fantasmática y erógenamente
un camino que si no encuentra vías de articulación establece que el recorrido se oriente bajo formas fijadas, las
cuales determinan, orientan u obstaculizan, los pasajes de un modo de goce a otro.
Sin embargo, y he aquí otra cuestión que se plantea como compleja, estos movimientos pulsionales son en principio
anteriores, o más bien tienen su origen en tiempos previos, al reconocimiento del niño de que hay un modo de
bipartición de la especie humana que está determinado por el sexo. La diferencia entre hombres y mujeres con las
cuales se establece la bipartición marcada por signos de cultura no remite de origen, necesariamente, a masculino-
femenino. Está articulada por la diversidad de signos, y no por la diferencia anatómica, y en función de ello, no tiene
incidencia en la orientación del deseo sexual-pulsional del niño, sino en los modos con los cuales se determina su
pertenencia a uno u otro género.
La sexualidad no es un camino lineal que va de la pulsión parcial a la asunción de la identidad, pasando por el
estadio fálico y el Edipo como mojones de su recorrido, sino que se constituye como un complejo movimiento de
ensamblajes y re significaciones, de articulaciones provenientes de diversos estratos de la vida psíquica y de la
cultura, de las incidencias de la ideología y de las mociones deseantes, y es necesario entonces darle a cada
elemento su peso específico.

Diferencia entre género, sexo y sexualidad

La importancia que ha cobrado en los últimos tiempos la noción de género como elemento central diferenciador
respecto a las categorías sexuales puede ser considerada en el marco de dos grandes cuestiones que no pueden
ser soslayadas. En primer lugar el hecho de que los nuevos estudios de género se inscriben, indudablemente, en el
interior de un avance político progresivo respecto a la visión vigente a dominancia a lo largo del siglo - pero que tiene
su arrastre desde la antigüedad - a partir de la cual si "Dios los hizo hombre y mujer", afirmación tramposa que bajo
la apariencia del reconocimiento de una anatomía diferencial y de modos de representación y formas de inserción en
la vida social y política, encubre la subordinación a uno de los términos, el hombre, la articulación fundamental que
los define. Su mérito consiste, precisamente, en hacer estallar este modo de concebir el ensamblaje, el cual implica
la subordinación a un solo modo de representación, el masculino, y no sería desacertado, posiblemente, enmarcar
los estudios de género en el interior de un movimiento de más amplio alcance, presente tanto en la historia como en
la antropología, y ahora en psicología con sus rebrotes en psicoanálisis, que tiene un punto de articulación
importante con los estudios culturales, al pasar de concebir a las culturas subalternas en la sociedad no ya como
culturas producidas sino como culturas impuestas, y sobre todo al poner en discusión el carácter de cultura
subalterna, dependiente, de aquella que no ha constituido el pensamiento oficial .
Desde esta perspectiva, los estudios de género implican un avance importante al propiciar un desasimiento de los
enunciados que hacen a los modos de representación, tanto femeninos como masculinos, de una presunta
dependencia de la biología, como un correlato directo de la anatomía constituida en tanto sustrato de toda
producción ideático-ideológica, y generando nuevas posibilidades de abordaje de la cuestión.
La segunda cuestión, y es la que compete al psicoanálisis en tanto acoge y pretende otorgar un lugar a los llamados
"estudios de género", remite a la delimitación y reposicionamiento conceptual de esta noción respecto a su objeto y
al corpus central que considera las posibilidades de delimitación de la operatoria que sobre el mismo define.

Hemos dedicado los primeros párrafos de este escrito a demostrar que la sexualidad, en términos del psicoanálisis,
no se reduce a los modos de ordenamiento masculino-femenino, y mucho menos a las formas con las cuales la
función sexual establece los ensamblajes de la genitalidad una vez dadas las condiciones para que el sujeto pueda
acceder a ella. Vayamos ahora a la diferencia necesaria a establecer entre los movimientos deseantes, anárquicos,
pulsionales, que atraviesan la sexualidad a lo largo de la vida (genitales o para-genitales, en razón de que no
constituyen un "pre" destinado a armonizarse), y aquello que es del orden de la identidad sexual, vale decir, de los
modos con los cuales el sujeto se reconoce como perteneciendo a uno u otro sector en el cual, no sin dificultad, se
ubican la mayoría de los seres humanos.
Es desde esta perspectiva que se hace necesario señalar, haciendo una afirmación que no por sabida es menos
olvidada, que la identidad sexual tiene un estatuto tópico, como toda identidad, que se posiciona del lado del yo. En
tanto tal, ésta, sea cual fuera, es del orden de la defensa, en razón de que los enunciados que articulan la identidad
lloica se caracterizan por la exclusión, no sólo de los elementos de diferenciación respecto al exterior, sino también
al externo-interno del inconciente. Toda afirmación: "soy mujer", "soy hombre", "soy argentino", "soy generoso",
operan al modo de un centra miento que deja inevitablemente, del lado de afuera, los elementos que intenta excluir,
jugando en particular una función en el establecimiento de la denegación, vale decir en el aserto que se sostiene
bajo el modo de aquello que conocemos como "negación determinada" a partir de Hegel, y que Hyppolite retomara
poniéndolo a disposición de Lacan en su comentario acerca de la Verneinung . El "soy mujer" o el "soy hombre",
núcleo de la identidad sexual, no sólo recoge los atributos del género sino que funciona como contrainvestimiento,
en particular, de los deseos homosexuales sepultados a partir de la represión los elementos que acostumbramos a

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considerar, siguiendo a Freud, como del orden del Edipo invertido.
Esta afirmación es solidaria con aquella otra que venimos proponiendo desde hace ya varios años, respecto a que el
inconciente se define por su des-subjetivización radical: no es una segunda conciencia, no se rige por la lógica de la
exclusión, ni de la temporalidad, ni de la negación, de modo tal que sería impensable que en él se asentara la
alternativa masculino-femenino, que implica, necesariamente la lógica de la disyunción ( "o" masculino, "o" femenino,
muy por el contrario, en el inconciente coexisten bajo la forma inclusiva, las categorías que para el yo son del orden
de la disyunción). Tampoco es el inconciente del orden de un sujeto, incluso de signo opuesto, al del preconciente:
no se trata de que en el interior de cada uno de nosotros, haya alguien - como muchas veces ha sido degradado y
vulgarizado - que quiere lo opuesto a lo que aparentemente queremos (si odiamos, es porque "en realidad" amamos;
si somos generosos, porque "en realidad", otro egoísta, dentro nuestro, quiere tenerlo todo; si somos
heterosexuales, porque "en realidad", nos defendemos de nuestro otro interior, homosexual - y viceversa).
Si lo que caracteriza al inconciente es la ausencia de sujeto - no hay en él un verdadero yo opuesto al yo falso que
creemos ser - la afirmación de Freud respecto a que en el fondo todos somos homosexuales debe ser tomada en su
justo término: en el inconciente, de todos los seres humanos, hay deseos, mociones deseantes, que "paran mientes"
en el carácter masculino o femenino del objeto. Sin embargo, estos deseos, de emerger, son cualificados por el yo
como homosexuales , del mismo modo que ocurre con aquellos sentimientos ocultos pero eficientes respecto de los
cuales afirma Freud, en la Metapsicología - tercer capítulo de "Lo inconciente"- debe ser establecido su estatuto a
posteriori : son inconscientes una vez que han sido cualificados por el preconciente, una vez que el yo se ha hecho
cargo de su cualificación, una vez que el investimiento se reconoce como afecto al ser ligado por un enunciado que
lo devela.
La universalidad de estos deseos es indudable en razón de que - al menos en su mayoría y hasta el presente- las
relaciones libidinales que marcan la sexualidad infantil son el efecto de acciones realizadas por seres humanos que
luego se reconocerán como portadores de diferencias sexuales. Ya que en la medida en que se constituyen antes de
cualquier diferencia, esta relación con estos objetos no está atravesada por las preocupaciones que va a asumir
luego la identidad sexuada en tanto organizador del yo, por un lado, y de la diferencia anatómica, por otro.
Esto, por supuesto, del lado del niño, pero no del adulto que lo toma a cargo. Si el adulto ejerce una apropiación
ontológica, si le dice qué y quién es, en principio es indudable que en este ejercicio la determinación masculino-
femenino es central, y se rige por cierta propuesta de concordancia establecida socialmente entre el sexo biológico
y la identidad propuesta. Sabemos que no en todas las culturas es la bipartición tan estricta como la nuestra: el caso
de los berdaches, de las culturas aborígenes americanas, modo de transexualismo regulado a partir de una
legislación que da cabida, en última instancia, a tres géneros, marca, en un mismo movimiento, la posibilidad de
otras formas de regulación y, al mismo tiempo, la imposibilidad de eludir cierta regulación.
Es indudable que esta clasificación está sostenida en algo del orden de lo real, y da cuenta de ello no en sus
contenidos sino en los modos con los cuales el objeto se ofrece a la captura de lenguaje. El hecho de que los padres
digan que el infantil sujeto es niño o niña no está definido por sus deseos, sino por una arbitrariedad de repartición
de cultura que se sostiene en su relación con la diferencia anatómica, la cual opera de sustrato en lo real a partir de
la cual se establece la pautación básica con la cual se define la diferencia que organiza a los seres humanos más
allá de otros atributos. Es en este sentido que podemos afirmar que los enunciados que remiten a la sexuación
masculino – femenino está instituido en el ser mismo del sujeto, se enraíza en la estructura del yo y son anteriores al
reconocimiento de la diferencia anatómica - más allá de que puedan ser retomados del lado de los ideales: el ser
hombre o ser mujer forma parte de la trama básica del yo, pero el "ser todo un hombre" o "toda una mujer" puede,
evidentemente, ser adscripto al ideal del yo.
Las nociones de "diversidad" y "diferencia", introducidas por Freud, intentan dar cuenta de este procesamiento por el
cual se articula el género en la diferencia anatómica: la primera para aludir al conjunto de atributos que ponen en
marcha el reconocimiento con el cual se pautan modos diferentes de organización entre hombres y mujeres; la
segunda para ofrecer un lugar a la teoría espontánea con la cual el niño ordena bajo el modo de la lógica binaria las
categorías masculino - f femenino a partir de la percepción de la diferencia sexual anatómica.
Una consecuencia teórica y clínica se desprende de esto: si la atribución de género es anterior al reconocimiento de
la diferencia anatómica, coexiste con la sexualidad pulsional sin obstaculizarla. Se pueden sostener deseos
pulsionales por el padre sin que esto entre en contradicción con el ser varón, pero no puede un varón vestirse de
mujer sin entrar en conflicto con la identidad propuesta. La extensión del concepto de polimorfismo perverso infantil a
los trastrocamientos de género, constituyen si no uno de los mayores pecados sí uno de los más grandes errores del
psicoanálisis de niños: creer que un varoncito de 4, 6 u 8 años que quiere ser niña, realiza esta elección porque está
aún está atravesado por el polimorfismo perverso, y no ha definido su identidad sexual, es de una cortedad
intelectual sólo equiparable a la irresponsabilidad que implica.
Las razones de este trastrocamiento de la identidad son múltiples, y no corresponde acá extendernos al respecto,
sino para señalar, simplemente, que no se reducen al posicionamiento del niño ante la castración, sino a cuestiones
mucho más complejas de las cuales hay que dar cuenta. Señalemos someramente que no es lo mismo el
trasvestismo anterior al reconocimiento de la diferencia, que puede sostenerse más allá de ella y poner en jaque la
identidad sexual cuando esta se instala, producto de una falla primaria en el recubrimiento envolvente de las
membranas yoicas con una regresión de la elección a la identificación con el objeto - en el caso del varón -, que el
trasvestismo posterior al descubrimiento de la diferencia, en el cual el género ensambla con el sexo, o, para ser más
precisos, entra en discordancia con este, y se entrecruza en las complejidades de las elecciones con las cuales
deben establecerse las relaciones entre deseo e ideales.
Polimorfismo perverso: ¿a qué se refiere Freud, más precisamente, con este concepto? Sabemos que la perversión,
entendida como reverso de la neurosis, alude a la ausencia de represión de aquellos deseos que el neurótico guarda

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celosamente en su inconciente - tan celosamente, que él mismo los desconoce. De modo tal que esta perversión es,
en principio, el ejercicio de la pulsión parcial, vale decir, el ejercicio del autoerotismo, opuesto al amor de objeto. En
la relación de amor al semejante, se ceden los modos del autoerotismo que pueden causar sufrimiento moral o físico
al otro: sea este sufrimiento del orden del asco o del pudor, sea del dolor. El infantil sujeto debe abandonar esos
modos de goce que tropiezan en principio con escasas resistencias, una vez que se establezcan los diques anímicos
que forman parte de los atributos de la moral ¡"sin que se sepa bien - dice Freud - qué quiere decir moral"! El
polimorfismo perverso es entonces anterior a la formación del criterio moral en el niño, y este último está atravesado,
siempre, por el amor al semejante. Las renuncias pulsionales se establecen en el momento en el cual su satisfacción
atentan contra el amor del yo - por sí mismo, como autoestima, o por el objeto -, y sólo se conservan en la soledad
del goce deshabitado de la relación al otro, en los límites mismos del placer compartido.
Redefinamos entonces la perversión, como proceso en el cual el goce está implicado a partir de la des-
subjetivización del otro. No se trata ya de la transgresión de la zona, ni del modo de ejercicio de la genitalidad, sino
de la imposibilidad de articular, en la escena sexual, el encuentro con otro humano. La perversión, en su fijeza, en la
inmutabilidad del goce propuesto, no es sino en el límite mismo el autoerotismo ejercido sobre el cuerpo de otro,
despojado este otro de la posibilidad de instalarse como sujeto que fija los límites mismos de la acción, no sólo
sexual, sino intersubjetiva.

Los elementos precedentes permiten entender, mucho más claramente, por qué mi rehusamiento a considerar a la
homosexualidad del lado de la perversión, en tanto lo que define esta última no es el posicionamiento del sujeto ni
ante la sexualidad genital ni ante la castración - como ha sido dicho hasta el cansancio en los últimos años, en una
equivalencia fácil entre diferencia anatómica y reconocimiento de la alteridad - sino su posibilidad de establecer, en
la relación genital al otro, un reconocimiento de la intersubjetividad que da acceso al placer compartido y liga el
sadismo con el cual la pulsión parcial inevitablemente ejercita su descarga.
Es en este sentido que la perversión en la cual el niño es inmerso por parte del adulto es un arrasamiento de la
subjetividad, ya que la genitalización precoz a la cual es arrastrado no es un rasgo que se suma al polimorfismo
perverso, sino un encaminamiento de toda la vida libidinal en la dirección fijada por el goce del adulto - o del
partenaire más o menos mayor.

Algunos fragmentos del relato de un joven travesti, recogido en una zona marginal de México llamada Ciudad
Nezahualcoyotl, puede servir para ampliar nuestra reflexión en aras de articular las categorías que venimos
proponiendo. La complejidad del caso no permite un encasillamiento fácil, ni mucho menos un encuadramiento
psicopatológico, mucho menos dado que la entrevista la entrevista fue realizada en el marco de una investigación
llevada a cabo sobre personas que se reunían en casa de Mema (femenino de Memo), un homosexual de la zona
que acoge jóvenes del barrio, y sobre todo jóvenes homosexuales afeminados. Todo el trabajo realizado por Annick
Prieur, la investigadora que nos permite el acceso al material, da cuenta de la dificultad para articular estas
cuestiones relativas a sexualidad, género y sexuación, en razón de la estrechez con la cual la bipartición masculino-
femenino no termina de posibilitar el dar cuenta de estos modos de la sexualidad: homosexuales masculinos y
femeninos, denominación de jotas -versión femenina de "joto" (trolo) para los homosexuales femeninos.
Se trata de un joven llamado Martin - Marta en la actualidad - que relata cómo desde su primera infancia se siente
atraído por los roles femeninos (trastorno, en este caso, de género): "Yo jugaba a la muñeca, y quería hacer siempre
de mamá. Tenía ya esta tendencia, me gustaban las muñecas, las adoraba. Para navidad recibía un regalo, un autito
o un camión. Entonces, durante un momento, jugaba con mis autitos, pero lo que me interesaba eran las muñecas
de mi hermana... “Este trastorno de género, anterior a la diferencia, se engarza luego con la curiosidad por los
genitales: "Me gustaba ver a los varones hacer pipi... lo que más me fascinaba, era ver a los adultos en la sala de
baño, ver su aparato. Ya tenía yo esta... eso... lo que me llevaría a la homosexualidad. Y no lo lamento. Pero lo que
ocurrió, es que antes de que yo quisiera hacerlo, se me forzó a hacerlo. Un vecino me forzó a hacer el amor con él...
yo tenía seis años". Ante la pregunta, realizada por la entrevistadora, acerca de si él creía que el vecino había
notado aspectos feminizados en él antes de tener relaciones sexuales responde: "Sin duda. ¿Pero yo qué sé?
Imagino que él había notado que tenía tendencias homosexuales... Tal vez él lo notó, o tal vez era precisamente un
perverso, uno de esos que les gusta hacer el amor con chicos, y que hacen de ellos homosexuales, incluso si no
tienen tales tendencias..."
El trastorno de identidad - cuya causa desconocemos, en razón de que la entrevista no está tomada bajo un modo
psicoanalítico, sino sociológico, y en particular, constructivista, aparece precozmente. Se trata de un deseo por los
objetos femeninos, un deseo de ser mujer, antes de que ello represente algo desde el punto de vista de la
sexualidad genital. Luego, sobre esto, se impone el abuso, y el abuso inscribe un modo de goce que el niño no ha
escogido; no porque no pudiera escogerlo a posteriori, sino porque es "anticipado", por el adulto, y es en este
movimiento donde se forja algo del orden de la articulación trastorno de género - elección de objeto sexual.
Señalemos entonces dos tiempos:
Uno, relativo al trastrocamiento de la identidad de género, entendido este como las atribuciones realizadas por la
cultura respecto a aquello que corresponde asumir como conducta social en concordancia con el sexo biológico.
Estas atribuciones son del orden social y político, y corresponden a lo que hemos denominado, en otros momentos,
del orden de la "producción de subjetividad" - modos histórico-políticos de producción de sujetos sociales.
El segundo, caracterizado por el lanzamiento precoz a la sexualidad genital, intromisionada por el adulto que
genitaliza el momento de descubrimiento y fascinación por la diferencia anatómica. En este segundo tiempo,
podemos decir, siguiendo a Freud, que por regla general la diferencia anatómica - que él denomina etapa fálica -
anticipa a nivel representacional la fase genital, que tendrá lugar en el momento de la pubertad. En el caso de

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Martín-Marta, la genitalidad produce un abrochamiento precoz entre enigma de la diferencia y goce genital
anticipado, fijando el modo de evolución de toda la constitución psicosexual.
Vayamos ahora a un tercer tiempo: Se constituye cuando, al llegar al colegio, sus compañeros de colegio y
profesores significan este modo de elección genital, estableciendo un anudamiento entre identidad y deseo sexual:
·"Ellos me llamaban puto, incluso los profesores... Yo decía que no, porque tenía terror que se lo dijeran a mis
padres... “Expulsado de la escuela por sus inclinaciones sexuales, se produce el siguiente movimiento.
Cuarto: Descubre otros homosexuales, en este caso travestis. "Yo creía que eran mujeres, pero alguien me dijo: `no,
son hombres vestidos de mujeres´. Yo no lo podía creer, pero me dije: si son hombres, entonces puedo ir con ellos,
ser como ellos, quiero parecerme a una mujer. Entonces ellos me sostuvieron, me ayudaron..." (En este momento, el
trasvestismo es el modo de poder acceder a la relación con un hombre a partir de la asunción de una identidad
femenina. El deseo de vestirse de mujer no aparece en la infancia, sólo de poseer los objetos que las mujeres
poseen - no es difícil, a partir de otros desarrollos que hemos ya iniciado, sospechar que se trata de obtener algo del
orden del padre a partir de asumir el lugar de la niña: es notable que la curiosidad se establezca con el pene, que
quiera ver cómo son los penes de otros hombres).
Última etapa: Martín, asumido definitivamente como Marta, decide desembarazarse de la ropa masculina y devenir
mujer a través del intento de una cirugía. Sin embargo, es acá donde se plantea el conflicto: El continúa
considerándose homosexual, no mujer: "Siento mucho orgullo. Soy un homosexual, pero sé que he devenido casi
una mujer. Quiero decir físicamente, todo, mi cara, mi cuerpo. Soy una mujer, ¿no? Eso no quiere decir que, para
ser una mujer, yo renuncie a ser un homosexual... Es porque tengo miedo de la gente, que me camuflo en mujer.
Pero en mí mismo, estoy orgulloso de ser homosexual... Porque he oído decir que muchos homosexuales han sido
gente importante en la historia, ¿verdad? Escritores, pintores... Entonces, sí, se puede estar orgulloso..." (No muy
distinto, su discurso, al de todas las otras minorías que apelan a las realizaciones del estamento para revalorizar su
posición: Einstein, Freud, Salk... Todos los judíos comparten, de uno u otro modo, sus logros, así como Martín-Marta
quiere compartir los de Jean Gené, Foucault, Bacon, Oscar Wilde..., los cuales lo salvan del desprecio y la
marginación).
Cada uno de los elementos presentes en este somero material dan cuenta de que la identidad sexual, los rasgos
atribuidos al género, la elección sexual de objeto, la curiosidad fálica, el goce genital, no forman parte de un continuo
ni se manifiestan en una línea de articulación por sumatoria, o que dependa uno del otro. Cada uno de ellos debe ser
remitido a sus propias determinaciones, cada uno juega como causa eficiente en la adquisición del otro, pero sin que
ello implique que se puedan ordenar genéticamente.

Algunas conclusiones se imponen, al final de estas observaciones:


Si hay génesis de la sexualidad, esta génesis debe ser construida por apres-coup, guardándonos muy bien, los
analistas, de establecer un exceso de generalización respecto a causas y consecuencias.
La identidad de género no basta para recubrir la identidad sexual, en tanto prioriza los modos histórico-sociales de
producción se subjetividad, siendo insuficientes para dar cuenta de las formas de articulación del deseo que se
genera en la intersección entre los sistemas psíquicos. Los estudios de género deben entonces encontrar su lugar
preciso, como parte del sistema ideológico-representativo que intenta una bipartición representacional respecto a los
sexos biológicos, pero en modo alguno puede retroceder el psicoanálisis ante la afirmación realizada por quienes
propician el sexo del lado de la biología, y el género del lado de la representación.
Entre la biología y el género, el psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto,
que no se reducen ni a la biología ni a los modos dominantes de representación social, sino que son, precisamente,
los que hacen entrar en conflicto los enunciados atributivos con los cuales se pretende una regulación siempre
ineficiente, siempre al límite.
La perversión, como categoría, debe resituarse en el estatuto que implica el ordenamiento de una psicopatología
sometida a la prueba metapsicológica. Entre las dos opciones de ordenamiento propuestas a lo largo de la obra
freudiana: el ejercicio de la pulsión parcial (en los textos de la primera época) y la dominancia de la Verleugnung
(desestimación por el juicio, desmentida, renegación, según las diversas traducciones) a partir de la primacía de la
premisa fálica en la última parte de la obra, algo eficaz sigue circulando, si bien en su absolutización al margen de la
historia y de los modos con los cuales se constituyen las diversas corrientes de la vida psíquica conlleva el riesgo de
un moralismo decadente que empuja al psicoanálisis hacia el siglo XIX en lugar de convocarlo hacia el XXI.

9- Ver al respecto Robert Stoller, que define en un texto como Presentations of gender, la cuestión en los siguientes
términos: el estado de macho o hembra tienen una connotación biológica, la identidad de género implica un
comportamiento psicológicamente motivado. Yale University Press, New Haven and London. 1985.

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