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Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán....

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Ideas, lecturas y circulación de saberes.


Bibliotecas del Tucumán del siglo XVIII.

Silvano G. A. Benito Moya*

La Ilustración, en los territorios que integraron el Virreinato del Río de la Plata tuvo
características peculiares, a tono con la que se apropió y desarrolló en la Metrópoli. Su
particularidad residió en que se atemperaron algunas ideas y se exacerbaron otras, pero sin
la crítica anticristiana propia de las obras francesas, sino que más bien hubo una refracción
doctrinaria que acordó en parte con el Iluminismo en el deseo de reformas políticas,
económicas y sociales, pero sin que ello afectara las creencias religiosas dominantes.
Estos rasgos configuraron la Ilustración cristiana, sobre la que se ha escrito una profusa
bibliografía.1
El tópico principal será, como en la de factura gálica, la razón, las “luces de la razón”,
pues al margen de la Revelación, ella sirve de guía segura, que se traduce en el progreso
de los pueblos.
Aunque esta facultad del intelecto ocupe el máximo lugar de privilegio, en la vertiente
cristiana del Iluminismo, otras competencias del espíritu son igualmente importantes, tales
como la voluntad y el sentimiento, pues el hombre, en cuanto a creyente, no es intelecto
puro.
Típicamente dieciochesco, es sumar a la razón la experiencia, en el sentido de lo visto
y vivido, en un consecuente sentido pragmático, que traduce las ideas en acción. Desde la
razón y la experiencia, las cosas se valoran desde una óptica utilitaria.
La particularidad de los ilustrados indianos, en pro de ideales de uniformidad
típicamente racionalistas, es que reclaman un tratamiento igualitario, tanto para españoles
peninsulares o criollos en la distribución de mercedes, empleos y honores, en cuanto a que
todos son vasallos de un mismo rey.2
El convencimiento del poder de la educación es el propósito más encumbrado. Sólo
a través de ella, los hombres son capaces de alcanzar las metas del progreso. En algunos
pocos casos, los representantes peninsulares, como Francisco Cabarrús, sostienen que la
educación nacional debe estar separada de la Iglesia3; pero la mayoría de los ilustrados

* Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” (Unidad Asociada al CONICET), Universidad
Nacional de Córdoba, Universidad Católica de Córdoba, CONICET.

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españoles que fueron funcionarios de la Monarquía produjeron obras educacionales


legitimando el orden estamental, sin corte revolucionario.4
La influencia iluminista penetró gracias a la Casa francesa que, desde principios del
siglo XVIII entró a gobernar los territorios de la Monarquía Hispana. Las reformas que
emprendieron los déspotas ilustrados en el campo administrativo, económico, y cultural
tuvo en la educación una arista importante. Universidades, colegios mayores y menores,
planes de estudios, nuevos contenidos y nuevos libros, fueron los ámbitos en los que se
legisló con el fin de buscar centralizar más vigorosamente las redes del poder en manos
del rey.
La uniformidad en las metas estuvo ausente, más bien fue un ideario compartido desde
los primeros Borbones, que se instrumentó en situaciones puntuales y que fue moldeándose
conforme se experimentaba, por eso es imposible hablar de una política educativo-
ideológica monolítica, sino que más bien se adaptó con cada monarca, o mejor, con cada
grupo de poder que rodeaba al rey.
La literatura científica no acuerda en cuándo empezó este proceso. Actualmente se trata
de ver su origen desde fines del siglo XVII, cuando se publican algunas obras novedosas
en el campo matemático y físico-médico que demuestran estar al corriente de los adelantos
europeos.5
En los territorios de las gobernaciones del Tucumán, Río de la Plata y Paraguay hay
un importante acuerdo en identificar dos etapas. La primera, que correspondería a las seis
primeras décadas, está particularizada por atisbos de las reformas posteriores, movidas por un
espíritu crítico cada vez más pronunciado. En considerables sectores se sigue un pensamiento
tradicional propio de la teología política de la segunda escolástica, donde las teorías sobre
el poder regio de cuño populista, siguen siendo sostenidas por las escuelas en contradicción
con el absolutismo imperante. Pero se detecta una reactivación de la vida política del
Nuevo Mundo, difundiéndose una nueva fundamentación del poder político del rey, como
consecuencia del nuevo ideario borbónico. El saber jurídico se sigue sustentando en el derecho
romano, el económico en el mercantilismo y en la teología moral el probabilismo -sostenido
principalmente por jesuitas- se enfrenta al rigorismo de cuño jansenista.
La expulsión de los jesuitas da fin a esta etapa, pues “la caída en desgracia de la Compañía
provoca la condenación oficial del probabilismo, que sus adversarios asimilan al laxismo, con
lo que los escritores jesuitas en general entran en un cono de sombra convertidos en autoridades
a las que no conviene citar para no enfrentarse con los gobernantes”.6
Con el inicio de la segunda etapa, se registra una agudización del criticismo, se aceleran
las reformas de la mano de la deificación sin precedentes del monarca, pero también se afianza
la conciencia nacional de los españoles americanos. El regalismo tradicional se vigoriza por el
galicanismo y las corrientes anticlericales, y busca rescatar presuntos derechos monárquicos
usurpados por la Iglesia en el tiempo.
En cuanto al desarrollo de las ideas filosóficas en el Tucumán y Río de la Plata también
se han establecido algunos ciclos. Existió un período predominantemente escolástico,
representado por las escuelas suarista, tomista y escotista, en ese orden de primacía, que
abarcó el siglo XVII y la primera mitad del XVIII. En su segunda mitad, se incorporaron en
los tratados jesuitas los resultados de la física experimental, en la búsqueda de conciliación
con el peripatetismo.
Se suele dividir este período de 1750 a 1810 en dos momentos, uno típicamente ecléctico,

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al que se da inicio luego de la expulsión de los jesuitas, y otro más crítico, propio de los últimos
años de la época colonial. La primera fase arremete contra Aristóteles y los peripatéticos,
con la afirmación de ideales de libertad filosófica, escepticismo y antidogmatismo, con la
influencia de Descartes y de las corrientes ilustradas. En el llamado período crítico, que se
ha señalado aproximadamente desde 1808 hasta los primeros años de la Revolución por la
independencia, los cambios de la reforma borbónica se aceleran como reflejo de la profunda
transformación de la sociedad y de la cultura que se vivía. 7
Los principales centros educativos donde se receptan, asimilan e imparten los saberes
propios de cada una de las etapas son para las tres gobernaciones -Buenos Aires, Paraguay y el
Tucumán- la Universidad de Córdoba y el Colegio de Nuestra Señora de Monserrat en Córdoba,
y el Colegio de San Ignacio -luego de San Carlos- en Buenos Aires. Tres establecimientos
de administración jesuítica que, luego del extrañamiento, se someten a profundas reformas
regalistas.8
Pretendemos estudiar en este capítulo, en una primera parte, a los sujetos dueños o
poseedores y las características físicas de sus elencos bibliográficos; su composición
numérica; el estado de conservación y precios; pero también los espacios físicos y los
mobiliarios donde se conservaban sus libros, como los posibles lugares intangibles
destinados a la lectura de ocio o de instrucción. En una segunda parte, procuraremos
asomarnos a cómo los nuevos sistemas de pensamiento, que se han descrito someramente,
impactaron en los estudiantes de la Universidad de Córdoba y de su Colegio de Monserrat,
una vez terminados sus estudios, a través de la composición de los repositorios librarios. En
otras palabras, si lo enseñado y leído desde las cátedras se reflejó en los libros personales
poseídos, y si la composición de los elencos obedeció a las etapas doctrinarias descriptas.
Somos conscientes, como expresara Roger Chartier, de que la frecuentación con la
cultura escrita no significaba necesariamente la posesión libresca; la mera posesión
por herencia o a veces compra, tampoco implicaba lectura; y la ausencia del libro en la
biblioteca personal tampoco llevaba a su desconocimiento, pues la circulación mediante
préstamo personal, o la lectura o préstamo de bibliotecas semipúblicas existió.9 Desde
la limitación que ofrecen las testamentarías post-mortem de los que alguna vez fueron
estudiantes -única fuente para reconstruir los elencos librescos que alguna vez tuvieron-,
nos asomaremos al universo de lecturas poseídas, que pueden dar pistas sobre el impacto
que significó pasar por las aulas universitarias y en muchos casos de su colegio mayor de
Nuestra Señora de Monserrat.

Las fuentes y los dueños de los libros

El corpus documental que usamos, procede de las testamentarías post mortem de algunos
exalumnos de la Universidad de Córdoba y Colegio de Nuestra Señora de Monserrat,
recogidas de tres repositorios: Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba “Mons. Pablo
Cabrera”; Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán; y Archivo y Biblioteca Históricos
de Salta “Dr. Joaquín Castellanos”.
La elección de las ciudades y de los sujetos en la documentación relevada no ha sido al
azar pues, desde lo espacial, Córdoba, Salta y Tucumán, en ese orden de preponderancia,
eran los núcleos urbanos más pujantes de la gobernación, y desde los sujetos, pivota entre

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los que obtuvieron sus títulos de doctor y compusieron los cuadros eclesiásticos, hasta los
que continuaron ocupándose de la empresa familiar, como lo habían hecho sus antepasados.
Cabe aclarar, que una de las dificultades importantes de acceso a las testamentarías, ha
sido encontrar en el conjunto las que corresponden al grupo universitario, y que a su vez
se hallaran completas y que poseyesen libros. Los estudiantes que pasaron por los claustros
académicos, sobre todo los que formaron parte del estamento eclesiástico fueron bastante
trashumantes, desplazándose a los curatos que estaban vacantes como ayudantes, o como
curas interinos o propietarios según los resultados de los concursos, por lo que no todos
murieron en los lugares de origen. De los pocos que se ha conservado su testamentaría,
no siempre está completa, ya sea por mutilación o porque nunca se concluyó el juicio
sucesorio y, por tanto, no se labró el inventario; lo que hace imposible conocer el elenco
de sus bibliotecas.
Nueve han sido los inventarios hallados que poseen libros, cinco pertenecen a exalumnos
o egresados que permanecieron o vivieron sus últimos días en Córdoba, dos a Tucumán y
dos a Salta. En uno de estos inventarios de los bienes que quedaron por muerte del cordobés
Javier de la Torre, se especifica que los libros inventariados están en posesión de dos de
sus hijos, ambos clérigos y egresados de la universidad. Por esta razón más que a Javier,
nos referiremos a Pedro Tomás y Mariano de la Torre que fueron, en última instancia, los
destinatarios y poseedores de los libros que figuran en el inventario de su padre.
Son diez, entonces, los egresados de cuyas bibliotecas nos ocuparemos en el trabajo,
aunque en estos últimos dos casos mencionados no sean las librerías que los de la Torre
conformaron en toda su vida, sino más bien lo que heredaron de la biblioteca paterna o que
su progenitor compró para ellos mientras estudiaban.10
Todos los colegiales y universitarios analizados ingresaron a la Facultad de Artes -la
primera dentro del curriculum universitario- entre 1728 y 1788, pero con un predominio de
ingreso en la segunda mitad del siglo XVIII -8 de los 10 estudiados-. Seis obtuvieron los
grados máximos de doctor en la propia Universidad, salvo el caso del cordobés Domingo
Ignacio de León que, habiéndose licenciado en la universidad cordobesa, obtuvo su
doctorado en leyes en la chuquisaqueña de San Francisco Javier; de los cuatro restantes,
tres obtuvieron el grado de maestro en artes, con la excepción del salteño Félix Fernández,
que habiendo alcanzado el mérito suficiente para graduarse de esa facultad, nunca obtuvo
dichos grados. De estos diez casos, ocho se ordenaron de presbíteros dentro de la órbita
del clero secular.
Todos tuvieron altos niveles de alfabetización, no sólo en la lengua vernácula, sino en
el idioma de la ciencia: el latín, tanto es así que ingresaron a la universidad con un dominio
importante de la lengua del Lacio, necesario para comprender el sistema universitario y la
ciencia de entonces.
Fueron hijos o parientes de los sectores dominantes en el plano económico, político
y religioso. Compusieron un sector privilegiado de la sociedad desde su relación con
la escritura y lectura, pues todos tuvieron bibliotecas en sus casas, sus padres tuvieron
un importante grado de alfabetización, y poseyeron medios económicos para seguir
adquiriendo libros una vez finalizados los estudios. Por todas estas características, su
relación con el mundo de la cultura escrita es óptima para ejemplificar.

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Del volumen, formas, y sentido de los libros

Nos asomaremos primero al elenco de sus libros desde una perspectiva cuantitativa,
es decir, aquellos aspectos culturales del libro que podamos cuantificar. Los libros que
aparecen en los inventarios reflejan la composición final de las librerías personales, son los
libros últimos. Por lo que podemos pensar que son los adquiridos durante los estudios y los
acumulados durante toda una vida, por compra, préstamos no restituidos, o por herencia.
También aquéllos que obedecieron a los placeres del yo, como a los que fueron serviciales
instrumentos en la vida profesional, o los que fueron conservados por meros intereses
bibliófilos. No se puede dejar de lado justamente lo ausente, aunque sea imposible la
cuantificación como en el caso del gusto bibliófilo; muchos libros pudieron perderse
por préstamos, regalos, donaciones, descuidos, y roturas, entre otras variadas formas de
ausencia.
El gráfico I muestra la composición de las bibliotecas por la cantidad de tomos, las que
oscilan entre un libro, como la del tucumano Felipe Martínez de Iriarte -lo que no significa
que ese Missale Romanum para celebrar la misa, haya sido el contenido de su librería,
como dijimos son los libros últimos-, hasta la más voluminosa, del jujeño devenido en
salteño, y pariente del primero, Diego Antonio Martínez de Iriarte.

Gráfico I
Cantidad de tomos por librería

300
268

250

200
167
Tomos

150

100 85
67
51
39 33
50 26
1
0
Diego Antonio Miguel Tomás y Pedro Lucas Félix Vicente Sebastián Domingo Felipe Martínez
Martínez de Sánchez de Mariano de la de Allende Fernández Peñaloza Magallanes Ignacio, de Iriarte
Iriarte Lamadrid Torre Esteban de
León

Fuentes:11 AHPC, Escrib 2, 1785, leg. 64, exp. 21; Escrib. 4, 1799, leg. 15, exp. 10; Escrib. 4, 1801, leg. 17, exp. 3;
Escrib. 4, 1803, leg. 21, exps. 1 y 13. AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 28, exp. 1; caja 31, exp. 6; ABHS,
Testamentarías, 1779, exp. 1; 1785, exp. 3.

La cantidad de tomos, además de brindar información cuantitativa, acerca al costado


bibliófilo de algunos de estos exalumnos. Tratar por separado la cantidad de tomos y títulos
es útil, pues da una idea aproximada del volumen que tenían estas librerías personales.
La composición cuantitativa de los elencos es muy disímil, no hay uniformidad entre
las mismas bibliotecas de los clérigos -los Martínez de Iriarte, Sánchez de Lamadrid, los de
la Torre, Fernández, Peñaloza y Magallanes-; tampoco se advierte diferencia cuantitativa
entre la de un abogado seglar de la Real Audiencia -Esteban de León-, o la de un seglar
aficionado a la lectura como el estanciero y comerciante, devenido caballero, Pedro Lucas
de Allende.

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Si bien es un tema a investigar con mayor profundidad, se debe generar un debate


que lleva a abandonar algunos estereotipos, como que por lógica una biblioteca de un
clérigo era más voluminosa que la de un lego; o la de un abogado seglar, es decir la de
un profesional, igualmente más grande que la de un simple comerciante. Si bien todos los
casos que estudiamos pertenecen a la elite del Tucumán, las cifras del gráfico I muestran
que la composición numérica no tiene que ver precisamente con eso, y se acerca más a los
intereses personales, como se verá.
El gráfico II muestra la composición temática de las mismas, aspecto crucial que
podemos cuantificar.

Gráfico II: Temas Generales de las Librerías


Medicina (4) 2% Filosofía (4) 2%

Literatura (4) 2% Protocolo y Precedencia


(1) 0%
Física (4) 2% Hagiografía (2) 1%
Gramática (4) 2%
Derecho (16) 6%
Misceláneos (5) 2%

Devocional y Edificante
(26) 9%

Jurisprudencia (66) 24%

Liturgia (20) 8%

Historia (19) 7%
Instrumentales (11) 4%

Sagrada Escritura (5) 2%

Teología (75) 27%


Fuentes: AHPC, Escrib 2, 1785, leg. 64, exp. 21; Escrib. 4, 1799, leg. 15, exp. 10; Escrib. 4, 1801, leg. 17,
exp. 3; Escrib. 4, 1803, leg. 21, exps. 1 y 13. AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 28, exp. 1; caja 31,
exp. 6; ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1; 1785, exp. 3.

En la torta hemos separado el derecho -cuerpos normativos-, de su ciencia: la


jurisprudencia. Las porciones más grandes corresponden a la teología y a la jurisprudencia,
lo que muestra claramente las actividades de sus dueños, un abogado lego y un abogado
eclesiástico -ambos ejercían su profesión-, y del resto, la mayoría, miembros de la clerecía,
gozaban de beneficios eclesiásticos.12 Esto muestra un tipo de biblioteca que Chartier ha
dado en llamar biblioteca profesional o libros de utilidad, para oponerlos a los de evasión.
Se caracterizan por una abundancia de libros necesarios para el estrado judicial civil, penal

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o eclesiástico, y para el ejercicio del púlpito o la cura de almas, con pocos libros destinados
al ocio.
Existen diferencias si comparamos el elenco de un clérigo -por ejemplo Sebastián
Magallanes-, y la de un noble lego como Pedro Lucas de Allende, con catorce títulos, el
primero y doce, el segundo.
El de Magallanes -gráfico III- es una típica biblioteca de utilidad, con un predominio
de libros de formación intelectual y espiritual, y ninguno que indique esparcimiento. La
teología y la liturgia ocupan un 42%, mientras que la literatura devocional -tan difundida
en el siglo XVII-, un 37%.13

Gráfico III
Librería de Sebastián Magallanes

Liturgia (3) 21% Teología (3) 21%

Gramática (1) 7%

Derecho (1) 7%

Devocional y Edificante Jurisprudencia (1) 7%


(5) 37%

Fuente: AHPC, Escrib. 4, 1799, leg. 15, exp. 10.

En la librería del cordobés Pedro Lucas de Allende, quien una vez obtenido su título
de maestro en Artes se dedicó a las empresas familiares de cría y comercio de mulas, y
también de productos manufacturados14, observamos una composición temática variopinta.
Si bien la teología ocupa la mayor parte de los temas 26% -quizá reflejo de sus años de
estudiante, pues completó todo el curriculum de la Facultad de Teología-, le sigue en igual
porcentaje la historia, cuyas temáticas indican esparcimiento. Sin lugar a dudas hay obras
de utilidad, como las de medicina (8%), física (8%), derecho (8%), pero la presencia del
libro devocional (8%) disminuye en relación a la de Magallanes, y al menos hay una obra
de literatura y un diccionario en francés.
Si bien ambas librerías poseen casi el mismo número de títulos, la de Allende es mucho
mayor por la cantidad de tomos (67), que la de Magallanes (33). También reflejan ambas el
poder adquisitivo de sus dueños, Magallanes es pobre, ya que al momento de graduarse de
doctor en Teología era huérfano de madre y el claustro universitario resolvió otorgarle los
grados sin el pago de las propinas, pues les constaba verdaderamente su pobreza.15
Ambos casos muestran realidades distintas, donde independientemente de la capacidad

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adquisitiva de Magallanes y Allende, y del lugar distinto que ambos ocupaban en la


sociedad cordobesa, se puede vislumbrar, desde la composición temática de ambas, los
gustos y necesidades de lectura de sus dueños.

Gráfico IV
Librería de Pedro Lucas de Allende

Medicina (1) 8%

Derecho (1) 8%
Historia (3) 26%

Devocional y Edificante
(1) 8%

Instrumentales (1) 8% Física (1) 8%

Literatura (1) 8%

Teología (3) 26%

Fuente: AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 13.

La conservación de la memoria

El libro es un objeto frágil que necesita protección, por ello desde su invención se
crearon objetos para resguardarlo, o esconderlo si tenía un contenido secreto. El mobiliario
destinado a cuidarlos, tanto para atesorarlos como para leerlos, ha variado a lo largo del
tiempo, lo mismo que los espacios domésticos donde se conservaba esta memoria escrita.
Los libros aparecen en diversos ambientes de las casas, tanto de acceso más general
-salas- como restringido o privado -aposentos-, e igualmente variados son sus contenedores,
que van desde estanterías hasta arcones de madera. Lo más común cuando se poseen pocos
es recurrir al baúl, donde aparecen en compañía de artículos varios. El jujeño, residente en
Salta, Diego Antonio Martínez de Iriarte poseía un “baúl grande con dos chapas, forrado
en baqueta con sus flores y tachuelas”16, y el cordobés Javier de la Torre tenía en su haber
cinco baúles, algunos forrados en cuero y otros con telas finas17; lo mismo Pedro Lucas de
Allende, pues en su inventario se consignan dos baúles forrados de tela y tachonados con
cerradura.18 También se puede recurrir a las “caxas” de madera para guardarlos, que suelen
ser más pequeñas que los baúles. Pedro Lucas tenía tres, Javier de la Torre tenía cinco,
todas de cedro, que como parte de la herencia había recibido el hijo de éste último Tomás

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de la Torre, que era “con cerradura y manijas de hierro y su cajón dentro”. Domingo Ignacio
Esteban de León tenía dos cajas de cedro “con embutidos, cerradura, llave y cenefa”.19
También para proteger o esconder libros, había mesas y escritorios con cajoneras y
estantes. El salteño Félix Fernández poseía una mesa con tres cajoncitos; el cordobés
Allende tenía dos, pero una de particular descripción, que nos imaginamos muy bella: “una
mesa de nogal, pies de cabra, con su estante llano, con once cajones con sus tiradores de
metal”, y su compatriota Esteban de León tenía otra similar “con su estantito de un cuerpo
de madera del Paraguay, con once gavetas o cajoncitos, nueve de efectos y dos sólo de
muestra, todos con chapitas y tiradores amarillos”.
No debemos descartar que, aunque las cómodas hayan sido diseñadas para albergar la
ropa y los enseres de uso personal, que no haya habido alguna que cobijó algún libro, Pedro
Lucas poseía dos, una de caoba con cuatro cajones, y otra de nogal con idéntico número
de cajones y adosada una escribanía; Javier de la Torre tenía una cómoda de madera de
zarzafraz con escribanía y estante encima. 20
Cuando el elenco de libros era cuantioso, sus dueños disponían de estanterías. La que
se nos antoja más elaborada fue la de Diego Antonio Martínez de Iriarte, que era de ciprés,
embutida en la pared “con su coronación y trece gabetas grandes y diez chicas”, aunque
también se menciona otro estante viejo “que servía de librería”, y el estante nuevo de
cedro “en que se halla la librería con su espaldar de bramante crudo”. Recordemos que
la biblioteca de Diego Antonio es la más voluminosa de las que estudiamos, por lo que
necesitaba, sin lugar a dudas, más de un mueble para contenerla. El mismo mobiliario tiene
el tucumano Sánchez de Lamadrid, “dos estantes de madera chicos para librería con cuatro
cajones que tienen cerradura”.21
¿Por qué se fabricó un mobiliario para libros? Roger Chartier piensa que en primer
lugar se procuró su conservación, el libro es un objeto frágil, de allí el “encerramiento del
libro”, pero también es decorativo y distintivo, mostrar la erudición del dueño de los libros,
su buen gusto, su actualización en las materias.22
Esto se daba sobre todo cuando existían libros en las salas de recibo, que era donde la
familia socializaba su espacio doméstico con el público.
Sin embargo, el libro está presente en la sala, como sugiere el caso del caballero de la
Orden de Carlos III Pedro Lucas de Allende, pero también en lo recoleto de los aposentos,
como dejan entrever con cierta seguridad los inventarios de Diego Martínez de Iriarte,
pues esa alacena embutida en la pared y con coronación está en la intimidad de su cuarto,
donde además aparece un escritorio con chapa y barandillas de plata y un atril de madera,
lo que sugiere el ejercicio de la escritura. Claro que, por lo voluminoso de su biblioteca,
algunas estanterías están en la sala. De igual modo Sánchez de Lamadrid tiene su elenco
de libros en su aposento, y una mesa con siete cajoncitos “para guardar cartas y papeles
con separas[io]n”.23
Estos indicios documentales mueven a considerar una pluralidad de sentidos sobre el
leer y el escribir. Dos de los clérigos estudiados poseen al libro cerca del lugar donde
duermen, muy cerca de su descanso, de su solaz, que invita, sin lugar a dudas, a la lectura
en la cama y silenciosa; pero también los libros están cerca del escritorio o la papelera24,
donde guardan los documentos importantes: escrituras, cartas, libros contables, por ello el
libro forma parte de sus tesoros, de los bienes más preciados, escondidos para la vista y
contacto del común. Sin embargo, el lego noble Allende, los exhibe en la sala de recibo,

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a donde seguramente se acogerá con su familia en algunos momentos, lo que da la idea


de una lectura en voz alta, o en la tertulia, junto a las mesas, sillas, una araña de cristal y
numerosas cornucopias.
Sin embargo, no hemos detectado muebles propios del siglo XVIII destinados a brindar
mayor comodidad y placer para los actos de escribir y leer, salvo los escritorios rematados
por una pequeña biblioteca. Los asientos comunes que aparecen en los inventarios de los
clérigos y legos fallecidos son simples sillas, algunas “de brazos” o taburetes, que los hay
en abundancia, pero no se mencionan poltronas, ni canapés provistos de apoyabrazos y
cojines, como Chartier encuentra en Francia.25 Para apoyar los libros pesados, seguramente
los infolios, encontramos algunos atriles, como los que poseen los tucumanos Felipe
Martínez de Iriarte y Miguel Sánchez de Lamadrid.


Corrientes de pensamiento y formación intelectual de los hombres de
letras

El lugar de primacía en la formación intelectual de la elite del Tucumán era, sin lugar a
dudas, la Universidad de Córdoba junto a su Colegio de Nuestra Señora de Monserrat, aunque
algunos de sus miembros estudiaban en la San Francisco Xavier en Chuquisaca.
Por lo general iniciaban sus estudios en Córdoba, y luego viajaban a La Plata para continuar
con la jurisprudencia, ya que la universidad cordobesa no tuvo cátedra de derecho civil hasta
1791.
El colegio monserratense era un convictorio, no se impartían clases, pero existía la figura
del prefecto de estudios, que tenía como función ayudar y dirigir el estudio de las lecciones
impartidas en la universidad.26
No obstante, hubo otros centros de formación -principalmente conventuales-, ya que los
franciscanos, mercedarios y dominicos tenían estudios en algunos de sus cenobios, y además
del seminario de Nuestra Señora de Loreto, donde se formaba parte del clero secular que
acudía a estudiar en la universidad. Pero ninguno tenía el prestigio, ni la profundidad de
conocimientos, como los que impartían la universidad y su colegio.
El curriculum universitario sufrió importantes reformas desde principios del siglo XVIII,
que comportó dos ámbitos, uno administrativo-institucional y otro ideológico, consecuencia
del plan de cambios borbónico. Este último buscó una reestructuración de los saberes acorde
con la nueva política ilustrada. El contenido de la reforma y su impacto en el conocimiento
ayuda a explicar el contenido de las bibliotecas de los egresados que estudiamos, y observar,
a través de las páginas de sus libros, si la formación obtenida y asimilada de algún modo,
influenció en alguna medida la composición ideológica de sus bibliotecas.
Como consecuencia de la buena relación que Felipe V tenía con los jesuitas, algunos
atisbos de reformas comenzaron a penetrar en la Universidad de Córdoba a principios del
siglo XVIII, sobre todo en la Facultad de Artes en el estudio de la física experimental.
Domingo Muriel, un profesor jesuita, enseñaba a sus alumnos hacia 1749, el paradigma
moderno de la ciencia. Lo mismo sucedió con otro ignaciano, Benito Riva, profesor entre
1762-1764, que admirado de los resulta­dos obteni­dos por la experimentación y los inventos
tecnológicos, decía a sus alumnos que “gracias a estos instrumentos se ha comprobado la
falsía de muchas cosas, que antes se tenían por ciertas. El solo hecho de que los modernos

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filósofos hayan trabajado afanosa­mente por descubrir la verdad, es razón bastante para que
no prescindamos de ellos”.27
El aspecto destacable de los cambios experimentados en la enseñanza de la Facultad
de Artes, fue la crítica al sistema aristotélico en la explicación de la ciencia que, iniciado
durante la administración de los jesuitas, se aceleró como consecuencia de la reforma
carolina luego de la expulsión de éstos. Tanto con los ignacianos como con los seráficos
encontramos dos posturas, la de aquéllos que rechazaban de plano la concepción aristotélica
sobre el mundo y la de los que buscaban una conciliación con el paradigma newtoniano;
los que creían en una explicación teleológica y los que privilegiaban una explicación legal.
En cuanto al método, estaban los que sostenían la observación como único medio de llegar
a la verdad y los que consideraban que no era suficiente, pues con la experimentación se
habían mostrado realidades que con sólo la observación hubiera sido imposible arribar.28
Aunque se debe advertir, y en esto coincidimos con Lértora Mendoza, que la ciencia
tenía un eminente carácter docente, ya que no había una producción científica original y
se investigaba poco.29 Quizá la falta de imprenta que publicase las producciones locales
desalentaba, y los profesores universitarios no se dedicaban exclusivamente a sus tareas
de cátedra, sino que también debían desempeñar funciones inherentes a su ministerio
sacerdotal, además de otros puestos de decisión en el seno de su orden religiosa.
El llamado por Lértora período ecléctico se desarrolló durante la administración
franciscana (1767-1807). Conjuntamente con la política reformista monárquica,
confluyeron factores internos de la propia orden religiosa que prepararon el camino para
que ambos proyectos, el monárquico y el de la Iglesia, confluyeran.
Una serie de lumbreras de la orden seráfica, como el portugués Fr. Manuel do Cenáculo
Villas Boas (1724-1814) y el español Fr. Manuel María Trujillo, fueron la base en las que
se situó la reforma de los estudios franciscanos en la segunda mitad del siglo XVIII, que se
plasmó en una revisión de los planes de estudio conventuales, bibliografía actualizada, y
una mejor organización del curriculum acorde con las ideas ilustradas.30
La postura crítica de Trujillo a los males de la educación de su época era más directa que
la de Cenáculo. Su antiperipatetismo era tajante, sobre todo su crítica a las consecuencias que
su adoración trajo para el desarrollo de la ciencia, además de ser una propuesta de carácter
regalista, donde se ensalzaban las bondades del rey y su protección a los súbditos.
Trujillo quería que se abandonara el complejo sistema aristotélico, que lo había
convertido en una disciplina árida, por un nuevo camino que condujera mejor al
conocimiento cierto. En la seráfica Universidad de Córdoba, se ve la influencia trujillana,
muchos profesores refutan las ideas de Aristóteles en muchas teorías físicas sobre la esencia
del cuerpo natural, materia y forma substancial, vacío, movimiento, gravedad, elasticidad
de los cuerpos, origen de los mixtos, calor y frío, cielo y estrellas.
Ya desde la constitución misma del cuerpo natural, de su esencia, los cursos de física
dictados por franciscanos que han sobrevivido en el tiempo inician su exposición definiendo
al ente móvil o cuerpo natural, la razón formal del mismo y los principios que lo contienen,
desde una postura antiaristotélica. Oscilan entre la consideración cartesiana -extensión actual-,
y la gassendista -impenetrabilidad actual-.
Fray Cayetano Rodríguez, profesor en 178231, Fray Elías del Carmen Pereira que dicta
física en 178432, y Fray Fernando Braco33 intentan conciliar las doctrinas predominantes
en el período de Descartes y de Gassendi. Sobre la naturaleza de la materia se apartan

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totalmente del hilemorfismo aristotélico para sostener ideas atómicas en su constitución,


acercándose a Gassendi, Boyle y el grupo de los químicos modernos, rechazando al mismo
Descartes, para quien la razón se opone a un límite en la divisibilidad de la misma. Lectores
como Fray Cayetano Rodríguez y Fray Elías del Carmen Pereira sostienen posturas
similares acerca de su naturaleza, confirmando su constitución atómica.34
Como se trata de un período sumamente ecléctico, donde heterogéneas corrientes
de pensamiento conviven, no solamente en la filosofía, sino también en la teología, se
realizan esfuerzos conciliadores entre diversas explicaciones de los fenómenos naturales.
Esta fue otra de las características del período, pues a algunos profesores les resultó
seductor que hubiera autores que intentaran concordar el nuevo paradigma moderno con
las viejas explicaciones del mundo natural. Fr. Elías Pereyra es uno de los que se esfuerza
desde el ámbito universitario cordobés por realizar esa conciliación entre cartesianismo y
gassendismo en la definición del cuerpo natu­ral, o en la de la gravedad.35
La más clara conciliación la observamos en el jesuita Riva, no ya de modelos vigentes,
sino entre el viejo y nuevo paradigma, que determina lo Moderno. Si bien, este profe­sor se
asume como atomista, en algunos conceptos clave busca realizar esa síntesis.
La Facultad de Teología, y luego a partir de 1791 las cátedras de derecho romano y
patrio, fueron las que más reformas recibieron desde el punto de vista de las corrientes
de pensamiento, sin embargo, la facultad teológica es una de las menos estudiadas. Cabe
aclarar que las reformas borbónicas, si bien introdujeron una visión más racionalista en las
ideas preceptivas de la organización política y social de los reinos, no por ello perdieron el
fundamento de las cosas en un orden divino. Sólo viraron su política hacia otros pilares de
su accionar, sostenidos por otras corrientes de teólogos.
La corriente que se había seguido durante toda la administración jesuítica, sobre todo
en la moral y el derecho canónico, fue el probabilismo. La Universidad adhirió a ella desde
su fundación hasta el extrañamiento de la Compañía de Jesús.
Desde el siglo XII la teología moral empezó a restar importancia a la normativa canónica,
para centrarse en la intención. Los actos indiferentes no son buenos o malos en sí mismos,
sino en su intención. El probabilismo tuvo esta raíz dialéctica entre ley y conciencia y
maduró en la segunda mitad del siglo XVI. Este tema, que a simple vista pudiera parecer
intrascendente, fue capital para la estructura política y social de las monarquías europeas,
pues la manera de ver lo que se consideraba malo de lo que se consideraba bueno, abarcaba
desde la relación de los padres con los hijos en el seno de una familia, hasta la de un rey
con sus súbditos en la organización estatal.
El primero que formuló la doctrina en forma técnica en 1577 fue el dominico Bartolomé
de Medina (1527-1580). El principio, tal como lo enunció, decía que “si una opinión es
probable (es decir, si ésta es sostenida por sabios y está confirmada por argumentos sólidos)
es lícito seguirla, aunque la opinión opuesta sea más probable”.36
Por influencia de otras corrientes antropológicas, comenzaron los debates entre laxistas,
probabilistas y rigoristas, que monopolizaron prácticamente las contiendas teológicas
desde la segunda mitad del siglo XVII hasta la expulsión de los jesuitas y la posterior
disolución de la orden en 1773.
Medina fue seguido por los primeros teólogos jesuitas Gabriel Vázquez y
Francisco Suárez, y a partir de allí muchísimos ignacianos construyeron el sistema casi
corporativamente, mientras los dominicos lo abandonaron prontamente.37 A través del

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prisma de la moral y el derecho se evaluaban todos los actos humanos.


Los contrarios fueron los jansenistas. Los jesuitas luego de la condena pontificia
del sistema de Cornelio Janssens, asumieron la bandera antijansenista y se enfrentaron
enérgicamente con ellos a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII y XVIII, pues las
primeras condenas de la silla apostólica datan de 1653. Los jansenistas, acusaron a la
Compañía de Jesús de ser laxista.38
Paralelamente a este debate entre probabilistas y jansenistas, se abrió otro entre aquéllos
y los probabilioristas. Éstos, embanderados desde algunas órdenes religiosas, como la
agustina, franciscana y dominica, buscaron un punto medio, un rigorismo moderado que
simpatizaba con el jansenismo, aunque no lo era en rigor, debido a las condenas que había
recibido de la Santa Sede.39 Al considerar las fuentes que han sobrevivido, se deduce que
los profesores jesuitas de Córdoba fueron probabilistas.40
Luego de la expulsión de la Compañía de Jesús la corriente teológica del probabiliorismo,
que se enseñaría de allí en más, había arraigado fuertemente entre los frailes franciscanos,
quienes habían adoptado corporativamente el sistema en el cercano capítulo general de Mantua
en 1762, aunque en 1686 ya había sido prescrito para toda la orden seráfica en unos estatutos
aprobados por Inocencio XI.41
El probabiliorismo, adherido y enseñado por los seráficos, enunciado técnicamente exige
elegir siempre la sentencia más probable. Es decir, de un cúmulo de opiniones teológicas sobre
moral, se deben seguir siempre las más aprobadas, las seguidas por mayor número de teólogos.
Así, como el extremo del probabilismo fue el laxismo, el polo extremo del probabiliorismo se
conoció como rigorismo, que sólo autorizaba a seguir la opinión moral más segura. Ello explica
por qué en la misma real cédula de expulsión de la Compañía de Jesús se pedía la vuelta a las
fuentes, pidiendo la enseñanza teológica por San Agustín y Santo Tomás, autoridades cuyas
órdenes religiosas también adherían al sistema probabiliorista.
La Monarquía buscaba con la enseñanza de estas doctrinas -que también tocaban a las
obligaciones morales del rey para con sus súbditos-, que las formas de ejercer su poder no
fueran cuestionadas.
Por esta razón la enseñanza de la jurisprudencia estuvo profundamente teñida por
otra corriente de pensamiento que fue el regalismo, es decir que ningún poder temporal o
espiritual podía estar por encima del rey. Se ha dicho que en el siglo XVIII español, por
influencia francesa, el vocablo “jansenismo” se convirtió en un término que abarcó muchas
posiciones en defensa del regalismo y contra el absolutismo pontificio, y se caracterizó por
un haz de antijesuitas, rigoristas, probabilioristas, que poco o nada tenían que ver con el
jansenismo puro.
Habían sido los jesuitas, quienes en un fuerte debate con los jansenistas, habían
englobado -desvirtuando el término- a todo aquél que defendiera a las Iglesias nacionales,
un ius proprium de naturaleza canónica, o simplemente les hiciera la guerra.42
Ha señalado Salvador Albiñana43 que el regalismo hispano dieciochesco tuvo dos orígenes,
uno la propia Corona, que extendió su área de ingerencia a espacios eclesiásticos, y el otro,
llamado galicanismo, que se dirigió a apoyar y sostener las decisiones de los concilios y de
los obispos en detrimento del poder pontificio. El origen primero, se extendió a los intereses
del despotismo español y a los ilus­trados, en tanto que el segundo, adquirió importancia en
amplios sectores de la Iglesia española, pues reforzó el poder episcopal, y en consonancia con
la monarquía coincidieron en sus propósitos reformistas.44

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América Latina en sus culturas: de los procesos independistas a la globalización
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En la Universidad de Córdoba, las doctrinas regalistas más importantes que se defendieron


en estas proposiciones fueron el origen del poder de los reyes, la prohibición del regicidio, el
pase regio y las contribuciones que deben los clérigos a su rey.

Saberes y doctrinas presentes en las bibliotecas

Los inventarios de los libros que hemos estudiado corresponden, fundamentalmente,


a bibliotecas de clérigos, por lo que el componente teológico es importante dentro del
total (27%), y si a ello le sumamos la liturgia (8%), la literatura devocional (9%), las
hagiografías (1%), y las copias de la Biblia (2%), el total (47%) supera ampliamente al
derecho y jurisprudencia civil y canónica, que representa un 30%. De allí, que el contenido
de las corrientes doctrinales que configuraron los debates teológicos en los siglos XVII y
XVIII sea lo que más abunda.
El nuevo sistema del probabiliorismo, defendido por la Monarquía y por la Iglesia
española tras la expulsión de los jesuitas está presente en la recomendación de
obras clave, como la Summa Theologica de Tomás de Aquino. Existen sendas
colecciones, una de siete tomos infolio con tapas de pergamino, y otra de doce tomos in
octavo, que las poseen el riojano Vicente Peñaloza y el jujeño Diego Antonio Martínez de
Iriarte, respectivamente.
El mismo decreto de expulsión de los jesuitas ordenaba que la literatura jesuítica
fuera reemplazada por el estudio de las obras de San Agustín y de Santo Tomás, y al año
siguiente, en 1768, en otra real cédula, ya específica para la Universidad de Córdoba, se
recordaba lo mismo.45
Estos pilares teológicos eran requeridos para la enseñanza, pues los dominicos y los
agustinos habían adherido fuertemente al probabiliorismo.
Dominico también era Daniele Concina (1686-1756), autor prolífico y afamado en su
tiempo, protegido de algunos papas como Clemente XII y Benedicto XIV. De su Theologia
christiana dogmatico-moralis, el tucumano Miguel Sánchez de Lamadrid tenía una edición
en “4º con tapas de pergamino”.46 El compendio en dos tomos que se hizo de la obra era
propiedad del riojano Vicente Peñaloza y del salteño Félix Fernández.47
La obra teológica de Concina fue publicada bajo los auspicios del propio Benedicto
XIV, quien había elogiado ya un trabajo anterior del autor Storia del probabilismo e
rigorismo, publicado en 1743.48 Los jesuitas se habían ocupado de polemizar contra ambas
obras, al punto de lograr que el propio papa armase una comisión de teólogos encargados
de señalar los errores del autor. La edición de 1752 salió con un escrito expurgatorio del
papa, y un capítulo de “disculpas” de Concina, aunque el libro no tuvo grandes cambios.
Cuando los jesuitas y su doctrina moral entraron en desgracia, la obra filojansenista de
Concina se volvió fundamental para la enseñanza de la teología. Tras la expulsión de los
ignacianos de los territorios de la monarquía hispánica su estudio se impuso en muchas
universidades. El 7 de junio de 1768 escribía el conde de Aranda “conviene que en Córdoba
del Tucumán se establezca la Universidad que V. E. propone, desterrando enteramente la
doctrina de los regulares expulsos […] colocando, de acuerdo con los Reverendos Obispos,
clérigos seculares de probada doctrina, y en su defecto Religiosos, por ahora, que enseñen
por la letra de Santo Tomás, la Teología, el Cano de Locis Theologicis y la Teología Moral de

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Natal Alejandro y de Daniel Concina, para desterrar la laxitud en las opiniones morales”.49
Esteban Llamosas apunta que, no obstante haber sido Concina un polemista con los
jesuitas, el hecho de que fuera considerado para la enseñanza por Carlos III y su grupo
reformista se debió a que su teología prestaba un servicio a la Corona, pues fortalecía la
autoridad regia. El rey sabía que “antes de las leyes y la política debía dominar la teología”,
y que la misma debía ser un fuerte instrumento de gobierno.50
Otro autor señalado por el conde de Aranda era Melchor Cano (1509-1560) para la
enseñanza de los lugares teológicos, libro que encontramos en la librería de Sánchez de
Lamadrid.51 ¿Por qué un teólogo de la primera mitad del siglo XVI, para la enseñanza
teológica de la segunda mitad del siglo XVIII? En primer lugar era dominico y tomista,
es decir obedece a la reforma borbónica de los estudios superiores de volver a las fuentes
teológicas anteriores a los debates del siglo XVII por la irrupción del probabilismo. En
segundo lugar la obra era famosísima, ya que Cano inauguró un período en la teología,
enseñando un nuevo método a través de su obra De locis theologicis libri duodecim
(Salamanca 1563), que tuvo muchísimas ediciones.52
El autor polemizó con los protestantes, pero por la época estuvo lejos de la contienda
que tuvo lugar en el siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII. Se había opuesto en su
momento a la naciente Compañía de Jesús, a quien consideraba una secta como la de los
luteranos. Como además, Felipe II le había encargado la defensa jurídico-moral de sus
regalías frente a las pretensiones papales de Pablo IV, esta temática se desempolvó al calor
del regalismo del XVIII, cuyos argumentos antijesuíticos de Cano supo retomar Carlos III
para sustentar la expulsión.53
También las constituciones de la Universidad de Córdoba, reformadas por el obispo
del Tucumán Fr. José Antonio de San Alberto recomendaron la compra de textos como la
Teología del dominico tomista probabiliorista Jean Baptiste Gonet (1616-1681) o la Summa
Theologica de Santo Tomás, y para la moral al nombrado Daniel Concina, Francisco
Echarri (ca. 1700- ca. 1800), y Francisco Lárraga (ca. 1671- ca. 1724). Todos estos autores
formaban parte de los elencos librarios de los egresados universitarios que estudiamos,
como por ejemplo el compendio en seis volúmenes de la Teología de Gonet que lo poseía
Vicente Peñaloza54, mientras que las obras de Francisco Echarri estaban en las bibliotecas
de los hermanos cordobeses de la Torre y Sebastián Magallanes55, y Lárraga56 en la del
salteño Félix Fernández.57
Tanto Concina, como Gonet y Lárraga eran dominicos, con la excepción del franciscano
observante Echarri, por lo que estamos en la misma línea del probabiliorismo, que
coqueteaba con el jansenismo, pues como se ha dicho, los franciscanos también habían
adoptado corporativamente esta doctrina teológica en el capítulo de Mantua de 1762.
En los elencos de libros del Tucumán que estudiamos aparecen otros autores
probabilioristas, por ejemplo las Lectiones morales in Prophetam Ionam del dominico
Angelo Paciuchelli; del agustino Giovanni Lorenzo Berti (1696-1766) De Theologicis
Disciplinis, por cuya obra este autor fue tildado de jansenista por dos obispos franceses y
denunciado por ellos al Santo Oficio. Benedicto XIV sometió el impreso a la censura de
importantes teólogos, y el mismo papa les escribió a los obispos galos expresándoles que
nada encontraron los censores en la obra contrario a las enseñanzas de la Iglesia.58
La Theologia Scholastico-Dogmatica iuxta mentem Divi Thomae Aquinatis ad usum
discipulorum del cardenal dominico Vincenzo Ludovico Gotti (1664-1742) formaba parte

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de los libros de los hermanos de la Torre.59 Gotti como cardenal estuvo en el cónclave que
eligió a Benedicto XIV, que alentó al grupo probabiliorista.60 Junto al dominico Charles
René Billuart fueron los defensores del tomismo en el siglo XVII y XVIII en medio de los
debates de los jesuitas. Billuart era el autor seguido para el estudio de la teología dogmática,
luego de la reforma del plan de estudios en 1808 por el deán Gregorio Funes.61
La obra del rigorista Jaime Amat de Gravesson (1670-1733), que en el plan universitario
de Funes fue seleccionado para que por él se aprendiera la teología moral, aparece en la
biblioteca de los hermanos de la Torre.
No puede faltar en las librerías de la segunda mitad del siglo XVIII el mejor expositor
de la teoría del galicanismo y regalismo monárquico, el obispo francés Jacques Benigne
Bossuet. Cinco tomos en cuarto de la Historia de las Variaciones de las Iglesias Protestantes
están en la de Sánchez de Lamadrid; y cuatro tomos en octavo de la misma obra en la de
Diego Antonio Martínez de Iriarte. El cordobés Pedro Lucas de Allende tiene una, cuyo
título no se especifica, pero formada nada menos que por dieciséis tomos con tapas de
pergamino.62
Las obras del obispo de Méaux se hicieron muy populares en España e Indias con la
llegada al trono de la Casa de Borbón, y las más importantes fueron traducidas a la lengua
castellana. Bossuet es conocido como el más importante de los clérigos que fundamentaron
teológicamente el regalismo. Fue defensor de las regalías del rey frente al papa en el
conflicto que tuvo Luis XIV con Inocencio XI.
El Rey Sol convocó a una reunión de todo su clero en Francia para dar solución a
la disputa. En 1673 había tomado directa intervención en la Iglesia gala declarando que
sustituiría a cualquier obispo, capitular o párroco cuando quedara vacante una diócesis, un
beneficio en el cabildo eclesiástico, o una parroquia, pero, además, cobraría y administraría
las rentas episcopales. Inocencio XI elevó numerosas protestas entre 1678 y 1679, por lo
que el monarca planteó un desquite en el terreno doctrinario convocando a la Asamblea del
Clero Francés, que se reunió en París en 1681. Concluyó en 1682 con la Declaratio cleri
galicanæ de potestate ecclesiastica, que incluía cuatro puntos del regalismo más extremo, que
básicamente era un reduccionismo a la mínima expresión del poder espiritual y temporal de
los pontífices.63
Bossuet escribió su Defensio Declarationis Cleri Gallicani para explicar los malos
entendidos, aunque es partidario del concilia­rismo y que una decisión pontificia necesita del
acuerdo episcopal para imponerse a toda la Iglesia.
Aunque no parece haber rastros de esta obra en las bibliotecas estudiadas -salvo que
supongamos que en la de Pedro Lucas pudiera estar comprendida en sus 16 tomos no
identificados, pues tuvo traducción castellana-, los principios de ella eran enseñados en la
Universidad de Córdoba, y en unas tesis defendidas para el grado de doctor en la Facultad de
Leyes en 1793, el cordobés Jerónimo de Cabrera y Cabrera dio inicio a sus conclusiones con
un epígrafe tomado de la Defensa de la Declaración del Clero de Francia.64
Como corolario del grupo de autores que estudiamos, ligados al probabiliorismo, resta la
obra de Zeger Bernhard van Espen (1646-1728), teólogo belga abiertamente jansenista. Su
famoso trabajo Jus ecclesiasticum universum, estaba en manos de los hijos de Javier de la
Torre.65
Todas sus obras estuvieron en el Index Librorum, y el mismo autor fue suspendido a divinis,
pues además de ser un liberal defensor del regalismo y el galicanismo frente al pontífice,

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apoyó una elección episcopal en Holanda sin el consentimiento del papa.66 No obstante, el
autor circulaba, se leía y se recomendaba, y es lógico que aparezca en una novel biblioteca en
conformación, frente a las otras en las que está ausente. Los de la Torre han estudiado en las
postrimerías del siglo XVIII, cuando van Espen comenzaba a circular con mayor asiduidad.
Autor profundamente ligado a la concepción borbónica sobre el poder fue Arnold Vinnen,
cuya obra Commenta­rius Academicus, et Foren­sis In Quatuor Libros Institu­tionum Imperalium
comentado por Johann Gottlieb Heineccius, fue recomendada por el virrey Nicolás de
Arredondo en el auto de creación de la cátedra de derecho romano en la Universidad de
Córdoba en 1791.67
El romanista holandés del siglo XVII, cuya obra tenía muchísimo éxito en las universidades
hispanas y formaba parte medular de la reforma de los planes de estudio por los ministros de
Carlos III y Carlos IV, estaba en los elencos librarios de Diego Antonio Martínez de Iriarte y
de Félix Fernández.68
Heineccius, quien hace el prefacio de la obra de Vinnen, forma parte del grupo fundante
del derecho natural racionalista.69 Esta introducción del derecho natural racionalista se
complementaría más tarde, luego de la Revolución de Mayo, con el estudio de otros
iusnaturalistas como Hygh Groot (1583-1645) y Samuel von Pufendorf (1632-1694), todos
juristas protestantes, que Roberto Ignacio Peña encuentra mencionados en el plan de estudios
universitario de 1813, redactado por el deán Funes y citados profusamente por este autor.
Además estos libros los mencionan Juan Baltazar Maziel y Juan Ignacio de Gorriti.70
No deja de sorprender la presencia en las librerías privadas de la corriente moral del
probabilismo, a través de la Escuela Jesuítica, en su gran mayoría. Las disposiciones emanadas
de la Corona y su burocracia, con el visto bueno del Papado, intentaban arrancar de raíz esta
óptica superestructural de lo bueno y lo malo de las conductas humanas. Sin embargo, las
doctrinas jesuíticas seguían presentes en las bibliotecas privadas, por el contrario de lo que se
pretendía en las bibliotecas institucionales.71
La recurrencia a muchas obras jesuíticas canónicas y morales se había vuelto imprescindible
para la resolución de muchas cuestiones del confesionario, de la administración de los
sacramentos a los indios, de los ayunos cuaresmales, o de la disciplina matrimonial, entre
otras, por lo que debía resultar imposible obedecer las órdenes jerárquicas por la sencilla razón
de que no se habían escrito otras obras que las reemplazaran en auxilio de los capellanes,
párrocos, e incluso obispos. También podemos pensar que aquellos que habían estudiado bajo
determinadas doctrinas teológicas, les resultaría difícil el asimilar y apropiarse de las nuevas.
Una obra que aparece con muchísima frecuencia es el Cursus Juris Canonici Hispani
et Indici del jesuita Pedro Murillo Velarde (1696-1753). La primera edición de esta obra
realizada en Madrid en 1743 se agotó pronto, y el autor quiso publicar una segunda edición
con la adición de un comentario de las constituciones de Benedicto XIV, pero algunos puntos
no agradaron al conde de Campomanes por lo que la segunda edición salió recién en 1763
como póstuma. También en 1791 la obra tuvo una edición, ya corregida en algunos aspectos
probabilistas72.
Murillo está presente en las librerías de los juristas Domingo Ignacio Esteban de León
y Diego Antonio Martínez de Iriarte, pero también en la de Miguel Sánchez de Lamadrid,
Mariano y Tomás de la Torre, y Félix Fernández. Este último también posee la Práctica de
Testamentos del autor.
Otra obra, citada frecuentemente en la Universidad de Córdoba durante el período jesuita,

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y que aparece en varias bibliotecas de los egresados es el Itinerario para parochos de indios
del ignaciano Alonso de la Peña Rivas y Montenegro (1596-1687). El libro lo poseían los
de la Torre, Sánchez de Lamadrid y Diego Martínez de Iriarte.
A Murillo Velarde y a Peña Rivas y Montenegro le sigue en frecuencia el probabilista
moderado y casuista Johann Georg Reiffenstuel -más conocido como Anaklet, nombre
que tomó en su vida religiosa-. Está en los elencos de Sánchez de Lamadrid y Martínez de
Iriarte.
La obra sobre derecho canónico de este franciscano desde su primera edición en 1700
era muy estimada y había alcanzado un primer puesto entre los canonistas, quienes lo
consideraban no superado y portador de nuevos vientos en ese campo. Roberto Peña afirma
que Reiffenstuel era uno de los autores más citados en los escritos jurídicos del juzgado
eclesiástico del obispado del Tucumán.73
En las bibliotecas de Sánchez de Lamadrid y de Martínez de Iriarte, tienen su lugar otros
jesuitas probabilistas igualmente prohibidos, tales como Claude Lacroix (1652-1714) con
su Theologia moralis; Antonino Diana (1585-1663) y sus Resolutiones morales; Andrés
Mendo con la Bullae Sanctae cruciatae elucidatio; y Pedro Calatayud (1689-1773) con sus
Doctrinas Prácticas. Algunas de estas obras encontraron edición luego de la extinción de
la Compañía de Jesús, pero expurgadas. Concretamente Calatayud estuvo prohibido en la
Universidad de Córdoba.74
En un plano que se entrelaza con los debates teológicos, y del derecho canónico está el
estudio de la Sagrada Escritura. No todas las librerías de clérigos que estudiamos poseen
la Biblia, pero sí la mayoría. Poseen la Biblia y sus Concordancias, en dos tomos, Sánchez
de Lamadrid, de la Torre y Diego Antonio Martínez de Iriarte, son los mismos que también
tienen obras de exégetas bíblicos, tales como Calmet, Cornelio a Lapide, y el padre Silveira,
entre otros.
La presencia de la Biblia y la obra de biblistas en poder de clérigos muestra una
renovación en la cultura eclesiástica del siglo XVIII que plantea el retorno a las fuentes de
la Revelación, de la Patrística latina y griega y de los cánones de concilios y sínodos, que se
patentiza a través del cambio de planes de estudio en seminarios y estudios conventuales.
En la Universidad de Córdoba desde 1783 se funda una cátedra de Sagradas Escrituras, que
está en manos del rector Fr. Pedro José Sulivan.
Igualmente se insiste desde la teología en recuperar una piedad más intimista, en
el ámbito de lo doméstico y privado, con la oración mental y la lectura de las Sagradas
Escrituras que tienen su primera traducción al idioma vernáculo. La piedad no es sólo la
manifestación de lo exterior, asistencia al templo, oración en él en voz alta, o dar culto público
a los santos. Se solicitaba la diaria lectura bíblica, para alimentar esa piedad.75
Llama la atención la falta de presencia en todas las librerías particulares que estudiamos
de libros de ciencia, incluso del amplio grupo de ilustrados cristianos, con la excepción de
Benito Feijóo.
Pedro Lucas de Allende posee la obra filosófica de Fr. Fortunato Bixia (o Brescia), que
fue la obra principal por la que se enseñaba la física en la Universidad de Córdoba durante
la regencia franciscana. La particularidad de la obra Philosophia Mentis methodice tractata
atque ad usus academicos, accommodata (Venecia, 1769), fue la rápida expansión que tuvo en
los institutos de formación franciscanos, pues nunca fue sospechada de heterodoxia.76
El elegido comisario general de Indias en 1785, Fr. Manuel María Truxillo escribió un

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libro dirigido a toda la orden seráfica americana, en el cual recomendaba particularmente a


Brixia, llamándolo “nuestro gran Físico”, sugiriendo su estudio. Esa obra fue muy seguida
por los profesores de la Universidad de Córdoba. En ella el fraile proponía vivamente a los
miembros del Poverello unirse a la corriente modernista de la filosofía: “Yo no hablo (ya
lo conoceis) de aquella ciencia intrusa -y agregaba- , que con nombre de Física ha corrido
muchos años en las Escuelas del Peripato. Esta ha sido una moneda falsa, que ha circula­do
hasta aquí entre los llamados facultativos, comprando con ella el falso título de Filósofos […]
Trato, pues, de una Filosofía juiciosa, sólida y arreglada, como la de Muskem­broec, Brixia,
Tosca, Corsini, Ferrari y Altieri”. 77
De los autores recomendados por Truxillo en su Exhortación, Edoardo Corsini (1702-
1765) es uno. Su Philosophia78 está entre los libros del cordobés Vicente Peñaloza. La obra
del profesor escolapio tuvo enorme popularidad, no solamente en Italia, sino también en las
universidades e institutos de formación hispánicos. Compuesta originalmente en seis tomos,
las temáticas que aborda son lógica, física general, astronomía y cosmología, psicología
y metafísica, y ética, en ese orden. El sexto volumen sobre geometría clásica, circuló
separadamente, pues no fue publicado junto a los otros cinco.
Aunque se tratan suscintamente todas las temáticas, lo que es muestra más una obra
didáctica que de investigación innovativa, las partes más desarrolladas son las de la física,
astronomía y cosmología. El resto es una exposición tradicional de la filosofía, pero, a tono
con la influencia de la ilustración temprana reinvindica el antidogmatismo, por lo que no se
alinea en una sola corriente filosófica. Se trata de una obra ecléctica, por ejemplo al recurrir a
aspectos de Descartes y de Gassendi, corrientes filosóficas opuestas.79
Dentro del grupo de ilustrados cristianos ligados a los temas de ciencia, el que aparece
con más frecuencia es el Teatro Crítico Universal y las Cartas Eruditas de Benito Jerónimo
Feijóo. La obra completa en catorce tomos in quarto la posee Miguel Sánchez de Lamadrid
en Tucumán; doce tomos de la misma tiene en Salta Diego Ignacio Martínez de Iriarte; y allí
mismo Félix Fernández posee los cinco tomos de las Cartas Eruditas, junto a algunos tomos
sueltos del Teatro.80
La obra de Feijóo, toda ella dividida en opúsculos críticos de la sociedad de la época, no
sigue un eje temático, trata más bien, de diversas temáticas a la luz de las nuevas ideas. Su
trabajo aparece en el temprano siglo XVIII, en un contexto no propicio, pero tampoco adverso
a la circulación de nuevos saberes. La obra del benedictino, no se alza solitaria en medio de
un desierto intelectual.81
Las obras de Feijóo circulan con aplauso en el Río de la Plata dieciochesco, sus lectores
recelan del pasado y de sus supuestas verdades, pues no todo lo ocurrido se adapta a la realidad,
que de golpe muda y aparecen versiones no coincidentes.82
Los profesores de física de la Universidad de Córdoba de la segunda mitad del siglo XVIII
citan a Feijóo con frecuencia, lo hacen Fr. Cayetano Rodríguez, y principalmente Fr. José Elías
del Carmen Pereyra en sus dos tratados de física.83
Como se ha debilitado el argumento de autoridad, es la observación y la experiencia,
guiadas por la recta razón, las entradas posibles y certeras al conocimiento de la realidad.84
Las bibliotecas de los universitarios del Tucumán en el siglo XVIII abarcaron el saber
vigente, con su mezcla de tradición e innovación, de pervivencias doctrinales e irrupción de
nuevas reflexiones, con la presencia de paradigmas enfrentados que se buscaba conciliar. Si
bien se enfrentaban las dificultades propias de la lejanía de este territorio, para el suministro

Miradas desde la Historia social y la Historia intelectual.


América Latina en sus culturas: de los procesos independistas a la globalización
796 Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán....

de libros, especialmente dificultada por costo, ya que el precio se incrementaba por el


agregado de algunos impuestos y tasas de transporte, la presencia de ellos en las librerías
de quienes pasaban por la universidad cordobesa, era casi segura. Es natural, por ello,
que algunas fueran pequeñas, otras estaban mejor provistas, pero en todas se observa su
vitalidad, conjugándose lo antiguo con la novedad.

Conclusiones

Entre los varios espacios de formación académica de los grupos de poder que poseyó el
Tucumán, el que concentró mayor prestigio y competencia fue la Universidad de Córdoba
y su Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat. A sus administradores, jesuitas
o franciscanos, los grupos de la elite delegaron la formación de su prole, lo que implicaba
poder detentar y a su vez nuevamente transmitir los valores imperantes sobre el deber
ser. A su vez, parte de los recursos simbólicos los mostraban como los depositarios de un
conocimiento dominante que se buscaba legitimar y los legitimaba como tales. La universidad
era un organismo que contribuía a la consolidación de redes de sociabilidad que resultaban
operativas para el grupo. Esta característica es continua en las dos etapas históricas en
que hemos dividido el trabajo, a pesar de las diferencias que hubo entre ambas, que hemos
remarcado.
La etapa de formación ideológica no se circunscribía sólo al paso por las aulas
universitarias o de otros centros de estudio, lo que permite rastrear su continuidad siguiendo
las corrientes de pensamiento legitimadas por las corporaciones fuera de éstas. Todo ello
permite vislumbrar la repercusión e influencia que tenía ese “sello universitario”, en las
trayectorias individuales y colectivas de los graduados, en la conformación de lazos e
identidades grupales, ya transpuesta la etapa de las aulas.
Una vía posible de estudio de estas influencias es el análisis de las librerías personales
de los exalumnos y egresados. Es decir, trabajar sobre el “libro poseído”, al decir de Roger
Chartier, para conocer qué leían, con el propósito de descubrir un espejamiento, entre lo
enseñado y aprendido en las corporaciones de estudios superiores y la conformación de
sus lecturas destinadas a la vida eclesiástica, al foro, al ocio o a la edificación personal
desde una piedad privada barroca, con algunos atisbos de ilustrada.
Como se ha dicho lo poseído no significaba necesariamente lo leído, y lo ausente en una
biblioteca particular no implicaba desconocimiento, pues el préstamo librario entre pares
existía, como también la consulta y préstamo de bibliotecas semi-públicas como la Librería
Grande de la Universidad, la Librería del Colegio de Nuestra Señora de Monserrat, la del
Seminario Mayor de Nuestra Señora de Loreto, o de algunas iglesias matrices del obispado,
como la de San Miguel de Tucumán, por ejemplo.85
El extrañamiento de la Compañía significó un profundo cambio ideológico en la
universidad y sus colegios satélites, pues nuevas concepciones acerca de la relación de
los súbditos con el soberano y las instituciones de la monarquía que vinieron a ocupar su
espacio en las cátedras. La primera manifestación, en lo que a la fortuna de las bibliotecas
se refiere, fue la desmembración de los fondos originales jesuíticos, que en muchos casos
fueron a conformar otros, generalmente bibliotecas de particulares.86
Poseían libros tanto aquellos egresados que eligieron la carrera eclesiástica como

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América Latina en sus culturas: de los procesos independistas a la globalización
Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán.... 797

los civiles que obtuvieron títulos, o simplemente pasaron por las aulas. No siempre las
bibliotecas de los exalumnos eclesiásticos poseen más títulos y/o volúmenes que las de
los exalumnos seculares. El gusto por la lectura, o al menos por la posesión del libro, es
variado, dándose casos de inventarios de civiles con bibliotecas voluminosas (67 tiene
Pedro Lucas de Allende en Córdoba) y de eclesiásticos con sólo el misal romano (Felipe
Martínez de Iriarte en Tucumán), más allá de que se desconocen por ahora las causas o
motivaciones de esta disparidad.
Las bibliotecas están compuestas de lecturas eruditas y de las “populares” -libros de
devoción y de edificación, sobre todo-, pero el primer componente es más abundante
que el segundo. Los libros de lecturas eruditas son espejo de las ciencias que enseña la
universidad. Pero, en la segunda mitad del siglo XVIII, si bien permanece el componente
antiguo de la enseñanza (segunda escolástica y probabilismo), están patentes en la mayoría
de ellas las nuevas corrientes (tanto filosóficas: cartesianismo, atomismo, newtonianismo,
como las teológicas: probabiliorismo, filojansenismo, o las jurídicas: como iusnaturalismo
y regalismo), todas amalgamadas en la corriente mayor de la ilustración, con el paso por
el filtro cristiano. Ello se observa también en los formatos de los libros, donde predomina
todavía el infolio, aunque el in quarto ocupa buen espacio, lo que muestra bibliotecas en
transición, ya que la vieja ciencia teológica y la jurisprudencia, otrora impresa en libros de
grandes dimensiones, empieza a editarse en formatos más pequeños durante el siglo XVIII.
Es interesante observar, cómo la homogeneización ideológica buscada por las reformas
borbónicas y materializada, en el caso de las bibliotecas mediante la censura libraria,
se puede ver medianamente en las bibliotecas institucionales -de la universidad, de los
colegios, de los seminarios y de las órdenes religiosas-. Sin embargo, el componente de la
escuela jesuítica, que se ha intentado abolir, tanto de la enseñanza como de esas bibliotecas
institucionales, permaneció con algunos representantes en los repositorios particulares.
También puede vislumbrase que los elencos pertenecientes a egresados más viejos, poseen
mayor cantidad de libros probabilistas, que los que han cursado en la segunda mitad del
siglo XVIII, donde otras eran las perspectivas educativas.
Se percibe un mosaico ecléctico, propio de las librerías dieciochescas rioplatenses,
donde los viejos saberes se resisten a desaparecer, aunque más no sea permaneciendo
con un título en el anaquel de una biblioteca, mientras un ilustrado como Feijóo adquiere
presencia autoritaria, por la cantidad de ejemplares que se observan. Lo mismo sucede
con muchos de los regnícolas, algunos antiguos desempolvados por los Borbones, como
Bossuet, y otros noveles. En ese mosaico no falta tampoco la mirada de la ciencia física,
cuyo estudio abarca muchas más materias que lo que el concepto implica hoy.
Son los propios universitarios, integrantes de la elite intelectual del Virreinato, los que
participan de esa red de saberes que legitima el nuevo tipo de conocimiento dominante
querido por la Monarquía. A través de lo nuevo, hallado en sus bibliotecas, apoyan el
proyecto cultural monárquico.

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América Latina en sus culturas: de los procesos independistas a la globalización
798 Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán....

Notas
1
Sólo, a modo de ejemplo, citamos algunos títulos que serán trabajados durante el desarrollo de este estudio:
José Carlos CHIARAMONTE, Ensayos sobre la “Ilustración” argentina, Paraná, Universidad Nacional
del Litoral, 1962; La crítica ilustrada de la realidad. Economía y sociedad en el pensamiento argentino
e iberoamericano del siglo XVIII, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982; La Ilustración
en el Río de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica durante el Virreinato, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2007, [1989]; José M. MARILUZ URQUIJO, “Clima intelectual rioplatense de mediados
del setecientos. Los límites del poder real”, Juan Baltasar MAZIEL, De la justicia del tratado de límites
de 1750, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1988, pp. 15-55; “El cambio ideológico en la
periferia del Imperio: el Río de la Plata”, El Mundo Hispánico en el Siglo de las Luces, Madrid, 1996.
“Ideas y creencias”, ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Nueva Historia de la Nación Argentina,
t. 3 Período español (1600-1810), segunda parte: La Argentina en los siglos XVII y XVIII, Buenos Aires,
Planeta, 1999, p. 195-246; Daisy RÍPODAS ARDANAZ, El obispo Azamor y Ramírez. Tradición cristiana
y modernidad, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1982; Refracción de ideas en Hispanoamérica
colo­nial, Buenos Aires, Culturales Argenti­nas, Secre­taría de Cultura de la Nación, 1983; “Libros y lecturas
en la época de la Ilustración”, en Historia general de España y América, t. XI-2º, Madrid, Rialp, 1989,
pp. 467-496; Un ilustrado cristiano en la magistratura indiana. Antonio Porlier, Marqués de Bajamar,
Buenos Aires, PRHISCO- CONICET, 1992; “Libros, Bibliotecas y Lecturas”, en ACADEMIA NACIONAL
DE LA HISTORIA; Nueva Historia de la Nación Argentina, t. 3 Período español (1600-1810), segunda
parte: La Argentina en los siglos XVII y XVIII, hasta 1810, Buenos Aires, Planeta, 1999, pp. 247-279.Ana
María LORANDI, Poder central, poder local. Funcionarios borbónicos en el Tucumán colonial. Un estudio
de antropología política, Buenos Aires, Prometeo libros, 2008.
2
Daisy RÍPODAS ARDANAZ, Un ilustrado cristiano… cit., pp. 73-74, 76, 109-112.
3
Sebastián PERRUPATO, “Pedagogía y crítica en el siglo XVIII español. La obra de Francisco de Cabarrús”,
en María Luz GONZÁLEZ MEZQUITA (coord.), Historia Moderna: viejos y nuevos problemas, Buenos
Aires, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2009, pp. 75-84.
4
Sebastián PERRUPATO, “Educar para la industria: Pedro Rodríguez de Campomanes y su proyecto de
educación”, en Anuario 8, Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2008,
pp. 265-276.
5
Ibid., p. 267.
6
José M. MARILUZ URQUIJO, “Ideas y creencias”…, cit., pp. 224-225.
7
Celina A. LÉRTORA MENDOZA, “Filosofía en el Río de la Plata”, en Germán Marquínez Argote y
Mauricio Beuchot (dirs.), La filosofía en la América Colonial, Bogotá, El Búho, 1996, pp. 275-320.
8
Silvano G. A. BENITO MOYA, Reformismo e Ilustración. Los Borbones en la Universidad de Córdoba,
Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2000; La Universidad de Córdoba en
tiempos de reformas (1701-1810), Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2011.
9
Roger CHARTIER, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 1994, pp. 100 y 128.
10
Las colecciones librarias que se estudian pertenecieron a: Felipe Martínez de Iriarte; Diego Antonio Martínez
de Iriarte; Miguel Sánchez de Lamadrid; Pedro Lucas de Allende; Domingo Ignacio Esteban de León;
Vicente Peñaloza; Félix Fernández; Pedro Tomás de la Torre; Sebastián Magallanes; y Mariano de la Torre;
el orden elegido va desde el más antiguo, por su ingreso a la universidad, hasta el más novato.
Felipe Martínez de Iriarte, de Tucumán, permaneció en el Colegio de Monserrat desde 1726 hasta 1729.
Su ingreso a la Facultad de Artes fue en abril de 1728, mientras que a la de Teología en marzo de 1731,
fecha también de su última matrícula universitaria. Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el
3/12/1732. Murió en Tucumán ca. 17/6/1768.
Diego Antonio Martínez de Iriarte, de Jujuy. Colegial de Monserrat entre 1739 y 1747. Ingresó a la Facultad
de Artes en marzo de 1740, y a la de Teología en 1743 donde cursó los cuatro años que preveían las
constituciones universitarias. Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes en 1744 y de bachiller,
licenciado y doctor en Teología en 1747. Luego, siguió estudios de leyes en San Francisco Javier de
Chuquisaca. Murió en Salta ca. mayo de 1772.
Miguel Sánchez de Lamadrid, de Tucumán. Como en los otros casos fue monserratense, desde 1742 a 1748.
Entró en la Facultad de Artes en febrero de 1742, y a la de Teología en abril de 1745, donde curso todo el
curriculum. Se graduó de maestro en Artes en 1746 y de doctor en Teología en 1750. Falleció en Tucumán el
5/8/1782.

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Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán.... 799

Pedro Lucas de Allende, cordobés. Fue convictor del Colegio del Monserrat de 1759 a 1765. A la universidad
entró en febrero de 1758, y completó todo el curriculum de la Facultad de Teología donde ingresó en febrero
de 1761. Sólo se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el 3/12/1762. Caballero de la Orden de
Carlos III, murió en Córdoba en 1801.
Domingo Ignacio, Esteban de León, de Córdoba, fue monserratense desde 1757. A las Facultades de Artes
y Teología entró en febrero de 1758 y en febrero de 1761, respectivamente. A pesar de haber cumplido con
todo el plan de estudios sólo se graduó de bachiller y licenciado en Teología. Siguió la carrera de leyes en la
de Chuquisaca. Murió en Córdoba ca. 19/01/1785.
Vicente Peñaloza, natural de La Rioja. Entró como colegial del Monserrat en 1770, el mismo año que ingresó
a la Facultad de Artes. Completó los cuatro años de la Facultad de Teología a la que entró en marzo de 1773.
Se graduó de maestro en Artes el 11/12/1774 y de doctor en Teología el 14/7/1778. Murió en Córdoba en
febrero de 1801.
Félix Fernández, de Salta. Ingresa a la Facultad de Artes y al Colegio de Monserrat en 1772. Sólo completó el
curriculum para el título de maestro en Artes, pero no consta que se graduara. Murió en Salta el 11/11/1784.
Pedro Tomás de la Torre, de Córdoba. Permaneció en el Colegio de Monserrat desde 1786 hasta 1790. En
1784 había ingresado a la Facultad de Artes y en 1787 lo hizo a la de Teología. Su última matrícula en esta
última fue el 19/3/1789. Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el 14/12/1788 y de bachiller,
licenciado y doctor en Teología el 14/7/1792. Se avecindó en Santiago de Chile donde fue rector del Real
Colegio Carolino (1798-1812).
Sebastián Magallanes, ignoramos de dónde era oriundo, pero se afincó en Córdoba. Entró directamente a la
Facultad de Teología y al Colegio de Monserrat en abril de 1786, saliendo de éste último en julio de 1790.
Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el 14/7/1787, y de bachiller, licenciado y doctor en
Teología el 28/8/1791. Murió en Córdoba el 6/10/1799.
Mariano de la Torre, cordobés, hermano de Pedro Tomás. Monserratense de 1789 a 1791. Ingresó a la
Facultad de Artes en 1788 y a la de Teología en 1791 donde no completó el curriculum. Se graduó de
bachiller, licenciado y maestro en Artes el 27/9/1792.
Para la reconstrucción de las biografías académicas se han consultado: Archivo General e Histórico de la
Universidad Nacional de Córdoba (en adelante AGHUNC), libro de matrículas nº 1 y libro de grados nº 1.
Archivo del Colegio Nacional de Monserrat: “Libro de la entrada de los Collegiales del Collegio de N. S. de
Monserrate de esta ciudad de Córdoba, (1702-1767)”, “Libro pribado en que se apunta el ingreso y salida de
los Colegiales. 1772-1805”.
11
AHPC: Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba; AHPT: Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán;
ABHS Archivo y Biblioteca Históricos de Salta.
12
No obstante que la ley de la Recopilación de Indias (lib.1, tít. XII, ley 1) prohibía expresamente que los
clérigos fuesen alcaldes, abogados o escribanos; el presbítero Dr. Diego Antonio Martínez de Iriarte se las
arreglaba para transgredir asaz estas disposiciones. La ley otorgaba ciertas excepciones, como defender sus
propios pleitos; o de sus parientes más cercanos -madre, padre o paniaguados- ante las justicias reales; o los
de la Iglesia donde fueren beneficiados; o a pobres y miserables. Mas, Martínez de Iriarte, que había sido
expulsado de Jujuy por perturbar el orden público, provocaba iguales situaciones en Salta, donde vivía.
Asesoraba a la propia alcaldía de primer voto, cuando la vara de justicia recaía en algún pariente, o se erigía
en abogado de una y otra parte pleiteante, lo que había ocasionado divisiones y malestar entre los salteños.
Así lo denunciaba el propio gobernador Fernández Campero en 1765 a la Real Audiencia de la Plata; la que
se reiteró en 1771 por el cabildo de Salta. Luego de una información secreta realizada por la Audiencia,
se resolvió en noviembre de 1771 expedir una real provisión de ruego y encargo al prelado, para que lo
castigase con el destierro de Salta. Martínez de Iriarte murió en Salta en mayo de 1772. Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia, EC-1771-155.
13
Roger CHARTIER, Libros…cit., pp. 98-99. Para el autor, en la Francia del siglo XVII hay un predominio del
libro devocional, entre comerciantes y artesanos, que da escaso lugar a otros tipos.
14
Liliáns Betty ROMERO CABRERA, La “Casa de Allende” y la clase dirigente: 1750-1810, Córdoba,
Junta Provincial de Historia de Córdoba, 1993, pp. 36-39, 82-85; Ana Inés PUNTA, Córdoba borbónica.
Persistencias coloniales en tiempo de reformas (1750 -1800), Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba,
1997, pp. 55-56, 161.
15
AGHUNC, Libro de Claustros nº 3 (1779-1801), claustro nº 213, 24/8/1791.
16
ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1.
17
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1.
18
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 13. Según el Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el
verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios
o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […] Compuesto por la Real Academia Española.
Tomo primero. Que contiene la letra A y B, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726, p. 576. Baúl es

Miradas desde la Historia social y la Historia intelectual.


América Latina en sus culturas: de los procesos independistas a la globalización
800 Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán....

un cofre redondo, menos en la parte inferior que es llana.


19
AHPC, Escrib. 2, 1785, leg. 64, exp. 21. Según el Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el
verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios
o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […] Compuesto por la Real Academia Española.
Tomo segundo. Que contiene la letra C, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1729, p. 241, la caja se
diferenciaba del baúl en que su tapa no era redonda y tampoco estaba adherida al resto del cuerpo. Por lo
regular no tenía llave ni goznes.
20
ABHS, Testamentarías, 1785, exp. 3, AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 13; Escrib. 2, 1785, leg. 64,
exp. 21; Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1.
21
ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1.; AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6.
22
Roger CHARTIER, Libros… cit., p. 142.
23
ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1.; AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6.
24
El término ha cambiado actualmente, por ello es importante saber a qué objeto se refería en la época. Según
el Diccionario de Autoridades, dícese del “caxon hecho de madera con distintos apartadijos y divisiones,
para guardar papeles y escrituras”, y en otra acepción, “una alhaja hecha de madera, y adornada y embutida
de marfil, ébano, concha y otras preciosas materias: la qual tienen distintos caxoncillos y gavetas con sus
llaves, para guardar lo que se quisiere, y de ordinario sirve para adorno de las salas y casas”. Diccionario de
la lengua castellana, en que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las
phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […]
Compuesto por la Real Academia Española. Tomo tercero. Que contiene las letras D, E, F. Madrid, Imprenta
de la Real Academia Española por la viuda de Francisco del Hierro, 1732, p. 574.
25
Roger CHARTIER, Libros… cit., p. 162.
26
Silvano G. A. BENITO MOYA, “Pidiendo a Dios los govierne, y enderece para tan alto fin’. La experiencia
educativa. Prácticas y representaciones del estudiantado universitario en Córdoba, siglo XVIII”, en Beatriz
I. MOREYRA y Silvia C. MALLO (comps.), Pensar y construir los grupos sociales. Actores, prácticas y
representaciones. Córdoba y Buenos Aires, siglos XVI-XX, Córdoba, CEH – CEHAC, 2009, pp. 169-170.
27
El libro manuscrito carece de portada y se encuentra en la Biblioteca del Colegio del Salvador (Buenos Aires),
el copista parece haber sido el correntino Javier de Zamudio, aunque la atribución a esta autoría está colocada en
una letra diferente a la del resto del manuscrito. Zamudio no figura como discípulo de Benito Riva en el Libro de
Matrículas que se halla en el AGHUNC.
28
Silvano G. A. Benito Moya, “La asimilación del paradigma científico moderno en la Universidad de
Córdoba”, en IV Congreso Argentino de Americanistas, 2001, tomo I, Sociedad Argentina de Americanistas,
Buenos Aires, 2003, pp. 87-103.
29
Celina A. Lértora Mendoza, “Filosofía…, cit., pp. 299 y 304.
30
Fr. Manuel do Cenáculo Villas Boas, Plano dos Estudos para a Congregação dos Religiosos da Ordem
Terceira de S. Francisco do Reino de Portugal, Lisboa, Regia Officina Typografica, MDCCLXIX; Fr. Manuel
María Truxillo, Exhortación Pastoral Avisos Importantes, y Reglamentos Utiles, Que para la mejor observancia
de la Disciplina Regular, é ilustracion de la Literatura en todas las Provincias y Colegios Apostólicos de América
y Filipinas publica... Madrid, Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, 1786.
31
Biblioteca Central del Colegio del Salvador (Buenos Aires): Fr. Cayetano Rodríguez: Tertia Philosphiae Pars
/ Nimirum Physica / Quæ in re­rum naturalium contemplatione / versatur / Iuxta re­centiorum placita elaborata
/ a Patre Frate Caietano Josepho Rodri/guez / Incepta Die quinto Augusti / an­ni Domini / 1782 / Me audiente
Cayetano Jossepho a Za/vala eiusdem Universitatis Colegiique Mon/serra­tensis minimo alumno.
32
Biblioteca de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Nacional de La Plata, Fr. Elías del
Carmen Pereira: Physica Generalis nostri Philosophici Cur/sus pars tertia, quæ de corporibus na/turalibus scientia,
affectionibusque eius / sermonem instituit iuxta recentio/rum Philosophorum placita / experien­tiasque discurrens
/ Elaborata a Patre / Elia del / Carmen, in regia / cordu­vensi aca/demia artium / Moderatore / Incepta 3ª [tertia]
Kalendas augusti anni Domi/ni 1784 / Me audiente Domino Iosepho Vincentio a Faente huius Lauretani Collegii
onmium / minimo alumno.
33
Biblioteca del Convento “Santo Domingo de Guzmán” (Buenos Aires), Fr. Fernando Braco, Pars tertia
Philosophiæ scilicet / Metaphysica / Dictada a Patre Fratre Ferdinando Braco / Catedræ (sic) Artium /
Moderatore / In hac magno bonærensis Recolectionis / Cænobio, Prolegomena in Physicam [1797?].
34
Fr. Cayetano Rodríguez, Tertia Philosophiæ Pars Nimirum Physica (1782), liber I, quæstio 3ª, conclusio 1ª,
p. 14, Fr. Elías del Carmen Pereyra, Physica Generalis (1784), liber I, sectio 3ª, complexio 1ª, p. 14.
35
Fr. Elías del Carmen PEREYRA, Physica Generalis, proemio, p. 1; liber III, sectio 8ª.
36
“Si est opinio probabilis (quam scilicet asserunt viri sapientes et confirmant optima argumenta), licitum
est eam sequi, licet opposita probabilior est” (Expositio in Primam Secundæ Angelici Doctoris D. Thomæ

Miradas desde la Historia social y la Historia intelectual.


América Latina en sus culturas: de los procesos independistas a la globalización
Silvano Benito Moya / Ideas, lecturas y circulación de saberes. Bibliotecas del Tucumán.... 801

Aquinatis, q. 19, a. 6, Venetiis 1590).


37
Josep Ignasi SARANYANA (dir.), Carmen-José ALEJOS GRAU (coord.), Teología en América Latina, vol.
II/1 Escolástica barroca, Ilustración y preparación de la Independencia (1665-1810), Madrid- Frankfurt,
Iberoamericana- Vervuert, 1999, p. 188.
38
El laxismo autorizaba a seguir la opinión menos probable.
39
Teología en América Latina… cit., pp. 33 y 194-195.
40
Silvano G. A. BENITO MOYA, La Universidad…, cit., pp. 321-325.
41
Ibid., p. 195.
42
José Carlos CHIARAMONTE, La Ilustración en el Río de la Plata…, cit., p. 27.
43
Salvador Albiñana, “Leyes y Cánones en la Valencia de la Ilustración”, Claustros y estudiantes, tomo I,
Valencia, Universidad de Valencia, Facultad de Derecho, 1989, p. 12.
44
José Carlos CHIARAMONTE, La Ilustración en el Río de la Plata…, cit., p. 26.
45
Silvano G. A. BENITO MOYA, La Universidad…, cit., p. 339.
46
Es muy difícil poder identificar la edición aproximada que poseía Sánchez de Lamadrid, ya que hemos
contabilizado al menos siete ediciones anteriores a la muerte de su dueño (1782). La primera edición en doce
volúmenes se publicó en Roma entre 1749 y 1751, luego salieron por el mismo editor -Simone Occhi- las
ediciones de 1752, 1755, 1758, 1763 y 1773. Aunque hemos podido identificar una en Ausburgo (1763) y otra
en Nápoles (1774). Luego salió un compendio en cuatro tomos, del que identificamos una primera edición en
Venecia (1761) y la otra en Barcelona en 1767.
47
Igualmente no se puede identificar, por lo escueto del inventario, cuál edición del compendio pudieron
poseer sus dueños. En lengua latina sabemos de una edición en Bolonia (1760); otras en Nápoles (1761) y
Madrid (1764, 1767, 1770). Pero este compendio se tradujo al castellano en 1770 como Theologia Christiana
Dogmatico-Moral: compendiada en dos tomos, Su autor... Fr. Daniel Concina, de el Orden de Predicadores;
traducida al idioma castellano y añadida... por... Don Joseph Sanchez de la Parra... de la Congregacion... de
San Felipe Neri...; ponese al principio una colección de Bulas y Decretos Pontificios en Compendio, y al fin
un tratado de la Bula de la Santa Cruzada, de la que hubo ediciones matritenses en 1773, 1776 y 1780.
48
Esta obra tuvo traducción al castellano: Historia del probabilismo y rigorismo. Disertaciones theologicas,
morales y críticas, en que se explican, y defienden de las sutilezas de los modernos probabilistas los principios
fundamentales de la Teología Cristiana. Escrita en idioma italiano por el Rmo. P. Mro. Fray Daniel Concina,
del Orden de Predicadores: y traducida al español por el Licenciado D. Mathias Joachin de Imaz, Canónigo
penitenciario, que fue, de la Insigne Colegial de Santa María de la Ciudad de Vitoria, y Abogado de los
Reales Consejos, Madrid, Oficina de la Viuda de Manuel Fernández, 1772.
49
Guillermo FURLONG, Nacimiento y desarrollo de la Filosofía en el Río de la Plata 1536-1810, Buenos
Aires, Kraft, 1952, p. 215.
50
Esteban LLAMOSAS, “Un teólogo al servicio de la Corona: las ideas de Daniel Concina en la Córdoba
del siglo XVIII”, en Revista de Historia del Derecho, nº 34, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de
Historia del Derecho, 2006, p. 168.
51
AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6, f. 13r.
52
Recientemente se ha hecho una traducción al castellano de esta obra, considerada por muchos la más
importante de la temática teológica el siglo XVI. Melchor CANO, De Locis Theologicis, al cuidado de Juan
BELDA PLANS, Madrid, BAC, 2006.
53
J. Volz, “Melchior Cano”, en The Catholic Encyclopedia, Nueva York, Robert Appleton Company, 1908,
Consultada 20/02/2012 desde New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/03251a.htm
54
El Manuale thomistarum seu brevis theologicae cursus in gratiam et commodum studentium editus, tuvo
muchísimas ediciones desde la primera aparecida en Béziers en 1680. En total hemos contabilizado doce de
ellas en los siglos XVII y XVIII, pues fuera de éstos, no parece que se siguiera imprimiendo. Los lugares de
edición han sido diversos, lo que indicaría el interés que la obra despertaba. Además de las ediciones del siglo
XVII en Béziers, se imprimió en Lyon, Padua, Amberes y Venecia.
55
Directorio moral que comprehende... todas las materias de la theologia moral y novissimos decretos de los
Sumos pontifices que han condenado diversas proposiciones... contiene ocho partes... La primera edición
salió en 1728.
56
Promptuario de la Teología Moral, compuesto en 1706, pero publicado en 1710. La obra fue impresa sin
variaciones en las quince primeras ediciones, luego se le añadieron comentarios de otros autores. Teología
en América Latina… cit., p. 714. Con mucha probabilidad la obra que tenía en su biblioteca Fernández era:
Addiciones a la Theologia Moral y promptuario que de ella compuso... Fr. Francisco Lárraga... dispuestas

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por el Doct. D. Joseph Diaz de Benjumea...; aumentadas con las Bulas de los Summos Pontifices...;
conformadas con las leyes... de nuestra Nación Española; añadense los siete sacramentos, Madrid, oficina
de Manuel Martín, 1758.
57
AHPC, Escrib. 4, 1801, leg. 17, exp. 3, f.; Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1; Escrib. 4, 1799, leg. 15, exp. 10;
ABHS, Testamentarías, 1785, exp. 3.
58
Winfried BOCXE, Introduction to the teaching of the italian Augustinians of the 18th Century on the
nature of actual grace. Pars Dissertationis ad Lauream in Facultate S. Theologiae apud Pont. Athenaeum
“Angelicum” de Urbe, Héverlé-Louvain, Augustinian Historical Institute, 1958.
59
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1.
60
Andrés BARCALA MUÑOZ, Censuras inquisitoriales a las obras de P. Tamburini y al Sínodo de Pistoya,
Madrid, CSIC- Centro de Estudios Históricos, 1985, p. 300.
61
Silvano G. A. BENITO MOYA, La Universidad…, cit., p. 344.
62
AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6; ABHS Testamentarías, 1779, exp. 1; y AHPC, Escrib.
4, 1803, leg. 21, exp. 1. Aunque hubo dos ediciones de las obras completas de Bossuet en el siglo XVIII, la
primera 1745-1753, y la segunda 1772-1788, sendas se publicaron en francés. Pensamos más bien, que Lucas
tenía 16 tomos que reunían varias obras, muchas de las cuales estaban publicadas en castellano y que fueron
inventariadas en su conjunto tomando como referencia al autor.
63
Teología en América Latina…, cit., pp. 200-201.
64
Silvano G. A. BENITO MOYA, La Universidad…, cit., p. 345-347.
65
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1. Los de la Torre poseían, casi con seguridad, la considerada mejor
edición de sus obras: Jus ecclesiasticum universum antiquae et recentiori discipline praesertim Belgii,
Galliae, Germaniae, et vicinarum Provinciarum accommodatum, publicada en Lovaina en cuatro tomos
infolios.
66
A. van HOVE, “Zeger Bernhard van Espen”, en The Catholic Encyclopedia, Nueva York, Robert Appleton
Company, 1909, Consultada en 21/03/2012 en New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/05541b.htm
67
AGHUNC, serie: Documentos, libro nº 3, pp. 319-324.
68
ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1; Testamentarías, 1785, exp. 3. Pensamos que la edición que poseían era
la que luego usó desde la cátedra de Córdoba. Fernández, aunque muere en 1784, nos resulta difícil creer
que tuviera la obra de Juan de Sala -catedrático de la Univer­si­dad de Valencia- Vinnius castigatus atque ad usum
tironum hispanorum accomodatus in quorum gratiam Hispanæ leges oppor­tunioribus locis traduntur..., cuya
primera edición vio la luz en Valencia en 1779, siendo también en dos tomos.
69
Johann Gottlieb HEINECCIUS (1671-1741), “Præfatio”, en Arnold VINNEN (1588-1657), Commenta­
rius Academicus, et Foren­sis In Quatuor Libros Institu­tionum Imperalium, Lyon, Pierre Bruyset, 1747, sine
pagina.
70
Roberto I. PEÑA, “Los derechos naturales del hombre en la ideología del siglo XVIII rioplatense”, en
Cuadernos de Historia, nº 2, Córdoba, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
1992, p 23.
71
Silvano G. A. BENITO MOYA, “Bibliotecas y libros en la cultura universitaria de Córdoba durante los siglos
XVII y XVIII”, en Información, Cultura y Sociedad: revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas,
nº 26, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2012, pp. 21-23.
72
Hugo HANISCH ESPÍNDOLA, “Pedro Murillo Velarde S. J., canonista del siglo XVIII. Vida y obras”, en
Revista Chilena de Historia del Derecho, nº 12, Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 1986, p. 57.
73
Roberto I. PEÑA, “Fuentes del Derecho Indiano: los autores, Anacleto Reiffenstuel y el Jus Canonicum
Universum”, en Anales, t. XXVI, Córdoba, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
1988, p. 126-127.
74
Colección documental “Mons. Dr. Pablo Cabrera”, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba, documento 6627. En 1769 una real provisión ordenaba que se cumpliera una real
cédula del año anterior, de que no se enseñara en la Universidad las doctrinas jesuíticas de Calatayud,
Busenbaum, y Cienfuegos.
75
José M. MARILUZ URQUIJO, “Ideas y creencias”…, cit., pp. 226.
76
Celina A. LÉRTORA MENDOZA, La enseñanza de la Filosofía en tiempos de la colonia. Análisis de cursos
manuscritos, Buenos Aires, Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 1979, p. 351.
77
Fr. Manuel María Truxillo, Exhortación Pastoral Avisos Importantes, y Reglamentos Utiles, Que para la mejor
observancia de la Disciplina Regular, é ilustracion de la Literatura en todas las Provincias y Colegios Apostólicos
de América y Filipinas publica... Madrid, Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, 1786, pp. 169-170.

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Institutiones philosophicae : ad usum scholarum piarum. La primera edición en seis tomos salió en Florencia
entre 1731 y 1734, luego en Bolonia entre 1741 y 1742, y dos ediciones se hicieron en Venecia en 1743 y
1764. Peñaloza solamente tiene cuatro de los cinco o seis volúmenes -depende la edición- de la obra.
79
Ugo BALDINI, “Corsini, Edoardo (Odoardo)”, en Dizionario Biografico degli Italiani, vol. 29, 1983.
80
AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6; ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1; Testamentarías,
1785, exp. 3.
81
Sebastián PERRUPATO, “Educar para la industria…, cit., p. 267.
82
José M. MARILUZ URQUIJO, “Clima intelectual rioplatense…, pp. 24-25.
83
Fr. Elías del Carmen PEREYRA, Physica Generalis (1784)…, cit., y Colección Particular (El Bordo – Salta)
Fisica [sic] particularis nostri filosofici cursus. Pars quinta./ In qua de corporibus in particulari, deq[u]e eorum
specialibus attribu­tis et virtutibus / agitur. Elaborata, atq[ue] explanata a P[atre] Iosefo Elia del Carmen, in hac
Corduvensi / Perilustri Universitate Artium lectore, incepta 5º non[a]s Mart[ii]s anno 1786. Me, Filipo Ant[oni]o
Salas, / auscultante.
84
José M. MARILUZ URQUIJO, “Clima intelectual rioplatense…, p. 25.
85
Agradezco el dato y las fotografías de la biblioteca de la iglesia matriz de San Miguel de Tucumán a la Dra.
Romina Zamora.
86
Silvano G. A. BENITO MOYA, “Bibliotecas y libros..., cit.

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