777
La Ilustración, en los territorios que integraron el Virreinato del Río de la Plata tuvo
características peculiares, a tono con la que se apropió y desarrolló en la Metrópoli. Su
particularidad residió en que se atemperaron algunas ideas y se exacerbaron otras, pero sin
la crítica anticristiana propia de las obras francesas, sino que más bien hubo una refracción
doctrinaria que acordó en parte con el Iluminismo en el deseo de reformas políticas,
económicas y sociales, pero sin que ello afectara las creencias religiosas dominantes.
Estos rasgos configuraron la Ilustración cristiana, sobre la que se ha escrito una profusa
bibliografía.1
El tópico principal será, como en la de factura gálica, la razón, las “luces de la razón”,
pues al margen de la Revelación, ella sirve de guía segura, que se traduce en el progreso
de los pueblos.
Aunque esta facultad del intelecto ocupe el máximo lugar de privilegio, en la vertiente
cristiana del Iluminismo, otras competencias del espíritu son igualmente importantes, tales
como la voluntad y el sentimiento, pues el hombre, en cuanto a creyente, no es intelecto
puro.
Típicamente dieciochesco, es sumar a la razón la experiencia, en el sentido de lo visto
y vivido, en un consecuente sentido pragmático, que traduce las ideas en acción. Desde la
razón y la experiencia, las cosas se valoran desde una óptica utilitaria.
La particularidad de los ilustrados indianos, en pro de ideales de uniformidad
típicamente racionalistas, es que reclaman un tratamiento igualitario, tanto para españoles
peninsulares o criollos en la distribución de mercedes, empleos y honores, en cuanto a que
todos son vasallos de un mismo rey.2
El convencimiento del poder de la educación es el propósito más encumbrado. Sólo
a través de ella, los hombres son capaces de alcanzar las metas del progreso. En algunos
pocos casos, los representantes peninsulares, como Francisco Cabarrús, sostienen que la
educación nacional debe estar separada de la Iglesia3; pero la mayoría de los ilustrados
* Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti” (Unidad Asociada al CONICET), Universidad
Nacional de Córdoba, Universidad Católica de Córdoba, CONICET.
al que se da inicio luego de la expulsión de los jesuitas, y otro más crítico, propio de los últimos
años de la época colonial. La primera fase arremete contra Aristóteles y los peripatéticos,
con la afirmación de ideales de libertad filosófica, escepticismo y antidogmatismo, con la
influencia de Descartes y de las corrientes ilustradas. En el llamado período crítico, que se
ha señalado aproximadamente desde 1808 hasta los primeros años de la Revolución por la
independencia, los cambios de la reforma borbónica se aceleran como reflejo de la profunda
transformación de la sociedad y de la cultura que se vivía. 7
Los principales centros educativos donde se receptan, asimilan e imparten los saberes
propios de cada una de las etapas son para las tres gobernaciones -Buenos Aires, Paraguay y el
Tucumán- la Universidad de Córdoba y el Colegio de Nuestra Señora de Monserrat en Córdoba,
y el Colegio de San Ignacio -luego de San Carlos- en Buenos Aires. Tres establecimientos
de administración jesuítica que, luego del extrañamiento, se someten a profundas reformas
regalistas.8
Pretendemos estudiar en este capítulo, en una primera parte, a los sujetos dueños o
poseedores y las características físicas de sus elencos bibliográficos; su composición
numérica; el estado de conservación y precios; pero también los espacios físicos y los
mobiliarios donde se conservaban sus libros, como los posibles lugares intangibles
destinados a la lectura de ocio o de instrucción. En una segunda parte, procuraremos
asomarnos a cómo los nuevos sistemas de pensamiento, que se han descrito someramente,
impactaron en los estudiantes de la Universidad de Córdoba y de su Colegio de Monserrat,
una vez terminados sus estudios, a través de la composición de los repositorios librarios. En
otras palabras, si lo enseñado y leído desde las cátedras se reflejó en los libros personales
poseídos, y si la composición de los elencos obedeció a las etapas doctrinarias descriptas.
Somos conscientes, como expresara Roger Chartier, de que la frecuentación con la
cultura escrita no significaba necesariamente la posesión libresca; la mera posesión
por herencia o a veces compra, tampoco implicaba lectura; y la ausencia del libro en la
biblioteca personal tampoco llevaba a su desconocimiento, pues la circulación mediante
préstamo personal, o la lectura o préstamo de bibliotecas semipúblicas existió.9 Desde
la limitación que ofrecen las testamentarías post-mortem de los que alguna vez fueron
estudiantes -única fuente para reconstruir los elencos librescos que alguna vez tuvieron-,
nos asomaremos al universo de lecturas poseídas, que pueden dar pistas sobre el impacto
que significó pasar por las aulas universitarias y en muchos casos de su colegio mayor de
Nuestra Señora de Monserrat.
El corpus documental que usamos, procede de las testamentarías post mortem de algunos
exalumnos de la Universidad de Córdoba y Colegio de Nuestra Señora de Monserrat,
recogidas de tres repositorios: Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba “Mons. Pablo
Cabrera”; Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán; y Archivo y Biblioteca Históricos
de Salta “Dr. Joaquín Castellanos”.
La elección de las ciudades y de los sujetos en la documentación relevada no ha sido al
azar pues, desde lo espacial, Córdoba, Salta y Tucumán, en ese orden de preponderancia,
eran los núcleos urbanos más pujantes de la gobernación, y desde los sujetos, pivota entre
los que obtuvieron sus títulos de doctor y compusieron los cuadros eclesiásticos, hasta los
que continuaron ocupándose de la empresa familiar, como lo habían hecho sus antepasados.
Cabe aclarar, que una de las dificultades importantes de acceso a las testamentarías, ha
sido encontrar en el conjunto las que corresponden al grupo universitario, y que a su vez
se hallaran completas y que poseyesen libros. Los estudiantes que pasaron por los claustros
académicos, sobre todo los que formaron parte del estamento eclesiástico fueron bastante
trashumantes, desplazándose a los curatos que estaban vacantes como ayudantes, o como
curas interinos o propietarios según los resultados de los concursos, por lo que no todos
murieron en los lugares de origen. De los pocos que se ha conservado su testamentaría,
no siempre está completa, ya sea por mutilación o porque nunca se concluyó el juicio
sucesorio y, por tanto, no se labró el inventario; lo que hace imposible conocer el elenco
de sus bibliotecas.
Nueve han sido los inventarios hallados que poseen libros, cinco pertenecen a exalumnos
o egresados que permanecieron o vivieron sus últimos días en Córdoba, dos a Tucumán y
dos a Salta. En uno de estos inventarios de los bienes que quedaron por muerte del cordobés
Javier de la Torre, se especifica que los libros inventariados están en posesión de dos de
sus hijos, ambos clérigos y egresados de la universidad. Por esta razón más que a Javier,
nos referiremos a Pedro Tomás y Mariano de la Torre que fueron, en última instancia, los
destinatarios y poseedores de los libros que figuran en el inventario de su padre.
Son diez, entonces, los egresados de cuyas bibliotecas nos ocuparemos en el trabajo,
aunque en estos últimos dos casos mencionados no sean las librerías que los de la Torre
conformaron en toda su vida, sino más bien lo que heredaron de la biblioteca paterna o que
su progenitor compró para ellos mientras estudiaban.10
Todos los colegiales y universitarios analizados ingresaron a la Facultad de Artes -la
primera dentro del curriculum universitario- entre 1728 y 1788, pero con un predominio de
ingreso en la segunda mitad del siglo XVIII -8 de los 10 estudiados-. Seis obtuvieron los
grados máximos de doctor en la propia Universidad, salvo el caso del cordobés Domingo
Ignacio de León que, habiéndose licenciado en la universidad cordobesa, obtuvo su
doctorado en leyes en la chuquisaqueña de San Francisco Javier; de los cuatro restantes,
tres obtuvieron el grado de maestro en artes, con la excepción del salteño Félix Fernández,
que habiendo alcanzado el mérito suficiente para graduarse de esa facultad, nunca obtuvo
dichos grados. De estos diez casos, ocho se ordenaron de presbíteros dentro de la órbita
del clero secular.
Todos tuvieron altos niveles de alfabetización, no sólo en la lengua vernácula, sino en
el idioma de la ciencia: el latín, tanto es así que ingresaron a la universidad con un dominio
importante de la lengua del Lacio, necesario para comprender el sistema universitario y la
ciencia de entonces.
Fueron hijos o parientes de los sectores dominantes en el plano económico, político
y religioso. Compusieron un sector privilegiado de la sociedad desde su relación con
la escritura y lectura, pues todos tuvieron bibliotecas en sus casas, sus padres tuvieron
un importante grado de alfabetización, y poseyeron medios económicos para seguir
adquiriendo libros una vez finalizados los estudios. Por todas estas características, su
relación con el mundo de la cultura escrita es óptima para ejemplificar.
Nos asomaremos primero al elenco de sus libros desde una perspectiva cuantitativa,
es decir, aquellos aspectos culturales del libro que podamos cuantificar. Los libros que
aparecen en los inventarios reflejan la composición final de las librerías personales, son los
libros últimos. Por lo que podemos pensar que son los adquiridos durante los estudios y los
acumulados durante toda una vida, por compra, préstamos no restituidos, o por herencia.
También aquéllos que obedecieron a los placeres del yo, como a los que fueron serviciales
instrumentos en la vida profesional, o los que fueron conservados por meros intereses
bibliófilos. No se puede dejar de lado justamente lo ausente, aunque sea imposible la
cuantificación como en el caso del gusto bibliófilo; muchos libros pudieron perderse
por préstamos, regalos, donaciones, descuidos, y roturas, entre otras variadas formas de
ausencia.
El gráfico I muestra la composición de las bibliotecas por la cantidad de tomos, las que
oscilan entre un libro, como la del tucumano Felipe Martínez de Iriarte -lo que no significa
que ese Missale Romanum para celebrar la misa, haya sido el contenido de su librería,
como dijimos son los libros últimos-, hasta la más voluminosa, del jujeño devenido en
salteño, y pariente del primero, Diego Antonio Martínez de Iriarte.
Gráfico I
Cantidad de tomos por librería
300
268
250
200
167
Tomos
150
100 85
67
51
39 33
50 26
1
0
Diego Antonio Miguel Tomás y Pedro Lucas Félix Vicente Sebastián Domingo Felipe Martínez
Martínez de Sánchez de Mariano de la de Allende Fernández Peñaloza Magallanes Ignacio, de Iriarte
Iriarte Lamadrid Torre Esteban de
León
Fuentes:11 AHPC, Escrib 2, 1785, leg. 64, exp. 21; Escrib. 4, 1799, leg. 15, exp. 10; Escrib. 4, 1801, leg. 17, exp. 3;
Escrib. 4, 1803, leg. 21, exps. 1 y 13. AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 28, exp. 1; caja 31, exp. 6; ABHS,
Testamentarías, 1779, exp. 1; 1785, exp. 3.
Devocional y Edificante
(26) 9%
Liturgia (20) 8%
Historia (19) 7%
Instrumentales (11) 4%
o eclesiástico, y para el ejercicio del púlpito o la cura de almas, con pocos libros destinados
al ocio.
Existen diferencias si comparamos el elenco de un clérigo -por ejemplo Sebastián
Magallanes-, y la de un noble lego como Pedro Lucas de Allende, con catorce títulos, el
primero y doce, el segundo.
El de Magallanes -gráfico III- es una típica biblioteca de utilidad, con un predominio
de libros de formación intelectual y espiritual, y ninguno que indique esparcimiento. La
teología y la liturgia ocupan un 42%, mientras que la literatura devocional -tan difundida
en el siglo XVII-, un 37%.13
Gráfico III
Librería de Sebastián Magallanes
Gramática (1) 7%
Derecho (1) 7%
En la librería del cordobés Pedro Lucas de Allende, quien una vez obtenido su título
de maestro en Artes se dedicó a las empresas familiares de cría y comercio de mulas, y
también de productos manufacturados14, observamos una composición temática variopinta.
Si bien la teología ocupa la mayor parte de los temas 26% -quizá reflejo de sus años de
estudiante, pues completó todo el curriculum de la Facultad de Teología-, le sigue en igual
porcentaje la historia, cuyas temáticas indican esparcimiento. Sin lugar a dudas hay obras
de utilidad, como las de medicina (8%), física (8%), derecho (8%), pero la presencia del
libro devocional (8%) disminuye en relación a la de Magallanes, y al menos hay una obra
de literatura y un diccionario en francés.
Si bien ambas librerías poseen casi el mismo número de títulos, la de Allende es mucho
mayor por la cantidad de tomos (67), que la de Magallanes (33). También reflejan ambas el
poder adquisitivo de sus dueños, Magallanes es pobre, ya que al momento de graduarse de
doctor en Teología era huérfano de madre y el claustro universitario resolvió otorgarle los
grados sin el pago de las propinas, pues les constaba verdaderamente su pobreza.15
Ambos casos muestran realidades distintas, donde independientemente de la capacidad
Gráfico IV
Librería de Pedro Lucas de Allende
Medicina (1) 8%
Derecho (1) 8%
Historia (3) 26%
Devocional y Edificante
(1) 8%
Literatura (1) 8%
La conservación de la memoria
El libro es un objeto frágil que necesita protección, por ello desde su invención se
crearon objetos para resguardarlo, o esconderlo si tenía un contenido secreto. El mobiliario
destinado a cuidarlos, tanto para atesorarlos como para leerlos, ha variado a lo largo del
tiempo, lo mismo que los espacios domésticos donde se conservaba esta memoria escrita.
Los libros aparecen en diversos ambientes de las casas, tanto de acceso más general
-salas- como restringido o privado -aposentos-, e igualmente variados son sus contenedores,
que van desde estanterías hasta arcones de madera. Lo más común cuando se poseen pocos
es recurrir al baúl, donde aparecen en compañía de artículos varios. El jujeño, residente en
Salta, Diego Antonio Martínez de Iriarte poseía un “baúl grande con dos chapas, forrado
en baqueta con sus flores y tachuelas”16, y el cordobés Javier de la Torre tenía en su haber
cinco baúles, algunos forrados en cuero y otros con telas finas17; lo mismo Pedro Lucas de
Allende, pues en su inventario se consignan dos baúles forrados de tela y tachonados con
cerradura.18 También se puede recurrir a las “caxas” de madera para guardarlos, que suelen
ser más pequeñas que los baúles. Pedro Lucas tenía tres, Javier de la Torre tenía cinco,
todas de cedro, que como parte de la herencia había recibido el hijo de éste último Tomás
de la Torre, que era “con cerradura y manijas de hierro y su cajón dentro”. Domingo Ignacio
Esteban de León tenía dos cajas de cedro “con embutidos, cerradura, llave y cenefa”.19
También para proteger o esconder libros, había mesas y escritorios con cajoneras y
estantes. El salteño Félix Fernández poseía una mesa con tres cajoncitos; el cordobés
Allende tenía dos, pero una de particular descripción, que nos imaginamos muy bella: “una
mesa de nogal, pies de cabra, con su estante llano, con once cajones con sus tiradores de
metal”, y su compatriota Esteban de León tenía otra similar “con su estantito de un cuerpo
de madera del Paraguay, con once gavetas o cajoncitos, nueve de efectos y dos sólo de
muestra, todos con chapitas y tiradores amarillos”.
No debemos descartar que, aunque las cómodas hayan sido diseñadas para albergar la
ropa y los enseres de uso personal, que no haya habido alguna que cobijó algún libro, Pedro
Lucas poseía dos, una de caoba con cuatro cajones, y otra de nogal con idéntico número
de cajones y adosada una escribanía; Javier de la Torre tenía una cómoda de madera de
zarzafraz con escribanía y estante encima. 20
Cuando el elenco de libros era cuantioso, sus dueños disponían de estanterías. La que
se nos antoja más elaborada fue la de Diego Antonio Martínez de Iriarte, que era de ciprés,
embutida en la pared “con su coronación y trece gabetas grandes y diez chicas”, aunque
también se menciona otro estante viejo “que servía de librería”, y el estante nuevo de
cedro “en que se halla la librería con su espaldar de bramante crudo”. Recordemos que
la biblioteca de Diego Antonio es la más voluminosa de las que estudiamos, por lo que
necesitaba, sin lugar a dudas, más de un mueble para contenerla. El mismo mobiliario tiene
el tucumano Sánchez de Lamadrid, “dos estantes de madera chicos para librería con cuatro
cajones que tienen cerradura”.21
¿Por qué se fabricó un mobiliario para libros? Roger Chartier piensa que en primer
lugar se procuró su conservación, el libro es un objeto frágil, de allí el “encerramiento del
libro”, pero también es decorativo y distintivo, mostrar la erudición del dueño de los libros,
su buen gusto, su actualización en las materias.22
Esto se daba sobre todo cuando existían libros en las salas de recibo, que era donde la
familia socializaba su espacio doméstico con el público.
Sin embargo, el libro está presente en la sala, como sugiere el caso del caballero de la
Orden de Carlos III Pedro Lucas de Allende, pero también en lo recoleto de los aposentos,
como dejan entrever con cierta seguridad los inventarios de Diego Martínez de Iriarte,
pues esa alacena embutida en la pared y con coronación está en la intimidad de su cuarto,
donde además aparece un escritorio con chapa y barandillas de plata y un atril de madera,
lo que sugiere el ejercicio de la escritura. Claro que, por lo voluminoso de su biblioteca,
algunas estanterías están en la sala. De igual modo Sánchez de Lamadrid tiene su elenco
de libros en su aposento, y una mesa con siete cajoncitos “para guardar cartas y papeles
con separas[io]n”.23
Estos indicios documentales mueven a considerar una pluralidad de sentidos sobre el
leer y el escribir. Dos de los clérigos estudiados poseen al libro cerca del lugar donde
duermen, muy cerca de su descanso, de su solaz, que invita, sin lugar a dudas, a la lectura
en la cama y silenciosa; pero también los libros están cerca del escritorio o la papelera24,
donde guardan los documentos importantes: escrituras, cartas, libros contables, por ello el
libro forma parte de sus tesoros, de los bienes más preciados, escondidos para la vista y
contacto del común. Sin embargo, el lego noble Allende, los exhibe en la sala de recibo,
Corrientes de pensamiento y formación intelectual de los hombres de
letras
El lugar de primacía en la formación intelectual de la elite del Tucumán era, sin lugar a
dudas, la Universidad de Córdoba junto a su Colegio de Nuestra Señora de Monserrat, aunque
algunos de sus miembros estudiaban en la San Francisco Xavier en Chuquisaca.
Por lo general iniciaban sus estudios en Córdoba, y luego viajaban a La Plata para continuar
con la jurisprudencia, ya que la universidad cordobesa no tuvo cátedra de derecho civil hasta
1791.
El colegio monserratense era un convictorio, no se impartían clases, pero existía la figura
del prefecto de estudios, que tenía como función ayudar y dirigir el estudio de las lecciones
impartidas en la universidad.26
No obstante, hubo otros centros de formación -principalmente conventuales-, ya que los
franciscanos, mercedarios y dominicos tenían estudios en algunos de sus cenobios, y además
del seminario de Nuestra Señora de Loreto, donde se formaba parte del clero secular que
acudía a estudiar en la universidad. Pero ninguno tenía el prestigio, ni la profundidad de
conocimientos, como los que impartían la universidad y su colegio.
El curriculum universitario sufrió importantes reformas desde principios del siglo XVIII,
que comportó dos ámbitos, uno administrativo-institucional y otro ideológico, consecuencia
del plan de cambios borbónico. Este último buscó una reestructuración de los saberes acorde
con la nueva política ilustrada. El contenido de la reforma y su impacto en el conocimiento
ayuda a explicar el contenido de las bibliotecas de los egresados que estudiamos, y observar,
a través de las páginas de sus libros, si la formación obtenida y asimilada de algún modo,
influenció en alguna medida la composición ideológica de sus bibliotecas.
Como consecuencia de la buena relación que Felipe V tenía con los jesuitas, algunos
atisbos de reformas comenzaron a penetrar en la Universidad de Córdoba a principios del
siglo XVIII, sobre todo en la Facultad de Artes en el estudio de la física experimental.
Domingo Muriel, un profesor jesuita, enseñaba a sus alumnos hacia 1749, el paradigma
moderno de la ciencia. Lo mismo sucedió con otro ignaciano, Benito Riva, profesor entre
1762-1764, que admirado de los resultados obtenidos por la experimentación y los inventos
tecnológicos, decía a sus alumnos que “gracias a estos instrumentos se ha comprobado la
falsía de muchas cosas, que antes se tenían por ciertas. El solo hecho de que los modernos
filósofos hayan trabajado afanosamente por descubrir la verdad, es razón bastante para que
no prescindamos de ellos”.27
El aspecto destacable de los cambios experimentados en la enseñanza de la Facultad
de Artes, fue la crítica al sistema aristotélico en la explicación de la ciencia que, iniciado
durante la administración de los jesuitas, se aceleró como consecuencia de la reforma
carolina luego de la expulsión de éstos. Tanto con los ignacianos como con los seráficos
encontramos dos posturas, la de aquéllos que rechazaban de plano la concepción aristotélica
sobre el mundo y la de los que buscaban una conciliación con el paradigma newtoniano;
los que creían en una explicación teleológica y los que privilegiaban una explicación legal.
En cuanto al método, estaban los que sostenían la observación como único medio de llegar
a la verdad y los que consideraban que no era suficiente, pues con la experimentación se
habían mostrado realidades que con sólo la observación hubiera sido imposible arribar.28
Aunque se debe advertir, y en esto coincidimos con Lértora Mendoza, que la ciencia
tenía un eminente carácter docente, ya que no había una producción científica original y
se investigaba poco.29 Quizá la falta de imprenta que publicase las producciones locales
desalentaba, y los profesores universitarios no se dedicaban exclusivamente a sus tareas
de cátedra, sino que también debían desempeñar funciones inherentes a su ministerio
sacerdotal, además de otros puestos de decisión en el seno de su orden religiosa.
El llamado por Lértora período ecléctico se desarrolló durante la administración
franciscana (1767-1807). Conjuntamente con la política reformista monárquica,
confluyeron factores internos de la propia orden religiosa que prepararon el camino para
que ambos proyectos, el monárquico y el de la Iglesia, confluyeran.
Una serie de lumbreras de la orden seráfica, como el portugués Fr. Manuel do Cenáculo
Villas Boas (1724-1814) y el español Fr. Manuel María Trujillo, fueron la base en las que
se situó la reforma de los estudios franciscanos en la segunda mitad del siglo XVIII, que se
plasmó en una revisión de los planes de estudio conventuales, bibliografía actualizada, y
una mejor organización del curriculum acorde con las ideas ilustradas.30
La postura crítica de Trujillo a los males de la educación de su época era más directa que
la de Cenáculo. Su antiperipatetismo era tajante, sobre todo su crítica a las consecuencias que
su adoración trajo para el desarrollo de la ciencia, además de ser una propuesta de carácter
regalista, donde se ensalzaban las bondades del rey y su protección a los súbditos.
Trujillo quería que se abandonara el complejo sistema aristotélico, que lo había
convertido en una disciplina árida, por un nuevo camino que condujera mejor al
conocimiento cierto. En la seráfica Universidad de Córdoba, se ve la influencia trujillana,
muchos profesores refutan las ideas de Aristóteles en muchas teorías físicas sobre la esencia
del cuerpo natural, materia y forma substancial, vacío, movimiento, gravedad, elasticidad
de los cuerpos, origen de los mixtos, calor y frío, cielo y estrellas.
Ya desde la constitución misma del cuerpo natural, de su esencia, los cursos de física
dictados por franciscanos que han sobrevivido en el tiempo inician su exposición definiendo
al ente móvil o cuerpo natural, la razón formal del mismo y los principios que lo contienen,
desde una postura antiaristotélica. Oscilan entre la consideración cartesiana -extensión actual-,
y la gassendista -impenetrabilidad actual-.
Fray Cayetano Rodríguez, profesor en 178231, Fray Elías del Carmen Pereira que dicta
física en 178432, y Fray Fernando Braco33 intentan conciliar las doctrinas predominantes
en el período de Descartes y de Gassendi. Sobre la naturaleza de la materia se apartan
Natal Alejandro y de Daniel Concina, para desterrar la laxitud en las opiniones morales”.49
Esteban Llamosas apunta que, no obstante haber sido Concina un polemista con los
jesuitas, el hecho de que fuera considerado para la enseñanza por Carlos III y su grupo
reformista se debió a que su teología prestaba un servicio a la Corona, pues fortalecía la
autoridad regia. El rey sabía que “antes de las leyes y la política debía dominar la teología”,
y que la misma debía ser un fuerte instrumento de gobierno.50
Otro autor señalado por el conde de Aranda era Melchor Cano (1509-1560) para la
enseñanza de los lugares teológicos, libro que encontramos en la librería de Sánchez de
Lamadrid.51 ¿Por qué un teólogo de la primera mitad del siglo XVI, para la enseñanza
teológica de la segunda mitad del siglo XVIII? En primer lugar era dominico y tomista,
es decir obedece a la reforma borbónica de los estudios superiores de volver a las fuentes
teológicas anteriores a los debates del siglo XVII por la irrupción del probabilismo. En
segundo lugar la obra era famosísima, ya que Cano inauguró un período en la teología,
enseñando un nuevo método a través de su obra De locis theologicis libri duodecim
(Salamanca 1563), que tuvo muchísimas ediciones.52
El autor polemizó con los protestantes, pero por la época estuvo lejos de la contienda
que tuvo lugar en el siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII. Se había opuesto en su
momento a la naciente Compañía de Jesús, a quien consideraba una secta como la de los
luteranos. Como además, Felipe II le había encargado la defensa jurídico-moral de sus
regalías frente a las pretensiones papales de Pablo IV, esta temática se desempolvó al calor
del regalismo del XVIII, cuyos argumentos antijesuíticos de Cano supo retomar Carlos III
para sustentar la expulsión.53
También las constituciones de la Universidad de Córdoba, reformadas por el obispo
del Tucumán Fr. José Antonio de San Alberto recomendaron la compra de textos como la
Teología del dominico tomista probabiliorista Jean Baptiste Gonet (1616-1681) o la Summa
Theologica de Santo Tomás, y para la moral al nombrado Daniel Concina, Francisco
Echarri (ca. 1700- ca. 1800), y Francisco Lárraga (ca. 1671- ca. 1724). Todos estos autores
formaban parte de los elencos librarios de los egresados universitarios que estudiamos,
como por ejemplo el compendio en seis volúmenes de la Teología de Gonet que lo poseía
Vicente Peñaloza54, mientras que las obras de Francisco Echarri estaban en las bibliotecas
de los hermanos cordobeses de la Torre y Sebastián Magallanes55, y Lárraga56 en la del
salteño Félix Fernández.57
Tanto Concina, como Gonet y Lárraga eran dominicos, con la excepción del franciscano
observante Echarri, por lo que estamos en la misma línea del probabiliorismo, que
coqueteaba con el jansenismo, pues como se ha dicho, los franciscanos también habían
adoptado corporativamente esta doctrina teológica en el capítulo de Mantua de 1762.
En los elencos de libros del Tucumán que estudiamos aparecen otros autores
probabilioristas, por ejemplo las Lectiones morales in Prophetam Ionam del dominico
Angelo Paciuchelli; del agustino Giovanni Lorenzo Berti (1696-1766) De Theologicis
Disciplinis, por cuya obra este autor fue tildado de jansenista por dos obispos franceses y
denunciado por ellos al Santo Oficio. Benedicto XIV sometió el impreso a la censura de
importantes teólogos, y el mismo papa les escribió a los obispos galos expresándoles que
nada encontraron los censores en la obra contrario a las enseñanzas de la Iglesia.58
La Theologia Scholastico-Dogmatica iuxta mentem Divi Thomae Aquinatis ad usum
discipulorum del cardenal dominico Vincenzo Ludovico Gotti (1664-1742) formaba parte
de los libros de los hermanos de la Torre.59 Gotti como cardenal estuvo en el cónclave que
eligió a Benedicto XIV, que alentó al grupo probabiliorista.60 Junto al dominico Charles
René Billuart fueron los defensores del tomismo en el siglo XVII y XVIII en medio de los
debates de los jesuitas. Billuart era el autor seguido para el estudio de la teología dogmática,
luego de la reforma del plan de estudios en 1808 por el deán Gregorio Funes.61
La obra del rigorista Jaime Amat de Gravesson (1670-1733), que en el plan universitario
de Funes fue seleccionado para que por él se aprendiera la teología moral, aparece en la
biblioteca de los hermanos de la Torre.
No puede faltar en las librerías de la segunda mitad del siglo XVIII el mejor expositor
de la teoría del galicanismo y regalismo monárquico, el obispo francés Jacques Benigne
Bossuet. Cinco tomos en cuarto de la Historia de las Variaciones de las Iglesias Protestantes
están en la de Sánchez de Lamadrid; y cuatro tomos en octavo de la misma obra en la de
Diego Antonio Martínez de Iriarte. El cordobés Pedro Lucas de Allende tiene una, cuyo
título no se especifica, pero formada nada menos que por dieciséis tomos con tapas de
pergamino.62
Las obras del obispo de Méaux se hicieron muy populares en España e Indias con la
llegada al trono de la Casa de Borbón, y las más importantes fueron traducidas a la lengua
castellana. Bossuet es conocido como el más importante de los clérigos que fundamentaron
teológicamente el regalismo. Fue defensor de las regalías del rey frente al papa en el
conflicto que tuvo Luis XIV con Inocencio XI.
El Rey Sol convocó a una reunión de todo su clero en Francia para dar solución a
la disputa. En 1673 había tomado directa intervención en la Iglesia gala declarando que
sustituiría a cualquier obispo, capitular o párroco cuando quedara vacante una diócesis, un
beneficio en el cabildo eclesiástico, o una parroquia, pero, además, cobraría y administraría
las rentas episcopales. Inocencio XI elevó numerosas protestas entre 1678 y 1679, por lo
que el monarca planteó un desquite en el terreno doctrinario convocando a la Asamblea del
Clero Francés, que se reunió en París en 1681. Concluyó en 1682 con la Declaratio cleri
galicanæ de potestate ecclesiastica, que incluía cuatro puntos del regalismo más extremo, que
básicamente era un reduccionismo a la mínima expresión del poder espiritual y temporal de
los pontífices.63
Bossuet escribió su Defensio Declarationis Cleri Gallicani para explicar los malos
entendidos, aunque es partidario del conciliarismo y que una decisión pontificia necesita del
acuerdo episcopal para imponerse a toda la Iglesia.
Aunque no parece haber rastros de esta obra en las bibliotecas estudiadas -salvo que
supongamos que en la de Pedro Lucas pudiera estar comprendida en sus 16 tomos no
identificados, pues tuvo traducción castellana-, los principios de ella eran enseñados en la
Universidad de Córdoba, y en unas tesis defendidas para el grado de doctor en la Facultad de
Leyes en 1793, el cordobés Jerónimo de Cabrera y Cabrera dio inicio a sus conclusiones con
un epígrafe tomado de la Defensa de la Declaración del Clero de Francia.64
Como corolario del grupo de autores que estudiamos, ligados al probabiliorismo, resta la
obra de Zeger Bernhard van Espen (1646-1728), teólogo belga abiertamente jansenista. Su
famoso trabajo Jus ecclesiasticum universum, estaba en manos de los hijos de Javier de la
Torre.65
Todas sus obras estuvieron en el Index Librorum, y el mismo autor fue suspendido a divinis,
pues además de ser un liberal defensor del regalismo y el galicanismo frente al pontífice,
apoyó una elección episcopal en Holanda sin el consentimiento del papa.66 No obstante, el
autor circulaba, se leía y se recomendaba, y es lógico que aparezca en una novel biblioteca en
conformación, frente a las otras en las que está ausente. Los de la Torre han estudiado en las
postrimerías del siglo XVIII, cuando van Espen comenzaba a circular con mayor asiduidad.
Autor profundamente ligado a la concepción borbónica sobre el poder fue Arnold Vinnen,
cuya obra Commentarius Academicus, et Forensis In Quatuor Libros Institutionum Imperalium
comentado por Johann Gottlieb Heineccius, fue recomendada por el virrey Nicolás de
Arredondo en el auto de creación de la cátedra de derecho romano en la Universidad de
Córdoba en 1791.67
El romanista holandés del siglo XVII, cuya obra tenía muchísimo éxito en las universidades
hispanas y formaba parte medular de la reforma de los planes de estudio por los ministros de
Carlos III y Carlos IV, estaba en los elencos librarios de Diego Antonio Martínez de Iriarte y
de Félix Fernández.68
Heineccius, quien hace el prefacio de la obra de Vinnen, forma parte del grupo fundante
del derecho natural racionalista.69 Esta introducción del derecho natural racionalista se
complementaría más tarde, luego de la Revolución de Mayo, con el estudio de otros
iusnaturalistas como Hygh Groot (1583-1645) y Samuel von Pufendorf (1632-1694), todos
juristas protestantes, que Roberto Ignacio Peña encuentra mencionados en el plan de estudios
universitario de 1813, redactado por el deán Funes y citados profusamente por este autor.
Además estos libros los mencionan Juan Baltazar Maziel y Juan Ignacio de Gorriti.70
No deja de sorprender la presencia en las librerías privadas de la corriente moral del
probabilismo, a través de la Escuela Jesuítica, en su gran mayoría. Las disposiciones emanadas
de la Corona y su burocracia, con el visto bueno del Papado, intentaban arrancar de raíz esta
óptica superestructural de lo bueno y lo malo de las conductas humanas. Sin embargo, las
doctrinas jesuíticas seguían presentes en las bibliotecas privadas, por el contrario de lo que se
pretendía en las bibliotecas institucionales.71
La recurrencia a muchas obras jesuíticas canónicas y morales se había vuelto imprescindible
para la resolución de muchas cuestiones del confesionario, de la administración de los
sacramentos a los indios, de los ayunos cuaresmales, o de la disciplina matrimonial, entre
otras, por lo que debía resultar imposible obedecer las órdenes jerárquicas por la sencilla razón
de que no se habían escrito otras obras que las reemplazaran en auxilio de los capellanes,
párrocos, e incluso obispos. También podemos pensar que aquellos que habían estudiado bajo
determinadas doctrinas teológicas, les resultaría difícil el asimilar y apropiarse de las nuevas.
Una obra que aparece con muchísima frecuencia es el Cursus Juris Canonici Hispani
et Indici del jesuita Pedro Murillo Velarde (1696-1753). La primera edición de esta obra
realizada en Madrid en 1743 se agotó pronto, y el autor quiso publicar una segunda edición
con la adición de un comentario de las constituciones de Benedicto XIV, pero algunos puntos
no agradaron al conde de Campomanes por lo que la segunda edición salió recién en 1763
como póstuma. También en 1791 la obra tuvo una edición, ya corregida en algunos aspectos
probabilistas72.
Murillo está presente en las librerías de los juristas Domingo Ignacio Esteban de León
y Diego Antonio Martínez de Iriarte, pero también en la de Miguel Sánchez de Lamadrid,
Mariano y Tomás de la Torre, y Félix Fernández. Este último también posee la Práctica de
Testamentos del autor.
Otra obra, citada frecuentemente en la Universidad de Córdoba durante el período jesuita,
y que aparece en varias bibliotecas de los egresados es el Itinerario para parochos de indios
del ignaciano Alonso de la Peña Rivas y Montenegro (1596-1687). El libro lo poseían los
de la Torre, Sánchez de Lamadrid y Diego Martínez de Iriarte.
A Murillo Velarde y a Peña Rivas y Montenegro le sigue en frecuencia el probabilista
moderado y casuista Johann Georg Reiffenstuel -más conocido como Anaklet, nombre
que tomó en su vida religiosa-. Está en los elencos de Sánchez de Lamadrid y Martínez de
Iriarte.
La obra sobre derecho canónico de este franciscano desde su primera edición en 1700
era muy estimada y había alcanzado un primer puesto entre los canonistas, quienes lo
consideraban no superado y portador de nuevos vientos en ese campo. Roberto Peña afirma
que Reiffenstuel era uno de los autores más citados en los escritos jurídicos del juzgado
eclesiástico del obispado del Tucumán.73
En las bibliotecas de Sánchez de Lamadrid y de Martínez de Iriarte, tienen su lugar otros
jesuitas probabilistas igualmente prohibidos, tales como Claude Lacroix (1652-1714) con
su Theologia moralis; Antonino Diana (1585-1663) y sus Resolutiones morales; Andrés
Mendo con la Bullae Sanctae cruciatae elucidatio; y Pedro Calatayud (1689-1773) con sus
Doctrinas Prácticas. Algunas de estas obras encontraron edición luego de la extinción de
la Compañía de Jesús, pero expurgadas. Concretamente Calatayud estuvo prohibido en la
Universidad de Córdoba.74
En un plano que se entrelaza con los debates teológicos, y del derecho canónico está el
estudio de la Sagrada Escritura. No todas las librerías de clérigos que estudiamos poseen
la Biblia, pero sí la mayoría. Poseen la Biblia y sus Concordancias, en dos tomos, Sánchez
de Lamadrid, de la Torre y Diego Antonio Martínez de Iriarte, son los mismos que también
tienen obras de exégetas bíblicos, tales como Calmet, Cornelio a Lapide, y el padre Silveira,
entre otros.
La presencia de la Biblia y la obra de biblistas en poder de clérigos muestra una
renovación en la cultura eclesiástica del siglo XVIII que plantea el retorno a las fuentes de
la Revelación, de la Patrística latina y griega y de los cánones de concilios y sínodos, que se
patentiza a través del cambio de planes de estudio en seminarios y estudios conventuales.
En la Universidad de Córdoba desde 1783 se funda una cátedra de Sagradas Escrituras, que
está en manos del rector Fr. Pedro José Sulivan.
Igualmente se insiste desde la teología en recuperar una piedad más intimista, en
el ámbito de lo doméstico y privado, con la oración mental y la lectura de las Sagradas
Escrituras que tienen su primera traducción al idioma vernáculo. La piedad no es sólo la
manifestación de lo exterior, asistencia al templo, oración en él en voz alta, o dar culto público
a los santos. Se solicitaba la diaria lectura bíblica, para alimentar esa piedad.75
Llama la atención la falta de presencia en todas las librerías particulares que estudiamos
de libros de ciencia, incluso del amplio grupo de ilustrados cristianos, con la excepción de
Benito Feijóo.
Pedro Lucas de Allende posee la obra filosófica de Fr. Fortunato Bixia (o Brescia), que
fue la obra principal por la que se enseñaba la física en la Universidad de Córdoba durante
la regencia franciscana. La particularidad de la obra Philosophia Mentis methodice tractata
atque ad usus academicos, accommodata (Venecia, 1769), fue la rápida expansión que tuvo en
los institutos de formación franciscanos, pues nunca fue sospechada de heterodoxia.76
El elegido comisario general de Indias en 1785, Fr. Manuel María Truxillo escribió un
Conclusiones
Entre los varios espacios de formación académica de los grupos de poder que poseyó el
Tucumán, el que concentró mayor prestigio y competencia fue la Universidad de Córdoba
y su Colegio Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat. A sus administradores, jesuitas
o franciscanos, los grupos de la elite delegaron la formación de su prole, lo que implicaba
poder detentar y a su vez nuevamente transmitir los valores imperantes sobre el deber
ser. A su vez, parte de los recursos simbólicos los mostraban como los depositarios de un
conocimiento dominante que se buscaba legitimar y los legitimaba como tales. La universidad
era un organismo que contribuía a la consolidación de redes de sociabilidad que resultaban
operativas para el grupo. Esta característica es continua en las dos etapas históricas en
que hemos dividido el trabajo, a pesar de las diferencias que hubo entre ambas, que hemos
remarcado.
La etapa de formación ideológica no se circunscribía sólo al paso por las aulas
universitarias o de otros centros de estudio, lo que permite rastrear su continuidad siguiendo
las corrientes de pensamiento legitimadas por las corporaciones fuera de éstas. Todo ello
permite vislumbrar la repercusión e influencia que tenía ese “sello universitario”, en las
trayectorias individuales y colectivas de los graduados, en la conformación de lazos e
identidades grupales, ya transpuesta la etapa de las aulas.
Una vía posible de estudio de estas influencias es el análisis de las librerías personales
de los exalumnos y egresados. Es decir, trabajar sobre el “libro poseído”, al decir de Roger
Chartier, para conocer qué leían, con el propósito de descubrir un espejamiento, entre lo
enseñado y aprendido en las corporaciones de estudios superiores y la conformación de
sus lecturas destinadas a la vida eclesiástica, al foro, al ocio o a la edificación personal
desde una piedad privada barroca, con algunos atisbos de ilustrada.
Como se ha dicho lo poseído no significaba necesariamente lo leído, y lo ausente en una
biblioteca particular no implicaba desconocimiento, pues el préstamo librario entre pares
existía, como también la consulta y préstamo de bibliotecas semi-públicas como la Librería
Grande de la Universidad, la Librería del Colegio de Nuestra Señora de Monserrat, la del
Seminario Mayor de Nuestra Señora de Loreto, o de algunas iglesias matrices del obispado,
como la de San Miguel de Tucumán, por ejemplo.85
El extrañamiento de la Compañía significó un profundo cambio ideológico en la
universidad y sus colegios satélites, pues nuevas concepciones acerca de la relación de
los súbditos con el soberano y las instituciones de la monarquía que vinieron a ocupar su
espacio en las cátedras. La primera manifestación, en lo que a la fortuna de las bibliotecas
se refiere, fue la desmembración de los fondos originales jesuíticos, que en muchos casos
fueron a conformar otros, generalmente bibliotecas de particulares.86
Poseían libros tanto aquellos egresados que eligieron la carrera eclesiástica como
los civiles que obtuvieron títulos, o simplemente pasaron por las aulas. No siempre las
bibliotecas de los exalumnos eclesiásticos poseen más títulos y/o volúmenes que las de
los exalumnos seculares. El gusto por la lectura, o al menos por la posesión del libro, es
variado, dándose casos de inventarios de civiles con bibliotecas voluminosas (67 tiene
Pedro Lucas de Allende en Córdoba) y de eclesiásticos con sólo el misal romano (Felipe
Martínez de Iriarte en Tucumán), más allá de que se desconocen por ahora las causas o
motivaciones de esta disparidad.
Las bibliotecas están compuestas de lecturas eruditas y de las “populares” -libros de
devoción y de edificación, sobre todo-, pero el primer componente es más abundante
que el segundo. Los libros de lecturas eruditas son espejo de las ciencias que enseña la
universidad. Pero, en la segunda mitad del siglo XVIII, si bien permanece el componente
antiguo de la enseñanza (segunda escolástica y probabilismo), están patentes en la mayoría
de ellas las nuevas corrientes (tanto filosóficas: cartesianismo, atomismo, newtonianismo,
como las teológicas: probabiliorismo, filojansenismo, o las jurídicas: como iusnaturalismo
y regalismo), todas amalgamadas en la corriente mayor de la ilustración, con el paso por
el filtro cristiano. Ello se observa también en los formatos de los libros, donde predomina
todavía el infolio, aunque el in quarto ocupa buen espacio, lo que muestra bibliotecas en
transición, ya que la vieja ciencia teológica y la jurisprudencia, otrora impresa en libros de
grandes dimensiones, empieza a editarse en formatos más pequeños durante el siglo XVIII.
Es interesante observar, cómo la homogeneización ideológica buscada por las reformas
borbónicas y materializada, en el caso de las bibliotecas mediante la censura libraria,
se puede ver medianamente en las bibliotecas institucionales -de la universidad, de los
colegios, de los seminarios y de las órdenes religiosas-. Sin embargo, el componente de la
escuela jesuítica, que se ha intentado abolir, tanto de la enseñanza como de esas bibliotecas
institucionales, permaneció con algunos representantes en los repositorios particulares.
También puede vislumbrase que los elencos pertenecientes a egresados más viejos, poseen
mayor cantidad de libros probabilistas, que los que han cursado en la segunda mitad del
siglo XVIII, donde otras eran las perspectivas educativas.
Se percibe un mosaico ecléctico, propio de las librerías dieciochescas rioplatenses,
donde los viejos saberes se resisten a desaparecer, aunque más no sea permaneciendo
con un título en el anaquel de una biblioteca, mientras un ilustrado como Feijóo adquiere
presencia autoritaria, por la cantidad de ejemplares que se observan. Lo mismo sucede
con muchos de los regnícolas, algunos antiguos desempolvados por los Borbones, como
Bossuet, y otros noveles. En ese mosaico no falta tampoco la mirada de la ciencia física,
cuyo estudio abarca muchas más materias que lo que el concepto implica hoy.
Son los propios universitarios, integrantes de la elite intelectual del Virreinato, los que
participan de esa red de saberes que legitima el nuevo tipo de conocimiento dominante
querido por la Monarquía. A través de lo nuevo, hallado en sus bibliotecas, apoyan el
proyecto cultural monárquico.
Notas
1
Sólo, a modo de ejemplo, citamos algunos títulos que serán trabajados durante el desarrollo de este estudio:
José Carlos CHIARAMONTE, Ensayos sobre la “Ilustración” argentina, Paraná, Universidad Nacional
del Litoral, 1962; La crítica ilustrada de la realidad. Economía y sociedad en el pensamiento argentino
e iberoamericano del siglo XVIII, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982; La Ilustración
en el Río de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica durante el Virreinato, Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 2007, [1989]; José M. MARILUZ URQUIJO, “Clima intelectual rioplatense de mediados
del setecientos. Los límites del poder real”, Juan Baltasar MAZIEL, De la justicia del tratado de límites
de 1750, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1988, pp. 15-55; “El cambio ideológico en la
periferia del Imperio: el Río de la Plata”, El Mundo Hispánico en el Siglo de las Luces, Madrid, 1996.
“Ideas y creencias”, ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Nueva Historia de la Nación Argentina,
t. 3 Período español (1600-1810), segunda parte: La Argentina en los siglos XVII y XVIII, Buenos Aires,
Planeta, 1999, p. 195-246; Daisy RÍPODAS ARDANAZ, El obispo Azamor y Ramírez. Tradición cristiana
y modernidad, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1982; Refracción de ideas en Hispanoamérica
colonial, Buenos Aires, Culturales Argentinas, Secretaría de Cultura de la Nación, 1983; “Libros y lecturas
en la época de la Ilustración”, en Historia general de España y América, t. XI-2º, Madrid, Rialp, 1989,
pp. 467-496; Un ilustrado cristiano en la magistratura indiana. Antonio Porlier, Marqués de Bajamar,
Buenos Aires, PRHISCO- CONICET, 1992; “Libros, Bibliotecas y Lecturas”, en ACADEMIA NACIONAL
DE LA HISTORIA; Nueva Historia de la Nación Argentina, t. 3 Período español (1600-1810), segunda
parte: La Argentina en los siglos XVII y XVIII, hasta 1810, Buenos Aires, Planeta, 1999, pp. 247-279.Ana
María LORANDI, Poder central, poder local. Funcionarios borbónicos en el Tucumán colonial. Un estudio
de antropología política, Buenos Aires, Prometeo libros, 2008.
2
Daisy RÍPODAS ARDANAZ, Un ilustrado cristiano… cit., pp. 73-74, 76, 109-112.
3
Sebastián PERRUPATO, “Pedagogía y crítica en el siglo XVIII español. La obra de Francisco de Cabarrús”,
en María Luz GONZÁLEZ MEZQUITA (coord.), Historia Moderna: viejos y nuevos problemas, Buenos
Aires, Universidad Nacional de Mar del Plata, 2009, pp. 75-84.
4
Sebastián PERRUPATO, “Educar para la industria: Pedro Rodríguez de Campomanes y su proyecto de
educación”, en Anuario 8, Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2008,
pp. 265-276.
5
Ibid., p. 267.
6
José M. MARILUZ URQUIJO, “Ideas y creencias”…, cit., pp. 224-225.
7
Celina A. LÉRTORA MENDOZA, “Filosofía en el Río de la Plata”, en Germán Marquínez Argote y
Mauricio Beuchot (dirs.), La filosofía en la América Colonial, Bogotá, El Búho, 1996, pp. 275-320.
8
Silvano G. A. BENITO MOYA, Reformismo e Ilustración. Los Borbones en la Universidad de Córdoba,
Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2000; La Universidad de Córdoba en
tiempos de reformas (1701-1810), Córdoba, Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”, 2011.
9
Roger CHARTIER, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid, Alianza, 1994, pp. 100 y 128.
10
Las colecciones librarias que se estudian pertenecieron a: Felipe Martínez de Iriarte; Diego Antonio Martínez
de Iriarte; Miguel Sánchez de Lamadrid; Pedro Lucas de Allende; Domingo Ignacio Esteban de León;
Vicente Peñaloza; Félix Fernández; Pedro Tomás de la Torre; Sebastián Magallanes; y Mariano de la Torre;
el orden elegido va desde el más antiguo, por su ingreso a la universidad, hasta el más novato.
Felipe Martínez de Iriarte, de Tucumán, permaneció en el Colegio de Monserrat desde 1726 hasta 1729.
Su ingreso a la Facultad de Artes fue en abril de 1728, mientras que a la de Teología en marzo de 1731,
fecha también de su última matrícula universitaria. Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el
3/12/1732. Murió en Tucumán ca. 17/6/1768.
Diego Antonio Martínez de Iriarte, de Jujuy. Colegial de Monserrat entre 1739 y 1747. Ingresó a la Facultad
de Artes en marzo de 1740, y a la de Teología en 1743 donde cursó los cuatro años que preveían las
constituciones universitarias. Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes en 1744 y de bachiller,
licenciado y doctor en Teología en 1747. Luego, siguió estudios de leyes en San Francisco Javier de
Chuquisaca. Murió en Salta ca. mayo de 1772.
Miguel Sánchez de Lamadrid, de Tucumán. Como en los otros casos fue monserratense, desde 1742 a 1748.
Entró en la Facultad de Artes en febrero de 1742, y a la de Teología en abril de 1745, donde curso todo el
curriculum. Se graduó de maestro en Artes en 1746 y de doctor en Teología en 1750. Falleció en Tucumán el
5/8/1782.
Pedro Lucas de Allende, cordobés. Fue convictor del Colegio del Monserrat de 1759 a 1765. A la universidad
entró en febrero de 1758, y completó todo el curriculum de la Facultad de Teología donde ingresó en febrero
de 1761. Sólo se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el 3/12/1762. Caballero de la Orden de
Carlos III, murió en Córdoba en 1801.
Domingo Ignacio, Esteban de León, de Córdoba, fue monserratense desde 1757. A las Facultades de Artes
y Teología entró en febrero de 1758 y en febrero de 1761, respectivamente. A pesar de haber cumplido con
todo el plan de estudios sólo se graduó de bachiller y licenciado en Teología. Siguió la carrera de leyes en la
de Chuquisaca. Murió en Córdoba ca. 19/01/1785.
Vicente Peñaloza, natural de La Rioja. Entró como colegial del Monserrat en 1770, el mismo año que ingresó
a la Facultad de Artes. Completó los cuatro años de la Facultad de Teología a la que entró en marzo de 1773.
Se graduó de maestro en Artes el 11/12/1774 y de doctor en Teología el 14/7/1778. Murió en Córdoba en
febrero de 1801.
Félix Fernández, de Salta. Ingresa a la Facultad de Artes y al Colegio de Monserrat en 1772. Sólo completó el
curriculum para el título de maestro en Artes, pero no consta que se graduara. Murió en Salta el 11/11/1784.
Pedro Tomás de la Torre, de Córdoba. Permaneció en el Colegio de Monserrat desde 1786 hasta 1790. En
1784 había ingresado a la Facultad de Artes y en 1787 lo hizo a la de Teología. Su última matrícula en esta
última fue el 19/3/1789. Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el 14/12/1788 y de bachiller,
licenciado y doctor en Teología el 14/7/1792. Se avecindó en Santiago de Chile donde fue rector del Real
Colegio Carolino (1798-1812).
Sebastián Magallanes, ignoramos de dónde era oriundo, pero se afincó en Córdoba. Entró directamente a la
Facultad de Teología y al Colegio de Monserrat en abril de 1786, saliendo de éste último en julio de 1790.
Se graduó de bachiller, licenciado y maestro en Artes el 14/7/1787, y de bachiller, licenciado y doctor en
Teología el 28/8/1791. Murió en Córdoba el 6/10/1799.
Mariano de la Torre, cordobés, hermano de Pedro Tomás. Monserratense de 1789 a 1791. Ingresó a la
Facultad de Artes en 1788 y a la de Teología en 1791 donde no completó el curriculum. Se graduó de
bachiller, licenciado y maestro en Artes el 27/9/1792.
Para la reconstrucción de las biografías académicas se han consultado: Archivo General e Histórico de la
Universidad Nacional de Córdoba (en adelante AGHUNC), libro de matrículas nº 1 y libro de grados nº 1.
Archivo del Colegio Nacional de Monserrat: “Libro de la entrada de los Collegiales del Collegio de N. S. de
Monserrate de esta ciudad de Córdoba, (1702-1767)”, “Libro pribado en que se apunta el ingreso y salida de
los Colegiales. 1772-1805”.
11
AHPC: Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba; AHPT: Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán;
ABHS Archivo y Biblioteca Históricos de Salta.
12
No obstante que la ley de la Recopilación de Indias (lib.1, tít. XII, ley 1) prohibía expresamente que los
clérigos fuesen alcaldes, abogados o escribanos; el presbítero Dr. Diego Antonio Martínez de Iriarte se las
arreglaba para transgredir asaz estas disposiciones. La ley otorgaba ciertas excepciones, como defender sus
propios pleitos; o de sus parientes más cercanos -madre, padre o paniaguados- ante las justicias reales; o los
de la Iglesia donde fueren beneficiados; o a pobres y miserables. Mas, Martínez de Iriarte, que había sido
expulsado de Jujuy por perturbar el orden público, provocaba iguales situaciones en Salta, donde vivía.
Asesoraba a la propia alcaldía de primer voto, cuando la vara de justicia recaía en algún pariente, o se erigía
en abogado de una y otra parte pleiteante, lo que había ocasionado divisiones y malestar entre los salteños.
Así lo denunciaba el propio gobernador Fernández Campero en 1765 a la Real Audiencia de la Plata; la que
se reiteró en 1771 por el cabildo de Salta. Luego de una información secreta realizada por la Audiencia,
se resolvió en noviembre de 1771 expedir una real provisión de ruego y encargo al prelado, para que lo
castigase con el destierro de Salta. Martínez de Iriarte murió en Salta en mayo de 1772. Archivo y Biblioteca
Nacionales de Bolivia, EC-1771-155.
13
Roger CHARTIER, Libros…cit., pp. 98-99. Para el autor, en la Francia del siglo XVII hay un predominio del
libro devocional, entre comerciantes y artesanos, que da escaso lugar a otros tipos.
14
Liliáns Betty ROMERO CABRERA, La “Casa de Allende” y la clase dirigente: 1750-1810, Córdoba,
Junta Provincial de Historia de Córdoba, 1993, pp. 36-39, 82-85; Ana Inés PUNTA, Córdoba borbónica.
Persistencias coloniales en tiempo de reformas (1750 -1800), Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba,
1997, pp. 55-56, 161.
15
AGHUNC, Libro de Claustros nº 3 (1779-1801), claustro nº 213, 24/8/1791.
16
ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1.
17
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1.
18
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 13. Según el Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el
verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios
o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […] Compuesto por la Real Academia Española.
Tomo primero. Que contiene la letra A y B, Madrid, Imprenta de Francisco del Hierro, 1726, p. 576. Baúl es
por el Doct. D. Joseph Diaz de Benjumea...; aumentadas con las Bulas de los Summos Pontifices...;
conformadas con las leyes... de nuestra Nación Española; añadense los siete sacramentos, Madrid, oficina
de Manuel Martín, 1758.
57
AHPC, Escrib. 4, 1801, leg. 17, exp. 3, f.; Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1; Escrib. 4, 1799, leg. 15, exp. 10;
ABHS, Testamentarías, 1785, exp. 3.
58
Winfried BOCXE, Introduction to the teaching of the italian Augustinians of the 18th Century on the
nature of actual grace. Pars Dissertationis ad Lauream in Facultate S. Theologiae apud Pont. Athenaeum
“Angelicum” de Urbe, Héverlé-Louvain, Augustinian Historical Institute, 1958.
59
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1.
60
Andrés BARCALA MUÑOZ, Censuras inquisitoriales a las obras de P. Tamburini y al Sínodo de Pistoya,
Madrid, CSIC- Centro de Estudios Históricos, 1985, p. 300.
61
Silvano G. A. BENITO MOYA, La Universidad…, cit., p. 344.
62
AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6; ABHS Testamentarías, 1779, exp. 1; y AHPC, Escrib.
4, 1803, leg. 21, exp. 1. Aunque hubo dos ediciones de las obras completas de Bossuet en el siglo XVIII, la
primera 1745-1753, y la segunda 1772-1788, sendas se publicaron en francés. Pensamos más bien, que Lucas
tenía 16 tomos que reunían varias obras, muchas de las cuales estaban publicadas en castellano y que fueron
inventariadas en su conjunto tomando como referencia al autor.
63
Teología en América Latina…, cit., pp. 200-201.
64
Silvano G. A. BENITO MOYA, La Universidad…, cit., p. 345-347.
65
AHPC, Escrib. 4, 1803, leg. 21, exp. 1. Los de la Torre poseían, casi con seguridad, la considerada mejor
edición de sus obras: Jus ecclesiasticum universum antiquae et recentiori discipline praesertim Belgii,
Galliae, Germaniae, et vicinarum Provinciarum accommodatum, publicada en Lovaina en cuatro tomos
infolios.
66
A. van HOVE, “Zeger Bernhard van Espen”, en The Catholic Encyclopedia, Nueva York, Robert Appleton
Company, 1909, Consultada en 21/03/2012 en New Advent: http://www.newadvent.org/cathen/05541b.htm
67
AGHUNC, serie: Documentos, libro nº 3, pp. 319-324.
68
ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1; Testamentarías, 1785, exp. 3. Pensamos que la edición que poseían era
la que luego usó desde la cátedra de Córdoba. Fernández, aunque muere en 1784, nos resulta difícil creer
que tuviera la obra de Juan de Sala -catedrático de la Universidad de Valencia- Vinnius castigatus atque ad usum
tironum hispanorum accomodatus in quorum gratiam Hispanæ leges opportunioribus locis traduntur..., cuya
primera edición vio la luz en Valencia en 1779, siendo también en dos tomos.
69
Johann Gottlieb HEINECCIUS (1671-1741), “Præfatio”, en Arnold VINNEN (1588-1657), Commenta
rius Academicus, et Forensis In Quatuor Libros Institutionum Imperalium, Lyon, Pierre Bruyset, 1747, sine
pagina.
70
Roberto I. PEÑA, “Los derechos naturales del hombre en la ideología del siglo XVIII rioplatense”, en
Cuadernos de Historia, nº 2, Córdoba, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
1992, p 23.
71
Silvano G. A. BENITO MOYA, “Bibliotecas y libros en la cultura universitaria de Córdoba durante los siglos
XVII y XVIII”, en Información, Cultura y Sociedad: revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas,
nº 26, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2012, pp. 21-23.
72
Hugo HANISCH ESPÍNDOLA, “Pedro Murillo Velarde S. J., canonista del siglo XVIII. Vida y obras”, en
Revista Chilena de Historia del Derecho, nº 12, Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 1986, p. 57.
73
Roberto I. PEÑA, “Fuentes del Derecho Indiano: los autores, Anacleto Reiffenstuel y el Jus Canonicum
Universum”, en Anales, t. XXVI, Córdoba, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
1988, p. 126-127.
74
Colección documental “Mons. Dr. Pablo Cabrera”, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad
Nacional de Córdoba, documento 6627. En 1769 una real provisión ordenaba que se cumpliera una real
cédula del año anterior, de que no se enseñara en la Universidad las doctrinas jesuíticas de Calatayud,
Busenbaum, y Cienfuegos.
75
José M. MARILUZ URQUIJO, “Ideas y creencias”…, cit., pp. 226.
76
Celina A. LÉRTORA MENDOZA, La enseñanza de la Filosofía en tiempos de la colonia. Análisis de cursos
manuscritos, Buenos Aires, Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 1979, p. 351.
77
Fr. Manuel María Truxillo, Exhortación Pastoral Avisos Importantes, y Reglamentos Utiles, Que para la mejor
observancia de la Disciplina Regular, é ilustracion de la Literatura en todas las Provincias y Colegios Apostólicos
de América y Filipinas publica... Madrid, Viuda de Ibarra, Hijos y Compañía, 1786, pp. 169-170.
78
Institutiones philosophicae : ad usum scholarum piarum. La primera edición en seis tomos salió en Florencia
entre 1731 y 1734, luego en Bolonia entre 1741 y 1742, y dos ediciones se hicieron en Venecia en 1743 y
1764. Peñaloza solamente tiene cuatro de los cinco o seis volúmenes -depende la edición- de la obra.
79
Ugo BALDINI, “Corsini, Edoardo (Odoardo)”, en Dizionario Biografico degli Italiani, vol. 29, 1983.
80
AHPT, Fondo Judicial, civil serie A, caja 31, exp. 6; ABHS, Testamentarías, 1779, exp. 1; Testamentarías,
1785, exp. 3.
81
Sebastián PERRUPATO, “Educar para la industria…, cit., p. 267.
82
José M. MARILUZ URQUIJO, “Clima intelectual rioplatense…, pp. 24-25.
83
Fr. Elías del Carmen PEREYRA, Physica Generalis (1784)…, cit., y Colección Particular (El Bordo – Salta)
Fisica [sic] particularis nostri filosofici cursus. Pars quinta./ In qua de corporibus in particulari, deq[u]e eorum
specialibus attributis et virtutibus / agitur. Elaborata, atq[ue] explanata a P[atre] Iosefo Elia del Carmen, in hac
Corduvensi / Perilustri Universitate Artium lectore, incepta 5º non[a]s Mart[ii]s anno 1786. Me, Filipo Ant[oni]o
Salas, / auscultante.
84
José M. MARILUZ URQUIJO, “Clima intelectual rioplatense…, p. 25.
85
Agradezco el dato y las fotografías de la biblioteca de la iglesia matriz de San Miguel de Tucumán a la Dra.
Romina Zamora.
86
Silvano G. A. BENITO MOYA, “Bibliotecas y libros..., cit.