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El silencio de Lorna. Dirección: Jean-Pierre y Luc Dardenne.

Con Arta Dobroshi,


Jérémie Reñiré, Fabricio Rongion y otros. Duración: 105 minutos (Cuatro zapatos:
muy buena).

Las películas de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne suelen seguir


obsesivamente a un personaje en actividades cotidianas, tienen muy poco diálogo,
están filmadas con cámara en mano, no tienen música incidental ni efectos especiales
y son completamente cautivantes. Puede que los Dardenne sean marxistas de libro, ya
que su estética es el realismo y su tema, la transformación de las relaciones humanas
en bienes de cambio, pero ciertamente saben cómo contar una historia. A los cinco
minutos de película no sabemos nada de esos personajes que caminan enérgicamente
y a los quince minutos queremos saberlo todo. Su magistral dosificación de la
información y su uso inesperado de las elipsis nos tienen siempre en ascuas: cada
punto de giro es completamente inesperado y, una vez que sucede, parece lo único
que lógicamente podría haber pasado. Su nuevo film toma un poco de distancia de la
obra anterior ya que incluye tópicos demasiado “cinematográficos” -como asesinatos,
persecuciones y mafiosos- que desentonan con su habitual austeridad. Esto no quiere
decir que estén ausentes sus insistentes virtudes: como siempre, un espeso dilema
moral en el centro del relato nos interpela intensamente y hace que prestemos toda
nuestra atención. Lorna es una inmigrante albanesa recientemente casada con un
heroinómano belga por la ciudadanía. Con sus cómplices, planea asesinar al adicto
para casarse nuevamente con un ruso que paga por obtener un pasaporte legal. Al
igual que otras antiheroínas de los Dardenne, Lorna es pura fuerza vital: está abocada
a su supervivencia pero carece de humanidad. La película nos cuenta qué sucede
cuando Lorna deja de ser el objeto en el que fue convertido por el dinero y decide
actuar como un ser humano.

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