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JORGE ESTUARDO ALVARADO CASTILLO

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La culpabilidad o la inocencia del imputado desde la ficción. Una reflexión sobre la


presunción de inocencia y la deontología profesional del abogado, en el film “Las Dos
Caras de la Verdad”.

En efecto, estamos ante una película que constituye una profunda reflexión crítica sobre
la inocencia o la culpabilidad del imputado.
Es decir, ante una meditada crítica hacia la Verdad y la Justicia que deben resplandecer
siempre en todo proceso judicial.
En definitiva, estamos, a la vez, ante una revisión de la ética profesional que debe
acompañar a todo abogado, y en general a todo jurista, en cuyas manos se encuentra, en
muchas ocasiones, el destino de la vida de un ser humano y, a la par, la protección de los
valores fundamentales de la sociedad. Estamos, en definitiva, ante un profundo análisis,
cómo no, del principio fundamental, en todo Estado de Derecho, de la presunción de
inocencia. El film está basado en la novela de William Diehl, y nos muestra la
personalidad de un afamado abogado criminalista de Chicago, llamado Martin Vail
(Richard Gere), jurista ambicioso, a quien lo único que parece interesarle, por encima de
todo, es su propia notoriedad pública. Acepta los casos, o bien ofrece sus servicios
jurídicos, dependiendo si estos le van a reportar o no fama y dinero, y si, en consecuencia,
su nombre va a aparecer en caracteres destacados en los titulares de la prensa y en las
portadas de las más prestigiosas revistas de todo el país. Lo único que le concierne es
ganar el caso, sobre todo si con ello su fama y notoriedad van en aumento. Sólo está
interesado en la defensa a toda costa de su cliente, sin importarle en realidad su verdadera
participación en los hechos presuntamente delictivos, sin interesarle si en realidad es
culpable. No le importa la realización de Justicia, ni cuál sea la Verdad. Su verdad, la
verdad que a él le importa, es la que él crea o construye en el juicio, su versión, una
ilusión o apariencia de verdad. No en vano, el film se inicia con estas sugerentes palabras,
del abogado Martin Vail a un periodista que le está haciendo una entrevista, y cuya foto
como abogado importante aparecerá, por supuesto, en portada:

● El primer día de clase en la Facultad de Derecho, el profesor nos enseñó dos cosas:
la primera, cuando su madre les diga que les quiere, pidan siempre una segunda
opinión, y la segunda, si quieren justicia vayan a una casa de putas, y si quieren
que les jodan vayan a los tribunales…
● …Pero, supongamos que tiene un cliente que usted sabe que es culpable…
● Ah!... No, no, empecemos con eso… A nuestro sistema judicial eso no le importa,
y ni a mí tampoco. Todo acusado, haya hecho lo que haya hecho, tiene derecho a
la mejor defensa que su abogado le pueda dar…
● Entonces, de qué le sirve a usted la Verdad…
● ¿La Verdad? ¿A qué se refiere?
● Sólo puedo referirme a una cosa…
● ¿Cree que sólo hay una Verdad?
● ¿Cuál es la auténtica?
● Para mí sólo hay una Verdad… Mi versión de la Verdad… La que yo genero en
las mentes de esos doce hombres que forman el Jurado… Llámelo si quiere
apariencia de Verdad, eso ya es cosa suya…

Aarón Stampler (Edward Norton) es acusado del cruel y despiadado asesinato del
Arzobispo Richard Rushman de Chicago. El Arzobispo es acuchillado en su dormitorio
por la mañana, cuando tras darse una ducha, y secarse, empezaba a vestirse. Un cartero
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que estaba repartiendo el correo en la zona, en los alrededores de la Catedral de San


Michel, oye un tremendo ruido, y puede contemplar, desde la calle, cómo se rompen
estrepitosamente los cristales de la ventana del dormitorio del Arzobispo, y entonces,
alarmado, llama a la policía. Cuando la policía visita la casa del Arzobispo y entra a su
dormitorio queda absolutamente impresionada de la crueldad del asesinato: “¡Dios, qué
carnicería!”- exclamará el Comisario al contemplar la escena del crimen. En efecto, el
asesinato, o más bien, como se califica al hecho delictivo en el propio film, en un
momento determinado, la mutilación y tortura del Arzobispo de Chicago, una de las más
importantes personalidades de la ciudad, fue de una crueldad extrema, conmocionando a
la opinión pública. La Fiscalía acusará a Aarón de asesinato en primer grado y pedirá para
él la pena capital, la pena de muerte.
Aarón, de 19 años de edad, natural de Kentucky, era monaguillo y cantaba en el coro de
la diócesis. Llevaba dos años viviendo solo, sin familia alguna ni recursos económicos,
en Chicago. Antes de ser monaguillo, mendigaba en las calles de la ciudad, arrastraba
además un tortuoso pasado de malos tratos y abusos sexuales por propinados por su padre.
Un día, cuando Aarón mendigaba perdido en las calles de la ciudad, el Arzobispo pasó
con su Cadillac, y se apiadó de él, lo recogió y lo llevó a un hogar de acogida, y le permitió
quedarse hasta los diecinueve años, cuando la edad límite para permanecer allí alojado
era hasta los dieciocho. Como él mismo dirá en el juicio, el Arzobispo había sido como
un padre para él, y le tenía gran aprecio. Sin embargo, era evidente que Aarón había
cometido el horrible crimen, lo cual se pudo demostrar enseguida, porque, incluso cuando
huye despavorido tras su comisión hacia el norte de la ciudad, Aarón es rápidamente
atrapado por la policía en las cercanías de la residencia del eclesiástico escondido en las
vías del tren, con la ropa, las zapatillas deportivas, la cara y las manos manchadas,
empapadas, de sangre, y el gran anillo de oro del eclesiástico en el bolsillo. Sin embargo,
Aarón es, en realidad, alguien muy astuto, que domina los hechos y las emociones,
situándose desde el principio por encima de su abogado, - e, incluso, del propio espectador
-, manejando sabiamente todas las reacciones y estados de ánimos de quienes le rodean.
Aarón declarará, no obstante, que él es inocente, que no mató al Arzobispo, que en la
habitación había otra persona, pero que no puede recordar... Él simplemente iba a
devolver un libro a la Biblioteca particular del Arzobispo, cuando oyó un ruido, entonces
entró en la habitación, y vio al Arzobispo sangrando, tendido en el suelo, y tuvo miedo y
salió huyendo. Aarón va a aparentar, además, desde el principio, sufrir una grave
enfermedad mental, que le lleva a tener una personalidad dividida, con constantes
ausencias o pérdidas de consciencia. En su complicado mundo interior parecen convivir
dos personalidades bien distintas. Aarón, muchacho tímido, de aspecto aniñado, infantil,
con apariencia de inocente boy scout, que incluso tartamudea al hablar, de carácter afable,
educado, muy débil y de gran docilidad, que dice sentir un gran afecto por el Arzobispo,
al que consideraba como si fuese su propio padre, y niega, por tanto, en todo momento,
que él haya sido el autor de su asesinato; y Roy, agresivo, sádico, despiadado, cruel y
violento, un auténtico psicópata, que llegará a reconocer, abiertamente, la comisión del
asesinato del Arzobispo Rushman, enorgulleciéndose incluso de tan execrable acto.
Aarón parece estar dominado completamente por Roy, es incluso una víctima más de su
cruel temperamento. Roy, permanece reprimido, escondido, oculto, en su interior hasta
que, tras una situación traumática o de tensión, aflora violentamente dando rienda suelta
a su maldad. Después viene la oscuridad, un fuerte dolor de cabeza, el vacío, el silencio,…
y Aarón es incapaz de recordar lo que ha pasado.

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La noticia del asesinato del Arzobispo Richard Rushman, una de las personas más
queridas y admiradas de Chicago, que días antes había participado en un importante
evento público, donde asistieron todas las personalidades del mundo del Derecho, entre
las que se encontraba el abogado Martin Veil, que acudió elegantemente vestido de
smoking, en su mercedes biplaza, salta inmediatamente a los medios de comunicación
causando gran alarma. Enterado por las noticas de televisión, el abogado criminalista
Martin Veil ofrece rápidamente sus servicios jurídicos a Aarón, a quien visita en el
calabozo de las mismas dependencias policiales, donde se encontraba ya detenido. Aarón
dirá que no tiene dinero para pagarle. Sin embargo, el abogado responde que no le
importa, y que no obstante, pone todo su saber a su servicio. Veil lo único que, en realidad,
busca, movido por su insaciable afán de notoriedad, es fama y una gran repercusión
mediática con la defensa de este nuevo caso. No en vano, aparecerá, con ocasión del
mismo, en la portada de la célebre revista norteamericana City. Sin embargo, tras
entrevistarse varias veces con Aarón, -quien siempre manifestará reiteradamente su total
inocencia y que el Arzobispo Rushman era como un padre para él, y que, en consecuencia,
le tenía gran cariño-, Martin se da cuenta de la gravedad de la enfermedad mental que
padece el muchacho desde hace tiempo, y de las grandes posibilidades de defensa del
mismo ante un Jurado, si lograra demostrar dicha afección psíquica que anula su voluntad.

El abogado preparará cuidadosamente la defensa de su cliente, teniendo que cambiar su


inicial estrategia de defensa, pues al principio sostendría que había la posibilidad de que
hubiera una tercera persona, el verdadero asesino, en la habitación del Arzobispo cuando
se produjo el asesinato, mientras que Aarón sólo pasaba por allí pues venía de la
Biblioteca personal del Arzobispo, cuando oyó un fuerte ruido y entró en la habitación,
encontró el cadáver, y huyó asustado. Más tarde, tendrá que reconducir su defensa
apuntando a que esa tercera persona, el asesino, era Roy, el alter ego de Aarón, enfocando
la defensa desde la perspectiva de la enfermedad mental. Martin Vail llega a ensayar con
su cliente la cara que incluso quiere que éste ponga cuando en el juicio declare ante el
Juez su inocencia… “¡Sí, esa es –le dice- exactamente la cara que quiero que pongas
cuando digas a todos que eres inocente!”. Pero, en realidad, Martin llega a apiadarse y a
sentir sincero afecto por el muchacho, y, finalmente, se implica emocionalmente en el
caso, considerando convencido, como declara a los numerosos periodistas que le
esperaban a su entrada al Tribunal, que verdaderamente existen dos víctimas en este
sórdido caso, que son el Arzobispo Rushman y Aarón, y un único asesino Roy. En este
sentido, orientará y argumentará finalmente su defensa, y de forma astuta intentará
convencer a la Juez y al propio Jurado, y hacer frente a los contundentes argumentos
incriminatorios de la Fiscalía, para conseguir, por último, un veredicto de inocencia para
su cliente.

Martin Vail, contaba con una gran experiencia profesional en el ámbito jurídico. Antes
de ejercer como Abogado, había ejercido de Fiscal, cargo que había abandonado, pues,
consideraba que en dicho puesto se terminaba ejerciendo un cargo político. Y respecto, a
la figura del Juez, sostiene: “¿Por qué ser árbitro, si puedes ser jugador?”. Durante el
desarrollo del juicio, por tanto, Martin Veil deberá hacer un buen uso de toda su astucia
y sabia dialéctica de abogado criminalista para hacer frente a los convincentes argumentos
de la Fiscal Janet Venable (Laura Linney) quien directamente imputa a Aarón la comisión
del asesinato del Arzobispo Rushman, considerándolo culpable de asesinato en primer
grado. Martin Vail, en su primera intervención dirá a la Juez que su cliente se acoge a la
5ª Enmienda, y por tanto a su derecho a no declarar, pues pide un informe pericial que
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evalúe la posible amnesia que parece sufrir su cliente.


La Fiscal utilizará como pruebas contundentes que avalan sus razonamientos: las propias
fotografías de la escena del crimen tomadas por la policía, “que muestran la naturaleza
inicua del crimen”- dirá la Fiscal; el arma homicida, es decir el cuchillo con el que Aarón
Stampler asesinó al Arzobispo, y acuchilló su garganta, pecho, genitales y ojos,
seccionándole, asimismo, cuatro dedos; y sus propias zapatillas deportivas manchadas de
la sangre del Arzobispo, pues cómo declarará en el juicio un Inspector de policía, los
análisis de sangre y de ADN practicados mostraban que la sangre hallada en las zapatillas
y ropa de Aarón es la del religioso. La Fiscal Janet Venable demostrará, también, en el
juicio que Aarón acuchilló cruelmente, con reiterado ensañamiento, premeditación y
alevosía, al Arzobispo hasta en setenta y ocho ocasiones, además grabó en el pecho del
Arzobispo con dicho cuchillo, mostrado en juicio como prueba, los signos: B32.156, que
se correspondían con la signatura (B32), y página (156), del libro titulado La Letra
Escarlata, que pertenecía a la Biblioteca privada del Arzobispo, que se encontraba en el
sótano de su residencia. En dicha página, existía un texto subrayado por Aarón, que decía
así: “…Tarde o temprano un hombre con dos caras olvida cuál es la real”. Con semejante
texto subrayado, parecía como si Aarón quisiera poner de manifiesto que el Arzobispo
era en realidad alguien con una doble vida, con una doble cara, como luego también
quedará demostrado en el juicio para sorpresa de todos. De alguna manera, Aarón pensaba
que su víctima era un hipócrita. La Fiscal, también, llamará a declarar a un policía, que
participó en la detención de Aarón en las proximidades de la casa del religioso, que
atestiguará la enorme crueldad del asesinato. No en vano, el Comisario al entrar en el
dormitorio del Arzobispo, lugar en el que éste fue asesinado, mientras se vestía por la
mañana, exclamó: “¡Dios, qué carnicería!”. Asimismo, la Fiscal demostrará que el crimen
estaba cometido por una persona zurda, y Aarón tenía precisamente esta característica.

Asimismo, se puso de manifiesto en el juicio que el Arzobispo Rushman trató de


defenderse de su asesino, de ahí los cortes que aparecían en las manos y en los antebrazos.
La lógica pugna profesional entre los intereses del Abogado defensor Martin Vail, y los
de la Fiscal Janet Venable, se entrelazan con los restos de un apasionado romance que
ambos vivieron tiempo atrás, y que en Martin parece haber dejado una honda huella, que
sin embargo, Janet prefiere olvidar. Por su parte, Martin no acepta perder el caso, a pesar
de los contundentes argumentos de la Fiscal. Por ello, solicita primero un aplazamiento
del juicio, a fin de que Aarón sea analizado por una psiquiatra, que emita un informe sobre
la amnesia que parece sufrir, y en segundo lugar, no duda en hacer llegar a Janet de forma
anónima a su casa una cinta donde hay grabadas unas escenas de alto contenido sexual en
las que aparecen implicados Aarón, su novia Linda y una tercera persona. En efecto, el
informe de la psiquiatra, en realidad neuropsicóloga, que será la principal prueba que el
abogado utilice para la defensa de su cliente, dictamina que Aarón Stampler, tras ser
evaluado 60 horas, padece un estado de disociación aguda, un desorden de personalidad
múltiple. La neuropsicóloga atestiguará en el juicio que Aarón está enfermo, y que “una
celda no es el lugar adecuado para él”. Dirá que Aarón no ha podido matar
conscientemente al Arzobispo, porque debido a su enfermedad mental tiende a reprimir
toda emoción de ira, y sería en consecuencia incapaz de matar. Este trastorno de identidad
disociativo se convierte en pieza clave para la defensa de Aarón. Si Aarón es tímido,
tartamudea al hablar, es dócil, afable, retraído e incapaz de hacer mal a persona alguna;
Roy, su otro yo, sin embargo, es un psicópata, que disfruta con el sufrimiento ajeno. Por
otro lado, Martin a través de un amigo de Aarón, Alex, también monaguillo, descubre la
existencia de unas grabaciones de alto contenido sexual realizadas por el propio
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Arzobispo Rushman, quien obligaba a Aarón, a su novia Linda a mantener relaciones


sexuales junto con Alex. Rushman, guiado con una gran cautela para no ser descubierto,
siempre usaba una sola cinta, y grababa encima dichas escenas, tras la exposición de un
sermón. Cuando Martin descubre estas grabaciones, que suponen, sin duda, un escándalo
de corrupción en el propio seno de la Iglesia, se enfada con Aarón por no habérselo
comentado antes. En una entrevista que mantienen ambos, en los momentos previos al
juicio, increpa a Aarón duramente, recordándole que la confianza plena e íntegra es la
base de la relación entre un abogado y su cliente, y en consecuencia, un elemento
imprescindible para la adecuada defensa de éste. Esta tensa conversación entre abogado
y cliente hará aflorar a Roy, el otro yo de Aarón, violento y despiadado, que atacará
físicamente al propio abogado defensor. Martin ya sabe, en este momento, lo que debe
hacer para ganar el caso, ha encontrado la pieza de convicción que le faltaba, pero también
ha encontrado el móvil del crimen… Por ello, idea enviarle una copia de dicha cinta a
Janet Venable de forma anónima, y piensa que cuando ésta la visualice, no sólo le acusara
a Aarón en juicio del asesinato, sino también le mostrará el móvil de su propio crimen,
esto es, el ser obligado a participar contra su voluntad en unas relaciones sexuales, que
eran grabadas por el propio Arzobispo, bajo la coacción de ser echado del hogar de
acogida donde residía. En efecto, este argumento fue utilizado por la Fiscal, quien
acorraló al imputado durante el juicio con sus acusaciones. La encendida retórica de
Fiscal provocó un estado de sobreexcitación en Aarón, que en pleno juicio hizo aflorar a
Roy, quien atacó a Janet, agarrándola por el cuello, cuando ésta se volvía dando por
concluida su intervención ante la Juez y el Jurado. Todos los presentes en la Sala quedaron
impresionados del contundente cambio de personalidad experimentado por Aarón. El
Jurado se quedó estupefacto de la violencia física y verbal que acompañaba a Aarón (Roy)
en sus acciones y palabras. La mirada de la Juez parecía atónita ante lo estaba sucediendo
allí.
Por su parte, Martin Veil, acababa de ganar otro pleito de gran repercusión mediática,
pues había logrado que aflorara ese otro yo de Aarón, violento, cruel y agresivo, que
terminó de convencer a la Juez y al Jurado de la enfermedad mental que padecía su cliente,
y por tanto de su inocencia, y así, el muchacho lograba la absolución con una sentencia
que le declaraba inocente, pues Aarón Stampler sería considerado un enfermo, y, en
consecuencia, tan sólo enviado a un centro psiquiátrico, durante cierto tiempo, apenas
unos 30 días, para poder tratar su enfermedad, y poder reinsertarse más tarde en sociedad.
Este film que se titula Las Dos Caras de la Verdad, si se analiza detenidamente parece
mostrar, continuamente al espectador, un desfile de personajes que no son lo que en
realidad parecen. El Arzobispo Richard Rushman de Chicago, persona querida y
admirada por todos en la ciudad, que creó una importante Fundación (Fundación
Rushman) para atender aparentemente las necesidades sociales de los más
desfavorecidos, cuando en realidad dicha Fundación escondía importantes negocios de
especulación de terrenos urbanizables. Además, el eclesiástico se dedicaba en la
intimidad a realizar grabaciones de alto contenido sexual donde participaban monaguillos
de su Iglesia a los que coaccionaba para ello. Aarón, su novia Linda, quien trabajaba,
también, para el propio Arzobispo, y el amigo de ambos, también monaguillo, Alex,
participaban obligados en dichas escenas, pues Rushman les amenazaba con echarlos del
hogar de acogida donde vivían. Asimismo, el asesino Aarón Stampler, quien para
asegurar su inocencia aparenta padecer una grave enfermedad mental, “un caso de
personalidad múltiple” como lo calificará la neuropsicóloga que lo analizará y atestiguará
su enfermedad en juicio, cuando en realidad se trata de un auténtico psicópata desde el
principio, mostrando también esa doble cara. El abogado Martin Vail, quien se muestra a
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todos como un jurista interesado exclusivamente en obtener fama y dinero con la defensa
de sus pleitos, y ello sin duda le satisface, pero en realidad, como le confiesa a un
periodista, cuando se encontraba en estado algo ebrio, una noche tomando unas copas:
“Creo en la idea de que una persona es inocente hasta que no se demuestre lo contrario…
Personas muy buenas pueden hacer cosas muy malas…y personas muy malas, pueden
hacer cosas muy malas, y tener una buena excusa para ello…”. Martin se muestra
profundamente convencido del valor y la importancia del principio de la presunción de
inocencia. Así, en varios momentos, a lo largo del film, se muestra preocupado por
averiguar la verdad: “Creo que ese chico tiene la verdad”, dirá a los colaboradores de su
bufete, refiriéndose a su cliente Aarón Stampler. O, llegará a declarar a los periodistas
que esperaban expectantes su entrada al Tribunal, la mañana que daba comienzo el juicio:

“La verdad es lo único que importa”. O se mostrará preocupado en todo momento de que
todo aquel, incluso la propia policía, que se dirija a Aarón como asesino, intercale siempre
previamente la denominación de “presunto”. Asimismo, Martin busca, durante la
celebración del juicio, siempre incansablemente precedentes judiciales que permitan
sostener y avalar la inocencia de su cliente. Como cuando, finalmente, incluye en la
defensa de su cliente el argumento del abuso sexual, dirá que sólo busca “un juicio justo”,
e invoca el caso Michel O´Donnel de 1985, fecha en la que ya se había denunciado al
Arzobispo Rushman por abusos sexuales, y sin embargo dicho caso fue archivado
injustamente en aquel entonces por la Fiscalía. Asimismo, Martin intenta saber en todo
momento, en su afán por descubrir al auténtico culpable, qué ha pasado con la novia de
Aarón, Linda, y con los otros monaguillos que cantaban el coro, que desde el asesinato
del Arzobispo Rushman desaparecieron misteriosamente. Otros personajes, que también,
parecen mostrar una doble cara son el Fiscal jefe de Janet Venable, quien bajo la
apariencia de defender siempre el interés público, y de la víctima, estaba implicado en
negocios poco claros con la Fundación Rushman. O, el propio delincuente Joe Piñero,
anterior cliente de Martin Veil, quien habitaba en un barrio marginal de Chicago, y quien
no acepta abandonar la ciudad pese a las recomendaciones de la Fiscalía, porque de él
depende su familia y mucha gente de su barrio para subsistir diariamente. Por mantener
esta actitud íntegra, y negarse a abandonar la ciudad, por cuidar de su familia y amigos,
una madrugada aparecerá ahogado en el puerto.

Martin Veil visitará posteriormente tras la celebración del juicio a su cliente, aún
detenido, con quien había llegado a establecer una cierta relación de afecto no exenta de
compasión, y le comunicará la buena noticia de que el juicio ha sido anulado y de su
absolución por la Justicia. Aarón se muestra feliz y agradecido hacia su abogado. Pero,
habrá algo en las palabras del muchacho que desconcierta profundamente a Martin. Aarón
y Martin se despiden con un entrañable abrazo, y Martin le recuerda que le llame si alguna
vez le necesita. Cuando Martin está a punto de salir de la celda donde aún Aarón está
privado de libertad, éste le dice que le pida de su parte disculpas a la Fiscal Janet Venable,
si le hizo daño en el cuello, cuando le asaltó tan violentamente durante la vista… Martin
asiente, sonríe y sale de la celda, pero de pronto se detiene, y vuelve sobre sus pasos, entra
de nuevo en la celda, y le pregunta a Aarón cómo puede recordarlo…:
● Dígale a la Sra. Venable que lo siento, que espero que su cuello esté bien…
● ¿Qué has dicho?, ¿no decías que no podías recordar nada?...

Aaron Stampler sonríe burlonamente, y comienza a aplaudir, porque por fin el afamado
abogado criminalista de Chicago, Martin Veil, se ha dado cuenta de su perfecta
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interpretación. En ese mismo instante, el abogado –y el propio espectador- comprende en


realidad el engaño, y se da cuenta de que Aarón es un auténtico psicópata, que ha sabido
manejar perfectamente desde el principio toda la situación, aparentando una falsa
inocencia, aparentando sufrir una grave enfermedad mental, cuando en realidad era
plenamente consciente y autor de todos y cada uno de los hechos que se le imputaban.
Entonces, Martin le dirá desconcertado a Aarón, que en efecto, Roy nunca había existido.
Sin embargo, Aarón le contesta corrigiéndole, que no, que el que siempre ha existido ha
sido Roy, y el personaje que nunca existió fue Aarón, confesando además que tuvo que
matar a su novia Linda, desaparecida misteriosamente desde el asesinato del Arzobispo,
y que fue él quien, por supuesto, asesinó al Arzobispo Richard Rushman de Chicago, lo
cual fue “una verdadera obra de arte”, afirmará finalmente con gran sadismo.

Martin Veil, el afamado abogado criminalista de Chicago, que siempre anteponía en la


defensa de sus pleitos, a la búsqueda de la verdadera Justicia, la creación de su propia
verdad, la apariencia de verdad que era capaz de crear en las mentes de esos doce
hombres del Jurado…, y la obtención de una gran notoriedad pública personal, se siente
en su victoria absolutamente fracasado, abatido y desolado. Cuando sale del Tribunal, lo
hace por la puerta de atrás, porque en la puerta principal le espera la prensa, y por primera
vez, tras ganar un caso de tanta repercusión mediática no quiere, no se encuentra con
fuerzas, para hablar con los periodistas. Martin Vail comprenderá que lo importante para
un abogado no es ganar el caso a cualquier precio, sino que se haga siempre Justicia, y se
descubra la auténtica Verdad.

Desde el sendero de la Filosofía del Derecho, el análisis de este film nos sugiere varias
ideas:

1. La renovada vigencia del concepto kantiano de persona. Definía I. Kant el término


persona diciendo que es “el sujeto cuyas acciones son susceptibles de
imputación”. Este concepto tendrá una importante repercusión en la Ciencia del
Derecho Penal, pues a partir del reconocimiento de la libertad del hombre, los
siguientes términos se encadenan sucesivamente de forma lógica: imputabilidad,
responsabilidad, culpabilidad y punibilidad. Es decir, a partir de la consideración
de alguien como imputable, en base a sus condiciones de ser racional y libre,
inmediatamente surge como consecuencia su correspondiente responsabilidad, así
como su culpabilidad por la acción u omisión llevada a cabo, y su respectiva
punibilidad establecida por la ley penal. El abogado, en ocasiones, pretenderá
como estrategia de defensa demostrar en juicio la inimputabilidad de su cliente,
en base a por ejemplo el padecimiento de una enfermedad mental o al consumo
de sustancias estupefacientes, a efectos de cortar la cadena de conceptos que se
derivarían de otro modo en lógica consecuencia: responsabilidad, culpabilidad y
punibilidad.
2. En materia de interpretación y aplicación de la norma jurídica, el jurista debe
apartarse siempre de una mera interpretación conceptual, exegética o formalista,
y acoger una interpretación basada en una lógica humana o teoría de lo razonable,
y tener, así, en cuenta una serie de condicionamientos extrajurídicos, que la ley
posiblemente no ha contemplado, y conjugarlos con aquellos otros que la ley sí
contempla explícitamente. Sin duda, consideraciones éticas y humanitarias
determinan esa necesidad en la búsqueda de una solución justa para el caso
planteado, aunque la razón es la que ha de guiar toda la actuación jurídica. Pero,
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precisamente, no debe olvidarse que si el Derecho nace con el hombre –señalaba


el profesor J. Lorca Navarrete- no puede concebirse, a la hora de su efectiva
aplicación, desvinculado, deshumanizado, de su soporte legítimo y genuino que
es la persona humana.
3. El entendimiento adecuado del principio de la presunción de inocencia. La
presunción de inocencia es una presunción iuris tantum, que significa que toda
condena debe ir precedida de una actividad probatoria, impidiéndose la condena
sin pruebas. Además, las pruebas tenidas en cuenta en juicio deben ser
constitucionalmente legítimas. La presunción de inocencia significa que la carga
de la actividad probatoria pesa sobre los acusadores, y que no existe nunca carga
del acusado sobre la prueba de inocencia, aunque puede defenderse por medio de
otras pruebas tendentes a contrarrestar los resultados de las pruebas de cargo.
Debe de originarse, asimismo, en el órgano juzgador la certeza de culpabilidad
para poder condenar. Esa certeza de culpabilidad se ha derivar de la valoración en
conciencia del resultado de las pruebas. El juez ha de llevar a cabo la delicada
función de fijar los hechos probados, a los que anuda en consecuencia la
calificación penal y sus efectos correspondientes. La presunción de inocencia, que
es presunción iuris tantum, sólo queda destruida por la prueba apreciada por el
juzgador que le lleve a una certeza de culpabilidad del imputado. Luego, toda
persona acusada de un delito o falta se presumirá inocente hasta que su
culpabilidad haya sido declarada judicialmente.
4. En el proceso, ante el Juez, todo se ha poner, para que nada quede impune, y la
sentencia del Juez sea auténticamente un instrumento restaurador de derechos y
libertades vulneradas. De esta manera, podrán realizarse valores esenciales de
todo Derecho como son la Seguridad, la Certeza y la Justicia.
5. La búsqueda de la Justicia representa la incansable misión de todo jurista. La
Justicia es uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico, junto con la
libertad, la igualdad y pluralismo político, según reza en su artículo primero la
Constitución española de 1978.
6. Será asimismo preciso recordar que la Jurisprudence en el mundo jurídico
anglosajón implica esencialmente una ciencia formal de la ley positiva, una
ciencia construida empíricamente desde casos legales concretos, donde adquiere
un valor extraordinario el precedente judicial. Es decir, en conformidad con la
estructura del Common Law (Derecho no codificado), es decir, del Derecho
anglosajón, el juez es competente no sólo para aplicar el derecho sino también
para crearlo, aunque esta creación esté sometida a la crítica de los representantes
de la Ciencia del Derecho, que proceden al análisis de toda decisión nueva u
original para comprobar si posee el valor de precedente que vincule decisiones
posteriores.
7. La importancia de la ética profesional que debe acompañar siempre a todo
Abogado, especialmente en el ejercicio de sus funciones y en las relaciones con
su cliente.

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