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Fete MAasstani La viveza INTERPRETACION DE UNA ACTITUD COLECTIVA GENEALOGIA DEL VIVO: EL PICARO E L PERTENECER a un periodo hist6- rico determinado, el vivirlo 0 vivir en él, predispone a ciertas limitaciones. Es la verdad. Los hombres cuya vida, nuestra vida, esti inmersa en la moderni- dad de hoy, estamos condenados fatalmen- te a presentir apenas, a quedarnos a mi- tad de camino e imaginarnos con dificultad los acontecimientos, las criaturas y las cosas de tiempos en ocasiones no tan remotos. Y de aquella dificultad o casi im- jotencia, el que existan exponentes, mani festaciones de lo hispinico, los ' cuales trabajosamente encontrarin imagen o re- resentacién adecuada en la mente del ombre comin, y esto ultimo para siquie- ra aproximarse a lo externo, a la fisonomia de muy viejas culturas vivientes. Ocurriria lo expuesto, con el caballero, el fraile o el juglar medievales; 0 con ese jugoso fend- meno histérico y humano que fué el pica- ro espafiol. cEncontraria, por ejemplo, el ciudadano coetineo nuestra representacién cabal pa- ra el “picaro” en la vida de todos los dias, acudiendo al cine, al relato o al teatro, que son algunas de sus fuentes de infor: macién? Creemos que no. El anénimo pro- tagonista de la 42 Street, el vecino de la calle Ahumada de Santiago de Chile o el venezolano de Caracas, tomados asi al azar, al ser interrogados en la encuesta de un diario americano acerca del “Picaro”, se- guramente localizarian en sus recuerdos de novela policiaca algtin folletinesco engen- dro brotado de la imaginacién del escritor. Para el buen vecino aquello seria el picaro. Pero lo de hoy no tiene nada que ver con lo de ayer, como el “gangster” no es siquiera el pariente lejano del picaro. Cuando 10s hombres actuales nos dete- nemos con amor en Espaiia, reflexionamus oF en ella y en el misterio del “ser” espafiol, nos vamos reencontrando dia a dia, aio en aflo, a través de la propia madurez vital, como una especie de moneda cuyo destino fuese cabalmente inverso al de otra, al metal cuya efigie y cuyo valor se van engu- Hendo 1a ambicidn y los dias. Suele acaecer asi con cualquier castiza manifestacién 0 fruto de lo hispinico: el plebeyo gozoso y en ocasiones patético lirismo del Arcipres- te, cristalino y ambiguo, el humor ibérico universal del Quijote, o esa anirquica avi- dez de Dios de Teresa de Jestis, suelen ser espuela, fertilizante de algin discreto pen- seroso de hoy. De esta manera, lo “picares- co” también constituye uno de los caminos, de las claves esenciales para acercarse de una vez a lo espafiol. Y tiene esa virtud por lo que fué el picaro y por lo que en textos venerables atesora acerca de la natu- ralidad, honda reigambre de un pueblo. Lo que hoy poseemos en noticias y datos a .=—=CS=ses picaro es poco y mucho a la vez (todos te- hemos en nuesira carpeta alguna ficha to- mada de Pfandl o de Chandler). Para en- tender e) fenémeno social y la actitud hu- mana “picaresca”, se nos ofrecen, cuando lo solicitamos, los contornos dominantes del acontecer histérico de aquella Espaiia =centurias XV, XVII, XVIII—, que, sin duda, guardan ‘alguna’ unidad interior. Se nos da, repetimos, la anatomia de los acon- tecimientos espaiioles de aquellos tiempos. De esta manera, el hombre, cualquier hom- bre, fortunosamente curioso de estos afios, © el “scholar”, puede intuir algo de lo que fué el hombre espafiol de entonces. En aquella actitud humana, si se quiere, hasta, conmovedora. Sobre todo, pensamos, si el interesado, para redondear lo otro y com- pletarlo, pose la experiencia de algiin es- paiiol de hoy que conserve algo del “pica- ro”, que en cierto modo tenga algo de él, y cuya fisonomia moral, entonces, recuerde La VIVEZA| un tanto 0 ¢mpalme con precisién en el mecanismo ético del espafiol de otros dias. Aquello seria y es una manera de pes- quisaje, un método sencillo, pero sin duda utilizable cuando de algin modo quere- mos y necesitamos explicarnos, al menos no muy indirectamente, el encuadramiento histérico, la atmésfera social del espafiol aquel que fué el Picaro. Pero el denso do- cumental de historias, tratados y monogra- fias respetables no nos permiten atrapar totalmente ése como aroma inconfundible ¢ intransferible, que constituye la intimi- dad humana de algo o de alguien, Sin du- da, cuando escolares nos interesamos como en una novedad con la explicacién sociolé- gica. Nos entusiasmé en aquellos dias. En el siglo XVI, se nos enseit6, se produce el fenémeno del Picaro. Fué un momento hi torico en que atin la nacién espaiiola esta en pleno superivit vital, acaso en el vért ce de su cenit. Todavia no ha derivado ha cia aquel declinar que trajo hasta la qui bra de sus mis esenciales valores morales. Sin embargo —continuaban—, ya en aquel siglo comienza la descomposicién subterri- nea, los privilegios son goce de las clases altas y carga sobre la espalda de los villa- nos y hasta de los hidalgos. Entonces, re- cordamos: la légica econdmica sentenciaba paradéjicamente escolistica: El Picaro, en cierto modo, es como la reaccién o la ex- presidn del instinto de defensa, de supervi- vencia de unas clases; y ya luego, el impul- so elemental, ante la conducta implacable de una sociedad, devendré y madurara en ostura filosélica, Manuel de Montoliu define cémo el picaro espafiol representa un concepto de la vida esencialmente espa: fol. El espaiiol —escribe— tiene una ten- dencia innata a huir de la vida. La receta o formula de este huir es varia y circuns- tancial. El fugitive adopta una técnica dis. tinta, segin sea la clase social a la que per- tenece o el nivel de la educacién intelec- tual. Y explica finalmente que, altos poe- tas y escritores dle aquella diriamos mares humana de hidalgos hambrientos y escud- lidos, profesaron cada cual a su modo esa forma original de la doctrina estoica del menosprecio del mundo; y se ingeniaron de mil maneras para evadirse —concluimos nosotros—, de una sociedad que en cierto modo casi hacia de neumitica sobre aque- los. Y en el penetrante enfoque de Luis Sanchez Trincado, mi inolvidable compa fiero del Instituto Pedagégico Nacional de Caracas, el picaro aparece como el mis di- namico perseguidor de su perfeccién. Se 85 fia slo a si mismo. Se despoja de toda pasién, es impasible. Los sentimientos, las Pasiones, serlan sus dnicos vicios. Esto, de ine con tino el profesor espafiol, “es es- toicismo puro”. ‘Mas, 10 que deseamos expresar ahora es ‘ue, ni el mas tenaz y ducho olfateador del alma de una época y un olor humano muy peculiar, alcanzan a entregarnos al “Pica: ro” con tal desnudez confidencial, como cuando el propio interesado se mueve y viaja y acaso platica acerca de los otros y acerca de si mismo. Nos dijimos, leyendo al Lazarillo, que de algo vale en la vida la situacién vital, el papel, rol ministerio que desempefiamos en ella, porque de los varios destinos y de Jos muchos amos, se alimentaba aquella fi- osofta del mozo apicarado, muy pueblo espafiol, muy donairasa y profunda; y aca- so en ocasiones cargada del sentida de la dignidad humana. Pero a la ver advertia- mos algo curioso, algo que, reflexionando sobre ello, nos sabia a sistematizacién, a lo que es ya teoria, preceptiva, gramitica del proceder; y que en su principio, en L sensacién elemental y primigenia, no fué otra cosa, sino el oler al hombre del pobre Lazarilio. Y eso, el roce diario y lacerado con la vi- da, sus secretos y ardides, el sustenticuls o soporte y hasta la fuente de aquella pre cisién en el conocimiento de ciegos, cléri- gos, escuderos y otros personajes, que Iué- Tonle saturando de ellos mismos, embebién dole de sus pasiones, flaquezas, debilidades ¥ miserias, Ge su cotidigna aura, humana, Caballeros de media talla muchos hallé —expresa el Lazarillo—, mas es gente ‘an limitada que no les sacardn de su paso to- do el mundo. Lo que vale, huelga decirlo, por: eran los candnigos tan angostos, es- trechos, tan carentes de pensamiento ima- ginativo y por ende tan incompreusivos, que esto es: muy poco les sacarian de su paso; 0 lo que es lo mismo: les obligavian a caminar mas de prisa; lo que es ya aludir a la imaginacién, a la comprensién, al cam- bio, a la aventura de alzar el rostro por sobre las tapias de lo acostumbrado y"fa- miliar. jSdlo que el Lazarillo lo dice tan lana- mente! Elegi al Lazarillo cuando meditando en el tema del Vivo, urgiéme la necesidad de hallar algo como pintura, o grabado, 0 mella, o efigie, o estampa vieja de los as- cendientes espafioles de aquel personaje americano, Entonces, pareciome que el La- 86 zarillo era suerte de daguertotipo del abue- lo del Vivo. Con certeza aquello era el cabo de la estirpe de alguna ignorada figura de la Castilla o de la Extremadura del Des- cubrimiento y de la Conquista. Es facil el que se suscite en cualquier lector americano 1a sensacién de un indu- dable parecido entre el picaro y el vivo; porque cuando frecuentamos el mundo de la picaresca y sentimos el aliento del pi- caro y su afilada filosofia, y tenemos al hombre por delante, y lo examinamos, nuestra sensibilidad hispanoamericana da un bote. Por un explicable y espontineo viraje, se va veloz a buscar en el archivo de lo interno los rasgos de alguna conocida personalidad; como en la calle, sorprende- mos en el rostro del viandante que pasa algo indefinible, cuya presencia trae a nos- otros el recuerdo del amigo o del pariente. Sentimos, pues, muy sin dificuitad el pa- recido misterioso, el indudable aire de fa milia que existe entre el Picaro y el Vivo. ‘Ademds creemos que no se requiere de sentidos muy alertas y penetrantes, para Hegar a pensar que en el picaro hay ya mucho de Ja pasta humana, de la textura animica del Conquistador del XVI. Porque, sin duda, estuyo presente en la Conquista un Hernan Cortés, iluminado de decisin, de heroicidad y de genio. Y a su lado un Jiménez de Quesada y hasta un Ercilla y un Bernal Diaz de Castillo. Pero los mas fueron buenas gentes de nuiios duros y de deseos violentos, turbu- jentos, desenfadados y sufridos hombres de Espafia, que se trajeron para América lo que Henaba sus almas y animaba sus vo- luntades; lo que se agitaba dia a dia en sus espiritus; y lo que les dolia y apetecia en los cuerpos. Es decir, se trajeron los espa- foles de la Conquista para América la atmésfera, el clima moral de la Picaresca. Se trajeron aquello, y no por otras cosas, sino porque muchos fo eran: picaros. Cuando en Don Tulio Febres Cordero, leemos el relato de la fundacién de alguna de nuestras internadas y viejas ciudades ve- nezolanas, Trujillo 0 Santiago de los Ca- balleros de Mérida, por un minimo esfuer- 20 0 deslizarse de la sensibilidad, sentimos como si emergiera de entre las sombras se alzara quedamente a nuestro lado un rostro voluntarioso de magro perfil, muy Greco o muy Veliaquer; y ofmos, como si exclamara una voz llena, en el ritual parco y emocionante del nacimiento, en Ia tierra de América, de una villa castellana. —Yo, Rodrigo Suarez, vecino de Extre- NALES DE La UNIVERSIDAD DE CHILE madura, cristiano viejo y soldado del Rey, aporto mi lanza, esta espada, un asnillo y un celemin de trigo. Pero podria afiadir asimismo el extre- mefio: —Y aporto mi gente conmigo. Porque fué asi En carabelas y galeones arribé la huma- nidad, la parentela inmensa de los Pablos, de los Lazarillos y de los Estébanes; y no habiendo viajado ocultos en la sentina y agazapados en el vientre de los barcos; si- no que muy a menudo junto a la borda, cerca del mar, por donde deberia emerger alguna madrugada el semblante magico de las Indias: el nuevo horizonte de hazaiias. Viene 1492, y ocurrird Iuego en Amé rica ese interesante fenémeno de la ameri: canizacién del espafiol, cuyas caracteristicas y desarrollo conocemos hoy tan bien. La lujuria, cuya atraccién pendia del paisaje como del rbol 0 de los altos senos de las Indias, abrié camino por entre la sensibilidad de ese espafiol del XVI; ya de por si complejo de sensitivas y apasio- nadas sangres. Historia, y relatos y hasta violencia y codicia, presentes en la san- guinea épica de la Conquista. Después, ya consolidada la Conquista, madura la Co- lonizacién, encontramos en nuestra histo- ria americana, en relaciones de virreyes, en cartas y documentos de altos funcionarios de la Corona, y hasta en la biografia de algunos virreinatos y ciudades, la existen- cia de largos capitulos, dedicados a expli- car y a describir el prodigioso florecimien. to de la fauna espafiola, y mestiza y mula- ta, de vagos aventureros y delincuentes, que pululaban en los suburbios, en los in- tersticios y en periferia de lo urbano co- lonial. Aquellos indeseables pobladores que estin en la sombra de los paseos, de las fiestas, de la cotidiana existencia de las cortes virreinales, esa multitud pinto- resca, heterdclita y primitiva, olla podrida de las poblaciones populares, en la que bu- Hen y se cuecen instintos y tendencias, e inquietudes y condimentos raciales, que algunos investigadores sefialan como de los, mis fundamentales factores del barroco americano, caldo de cultivo como quien di- ce de un interesante ejemplar de nuestra sociologia mestiza: del vivo. Enrique Bernardo Niifiez, cuyo Don Pablos en América, tal vex fuera incons- ciente espuela de este ensayo, ha visto con finura lo que acaecié: “De cuantos indivi- duos pasaron a las Indias en las naves de La VIVEZA, Espaiia, ‘Don Pablos es uno de los més dig- nos de estudio. Su figura descuella entre las barbas de los hidalgos y las de héroes y santos que hollaron los caminos del Nuevo Mundo. A menudo la voz de estos tiltimos se perdié entre las ruines burlas del bus- con, y su influencia dejé raices tan profun- das que ya el drbol del linaje de Pablos cubre el inmenso trépico”. Desde entonces, afiadiriamos nosotros, en los registros de los picaros se comienza a anotar multitud de nacimientos de unas nuevas criaturas: los vivos. Del amor de la india brotaron multitud de cachorros, pero se les agitaba en las ve- nas, junto a otros hervores césmicos, la generosa agitacién vital de quienes como el soldado narrador Bernal Diaz del Casti- llo expresaron con entereza y sobriedad: “De América slo sacamos un lanzazo en la tréquea y el amor de una india hermo- sa.” Gon el mestizaje nace y echa a andar por los caminos una nueva estirpe: la de los Vivos. Pero esa es ya otra historia. SOCIOLOGIA BREVE Cuando en la vida diaria contempla- mos a veces algunos ejemplares humanos, hacemos la observacién de que estin sin: gularmente dotados para captar la realidad Vépidamente y sin ttubeos; para ubicarse en un medio ambiente cualquiera con pers- picacia y destreza poco comunes. Afirma- mos, entonces, de esa clase de préjimos, que tienen sentido de la realidad. Les asig- namos la cualidad de poser sentido de 1a realidad, y recordamos con ellos a ese ave marina, el alcatraz, que, en la cercania de uertos y playas, contemplados desde la infancia, cruzan el aire lentamente, a ris del mar, como vigilando abajo algo en la cresta de las olas; y luego de pronto, cer- teros, pican sobre las aguas, extrayendo el botin de plata de un pececillo. Juzgamos igualmente, ante la inspirada y veloz reaccién del hombre prictico o rea- lista, estimandola proveniente entre otras cosas de una continua adhesién y ceiti- miento a lo terriqueo y doméstico; tan constante como para no despegarse nunca de aquello, ni alzarse jamis y ascender por sobre lo cotidiano. Entonces, es a manera de ilustracién, o de aclaracién, de aquella postura psicolégica del hombre-alcatraz, que recordamos actitudes mentales; no del mismo tipo o naturaleza de la viveza, pero 87 que pudieran servir de coordenadas, dentro de las cuales instalar por el momento aque- lla postura humana, con la posibilidad de Tegar por una especie de procedimiento climinatorio, a la hipétesis 0 teoria de la viveza. El pragmatismo no es la viveza, la cual tendria mss proximidad psicolégica con lo que en Estados Unidos se ha Mamado ex- presivamente espiritu de frontera. Por otra parte, no olvidamos cémo en una filoso- ia de lo espaiiol el realismo ha llegado a ser hasta nocién fundamental con raz6n 0 sin ella; y cémo, asimismo, se ha estimado el realismo como una acusada constante de a expresién literaria y hasta de lo histéri- co. Se sefiala, en efecto, el hecho de que en el XVI dos formas humanas tan antipodas en su destino como el santo y el conquis- tador, coinciden, no obstante, en el realis- mo. Se ha manejado tanto documental y se ha apurado tanto el sentido de lo realista mencionando hasta aquel hermosisimo, “Dios esta hasta en los pucheros", de Te- resa la castellana. Pero ahora que en bue- na hora la hemos nombrado, nos pregunta- mos: zebmo era Teresa de Jess? De qué modo solia ser realista? Solicitado su ser en mil empresas de propagacién de la fe, prodigiosa voluntad, ella la del cuerpo fré- gil, batiéndose con los encumbrados sefio- res de la Iglesia, rebasando murallas de di- ficultades para’ sembrar de conventos el grave paisaje de Castilla. ‘Buscando otros puntos de referencia acu- de a la mente también Ia idea de lo Inglés. Porque a ese gran pueblo se le ha asigna- do siempre otra clase de sentido de la rea- lidad, cuya posesién lo asiste y capacita como para ser colonizador eficaz y politico excelente. Colonizacién y politica inglesa, en efecto, no pierden en’ ningiin momento el contacto o la vinculacién con la realidad. Al pueblo espafiol, repetimos, se le ha definido como “realista". No obstante, to- mados en cuenta historia, arte, expresién literaria, lo mismo le juzgariamos idealis- ta. Pero lo cierto es que el concepto se mantiene. Ahora, a pocos espafioles se les podria hallar realistas a la manera ingles s decir, practicos. En cambio, tal vez si se podrian encontrar algunos espafioles con muchas de las caracteristicas predominan- tes de lo que en mi tierra Ilaman vivo. Pragmatismo, sentido practico. Realismo espaiiol. Se podria aventurar que la vive- za, actitud esencial de un pueblo ante la vida, es un realismo mestizo? Tal vez no seria tan descaminado, pero en todo caso, 88 de admitir aquello, vale la pena pesquisa lo pristino y peculiar, lo permanente, en la individual naturaleza de'la vivera. Demos cuenta de algunos hechos verificables bas- ta para el observador extranjero interesado en nuestras cosas. El significado oculto, hondo, de esos como estados presentativos, como frases cargadas de sentido, advertencias cuya abundancia es ficil constatar en el folklore venezolano: Camarén que se duerme se lo leva la co- rriente. Al pendejo lo velan parado La raz6n de set 0 el significado criptico © escondido de tan esponténeas y frecuen- tes incitaciones e invitaciones a estar vigi- lantes de que est4 poblada la lengua, hace pensar que aquello encierra o que aquello es la actualizacién 0 proyeccién en el len- guaje, de un subterraneo proceso de con- densacién o sedimentacidn en el alma venezolana, de un elemental apremio 0 ur- gencia muy préximo en lo poderoso al aguijén del hambre o de lo libido. La ne- cesidad, decimos, de estar alertas, que viene en el tiempo de muy lejos. De lo contra- rio, si nos descuidamos, parece decirnos la voz del pueblo: perecereros. Se nos formulan en el trato diario en Venezuela, en el corto espacio de un dia, una coleccién de inconscientes arengas 0 consejos 0 conminaciones a intensificar la vigilia. La lengua caliente de mi pueblo, el refrin picante y el proverbio escatolé- gico en nuestros oidos golpea a toda hora: importa estar muy despiettas, muy despa- bilados para seguir viviendo. Concluimos que, alli, en el verbo eficaz y expresivo de un pueblo, palpita soterrada, oscura y no bien formulada una ‘intensa sensacién de inseguridad y de peligro. Pretendemos ahora, y apenas por via de lo observado e instuido, que ese, muy especifico hecho elemental de conciencia, esa sensacién de desconcierto 0 desazén, subyacente en la lengua aclimatada y adobada en Venezue- la, €s el recuerdo o la subconsciente evoca- cién de un clima social, en cuyo mbito hubiese estado inmergido por muy dilata- do espacio de tiempo el venezolano. En mas breves palabras: que la vivera tiene su explicacién socioldgica; la que desde luego no pretendemos abordar ahora. Meditando en estos achaques nativos, re- cordamos del maestro Sanin Cano una aguda interpretacién de la tristeza ameri- cana. Sefialaba el humanista colombiano entre las posibles causas de la wisteza ame- ricana una serie de factores; pero entre ANALES DE_LA UNIVERSIDAD DE CHILE ellos, fa inestabilidad politica, cuya presién afectaba al hombre de nuestras tierras; pensando el ilustre colombiano que el artista, como el cientifico y el pensador, requieren de un minimum de tierra segu: ra bajo sus pies, De alli a buscar o tratar nosotros de indagar las causas histéricas de aquello hay poco trecho. Si investigando las razones histérico-so- ciales de aquella desazén interna del vene- zolano reflejada en el lenguaje, retrocede- mos hasta aquellos iniciales y patéticos dias de la Conquista, que pudieron ser los de la incubacién y desarrollo de un proceso ulterior de toma de posesién y de perma- nencia en el subconscieme popular de ese rasgo del pueblo venezolano: la viveza encontramos a ese patético protagonista de nuestra historia: el indio, en tensién, en permanente emboscada, en multiple ac- tividad de defensa y ataque contra el con- quistador. En la Independencia, por el romanticis- mo, la mistica y el frenesi, edad juveni) de la Republica, fueron muchos los nietos de Guaicaipuro, muchos criollos mestizos, los que apretaron el fusil de piedra, bajo el garrasi misero y glorioso de la primera multitud rebelde, 0 bajo la casaca azul y oro de la Republica conducida por un Libertador victorioso. En la Independen- cia, el alma venezolana esti otra vez esti- rada como los tambores insurgentes, estre- mecida por la inseguridad y el peligro. De nuevo el venezolano va a vivir la vida en zozobra igual a centurias anteriores. A poco de detenerse un momento en las remisas anteriores, la conclusion es facil. nel alma colectiva venezolana debieron aparecer primero larvariamente, diseftin- dose apenas como estados primarios de conciencia, y después cobrar cuerpo y vo- lumen y desarroliarse, actividades, formas y habitos mentales, que, en el transcurso del recorrido en el tiempo, debieron adqui- rir consistencia y fisonomia, arraigandose y consolidindose de una vez por todas en 1a psique venezalana, Si se nos permite ahora ir rectamente al fondo de nuestro pensamiento, asentamos, entonces, que el venezolano, como ente histérico y como humano actor, ha estado atientando, y acostumbrando, si queremos, su alma a la insurgencia, a la astucia y la cautela, Se nos podria objetar, por lo de- més, que el fenémeno no és. privativo de aquel pueblo, sino que en otros paises americanos ocurtié lo propio. Pero no sé si al revisar antes, porque era La VivEZA indispensable, apenas algunos trazos del recorrido histérico venezolano, hemos des- tacado lo suficiente como para_hacerle cobrar su verdadero rango y significado a una nocién expectante, a un hecho de dra- mitico alctnce, en ese arrebatado, convul- so y en ocasiones, sondmbulo fluir existen- cial de nuestro pueblo. Ese hecho clave se Mama: Ia guerra. Lo que. descamos hacer ver en todo su alcance ¢ importancia, es que la guerra fué un factor histérico que siguié contribuyen- do y manteniendo un clima dado, propicio © proclive a la viveza. Augusto Mijares, sociélogo venezolano, en su ensayo El pe- simismo en la Sociologia Venezolana, sostiene que después de la Independencia quedaron flotantes en el territorio, todavia beligerantes ¢ irrefrenables, como subpro- ductos negatives de aquella peripecia na- cional, los valores primarios de los hom: bres, los impulsos elementales: el valor, la violencia; lo que en conjunto se ha dado en Hamar en Venezuela el machismo. ‘Durante largos afios, pues, el pueblo yenezolano ha vivido un estilo de vida en el que han predominado Ia incertidum- bre, la provisionalidad, 1a vida toda puesta ai naipe de un azar, la existencia pendien- do de un ignorado peligro cotidiano. El sentido de Is realidad en el vivo, aparece asi como el dspero tema de una sinfonia barbara, presente durante mucho ‘tiempo en el ambito de aquella geografia ameri- cana. Digamos entonces, ahora, que aquellos dos periodos histéricos corresponden, en el lano psicolégico, al tipo del hombre vigi- jante, astuto, cuya supervivencia 0 rezago podemos encontrar hoy en cualquier rin- cén del campo o de las ciudades venezo- anas. Podriamos hasta intentar un_peque fio cuadro final o esquema de la viveza. Indigena El indio frente al espanol, como antes en la lucha con la naturaleza, en cada nue- va experiencia acumula desconfianza. La Independencia EI insurgente venezolano, en otro epixo- dio del drama histérico que casi no ha cambiado, otra vez en contienda con el ¢s- pafiol, acentia la agresividad y la violen- cia, sigue siendo astuto. Paez, el héroe Hanero de més caricter y prestigio de la Independencia, mis tarde Presidente de 80 la Repitblica, tipifica lo que hemos venido sosteniendo. Guerras Civiles El venezolano confirma, en innumera- bles episodios de revoluciones innumera- bles, una actitud esencial del pueblo venezolano. Tal vez en nuestra Guerra ‘Larga, Ia de mayor contenido social y de més ricas implicaciones de nuestras guerras civiles, y cuya duracién del 59 al 63 sumi- nistra una prueba mas de su importancia, fué cuando se acentud mas aquella manera de presentarse la vida, aquel destino vene- yolano en que son notas dominantes: la violencia y Ia aventura guerrera. La guerra liegé a ser en Venezuela deporte nacional. Abunda curiosamente para demostrarlo una galeria de ejemplares humanos, una tipologia que surgié de la guerra. ‘Nuestra historia es bien conocida, Ya hemos recordado al primer protagonista de ella, el indio, un ser acorralado al que se le fij6 en el alma la angustia, la dramati- cidad de un vivir incruento. Después lega- mos al patriota criollo. De la guerra arranca el capitulo inicial de esa novela revolucionaria del hombre sedentario y doméstico, cuya vida eva un remanso tranquil, sumergido en el hogar y en labores 0 tareas pacificas, cuya exis- tencia sulre cualquier dia el embate y el arrastre del torbellino revolucionario. El mismo hombre que de pronto, no sabe cuando, se sintié contaminado como él pa- ludismo de la fiebre o el calofrio guerrero. Hay, como digo, casos simbélicos. Ezequiel Zamora, estampa romantica de nuestra Guerra ‘Larga, electrizante caudillo liberal vencedor en Santa Inés, una de las dos acciones decisivas de la Guerra Federal, es un enérgico ejemplo. Otro, sugestivo, el de un pintor de ascendencia francesa, José Ignacio Chaquert, compafiero de Tovar y Tovar, quien estaba en Europa por aque- los afios anteriores al 1859 estudiando, regocijindose con el descubrimiento de la pintura clésica de Europa. De pronto tiene que regresar a Venezuela. Cuando Mega a nuestros puertos, le da el olor a pélvora justamente de la Guerra Federal. "Y dice Gil Fortoul: “Cambiéd los pinceles por la espada y le hizo a Zamora el impagable servicio de construirle las trincheras de Santa Inés”. Han sido poderosas fuerzas las que han tabajado para formar y fijar en el espiritu venezolano aquella actitud, de la cual es integrante el instinto para olfatear la reali- dad, para ubicarse en ella con presteza, antes que el adversario invisible y multitu- dinario lo haya logrado. Un entrafial ami- go, Ilanero de Anzoategui, me decia que a él lo habia hecho beliaco la culebra de agua y la inundacién que le maté el gana- do... y los hombres. De alli, de todo aque- lo les viene a mis paisanos su poderosa tendencia a “madrugasle al hombre”, como se dice en venezolano. Y otra vez el fol- Klore revelador: “Hay que levar la picada adelante”. Como los huracanes que en determina- dos meses azotan casi periédicamente la América media, y en ocasiones la bella Louisiana, la guetva legs a ser para los venezolanos un fenémeno natural. Asi el labrador, curvado sobre el conuco, sentia la wagedia oculta, pendiendo del azul es- tremecido de Venezuela. El campesino pre- sentia que podia llegar en cualquier mo- mento, igual que el agua, o los primeros wruenos de mayo del invierno cercano. Eso fué lo grave: Ia guerra Negd a ser la nor- malidad. Corria, avanzaba el fulgurante regueri- to, partiendo de un rincén cualquiera de Oriente o del Ande; desembocaba luego, convertido en rio de fuego de plomo y de pasion sobre los caserios, los pueblos y las ciudades. Los hombres, abandonando mu- jeres e hijos martires, dejaban el pequefio comercio, la pulperia, el fundo, la faena humilde del pedn, y apretaban el fusil, la escopeta y el machete. A poco, la pélvora, escondida en todos los recodos de Vene- quela, se inflamaba ella misma e inflamaba igualmente aquel apetito de aventura y de sangre que iba otra vez a sacudir, a tras- tornar, a ensangrentar una tierra dulce para vivir. NATURALEZA PSICOLOGICA DE LA VIVEZA EI incauto, cuya pereza mental le impul- sase a formular juicios apresurados, o el frivolo, que en posesion de una tosca no- cin del Picaro, le afiadiese alguna raida concepcién de la biologia convulsionada de mis de un pueblo mestizo, concluiria en algo como este céctel conceptual: El vivo es el picaro violente y curtido de malicia tropical. Eso no seria la viveza, Sin duda ella es herencia picaresca y socarroneria criolla; pero, y no solamente eso. En otro sentido, para el villano y el hidalgo, la dura expe- riencia de la Espaiia del XVJ, marco social del picaro, 0 explica asimismo aquella ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE actitud humana, sino en parte; ni tampoco informa totalmente acerca del hallazgo de una forma de arte que nace ya casi per- fecta con tipos y personajes propios y hasta con una atmésfera novelesca, que, eso si, 4 sea como la tufarada espesa que se escapa de un ambiente real. Pero para poder establecer alguna ele- mental nocién o idea fundamental y apre- sar alli, en esa malla estrecha del concepto, algo de aquella elistica, densa y movediza sustancia, la viveza, menester es que nos detengamos en ciertos elementos de juicio. Al analizar al picaro, como producto social, vemos, por una parte, el fruto o resultado de condiciones sociales negativas, cuya presin deformadora tal vez fué la causa predominante o levadura de senti- mientos negativos: 1a insatisfaccién, el c nismo, el resentimiento, que se advierte algunas veces en personajes, y hasta en au- tores, picarescos. Pero encontramos, asimis- mo, que los actos, reacciones y comporta- mmiento de aquel interesante sujeto, al cual sabemos truhin o brib6n, y que, sin em- bargo, simpatizamos con él, hablan de que en su composicién humana entraron tam- bién elementos o valores genuinos de la Raza. En efecto, hemos venido sefialando por lo menos dos rasgos cardinales del Pi- caro: el estoicismo, yacente en el fondo de su postura humana, y, en el plano de lo intelectual, la presencia de la inteligencia pret Y aguda, el, ingenio, como se nom aba en aquella época, Entonces, en cuanto se refiere a su natu- raleza psiquica, podriamos ficilmente inte- grar o filiar la inteligencia picaresca dentro de lo que hace mucho tiempo venimos considerando como manifestaciones tipicas de la intuicién. Esto es, pues, adelantar un primer dato: £I picaro es intelectualmen- te considerado un_ intuitive, Es decir, que se entera o informa, por lo general, acerca de lo que le circunda, por la via de esa sibita iluminacién de Ia conciencia en su primer contacto con alguna realidad penumbrosa 0 cadtica. Y lo de definir al “intelectualoide” que hay en el Picaro co- mo un intuitivo, no sorprende a quien recuerde el concepto de puro manido sos- echoso, de la condicién de explosivo, ve- loz, apasionado y asistematico del pensa- miento espafiol. Examinando ahora, en el otro costado de nuestro ensayo, el fenémeno pariente, la vivea, Iegariamos a conclusiones muy semejantes respecto a aquella otra actitud humana. LA VIVEZA Utilicemos algunos datos Depons, aquel francés de pupila avisada, quien visits a Venezuela, y quien tuvo oportunidad de caminarla’y conocerla alla en el otofio de la Colonia, dejé sobre los criollos venezolanos esta ficha psicolégica: “Es cierto —escribe en su Viaje a la parte oriental de Tierra Firme— que los criollos son de espiritu vivo, penetrante y mis ca- paces de aplicacién que los de nuestras colonias”. Y Oviedo y Bafios, quien regodea la plu- ma en el recuento, de la vida colonial, expone: “Los criollos son de agudos y prontos ingenios, siendo, en general, de espiritus bizarros y corazones briosos ¢ in- clinados a todo to que es politica, que hasta los negros (siendo criollos) se desde- fian de no saber leer”. Los juicios de Depons y de Oviedo y Bafios contienen como el primer perfil psi- coldgico de nuestra viveza venezolana; y ya en aquellas opiniones, se sefialaban carac- teres esenciales que van a ser constantes en la psicologia social del venezolano. Con todos esos datos que hemos venido reuniendo, definamos la viveza en sus as- pectos ético e intelectual. La viveza, actitud psiquica y conducta social del venezolano medio, es individua- lismo andrquico y deformacién moral de una inteligencia alerta, alegre, fina; capaz entonces de ser reorientada y educada, con- virtiéndose en una cuantiosa reserva espi- ritual de nuestro pueblo. Descle luego, esta iltima formula no tiene otro valor que el de un punto de vista, que ganaria algo de alcance, firmeza y precision si, procediendo un tanto indirectamente, aiiadiéramos da- tos que se originaron de nuestro propio personal contacto con el pueblo. Esas expe- Tiencias se refieren a la observacion de la calle en donde discurre, se moviliza y vive lo popular; pero también de los recintos universitarios, cientificos, literarios 0 poli- ticos en donde habitan’los reflexivos de mi pais. Tal vez la viveza sea un tipo de vida intelectual, de actividad de la inteligencia, en cuya gestacién y formacién habrian tenido importancia los componentes racia- les espafiol-indio-negro que actuaron en la integracién y fusion a fuego lento o arre- batado y crepitante de aquel pueblo: vivo. En la significacién de la mezcla racial, ca- be pensar, cuando en nuestra cordial con- vivencia venezolana el amigo nos zahiere gracioso y sin torcida intencidn con 1a fle- cha de la mamadera de gallo. 91 Risa espiritual del venezolano, cuyo contenido psicolégico podriamos emparen- tar con el “choteo” cubano, tan exact: mente esclarecido por la sagaz inteligencia cubana de Jorge Majach, Pero la mamadera de gallo merece un recodo y como un eapitulifie aparte Algo que define muy bien 0 que aclara la composicién y el funcionamiento de la “viveza” es el humor criollo: la mamadera de gallo. En un intento por descubrirla y objetivarla, diremos que es el futbol espi- ritual que juega cada dia el venezolano de todas las clases; y en que la frase balén o pelota, ingrivida y rdpida, va rebotando a través de la cancha de espiritus traviesos, suscitando carcajadas, pero sin producir destrozo ni descalabro. Entereza, estoicismo, més alegria y acui- dad visual ‘para captar lo grotesco conven- cional, 0 simplemente divertido en las situaciones y en los hombres, la mamadera de gallo puede ejercer salvadora funcién dle escape psicoldgico o de amortiguador de lo tragico cotidiano, de las duras experien- cias porque ha pasado el pueblo venezo- lano; como a la vez tiene otro aspecto sustancial, y es que esa vocacién, por un humor muy especifico, constituye también elicaz, saludable instrumento de conviven- cia. En Venezuela, en efecto, nos entende- mos con ella y ya diremos por qué. Aquello es lo positivo de la mamadera de gallo, ya que la mamadera de gallo, como el choteo, tiene también su dimen- sion negativa, la cual puede, sin duda, des- aparecer con un proceso educativo.. Nos referimos a aquella actitud venezolana, cuando se hace hibito continuo y se siste- matiza. Entonces, como todas las actitudes del espiritu cuando pierden agilidad y se rigidizan: la ironia o la sdtira, la mamadera de gallo puede ser nociva, estéril; y obs- ticulo de una correcta y fecunda vida de relacién, cuando se convierte en impedi- mento para la seriedad, 1a compostura que requiere algo realmente trascendente; o cuando se sistematiza y degenera en burla equivocada de lo que merece respeto y admiracién. Como decimos, tiene mis de un punto de contacto con el choteo; y debe volver a recurrirse a aquel indispensable y brillante estudio de Majiach, para conocer, en in- vestigacién exhaustiva, las ricas implica- ciones de la risa mestiza o mulata. Y me detengo en el parecido o posible semejanza porque resulta sintomitico que esos dos a modos del humor criollo se produzcan en Cuba y en Venezuela. Como noticias, datos o fichas que pue- den ayudar a entender la mamadera de gallo, traigamos aqui algunas experiencias nuestras, Como el nopal o la cortesia del mexicano, 0 el alamo y el copihue, y la serena, grave, cordialidad de Chile, la ma- madera de gallo la sentimos inmediata- mente en Venezuela delatando un clima de hombres; una tipica tonalidad de la existencia, con cierta afinidad, y es revela- dor, con lo andaluz; un tono amable de \a vida, en el que coinciden y participan el aire liviano, el cielo azul y el rempera- mento juguetén de los hombies. Ya en los Andes mismos, en donde habita el monta- fiés agricola, sobrio, introvertido, muchas veces el ejercicio de la mamadera de gallo no lo notamos tanto o casi sentimos su ausencia en ciertas comunidades interna das, En cambio, cuando estuvimos en Chile, por primera ver, en donde vivimos, y luego en una estancia, en Ciudad de México, chi- lenos y mexicanos amigos reaccionaban como un tanto sorprendidos, y hasta con un contenido sobresalto, ante mi mamade- ra de gallo; que empledbamos tan incons- ciente Y espontineamente como un lengua- je, 0 como un dialecto. No nos dabamos cuenta, estando en tierra grata, que no estébamos en nuestra tierra; y que faltaba alli entonces, en Chile como en México, el ticito entendimiento entre los hombres; el acuerdo subconsciente de no tomarse demasiado en serio, y en algunos casos, en- trafiables: de quererse o estimarse a punta de jocunda y cilida ironia, Pero del mismo modo que en nuestro huntor venezolano, vuélvese a sentir la hue- Nia o el sazonamiento o la presencia de la mixtura racial, en manifestaciones mas elaboradas de ta inteligencia venezolana, mis intelectuales y menos naturales, en las cuales advertimos la presencia de cualida- des 0 ingredientes confidenciales para nos- ours. Sin hablar de la poesia, ef que lea nuestra prosa encuentra muchas veces el lado del indudable vigor y hasta brio, en ocasiones impetu, cierta influencia como sanguinea; asi como la cilida corriente de lirismo, temperatura normal de 1a prosa venezolana, Seguiriamos ensanchando aquella defi- nicién de la viveza como actitud de agregar algunos hhechos stigestivas que se pueden observar ficilmente en Venezuela. Al acer- carse a la actividad intelectual en mi pais, ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE (CHILE se puede constarar alli la presencia de dos tipos o de dos casos interesames: a) El autodidacta, trabajador y enjun- dioso, que, caso frecuente en Hispanoamé- rica y en Espafia, también tiene una for- macién desordenada. Se trata de hombres de promociones maduras, y b)_Escritores jévenes, algunos realmente inteligentes, pero demasiado apresurados. En ambos casos, la viveza nos da la im- presién de un chorro fresco € impetuoso, de lucidez, alucinada en algunas ocasiones: pero nos sentimos también como ante pro- cesos mentales que no han cumplido su parabola de realizacién; procesos inacaba- os, inconclusos. Y ello ocurre no solamen- te con la literatura hablada, sino que con otros testimonios: con el poema intensa- mente lirico, pero cuya expresién no se depuré lo bastante; con el cuento enviado aprisa al diario; con el ensayo de conteni- do interesante, pero editado aun sin cohe- ién ni arquitectura que le dé unidad y solidez, Lo serio es que el interesado (lo somos todos) a menudo no se da cuenta de ello, no Jo trata de modificar a tiempos y lo que es mas grave, como me decia un gran escritor amigo, contribuye a que los que de cualquier manera se acerquen a lo escrito se contagien con aquella manera chabacana de realizar las faenas_intelec- tuales. De manera que aquel fenémeno de es- casa maduracién o cristalizacién de ideas, aquella falta de disciplina, de rigor, garan’ tia y sustentéculo o pivote de la obra bien hecha, y por ello perdurable, puede alcan- zar las dimensiones en latitud y extensisn, yen peligro, de una especie de conspira- cién contra el pensamiento nacional; en la ue podemos o pueden ser cémplices mu- 10s hombres dolorosamente bien dotados, pero por una razén o la otra —a veces por Circunstancias respetables—, no to suficien- temente obreros o trabajadores de su oficio. Elocuente demostracién de lo anotado fué hasta hace pocos afios la novela o el estudio al que le faltaron incubacién, em- polladura © enfriamiento necesario, las creaciones a las cuales no se les citnié lo adiposo o circunstancial. En fin, la obra en todos los érdenes x la cual se le escati- mé el tiempo para que cociera del todo. Y toda aquella gama de consecuencias ne- gativas, por otros factores que, informan Ta actividad del pensamiento en Venezuela, pero también por otya causa raigal: la Vi- veza, Todo, porque el vivo, cuando en su espiritu enciende una intuicién, se aluci- La viveza| na; y lo que es todavia semilla aleatoria que puede llevar infartada una hermosa invencién artistica, se malogra en eso nada mis: en la fruta en agraz; desprendida cri- minalmente cuando atin no habia cumpli- do el fatal y necesario plazo bioldgico. Reflexionando en ese intuitivo de Vene- zuela, exponente de mayorias, no de mino- rias, es claro; haciendo el’ balance del tiempo perdido en el trabajo mal hecho o no Ievado hasta sus ultimas consecuencia: y en todas las infecundas y peligrosas deri vaciones que pueden venir de los juicios cargados de ligereza o de pasién, en las generalizaciones con premisas falsas o inte- resadas; o elevandonos hasta el plano mis dramatico, encontrando en ocasiones el es- pita infiel a si mismo, en esa deslealtad je Ja inteligencia cuando abandona el ascetismo def aprendizaje que hemos de hacer toda la vida; o en el sacrificio de la verdad eterna a los valores interesados 0 transitorios. Reflexionando en todo ello, pensamos que por su persistencia y alcance, aquello puede constituir el rasgo y el tono centrales ce la vida del espiritu en deter- minada sociedad; definiendo, desde luc una etapa cultural. En la economia espi tual de un pueblo aquellas catastréticas ptoyecciones encontrarian su equivalencia en una agricultura artuinada por falta de agua; o en la cosecha de ganado que se nos fué de las manos, que sucumbié ante el acoso de la inundacién o la sequia. Un profesor y escritor del Sur comentaba en la Argentina de hace mas de diez afios, la frecuencia del “espontaneismo” y el practicismo. ‘Puede que este fenémeno ve- nezolano de la viveza se parezca mucho a Jo que el maestro argentino Hama espon- taneismo. Es muy posible que sea asf; io que probaria de paso las afinidades’ de nuestros pueblos hispanoamericanos; a pe- sar de las variantes de lo histérico, de la composicién racial, etc. Pero lo que impor- ta destacar ahora en el interesante ensayo del escritor argentino —Juan B. Terau- es que él explicaba el” “espontaneismo como un retofio del Romanticismo. En Venezuela, la viveza es el fruto por un lado de las innatas tendencias del espi- ritu venezolano; y, por el otro, secuela de etapas culturales todavia no superadas, en las que desaparecié o estuvo confinada, o no ejercié sulicientemente su accién recto- ra, una tradicién universal de fomento y mantenimiento de los valores del espiritu, mediante la solida formacién, el sentido critico vigilante en lo individual y colec- 95 tivo, y la necesaria y frecuente revisién de valores, en todos los érdenes de la cultura; la creacién artistica, la investigacién cien- tifica, el ejercicio profesional, y hasta la direccién de los negocios publicos, ‘Demos cuenta, porque es la verdad y porque es justo, del renacimiento en nues- tra patria, por lo menos desde hace unos cuantos afios, de una tradicién de pensa- miento que lucha contra una corriente de barbarie. En efecto, hay en la historia de la cultura venezolana una linea de cabezas claras, torturadas por la meditacién, y cuya actividad espiritual ensanché las fronteras espirituales de la Nacién. Si quieren cuatro hombres, cuatro santos de la cultura, re- cordemos con emocionada veneracién a Bello, a Vargas, a Fermin Toro, a Cecilio Acosta. Aquella tradicién esta hoy en un pufia- do de hombres, En Venezuela o fuera de ella, en Ia creacién estética, en la investi- gacién cientifica, o en esas disciplinas como el Derecho, que estructuran la vida civil de los pueblos, algunos siguen ejemplares, ofreciendo obra buena, obra madura, obra hermosa; constituyendo, hoy como’ ayer, honra y garantia del destino de un pueblo mestizo. FARISEISMO CRIOLLO EI vivo es también fariseo. El fariseo, entre otros rasgos, tiene el del hombre que obra inmoralmente, aunque dentro de los limites 0 de las aguas de lo legal. Eso es fariseismo. El filisteo, decia alguna vez un ensayista norteamericano, es el hombre que del juego de golf no acierta a alcanzar sino la aparente superficialidad o intranscen- dencia de 1a bolita que salta sobre la gra- ma. No encuentra, no da con el misterio, la magia o el encanto del juego. As{ se multiplicarian los ejemplos én todo el re- pertorio de la cultura, Pues bien, en Vene- zuela hubo una especie de inundacién del fariseismo y del filisteismo a un tiem| que anegé las almas. La explicacidn de ello reside fundamentalmente en que los valo- res espirituales estuvieron durante un la periodo en quiebra; carecian de cotizacion, como quien dice, para el ciudadano co- rriente. No en vano el sentimiento moral y la capacidad para estimar los intereses del Espiritu es una cuestién de. sensibilidad —y alli esta presente la raiz biolégica— del ejercicio del érgano también. De manera que asf se desciende al cretinismo musical, OL a no tener goce alguno, por ejemplo, escu- chando una sonata de Beethoven; y en otro orden se llega a no tener sensibilidad al- guna, resonancia ninguna en la conciencia, ante Jos valores morales. En Venezuela ha ocurrido el fenémeno que venimos sefialando arriba. Los valores morales perdieron su eficacia para conmo- ver las almas, para afectarlas, ‘De este mo- do, perdieron asimismo su “valia”. Desapa- recieron como tales: como “valores”. Y. si la estimativa es a los valores, como dice Ortega, lo que el ver o el ofr en el campo de lo visual y de lo auditivo; si aceptamos ese supuesto fundamental,’ entonces en nuestro pais, en ciertos afios de los cuales todavia quedan secuencias, para los valores espirituales al hombre medio se le habian embotado los sentidos. ‘Los tenia, como quien dice, anestesiados por la crisis moral de que ya hablabamos antes. “El objeto del querer —expresa el profesor mexicano Gar- cia Maynez, en “El secreto del bien y del mal” tiene para la conciencia volitiva la forma del fin o del propésito. En la natu- raleza del fin esté el que su contenido sea valioso, 0 cuando menos, que tal aparezca ante el individuo. Es imposible proponerse una finalidad cualquiera, si en ella no se reconoce un mérito. Siempre que se hace una seleccién de medios, con vistas a la realizacién de un fin. El juicio previo de toda estimacién esencial es condicién del acto teleolégico”. De suerte que en la filosofia de los valo- res el hecho universal y anterior, el que hace posible toda experiencia valorativa, es que algunas cosas valgan y otras no valgan. En Venezuela ocurrié —seguimos dentro de 1a filosofia de los valores que ilumina tanto nuestro caso moral—, en Ve- nezuela acaecié todo un interesante proce: so de enfermedad, dirfamos de la estima- tiva. Esta enfermedad de la estimativa consistié en que la jerarquia de los valores se invirtid, Es decir, los valores espirituales —religién, justicia, arte, etc— que para el hombre culto constituyen la cima, el pi- naculo de lo valioso, y, como si dijéramos, la suprema razén de’ ser de la existencia, todo ello se extinguié para el venezolano medio; perdié su valor. :Por qué? La res- puesta no hemos venido a indagarla nos- Otros en estas reflexiones, sino simplemente a dejar constancia del hecho. De alli —y dicho sea de paso—, que una de las grandes empresas pedagégicas en ‘Venezuela seria esa: la de hacer recuperar al venezolano su estimativa normal. La que él mismo tuvo ANALES pe LA UNiversipap pe (CHILE y la que tienen los pueblos cultos de la tierra. La exploracién, el ensayo, resultaria sin duda de utilidad’para esclarecer qué es lo que en realidad mueve su vida. Seria nada presumir la razén por la cual algunos hom- res orientan con exclusividad sus dias hacia la invencién, el descubrimiento de una bacteria, o la realizacién_ literaria de alguna extrafia criatura que Hevan en lo interno. En Lecturas Espariolas de Azorin, el maestro espafiol nos sefiala a un cura y a un barbero que en el ambito del Quijote rien del aporreo de un pobre diablo que ha estado rifiendo con otro. Repitiendo la experiencia de Azorin, nos iriamos a buscar muchos profesionales, para los cuales los valores espirituales —la sonata de Beet- hoven, la novela de Dostoiewsky, el gesto candoroso de alguien, el conflicto social que siempre encierra alguna dramtica des- garradura colectiva— les dejan perfecta- mente insensibles. No les conmueven para hacerles brotar reaccién alguna. Es decir, hablando en otros términos: no tienen va- ior alguno para ellos. Pero es lo urgente ahora, para que no pensemos que estamos perdiendo de vista nuestro objetivo, adver- tir que todo esto que hemos venido cons- tatando tiene su intima conexién con la viveza, EI mundo es de los justos. =No sefior, el mundo és de los valientes. En esta polémica ejemplar conocida de todos los venezolanos radica ya toda una axiologia conmovedora. Una filosofia de los valores puesta en marcha, El mundo es de los justos, afirma War- gas el sabio; y Carujo, el “realista”, como hoy le lamarian algunos, rectifica: El mundo es de los valientes. Para Carujo, valiente implicaba asaltante, hombre de presa. Para Vargas, la justicia era el centro de las relaciones entré los hombres. De alli, como deciamos, toda una filoso- fia de los valores —toda una estimativa— se dispara. O nuestros pueblos se echan a andar ‘por el atajo de las revoluciones; o bien realizamos lenta, pero seguramente, nuestra jornada por el camino de las ins- tituciones y de Ja vida civil, Esa es la esen- ia de Jo que significa Vargas para nos- otros, y yo 0s propondria la meditacién de este antivivo por excelencia, Es el patrén, el santo, el arquetito plutarquiano de los que deseen huir del vivo. Pero, ¢Carujo, tenia realmente la culpa? Por lo menos toda la culpa? Era el pro- La viveza ducto natural de eso; de un medio social en el que se hacia posible el encumbra: miento por el asalto, Vargas es otra cosa. EI reflexivo de la reflexién de siempre como destino; el de las vigilias intermina- bles en la labranza nocturna del espiritu; el que sabia que todo aquello era doloroso y lento, pero que daba fruto maduro. De alli que él pensara en la justicia como el supremo bien: “EI mundo es de los justos". Pero Venezuela, en aquellos afios, no era 50; y actualmente los buenos venezolanos no podemos y no debemos hacer otra cosa, sino un ensayo de aproximacién a Vargas, de lealtad a Vargas; porque la lealtad ha- cia los grandes espiritus consiste en eso: en. adecuar nuestra vida al modelo inmarce- sible, En Venezuela se estuvo multiplicando por muchos ails 1o que Tngenieros ha Is: mado “el hombre mediocre”. Y un profesor mexicano, Romano Mujioz —que parece tener ante sus ojos la imagen del filisteo de su patria—, nos lo define: “Es aquel a quien le importa un comino el problema del destino humano”, ;Para qué pensar en él? .No tiene ya su Cadillac, sus tertulias, sus bailes, sus amigos, su Foreing Club? “Pero, se dird que lo que sefialamos es hoy dia una enfermedad de la sociedad con- temporénea, por lo menos en la zona his- panoamericana; que asi como el gusano pululando, en cualquier substancia anun cia la descomposicién el sefiorito, el pepi- lito cubano, 0 el pollo bien nuestro, es el signo de una descomposicién social. Sin negar lo que aquello pueda tener de cierto; lo que afirmamos es que nos ha invadido el ollobienismo; o lo que es lo mismo que lo que debia encontrarse como manifesta- cién privativa de una clase determinada, se nos convierte en mentalidad; es decir, que Jo que esta ocurriendo es la frivolizacién de nuestra gente masculina, por lo menos en- tre la clase alta y la clase media, si es que la hay entre nosotros. Existirin entonces hasta las manifestaciones exteriores que muy bien podrian constituir sintomas de lo que sostenemos. Se deriva cierto joven hacia la orgia y 1a cortesana o hacia el flirt, el deporte y 1a danza exclusivamente. Se podria, pues, traer, a estas paginas, a titulo ilustrativo 'y con animo saludable- mente docente, el esquema de los valores: materiales, vitales, religiosos, etc. Entonces, aunque esto seria bastante ingenuo, frente a este esquema, podriamos intentar una especie de examen de conciencia nacional. 95 ¢Qué es lo que en realidad preferimos los venezolanos? ‘Todo esto, lo que sacramos en limpio, constituiria como un redescu- brimiento del ser venezolano; del estilo y espiritu con el que marchamos hacia la conquista de nuestro destino como nacién. Epocas han habido, en efecto, en la historia en las que han estado perfectamente defi nidas y visibles las preferencias y las pre- ocupaciones colectivas. Recordemos el siglo XVI espaol. Alli también la axiologia ser- viria como un instrumento de exploracién del alma de aquella gente. He aqui ante Mosotros una gran empresa y una gran aventura europeas en aquellos tiempos: Lepanto. Pues, bien, Lepanto es para el gran novelista la ocasién en que vale la pe- na, por asistir a ella, haber perdido una mano. gCémo olvidar, por otra parte, ese teatro espafiol en el que motivos como el de la honra se tornan en resorte de deleite para los buenos ciudadanos de Madrid, que idolatran a Lope en los “corrales"? Si queremos oir un fiel testimonio de lo que el villano estimaba en aquellos tiempos, escuchemos la dulce voz con que la labrie- ga de Peribiiitez rechaza al Comendador: Mas quiero yo a Peribafiez con su capa de pardillo, que al Gomendador de Ocafia con la suya bien guarnida. “Tomar un punto de vista implica la adopcién de una actitud contemplativa, teorética, racional. Ortega y Gasset” (en vez de punto de vista podriamos substituir con principio). “Ahora bien, no hay nada més opuesto a la espontaneidad bioldgica, al mero vivir la vida, que buscar un principio para derivar de él nuestro pensamiento y huestros actos. La eleccidn de un punto de vista es el acto inicial de la cultura”. Eso justamente es lo que ha ocurrido entre nosotros en los ultimos decenios. An- tes de 1936 y por muchos afios, se ha existi- do y nada mas. Vivir intensamente; sentir ja emocién politica en el mitin o en la huelga; estar asediado por la inquietud metafisica, por la idea de la muerte; gozar una tela de Gauguin o de Marcos Castillo, si se quiere un pintor venezolano; vibrar, desgarrarse con un drama cualquiera. Aun- que con un poco de exageracién, pero nada mils con ese poco, pudiéramos afirmar que, de nuestra vida nacional estaban hasta hace poco atin ausentes esos ingredientes de la existencia. Enumeremos algo de lo que no tenfamos. Se trata de muchas cosas perfectamente elementales entonces, de

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