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El defendido está obligado a comparecer, cuantas veces sea citado o conducido por
orden judicial, pero esto no significa que deba declarar ni en la etapa investigativa ni en el
juicio. Como dice Montero Aroca, lo que surge es un derecho al silencio, que no es sino
una manifestación de la presunción de inocencia, que implica que en el proceso penal no
sólo no puede imponerse al acusado carga alguna relativa a su declaración, sino que
incluso no puede permitirse que el juez extraiga consecuencias negativas para aquél del
ejercicio de su derecho al silencio.
Los privilegios como garantías constitucionales están presentes desde que exista la
indagación o investigación, cuando se conducen las entrevistas e interrogatorios por la
Policía Judicial y la Fiscalía (Arts 205, 206 y 282 CPP), deben ser informados al capturado
en el momento de su detención (Art. 303 #3CPP), y aún ponerse de presente al acusado
por el juez al darse inicio al juicio oral (Art 367 CPP).
La ley ha querido facilitar la obtención de evidencia física aun cuando el propio procesado
es objeto de prueba, y aun en contra de su consentimiento. Lo que se protege
constitucionalmente es el derecho a no declarar a no dar su versión de los hechos, es
decir el testimonio, no los demás medios de prueba. Sin embargo, la defensa que siempre
debe estar presente al decretarse y practicarse las pruebas, debe preservar los derechos
fundamentales a la dignidad humana y a la intimidad de su defendido.