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Los crímenes sin castigo de la II Guerra Mundial

La mayoría de los perpetradores de atrocidades durante el conflicto no han llegado a


ser procesados

Campo de concentración de Dachau, este


domingo. Alexandra Beier Getty

Al final de la II Guerra Mundial, el mundo se despertó del horror con una destrucción que
nunca había conocido, 60 millones de muertos y una nueva forma de crimen, el exterminio
industrial de todo un pueblo, para el que hubo que crear una palabra, genocidio. El primer
ministro británico Winston Churchill propuso fusilar sin juicio a los jerarcas nazis según eran
capturados. Al final se impuso el derecho y se abrieron los procesos de Nuremberg, durante
los que fueron juzgados y condenados los 24 principales dirigentes del régimen de Hitler que,
a diferencia de su líder, habían sido capturados con vida.

Pero después, tras varios juicios de Nuremberg contra criminales menos relevantes y procesos
en países que habían padecido especialmente la crueldad hitleriana, como Polonia, los casos
se fueron enfriando y muchos naziss lograron huir a España o América Latina a través de las
famosas rutas de ratones. Aquellos que tuvieron un papel menos destacado simplemente
volvieron a su vida cotidiana en Alemania y lograron quedar fuera del radar durante décadas.
Es cierto que Adolf Eichmann, uno de los arquitectos del Holocausto, fue capturado en 1960
en Argentina por el Mosad y juzgado en Israel; pero Josef Mengele, el sádico médico de
Auschwitz, se ahogó en Brasil en 1979 o Ante Pavelic, el dirigente del estado genocida croata
responsable de millones de muertes de serbios y judíos, murió tranquilamente en España en
1959.

Pese a un último esfuerzo que acaba de lanzar Alemania contra guardias de Auschwitz
nonagenarios o de la Operación Última Oportunidad del Centro Wiesenthal, cuando se
conmemoran los 70 años del suicidio de Hitler, el 30 de abril, y del final de la II Guerra
Mundial, el 8 de mayo, tanto los historiadores como los cazadores de nazis coinciden:
muchas víctimas no han tenido justicia. Los motivos son numerosos: el estallido de la guerra
fría, la imposibilidad de perseguir a todos aquellos que habían cometido atrocidades porque
su número era inmenso, la necesidad de olvidar de la sociedad alemana...

La impresión general es que los últimos movimientos contra los criminales llegan demasiado
tarde, porque ya casi no quedan perpetradores vivos y las víctimas, poco a poco, se van
apagando. El semanario alemán Der Spiegel publicó en 2014 un largo reportaje titulado "¿Por
qué los últimos SS se irán impunes?". Su conclusión era que "el castigo de los crímenes
cometidos en Auschwitz fracasó no porque un puñado de jueces y políticos tratasen de frenar
esos esfuerzos, sino porque muy poca gente estaba interesada en perseguir y condenar a los
perpetradores. Muchos alemanes eran indiferentes a los crímenes cometidos en Auschwitz en
1945 y así siguió".

Como escribe al final de su biografía de Hitler el historiador Ian Kershaw, "muchos de los
que tenían una mayor responsabilidad consiguieron escapar sin castigo.
Numerosos individuos que habían desempeñado cargos de gran poder en los que
determinaban la vida o la muerte y se habían llenado los bolsillos al mismo tiempo a través
de una corrupción sin límites, consiguieron evitar en todo o en parte un castigo severo por sus
acciones y, en algunos casos, lograron prosperar y triunfar en la postguerra".

"Nuremberg estaba sólo pensado para los líderes nazis", asegura Efraim Zuroff, uno de los
últimos cazadores de nazis desde el Centro Simon Wiesenthal. "Su objetivo no fue nunca
llevar ante la justicia a los todos los criminales de guerra nazis, lo que era una misión
imposible porque su número era enorme", prosigue Zurof, quien reconoce que "la guerra fría
tuvo un efecto muy negativo" sobre la búsqueda de criminales. Algunos, como Klaus Barbie,
fueron reclutados por los servicios secretos estadounidenses para utilizar la información que
tenían.

La magnitud de los crímenes es difícil de imaginar: los campos de exterminio, los campos de
concentración, los Einsatzgruppen que fusilaron a cientos de miles de personas en el Este, los
asesinatos de rehenes, las torturas, las leyes raciales, las atrocidades de todo tipo en decenas
de países. Se trata de crímenes que, conforme pasaban los años, cada vez son más difíciles de
probar ante un tribunal, según han ido desapareciendo los testigos o apagándose su memoria.
De hecho, uno de los casos más famosos, el de John Demjanjuk, basó toda su estrategia de
defensa en que no era él, en que los testigos que decían reconocerle se confundían. Ciudadano
ucranio que huyó a Estados Unidos después de la guerra, siempre aseguró que era un
refugiado inocente. Fue condenado a muerte en Israel en los ochenta acusado de ser Iván el
terrible, un sádico guardia del campo de exterminio de Treblinka responsable de miles de
muertes. Sin embargo, cinco años después, el tribunal supremo levantó su condena: no era
Iván el Terrible, aunque sí era sospechoso de genocidio. Fue finalmente condenado en
Múnich a cinco años de prisión por haber sido guardia del campo nazi de Sobibor. Murió en
2012.

Su sentencia fue especialmente importante, no sólo porque cerró un caso icónico de la


búsqueda de antiguos nazis sino, sobre todo, porque abrió un precedente importantísimo que
ha permitido el procesamiento de 12 antiguos guardias de Auschwitz en Alemania, de entre
88 y 100 años: los jueces decretaron que sólo el hecho de haber trabajado en un campo de
exterminio es un delito en sí, aunque no se demuestre que se haya participado directamente
en asesinatos o torturas. El 21 de abril comenzó el juicio contra Oskar Göring, de 93 años,
que llevaba las cuentas de Auschwitz: era el responsable de gestionar el dinero robado a los
deportados antes de ser enviados a las cámaras de gas o asesinados con trabajo esclavo.

Los historiadores calculan que pasaron por Auschwitz unos 6.500 guardias. En Alemania, han
sido juzgados 43 SS, nueve recibieron cadenas a perpetuidad, 25 fueron enviados a prisión y
el resto fueron absueltos. Según un recuento del historiador Andreas Sander, los tribunales
alemanes han emitido 6.656 condenas desde 1945 relacionadas con la guerra, por delitos que
van desde perjurio hasta asesinato, aunque el 90% de las penas fueron inferiores a cinco años.
Un cálculo de Centro Wiesenthal asegura que, desde Nuremberg, unos 106.000 soldados
alemanes o nazis han sido acusados de crímenes de guerra, unos 13.000 han sido encontrados
culpables y más o menos la mitad sentenciados. No existe ningún cálculo de las personas que
pudieron participar en crímenes de guerra, aunque el gran historiador de la II Guerra Mundial
Max Hastings los cifra en "varios cientos de miles".

El escritor alemán Christoph Heubner, vicepresidente del Comité Internacional de Auschwitz,


calificó en declaraciones a la prensa la falta de persecución de los SS después de la IIGM
como "uno de los escándalos de la posguerra". "Los perpetradores esencialmente volvieron a
la sociedad de la que venían, desaparecieron en sus barrios de siempre. Durante muchos años,
a nadie le importó lo que habían hecho. Para los supervivientes es un hecho amargo el poco
interés que había y lo poco que se hizo para perseguir a los perpetradores".

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