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Su reflejo.

La lluvia caía a sus pies, mientras sostenía un paraguas en su mano derecha y


en la izquierda un reloj que marcaba un compás junto a las gotas de lluvia.
Pasaron segundos y gotas, relámpagos y minutos, pero no abrió el paraguas;
solo observaba el reloj que al dar las doce junto con la lluvia se detuvo. En
efecto, ese momento fue el comienzo de su fin, porque cuando la lluvia paró,
desapareció, dejando un charco marcado en el suelo que, si te acercabas,
podrías ver un cielo azul despejado que se reflejaba, aunque las nubes se
mantenían grises.

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