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Resumen Primer Modulo - Docx Versión 1
Resumen Primer Modulo - Docx Versión 1
Es importante señalar el destacable valor diagnóstico del examen neurológico de los reflejos arcaicos; su
ausencia en las primeras semanas o su permanencia más allá de la fecha señalada para su desaparición son
indicadores de daño neurológico. La inhibición de los reflejos arcaicos, se debe a la entrada en funciones de la
corteza cerebral que a su vez posibilita las conductas voluntarias.
El hombre no renuncia jamás totalmente a nada. Cada uno de los momentos constitutivos del
aparato psíquico, cada una de las configuraciones desiderativo–defensivas permanece y hasta
puede resurgir en circunstancias particulares. Junto con el concepto de resignificación
(reinscripción o reorganización del material mnémico, al que se le asigna nuevo sentido en
función de experiencias ulteriores), el concepto de la conservación del material psíquico como
regla -a menos, claro está, que medie lesión de la sustancia nerviosa- es indispensable para
entender la cuestión de la evolución del aparato psíquico.
Puede entonces concebirse un punto de partida inicial indiscriminado, en los primeros
momentos de la vida, cuando el Yo (en el sentido de sentimiento de sí, lo que el sujeto considera
como su mismidad) no ha reconocido aún a un otro, un mundo, un “no–Yo”. Freud establece
una primera localización, a la que apenas correspondería denominar psíquica, que se funda
sobre la comprobación de que ciertos estímulos son discontinuos (el niño asocia su desaparición
con los movimientos que realiza con su cuerpo), mientras que otros mantienen constante su
presión, por más que se realicen movimientos; es decir, no resulta posible apartarse de ellos.
Para comprender esta cuestión es necesario recordar que el psicoanálisis parte de
conceptualizar a la sustancia nerviosa, y en principio al aparato psíquico por ella soportado,
como un dispositivo destinado al apartamiento de estímulos, de acuerdo con el Principio de
Constancia que tiende a mantener en todo momento la excitación en el nivel más bajo posible.
Por esa razón adquiere particular importancia la posibilidad de suprimir estímulos mediante la
fuga, la que comienza siendo un reflejo. El Yo Real primitivo, que se funda en la
discriminación arriba señalada, comienza por circunscribir un lugar (antecedente de lo interior)
como sede de lo inevitable. Por fuera queda un incipiente exterior, que en principio será aquello
que puede ser suprimido, de lo que es posible fugarse, es decir, lo indiferente.
Las exigencias provenientes del soma rompen una y otra vez la tendencia original al
apartamiento total de estímulos. La madre (en tanto función) cumple para el pequeño el papel
de asegurar la satisfacción de las necesidades que él, en la más total inermidad, es aún incapaz
de reconocer más que como urgencias sin nombre. Estas primeras experiencias de satisfacción
dejan sus huellas, primeras marcas mnémicas (o sea, de memoria), sobre las que irá a fundarse,
con toda su complejidad, la delicada armazón del aparato psíquico.
Estas primeras huellas inauguran el polo del placer de lo que será después la serie placer-
displacer. Son estas primeras investiduras, estas primeras transformaciones de cantidad en
cualidad, los basamentos del narcisismo primitivo; el punto de partida de la representación del
Yo, así como, al mismo tiempo, de la del objeto deseado.
Se va constituyendo así un incipiente aparato capaz de procesar la cantidad de excitación que
llega desde las fuentes somáticas. Este primario proceso psíquico consiste en la reactivación de
las huellas mnémicas por vía de la alucinación. Esta es un intento de repetir la experiencia que
había sido anteriormente ocasión del descenso de la cantidad de excitación, dado que
proporcionó la satisfacción adecuada. Ese movimiento psíquico prefigura las posteriores
identificaciones; pero por el momento, en tanto el Yo no se diferencia de su objeto, la
identificación es indistinguible de la investidura de objeto, o aún del deseo. No existe todavía un
otro, un no–Yo definido. Se origina en estos momentos iniciales la polaridad afectiva amor–
indiferencia.
Yo real primitivo
Principio de constancia
Polaridad afectiva: amor-indiferencia
Angustia automática
A partir de lo señalado, se concluye que operan simultáneamente dos tendencias distintas: a)
una orientación realista inicial cuyo fundamento es biológico, reflejo; y b) una tendencia a la
repetición imaginaria de la experiencia de satisfacción.
De la interacción de estos principios organizativos surge un nuevo nivel: el Yo-placer
purificado, lo que incrementa la estabilidad de la estructura yoica. En esta nueva forma del Yo,
éste queda identificado con el polo de lo placiente, mientras que lo displaciente es proyectado
al exterior. El borde yoico prefigurado en el Yo Real Primitivo (es decir, el borde que separa lo
evitable mediante la fuga de lo no evitable) es ahora utilizado con un nuevo sentido. Comienza a
surgir un No-Yo, un exterior ahora no indiferente en torno al Yo, constituído por lo odiado, lo
relacionado con el dolor y el displacer, aquello de lo cual procura fugarse el Yo una vez
descubierta la posibilidad de la fuga. La polaridad afectiva no es más “amor–indiferencia”, sino,
a partir de este momento, amor–odio. El primer sentimiento destinado a un objeto reconocido
como exterior es, entonces, el odio; y, en una aparente paradoja, ese objeto exterior es
primordialmente el interior del propio cuerpo, en tanto que es asiento de las sensaciones
displacientes. Queda ahora completada la serie placer–displacer que se superpone con “Yo-
no Yo”. Las representaciones–cosa que constituyen el núcleo del Yo son también las del
objeto amado; o mejor las del objeto fusionado con las partes del cuerpo propio con las que
entra en contacto (como, por ejemplo, boca y pezón, que forman un continuo). Obsérvese que no
hay aún posibilidad alguna para el niño de establecer una distinción entre Yo y objeto amado.
En este sentido el Yo es, ante todo un Yo corporal, en la medida en que partes de la superficie
del cuerpo han sido significadas libidinalmente (investidas) por la madre, en el curso de la
alimentación y el cuidado del bebé.
Este Yo ahora configurado, omnipotente (supremo) en su capacidad de reproducir al objeto
satisfaciente mediante el recurso alucinatorio apenas se establece la tensión de necesidad, es el
lugar de lo “bueno absoluto”. Se constituye así un Yo Ideal cuyo rastro se hallará más tarde en
la construcción del Ideal del Yo.
A lo largo de todos estos momentos constitutivos, los procesos de carga de las representaciones–
cosa van excediendo la mera alucinación y dan lugar a formas primitivas de pensamiento como
transferencia de carga entre dichas representaciones. Tal pensamiento es aún inconsciente ya
que las huellas mnémicas son en sí inconscientes y carecen de signos de cualidad perceptibles
por la conciencia, salvo en el caso que se reactualice su percepción, o sea alucinatoriamente.
Paulatinamente, las primitivas representaciones aisladas en un principio e independientes de
sus relaciones mutuas, comienzan a vincularse entre sí, constituyendo una trama
representacional cada vez más compleja. Este camino conduce a la inhibición de los procesos
primarios y la instalación del Juicio de Realidad.
Un nuevo nivel de complejidad se produce con el acceso a la palabra, que surge apoyándose
sobre el llanto que invocaba a la madre: el pensamiento, hasta entonces inconsciente, adquiere
la posibilidad de consciencia dado el enlace de las huellas mnémicas de cosa con las de palabra.
Se constituye así el proceso preconsciente y se enriquece extraordinariamente la capacidad de
procesamiento de cantidades de excitación. Este nuevo nivel de funcionamiento mental conduce
a la implementación de la acción específica por parte del Yo, lo que permite obtener
satisfacciones de manera más autónoma.
La instalación del Juicio de Realidad, que marca el final del Yo de Placer Purificado, se establece
por imperio de la necesidad. Hasta ese momento –es decir, durante el predominio del Yo Placer
Purificado-, la demora que el sistema interponía en el camino de la descarga vía acción
inespecífica (llanto, movimientos espontáneos, alteraciones internas, etc.), era aún muy
pequeña. El Yo, en tanto sede omnipotente del bien, que fabricaba alucinatoriamente su objeto
cada vez que la tensión aumentaba, podía mantenerse escaso tiempo. La urgencia corporal
insistía exigiendo la reducción de tensión y terminaba por desarticular esa ilusión. La
realización alucinatoria estallaba en una explosión de displacer, la angustia automática o
cuantitativa, que sigue el modelo de la reacción ante el nacimiento y desarticula al incipiente
aparato psíquico.
Tal angustia solo cesaba cuando el auxiliar externo -la madre– acudía a proporcionar una nueva
experiencia de satisfacción. La reiteración de estas frustraciones obliga al Yo a desarrollar un
dispositivo que inhiba las grandes transferencias de cantidad de excitación que constituyen el
proceso primario. Para que esa inhibición del proceso primario sea posible –o sea, para que se
instale el proceso secundario- es necesario que se produzca la complejización de la trama
representacional, lo que permite atenuar la cantidad de carga que inviste a la huella mnémica de
la cosa. En otros términos: el Yo logra reprimir la reproducción alucinatoria del objeto deseado,
ya que ese camino (la Identidad de Percepción) demostró terminar ocasionando displacer.
Comienza a actuar el Principio de Realidad, el que en última instancia está al Servicio del
Principio del Placer y lo perfecciona, ya que su finalidad es, precisamente, evitar el displacer.
(Yo real definitivo) Este procedimiento por el cual el Yo logra evitar la repercepción alucinatoria
de la satisfacción es llamado por Freud “Defensa Primaria”. Permite el pasaje de la Identidad
de Percepción (alucinación primitiva) a la búsqueda de Identidad de Pensamiento (rodeos
mentales necesarios para alcanzar efectivamente la satisfacción) o, en otras palabras, discrimina
la percepción del recuerdo.
El Yo se defiende así de la sensación de displacer que sobreviene a la frustración y se asegura
algunas formas de actuar en el mundo exterior para lograr la satisfacción real. Por esta razón es
que, si bien el Principio de Realidad parece contrariar al de Placer, oponiéndose a la realización
alucinatoria que es el intento de obtener placer sin demora, en realidad lo perfecciona,
poniéndose a su servicio. El Yo que logra esta doma no es más en principio que un sistema de
representaciones investidas libidinalmente, que retiene en esa trama representacional una
cantidad de energía suficiente como para asegurar su eficacia. Las ideas que lo forman se
estructuran alrededor de la representación de objeto. Esa representación primitiva de objeto es,
a la vez, representación del Yo mismo. El núcleo del Yo es esa identificación primaria.
De su objeto –al principio no reconocido como tal- aprende el Yo su capacidad discriminadora,
habilidad que le resultará imprescindible en el progresivo dominio de la realidad. Este
aprendizaje se produce, precisamente, como consecuencia de la identificación. El otro y su
perspectiva están incluidos en el Yo desde el comienzo de la constitución psíquica.
Este proceso lleva a que el Yo logre al fin diferenciarse de manera estable de su objeto. Antes, la
inmediata producción alucinatoria con que se intentaba cancelar todo aumento de tensión
impedía esta discriminación. Si el Yo reproducía el objeto a voluntad, éste era entonces parte de
aquél: precisamente su parte más valiosa. Pero desde el momento en que el objeto se reconoce
como externo, el Yo debe tolerar el doloroso aprendizaje de que esas partes valiosas de sí mismo
se encuentran, en realidad, fuera de él. En otras palabras: el Yo debe comenzar a aprender a
esperar. Es decir, deberá aplazar los movimientos de descarga (acciones específicas) hasta que
haya comprobado los signos de realidad que aseguran que se ha reencontrado afuera el objeto
deseado.
De modo que lo “bueno” absoluto se fractura; el amor al Yo y el odio al objeto son ya
insostenibles. Si parte de lo bueno está afuera, en el No-Yo, y parte de lo malo es propio del Yo,
la ambivalencia afectiva se torna inevitable. Los sentimientos hacia el objeto -y también hacia el
Yo- consistirán en una mezcla de amor y odio.
Así como en la etapa anterior la principal exigencia planteada al incipiente aparato psíquico
había sido la cualificación de las cantidades de excitación, ahora se hace imperativo el dominio
del objeto. Por imposición de la realidad el Yo se vio obligado a separarse de él, pero al hacerlo,
el objeto arrastró consigo algunas de las pertenencias más valiosas del Yo. Este último queda
entonces marcado, para el resto de su historia, por la tendencia perpetuamente insatisfecha a
recuperar lo perdido, reincorporando el objeto. Es cierto que la anterior forma de buscar el
placer, vía realización alucinatoria, terminaba siendo frustrante; pero es particularmente difícil
renunciar a las ilusiones. El Yo deberá soportar en adelante la nostalgia de un objeto perdido
que en realidad nunca poseyó. El mantenimiento de la defensa primaria, que permite el ejercicio
del juicio de realidad, representa un tensionamiento constante que el Yo debe esforzarse por
sostener; sólo prescinde de él en esa profunda transformación que experimenta cada noche,
cuando se entrega al reposo, y las alucinaciones oníricas reinstalan un primitivo modo de
procesar los deseos.
Desde el punto de vista económico ese esfuerzo se explica como el mantenimiento, dentro de la
trama representacional yoica, de una cantidad de energía psíquica que se sustraerá a la
descarga, oponiéndose a la tendencia más elemental del sistema, que era, como se recordará, a
la descarga sin demora y lo más completa posible.
Es claro, entonces, que si no puede reincorporar el objeto perdido deberá procurar dominarlo
por cuanto medio disponga. Esta es, precisamente, la edad del dominio muscular y también de
los caprichos. En tanto manifestación de la pulsión de dominio, éstos tienen por finalidad
imponer el objeto que se aleja una conducta determinada por los propios deseos. Es también la
edad del sadismo, porque en el sufrimiento del otro, ocasionado por el Yo, se manifiestan la
voluntad del dominio y la ambivalencia afectiva. Por ese camino se llega a un desenlace
paradójico: el mayor dominio posible consiste en la destrucción del objeto y, por lo tanto, su
pérdida definitiva.
De esta dramática comprobación parte también la primera gran renuncia por amor: el control
de esfínteres. Para retener el amor, inseparable aún de la presencia corporal del objeto, el Yo
renuncia a su placer y a su producto.
La angustia experimenta en esta etapa una gran transformación. Si antes puede considerarse
que era producto de una invasión de cantidad de excitación, que excedía las posibilidades
metabolizadoras de la estructura yoica (y por lo tanto, destruía momentáneamente al Yo) ahora
será en cambio, anticipación. El Yo, advertido de la posibilidad de perder a su objeto, anticipará
las condiciones de su pérdida: separado de su objeto, quedaría nuevamente expuesto a las
invasiones de cantidad. Es que el tipo de vínculo que puede establecer con un objeto conserva
aún mucho del modo de enlace identificatorio narcisista. El Yo construye su objeto a su
semejanza y mantiene con él una relación de prolongación y apoyo. Se dice que se trata de una
elección objetal–narcisista. La pérdida del objeto implica, necesariamente, un desgarro vivido
como irreparable en el Yo.
A través de los avatares de esta creación del mundo, el Yo encuentra en la realidad obstáculos
para el desarrollo de su sadismo (la educación por parte de los padres, el control de esfínteres)
que determinan la actuación de su forma reflexiva: el masoquismo; retorno autoerótico de la
pulsión que implica la recuperación de un modo narcisista de satisfacción. El Yo se identifica
con el objeto de la pulsión sádica produciendo un pasaje de la actividad a la pasividad, polaridad
que impregna todos los vínculos que se establecen en esta etapa.
El antecedente de la pulsión de dominio es el esfuerzo del Yo por dominar las cantidades de
excitación que afluyen del cuerpo, asignándoles cualidad; esto es, enlazándolas a la
representación de objeto y elaborando la serie placer–displacer, según la cual se establece un
adentro y un afuera en el sentido de lo propio–amado, y lo ajeno–odiado, respectivamente.
Después se tratará de dominar el objeto mismo, dominio que se apoya en el anhelo subyacente
de desobjetalizarlo; es decir, reincorporarlo al Yo. Lo que en el momento de la constitución yoica
denominando Yo-placer Purificado se plantea en términos de oposición adentro–afuera se
reeditará luego como activo–pasivo, dominador–dominado, sádico–masoquista. De esta
polaridad tomará sus materiales la posterior diferencia fálico-castrado, sobre la que se apoya
masculino–femenino.
Pero el Yo de la etapa sádica no reconoce aún tales diferencias o, por lo menos, no les asigna
mayor significación; el objeto es, ante todo, igual al Yo. Más tarde, cuando la comprobación de
las diferencias sexuales se haga inevitable, comenzará a ponerse en escena el drama edípico.
Paolicchi, G., Cerdá, M. R. & Kameniecki, J. (1995) Reflejos del recién nacido. Buenos
Aires: UBA, Facultad de Psicología, Depto. de Publicaciones. (PyT)
Gesell, A., Ilg, F., Ames, L., & Rodell, J. (1979). El infante y el niño en la cultura
actual. Buenos Aires: Paidós. (Primera parte: Cap. 1 punto 1 y 2, Cap. 2: Segunda parte:
Cap. 8 a 14 inclusive -selección-).
Piaget, J. & Inhelder, B. (1981). Psicología del niño. (Introducción, Conclusiones, y Capítulo 1)
(EN TEORICOS)
Rabinowicz, E. (2006) La adquisición de la marcha. Buenos Aires: UBA, Facultad de Psicología, Depto.
de Publicaciones. (TyP)
El desarrollo comprende todos los cambios progresivos, en una secuencia q tiende a una complejidad y
heterogeneidad cada vez mayor, q experimenta el organismo en el transcurso de la vida. Estos cambios son
tanto de orden cuantitativo (crecimiento) como cualitativo (maduración).
Dicha secuencia avanza, para todos los vertebrados, en un proceso q sigue dos direcciones simultáneamente:
céfalo caudal (de la cabeza a la cola) y próximo distal (del eje corporal a las extremidades).
Así, las conductas motoras de prensión y marcha se irán adquiriendo durante el primer año de vida:
3 meses-sostén cefálico: El sostén cefálico se da alrededor del 2do mes, aunq la lordosis cervical (curvatura de
la columna a nivel de la nuca) q permitirá superar la inclinación hacia delante se marcará recién en el 3er mes. El
tronco mantiene la cifosis generalizada propia de la posición fetal y el nacimiento.
Cifosis: curvatura de la Columba vertebral de convexidad posterior. Es patológica en el adulto pero normal en el
bebe RN. Ira enderezándose a lo largo del primer año de vida en dirección cefalo-caudal.
4 meses-comienzo de prensión: A los 4 meses, la dirección céfalo-caudal se combina con la próximo-distal,
dando lugar a la primera forma de la prensión voluntaria, q se produce en espejo, con los dos brazos
convergiendo en el centro del eje corporal. A la vez, la parte superior del tronco se rectifica.
6 meses-posición en trípode: A los 6 meses la rectificación alcanza la parte media del tronco. El bebé logra las
primeras formas de la posición sentada, aunq con poca estabilidad.
7-8 meses-posición sentada definitiva: A los 8 meses el tronco, ya completamente recto, permite el logro de la
posición sentada definitiva. El bebé puede mantener el equilibrio incluso si se inclina para tomar un objeto,
logrando volver a la posición inicial. La prension tmb ha evolucionado: usa cada mano en forma independiente y
el pulgar ha comenzado a intervenir en el movimiento de la mano para agarrar un objeto, aunq solo como tope. El
bebe intenta la posición cuadrúpeda, aunq aun no la logra.
9 meses-gateo: A los 9 meses, algunos bebes comienzan a gatear, aunq la ausencia de esta conducta no es
significativa en el desarrollo. Su presencia marca el umbral de la marcha independiente.
10 meses-posición en pie: A los 10 meses aprox, el bebe ya logra permanecer en pie sosteniendo el peso de su
cuerpo sobre las piernas. Sin embargo, la adquisición del equilibrio necesario para lograrlo sin apoyo no es
inmediata. Requiere de cierto tiempo de práctica.
11meses-marcha con apoyo/pinza fina: Alrededor de los 11 meses se marca la lordosis lumbar (curvatura de la
columna a nivel de la zona baja de la espalda), lo cual permitirá superar la inclinación del tronco hacia delante y
lograr el equilibrio de la posición en pie definitiva. Paralelamente, el desarrollo en dirección próximo-distal a nivel
de los miembros superiores ha alcanzado la adquisición de la pinza fina usando el pulgar y el índice. Ya logra
caminar, pero sólo si un apoyo externo ayuda a mantener el equilibrio. Todavía su medio más eficaz para la
locomoción es el gateo, pero ya puede usar apoyos para adquirir por sí mismo la posición en pie. Mantiene la
inclinación hacia delante. El desarrollo próximo-distal de los miembros inferiores aun no ha alcanzado al pie, por
lo q la articulación talón-punta no se verifica. El “andar de pato” (con toda la planta del pie contra el piso) es típico
de este periodo.
12/13meses-marcha independiente: A los 12 meses puede mantenerse en pie sin apoyo, y los primeros pasos
independientes, aunq aun bruscos y rígidos hacen su aparición. El equilibrio general ha mejorado, pero aun es
dificultoso. El medio circundante es un potente estimulo q incentiva a la practica de nuevas adquisiciones.
14/15 meses-afianzamiento: A los 14 o 15 meses, la marcha se ha afianzado lo suficiente para q los trayectos
sean mas largos y las caídas bruscas menos frecuentes. Los brazos se ubican a los costados del tronco y
acompañan a la marcha con un movimiento pendular. Pronto va a alcanzarse la articulación talón-punta. Puede
subir escaleras, aunq aun sin alternar los pies. Este logro deberá esperar hasta los dos años y medio, en tanto la
alternancia para bajar recién será adquirida a los tres años y medio.
18 meses-carrera: A los 18 meses ya puede correr, lo q permite afirmar q la conducta de la marcha ha sido
adquirida.
Las edades de cada logro son relativamente variables, dependiendo del interjuego entre el
bagaje genético del bebe y la estimulación q el ambiente ofrezca. La herencia biológica es una
condición necesaria para la maduración, pero no suficiente; el medio puede acelerar o retrasar
los procesos.
TEORICOS
El libro trata las condiciones de desarrollo y de crianza del niño durante la historia, se estudian las actitudes y
prácticas de los padres respecto de sus hijos. El trato despiadado de los niños era y es simplemente un aspecto
de la agresividad y crueldad que hay en el fondo de la naturaleza humana, de la indiferencia innata respecto de
los derechos y sentimientos de los demás. A la vez el potencial reproductivo ilimitado del ser humano, es decir, el
nacimiento de niños más allá de los que la sociedad podía acomodar o emplear, explica el infanticidio, sobre todo
en las niñas.
A partir del siglo XVIII fue desarrollándose gradualmente una actitud más humanitaria. Los niños al ser
físicamente incapaces de oponer resistencia a la agresión eran víctimas de fuerzas sobre las cuales no tenían
control y eran maltratados en muchas formas imaginables y en algunas casi inimaginables que expresaban los
motivos conscientes o las más de las veces inconscientes de sus mayores.
Siempre han nacido más niños de los que la sociedad podía acomodar o emplear. De esta manera se articularon
las relaciones sexuales y su fruto con lo pecaminoso, por ende el niño era desde el momento de su nacimiento
un ser malo. Se hacía trabajar a los niños desde muy pequeños.
El motivo por el que no hay tantos registros de la vida infantil es porque esta pertenecía en gran parte al ámbito
de la vida íntima. La evolución de las relaciones paternas filiales constituye una causa independiente del cambio
histórico. El origen de esta evolución se halla en la capacidad de sucesivas generaciones de padres para
regresar a la edad psíquica de sus hijos y pasar por las ansiedades de esa edad en mejores condiciones esta
segunda vez que en su propia infancia.
La historia de la infancia es una serie de aproximaciones entre adulto y niño en la que cada acortamiento de la
distancia psíquica provoca nueva ansiedad. La reducción de esta ansiedad del adulto es la fuente principal de las
prácticas de crianza de los niños de cada época.
La infancia resulta generalmente idealizada y son muy pocos los biógrafos que han dado información útil acerca
de los primeros años de la vida del personaje que se trate.
Se reta importancia a los primeros años de niño, se estudia interminablemente el contenido formal de la
educación y se elude el contenido emocional haciendo hincapié en la legislación sobre los niños y dejando a un
lado el hogar.
Las prácticas de crianza de los niños son la base de la personalidad adulta. DeMause idea la teoría epigénica del
desarrollo infantil, teoría evolutiva del cambio histórico en las relaciones paternofiliales: Los cambios históricos no
se producen por modificaciones económicas, avances tecnológicos, etc. sino por los cambios “psicogénicos” (“en
la psique”) de la personalidad resultantes de interacciones de padres e hijos en sucesivas generaciones. Esta
teoría se apoya sobre 5 hipótesis:
1- La evolución de las relaciones paternofiliales se debe a la capacidad de sucesivas generaciones de
padres para regresar a la edad psíquica de sus hijos, para descender al sentir y pensar de sus hijos, y pasar por
las ansiedades de esa edad en mejores condiciones esta segunda vez que en su propia infancia (proceso similar
al del psicoanálisis, implica un regreso y una segunda oportunidad de enfrentar las ansiedades de la infancia).
2- Esta “presión generacional” a favor del cambio psíquico es espontánea y se produce
independientemente del cambio social y tecnológico
3- Cada acortamiento de la distancia psíquica entre el adulto y el niño provoca nueva ansiedad. La
reducción de esa ansiedad del adulto es la fuente principal de las prácticas de crianza de los niños de cada
época
4- La historia supone una mejora general de la puericultura, cuanto más se retrocede en el tiempo menos
eficacia muestran los padres en la satisfacción de las necesidades del desarrollo del niño.
5- La estructura psíquica se transmite entre generaciones a través de la infancia, las prácticas de crianza de
una sociedad no son simplemente uno entre otros rasgos culturales; son la condición misma de la transmisión y
desarrollo de todos los demás elementos culturales e imponen límites concretos a lo que se puede lograr en
todas las demás esferas de la historia
Con arreglo a esta teoría, el supuesto tradicional de la mente como tabula rasa se invierte y es el mundo el que
se considera como tabula rasa. Cada generación nace en un mundo de objetos carentes de sentido que sólo
adquieren su significado si el niño recibe un determinado tipo de crianza. La teoría psicogénica ha de permitir en
definitiva saber por qué la organización social, las formas políticas y la tecnología cambian en determinados
momentos y direcciones pero no en otros
Las pautas de crianza modifican o condicionan la personalidad futura del niño, que recibió esas pautas de
crianza. En tanto los cambios sociales las modifican, lo que ocurre entre las generaciones es que se modifica el
concepto que se tiene sobre el niño.
Principios psicológicos de los modos de reacción del adulto hacia las necesidades del niño:
Inversión: Niño y padre invierten papeles. El niño satisface las necesidades de los padres. Utiliza al niño como
sustituto de una figura adulta importante de su infancia, como a un adulto que puede ayudar a protegerlo. El niño
actúa como defensor del adulto frente a su propia ansiedad.
Proyección: Proyecta contenidos de su inconciente sobre el niño; desde las responsabilidades a aspectos no
reconocidos de sí que tenían que ver con los deseos o necesidades del adulto.
Doble imagen: Puede generar patologías. Sentimiento de ambivalencia, el niño va ser bueno y malo, amado-
odiado, recompensado-castigado al mismo tiempo (es el protector –figura padre/madre- y al mismo tiempo
responsable de necesidades y deseos que el adulto rechaza)
Empatía: Es la reacción adecuada; el adulto considera al niño como tal, posee la capacidad de comprender las
necesidades del niño e identificarlas sin proyecciones
No era la capacidad de amar la que le faltaba al padre de otras épocas sino más bien la madurez afectiva
necesaria para ver al niño como a una persona distinta de sí mismo.
La reacción de inversión se manifiesta con la máxima claridad en la interacción emocional de niños y adultos.
Ejemplos de reacciones de inversión son vestir al niño como a un adulto en miniatura, sin importar la edad se lo
viste como a la madre del padre. La madre renace literalmente en el hijo. La idea de que el abuelo renace en el
niño era común en la Antigüedad. Besar, chupar y apretar no son más que algunos de los usos que se hacen del
niño como pecho
Los deseos de muerte de las madres con respecto a sus hijos derivan de un poderoso impulso de “anular” la
maternidad para evitar el castigo que sus propias madres les infligirán, sacrifican a sus hijos para aplacar a su
propia madre.
Hasta el siglo XVIII por lo general los padres con medios económicos dedicaban el mínimo tiempo a criar a sus
hijos quienes pasaban sus primeros años en casa de un ama de cría, volvían al hogar para ser cuidados por
sirvientes para luego a los siete años ir a aprender un oficio o ir a la escuela. Además de esas formas de
abandono institucionalizado, la forma más extrema de abandono es la venta de niños, presente desde la
Antigüedad. Otra forma de abandono era utilizar a los niños como rehenes políticos y como prenda de deudas
(con lo cual a veces pagaban la mala fe de sus padres). La simple entrega de los hijos a otras personas era
bastante frecuente hasta el siglo XIX. Hasta el siglo XVIII la mayoría de los padres confiaban a sus hijos al ama
de leche inmediatamente después de nacer; incluso mujeres pobres se negaban en muchos casos a dar el
pecho a sus hijos y les daban papillas.
Los hijos existen únicamente para satisfacer las necesidades de los padres y es casi siempre el hecho de que el
niño-como-padre no demuestre cariño lo que provoca la paliza. Las reacciones proyectiva y de inversión se
daban a veces simultáneamente en los padres, produciendo un efecto de doble imagen”, se veía al niño como un
ser lleno de los deseos, hostilidades y pensamientos sexuales proyectados del adulto y al mismo tiempo como
figura de padre o de la madre.
Si ocurrían muchos accidentes era porque a los niños se les dejaba solos muy a menudo. La creencia de que los
niños estaban a punto de convertirse en seres malvados en una de las razones por las que se ataba o se les
tajaba bien apretados y durante tanto tiempo. Sujetar al niño con diversos tipos de trabas era una práctica casi
universal. La paralización se consideraba necesaria porque el niño estaba lleno de peligrosas proyecciones de
los adultos, si se lo dejaba suelto se sacaría los ojos, se arrancaría las orejas, se rompería las piernas, se
deformaría los huesos, se sentiría aterrorizado al ver sus propios miembros e incluso se arrastraría a cuatro
patas como un animal. Los ingleses fueron los primeros en suprimir el fajamiento, como también en poner fin a la
crianza fuera del hogar.
Siglo tras siglo, los niños golpeados crecían y a su vez golpeaban a sus hijos. A medida que empezaron a
disminuir los azotes fue preciso buscar sustitutivos. Por ejemplo, encerrar a los niños en lugares oscuros fue una
práctica muy generalizada en los siglos XVIII y XIX
Hay indicios suficientes de que los abusos sexuales cometidos con los niños eran más frecuentes en otros
tiempos que en la actualidad, y que los severos castigos infligidos a los niños por sus deseos sexuales en los
últimos doscientos años eran producto de una etapa psicogénica tardía en la que el adulto utilizaba al niño para
refrenar, en lugar de poner por obra, sus propias fantasías sexuales.
En la Antigüedad, el niño vivía sus primeros años en un ambiente de manipulación sexual. En Grecia y Roma no
era infrecuente que los jóvenes fueran utilizados como objetos sexuales por hombres mayores. Es muy posible
que pedagogos y maestros abusaran sexualmente de niños más pequeños en todos los períodos de la
Antigüedad. no es posible que se cometan abusos sexuales con los niños en forma generalizada sin la
complicidad, por lo menos inconsciente, de los padres; en otras épocas los padres ejercían el control más
absoluto sobre sus hijos y eran ellos quienes tenían que acceder a entregarlos a quienes los ultrajaban.
Ciertamente no era la capacidad de amar la que le faltaba al padre de otras épocas, sino más bien la madurez
afectiva necesaria para ver al niño como persona distinta de sí misma.
El infanticidio de hijo legítimos e ilegítimos se practicaba normalmente en la antigüedad, que la de los hijos
legítimos se redujo solo ligeramente en la Edad Media, (y desde la prehistoria) y que se siguió matando a los
hijos ilegítimos hasta entrado ya el siglo XIX.
Hasta el siglo XVIII el niño medio de padres acomodados pasaba sus primeros años en casa de un ama de cría,
volvía a su hogar para permanecer al cuidado de otros sirvientes y salía del a la edad de siete años para servir,
aprender un oficio o ir la escuela, de modo que el tiempo que los padres con medios económicos dedicaban a
criar a sus hijos era mínimo. Los efectos de esta y otras formas de abandono institucionalizado por parte de los
padres sobre el niño muy pocas veces se han estudiado.
El cristianismo fue quien introdujo en el debate un concepto nuevo: la inocencia del niño. La campaña contra la
utilización sexual de los niños continuó a lo largo del siglo XVII, pero en el siglo XVIII tomó un giro totalmente
nuevo: castigar al niño o niña por tocarse los genitales. Los médicos empezaron a difundir el mito de que la
masturbación daba origen a la locura, la epilepsia, la ceguera y causaba muerte.
Los efectos que producían en el niño los graves abusos físicos y sexuales eran enormes. El efecto psicológico se
observo en enorme cantidad de pesadillas y alucinaciones sufridas por niños. Además hubo niños que sufrieron
realmente un retraso físico a consecuencia de la falta de cuidados.
Periodización de la formas de relaciones paternofiliales:
La periodización indica la evolución de los tipos de relaciones paternofiliales. Representa una secuencia continua
de aproximación entre padres e hijos a medida que, generación tras generación, los padres superaban
lentamente sus ansiedades y comenzaban a desarrollar la capacidad de conocer y satisfacer las necesidades de
sus hijos.
Modelos históricos:
1. Infanticidio (Antigüedad- Siglo IV): El mito no hace más que reflejar la realidad. Los padres rutinariamente
resolvían sus ansiedades acerca del cuidado de los hijos matándolos, ello influía profundamente en los niños que
sobrevivían. Respecto de aquellos a los que se les perdonaba la vida, la reacción proyectiva era la
predominante, y el carácter concreto de la inversión se manifestaba en la difusión de la práctica de la sodomía
con el niño.
2. Abandono (Siglos IV-XIII): Una vez que los padres empezaron a aceptar al hijo como poseedor de un alma, la
única manera de despojarse a los peligros de sus propias proyecciones era el abandono, entregándolo al ama de
cría, internándolo en el monasterio o en el convento, cediéndolo otras familias en adopción, enviándolo a casa de
otros nobles como criado o como rehén, o manteniéndolo en el hogar en una situación de grave abandono
afectivo. La proyección continuaba siendo preeminente, puesto que el niño seguía estando lleno de maldad y era
necesario siempre azotarlo, pero como demuestra la reducción de la sodomía practicada con niños, la inversión
disminuyó considerablemente.
3. Ambivalencia (Siglo XIV-XVII): Al niño cuando se le permitía entrar en la vida afectiva de los padres, seguía
siendo un recipiente de proyecciones peligrosas por eso la tarea de éstos era moldearlo; no hubo imagen más
popular que la del moldeamiento físico del niño. Como el niño seguía siendo un recipiente de proyecciones
peligrosas de los padres, la tarea de estos era la de moldearlo. Se observa un aumento de numerosos de
manuales de instrucción infantil. Proliferación de la madre solicita (Virgen María). Este tipo de relación se
caracteriza por una enorme ambivalencia. Cualquier reacción vinculada al desarrollo siempre era valorada como
desobediencia o rechazo al adulto.
4. Intrusión (Siglo XVIII): Se da una radical reducción de la proyección y la casi desaparición de la inversión. El
niño ya no estaba tan lleno de proyecciones peligrosas y en lugar de limitarse a examinar sus entrañas con un
enema, los padres se aproximaban más a él y trataban de dominar su mente a fin de controlar su interior, sus
rabietas, sus necesidades, su masturbación, su voluntad misma. El niño criado por tales padres era amamantado
por la madre, no llevaba fajas, no se le ponían sistemáticamente enemas, su educación higiénica comenzaba
muy pronto, se rezaba con él pero no se jugaba con él, recibía azotes pero no sistemáticamente, era castigado
por masturbarse y se le hacía obedecer con prontitud tanto mediante amenazas y acusaciones como por otros
métodos de castigo. Como el niño resultaba mucho menos peligroso, era posible la verdadera empatía, y nació la
pediatría. Se redujo la mortalidad infantil.
5. Socialización (Siglo XIX- mediados del XX): A medida que las proyecciones seguían disminuyendo, la crianza
de un hijo no consistió tanto en dominar su voluntad como en formarle, guiarle por el buen camino, enseñarle a
adaptarse: socializarlo. El método de la socialización sigue siendo para muchas personas el único modelo en
función del cual puede desarrollarse el debate sobre la crianza de los niños. De él derivan todos los modelos
psicológicos del siglo XX. El padre comienza por vez primera a interesarse en forma no meramente ocasional por
el niño, y por su educación y a veces incluso ayuda a la madre en el cuidado de los hijos.
6. Ayuda (comienza a mediados del XX): El método de ayuda se basa en la idea de que el niño sabe mejor que
el padre lo que necesita en cada etapa de su vida e implica la plena participación de ambos padres en el
desarrollo de la vida del niño, esforzándose por empatizar con él y satisfacer sus necesidades peculiares y
crecientes. No supone intento alguno de corregir o formar “hábitos”. El niño no recibe golpes ni represiones, y sí
disculpas cuando se le da un grito motivado por la fatiga o el nerviosismo. Este método exige de ambos padres
una enorme cantidad de tiempo, energía y diálogo, pues ayudar a un niño a alcanzar sus objetivos cotidianos
supone responder continuamente a sus necesidades: se debe dialogar, jugar con él, tolerar sus regresiones,
estar a su servicio y no a la inversa, interpretar sus conflictos emocionales y proporcionar los objetos adecuados
a sus intereses de evolución. Son pocos los padres que han intentado hasta ahora aplicar sistemáticamente esta
forma de crianza de los niños. De los cuatro libros en que se describe a niños criados con arreglo a este método
se desprende que su resultado es un niño amable, sincero; que nunca está deprimido ni tiene un comportamiento
imitativo o gregario; de voluntad firme y no intimidado en absoluto por la autoridad.
En general es lícito proporcionar a los niños esclarecimientos sobre los hechos de la vida
genésica, a qué edad convendría hacerlo y de qué manera. ¿Qué se pretende lograr escatimando
a los niños tales esclarecimientos sobre la vida sexual humana?
En general, ciertas cosas son veladas en exceso. Es sano mantener limpia la fantasía de los niños
pero esa pureza no se preserva mediante la ignorancia.
Se cree que la pulsión sexual falta en los niños, y solo se instala en ellos en la pubertad, con la
maduración de los órganos genésicos. Esto es un error, de serias consecuencias tanto como para
el conocimiento como para la práctica. En realidad, el recién nacido trae consigo al mundo una
sexualidad, ciertas sensaciones sexuales acompañan su desarrollo desde la lactancia hasta la
niñez, y pocos los niños que se sustraen, en la época anterior a la pubertad, que quehaceres y
sensaciones sexuales.
Los órganos de la reproducción no son los únicos órganos sexuales que procuran sensaciones
sexuales placenteras, la naturaleza ha establecido con todo rigor las cosas para que durante la
infancia sean inevitables aun las estimulaciones de los genitales.
Se designa como periodo de autoerotismo a esa época de la vida en que por la excitación de
diversas partes de la piel (zonas erógenas), por el quehacer de ciertas pulsiones bilógicas y como
coexcitación sobrevenida a raíz de muchos estados afectivos, es producido un cierto monto de
placer indudablemente sexual. La pubertad procura el primado a los genitales entre todas las
otras zonas y fuentes dispensadoras de placer, imponiendo así al erotismo a entrar al servicio de
la función reproductora. Mocho antes de la pubertad el niño es capaz de la mayoría de las
operaciones de la vida amorosa (ternura, entrega y celos).
El interés intelectual del niño por los enigmas de la vida genésica, su apetito de saber sexual, se
exterioriza en una época de la vida temprana. Sin duda los padres están afectados de una
particular ceguera hacia ese interés del niño o, si no les fue imposible ignorarlo, se empeñaron
por ahogarlo enseguida.
“El pequeño Hans”, muestra desde hace un tiempo vivo interés por aquella parte de su cuerpo
que suele designar como “hace-pipi”. A los tres años ha preguntado a su madre: Mamá, ¿tú
también tienes un hace-pipi? A lo cual la madre respondió: Naturalmente, ¿Qué te has creído?
Igual pregunta habría realizado a su padre. A la misma edad lo llevaron a visitar un establo, vio
ordeñar a una vaca y exclamo: ¡Mira, del hace-pipi sale leche!, a los tres años tres cuartos ve a
una locomotora largando agua y dice: ¡Mira, la locomotora hace-pipi! Luego, él mismo, agrega:
un perro y un caballo tienen hace-pipi; una mesa y un sillón, no. Cuando la bañaban a su
hermanita señalo: “Pero su hace-pipi es todavía chiquitito. Cuando ella crezca se le agrandar”. El
pequeño Hans no ha sido sobresaltado, no lo aqueja la conciencia de culpa y por eso da a
conocer sin recelo sus procesos de pensamiento. El segundo gran problema que atarea el pensar
de los niños, es el de, el origen de los niños, anudado a la indeseada aparición de un nuevo
hermanito. Las respuestas usuales a la crianza de los niños dañan su honesta pulsión de
investigar y casi siempre tiene como efecto conmover por primera vez su confianza en sus
progenitores, a partir de ese momento, en la mayoría de los casos empiezan a desconfiar de los
adultos y a mantenerles secretos sus intereses mas íntimos.
Pienso que no existe fundamento para rehusar a los niños el esclarecimiento que pide su apetito
de saber. Cuando los niños no reciben los esclarecimientos en demanda de los cuales han
acudido a los mayores, se siguen martirizando en secreto con el problema y arriban a
conclusiones en que lo correcto se mezcla de la manera más asombrosa con inexactitudes
grotescas, a raíz, de la conciencia de culpa de joven investigador, se imprime a la vida sexual el
sello de los cruel y lo asqueroso.
Lo importante es que los niños nunca den en pensar que se pretende ocultarles los hechos de la
vida sexual más que cualesquiera otros todavía no accesibles a su entendimiento. Para conseguir
esto se requiere que lo sexual sea tratado desde el comienzo en un pie de igualdad con todas las
otras cosas dignas de ser conocidas. La curiosidad del niño nunca alcanzara un alto grado si en
cada estadio del aprendizaje halla la satisfacción correspondiente. El esclarecimiento sobre las
relaciones específicamente humanas de la vida sexual y la indicación de su significado social
debería darse al finalizar la escuela elemental, vale decir, no después de los diez años.
Freud se manda cartas con un amigo, una de las cartas que Freud le envía trata a la religión
como una ilusión y el amigo le responde, que comparte su juicio acerca de la religión pero
lamentaba que Freud no hubiera apreciado la fuente genuina de la religión. Explicaba: la
religión es un sentimiento particular, que a él mismo no suele abandonarlo nunca. Un
sentimiento que preferiría llamar sensación de “eternidad”; un sentimiento como algo sin
límites, sin barreras, por así decirlo, un sentimiento oceánico. Ese sentimiento es
puramente subjetivo, no un artículo de fe, es la fuente de la energía religiosa. Solo sobre la base
de ese sentimiento es lícito llamarse religiosa, aun cuando uno desautorice toda fe y toda ilusión.
Esta manifestación le deparo a Freud varias dificultades. No puede descubrir en él ese
sentimiento oceánico. Si ha entendido bien a su amigo, él quiere decir lo mismo que un original
y literato brinda: “de este mundo no podemos caernos”, es decir, un sentimiento de la atadura
indisoluble, de la copertenencia con el todo del mundo exterior.
Para Freud, este sentimiento coincide con la situación del lactante. El lactante no separa todavía
su mundo exterior como fuente de las sensaciones que le afluyen. Aprende a hacerlo poco a
poco, sobre la besa de incitaciones diversas. Muchas de las fuentes de excitación en que más
tarde comprenderá a sus órganos corporales pueden enviarle sensaciones en todo momento,
mientras que otras- la más anhelada: el pecho marteño- se le sustraen temporariamente y solo
consigue recuperarlas chillando en reclamo de asistencia. De este modo, se contrapone por
primera vez al yo un “objeto” como algo que se encuentra “afuera” y solo mediante una acción
particular es esforzado a aparecer. Una posterior impulsión a separar el Yo de la masa de
sensaciones, es decir, a reconocer un “afuera”, un mundo exterior, es la que proporcionan las
frecuentes, múltiples e inevitables sensaciones de dolor y displacer, que el principio de placer,
ordena cancelar y evitar. Mace la tendencia a segregar del yo todo lo que pueda devenir fuente
de un tal displacer, a arrojarlo hacia afuera, a formar un puro Yo- Placer, al que se contrapone a
un ahí- afuera ajeno, amenazador.
Mucho de lo que se querría resignar, porque dispensa placer, no es Yo sino objeto, y mucho de la
martirizado que se pretendería arrojar de sí demuestra se no obstante inseparable del yo, en
tanto es de origen interno. Asi se aprende un procedimiento que, permite distinguir lo interno
(perteneciente al yo) de un mundo externo. Con ello se da el primer paso para instaurar el
principio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo posterior. Ese distingo sirve, al
propósito practico de defenderse de las sensaciones displacenteras y de las que amenazan.
Originariamente el yo lo contiene todo, mas tarde segrega de si un mundo exterior. Si no es
licito discernir que ese yo primario se ha conservado, en mayor o menor medida, en la vida
anímica de muchos seres humanos, acompañaría a modo de un correspondiente, al sentimiento
yoico de la madurez, más estrecho y de más nítido apunte. Si tal fuera, los contenidos de
representación adecuados a él serian, justamente, los de ilimitación y la atadura con el todo,
esos mismos con que mi amigo ilustra el sentimiento oceánico. ¿Tenemos derecho a suponer la
supervivencia de lo originario junto con lo posterior (devenido de él)?. En el ámbito del alma es
frecuente la conservación de lo primitivo junto con lo que ha nacido de él por transformación.
Ese hecho es casi siempre consecuencia de una escisión del desarrollo. Una porción cuantitativa
de una actitud, de una moción pulsional, se ha conservado inmutada, mientras que otra ha
experimentado al ulterior desarrollo. En la vida anímica no puede sepultarse nada de lo que
alguna vez se formo, todo se conserva de algún modo y puede ser traído a la luz de nuevo en
circunstancias apropiadas.
Estando dispuestos a admitir que en muchos seres humanos existe un sentimiento oceánico e
inclinado a reconducirlo a una fase temprana del sentimiento yoico, planteo una pregunta: ¿qué
titulo tiene ese sentimiento para ser considerado como la fuente de las necesidades religiosas?
Un sentimiento solo puede ser una fuente de energía si él mismo constituye la expresión de una
intensa necesidad. Y en cuanto a las necesidades religiosas derivan de la necesidad infantil y de
la añoranza del padre que aquel despierta, tanto más si se piensa que este ultimo sentimiento no
se prolonga en forma simple desde la vida infantil, sino que en conservado duraderamente por
la angustia frente al hiperpoder del destino. De este modo, el papel del sentimiento oceánico
aspiraría a restablecer el narcisismo irrestricto, es esforzado a salirse del primer plano.
Freud, S. (1940). Esquema del Psicoanálisis. Parte I, capítulo III: “El desarrollo de la
función sexual”
Piaget, J. & Inhelder, B. (1981). Psicología del niño. (Introducción, Conclusiones, y Capítulo
1)
INTRODUCCION:
La psicología del niño estudia el crecimiento mental o el desarrollo de las conductas (es decir,
de los comportamientos, comprendida la conciencia) hasta esa fase de transición, constituida
por la adolescencia. El crecimiento mental es indisociable del crecimiento físico, especialmente
de la maduración de la maduración de los sistemas nerviosos y endocrinos que prosigue hasta
alrededor de los 16 años.
Psicología del niño, es el estudio de un sector particular de una embriogénesis general, que se
prosigue después del nacimiento, y que engloba todo el crecimiento, orgánico y mental, hasta
llegar al estado de equilibrio relativo que constituye el nivel adulto.
La psicología del niño conviene distinguirla de la “psicología genética”, aunque constituya
instrumento esencial de ella. Genética se refiere exclusivamente a los mecanismos de herencia,
al desarrollo individual (ontogénesis).
I. LA INTELIGENCIA SENSOMOTORA
Existe una inteligencia antes del lenguaje, que es práctica. A falta de lenguaje y de función
semiótica, esas construcciones se efectúan apoyándose exclusivamente en percepciones y
movimientos, mediante una coordinación senso-motora de las acciones. Se da entonces, una
sucesión continua de estadios, cada uno de los cuales señala un nuevo progreso parcial. De los
movimientos espontáneos y del reflejo a los hábitos adquiridos y de estos a la inteligencia hay
una progresión continua. El mecanismo de esa progresión, es la asimilación, es decir que toda
relación nueva está integrada en un esquematismo o en una estructura anterior.
Estadio I: El punto de partida del desarrollo, se da en las actividades espontáneas y totales del
organismo y en los reflejos. En los recién nacidos, dan lugar al “ejercicio reflejo”, es decir, una
consolidación por ejercicio funcional. .De este modo, el bebé mama de manera más segura y
encuentra más fácilmente el pezón, que en los primeros ensayos. La asimilación
reproductora o funcional que asegura ese ejercicio, se prolonga en una asimilación
generalizado (chupar en el vació o chupar otros objetos) en una asimilación re-
cognoscitiva (distinguir el pezón de otros objetos).
Estadio II: Según tal modelo se constituyen los primeros hábitos, que dependen
directamente de una actividad de sujeto, como en el caso precedente o parecen impuestos desde
el exterior como en el de los “condicionamientos” Llamamos hábitos a las conductas
adquiridas tanto en su formación como en su resultado automático, el hábito no es aún
inteligencia. Un habito se basa en un esquema sensomotor de conjunto, en el seno del cual no
existe, desde el punto de vista del sujeto, diferenciación entre los medios y los fines, ya que el fin
en juego solo se alcanza por una obligada sucesión de movimientos que a él conducen. En un
acto de inteligencia, por el contrario, existe la persecución de un fin planteado desde el
comienzo, luego la búsqueda de medios para alcanzarlo. Reacción circular primaria, obre el
propio cuerpo, se integra un elemento que antes no estaba, repite.
Estadio III: Hay coordinación entre visión y aprehensión (coordinación de esquemas)
Un sujeto de esa edad (4 meses y medio) por ejemplo, atrapa un cordón que pende del techo de
su cuna, lo que tiene por efecto sacudir todos los sonajeros suspendidos sobre él. Repite
enseguida ese acto una serie de veces, con resultados insólitos, lo que constituye una reacción
circular, esto es, un hábito en estado naciente, sin finalidad previamente diferenciada de los
medios empleados. Pero basta con suspender un nuevo juguete del techo para que niño busque
el cordón, lo que constituye un principio de diferenciación entre el fin y el medio. Nos hallamos
esta vez en el umbral de la inteligencia. Reacción circular secundaria; busca la reacción
conocida. Causalidad mágico fenoménica, la causa no es objetivada. Repetición en bloque de
una acción.
Estadio IV: Se observan actos más complejos de inteligencia práctica. Se le impone al sujeto
una finalidad previa (alcanzar un objeto lejano o tapar un objeto). El niño levanta la tela para
tomar el objeto, es decir que si la coordinación de los medios y de los fines es nueva y se renueva
en cada situación imprevista, los medios empleados solo se toman de los esquemas de
asimilación conocidos. Inteligencia práctica, comienza a ver diferencia de medios y de fines.
Estadio V: (11/12 meses) se añade a las conductas anteriores una reacción esencial: la búsqueda
de medios nuevos por diferenciación de los esquemas conocidos. Conducta de soporte: Si un
objeto demasiado lejano se halla sobre una alfombra, el niño, después de haber intentado en
vano alcanzar el objetivo, puede lograr coger una esquina del tapiz 8por causalidad) y
observando entonces una relación entre los movimientos de la alfombra y los del objeto, llega,
poco a poco, a tirar de la alfombra para conseguirlo. Reacción circular terciaria; busca la
novedad.
Estadio VI: Señala el término del periodo sensomotor, y la transición con el periodo siguiente:
El niño se hace capaz de encontrar medios nuevos por combinaciones interiorizadas que
desembocan en una comprensión repentina o Insight, es decir, combinaciones mentales,
por ejemplo, el niño, ante una caja de fósforos apenas entreabierta trata, en primer lugar, de
abrir la caja mediante tanteos materiales, pero después del fracaso presenta esa reacción muy
nueva, de un paro en la acción y un examen atento de la situación (durante el cual abre y cierra
lentamente la boca, como para imitar el resultado por obtener, es decir, la ampliación de la
apertura) tras lo cual, bruscamente, desliza su dedo en la hendidura y consigue así abrir la caja.
Bozzalla L. & Naiman F. (2013) Acerca del recién nacido: desarrollo y subjetividad.
Buenos Aires: UBA, Facultad de Psicología, Depto. de Publicaciones. (TyP)
Freud, S. (1905). Tres ensayos de teoría sexual. 2º ensayo: “La sexualidad infantil”
Nosotros debemos admitir algo “sexual” que no es “genital” ni tiene nada que ver con la
reproducción.
Los perversos son más bien unos pobres diablos que tienen que pagar un precio altísimo por esa
satisfacción que tan trabajosamente se conquistan.
Lo que confiere un carácter tan inequívocamente sexual a la práctica perversa, a pesar de la
ajenidad de su objeto y de sus metas, es la circunstancia de que el acto de la satisfacción
perversa desemboca no obstante, las más de las veces, en un orgasmo completo y en el
vaciamiento de los productos genitales.
Tengo todavía algo que agregar para completar las apreciaciones de las perversiones sexuales.
Por mala que sea su fama, por más que se las contraponga tajantemente a la práctica sexual
normal, es fácil observar que a esta última rara vez le falta algún rasgo perverso.
Cada vez advertimos con más claridad que lo esencial de las perversiones no consiste en la
trasgresión de la meta sexual, ni en la sustitución de los genitales, ni siquiera en la variación del
objeto, sino solamente en que estas desviaciones se consuman de manera exclusiva, dejando de
lado el acto sexual al servicio de la reproducción. Las acciones perversas dejan de ser tales en la
medida en que se integran en la producción del acto sexual normal como unas contribuciones
que lo preparan o lo refuerzan.
Se infiere naturalmente que la sexualidad normal nace de algo que la preexistió, desechando
rasgos aislados de este material por inutilizables y reuniendo los otros para subordinarlos a una
meta nueva, la de la reproducción.
La sexualidad perversa esta notablemente centrada, todas las acciones presionan hacia una
meta, y una pulsión parcial tiene la primacía: o bien es la única pesquisable o bien ha sometido a
las otras a sus propósitos. En este sentido, no hay entre la sexualidad perversa y la normal mas
diferencia que la diversidad de las pulsiones parciales dominantes y por tanto de las metas
sexuales. La sexualidad infantil carece de semejante centramiento y organización, sus diversas
pulsiones parciales tienen iguales derechos y cada una persigue por cuenta propia el logro de
placer. Ambos tipos de sexualidad, la perversa y la normal, han nacido de lo infantil. Numerosas
pulsiones parciales han impuesto sus metas con independencia unas de otras. En tales casos en
más correcto hablar de infantilismo de la vida sexual que de perversión.
Llamamos sexuales a las dudosas e interminables prácticas placenteras de la primera infancia
porque el camino del análisis nos lleva a ellas desde los síntomas pasando por un material
indiscutiblemente sexual. El carácter perverso, depende de la inmadurez constitucional del niño,
quien no ha descubierto aun la meta del coito.
Más o menos desde el sexto al octavo año de vida en adelante se observan una detención y un
retroceso en el desarrollo sexual, que, en los casos más favorables desde el punto de vista
cultural, merecen el nombre de período de latencia. Este puede faltar; no es forzoso que traiga
aparejada una interrupción completa de las prácticas y los intereses sexuales. Las vivencias y
mociones anímicas anteriores al advenimiento del período de latencia son víctimas, en su
mayoría, de la amnesia infantil.
Ahora podemos indicar la conformación de la vida sexual del niño antes de que se instaure el
primado de los genitales; este se prepara en la primera época infantil, la anterior al período de
latencia, y se organiza de manera duradera a partir de la pubertad. En esta prehistoria hay una
suerte de organización laxa que llamaremos pregenital. Pero en esta fase no se sitúan en el
primer plano las pulsiones parciales genitales, sino las sádicas y anales. La oposición entre
masculino y femenino no desempeña todavía papel alguno; ocupa su lugar la oposición entre
activo y pasivo, que puede definirse como la precursora de la polaridad sexual, con la cual
también se suelda más tarde. Lo que nos parece masculino en las prácticas de esta fase, sí las
consideramos desde la fase genital, resulta ser expresión de una pulsión de apoderamiento que
fácilmente desborda hacia lo cruel. Aspiraciones de meta pasiva se anudan a la zona erógena del
orificio anal, muy importante en este período. La pulsión de ver y la pulsión de saber despiertan
con fuerza; los genitales participan en la vida sexual propiamente dicha sólo en su papel de
órganos para la excreción de la orina. En esta fase las pulsiones parciales no carecen de objetos,
pero estos no necesariamente coinciden en uno solo. La organización sádico-anal es la etapa que
precede inmediatamente a la fase del primado genital. Por detrás de la fase sádico-anal del
desarrollo libidinal obtenemos todavía la visión de una etapa de organización más temprana,
más primitiva aún, en que la zona erógena de la boca desempeña el papel principal. Pueden
colegir ustedes que la práctica sexual del chupeteo le pertenece.
Vínculo de las pulsiones sexuales parciales con el objeto: algunos de los componentes de la
pulsión sexual tienen desde el principio un objeto y lo retienen, como la pulsión de
apoderamiento (sadismo) y las pulsiones de ver y de saber. Otras, más claramente anudadas a
determinadas zonas del cuerpo, lo tienen sólo al comienzo, mientras todavía se apuntalan en las
funciones no sexuales, y lo resignan cuando se desligan de estas. Así, el primer objeto de los
componentes orales de la pulsión sexual es el pecho materno, que satisface la necesidad de
nutrición del lactante. En el acto del chupeteo se vuelven autónomos los componentes eróticos
que se satisfacen juntamente al mamar; el objeto se abandona y se sustituye por un lagar del
cuerpo propio. La pulsión oral se vuelve autoerótica, como desde el comienzo lo son las
pulsiones anales y las otras pulsiones erógenas. El resto del desarrollo tiene dos metas: en
primer lugar, abandonar el autoerotismo, permutar de nuevo el objeto situado en el cuerpo
propio por un objeto ajeno; en segundo lugar, unificar los diferentes objetos de las pulsiones
singulares, sustituirlos por un objeto único. Esto sólo puede lograrse, desde luego, cuando dicho
objeto único es a su vez un cuerpo total, parecido al propio. Tampoco puede consumarse sin que
cierto número de las mociones pulsionales autoerótícas se releguen por inutilizables.
Cuando en la infancia, antes de que advenga el período de latencia el proceso ha alcanzado un
cierto cierre, el objeto hallado resulta ser casi idéntico al primer objeto de la pulsión placentera
oral, ganado por apuntalamiento [en la pulsión de nutrición]. Es, sí no el pecho materno, al
menos la madre. Llamamos a la madre el primer objeto de amor. De amor hablamos, en efecto,
cuando traemos al primer plano el aspecto anímico de las aspiraciones sexuales y empujamos al
segundo plano, o queremos olvidar por un momento, los requerimientos pulsionales de carácter
corporal o «sensual» que están en la base. Para la época en que la madre deviene objeto de amor
ya ha empezado en el niño el trabajo psíquico de la represión, que sustrae de su saber el
conocimiento de una parte de sus metas sexuales. Ahora bien, a esta elección de la madre como
objeto de amor se anuda todo lo que ha adquirido importancia tan grande bajo el nombre del
«complejo de Edipo».
El varoncito quiere tener a la madre para él solo, siente como molesta la presencia del padre, se
enfada cuando este se permite ternezas hacia la madre, exterioriza su contento cuando el padre
parte de viaje o está ausente. A menudo expresa con palabras sus sentimientos, promete a la
madre casarse con ella. La observación se empaña a menudo por la circunstancia de que,
simultáneamente, el mismo niño da muestras en otras oportunidades de una gran ternura hacia
el padre; sólo que semejantes actitudes afectivas opuestas -o mejor dicho: ambivalentes- que en
el adulto llevarían al conflicto, coexisten muy bien en el niño durante largo tiempo, tal como
después hallan un sitio duradero en el inconciente una junto a la otra. También se objetará que
la conducta del varoncito responde a motivos egoístas y no justifica la hipótesis de un complejo
erótico.
La madre cuida de todas las necesidades del niño, y por eso este tiene interés en que ella no haga
caso de ninguna otra persona. El pequeño muestra la más franca curiosidad sexual hacia su
madre, si pide dormir con ella por las noches, si presiona para asistir a su toilette o intenta
seducirla. La madre despliega igual solicitud hacia sus hijitas sin provocar ese mismo efecto, y el
padre rivaliza con ella harto a menudo en sus cuidados hacia el varón, sin lograr conquistarse la
misma importancia que la madre.
Las cosas son en un todo semejante en el caso de la niña pequeña. La actitud de tierna
dependencia hacia el padre, la sentida necesidad de eliminar por superflua a la madre y ocupar
su puesto, una coquetería que ya trabaja con los recursos de la posterior feminidad. Con
frecuencia los propios padres ejercen una influencia decisiva para que despierte en el niño la
actitud del Edipo: se dejan llevar ellos mismos por la atracción sexual y, donde hay varios hijos,
el padre otorga de la manera más nítida su preferencia en la ternura a su hijita, y la madre a su
hijo.
Este se amplía hasta convertirse en un complejo familiar cuando se suman otros niños. En tales
casos el perjuicio egoísta proporciona un nuevo apuntalamiento para que esos hermanitos sean
recibidos con antipatía y sean eliminados sin misericordia en el deseo. El niño desplazado a un
segundo plano por el nacimiento de un hermanito, y casi aislado de la madre por primera vez,
difícilmente olvidará este relegamiento; le nacen sentimientos que en el adulto se dirían de
grave inquina, y que a menudo pasan a ser la base de un distanciamiento duradero. La
investigación sexual, con todas sus consecuencias, suele anudarse a esta experiencia vital del
niño. Cuando estos hermanitos crecen, la actitud para con ellos sufre importantísimas
mudanzas. El chico puede tomar a la hermana como objeto de amor en sustitución de la madre
infiel; entre varios hermanos que compiten por una hermanita más pequeña ya se presentan las
situaciones de rivalidad hostil que cobrarán significación más tarde en la vida. Una niñita
encuentra en el hermano mayor un sustituto del padre, quien ya no se ocupa de ella con la
ternura de los primeros años, o toma a una hermanita menor como sustituto del bebé que en
vano deseó del padre.
La posición de un niño dentro de la serie de los hijos es un factor relevante para la conformación
de su vida ulterior.
La primera elección de objeto es, por lo general, incestuosa; en el hombre, se dirige a la madre y
a las hermanas, y se requieren las más terminantes prohibiciones para impedir que se haga
realidad esta persistente inclinación infantil.
En la época de la pubertad, cuando la pulsión sexual plantea sus exigencias por primera vez en
toda su fuerza, los viejos objetos familiares e incestuosos son retomados e investidos de nuevo
libidinosamente. La elección infantil de objeto no fue sino un débil preludio, aunque señero, de
la elección de objeto en la pubertad. En esta se despliegan procesos afectivos muy intensos, que
siguen el mismo rumbo del complejo de Edipo o se alinean en una reacción frente a él. Desde
esta época en adelante, el individuo humano tiene que consagrarse a la gran tarea de desasirse
de sus padres; solamente tras esa suelta puede dejar de ser niño para convertirse en miembro de
la comunidad social. Para el hijo, la tarea consiste en desasir de la madre sus deseos libidinosos
a fin de emplearlos en la elección de un objeto de amor ajeno, real, y en reconciliarse con el
padre si siguió siéndole hostil o en liberarse de su presión si se le sometió corno reacción frente
a su sublevación infantil. Estas tareas se plantean para todas las personas. Pero los neuróticos
no alcanzan de ningún modo esta solución; el hijo permanece toda la vida sometido a la
autoridad del padre y no está en condiciones de trasferir su libido a un objeto sexual ajeno. Esta
misma puede ser, trocando la relación, la suerte de la hija. En este sentido, el complejo de Edipo
es considerado con acierto como el núcleo de las neurosis.
Gesell, A., Ilg, F., Ames, L., & Rodell, J. (1979). El infante y el niño en la cultura
actual. Buenos Aires: Paidós. (Primera parte: Cap. 1 punto 1 y 2, Cap. 2: Segunda parte:
Cap. 8 a 14 inclusive -selección-).
Paolicchi, G., Cerdá, M. R. & Kameniecki, J. (1995) Reflejos del recién nacido. Buenos
Aires: UBA, Facultad de Psicología, Depto. de Publicaciones.
LA PROHIBICION: Casi todos los pueblos primitivos imponen alguna restricción a las
relaciones sexuales incestuosas, dando forma así a la organización social. Lo restrictivo limita el
carácter de los vínculos imprimiéndoles un orden particular.
La mínima organización social corresponde al clan cuya nominación es dada por un tótem,
generalmente un animal, no necesariamente peligroso, pero capaz de despertar veneración en
los miembros y condición sagrada. Se lo considera antepasado del clan y sus funciones
primordiales son las de prohibir y proteger.
El tótem liga a los miembros del clan adjudicando categorías opuestas, como pertenencia y
consanguinidad para un clan, pero también separación y diferenciación con respecto a otros
clanes. La función prohibitoria recae sobre los miembros de un mismo clan con respecto a las
mujeres, marcando el inicio de la ley de la exogamia. La violación del tabú, tanto sagrado y
venerado, como temido y prohibido, lleva implícito un severo castigo.
Conceptualmente la palabra tabú encierra lo restrictivo, y su nombre es señal de autoridad.
Debe sus orígenes a épocas que preceden a las religiones, cuando las mismas carecían aún de las
estructuras modernas y el totemismo sistematizaba sus rituales. El tabú es considerado de orden
natural y se le atribuye capacidad de castigo para quienes osen violarlo.
“La prohibición del incesto no tiene origen puramente cultural, ni puramente natural, y tampoco
es un compuesto de elementos tomados en parte de la naturaleza y en parte de la cultura.
Constituye el movimiento fundamental gracias al cual, por el cual, pero sobre todo en el cual, se
cumple el pasaje de la naturaleza a la cultura”. Este autor hace lo que llamó una síntesis
dinámica al trabajar la idea de pasaje o movimiento, en el que se conjugan lo universal de la
naturaleza y lo particular de la regla cultural, en una instancia superadora de ambas y
productora de un nuevo orden. El orden estaría dado en el pasaje mismo. El tabú poseía valor
mítico, y como tal se caracterizó por su posibilidad de transmisión sin necesidad de ser
explicado, además de su gran poder de convicción. Sus explicaciones no pueden satisfacerse por
vías lógicas y son incuestionables. Tabú del incesto, como pivote entre naturaleza y cultura.
Regla que opera como marca dictaminadora de mujeres prohibidas y permitidas, cuestión que la
biología no diferencia desde lo anatómico.
El padre de la horda desconocía el tabú, y su omnipotencia despertaba sentimientos envidiosos
en los hijos, quienes no tenían el mismo acceso paterno a las mujeres. Su asesinato impidió a los
hijos ocupar el lugar tan anhelado y temido a la vez, y de esa manera queda instalada la
prohibición. De allí que pueda considerarse que la organización totémica es portadora de la
salida exogámica y es predecesora de la familia.
La prohibición del asesinato, reposa en la culpa que se alimenta de la ambivalencia afectiva
hacia el padre, mientras que la prohibición del incesto posee otro carácter, es decir que no tiene
el mismo valor psicoafectivo porque su función es básicamente protectora de los hermanos que
rivalizan por disputarse las mujeres. Mientras que el parricidio hace a la organización interna y
constitutiva del sujeto, la prohibición del incesto es de carácter práctico y protege la
organización social.
“La exogamia asegura la permanencia del grupo, evitando el desarrollo de grupos cerrados o
endogámicos que fracturarían el orden social. La cultura impone al sujeto el renunciamiento a
sus vinculaciones primitivas y el enlace a otros sujetos con vínculos artificiales “. ( Levi Strauss
1981).
La cultura inhibe las pulsiones de meta directa tornándolas expresiones tiernas. Son ellas las
que garantizan las vinculaciones más duraderas.
Las relaciones de parentesco definen tanto la exclusión como la inclusión en los vínculos. La
prohibición, al igual que el lenguaje, liga y separa, orientando la elección de cónyuges fuera del
grupo familiar y teniendo como condición de parentesco la existencia de por lo menos dos
familias.
Básicamente intervienen dos niveles en la constitución familiar: un nivel referido a las
Relaciones y otro a la Estructura, siendo el primero el aspecto consciente del segundo, el que es
de carácter inconsciente. Dicha estructura es determinante del aspecto relacional a modo de
matriz y da significado a los vínculos de parentesco. Levi Strauss desarrolla cuatro modos
relacionales:
Alianza o vinculación marido-mujer.
Consanguinidad o vínculo entre hermanos.
Filiación o de padres con hijos.
Avunculado o vínculo entre hijos y representante de la familia materna.
Los dos primeros se entablan entre miembros de la misma generación, mientras que los dos
últimos entre generaciones diferentes. Berenstein I. las denomina primera y segunda
generación. Para este autor, la estructura familiar inconsciente es un “operador” que hace que
se autogeneren o autotransformen significaciones, ya sea de carácter cultural o de los distintos
yoes de los integrantes.
“Toda familia nace apuntalada en lo biológico, pero lo excede y se aparta, debido a la
intervención de la cultura que establece la división entre lo prohibido y lo permitido. Dicha
división favorece al intercambio entre familias en las que una de ellas es donante de una mujer y
recibe a un hombre. La transformación que implica una esposa y un esposo conlleva la pérdida
del lugar de hijos, y la identificación con el progenitor. Hay un desplazamiento de la filiación a
la alianza, del hecho biológico de la descendencia al hecho del intercambio”.
Piaget, J. (1979). Seis estudios de psicología. (Primera Parte, Punto 1) Cap. 1 Apartado I:
El recién nacido y el lactante
Freud concibe al viviente humano desvalido e incapaz de llevar a cabo la acción específica
necesaria para cancelar la insatisfacción proveniente de la tensión endógena que le producen sus
necesidades básicas de hambre y abrigo. Los etólogos han observado que cuanto mayor es el
nivel de desarrollo cognitivo de una especie, más largo es el tiempo de dependencia de alguien
más capacitado. El concepto de prematuración apunta a considerar insuficiente la dotación
innata de la especie humana para tomar a su cargo su autopreservación y mantenerse con vida.
Bolk define la prematuración como una mutación animal que se sustrajo a las normas
cronológicas de gestación.
La imposibilidad del infante para autopercatarse de su malestar y la incapacidad para resolverlo
requieren de un “adulto auxiliador observador” que pueda leer los indicios de los estados
afectivos del infante. Esta lectura se realiza desde la subjetividad del adulto jugada en este
proceso de hominización.
Freud llamó "yo de realidad inicial" a la instancia incipiente que ha distinguido un adentro y un
afuera según una buena marca objetiva: El infans casi inerme muy pronto se halla en
condiciones de establecer un primer distingo y una primera orientación entre estímulos de los
que puede sustraerse mediante una acción muscular (huida) y otros estímulos frente a los cuales
una acción así resulta inútil, pues conservan su carácter de esfuerzo (drang) constante. A los
primeros, los imputa a un mundo exterior y los segundos son la marca de un mundo interior,
correspondiente a necesidades pulsionales. Es en la eficacia de su actividad muscular, que el
viviente humano encuentra un asidero para separar un afuera y un adentro.
El concepto de yo de realidad inicial plantea una primera discriminación “objetiva” entre
estímulos interiores y exteriores que se subsumirá al principio de placer-displacer, consecuencia
de la vivencia de satisfacción.
Los cuidados parentales satisfacen simultáneamente las pulsiones autoconservativas, a través de
la satisfacción real de la necesidad y de las pulsiones sexuales, a través del plus libidinal con el
que ejercen esos cuidados, ubicando al infans bajo predominio del principio del placer. Así el
desvalimiento es reemplazado por un yo placer que prolonga el estado narcisista primordial.
Freud llama “principio de constancia” a la tendencia a evitar el aumento de displacer
proveniente de la excitación. El precario yo en constitución rechaza aquello que pueda devenir
fuente de displacer, lo arroja hacia fuera. El yo placer purificado quiere introyectarse todo lo
bueno, proyectando la hostilidad hacia el exterior.
Este yo de placer purificado, núcleo de experiencias placenteras, es indispensable para adquirir
una organización mínima que permitirá al sujeto tolerar posteriormente lo desagradable.
La porosidad de los límites del yo narcisista puede llevar a una tendencia en el sujeto a
defenderse de las excitaciones displacenteras provenientes del interior con los mismos métodos
de que se vale contra un displacer de origen externo.
En este encuentro primero entre padres e hijos, los bebés son activos iniciadores de interacción.
Los seres humanos tienen una fuerte necesidad innata de contacto intersubjetivo y
bidireccional. Al menos en el 40 % del tiempo, las interacciones con el medio son iniciadas por
los bebés.
El primer desafío del infante humano es el logro y mantenimiento de la homeostasis fisiológica y
emocional, y éste es un proceso diádico y bidireccional. El adulto es una parte del sistema
regulador del infante. La madre regula la homeostasis del infans a través de la satisfacción de las
necesidades de hambre, apaciguamiento, sueño y acercamiento físico, y al mismo tiempo el
infante colabora en la regulación de la lactopoyesis (producción láctea). Este proceso provoca la
liberación de occitocina que coopera en la contracción del miometrio uterino, facilitando la
retracción del útero en el puerperio.
La conducta comunicativa del infante está organizada en configuraciones de cara, voz, gesto y
mirada. Cada configuración (expresividad) comunica claramente el estado afectivo. Las rutinas
interactivas cotidianas tienen una estructura narrativa de acción comunicativa y no de palabras
y van constituyendo un sistema de sentido para el niño basado en una secuencia de mensajes
afectivos. Este sistema de sentido se establece mucho antes de que el niño pueda relacionarse
con una narrativa de palabras.
La interacción temprana madre-bebé es un sutil interjuego entre desencuentros (mismatches) y
encuentros (matches). Estos encuentros son los momentos de regulación mutua positiva donde
la madre y el bebé coinciden en la expresión de afecto positivo. Cada participante infante y
adulto señala su evaluación acerca del estado afectivo del otro y responde a ella. Cada miembro
de la díada intenta mantener un estado de coordinación o reparar un estado de no-coordinación.
La interacción madre-bebé se mueve sucesivamente desde estados coordinados o sincrónicos a
estados no coordinados
Sólo el 16% del tiempo de una interacción cara a cara se produce encuentro de miradas y afecto
positivo entre la madre y el bebé. La mayor parte del tiempo los infantes activan recursos
propios de autorregulación, como afecto neutro, atención a objetos distintos que la madre,
exploración del entorno, autoapaciguamiento oral y distanciamiento de la madre. La regulación
diádica y la autorregulación son dos caras del mismo proceso de regulación afectiva. Los
resultados permitieron inferir un puente entre autorregulación y autoerotismo. En la muestra
estudiada gran parte del autoapaciguamiento oral se producía en presencia de un despliegue de
afecto positivo de la madre. De aquí inferimos que el investimiento libidinal por parte de la
madre articula autorregulación con autoerotismo, concebido éste como ligazón estructurante del
exceso de cantidad de excitación. Si el ambiente falla en el acompañamiento positivo al proceso
de autorregulación del bebé, en lugar de autorregulación puede producirse retraimiento.