Está en la página 1de 8

APUNTES ALUVIÓN DE ATACAMA

El hecho evidenció serias deficiencias en la región pero también a nivel nacional en cuanto a las
vulnerabilidades estructurales de las construcciones y viviendas, la inadecuada infraestructura crítica para
enfrentar las emergencias, escasa planificación territorial, medidas de mitigación inadecuadas, la carencia en
sistemas de alerta temprana y monitoreo sistemático de variables climáticas a escala regional. Se suma
también la escasa información oportuna disponible por parte de la población, así como la fragilidad del
sistema educacional y del tejido social.

la condición de vulnerabilidad estructural de su población ante amenazas naturales propias de un desierto


imperecedero pero dinámico, como el de Atacama.

Una alta vulnerabilidad en suministros cruciales como agua potable, pero también en electricidad,
y últimamente señal de telefonía móvil. • Vulnerabilidad de infraestructura crítica como
hospitales, consultorios, servicios municipales, policías y bomberos, estos últimos situados en
zonas de amenaza. • Una alta vulnerabilidad del sistema escolar, debido a que las escuelas y liceos
han sido sistemáticamente usados como albergues, muchas veces durante días o inclusive
semanas con posterioridad a cada evento. • Problemas asociados al desconocimiento, por falta de
memoria –colectiva- u omisión en los planes de educación, así como desinformación de la
población en cuanto a su situación de riesgo y planes de acción durante la emergencia. Esto
probablemente evidencia una falta o insuficiencia de planes de educación con acento local en
materia de la prevención del impacto de este tipo de eventos.

La comunidad emerge como un espacio físico y simbólico donde todas las personas que participan
e integran aportan significados diversos. Las particularidades de las comunidades están dadas en
función de quienes las conforman, mujeres y hombres que habitan un espacio donde se
componen sus historias personales y colectivas, lo que les genera identidad y sentido de
pertenencia.

Generalmente se denomina como desastre a un acontecimiento o serie de sucesos de gran


magnitud, que afectan de forma seria las estructuras básicas y el funcionamiento normal de una
sociedad, comunidad o territorio (Espinoza, 2008), situación que genera daños y pérdidas
materiales, de infraestructura, de los medios de vida de las personas y comunidades, entre otros.
Así también, se puede generar la expresión más cruda de un desastre: las pérdidas humanas.

Sabido es que las situaciones de emergencia, desastres y catástrofes, se caracterizan por provocar
daños y pérdidas humanas, materiales y medioambientales y que la mayoría de las comunidades
afectadas por estos eventos presentan condiciones, anteriores al evento, de vulnerabilidad,
asociadas a inequidades preexistentes que sobresalen y son posibles de advertir con mayor fuerza
cuando este tipo de situaciones ocurren

n. Esta situación provocó el desplazamiento forzado de las Aluviones y resiliencia de Atacama.


Construyendo saberes sobre riesgos y desastres 238 Aluviones y resiliencia de Atacama.
Construyendo saberes sobre riesgos y desastres personas que perdieron todo tras el desastre,
generando una gran incertidumbre sobre lo que pasaría con su vidas, situación que originó un
sentimiento de vulnerabilidad a nivel individual y familiar y un duelo colectivo cultural,
manifestándose a través de sentimientos de culpa por abandonar su sector, su cultura y tierra, lo
que sin duda es un sufrimiento comunitario, ya que los territorios se convierten en las “patrias” de
las personas que allí nacieron, viven y mueren (Eisenbruch, 1990). Son lugares de afectos y
nostalgia por lo que fue, y también de sueños y utopías

bilidad que está latente y se manifiesta con fuerza ante situaciones críticas e inesperadas. Cuando
hablamos de vulnerabilidad, hacemos referencia a un concepto entendido desde distintos autores
como aquella inestabilidad, inseguridad frente a un medioambiente cambiante. Representa la
disminución de las personas y colectividades humanas en su capacidad para anticiparse, enfrentar
y sobreponerse a los efectos de un peligro natural o causado por la actividad humana. Así
entonces la vulnerabilidad social ante desastres está interferida por múltiples factores asociados
tanto al desastre natural (naturaleza, magnitud, duración) como a las características del territorio
y las comunidades que afectan su economía, disponibilidad de recursos, organización y
participación social, capacidad política e institucional, entre otras. Existe una directa asociación
entre vulnerabilidad y desigualdad. Nuestra vulnerabilidad como territorio, como población, como
comunidades, como personas, dependerá de la estructura de oportunidades a las que se pueda
acceder y esta estructura de oportunidades dependerá, a su vez, de nuestro sexo, lugar de
nacimiento, clase social, capacidad para participar en el mercado (recursos económicos), entre
otras

El enfoque socio-territorial permite comprender y analizar las relaciones sociales del territorio,
entendiendo que más allá de un espacio físico, este espacio comprende un espacio social cargado
de historia. Se entiende al territorio como una construcción social, lo que exige comprender y
asumir una condición de cambio constante, como plantean Salgado y Aliste (2015), “el desafío de
entender este cambio constante también nos va a exigir herramientas que nos puedan ayudar a
desarrollar las formas diferentes de aproximarnos a él” (p. 3).

Por otra parte, el capital social como marco para comprender las relaciones sociales en un
contexto de desastre. Durston (2000) nos señala que el capital social se puede estimar de dos
maneras, el primero es una vía de acceso a recursos que permite lograr beneficios y el segundo es
que el capital social reside en las relaciones sociales. Las relaciones entre personas y familias en
todos los ámbitos de la vida cotidiana, denominadas como “instituciones” ya sean religiosas,
jurídicas, familiares, entre otras. Estas instituciones, generan estructuras sociales que a la vez dan
origen a la interacción entre individuos y la generación de redes de reciprocidad.

inalmente, desde la teoría de la memoria colectiva, se entiende a la memoria como la


rememoración de acontecimientos pasados que se construyen recordando y olvidando aquello
que ha marcado la vida de las personas y que forman parte de una conciencia colectiva

El aluvión del 25 de marzo (25M) afectó con distinta intensidad a diferentes zonas de la Región de
Atacama. Debido a la magnitud del evento, en Copiapó hubo viviendas anegadas, alertas
sanitarias, alerta ambiental, saturación de los servicios públicos y comerciales; en respuesta, un
considerable número de familias decidió desplazarse a otras ciudades de la región y el país en
busca de protección temporal, o bien permanente. Por ende, el problema de esta investigación
radica en el desplazamiento forzado de las familias desde la capital regional, proceso que se
intenta comprender desde los significados del desastre atribuidos por las mismas familias, el
reconocimiento de vulnerabilidades y factores de riesgo pre-existentes al desplazamiento y
posteriores, cambios experimentados por las familias en diversos aspectos, además del proceso de
adaptación y proyección en la ciudad de acogida
De acuerdo con el modelo de resiliencia adaptado por Richardson, Neiger, Jonson & Kumpfer
(citados en Godoy, 2010), se otorgan distintas posibilidades de reintegración, es decir, cuando un
individuo se expone a la adversidad inmediatamente confronta sus factores protectores versus sus
factores de riesgo; si nuestros factores protectores individuales y ambientales no logran
amortiguar el estrés y los riesgos se producirá una ruptura significativa en la vida en relación a
como se concebía inicialmente

No hay diálogo si no se parte de la validación de las comunidades, de su poder de hacer y rehacer,


de crear y recrear, fe en su vocación de ser más, que no es privilegio de algunos sino derecho de
todos y todas.

En la definición del problema frente a situaciones de catástrofes socio-naturales deben estar


incorporados el análisis de los factores institucionales y de las fuerzas sociales, históricas y
económicas (Handmer y Dovers, 2007).

En el caso de los factores sociales y económicos, es importante el reconocimiento de las


comunidades vulnerables a las catástrofes y emergencias. Esta vulnerabilidad no necesariamente
está vinculada con factores de pobreza, sino que puede tener relación también con una escasa
conexión política, exclusión de oportunidades de empleo o falencias en la atención de salud, entre
otras. En efecto, para Wilches-Chaux (1993)

s. El autor identifica 11 tipos de vulnerabilidades cuya reducción generaría una reducción


considerable del riesgo socio-natural : a) vulnerabilidad natural de los ecosistemas (como podría
ser una sequía); b) vulnerabilidad física que se presenta en casos de localización de asentamientos
humanos en zonas de riesgo y/o a las deficiencias de sus estructuras físicas para “absorber” los
efectos de los riesgos; c) vulnerabilidad económica pues existe una relación inversamente
proporcional entre mortalidad e ingresos en casos de desastre (a mayor ingreso menor mortalidad
y vice versa); d) vulnerabilidad social según el nivel de cohesión social que existe al interior de las
comunidades (a mayor cohesión, mayor capacidad de enfrentar el desastre para emprender
acciones de recuperación); e) vulnerabilidad política que constituye el valor recíproco del nivel de
autonomía que posee una comunidad para la toma de las decisiones que la afectan; f)
vulnerabilidad técnica (contar o no con expertos, conocimiento y tecnologías para enfrentar los
riesgos); g) vulnerabilidad ideológica (las comunidades responden ante los desastres según sus
concepciones del mundo, cosmovisiones, saberes locales); h) vulnerabilidad cultural (de acuerdo a
los rasgos de “personalidad” de las comunidades, subjetividades que construyen su organización
interna, y de los medios de comunicación masivos que en ellas influyen); i) vulnerabilidad
educativa (que debería considerar la validez de las experiencias cotidianas para reducir las
vulnerabilidades a las que la comunidad se enfrenta); j) vulnerabilidad ecológica (alcanzar un
desarrollo sustentable, evitando alterar y destruir los ecosistemas); k) vulnerabilidad institucional
(instancias reales de coordinación institucional para el manejo de desastres, entrenamiento
permanente del personal directivo, consolidación de planes, actualización de la normativa y la
información ad-hoc).

Esto significó personas damnificadas, pérdidas de vidas humanas, importantes daños materiales
como destrucción de los servicios básicos de agua, luz, alcantarillado; centros de salud, como
hospitales, consultorios; de fuerzas productivas en la agricultura, minería; y rutas y vías de acceso
destrozados que impidieron la conectividad terrestre.
Frente a este escenario, en una primera etapa reinó el desconcierto propio de las circunstancias
imperantes. Esto se reflejó en acciones individuales y colectivas de negación y de un lento
accionar. En una segunda etapa, rápidamente esto se revirtió, abordando a través del Comité de
Operaciones de Emergencia la restitución de los servicios básicos, atención de salud a la población,
despeje del lodo acumulado, entre otros, y así -gradual y sucesivamente- se restableció en parte la
vida cotidiana de la población afectada
En situaciones de desastres y emergencias complejas se deteriora el tejido social, se pierde
la estructura de la vida familiar y se incrementan los signos de sufrimiento psicológico, como
la aflicción y el miedo, que pueden aumentar la morbilidad psiquiátrica y otros problemas
sociales. Según sea la magnitud del evento y demás factores, se estima que entre la tercera
parte y la mitad de la población expuesta sufre alguna manifestación psicológica, aunque
la mayoría debe entenderse como reacciones normales ante situaciones de gran impacto.
Después de una emergencia o desastre, la protección de la salud mental de los sobrevivientes
requiere atención durante un periodo prolongado en el que la comunidad y las personas tienen
que enfrentar la tarea de reconstruir sus vidas. (Organización Panamericana de la Salud, 2006).
En este contexto, el desastre producido en marzo del año 2015 en el norte de Chile, generó el
despliegue de diversas iniciativas en torno a la protección de la salud mental de la comunidad,
las que fueron llevadas a cabo por diversos actores, entre los que se cuenta, la sociedad civil,
diversos sectores del Estado y de manera importante los equipos de salud local.

Recuperación y fortalecimiento de la red asistencial en salud mental.

· Apoyo a campaña comunicacional.


· Apoyo al cuidado de la salud mental de los funcionarios del sector.
· Atención en salud mental a familias con algún integrante fallecido o desaparecido.
Los objetivos centrales fueron facilitar la reactivación de las redes comunitarias locales,
desarrollar acciones de contención y apoyo emocional a los equipos de salud y realizar
transferencia de competencias para la respuesta con enfoque comunitario.
Las tareas concretas para dar cumplimiento a estos objetivos, incluyeron grupos de apoyo
y contención emocional a funcionarios, transferencia de competencias técnicas a equipos de salud mental,
realización de programas psicoeducativos en radios locales, talleres
psicoeducativos con dirigentes vecinales, así como actividades grupales en albergues y
atención de casos en formato de consultoría de salud mental para posterior manejo por los
equipos de APS. Es importante mencionar que cada equipo adecuó su plan de trabajo a las
necesidades específicas detectadas.

Las principales actividades desarrolladas fueron: visitas domiciliarias en zonas más afectadas, actividades
comunitarias en campamentos y albergues, trabajo grupal con dirigentes vecinales y talleres de contención
emocional para equipos de salud, entre otros.

Por ejemplo, si nos centramos en los niños de 6 a 9 años, éstos


presentan una mayor madurez cognitiva que los más pequeños, aunque
no es todavía la de un adulto y por ello les hace especialmente
vulnerables a tener informaciones malentendidas y fantasías que no se
corresponden a la realidad. En esta franja de edad los niños son muy
receptivos y captan las incongruencias, así que identifican cuándo lo que
les decimos no se corresponde con nuestra actitud, y por ello hay que
tener especial cuidado en mostrarnos honestos y coherentes con ellos.
Además, a diferencia de los menores de 6 años, ellos ya comprenden
que la muerte existe y que es irreversible y, aunque no tengan todavía
conciencia de la propia muerte, sí que tienen conciencia en que sus
seres allegados también pueden morir algún día.
¿Cómo les afecta un incidente crítico a los niños?
Las reacciones que pueden tener los niños frente a un incidente crítico pueden ser diversas
y su forma e intensidad varía dependiendo de cada niño. En general éstas situaciones les
genera importantes cambios conductuales, ya sea agitación, irritabilidad, alteración del
sueño (pesadillas, hipersomnia), pérdida de autonomía y regresiones en su
comportamiento (hacerse pipí, comer mal...). También se pueden dar cambios en los estilos
comunicativos y algunos pueden estar más demandantes de lo normal y no parar de
preguntar información, otros pueden retraerse y dejar de hablar... También puede aparecer
miedo generalizado, esto es, miedo a separarse de las personas referentes, a ir a lugares
desconocidos, a dormir solos… En estos casos debemos atender esos miedos y al mismo
tiempo ayudarles a dimensionarlos para que no incida con exceso en su comportamiento.
Todos estas reacciones se consideran normales si se dan durante las 4 semanas siguientes
al incidente crítico y luego se reconducen, si se alargan por más tiempo o incluso se
intensifican se debería contactar con un profesional para que lo valore.
¿Cómo actuar con los niños para ayudarles a gestionar la situación?
1 – Contener sus emociones. Tratar de evitar que sus emociones se desborden, dándole
espacio para que se expresen, facilitando un ambiente relajado, ayudándole a dar nombre a
lo que les ocurre (“veo que estás triste”) y apelar a algún pensamiento que les tranquilice
(“pero date cuenta que papá y mamá están aquí para protegerte").
2- Calmar. Tras contenerlo, es importante calmarlo. Para ello tenemos que hablarle
pausadamente, con un tono de voz suave y así ir bajando su nivel de activación. Podemos
recordarle otros episodios similares en que él supo manejar sus miedos, por ejemplo: "¿Te
acuerdas de aquella vez que te caíste y te hiciste herida y tenías mucho miedo y la doctora
te ayudó a tranquilizarte?" para que haga un anclaje y rescate algunos de sus recursos para
afrontar la nueva situación. No debemos decirle que si se calma todo irá mejor, pero sí
podemos decirle que nosotros estamos allí para ayudarle a que las cosas vayan lo mejor
posible.
3 – Informar. Una vez ya observamos que los niños están calmados, debemos darles una
explicación corta y sencilla, adaptando nuestro lenguaje para que sea accesible a ellos, por
ejemplo: "tú sabes que papá fue a trabajar esta mañana y fue en coche, pues bien, a media
mañana nos ha llamado la policía y nos ha dicho que ha tenido un accidente". Es probable
que nos pregunte si se encuentra bien y debemos ser honestos y claros: "no, está grave". Es
importante no dar circumloquios porque no les ayuda. Tampoco debemos de minimizar lo
ocurrido y tenemos que explicar lo que vamos a hacer porque la previsibilidad les calma.
Como padres también tenemos que tener muy presente que tenemos que estar disponibles
para contestar sus preguntas e incluso preguntarle abiertamiente si quiere asistir a los
eventos que se hagan, como un entierro, y respetar su decisión pues su prioridad es estar
con los padres y los rituales de despedida también les ayuda a elaborar lo sucedido.
4 – Normalizar. Es importante respetar lo que los niños sientan en ese momento. Tenemos
que hacerle entender que es importante que exprese sus emociones y que las comparta con
los adultos, ayudándole a poner palabras a lo ocurrido y aclarándole que es natural que se
sienta así y que con los días se irán transformando esas emociones (no decirle que en unos
días se sentirá mejor porque quizás no lo hace). Durante las 3 o 4 semanas siguientes al
episodio tenemos que ser especialmente pacientes con sus comportamientos alterados
(irritabilidad, regresioones...) y poder comprender lo que significan para gestionarlo sin
enfadarnos.
5 – Consolar.

FÍSICAS EMOCIONALES COGNITIVAS RELACIONALES

Insomnio

Cansancio

Hiperexcitación

Problemas

gastrointestinales

Dolores de cabeza

Aumento o disminución de apetito.

Emociones intensas

de angustia,

tristeza, miedo o

rabia

Ansiedad y

nerviosismo

Tensión e

irritabilidad

Desborde emocional

Sensación de falta
de control

Desconexión

emocional.

Confusión

Falta de concentración y tendencia

a la dispersión

Estado de alerta

exagerada

Problemas de

memoria y en la

toma de decisiones.

Evitación

Dificultades para

llegar a acuerdos

Activación de

conflictos previos

Responsabilidades

se superponen o

diluyen

Descalificación de
los recursos de otro.

También podría gustarte