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El hecho evidenció serias deficiencias en la región pero también a nivel nacional en cuanto a las
vulnerabilidades estructurales de las construcciones y viviendas, la inadecuada infraestructura crítica para
enfrentar las emergencias, escasa planificación territorial, medidas de mitigación inadecuadas, la carencia en
sistemas de alerta temprana y monitoreo sistemático de variables climáticas a escala regional. Se suma
también la escasa información oportuna disponible por parte de la población, así como la fragilidad del
sistema educacional y del tejido social.
Una alta vulnerabilidad en suministros cruciales como agua potable, pero también en electricidad,
y últimamente señal de telefonía móvil. • Vulnerabilidad de infraestructura crítica como
hospitales, consultorios, servicios municipales, policías y bomberos, estos últimos situados en
zonas de amenaza. • Una alta vulnerabilidad del sistema escolar, debido a que las escuelas y liceos
han sido sistemáticamente usados como albergues, muchas veces durante días o inclusive
semanas con posterioridad a cada evento. • Problemas asociados al desconocimiento, por falta de
memoria –colectiva- u omisión en los planes de educación, así como desinformación de la
población en cuanto a su situación de riesgo y planes de acción durante la emergencia. Esto
probablemente evidencia una falta o insuficiencia de planes de educación con acento local en
materia de la prevención del impacto de este tipo de eventos.
La comunidad emerge como un espacio físico y simbólico donde todas las personas que participan
e integran aportan significados diversos. Las particularidades de las comunidades están dadas en
función de quienes las conforman, mujeres y hombres que habitan un espacio donde se
componen sus historias personales y colectivas, lo que les genera identidad y sentido de
pertenencia.
Sabido es que las situaciones de emergencia, desastres y catástrofes, se caracterizan por provocar
daños y pérdidas humanas, materiales y medioambientales y que la mayoría de las comunidades
afectadas por estos eventos presentan condiciones, anteriores al evento, de vulnerabilidad,
asociadas a inequidades preexistentes que sobresalen y son posibles de advertir con mayor fuerza
cuando este tipo de situaciones ocurren
bilidad que está latente y se manifiesta con fuerza ante situaciones críticas e inesperadas. Cuando
hablamos de vulnerabilidad, hacemos referencia a un concepto entendido desde distintos autores
como aquella inestabilidad, inseguridad frente a un medioambiente cambiante. Representa la
disminución de las personas y colectividades humanas en su capacidad para anticiparse, enfrentar
y sobreponerse a los efectos de un peligro natural o causado por la actividad humana. Así
entonces la vulnerabilidad social ante desastres está interferida por múltiples factores asociados
tanto al desastre natural (naturaleza, magnitud, duración) como a las características del territorio
y las comunidades que afectan su economía, disponibilidad de recursos, organización y
participación social, capacidad política e institucional, entre otras. Existe una directa asociación
entre vulnerabilidad y desigualdad. Nuestra vulnerabilidad como territorio, como población, como
comunidades, como personas, dependerá de la estructura de oportunidades a las que se pueda
acceder y esta estructura de oportunidades dependerá, a su vez, de nuestro sexo, lugar de
nacimiento, clase social, capacidad para participar en el mercado (recursos económicos), entre
otras
El enfoque socio-territorial permite comprender y analizar las relaciones sociales del territorio,
entendiendo que más allá de un espacio físico, este espacio comprende un espacio social cargado
de historia. Se entiende al territorio como una construcción social, lo que exige comprender y
asumir una condición de cambio constante, como plantean Salgado y Aliste (2015), “el desafío de
entender este cambio constante también nos va a exigir herramientas que nos puedan ayudar a
desarrollar las formas diferentes de aproximarnos a él” (p. 3).
Por otra parte, el capital social como marco para comprender las relaciones sociales en un
contexto de desastre. Durston (2000) nos señala que el capital social se puede estimar de dos
maneras, el primero es una vía de acceso a recursos que permite lograr beneficios y el segundo es
que el capital social reside en las relaciones sociales. Las relaciones entre personas y familias en
todos los ámbitos de la vida cotidiana, denominadas como “instituciones” ya sean religiosas,
jurídicas, familiares, entre otras. Estas instituciones, generan estructuras sociales que a la vez dan
origen a la interacción entre individuos y la generación de redes de reciprocidad.
El aluvión del 25 de marzo (25M) afectó con distinta intensidad a diferentes zonas de la Región de
Atacama. Debido a la magnitud del evento, en Copiapó hubo viviendas anegadas, alertas
sanitarias, alerta ambiental, saturación de los servicios públicos y comerciales; en respuesta, un
considerable número de familias decidió desplazarse a otras ciudades de la región y el país en
busca de protección temporal, o bien permanente. Por ende, el problema de esta investigación
radica en el desplazamiento forzado de las familias desde la capital regional, proceso que se
intenta comprender desde los significados del desastre atribuidos por las mismas familias, el
reconocimiento de vulnerabilidades y factores de riesgo pre-existentes al desplazamiento y
posteriores, cambios experimentados por las familias en diversos aspectos, además del proceso de
adaptación y proyección en la ciudad de acogida
De acuerdo con el modelo de resiliencia adaptado por Richardson, Neiger, Jonson & Kumpfer
(citados en Godoy, 2010), se otorgan distintas posibilidades de reintegración, es decir, cuando un
individuo se expone a la adversidad inmediatamente confronta sus factores protectores versus sus
factores de riesgo; si nuestros factores protectores individuales y ambientales no logran
amortiguar el estrés y los riesgos se producirá una ruptura significativa en la vida en relación a
como se concebía inicialmente
Esto significó personas damnificadas, pérdidas de vidas humanas, importantes daños materiales
como destrucción de los servicios básicos de agua, luz, alcantarillado; centros de salud, como
hospitales, consultorios; de fuerzas productivas en la agricultura, minería; y rutas y vías de acceso
destrozados que impidieron la conectividad terrestre.
Frente a este escenario, en una primera etapa reinó el desconcierto propio de las circunstancias
imperantes. Esto se reflejó en acciones individuales y colectivas de negación y de un lento
accionar. En una segunda etapa, rápidamente esto se revirtió, abordando a través del Comité de
Operaciones de Emergencia la restitución de los servicios básicos, atención de salud a la población,
despeje del lodo acumulado, entre otros, y así -gradual y sucesivamente- se restableció en parte la
vida cotidiana de la población afectada
En situaciones de desastres y emergencias complejas se deteriora el tejido social, se pierde
la estructura de la vida familiar y se incrementan los signos de sufrimiento psicológico, como
la aflicción y el miedo, que pueden aumentar la morbilidad psiquiátrica y otros problemas
sociales. Según sea la magnitud del evento y demás factores, se estima que entre la tercera
parte y la mitad de la población expuesta sufre alguna manifestación psicológica, aunque
la mayoría debe entenderse como reacciones normales ante situaciones de gran impacto.
Después de una emergencia o desastre, la protección de la salud mental de los sobrevivientes
requiere atención durante un periodo prolongado en el que la comunidad y las personas tienen
que enfrentar la tarea de reconstruir sus vidas. (Organización Panamericana de la Salud, 2006).
En este contexto, el desastre producido en marzo del año 2015 en el norte de Chile, generó el
despliegue de diversas iniciativas en torno a la protección de la salud mental de la comunidad,
las que fueron llevadas a cabo por diversos actores, entre los que se cuenta, la sociedad civil,
diversos sectores del Estado y de manera importante los equipos de salud local.
Las principales actividades desarrolladas fueron: visitas domiciliarias en zonas más afectadas, actividades
comunitarias en campamentos y albergues, trabajo grupal con dirigentes vecinales y talleres de contención
emocional para equipos de salud, entre otros.
Insomnio
Cansancio
Hiperexcitación
Problemas
gastrointestinales
Dolores de cabeza
Emociones intensas
de angustia,
tristeza, miedo o
rabia
Ansiedad y
nerviosismo
Tensión e
irritabilidad
Desborde emocional
Sensación de falta
de control
Desconexión
emocional.
Confusión
a la dispersión
Estado de alerta
exagerada
Problemas de
memoria y en la
toma de decisiones.
Evitación
Dificultades para
llegar a acuerdos
Activación de
conflictos previos
Responsabilidades
se superponen o
diluyen
Descalificación de
los recursos de otro.