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SUMARIOAMOR
DicTB
SUMARIO
Evidentemente, los besos son deseados y dados sobre todo por los
enamorados; por eso el Cantar de los Cantares se abre con esta
expresión: "¡Que me bese con los besos de su boca!" (Cant 1,2). No
existe otro gesto más dulce entre dos personas que se aman (Prov
24,26), lo mismo que no hay monstruosidad mayor que el beso del
enemigo (Prov 27,6). Judas Iscariote se precipitó en este abismo
cuando con un beso entregó a su amigo y maestro (Me 14,43-45 y
par). El beso es realmente el signo más normal de la amistad y del
amor. Por esta razón Jesús reprocha a su anfitrión Simón por no
haberle dado un beso y no haberle mostrado ningún amor, mientras
que la pecadora cubrió de besos sus pies, revelando el amor profundo
de su corazón al Señor (Lc 7,45). Entre los primeros cristianos el beso
era el gesto normal de saludo, de manera que Pablo termina algunas
de sus cartas invitando a los fieles a darse el beso santo (cf Rom
16,16; ICor 16,20; 2Cor 13,13; 1Tes 5,26). En I Pe 5,14 encontramos
la significativa expresión: "Saludaos mutuamente con el beso del
amor fraternal".
Jesús acusa sobre todo a los escribas y fariseos de amar a Dios sólo a
flor de labios, mientras que su corazón está lejos de él (Mc 7,6 y par).
Realmente no aman a Dios (Lc 11,42), es decir, no aman al Padre
celestial, no viven para él (Jn 5,42). En el sermón de la montaña (!
Bienaventuranzas) Jesús proclama que el amor al dinero excluye el
amor a Dios; por tanto, el que ama a Dios, no puede servir a
mammón, porque el amor y el servicio de Dios son de carácter
totalitario y exclusivista (Mt 6,24 y par). El autor del Apocalipsis, en la
carta a la comunidad de Éfeso, reprocha la conducta de esta Iglesia al
haber abandonado su primer amor por el Señor (Ap 2,4).
Para los sabios de Israel, el don o la gracia más grande que puede
dispensar Dios a cuantos lo aman es la sabiduría (Si 1,7s; Qo 2,26).
Los salmistas; por su parte, invocan la misericordia y la bendición de
Dios, fuente de gozo y de gracia, sobre cuantos aman su nombre y su
salvación (Sal 5,12s; 40,17; 70,5; 119,132). El que ama al Señor
experimentará su poderosa protección (Si 34,16), como ocurrió con
Daniel cuando fue liberado de la fosa de los leones y pudo exclamar:
"¡Oh Dios, te has acordado de mí y no has desamparado a los que te
aman!" (Dan 14,38), mostrando esa adhesión al Señor con la
fidelidad a su pacto y a sus preceptos.
El último día serán juzgados sobre la base del amor concreto a los
hermanos: el que haya ayudado a los necesitados tomará posesión
del reino; pero el que se haya cerrado en su egoísmo será enviado al
fuego eterno (Mt 25,31-46).
El que está poseído por este amor fraterno permanece en la luz (Un
2,10), vive en comunión con Dios; que es luz (Un 1,5) ha pasado de
la muerte a la vida divina (Un 3,14). Efectivamente, Dios mora en el
corazón del que ama (Un 4,11 s). El amor se identifica realmente con
Dios; es una realidad divina, una chispa del corazón del Padre
comunicada a sus hijos, ante la cual uno se queda admirao, lleno de
asombro. Pablo exalta hasta tal punto esta virtud del amor que llega a
colocarla por encima de la fe y de la esperanza, puesto que nunca
podrá fallar: en la gloria del reino ya no se creará ni será ya necesario
esperar, puesto que se poseerán las realidades divinas, pero se
seguirá amando; más aún, la vida bienaventurada consistirá en
contemplar y en amar (1Cor 13). Por consiguiente, el que ama posee
ya la felicidad del reino, puesto que vive en Dios, que es amor. La
salvación eterna depende de la perseverancia en el amor (1Tim 2,15).
Dios, en su justicia, no se olvida del amor de los creyentes,
concretado en el servicio (Heb 6,10). Por eso los cristianos animados
por el amor aguardan con confianza el juicio de Dios (Un 4,17s).
Así pues, la caridad cristiana es obra del Espíritu Santo, que anima la
vida de fe; por esta razón Pablo puede atribuir el amor a esta persona
divina y expresarse de este modo: "Por el amor del Espíritu Santo, os
pido..." (Rom 15,30); "El Señor no nos ha dado Espíritu de temor,
sino de fortaleza, de amor" (2Tim 1,7). Efectivamente, "el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu
Santo que nos ha dado" (Rom 5,5).
b) Dios ama a los justos. El Señor siente una caridad fuerte y'
creadora por todo cuanto existe, y en particular por todos los
hombres; pero ama especialmente a los que viven su palabra. Él, que
ama la sabiduría (Sab 8,3), la rectitud y la equidad (cf 1Crón 29,17;
Sal 11,7; 33,5; 37,28; Is 61,8), tiene un amor particular por las
personas justas. El que se porta como padre con los huérfanos y
como marido con las viudas, será amado más que una madre por el
Altísimo (Si 4,10). Por tanto, el misericordioso es amado tiernamente
como hijo de Dios. En realidad, el Señor ama a los justos y trastorna
los caminos de los impíos (Sal 146,Bs); ama a todos los que odian el
mal y guarda la vida de sus fieles (Sal 97,10). El camino del pecador
es detestado por ese Dios que ama la justicia (Prov 15,9). El justo es
amado por el Señor, aun cuando muera en edad joven (Sab 4,10); él
realmente poseyó la sabiduría, y por eso fue amigo de Dios y profeta;
pues bien, Dios ama al que convive con la sabiduría (Sab 7,27s).
d) El Padre ama al Hijo. Dios ama las cosas creadas, a los hombres, a
su pueblo, y de manera especial a los justos y a los discípulos de
Cristo; pero el objeto primero y principal de su amor es su Hijo
unigénito,-el Verbo hecho carne. El Padre en persona proclama a
Jesús, su Hijo predilecto y amado; a la orilla del Jordán, durante el
bautismo de Cristo, hizo oír su voz: "Tú eres mi Hijo amado (ho
agapétós)"(Mc 1,11 y par). Análoga proclamación se oye en la cima
del Tabor, durante la transfiguración de Jesús (Mc 9,7 y par.; 2Pe
1,17). En la parábola de los viñadores homicidas se presenta al
heredero como hijo amado, con evidente alusión a Jesús (Mc 12,6 y
par.). El primer evangelista recoge también el oráculo profético de Is
42,1ss, en donde se presenta al mesías como el siervo amado por el
Señor (Mt 12,18).
b) Jesús ama a todos los hombres: los amigos y los pecadores. Cristo
es la manifestación perfecta de la caridad divina del Padre; en
realidad él amó de forma profunda y concreta, como solamente un
hombre de corazón puro y un verdadero Dios podía amar. Jesús amó
sinceramente a todos los hombres, a los justos y a los pecadores.
Observemos en primer lugar que él quiso profundamente a sus
amigos. Al ser verdadero hombre, sintió necesidad de la amistad, del
calor de una familia a la que amar. El grupo de los primeros discípulos
formó su familia espiritual, a la que estuvo siempre muy apegado y
cuyos miembros constituían sus amigos. En su segundo discurso de la
última cena les hace esta declaración de amor: "Vosotros sois mis
amigos... Ya no os llamo siervos...; yo os he llamado amigos..." (Jn
15,14s). Baste con este recuerdo, pues al hablar de los amigos de
Dios tocamos ya el presente tema.
S.A. Panimolle
Autor: C. Morales Fuentes
¿Qué es el amor?
Para realmente amar hay que conocer qué es el amor. En tanto descubramos su profundidad,
creceremos más en la capacidad de amar
Si hay algo que pueda explicar las acciones del hombre, su unión con otras personas, y por
consiguiente, todo el ciclo familiar que se inicia desde el matrimonio, ese algo es el amor.
El amor es el principio y fuente creadora, porque el hombre fue creado por amor y para el amor. Todas
las manifestaciones del ser humano hacen patente esta tendencia: el amor es lo que identifica a la
persona, la capacidad de amar es exclusiva del ser humano.
El vínculo entre las personas debe ser el amor, el principio interior, la fuerza permanente y la meta
última para vivir, crecer y perfeccionarse.
Esta podría parecer una postura ideal o muy utópica en los convulsionados tiempos en los que
vivimos; sin embargo es muy importante recordar también que aunque el amor es el motor que impulsa
la unión del hombre y la mujer en el matrimonio, y por ende, el nacimiento de una familia, es la
voluntad, el mutuo consentimiento del varón y mujer, sobre lo que se funda el matrimonio,
estableciendo un vínculo.
Para realmente amar hay que conocer qué es el amor. En tanto descubramos su profundidad,
creceremos más en la capacidad de amar.
Es esencial, pues constituye el principio, la idea por la cual el hombre fue creado y el fin para el cual
existe. Esta será la actividad del hombre por toda la eternidad (“Ahora están presentes la fe y la
esperanza, pero al final sólo existirá el amor”).
El amor es la única razón que justifica la existencia de todos y cada uno. El universo entero se creó
por amor.
El amor es el acto supremo de la libertad, la actividad reciamente humana por la que una persona
elige y realiza el bien del otro.
1.Querer amar, como un acto de voluntad humana. No por conveniencia o porque me gusta, me
apetece o me interesa.
2.Buscar el bien de la otra persona, lo que la hace feliz y la perfecciona. Buscar el bien del otro
precisamente en cuanto al otro, no por mí, sino desde mí para el otro, tal cómo es.
a)Corrobar en el ser.
Es el principio de todo amor de amistad, del amor verdadero. El amor tiene la virtud de “hacer real”
a la persona que amamos, no nos es indiferente, nos importa por encima de todas las cosas; es más, su
realidad llega a ser nuestra propia realidad. (“Deseo con todas las fuerzas de mi alma que existas”.
“¡Qué maravilla que hayas sido creado!”).
b)Deseo de plenitud.
El amor no sólo aspira a que el ser querido viva, sino que viva bien, que llegue a su plenitud, que
alcance su perfección, lo cual corresponde exactamente a uno de los fines del amor conyugal. ¡Qué
compromiso tan grande, como pareja, el lograrlo!
Únicamente el amor nos hace capaces de penetrar en una persona, admirar la grandeza y los matices
que encierra, y potenciarlos por el amor. ¿No es esto lo que hacemos con ese bebé que se nos da en el
hospital, incluso desde que sabemos que viene en camino? Qué bueno sería pensar lo mismo para
nuestra pareja, anticipando un proyecto de perfeccionarnos para todo lo espléndido que podemos
llegar a ser. (“No sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a ti, todo lo que soy “, es
decir, “ te quiero por lo que eres y por lo que llegarás a ser”).
Esto incluye amarlo con sus defectos, poniendo los medios para que las imperfecciones vayan siendo
superadas.
Amar significa admiración, crecimiento para no decepcionar las esperanzas que otro puso en mí,
desde su amor. ¿Cómo? Saliendo de mi propio apego, sin absorber al otro, evitando dominar.
c)Entrega.
Es la culminación del amor; el que verdaderamente ama se da en la donación total de sí mismo con y
desde nuestro propio ser. Esto implica superar nuestros propios instintos y conquistar así la propia
plenitud como persona. El hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma y no puede
encontrar su propia plenitud sino en la entrega de sí mismo a los demás.
El egoísta es incapaz de amar. La madurez afectiva amplía la capacidad de amar, de salir del “vivir
para mí” y alcanzar un “vivir para ti”.
Dicho de otra manera, “la primacía de ti, no para mí, sino en cuanto a ti”.
(“Cuando te conocí, se realizó un proceso intelectual de fuera, hacia dentro de mí. Hoy te amo y ese
amor sale de dentro”).
LA RECIPROCIDAD EN EL AMOR
Lo primero que siente quien ama que es la aprobación de sí mismo. Sabe que es alguien que tiene una
misión insustituible y lo mismo pasa con el que se sabe querido, ya que comprueba que existe, que su
existencia no es vana. (“Tu me haces ser, te necesito para ser yo”).
Requerimos de las personas para que refrenden nuestra existencia. Al sentirme amado, soy capaz de
dar vida a mis capacidades. Empujado por el amor del que me quiere, lograré ser quien soy. (“Por
esto te quiero y necesito ser amado”).
En este instante entra en juego la libertad para corresponder o no al amor, y aceptar las exigencias de
sentirse querido.
NECESIDAD DE CORRESPONDENCIA
No está pues, en la condición del ser humano, amar sin desear ser amado. El amor es cosa de dos,
sólo así se establece un equilibrio. El que ama merece la correspondencia del otro, porque
generosamente se dona y porque al mismo tiempo, se vuelve necesitado del otro.
El amor genuino lleva a la unidad con el ser querido, en todos los campos, físico afectivo y espiritual.
Aún siendo completamente diferentes, somos complementarios. “Somos uno y busco tu bien como el
mío; lo que te sucede me afecta, como si me hubiese ocurrido a mí”.
Dos se funden en uno, conservando su propia identidad.
“Este es el síntoma supremo del amor: estar al lado del otro, en un contacto y proximidad profundos”.
(Ortega y Gasset)
A) Dos Psicologías. El matrimonio es la unión de estas dos psicologías. Hombres y mujeres tenemos
dos maneras diferentes de sentir, de actuar, de reaccionar, pero además cada uno tiene su propio
temperamento, su propio carácter. Armonizar las psicologías de ambos requiere de todo nuestro
esfuerzo, nuestra atención para entender al otro, de nuestra empatía, pero además de una constante
comunicación.
B)Dos Personalidades. Mi carácter se refuerza con el tiempo, con la educación que recibí y con las
circunstancias por las que pasa. Normalmente no existe un proyecto consciente de educación en el
dominio de sentimientos, uso de la inteligencia o ejercicio de nuestra voluntad.
C) Dos Egoísmos. Me caso para ser feliz o para hacerte feliz. Miremos un poco hacia atrás, los
últimos cinco años antes de nuestro matrimonio en los que se da una progresiva independencia. Los
hombres empiezan a trabajar, a no ser dependientes económicamente, a establecer sus propios
horarios, rutinas, amistades y prioridades, y lo mismo pasa con las mujeres, su tiempo es menos
restringido, sus horarios, sus amistades, ya no pide permiso, y en el mejor de los casos, avisa dónde
estará; tiene cierta independencia económica, de gustos, elige su look personal, sin influencia de
nadie. En resumen empieza a ser independiente.
Y qué sucede al casarnos: existe una restricción de horarios, de actividades, incluso de amistades o
relaciones familiares. Es como un tráiler que va cuesta abajo a toda velocidad e intenta frenar, la
inercia opone resistencia.
1.Puede empezar un proceso de enfrentamiento que nos lleva a tomar una distancia (Charbonneau, lo
llama “el abismo disfrazado”); esta distancia nos lleva a una total divergencia, cada cual tiene su
vida, sus gustos, sus propias actividades. Nos duele al principio, pero a todo nos acostumbramos,
incluso le tomamos gusto.
2.La soledad compartida. Si las circunstancias de vida son divergentes, si de las 24 hrs. del día,
pasamos de 12 a 15 horas solos, nos va a costar establecer una relación humana real con nuestra
pareja. El h ombre por un lado está acostumbrado a tratar relaciones mercantiles, transaccionales,
proyectando una relación más de “función” con la pareja, sin llegar a la esencia de la persona. La
mujer por su lado, vive en un mundo de niños, sus diálogos son en este sentido, con niños y en el mejor
de los casos, con las amigas sobre niños y de algún otro tema poco trascendente. Su desarrollo mental
en la etapa de crianza se encuentra en estado latente, frenado por sus propias circunstancias. Cuántas
veces tenemos la necesidad de hablar con adultos de lo que pasa en el mundo sin que ello aporte en
muchas ocasiones oportunidades para un verdadero desarrollo personal. Se vuelve una relación
marcada por la superficialidad. No hay un diálogo real, o la televisión suple este estar y platicar
contigo.
Dónde esta entonces la base del amor, ¿qué significa el “te quiero”?
El amor es una decisión, es un acto de voluntad, lo que podemos llamar Ley de la Convergencia: para
salvar el amor es necesario que la pareja se imponga por encima de las divergencias, que se vuelvan
uno al otro, aceptar la unidad, rechazando el alejamiento.
Porque cada momento de nuestra vida es una decisión. Elegir es renunciar. Qué prefiero, clavarme en
el trabajo o salir temprano para ver a mi familia. Salir con mis amigos o dedicarle esta noche a mi
esposa. Llegar a ver la televisión o sentarnos a platicar.
El cómo estableces el amor, dónde y cómo lo manejas, éstas deberían ser las interrogantes que nos
hiciéramos día a día y la respuesta se encuentra en nuestra propia esencia. El ser humano tiene tres
dimensiones: física, psicológica y espiritual.
Una relación no puede cimentarse en lo físico, el físico se deteriora, esto es obvio, pero también lo
psicológico empieza a fracturarse, disminuye la tolerancia hacia esos “ peq ueños defectos” y hábitos.
Los conflictos van dejando pequeños surcos en nuestra afectividad. Entonces podemos decir que la
esencia radica en esa dimensión espiritual.
Para permanecer para siempre, el cimiento de nuestra familia se debe encontrar en esa estructura
espiritual que se manifiesta en la afectividad, en nuestra sexualidad, en la formación de nuestros hijos
Es el cimiento, el espiritual, el que sostendrá el edificio que estamos construyendo hoy en nuestra
familia. Una vez puesta la cimentación podremos construir habitaciones, decorarlas, planear ventanas
que dejen entrar la luz y que nos dejen ver al exterior, puertas para recibir y para salir de nosotros a
los demás.
AMOR (AGÁPÉ, ÉROS, PHILíA)
F. Marín Heredia
DicPC
Todo el mundo sabe lo que es amor, y al mismo tiempo muy pocos saben lo que es el amor. Ocurre con
esto algo parecido a lo que escribía en otro tiempo Agustín de Sagaste refiriéndose al tiempo: <Si
nadie me pregunta por él, sé lo que es; pero, si quiero explicárselo a quien me lo pregunte, ya no sé lo
que es>'.
El amor lo penetra todo, cosa que se encargó de subrayar con maestría Cicerón: < No otra cosa es la
amistad que una total armonía de lo divino y lo humano en clima de benevolencia y afecto; y nada
mejor que ella, a excepción de la sabiduría, han regalado los dioses al hombre»2. Cierto que no es lo
mismo amor que amistad; pero, por su dinamismo interno, no pueden ignorarse ni lógicamente
separarse. Así pues, en el amor, lo mismo que en la amistad, entran lo divino y lo humano, si bien es
verdad que se mueven en niveles distintos; y puesto que se da el encuentro de la analogía así en el ser
como en el obrar, podemos razonablemente suponer que el tener a la vista sin prejuicios ni complejos
la diversidad de seres -respetando, por supuesto, sus respectivos niveles- nos dará un conocimiento
más completo del tema.
I. ASPECTO NEGATIVO. La visión de Empédocles, para quien el amor (philótés) y el odio (néikos)
son los principios cósmicos de atracción y repulsión de los elementos que componen el universo, nos
hace comprender que el amor, además del acto más envolvente y radical del hombre que expresa su
capacidad de existir como ,"persona, constituye la fuerza universal de integración que se derrama a
todos los seres desde la cúspide, donde Dios aparece creando ante la mirada complacida y festiva de
la Sabiduría (Prov 8,27-31), dando a entender con ello que todo nace del amor, sin el cual padece
violencia; de ahí la reflexión, tan justa como real, de que < las creaturas todas quedaron sometidas al
desorden, no porque a ello tendiesen por sí mismas, sino por culpa del hombre que las sometió; y
abrigan la esperanza de quedar ellas, a su vez, libres de la esclavitud de la corrupción, para participar
de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,20s).
Si ahora queremos centrar la imagen y definir el amor, debemos empezar por lo que este no es, ya que
esa fuerza radical aflora en una cantidad de sentimientos que podrían deformar u ocultar su verdadero
rostro en vez de revelarlo. Lo primero que hemos de aclarar es que el amor no es un >'sentimiento. El
sentimiento es algo adjetivo, adventicio; el amor en cambio es algo sustantivo. El hombre tiene
sentimientos amorosos que habitan en él, pero él habita en su amor3. Si no es un sentimiento, tampoco
es el amor un deseo: se desean manjares, drogas, actos de venganza, cosas que en sí mismas no
implican amor. Por lo demás, deseo y amor caminan en direcciones opuestas: el deseo tiende a
absorber al objeto -de ahí la figura platónica del cazador y la buberiana del coleccionista-, al paso
que el amor impele hacia fuera -es centrífugo- y mueve a hacer del otro el verdadero centro de
gravedad del amante. Tampoco se puede identificar con la pasión, la cual, aunque personificada por
Otelo o Werther, está más cerca de un estado patológico y obsesivo que, en vez de plenificar, lleva al
descalabro.
El amor, concebido como hijo de la pobreza (penía) y de la riqueza (póros), esto es, como búsqueda
-por indigencia- de lo que no se posee sin estar completamente desposeído de ello, es excluido por
Aristóteles de su dios, concebido como Motor inmóvil, pues eso implicaría una imperfección. Por otra
parte, de la indigencia brota sin duda el deseo, pero no necesariamente el amor.
Resumiendo, podemos decir que el amor no es algo esporádico, adjetivo, que brote del desequilibrio o
de la penuria, ni una fuerza tan mediocre que deba estar ausente del Absoluto. Dada su centralidad,
hemos de abordarlo desde un ángulo de positividad que entrañe la solidez de unos buenos cimientos.
II. ASPECTO POSITIVO. Hay algo de capital importancia, que ensancha notablemente el horizonte y
puede servirnos de punto de partida. Me refiero a la idea de que el amor es plenitud, llenura. Por eso,
mientras la suma Razón aristotélica no ama, la Biblia no sale de su asombro al proclamar que < Dios
es amor» (Un 4,8), plenitud de la que todos hemos recibido (Jn 1,18). No brota, pues, de la indigencia
del fruto por madurar, sino de la riqueza del fruto ya maduro que se ofrece en alimento. Qué clase de
plenitud sea el amor se desprende del hecho de mostrársenos, como indica santo Tomás de Aquino,
como pulsión unificante', que hace de amado y amante una sola carne. Este estar el uno en el otro en
que consiste el amor, implica estar cada uno fuera de sí -esto significa precisamente éxstasis-, que es
la mejor manera de estar en sí. Además, esa pulsión hacia la unidad es un manar constante, una
instalación (J. Marías) desde la que se afirma al otro por sí mismo, deseándole todo bien. Por tanto, es
un impulso unificante, continuo y desinteresado -benevolente, no concupiscente-; y tiene carácter de
respuesta, motivada por un burbujeo perenne de fascinación.
Por otra parte, este impulso radical, que en absoluto responde a la atracción con que el Creador lo
llama todo a la existencia, se extiende a la totalidad de los seres. De modo que, así como en el conocer
hay conocimiento de personas y de cosas, así también en el amar hay amor de personas y de cosas. Y
no se pueden mezclar ni confundir: a una persona no se la debe amar asimilándola a una cosa, como
hacen frecuentemente los padres con los hijos, los maridos con sus esposas o los jefes con sus
subalternos. Debe, pues, primar lo personal, ya por una parte, ya por ambas; así, debe uno amar algo
como persona -sin violentarlo ni maltratarlo-, y a alguien como a persona, sin pretender dominarla.
III. PROYECCIÓN DE AMISTAD. El amor va de dentro a fuera: es un don que necesita ser aceptado,
unos ojos que buscan otros ojos, una mano al encuentro de otra mano, una pregunta en demanda de
respuesta. Pero puede ocurrir que el don no sea aceptado, que no se crucen las miradas ni se
estrechen las manos ni se obtenga una respuesta. Quiero decir con esto que el amor, como el ser todo
de la persona, es dialógico; se lanza imperiosamente en busca de un tú con quien plenificarse. Por eso
afirma Buber que el hombre se torna un Yo a través del Tús: en el nosotros encuentra su justa
dimensión.
Esto significa que el amor es un comienzo que tiende a consumarse en la amistad y que, por lo mismo,
no es igual amor que amistad. Toda amistad supone amor, a no ser que se la quiera convertir en vano
pasatiempo; por el contrario, no todo amor supone amistad. A esto me refería al afirmar que el don
puede no ser aceptado, que pueden no cruzarse las miradas o estrecharse las manos y obtener una
respuesta. Por tanto, no todo amor supone amistad, porque puede no ser correspondido, dando paso
con ello a los que llamamos amores desgraciados.
Si queremos saber lo que es la amistad, siguiendo las imágenes aludidas, esta es don aceptado, cruce
efectivo de miradas, apretón real de manos, respuesta puntual a una pregunta. Con otras palabras,
amistad es amor en 'diálogo, en virtud del cual cada una de las partes da y recibe.
Comoquiera que el amor se extiende a todo, parece lógico pensar que la amistad debe ser universal.
Pero universalidad no es igualitarismo: hay una serie de circunstancias por las que el amigo de todos
no puede serlo de igual manera con todos. Supuesto que el amor no es cuantificable -se debe amar
totalmente a cualquiera-, tenemos que admitir, sin embargo, que este se verifica de modos diversos y
con cualidades diversas. Por tanto, en torno al núcleo de un amor total giran en círculos concéntricos
diferentes tipos de amistad: amiga con amiga, amigo con amigo, amiga con amigo... Y el círculo más
representativo, en el que el diálogo de amor se entabla de manera única e irrepetible, que es el que
ocupan esposo y esposa en el éxtasis permanente del uno en el otro en una sola carne.
Llegamos con esto al punto más interesante de nuestra reflexión. Me refiero a la necesidad ineludible
de alcanzar el equilibrio entre lo uno y lo múltiple, entre el amor siempre total y su verificación en los
diferentes círculos y niveles de amistad. Ahí no puede haber mezcla ni confusión. Como en una
composición musical se produce armonía cuando las notas son y se mantienen distintas, así también en
la amistad, cuando los diversos niveles se mantienen distintos, se produce el salto a lo universal:
amigos de todos desde la propia e indestructible identidad; como sucede en Dios, cuya unidad se
expresa y revela en el abrazo de las tres personas distintas.
IV EROS, AGÁPÉ, PHILÍA. En griego philéó es el término más utilizado para designar el afecto entre
personas. Eráó y érós expresan el amor como un bien codiciado y deseado. El eros tiene algo de
demoníaco, en tanto que, en la búsqueda del éxtasis, es arrinconada la razónb. Por su parte, el verbo
agapáó y el sustantivo agápé se usan con significados más bien vagos, entre los cuales el más
característico es el de predilección. Este verbo es utilizado ya desde Homero, pero no así el sustantivo,
que corresponde al griego tardío y fuera de la Biblia es muy difícil encontrarlo'. En el lenguaje
neotestamentario ha adquirido un significado riquísimo, expresando la plenitud de relación entre Dios
y el hombre y la nueva relación que el cristianismo establece entre un hombre y otro.
No basta con afirmar que para Platón el éros es la fuerza central que mueve el alma de los hombres a
buscar lo bueno, hermoso y verdaderos. El mismo Platón admite que el éros es como una locura o
manía', coincidiendo con Hesíodo, que ve en él una pasión ciega'°.
Debemos admitir que en el éros hay una innegable ambigüedad. Naturalmente, no es ambigüedad en
lo pensado, sino en el pensante, o mejor, en el amante. Dicho de otro modo: esas distintas facetas
-ponen de manifiesto una tendencia fáctica a identificar y confundir el impulso de amor con el instinto,
lo sexuado con lo sexual, lo universal con la promiscuidad.
El éros, como bien observa Zubiri, no es que excluya la agápe, es que la pone en peligro de traición.
Lo que caracteriza al éros, que camina por cumbres bordeando abismos, es la falta de equilibrio;
siendo un impulso sublime, se halla en riesgo constante de despeñarse. El éros descubre, en término
bíblicos, la condición propia del que ha nacido fuera del Paraíso y necesita todo el poder creador de
Dios para recuperar el equilibrio original. Es aquí donde se produce la gran revelación del amor en
perfecto equilibrio, que define la esencia misma de Dios, el cual, en expresión del apóstol Juan, «es
agápe» (Un 4,8). Y no es esta una afirmación gratuita, sino que brota de una experiencia humana
impresionante. En efecto, según el propio Juan, «a Dios no lo ha visto jamás nadie, pero el Hijo
unigénito nos lo ha dado a conocer» (Jn 1,18). Por tanto, mirando a Jesús, ver al cual es ver al Padre
(Jn 14,9), observando su amor nunca desmentido, llegó a la conclusión de que Dios es agápe: el
impulso más genial continuo y desinteresado hacia la unión, ya sea en el dentro como en el fuera de la
Trinidad.
Jesús encarna y verifica como nadie lo de que «no hay mayor amor que el de quien da la vida por sus
amigos» (Jn 15,13). Por eso en la cruz se revela el amor total, que no desiste o cede ni ante la muerte,
con ser muerte de cruz (Flp 2,8).
De todo esto se deduce que el éros no puede ser pista de despegue hacia la philía, hacia la amistad, a
no ser que, equilibrado por la agápe, se transforme en lo que Orígenes llamaba érós ouránios, amor
celeste. Pero un celeste que implica, no una realidad diluida o aparente -doceta, al fin-, sino una
realidad recreada, capaz de alcanzar las más altas cotas humanas, precisamente por beber en el
manantial más alto: en Dios.
Digamos para acabar que la agápe divina, por la cual y para la cual somos, tiene también carácter de
respuesta a la fascinación del ser por parte de quien con razón es llamado amante de la vida (Sab
11,26). Esta es lar razón metafísica que postula de la agápe una actitud decidida de amistad universal,
capaz de cambiarle la cara al mundo mediante el abrazo del nosotros.
VER: Amor (agápé, éros, philía), Caridad, Diálogo, Donación, Relación y persona.
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metafsica, Revista de Occidente, Madrid 1970; MARION J. L., Prolegómenos a la Caridad, Caparrós,
Madrid 1993; ORTEGA Y GASSET J., Estudios sobre el amor, Salvat, Estella 1985; ZUBIRI X.,
Naturaleza, Historia, Dios, Editora Nacional, Madrid 1959.
F. Marín Heredia
¿CUAL AMOR?
Se presentan aquí algunos puntos principales de la encíclica Deus caritas est del Papa Benedicto XVI.
- Virgilio justamente afirma en Las Bucólicas: "El amor vence todo («omnia vincit amor»), y agrega:
«Et nos cedamus amori » cedamos también nosotros al amor".
- Dante, en su "Divina Commedia", afirma es el "amor que mueve el sol y las demás estrellas"
(Paraìso, XXXIII, v. 145). En Dante, luz y amor son una sola cosa: son la potencia creadora
primordial que mueve el universo.
- El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más usadas y abusadas, a la que le
atribuimos significados totalmente diferentes: se habla de amor de la patria, del amor por la profesión,
del amor entre amigos, del amor por el trabajo, del amor entre padres e hijos, entre hermanos y
familiares, del amor por el prójimo y del amor a Dios.
· el amor entre el hombre y la mujer emerge como arquetipo del amor por excelencia, en relación al
cual, a primera vista, todos los otros tipos de amor palidecen. Alma y cuerpo participan
indisolublemente en la realización de este amor y se le abre al ser humano una promesa de felicidad
que parece irresistible.
¿Cuáles son las objeciones que acerca del amor se le ponen a la iglesia?
- Hay quien objeta: La Iglesia
· no hace amarga con sus mandamientos y prohibiciones la cosa más bella de la vida, es decir, el
amor?
· no condena el "eros" (el amor de atracción) y acepta únicamente el "agape" (el amor de entrega
desinteresada)?;
· se asiste a la apoteosis del odio y de la venganza, llegando a asociarles incluso el nombre mismo de
Dios.
- A tales objeciones, el Papa responde a través de las páginas de la encíclica, desarrollando el tema
del amor.
En la concepción cristiana, el amor proviene de Dios, aún más Dios mismo es el Amor: "Dios es amor;
quien está en el amor vive en Dios y Dios en él" (1Jn 4, 16). Decir que "Dios es amor" equivale a
afirmar que Dios ama.
¿Cuáles son las dimensiones del amor?
"El amor tiene tres dimensiones, manifestaciones: eros, philia, ágape (caritas)..
· quiere elevarse "en éxtasis" hacia Dios, llevarnos más allá de nosotros mismos ;
· puede ser degradado a puro "sexo", mercancía, una simple "cosa" que se puede comprar y vender. En
tal caso:
* se da una degradación del cuerpo humano, el cual no está más integrado en la totalidad de la
libertad de nuestra existencia, no es más expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que viene
como rechazado en el campo puramente biológico;
Por philia se entiende el amor de amistad. Este viene retomado y profundizado en el Evangelio de
Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos.
· es un amor oblativo: el amor se convierte en atención del otro y por el otro. No se busca más a sí
mismo, la inmersión en la exaltación de la felicidad; busca en cambio el bien del amado: se hace
renuncia, está listo para al sacrificio, aún más, lo busca. La felicidad del otro se vuelve más
importante que la propia felicidad. No se quiere sólo recibir, sino dar, y es en esta liberación del yo
que el hombre se encuentra a sí mismo y se llena de gozo;
· es "éxtasis", no en el sentido de un momento de exaltación, sino estasi como camino, como éxodo
permanente del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en el don de sí, y de esta manera el
reencuentro de sí, mejor dicho, el descubrimiento de Dios: "Quien busque salvar su propia vida la
perderá, quien en cambio la pierda la salvará" (Lc 17, 33), dice Jesús;
· no es algo extraño, puesto a un lado o incluso contra el eros, sino que eros y agape están unidos entre
ellos.
- El "amor" es una única realidad, aunque con diferentes dimensiones. Una u otra dimensión puede
emerger mayormente. En realidad eros y agape no permiten que se les separe completamente el uno
del otro. Eros y ágape no se oponen, sino que se armonizan entre ellos. Quando encuentran su justo
equilibrio, se realiza la verdadera naturaleza del amor.
- Los Padres de la Iglesia han visto significada, en la narración de la escala de Jacob, esta
inseparable conexión entre ascenso y descenso, entre el agape que busca a Dios y el ágape que
transmite el don recibido (cfr. Gn 28, 12; Gv 1, 51).
- El amor por tanto, que inicialmente aparece sobretodo como eros entre hombre y mujer, debe
transformarse interiormente en agape, en don de sí al otro, y esto precisamente para responder a la
verdadera naturaleza del eros.
- El hombre es creado por Dios-Amor para amar y con la capacidad de amar. Decir que se ha sido
creado a imagen de Dios, quiere decir que nos asemejamos a Dios en el amor.
· es más íntimo a mí de cuanto yo lo sea mí, me conoce mejor de lo que puedo conocerme ;
· se hace Él mismo hombre en Jesucristo, para que el hombre llegue a ser hijo de Dios.
- Jesucristo:
· es el Amor que se dona hasta la muerte: muere y resucita, para salvar al hombre ;
· incluso se hace nuestro alimento en la Eucaristía: lo que significaba estar de frente a Dios se
convierte ahora, mediante la participación en la donación de Jesús, en participación en su cuerpo y en
su sangre, llegando a ser unión íntima y profunda con Él ;
· mientras nos une a Él nos une entre nosotros, constituyéndonos en una sola grande familia: la
Iglesia: "Porque hay un solo pan, nosotros, aún siendo muchos, somos un solo cuerpo: todos de hecho
participamos del único pan", dice San Pablo (1Cor 10, 17).
- El agape en el cristianismo:
· es la realidad más grande: "Pero más grande de todas es la caridad" (1Cor13, 13);
· "se encuentra al inicio del ser cristiano. De hecho en la base del ser cristiano no hay una decisión
ética o gran idea abstracta, sino más bien el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, con
el Amor, que da a la vida un nuevo horizonte y la justa, definitiva dirección ;
· incide a nivel personal, social, cultural proponiendo un estilo de vida que rompe el círculo de lo
efímero y del egoísmo ;
· lleva a considerar al hombre siempre como ser uni-dual, en el que espíritu y materia se compenetran
el uno al otro ;
· no anula las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior, que no es impuesta
desde el externo, sino que, desde el interno, da forma, por así decirlo, al conjunto ;
· funde juntos el Amor de Dios y el amor del prójimo: en los más pequeños encontramos a Jesús mismo
y en Jesús encontramos a Dios. Yo amo, en Dios y con Dios, incluso la persona que no me cae bien o
que no conozco. Él quiere que nosotros lleguemos a ser sus amigos. En el "culto" mismo, en la
comunión eucarística está contenido el ser amados y el amar, a su vez, a los demás. Una Eucaristía
que no se traduzca en amor concretamente practicado está en sí misma fragmentada".
· es creado a imagen de Dios-Amor y es amado por Dios, y por lo tanto ama en la totalidad de sus
potencialidades ;
"Siendo que Dios nos amó primero (cfr. 1Gv 4, 10), el amor ya no es solamente un «mandato», sino
que es una respuesta al don del amor con el que Dios viene a nuestro encuentro.El «mandamiento» del
amor se hace posible sólo porque no es puramente exigencia: el amor puede ser «mandado», porque
primero es donado.
El amor no se puede "exigir". Dios no nos ordena un sentimiento, sino que nos hace experimentar su
amor. Y de aquí, como respuesta, puede brotar también en nosotros el amor. En el cristianismo el amor
no es una imposición, sino una propuesta, un ejemplo. Un don se puede aceptar o rechazar. La
grandeza de Cristo es: yo soy para quien me quiere.
El dar supone por tanto el adquirir: lo que nos permite amar es el hecho de que hemos sido amados.
Nuestro amor es la respuesta al don del amor con el que Dios viene a nuestro encuentro. Así como un
niño cuando sea adulto sabrá amar si de pequeño ha sido amado por su madre y su padre, así el ser
humano sabe donar porque primero ha recibido, ha experimentado el amor de Dios".
- "En efecto, ninguno jamás ha visto a Dios tal como El es en sí mismo. Y sin embargo Dios no es para
nosotros totalmente invisible, no ha permanecido para nosotros simplemente inaccesible. Dios nos ha
amado primero, dice la Primera Carta de Juan (cfr. 4, 10) ) y este amor de Dios ha aparecido en
medio de nosotros, se ha hecho visible en cuanto Él «ha mandado a su Hijo unigénito en el mundo,
para que tuviésemos la vida por él» (1 Jn 4, 9). Dios se ha hecho visible: en Jesús nosotros podemos
ver al Padre (cfr. Jn 14, 9).
- Podemos amar a Dios, visto que Él no ha permanecido a una distancia inaccesible, sino que ha
entrado y entra en nuestra vida. Viene hacia nosotros, hacia cada uno de nosotros:
· en los Sacramentos, mediante los cuales obra en nuestra existencia, especialmente en la Eucaristía;
· en la comunidad viva de los creyentes: en ella nosotros experimentamos el amor de Dios, percibimos
su presencia y aprendemos así también a reconocerla en las cosas de cada día;
· en el encuentro con nuestro prójimo, en particular con personas tocadas por Él y transmiten su luz;
- Dios no sólo nos ha ofrecido el amor, sino que lo ha vivido primero y plenamente, y toca de tantas
maneras a nuestro corazón para suscitar nuestro amor como respuesta".
En ningún caso. Antes más bien: la fe nos educa para amar más allá de los límites que la historia, la
cultura, la política, el carácter. Gracias a la fe se aprende a mirar a las otras personas, no sólo con los
ojos y los sentimientos propios y con los propios sentimientos, sino según la perspectiva de Jesucristo.
Todo creyente en Cristo puede amar más y mejor. Quien va hacia Dios no se aleja de los hombres, sino
que, en cambio, se acerca más a ellos.
- Con este acto de ofrecimiento Jesús ha asegurado una presencia duradera a través de la institución
de la Eucaristía, en la que bajo las especies del pan y del vino, se dona como nuevo maná que nos une
a Él. Participando en la eucaristía, también nosotros somos implicados en la dinámica de su donación.
Nos unimos a Él y al mismo tiempo nos unimos a todos a los que Él se dona; llegamos a ser de este
modo todos "un solo cuerpo". De este modo amor por Dios y amor por el prójimo se funden
verdaderamente".
- La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de
los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada
cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad
de amor.
- La conciencia de tal tarea caritativa ha tenido relevancia constitutiva en la Iglesia desde sus inicios
(cfr. Hch 2, 44-45) ) y muy pronto se manifestó la necesidad de una cierta organización como
presupuesto para su mejor puesta en práctica. Así, en la estructura fundamental de la Iglesia surgió la
"diaconía" como servicio del amor al prójimo, ejercitado comunitariamente y en modo ordenado, un
servicio concreto, mas al mismo tiempo también espiritual (cfr. Hch 6, 1-6). CCon la progresiva
difusión de la Iglesia, este ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales".
- "Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia: ésa
estaría en contraposición con la justicia e terminaría por actuar como sistema de conservación del
status quo. Con el cumplimiento de obras de caridad individuales la Iglesia favorecería el
mantenimiento de un sistema injusto, rindiéndolo en algo soportable y frenando así la rebelión y el
potencial cambio hacia un mundo mejor".
· se necesita obrar constantemente para que cada uno tenga lo necesario y ninguna sufra miseria ;
· el egoísmo de personas individuales, de grupos y de estados está siempre al acecho, y por tanto es
necesario luchar contra ello ;
· más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre del amor, que es lo único que da alma a la justicia.
¿No puede la iglesia dejar este servicio a la otras organizaciones filantrópicas?
La respuesta es: no, la Iglesia no lo puede hacer. "Esa debe practicar el amor por el prójimo también
como comunidad, de otro modo anunciaría al Dios del amor en modo incompleto e insuficiente. El
empeño caritativo tiene un sentido que va más mucho más allá de la simple filantropía. Así, en
definitiva, es El mismo a quien nosotros llevamos en el mundo que sufre. Cuanto más consciente y
claramente lo llevamos como don, tanto más eficazmente nuestro amor cambiará al mundo y
despertará la esperanza que va más allá de la muerte". (Benedicto XVI, Carta a los lectores de
Familia cristiana , febrero 2006).
· salvaguarda su propia identidad: esa, de hecho, "además del primer significado concreto de ayudar
al prójimo, posee esencialmente también aquel de comunicar a los otros el amor de Dios, que nosotros
mismos hemos recibido. Esa debe hacer en algún modo visible al Dios viviente. (...) Dios y Cristo en la
organización caritativa no deben ser palabras extrañas; esas en realidad indican la fuente originaria
de la caridad eclesial. La fuerza de la Caritas depende de la fuerza de la fe de todos los miembros y
colaboradores" ;
· se basa, más que sobre la competencia profesional, "sobre la experiencia de un encuentro personal
con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente suscitando en él el amor por el prójimo. El
programa del cristiano es el programa de Jesús: un corazón que ve. Este corazón ve dónde hay
necesidad de amor y actúa en manera consecuente";
· tiene como Magna Carta el himno a la caridad de San Pablo (cfr. 1Cor 13s), que hace evitar el
riesgo de degradar en puro activismo;
· se acompaña necesariamente de la oración. "El contacto vivo con Cristo evita que la experiencia de
la desproporción de la necesidad y de los límites del propio obrar puedan, por un lado, empujar al
agente de la caridad a la ideología que pretende hacer ahora aquello que Dios, según parece, no logra
o, del otro lado, convertirse en una tentación a la inercia ante la impresión de que, en cualquier caso,
no se puede hacer nada. Quien ora no desperdicia su tiempo, incluso si la situación parece empujar
solamente a la acción, ni pretende corregir los planes de Dios, sino que busca -siguiendo el ejemplo de
María y de los Santos- sacar la fuerza del amor que vence toda oscuridad y egoísmo presente en el
mundo".
· se realiza en comunión con los Obispos: sin este vínculo, las grandes acciones eclesiales de caridad
podrían estar amenazadas, en práctica, de disociarse de la Iglesia e identificarse como organismos no
gubernativos, como una común organización asistencial: en tales casos, su filosofía no se distinguiría
de la Cruz Roja o de las agencias de la ONU ;
· cultiva una colaboración fecunda con la múltiples organizaciones caritativas y filantrópicas, con las
estructuras del Estado e las asociaciones humanitarias que secundan de varios modos la solidaridad
expresa de la sociedad civil ;
· evita hacer proselitismo. "El amor es gratuito; no se ejerce para alcanzar otros fines. Sin embargo no
significa que la acción caritativa deba, por decirlo así, dejar a Dios y a Cristo aparte. El cristiano
sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es justo callar de El y dejar hablar solamente al
amor. El sabe que Dios es Amor y se hace presente precisamente en los momentos en que ninguna otra
cosa se hace sino amar".
El Primicerio
De la Basílica de los Santos Ambrosio y Carlos en Roma
Monsignor Raffaello Martinelli
http://www.sancarlo.pcn.net/argomenti_spagnolo/MAR_0018.jpg
NB: Para profundizar el argumento, se puede leer Benedicto XVI, Deus Caritas est, LEV, 2006.
AMOR
DC
SUMARIO: I. Eros y Agape: amor griego, amor cristiano.—II. Amor y
compasión: cristianismo y budismo.—III. Amor y Trinidad: la comunión
divina.—IV. El Espíritu Santo como amor personal.—V. Trinidad y
metafísica de amor. Sentido de Cristo
Como indica el sumario, hemos trazado algunos rasgos importantes
del amor para entenderlos luego en clave trinitaria. Comenzamos
situando el tema en un nivel de historia de las religiones: comparamos
el amor cristiano y griego (agape y eros). Después lo interpretamos
desde el fondo del budismo (compasión y caridad). Sólo entonces
trataremos del amor cristiano visto en clave trinitaria. Para culminar el
tema ofreceremos una breve visión de las personas trinitarias
(especialmente el Espíritu Santo) desde el fondo de una teología del
amor.
Durante su Ascensión, Cristo aseguró que estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo
(cf Mt 28, 20). En la Iglesia permanece en los sacramentos, en particular en la Eucaristía, la cual nos
hace presente su obra salvífica. También permanece en la Palabra, la cual dirige incesantemente a
cada uno de nosotros. Así mismo, en nuestros semejantes, con quienes El se identifica: «Cuanto
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Gracias a la
presencia de nuestro prójimo, la vida cotidiana se convierte en un reto para nuestra fe, porque es la fe
la que nos permite ver a Dios en el prójimo.
La fe «actúa por la caridad» (Ga 5, 6), y en el amor encuentra su plena vida e invita a la convivencia,
a la «comunión» con Dios y con los hermanos, Dios te revela su amor (ágape), que recibes a través de
la fe, para luego derramarlo sobre los demás. El abandono en Dios por medio de la fe, adquiere en el
amor el carácter correcto y la dimensión de un don recíproco (Juan Pablo II).
El eros y el ágape
Existen dos tipos de lazos entre los seres humanos, que dan dos tipos de grupos, o dos tipos de
comunidades; los cuales nacen de dos concepciones diferentes del amor. La primera, la concepción
antigua, que nos transmitió Platón, define el amor con la palabra eros, mientras que la segunda
concepción, la que es presentada por el cristianismo, define el amor con la palabra griega ágape.
Existen, pues, el eros y el ágape, dos formas de amor, que sirven de base a dos clases de vínculos entre
los humanos; dos formas de hacer comunidad. El eros de Platón es el amor que ama lo que considera
digno de ser amado. Se trata del amor emocional. Si alguien o algo te gusta, por ejemplo, por su
apariencia bonita y estética, o porque se trata de alguien simpático, o porque es para ti algo
placentero; si te sientes a gusto con alguien o con algo, o te complace poseer algo, estás sintiendo los
efectos del eros platónico, es decir, de algo que sale de tus sentimientos naturales. Amas algo que te
produce placer, algo que te hace sentir bien. Ese amor es egocéntrico, porque siempre se trata de ti, de
que tú sientas algo agradable.
Es muy fácil desorientarse y confundir ese eros platónico con el amor verdadero, que es el que debería
existir entre las personas. Y es por esa razón que la Iglesia predica, de manera tan insistente y
decidida, otro amor. E1 amor cristiano se proclama en el célebre himno del amor de San Pablo, quien
escribió: «La caridad es paciente, es servicial; (...) no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta
el mal; (...). Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta» (1 Co 13, 4-7). Ese amor,
en la lengua original griega, es definido con la palabra ágape. En la concepción cristiana, Dios es el
Agape; es el Amor que desciende hasta el hombre y ama lo que no es digno de recibir amor. Se trata de
un amor espontáneo, que por sí mismo se da, porque es amor. El ágape es el amor desinteresado que
arrebata al hombre. A nosotros, a veces, nos parece que hay que agradar a Dios, que debemos hacer
méritos para conseguir su amor. Pero El te ama, porque tú eres su hijo, y no por que seas digno. El
ágape es el amor creador; un amor que te ama no porque seas digno de ser amado, sino para que
llegues a ser digno de ese amor. El ágape desea crear en ti el bien, un bien cada vez mayor. Cuando
alguien recibe gracias especiales de Dios, se asombra de haberlas obtenido; sin embargo, el amor-
ágape desciende a los indignos, desciende a todos nosotros, porque todos somos indignos, y todos
necesitamos ese amor creador que genera el bien. E1 drama de Dios, que es Amor, consiste en que no
puede derramar su amor plenamente; en que no puede inundar el alma humana, a la que ama sin
medida. Dios busca constantemente ese corazón en el que pueda derramar su amor inconmensurable.
Para una madre que ama a su hijo, por feo que sea, éste siempre será el más bonito de los niños,
porque es su hijito. No es, pues, importante cuántos defectos puedas tener, es posible que tengas
muchos, es posible que te sientas abrumado por ellos, y es posible que ya no puedas soportarlo. Pero
Dios quiere llenarte con su amor, quiere ir creando en ti el amor, quiere descender hasta ti, para hacer
de ti, de un pecador indigno, una obra maestra de su amor.
El amor-ágape que desciende hasta ti desde las alturas, desde Dios, y que recibes a través de la fe, no
puede quedar encerrado en ti. El amor, siendo un bien, tiene que derramarse, tiene que difundirse. El
Agape es Cristo, quien vive en ti, y quien a través de ti y en ti, quiere amar a los demás. El hombre
obsequiado con el amor-ágape, con el amor desinteresado, empieza a amar, o mejor dicho, Cristo, que
está en él, empieza a amar a los demás. El ágape, es el amor que surge de la voluntad deseosa de dar
el bien a los demás, y no el que nace de las emociones. Los vínculos humanos que nacen de ese amor
son tan fuertes, que perduran más allá de la muerte. No importa cómo pueda ser el otro, feo o guapo;
desagradable o simpático; lleno de defectos y pecados, o sin ellos; lo importante es que el amor quiera
amarlo para que pueda irse convirtiendo. Ese amor, el ágape, que crece en ti como resultado de que
Cristo descendió a tu corazón, se manifiesta con frecuencia en pequeños detalles, en gestos, en
miradas. Es muy importante que repartas ese amor con el calor de tu mirada, con tu aceptación, con
tu admiración y con tu acogida afectuosa a tu prójimo.
Los vínculos humanos basados en los sentimientos positivos son algo natural. Ese tipo de sentimientos
y de lazos, pueden nacer en cualquier grupo humano, incluso entre los delincuentes. Puede tratarse,
por ejemplo de, una banda que se une solidariamente para lograr sus fines. Puede tratarse, asimismo,
de grupos de amigos. Cuando con frecuencia optas por la compañía de aquéllos con los que te gusta
hablar, y los demás no te interesan, te estás dejando llevar por el eros platónico, por el amor
egocéntrico. A veces, podemos encontrar personas que se entienden perfectamente sobre la base de los
vínculos naturales, de intereses comunes, sin embargo, los sentimientos positivos naturales son algo
muy inestable. Pueden manifestarse, por ejemplo, en los comienzos del matrimonio, y posteriormente
desaparecer. ¿Y qué sucede cuando desaparecen? Surge la crisis provocada por un creciente vacío
emocional, lo cual es muy difícil de soportar. En lo que concierne a tu actitud frente a Dios, eso se
manifiesta en una especie de aridez, no sientes nada en el contacto con Dios; nada te atrae a la
oración, a la Reconciliación, a la Eucaristía. La misma situación surge cuando desaparece el
sentimiento que se tenía por otra persona, cuando de pronto algo deja de atraerte en la persona que
antes era para ti entrañable. En esos casos surge un cierto vacío hacia los amigos y conocidos. Y por
último, puede suceder la situación más difícil, cuando se siente aversión hacia Dios, o hacia otra
persona. En esos casos hace falta, a veces, una actitud incluso heroica para sobreponerse. Cuando
desaparece, se quebranta, o, al menos disminuye el vínculo natural, precisamente entonces surge la
oportunidad de que aparezca el vínculo sobrenatural.
En el matrimonio puede darse la situación de que la pareja es tan armoniosa, que se asemeja a dos
mitades de un todo, que cuando se juntan encajan a la perfección. Desde el punto de vista de la fe, ese
no es el ideal. Se trata únicamente de una armonía puramente natural, de sentimientos positivos. No es
ese el amor cristiano, el ágape. En tal relación puede no haber ni pizca de amor, ni de relación
sobrenatural. Lo mismo ocurre en el caso de los niños en la familia. Los niños no tienen por qué
encajar con plena armonía, y no se trata de que no haya problemas con ellos. De lo que se trata es de
que intenten amarse a pesar de sus defectos y de sus diferencias, y no de que encajen perfectamente
unos con otros.
Toda comunidad, tanto la matrimonial, como las de amigos, o cualquiera otra, si se basa
exclusivamente en los vínculos naturales no tiene mayores probabilidades de subsistir, y algún día,
tarde o temprano, tiene que desintegrarse, o pasar a un nivel superior en su existencia. Desde el punto
de vista de la fe, se puede decir que es bueno que en nuestra vida se manifiesten crisis de esa
naturaleza. Es bueno que de pronto alguien nos sea menos simpático, menos agradable, porque en esto
hay una gracia extraordinaria. El llamado de Cristo a vivir el Evangelio, adquiere en esos momentos
una especial actualidad. Eso sucede, asimismo, en la relación con Dios durante la purificación, que a
veces es muy violenta. Y es entonces cuando no sientes afecto por Dios, cuando te parece que no lo
amas, cuando hay algo que hace que sientas rechazo por El; pero tú, a pesar de todo. tratas de seguir
siéndole fiel. Cuán valiosa es entonces la Reconciliación, precisamente cuando no tienes ganas de
hacerla; cuán valiosa es entonces la Eucaristía, porque nada te empuja hacia ella, pero tú vas; porque
sabes que El, Cristo, que te ama, está allí y te espera Tu ofrenda crece en la misma medida en que te
faltan los vínculos naturales, porque es mayor el esfuerzo que pones en ello. Que bueno es que por no
encajar bien entre las personas aparezcan las crisis, o haya malentendidos entre los cónyuges, o los
niños se peleen a veces; porque precisamente por esas grietas, por esas hendiduras, puede nacer el
vínculo y el amor sobrenatural. Ese amor es obra de Cristo, y si, se desarrolla, garantiza la
subsistencia del vínculo por siempre. Solamente ese amor es fuerte, porque tiene la fuerza de Cristo. El
matrimonio con la fuerza de Dios, es el que ya ha sufrido la fase de la desintegración, y ha sabido
reintegrarse en un nivel superior. Bienaventurado sea todo aquél que ha vivido momentos difíciles con
Dios, y no lo ha traicionado, sino que ha seguido siéndole fiel, porque ha sido entonces cuando su
amor, «en verdad», ha echado raíces.
En todo esto hay una gran esperanza, sobre todo para aquéllos que se afligen porque sienten que a
veces la pasan muy mal. El prójimo a menudo o es fácil, parece hacer todo lo posible para que nos
apartemos de él. Pero es precisamente entonces, cuando este prójimo te está ofreciendo una gracia
especial, porque trae consigo el llamado a que superes los vínculos naturales y establezcas los
vínculos sobrenaturales; sólo entonces llegarás al ágape. Desde el punto de vista de la fe, las personas
que menos nos agradan son para nosotros las más valiosas. Ellas son las que te ofrecen la mayor
oportunidad para que definas tus actitudes, y para que puedas convencerte de que amar no significa lo
mismo que sentir afecto.
Amar a alguien por quien sentimos aversión no es fácil. Por eso debemos abrirnos a Cristo, y, ante la
ola abrumadora de sentimientos negativos, sentirnos impotentes como los niños. En nosotros tiene que
aparecer la actitud del niño, del niño impotente ante los asuntos que se relacionan con Dios y con los
hombres, con el ambiente y con la realidad que nos rodea. Lo que nos permitirá pasar al amor-ágape
es solamente la actitud de fe confiada, que espera el milagro de que Jesús vendrá, y amará en nosotros
a los demás; incluso a aquellos por los que no sentimos simpatía.
A fin de cuentas, en las situaciones en las que nacen y crecen en nosotros los sentimientos negativos, o,
al menos, desaparecen los sentimientos positivos, es cuando nos damos cuenta de que solamente Cristo
es capaz de amar en nosotros. Nuestra voluntad debe sentirse libre de los sentimientos, o, al menos,
debería tender a alcanzar esa libertad. Nuestra libertad es precisamente Cristo. Su Presencia en
nosotros nos aporta la conversión, nos libera, nos obsequia la gracia, y, por consiguiente, también la
libertad. Pero esa Presencia se realiza sólo en la medida en que somos pequeños e impotentes, porque
solamente así estamos en condiciones de recibir y de dar el amor de Jesús a través de la fe. En este
sentido, la dificultad en nuestras relaciones con los demás, es una oportunidad de recibir la gracia y el
amor especial de Jesús, quien viendo lo impotentes que somos ante nuestros sentimientos, desciende
hasta nosotros como el Agape Divino.
Cristo al descender hasta tu corazón quiere amar, quiere darse a los demás y desear su bien. Quiere
amar cada vez más, y , en ti, desear para los demás el mayor bien; lo que a la luz de la fe significa
desear su santidad. Cuando amas a alguien de manera que solamente te preocupas por sus asuntos
materiales, por sus asuntos temporales, debes ser conciente de que, en realidad, te falta el auténtico
amor. No basta la atención a los problemas de la vida temporal: de la educación, de la salud, y del
bienestar; sólo puedes amar auténticamente, cuando tú mismo anheles la santidad, y cuando anheles ir
inculcando ese deseo a los demás.
De esa verdad que dice que Cristo ama en nosotros al prójimo, resulta que no se puede amar al
hombre sin amar a Dios. Tú solo no eres capaz de amar, es Cristo quien ama en ti. A1 amar a Cristo
abriéndote a El, abriéndote a la venida del Agape Divino, permites que El te ame y que en ti ame a
otras personas. Tu proceso de apertura a que Cristo venga a ti, tanto en los Sagrados Sacramentos
como en la oración, te permite amar a los demás. En la medida en que aceptas a Cristo, en la medida
en que le permites abarcarte, puedes darlo a los demás. Amar a otro hombre significa darle a Cristo.
Pero no se puede dar lo que no se tiene. Cuanto más amas a Dios, y lo recibes en este amor; cuanto
más le permites vivir en ti, y actuar en ti, tanto mayor es tu capacidad de amar a los demás.
Amar significa darse, dar el bien a los demás. Pero no basta con dar bienes materiales. A la luz de la
fe son más importantes los bienes espirituales. Si no se los das a tus seres queridos se produce un
cierto « robo » espiritual, un cierto « perjuicio » espiritual. Ellos tienen derecho a esos bienes. Los que
te rodean tienen derecho a que tú, creciendo en la gracia santificante y en la aspiración a la santidad,
te conviertas para ellos en un canal puro de gracias. Tu crecimiento en la santidad, a la luz de la fe, se
convierte en el don más precioso que puedes ofrecer a tus seres queridos . Tienes que cuestionar tu
amor, tienes que colocarte en la verdad y preguntarte si de verdad amas. Con seguridad estás
absolutamente convencido de que amas a tu hijo, porque no te preocupas solamente de sus asuntos
temporales, sino que también oras por él. Pero el valor y la eficacia de tu oración dependen, no de los
sentimientos, sino del grado de la gracia santificante, del grado de tu fe y amor a Dios. Si no hay en tí
vida interior, si no hay en tí crecimiento de la fe y del amor Divino, te conviertes para quienes te
rodean en un « ladrón » en el sentido espiritual.
Una madre que practica un cristianismo « tibio », y por tanto no se adhiere a Cristo a través de la fe,
debe ser concierte, de que al no amar a Cristo, tampoco ama a su hijo. Al no recibir ella la Sagrada
Comunión, priva también a su propio hijo de gracias especiales. Aunque ese hijo sea para ella un
tesoro, de manera inconsciente le roba las gracias que fluirían hasta él, a través de las Comuniones de
ella. Cada participación en la Eucaristía, cada participación en el Sacramento de la Reconciliación,
cada recepción de otros sacramentos y cada oración basada en el « el sistema de vasos
comunicantes», es decir, en nuestra estrecha y múltiple vinculación con el Cuerpo Místico de Cristo,
siempre es un donar el bien a los demás. Amas a tu cónyuge, a tu hijo o hija, a tus padres y a otras
personas, más o menos entrañables, en la medida en la que te vuelves hacia Dios; en la medida en que
aspiras a la santidad y permites que ya no seas tú el que vive, sino que sea Cristo quien viva en ti.
El, el único amor y el único bien, desea amarnos sin límites, y busca continuamente a las almas sobre
las cuales pueda derramar su inconmensurable amor. No se puede amar al hombre sin amar a Dios.
Únicamente los santos, aquellos que se abrieron plenamente a Cristo, y en los que Cristo puede vivir y
amar a plenitud, aman de verdad al prójimo.
Si te vas abriendo a Cristo a través de la fe, El se vuelve tu « Camino, Verdad y Vida» (cf. Jn 14, 6 ) ;
El empieza a mostrarte tu « yo » ideal, al mismo tiempo que lo va realizando. El mismo va llevando a
cabo tu autorrealización.
La psicología habla del « yo» ideal y del « yo» real. Cada uno de nosotros lleva adentro una imagen
de lo que quisiera ser , de la persona cuya imagen y semejanza quisiera realizar en su interior. Estos
deseos reflejan un «yo» ideal. En cambio, el « yo» real, a veces puede resultar tan repulsivo que
provoca enojo y hasta rabia. Esta actitud no es correcta. Sin embargo, demuestra que el hombre no
quiere ser tal como es, sino que tiene un «yo» ideal, desea ser diferente, desea autorrealizarse más.
En un hombre creyente la imagen del « yo» ideal, irá perfeccionándose en la misma medida en que
vaya desarrollándose su vida interior, es decir, su identificación con Cristo. El proceso de conocer a
Cristo y de adherirse a El suscita el deseo de identificarse con El; así Cristo se convierte en tu ideal
como persona, en tu «yo» ideal. Tu crecimiento en la fe y en la gracia, es el resultado de que Cristo te
concede una luz cada vez mayor y se te revela cada vez más plenamente; permitiendo que tu « yo»
ideal sea cada vez más claro. También, El mismo fortalece tu voluntad para que puedas ir formando tu
«yo» real, según el « yo» ideal.
Ya que todos estamos predestinados a « reproducir la imagen de su Hijo» ( Rm 8, 29), en verdad sólo
Cristo puede ser nuestro ideal. Por eso, en la medida en que la imagen de tu « yo » ideal, se va
acercando a la imagen de Cristo, tú te vas acercando a la verdad; Cristo mismo se vuelve tu camino y
verdad.
El hombre por sí mismo no es capaz de ningún bien sobrenatural. La Iglesia no dice que la naturaleza
humana sea corrupta, pero deberíamos aceptar que por nosotros mismos no somos capaces de hacer
el bien; que no somos capaces de amar; que no somos capaces de responder a este llamado de Dios,
tan extraordinariamente difícil; sobre todo el llamado a amar al prójimo, que en algunos casos
requiere hasta del heroísmo. Cristo hablando con el joven rico dijo: « ¿ Por qué me llamas bueno ?
Nadie es bueno sino sólo Dios» (Mc.l0, 18 ). Todo lo que hay de bueno en nosotros proviene de Dios.
«¿Qué tienes que no lo hayas recibido?» (1 Cor 4, 7).
Cuando en nuestra relación con los demás todo va bien, no vemos la necesidad del heroísmo. Pero, en
ocasiones la relación con el prójimo es tal, que sin heroísmo nos quedaría sólo la negación del amor.
Amar al enemigo requiere de un amor heróico. Esta es una situación extraordinaria, pero también, en
condiciones menos dramáticas. Dios varias veces nos llamará a un amor que nos puede costar mucho.
Entonces, entenderemos que no somos capaces de amar, y nos será más fácil comprender el profundo
sentido que tienen las palabras de Cristo : «Yo soy la vid ; vosotros los sarmientos. El que permanece
en mi y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí izo podéis hacer nada» (Jn I S, S ). Sin
Cristo no podemos hacer nada; nuestra vida es Cristo. Sin E1, somos como el sarmiento, que se seca
cuando es separado de la vid . El hombre no puede realizarse sin Cristo.
La Iglesia enseña que sin la Cruz no hay amor; para que yo pueda amar al prójimo, mi « yo» tiene que
ser crucificado. Pero yo no puedo aceptar esto sin la gracia. Solamente la gracia puede hacerme
capaz de ello. La gracia actúa de tal manera, que el mismo Cristo se incorpora a mi «quiero», a mi
decisión humana: « quiero amar, quiero elegir el bien». «Pues Dios es quien obra en vosotros el
querer y el obrar, como bien le parece» ( Flp 2, 13 ).
Nuestra voluntad, gracias a la cual podemos escoger el bien y el amor, es débil. La voluntad del
hombre es demasiado débil para elegir lo que es difícil, aquello que requiere renunciar al egoísmo. Si
alguien no lo ha experimentado todavía, seguramente algún día verá que de verdad no es capaz de
amar, no es capaz de morir a sí mismo. Y la verdad es que se llega a ser hombre pleno sólo a través del
amor.
El amor es un acto de la voluntad, es nuestro deseo (Ir obsequiar con el bien a los demás. Pero este
deseo en cada uno de nosotros tiene diferentes grados. Por ejemplo, mi «quiero" amar es sólo de un
«10 por ciento», esto es poro, esto no es suficiente para crear armonía entre los hombres; ni para el
proceso de la integración de las personas. Esto no basta para amar como Cristo amó. Sin embargo,
mi, «quiero» puede ser intensificado cada vez más por la gracia de Cristo, hasta tal punto de querer
realizar el « mandamiento nuevo»: « Que, como yo os he amado así os améis también vosotros los
unos a los otros» (Jn. 13, 34). Ya no en un «10%», sino en un 70% o incluso en más. Si es así, la
misma vida de Cristo se revela en nosotros.
Si Cristo llega a ser mi « yo» ideal, entonces se está efectuando mi autorrealización, y al contrario,
cuando peco, cuando digo «no» a Cristo, estoy robando a mi propio « yo» , disminuyo la posibilidad
de autorrealizarme. E1 pecado y el estar cerrado a Cristo me alienan. El cerrarme a Cristo me
produce tristeza, depresión, enfado; y sin embargo no quiero estar así, no es así mi «yo» ideal. Cristo
es el «yo» ideal, mío, tuyo, de todos nosotros; porque El quiere tener todos los rostros. Al mismo
tiempo es El quien realiza este «yo» en cada uno de nosotros. Esta realidad maravillosa confirma las
palabras de Cristo: « Yo soy el camino, la verdad y la vida». (Jn 14, 6). Tenemos que volver
continuamente a estas palabras, puesto que no se puede hablar de la autorrealización en Cristo sin
vivir en la verdad.
Cristo dijo sobre sí mismo: « Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). Dios es sensible a la verdad de una manera muy especial.
Viéndolo humanamente se puede decir que la verdad es « el punto débil» de Dios. Si quieres
asemejarte a Cristo, no debe haber en ti hipocresía. Cristo, quien es la misma verdad, es inflexible
ante la falsedad, y también ante el orgullo, el cual nos hace apropiarnos de lo que El mismo obra en
nosotros. Cuanto más grandes son las gracias que nos apropiamos, tanto mayor resulta nuestra
estupidez. Dios para defendernos de esto, tiene que limitar sus gracias.
La humildad es el fundamento de nuestra autorrealización; ella es tan importante porque Dios está
dispuesto a darlo todo al hombre que no se apropia de nada. Si vives, en la verdad y reconoces que sin
Cristo no puedes nada, es como si lo llamaras: ven y vive en mí... sólo entonces Cristo viene.
Para no apropiarte de lo que Cristo obra en ti, procura decir con frecuencia: Jesús, gracias a Ti me
autorrealizo; gracias a Tí, mi cónyuge es tan atrayente; gracias a Tí , las personas que trato son tan
buenas. Esta será la expresión de la humildad. Todo lo que admiro en el prójimo pertenece a Cristo, y
al mismo tiempo al prójimo. Sería una ilusión considerar que el bien sobrenatural de alguien, por sí
mismo, sea digno de admiración. Algún día, cada quien se dará cuenta de lo débil y pecaminoso que
es. No obstante, Cristo quiere hacer de tí una obra maestra, que provocará la admiración de los
demás, y entonces, te irás autorrealizando, y, a la vez, Cristo estará realizándose en ti.
En cada uno de los santos se realizó la imagen de Cristo de una manera diferente. Es algo
extraordinario que tengamos santos tan diferentes. Por ejemplo, Santa Eduwiges, reina de Polonia era
modelo de elegancia, fascinaba no sólo por su gusto estético y delicado, sino también por su nivel
intelectual y espiritual. En cambio, San Benito José Labre murió en la miseria como un mendigo. San
Camilo de Lelis en su juventud fue jugador de naipes y bandolero; y llevó una vida quizás peor que la
de los soldados de la Legión Francesa. Un día, siendo ya alcohólico, vio a un monje, y de repente
surgió para él un rayo de esperanza - también yo puedo ser diferente -pensó. Mas tarde, a causa de un
partido de naipes que perdió, se vio obligado a mendigar. Esto era tan humillante, que cubrió su cara
con un pañuelo; sintió que era una caricatura de hombre y que no estaba realizado. A raíz de esto
nació en él el deseo de cambiar, empezó a soñar en ser un hombre normal, y fue entonces cuando
Cristo obró en él su autorrealización; no solo hizo de él un hombre normal, sino una obra maestra.
Así procede Cristo con nosotros, porque quiere llegar a ser todo para nosotros: nuestro amor; nuestro
camino, verdad y vida.