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Círculos viciosos

Pocas cosas nos salen tan bien en México como los círculos viciosos. Están perfectamete
diseñados, traen tecnología de punta, vienen con blindaje. Deberíamos exportarlos.

La forma en que hemos logrado que las soluciones agraven nuestros problemas ha inventado la
inaudita categoría del problema retroalimentado. Y más abajo de los problemas retroalimentados,
en el organigrama del desastre, ya no hay nada (o hay sólo talibanes, o tupamaros o cosas así).
Nuestros círculos, además de viciosos, son adictos y obviamente adictivos. Presumimos que no
hay problema sin solución, pero invariablemente nos las arreglamos no sólo para que la solución
se convierta en parte del problema, sino que lo agrande. Esto es lo que explica que no haya mejor
negocio en México que la política, que es el arte de arreglar los problemas nacionales con
soluciones que los empeoren, pero dejen ganancias particulares.

El negocio es que las soluciones se queden como inminencia. En la medida en que una solución a
un problema nacional se prolonga, los beneficios parciales aumentan. Se trata de que lo que no
sirve en general, sirva en lo particular. Desde Calles se entiende que es más negocio tratar de
arreglar los problemas que arreglarlos. Hay que tratar de arreglarlos lo más que se pueda y
empleando la mayor cantidad de tiempo y dinero posibles, pero sin conseguirlo, pues un problema
arreglado deja de ser negocio (y, además, ya no se puede heredar). En resumen, se trata de que
las cosas no sirvan para lo que sirven, sino para algo más útil que su servicio. Es decir, la utilidad
es mejor que la ganancia.

Haber logrado que la educación pública sea un desastre abate el progreso de la patria, inhibe su
crecimiento, hipoteca su futuro, etcétera. Digamos, por ejemplo, que el profesor Pichardo no sirve
para enseñar. ¿Qué hacer? Sindicalizarlo, estimularlo, meterlo a cursos, ofrecerle premios. Un año
después, sigue sin poder enseñar, pero su ineptitud ha generado utilidades muy superiores a la
ganancia de haber enseñado: ganaron los programas, los líderes, los diputados del magisterio, los
institutos de educar educadores y sus administradores. Y, claro, perdieron los educandos. No hubo
ganancia, pero sí utilidad.

El titular de la SEP Narciso Bassols escribió en 1933:

La SEP desea sinceramente que las agrupaciones magisteriales tengan una vida real robusta y
sana, pues está convencida de que cuando los líderes que no sean simuladores y no necesiten
derivar su fuerza del escándalo, sino que cuenten con el apoyo efectivo de las grandes masas de
maestros, es decir, cuando la masa dé fuerza al líder y no sea el falso líder quien la busca en la
masa halagándole sus bajas pasiones, se habrá logrado un importante progreso.

Han transcurrido 75 años desde ese “importante progreso”. No sirvió, pero sigue sirviendo.

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