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RIGUROSAMENTE INCIERTO.

AÑOS DEMASIADO VERDES


LA NACION | OPINIÓN

A punto de concluir la enseñanza primaria, los hermanitos Sandunga y Tirifilo Peribáñez esperan equiparar una marca que es común a
muchísimos otros educandos: jamás leyeron un libro. No les gusta leer; les gusta chatear y operan ese prodigio tecnológico a un
promedio de tres errores ortográficos por renglón.
Sandunga chatea con amigas sobre temas como éstos: lo mal que se llevan con sus respectivas madres, lo aburrida que es la escuela,
las ganas que tienen de hacerse un tatuaje, quizás alrededor del ombligo.
Tirifilo no ha hojeado siquiera libros de texto, porque echarles un vistazo de apenas diez minutos le provoca más cansancio visual y
mental que las cinco horas diarias que pasa frente al televisor. Una vez, cabe reconocerlo, recurrió a las obras completas de Emilio
Salgari, una reliquia de la biblioteca del abuelo, pero sólo para alcanzar el tarro de mermelada, en el estante más alto de la alacena.
Ambos coinciden en infinidad de asuntos: la historia argentina les parece un opio; las conjugaciones verbales les ocasionan todavía más
dificultades que el trabalenguas "Carhué cuarenta", y consideran que la matemática es una forma sutil y perversa de tortura
psicológica. Es cierto: en la vida práctica nunca debieron vérselas con una hipotenusa y ni siquiera con una raíz cuadrada.
Sandunga adora a Los Cuadraditos de Acelga y, en especial, a Chucho Graznetti, su vocalista (así reconocido porque prescinde de las
consonantes), y sueña con ser modelo y lucir alguna vez el diseño antropométrico de Luciana Salazar. Tirifilo, en cambio, no tiene
vocación manifiesta: juzga inalcanzable su deseo de competir en Fórmula l y desechó la idea de ser médico de señoras en cuanto su tío,
el que lo instruye sobre cosas de hombres, le dijo que ese título le exigiría años de facultad y frecuentes visitas a la morgue. Además,
sus pareceres difieren diametralmente de los de su padre, un ser demolido por la fatiga, cuya frase favorita es ésta: "A mí no me
vengan con problemas".
Funcionarios del Ministerio de Educación podrían atestiguar que los hermanitos Peribáñez responden al perfil tipo de una abrumadora
mayoría de chicos en edad escolar, aun cuando no son la causa, sino el efecto de una aguda crisis escolar, a la que se refirió LA NACION
el 29 de marzo: en tanto los indicadores internacionales aconsejan que la inversión pública por alumno debería aproximarse a los 4000
dólares anuales, aquí, hoy, no promedia los 800 dólares. Sandunga y Tirifilo no se reconocieron aludidos ni lo lamentaron, ya que, por
supuesto, tampoco leen diarios. "¿Para qué? ¡Estaríamos re-locos si leyéramos diarios! Obvio, están llenos de re-pálidas", opinan a
dúo.
© LA NACIÓN
POR: NORBERTO FIRPO, 9 DE ABRIL DE 2005.

RIGUROSAMENTE INCIERTO. AÑOS DEMASIADO VERDES


LA NACION | OPINIÓN

A punto de concluir la enseñanza primaria, los hermanitos Sandunga y Tirifilo Peribáñez esperan equiparar una marca que es común a
muchísimos otros educandos: jamás leyeron un libro. No les gusta leer; les gusta chatear y operan ese prodigio tecnológico a un
promedio de tres errores ortográficos por renglón.
Sandunga chatea con amigas sobre temas como éstos: lo mal que se llevan con sus respectivas madres, lo aburrida que es la escuela,
las ganas que tienen de hacerse un tatuaje, quizás alrededor del ombligo.
Tirifilo no ha hojeado siquiera libros de texto, porque echarles un vistazo de apenas diez minutos le provoca más cansancio visual y
mental que las cinco horas diarias que pasa frente al televisor. Una vez, cabe reconocerlo, recurrió a las obras completas de Emilio
Salgari, una reliquia de la biblioteca del abuelo, pero sólo para alcanzar el tarro de mermelada, en el estante más alto de la alacena.
Ambos coinciden en infinidad de asuntos: la historia argentina les parece un opio; las conjugaciones verbales les ocasionan todavía más
dificultades que el trabalenguas "Carhué cuarenta", y consideran que la matemática es una forma sutil y perversa de tortura
psicológica. Es cierto: en la vida práctica nunca debieron vérselas con una hipotenusa y ni siquiera con una raíz cuadrada.
Sandunga adora a Los Cuadraditos de Acelga y, en especial, a Chucho Graznetti, su vocalista (así reconocido porque prescinde de las
consonantes), y sueña con ser modelo y lucir alguna vez el diseño antropométrico de Luciana Salazar. Tirifilo, en cambio, no tiene
vocación manifiesta: juzga inalcanzable su deseo de competir en Fórmula l y desechó la idea de ser médico de señoras en cuanto su tío,
el que lo instruye sobre cosas de hombres, le dijo que ese título le exigiría años de facultad y frecuentes visitas a la morgue. Además,
sus pareceres difieren diametralmente de los de su padre, un ser demolido por la fatiga, cuya frase favorita es ésta: "A mí no me
vengan con problemas".
Funcionarios del Ministerio de Educación podrían atestiguar que los hermanitos Peribáñez responden al perfil tipo de una abrumadora
mayoría de chicos en edad escolar, aun cuando no son la causa, sino el efecto de una aguda crisis escolar, a la que se refirió LA NACION
el 29 de marzo: en tanto los indicadores internacionales aconsejan que la inversión pública por alumno debería aproximarse a los 4000
dólares anuales, aquí, hoy, no promedia los 800 dólares. Sandunga y Tirifilo no se reconocieron aludidos ni lo lamentaron, ya que, por
supuesto, tampoco leen diarios. "¿Para qué? ¡Estaríamos re-locos si leyéramos diarios! Obvio, están llenos de re-pálidas", opinan a
dúo.
© LA NACIÓN
POR: NORBERTO FIRPO, 9 DE ABRIL DE 2005.

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