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Benjamin Farrington Mano y cerebro en la antigua Grecia editorial ayuso Tinulo original: Head and Hand in Ancient Greece ‘Tradaceién: E. M. de V. © dete versin ingless, Sir Tsane Pitman & Sons Lid. © de le versa eastellana, Editorial Ayuso, 1974 San Bernardo, 34- Madrid8 Portada: Juan Manuel Dowfaguer ISBN 84336.0057:5(ristics) Depésito legal: M. 6091-1974 Impreso en Breogin, I. G, S. A. / Brijula, s/n.~Tortején de Arden Madsid Printed in Spain INDICE ‘La obra histérica de Benjamin Fattigton ... Introducci6n Prefacio I. El cardcter de 1a primitiva ciencia ries IL. La mano en el arte de curar: un ex- tudio sobre la medicina griega desde Hipécrates a Ramazzini III. Diodoro Siculo: Historiador universal IV. Los dioses de Epicuro y el Estado ro- Hombres, lugares y fechas 23 6 101 147 186 st LA MANO EN EL ARTE DE CURAR; UN ESTUDIO SOBRE LA MEDICINA GRIEGA DESDE HIPOCRATES A RAMAZZINI No es propésito de este ensayo discutir los de- talles de la préctica quirtrgica en Grecia, tema que no me encuentro en condiciones de afront quisiera més bien hablar de la medicina griega en conjunto, y examinar el efecto que sobre ella tu- vieron los prejuicios de los griegos contra el tra- bajo manual. Mi propésito quedaria definido con mds precisién atin, si aludiera no s6lo a los prejui- cios contra el trabajo manual, sino también a la pérdida de posicién social que ha sufrido el traba- jador con el desarrollo de la civilizacién. En con- secuencia, el asunto no queda emplazado dentro del dominio de la ciencia pura, sino de las rela- ciones sociales de Ia ciencia, y a ese terreno se limita. 6 “ Benjamin Farrington En su tratado Oeconomicus, Jenofonte pone en boca de Sécrates el siguiente juicio sobre el tra- bajo manual y los obreros. No quiero detenerme a dilucidar cémo puede conciliarse esa opinién con Ia creencia tradicional de que Sécrates hubiera sido picapedrero. A la cuestion equiém fue Sécra- tes? apenas si ha podido responderse satisfacto- riamente. «Las llamadas artes mecinicas —dice Sécrates— Ievan consigo un estigma social y son deshonrosas en nuestras ciudades; pues tales artes dafian el cuerpo de quienes las ejercen y hasta de quienes vigilan, al obligar a los operarios a una vida sedentaria y encerrada, y al obligarlos, cier- tamente en algunos casos, a pasar el dia entero junto al fuego. Esta degeneracién fisica determina también un dafio al espiritu. Ademés, los que se ocupan de estos trabajos, no disponen de tiem- po para cultivar Ia amistad o 1a ciudadania, por ello se los considera malos amigos y malos pa- triotas, En algunas ciudades, especialmente las guerretas, es ilegal que un ciudadano se consagre a trabajos mecénicos» '. Como es obvio, una divisién social tan profun- da como ésta, un abismo tal que hace imposible que un mismo individuo sea a la vez trabajador y ciudadano, no pudo dejar de hacer sentir su efec- to sobre la ciencia y la prictica de la medicina, tan fntimamente vinculadas a Ja vida de todos los hombres. Pero este efecto ha sido —hasta donde Ilegan mis conocimientos— muy impropiamente investigado. ' Jenofonte, Oeconomicus, iv, 203. Mano y cerebro en It antigua Grecia 6 Tres temas me impresionan como los mis ade- cuados para revelar la naturaleza de la influencia ejercida sobre la ciencia y el arte de curar, por la estructura de la antigua sociedad clésica, Antes quiero decir algo sobre la ciencia de In anatomia y la prictica de la cirugia. La palabra cirugia es, naturalmente, la forma moderna del vocablo grie- go cheirourgia, que significa operacién manual. Encontraremos razones para relacionar la deca- dencia de la anatomia después de Galeno con el viejo prejuicio contra los cheirourgos, es decit, los citujanos u operadores manuales. El efecto tardé, no obstante, en manifestarse, y su influcncia to- tal no se hizo sentir hasta la cafda del Imperio Romano de Occidente. En segundo lugar, deseo referirme a las limi- taciones de la ciencia y la préctica médica antigua, con respecto al tipo de individuo y al tipo de en- fermedad a que habitualmente se consagtaba; a los que desatendia. En Iineas generales, puede decitse que el trabajador era desatendido por la préctica médica antigua, y que las enfermedades ccupacionales eran desconocidas por Ia ciencia médica. Este fendmeno es mas importante que la decadencia de la anatomia, y ha sido menos estu- diado. Comenz6 a manifestarse mucho antes, sus efectos Iegaron mucho més lejos, y demostraron ser mucho més dificiles de superar. La U. R. S.S., es el tinico pais que ha resuelto hasta el dia de hoy el problema de proporcionar atencidn médica a toda su poblaciéa obrera, y el Hospital de Enfer- 6 Benjamin Farrington medades Industriales de Mosci tiene fama de ser una institucién tinica en su género. En tercer lugar, deseo considerar un fenémeno simulténeo con los albores de los escritos médicos en Grecia, aunque no con los albores de la me- dicina griega. Me refiero a la invasidn de la cien- cia médica por conceptos filoséficos a priori. En mi opinién esto esta intimamente relacionado con. el tema de la mano en el arte de curar, pues esas especulaciones @ priori provenian de aficionados a la medicina que continuaban usando el cerebro pero que habian dejado de utilizar sus manos. Las hipstesis hueras que comenzaron a asediar a la ciencia médica del siglo v a. J. C., en adelante no representan una aberracién de la mentalidad indi- vidual, sino Ia consecuencia de una nueva clase social: la clase ociosa. Para ellos la teoria no guar- daba relacién alguna con la préctica. El cerebro era independiente de Ja mano. Constituian lo que el profesor Gordon Childe ha denominado «investi gadores tedricos» *. Su triunfo significé transfor mar la medicina de ciencia positiva en filosofia especulativa. He de referirme principalmente a dos o tres tratados, de entre los escritos antiguos, pertene- cientes al corpus hipocratico: Medicina Antigua; Aires, Aguas y Lugares, y Régimen I-IV. Mi acer- camiento'a esas obras débese en primer lugar a la influencia de Vesalio y Ramazzini, cuyos escritos hacen justicia enteramente a la audacia y origina- 2 En su libro Man Makes Himself, del que este enst- yo, es deudor. ‘Mano y cerebro en Ia antigua Grecia o lidad de sus ideas. Como no podia dejar de gcu- rrir, sus obras contienen muchos comentarios ilus- trativos de sus predecesores griegos. Los hombres que constituyen un jalén en cualquier rama del conocimiento, estan en situacién muy favorable para arrojar Iuz sobre el pasado de esa disciplina. Habiendo tenido que luchar para descubrir Ja ruta de avance, estén particularmente prevenidos sobre los obstéculos que cierran el paso hacia ella. Sien- do claros conocedores de la novedad que desean transmitir, conocen perfectamente su ausencia en la tradicién por ellos recibida. Antes de retornar al primer asunto, quizé con: venga decir que si he llamado a este ensayo: Estu- dio sobre la medicina griega, ello se debe a que no habia una medicina romana diferenciada ¢ inde- pendiente, y que, si me he aventurado a extender Ia vida de la medicina griega hasta Ramazzini, en el siglo xv de nuestra era, es porque ese gran médico entendia aportar sus innovaciones como contribucién a la cienia y prictica meas de recia, Ahora retorno al primer tema: La decadencia de la anatomia en Grecia. En el texto de su gran obra, De Fabrica Cor- poris Humani, Vesalio presenta una descripcién de la estructura del cuerpo humano més comple- ta y ajustada que la que lograron dar los griegos. En el Prefacio intenta explicar por qué el estudio. de la anatomfa, floreciente entre los griegos du- rante centenares de afios, habia decaido después « Benjamin Fartngton de Galeno. Bl argumento esgrimido en el prefacio seré el primero en ocupar nuestra atencidn’. Seguin Vesalio, los médicos griegos, cualquiera fuese Ia secta a la cual pertenecian: Dogmitica, Empfrica 0 Metédica, todos convenfan en el em- pleo de tres recursos: dietas, drogas y operacién manual. «Y es raro —agrega— el mal que no re- quiere el triple tratamiento, Debe prescribirse una ida, las drogas han de prestar también , y la mano, otros.» El uso de la mano no se limita a la cirupia; también tiene su parte en la preparacién de los alimentos y en la composicién de las drogas. En consecuencia, si se desprecia a la mano toda la medicina se resien- te, Esto es lo que en verdad ocurri6, segin Ve- salio, «Después de la invasién de los bérbaros —es- cribe—, todas las cientias que antes habfan flo- recido brillantemente y habian sido estudiadas con propiedad, cayeron en la ruina. Entonces, y por primera vez. en Italia, los més encumbrados doc- tores, imitando a los antiguos romanos, comen- zaron a despreciar el trabajo manual. Delegaron en los esclavos los tratamientos manuales reque- ridos por los pacientes y se limitaban a vigilarlos como capataces. Luego fueron seguidos por todos los otros médicos. Eludieron todos los deberes in- gratos de Ja profesién sin renunciar a ninguna de sus pretensiones al dinero o el honor, aparténdo- } Puede encontrarse una traduccién de ese Prefacio debida al presente autor, en Proceedings of the Royal So- ciety of Medicine, Vol. XXV, niim. 5 (julio de 1932). Mano y cerebro en Ia antigua Grecia ° se as{ de la préctica de los médicos antiguos..De- jaron en manos de enfermeros 12 preparacién de Jos alimentos para los enfermos; en manos Ye bo- ticarios, la composicién de las drogas; en manos de barberos las operaciones manuales. De esta mane- a, con el tiempo, la ciencia médica se separé la- mentablemente en dos ramas, hasta el punto que ciertos doctores se titulaban a s{ mismos médicos y se arrogaban la exclusividad de prescribir dro- ‘gas y dictas para oscuros males, abandonando el resto de la medicina a los que denominaban ciru- janos y consideraban casi como esclavos y alején- dose lamentablemente de la rama principal y més antigua del arte médico, y Ia que en més alto grado (si acaso hubiera otro) depende de la investiga- cién de la naturaleza.» El desastzoso efecto del desprecio de las ope- raciones manuales sobre el estudio y la ensefianza de la anatomia es un lugar comiin, pero nunca fue mejor descrito que por Vesalio, y ya que me he to- mado el trabajo de verter su latin laborioso a nuestro Ilano lenguaje de hoy, transcribiré aqui aguella descripeién, «Cuando la realizacién de todas las operaciones manuales —escribe— fue confiada a los barberos, no sélo perdieron los doctores el verdadero cono- cimiento de las visceras, sino que pronto desapa- recié la préctica de la diseccién, sin duda porque los doctores no emprendian operaciones, en tanto que aquellos a quienes se encomendaban las ta- reas manuales eran demasiado ignorantes para leer las obras de los maestros de anatomia. Pero era 7 Benjamin Farrington ademds imposible que esos hombres preservaran para nosotros un dificil arte que habjan aprendi- do s6lo mecinicamente. Es igualmente inevitable el lastimoso desmembramiento del arte de curar introducido en nuestras escuelas por el deplorable procedimiento en boga, de que sea un hombre quien practica las disecciones y otro quien des be las partes. Este diltimo se encarama en un piil- pito cual si fuera un grajo y con un notable aire de desdén susurra informaciones sobre hechos que nunca conocié de primera mano pero que apren- di6 de memoria en libros ajenos, o cuya descrip- cién tiene ante su vista. El disector, ignorante en las cosas del idioma, es incapaz de explicar la di- seccién a la clase y se limita a ilustrar la demos- tracién que debe ajustarse a las instrucciones del médico, en tanto que el médico jamés pone ma- nos a la obra sino que, por el contrario, desdefio- samente esquiva el bulto, como vulgarmente se dice. De esta manera, todo se ensefia mal; se mal- ¢gastan los dias en cuestiones absurdas, y en la con- fusién se ensefia menos a la clase que lo que un carnicero en su establo podria ensefiar a un doctor.» ‘Vemos que, segtin Vesalio, el estudio de la ana- tomfa fue victima de los prejuicios de una aristo- cracia poseedora de esclavos. Esto ocurrié después de la caida del Imperio Romano de Occidente, y la culpa fue principalmente de los doctores italia- nos corrompidos por el ejemplo de los antiguos romanos. Si, como yo pienso, el juicio de Vesalio es exacto, surge inmediatamente la cuestién de por ‘Mano y cerebro en la antigua Grecia n qué el mismo prejuicio no habria tenido el migno efecto entre los griegos. ‘Que los griegos pronto sintieron desprecto por €l trabajo manual, lo sabemos con certeza. He- rodoto, escribiendo a mediados del siglo v, lo se- fiala, «Entre los griegos, lo mismo que entre los egipcios, los tracios, los escitas, los persag, los lidios y casi todos los no-griegos —nos dice— se jene menos estima por los que aprenden un ofi- cio, y los hijos de los que aprenden un oficio, que pot el resto de los ciudadanos. Nobles son quie- nes han eludido el yugo del trabajo manual. El mis alto honor esta reservado a quienes se con- sagran a la guerra» ‘, Esta afirmacién esté total- mente de acuerdo con la cita de Jenofonte antes mencionada, La cuestién es si este desprecio por el trabajo manual afecté al arte de curar, entre los griegos. A primera vista, parecia seguro que la adop- cién por todos del criterio sefialado por Herodoto y Jenofonte debfa obrar en detrimento de la cien- ia y Ia préctica del cheirourgos o cirujano. En su didlogo El Politico, Platén sefala las diferencias entre una ciencia préctica, como la carpinteria; una ciencia puramente te6rica, como la de los ni- ‘meros, y una ciencia mixta, como la arquitectura, en la cual el tedrico dirige él trabajo manual, pero no se ocupa en él’. Esta diferenciacién no es cap- ciosa, sino, por el contrario, importante y nece- saria, Capcioso fue el esfuerzo de la sociedad an- * Herodoto II, 167. * Platon, Politicus, pigs. 258-259. 2 Benjamin Fartngton tigua por asegurarse de que el trabajo. manual fuera realizado por una sola clase, y la direccién y el pensamiento, por otra. Es a este vicio de la sociedad, que culpa Vesalio de la decadencia de la anatomia. Existe un pasaje de Aristételes donde &te sugiere que el arte médico ya habia pad por el fatal divorcio entre la teoria y la prictica, gue Vesalio sefiala en Italia después de la caida del Imperio de Occidente; pues Aristételes nos dice que el nombre de médico se daba a tres clases de hombres: los que trabajaban con sus. manos, los que dirigian el trabajo de otros y los aniateurs ilustrados *. Los primeros representarian a los ar- tesanos, cuya posicién decayé de manera continu: los segundos representarian a los hombres que he. biendo eludido las indeseables asociaciones de ar- tesanos se elevaron a la condicién de arquitectos, y los terceros sugieren esa clase de hombres entre kgados sdlo a «investigaciones tedricas». No obstante, no puedo descubrir pruebas cla- ras de que el prejuicio contra el trabajo manual constituyera entre los griegos un estorbo en el pro- reso de la ciencia de la anatomia, Desde Alc- maeén, en el siglo v a. J. C, hasta Galeno en el siglo 1 de la era cristiana, abundan los nombres de grandes anatomistas, y el progreso, si bien es- pasmédico, es demasiado notable para aceptar que la ciencia anatémica haya sufrido por culpa del Prejuicio surgido de la estructura de la sociedad antigua. Las trayectorias de Aristételes, Herdfilo, Erasistrato, Hegetor, Ammonio, Antilo, Marino, * Atistételes, La Politica, III, 6. ‘Mano y cerebro en la antigua Grecia 2 Rufo y Sorano desmienten esa conclusién. Celso, en sus libros VIL y VIII donde trata de la cirugia, no proporciona fundamento alguno para aqel cri- tetio. Como nos lo recuerda Vesalio, Galeno ma- nifestaba con frecuencia orgullo de su propia ha- bilidad manual, En resumen, digamos que por una razén, que expondré al fin de este ensayo, la investigacién de Ia estructura del cuerpo humano pasé mucho tiem- po sin padecer por la misma causa que interfirié ciertamente el desenvolvimiento de otras ciencias entre los griegos. La causa existia, pero su influen- cia estaba inhibida; faltaba un agente catalitico ara que se manifestara, y éste no existié hasta que, bajo el Imperio, el prejuicio social contra el esclavo fue reforzado por el prejuicio romano con- tra Grecia. Puede decirse que Vesalio ha definido el fenémeno con rara precisién cuando atribuye la decadencia de la anatomia a los doctores italia- nos, quienes, imitando a los antiguos romanos, co- menzaron a despreciar el trabajo manual. Pero si encaramos el segundo de los temas: las limitaciones de la préctica médica antigua respec- to al tipo de pacientes que habitualmente asistia: son muy evidentes los signos de influencia de la estructura social sobre la medicina. «Los enfer- mos de nuestras ciudades —escribe Platén en Las Leyes— son de dos clases: los esclavos y los hom- bres libres. Los esclavos son asistidos en su mayor parte, por esclavos que van a visitarlos o los es- peran en sus consultorios. No hay discusiones entre médico y paciente sobre las particularidades ” Benjamin Farrington de cada caso, sino que con aires de sébelotodo el médico prescribe algin remedio empfrico, cual un dictador cuya palabra no debiera ser puesta en duda, y corre a asistir al préximo esclavo enfermo, librando asf al médico ciudadano, de tener que atender a semejantes pacientes. Los hombres l- bres, son, por lo general, atendidos por médicos que son hombres libres. Este realiza eximenes prolijos durante ef curso de la enfermedad desde el comienzo, y recurre al interrogatorio del pa- iente y sus amigos para su diagnéstico; aprende del paciente tanto como éste de él y lo alienta con amables argumentos a recorrer el camino de la re- cuperacién total» ’, Contraste tan vivo como el descrito aqui, entre la atencisn médica al alcance del esclavo, y la del hombre libre, encuentra un paralelo con el con- traste existente entre los requerimientos médicos del obrero manual pobre, pero ciudadano al fin, y los del rico ocioso. Continéa siendo Platdn nues tro informante; protesta contra la nueva moda de Ia medicina de revolotear junto a las exigencias de quienes no tienen més tarca que atender su pro- pia salud. «Esculapio sabia bien —hace decir a Sécrates en La Reptiblica— que en un estado bien organizado cada hombre tiene una ocupacién que atender, y por consiguiente no dispone de tiempo para enfermedades prolongadas. El sentido de esto es claro para nosotros en el caso del artesa- ‘no, pero, por el contrario, no lo comprendemos asi en el caso del rico: 7 Leyes, 720, ¢, d. ‘Mano y cerebro en Ia antigua Grecia 6 «Qué quiere usted decir? —repuso Glaucén: «—Quiero decir esto: cuando enferma 8 car- pintero, requiere del médico un remedio vulgar pero eficaz: un emético, una purga, un cauterio o el bisturi. Ese es el remedio para él. Si alguien le prescribiera una serie de dietas, o le ordenara envolverse la cabeza y mantenerse abrigado, repli- carfa en el acto que no dispone de tiempo para ‘star enfermo; que no encuentra ventajas en una vida empleada en atender Ja enfermedad en detri mento de su tarca habitual. Despide, en conse- cuencia, al médico, reanuda su ritmo habitual de vida y, o mejora, vive y realiza su trabajo, o, si su constitucién falla, la muerte lo libra de sus pe- sares. «—Comprendo —dice Glauadn—, y €s esa, naturalmente, la mejor forma de medicina para un hombre de su condicién» ' (*). No obstante ser estos pasajes tan familiares, su * La Repiblica, 406, ‘Nerina debidaw Parco de Azcete .(Esculapio) sabia que en todo Estado bien ordenado cul eu dene una omupacén, que es precio que de faciendose cuidar como tall Vemos To ridiclo de este abuso. en los menesteales; pero, tratindose de los ricos Y de los que se tienen por dichosos, no nos apercibimos de ello. —,Cémo? Dimelo, si gusts. —Que se ponga enfermo un carpintero, y verss cémo pide al médico que le recete un voritivo 0 un purgante, ©, si es necesario, que le aplique el hierro o el % Beni in Farrington significado no se aclaré para mi hasta que lef el tratado De las Enfermedades Ocupacionales de- bido a aquel gran pionero del siglo xvimt, Bernar- dini Ramazzini; y lo llamo pionero del siglo xviit aunque habja nacido en 1633, pues vivié tanto como Platén y murié en su octogésimo primer affo, en 1714. La terminaci6n de la obra a la cual debe su inmortalidad pertenece al mismo fin de su vida, El texto completo de De Morbis Artif cum’ no se publicé hasta 1713. En la ciudad de Modena donde vivié Ramazzi ni, los habitantes de las altas y colmadas casas, con el mejor critetio sanitario de la época, cuida- ron que los pozos de desagiie conectados a los al- bafiales que recorrfan en todas Jas ditecciones las calles de la ciudad, fueran limpiados en todas las casas cada tres afios. «En una ocasin —esctibe Ramazzini— mientras este trabajo se realizaba en nuestra casa, observé que uno de los opeatios ha- cia extraordinarios esfuerzos para terminar pronto Pero si le prescribe un largo régimen y le aplica a la cx beeen suaves compresas y lo demis que e consiguiente, dird bien pronto que no tiene tiempo para estar enfer- mo, y que le tiene més cuenta morir que renunciar @ su trabajo, para sélo ocuparse de su mal. En seguida des- pediré al médico, y volviendo # su método ordinario de vide, o recobraré Ia salud, y se entregari su trabajo; 0 si el cuerpo no puede resistir el esfuerzo de la enferme- dad, vendré la muerte en su auxilio y le sacaré del con Alico, ~Esta manera de tratar las enfermedades parece con: venir, en efecto, a esa clase de gentes, (N. del T.) * Editado por Wilmer Cave Wright, Chicago, 1940. Mano y cerebro en It antigua Grecia 7 su cometido, Compadeciéndolo por 1a cruel pa- turaleza de su trabajo, le pregunté por qué’ se afanaba tan febrilmente en lugar de evitar el can- sancio operando a un ritmo més lento. Enton- ces el pobre hombre levanté los ojos del pozo y los fij6 en los mios. Nadie que no lo haya hecho —me respondié— puede imaginarse lo que sig- nifica pasar més de cuatro horas en este lugar; es peor que quedarse ciego.» La encuesta tan favorablemente comenzada proporcioné buenos frutos. Ramazzini no olvidé nunca a aquel limpiador de letrinas. Sibdito de la Reptblica de Venecia —esa gran ciudad que segiin sus propias palabras «reunfa en su seno todas las artes que separadamente hicieron a otras ciudades, ricas y populosas—» estaba profunda- mente convencido de la importancia de las artes mecéinicas para el progreso de la civilizaci6n. «Si alguien duda de su utilidad —escribe—, que mida las diferencias entre los europeos y americanos, y otros habitantes del Nuevo Mundo.» Pero estaba igualmente impresionado por las lastimosas con- diciones a que se velan expuestos sus operatios. «Debemos confesarnos —dice— que muchas artes son causa de graves males para quienes se ocupan en ellas. Muchos artesanos han buscado en su trabajo sélo un medio de sostenerse en la vida y formar una familia, pero cuanto reciben de les alguna enfermedad mortal, con el resultado de que pierden la vida en el trabajo que habian buscado para ganarla.» Ramazzini nos brinda més adelante su solucién. «La medicina, como la jutis- Benjamin Fartington prudencia, debe contribuir al bienestar de los tra- bajadores, y vigilar, en Ia medida de Jo posible, que éstos puedan cumplir con sus obligaciones sin dafio. Asi lo he hecho, por mi parte, y no he te- nido reparos en encaminarme a los talleres més hhumildes para estudiar los misterios de las artes meciinicas.» En el curso de su indagacién, Ramazzini estudié las condiciones de trabajo y las enfermedades ocu- pacionales de los siguientes rdenes de operarios: mineros de metales, doradores, quimicos, alfare- 10s, hojalateros, vidricros y fabricantes de espe- jos, pintores, trabajadores con azufre, herreros, trabajadores que operan con yeso y cal, boticarios, limpiadores de cloacas, bataneros, acciteros, cu dores, queseros y otros operarios de tareas antihi- gignicas, tabaquctos, transportadores de caddveres, parteras, amas de leche, taberneros y cerveceros, panaderos y molineros, fabricantes de almidén, limpiadores y medidores de grano, picapedreros, lavanderas trabajadores de lino, céfiamo y seda, bafieros, fabricantes de sal, operarios que traba- jan de pie y los que lo hacen en posiciones seden- tarias, judios (es decir, ropavejeros), mensajeros, lacayos, porteros, atletas, operatios que fatigan sus ojos en trabajos de precisién, maestros de can- to, cantantes, etc.; labradores, pescadores, solda- dos, letrados, monjas, impresores, escribientes y notarios, reposteros, tejedores, calderetos, carpin- teros, afiladores de navajas y lancetas, fabricantes de ladrillos, poceros, marineros y remeros, caza- dores, jaboneros, etc, Mano y cerebro en Ia antigua Grecia ” Como resultado final de su prolongada y argua investigacién encontramos, entre otros sabios con- sejos, este sorprendente agregado al arte hipocré- tico:’ «Cuando el médico visita un hogar de la clase trabajadora, que se contente con sentarse en un banco de tres patas sino encuentra una silla dorada, y que dedique tiempo al examen; ya las preguntas recomendadas por Hipécrates que agre- gue una mas: ¢Cudl es su ocupacién?» Ramazzi- ni, como ya lo he sefialado, es muy buen escritor. eAnuncié alguien alguna vez con mds agudeza y menos bambolla una innovacién revolucionaria? En una sola frase de aspecto inocente caracteriza y supera la ciencia y la préctica médica de dos mil aiios. La medicina hipocrética, segtin nos lo informan todos los investigadores competentes, se apoya- ba en un concepto de equilibrio entre el organismo viviente y su medio; consideraba a Ia enfermedad como un esfuerzo por restaurar un equilibrio al- terado, donde el deber del médico era cooperar con la naturaleza en el esfuerzo por asegurar el reajuste; por es0, el médico hipocritico, frecuen- temente —y quizé normalmente— forastero, era inducido a estudiar las principales caracteristicas que rodeaban a los futuros pacientes, al legar a cada nueva localidad. Tal es el tema de Aguas, Aires y Lugares. Como su nombre lo indica, eran las caracteristicas naturales del lugar lo que se aconsejaba estudiar especialmente, al médico: el clima, la ubicacién y la calidad del agua. También se le orientaba respecto a la constitucién que po- Cy Benjamin Farington dia hallar en los habitantes de una ciudad segiin vivieran bajo un despotismo oriental, 0, por el contrario, disfrutaran de los beneficios de la fi bertad griega. Es decir, que hasta el medio poli tico que rodeaba al paciente debia ser tomado en cuenta por el médico hipocrético. Los historiado- res se han visto justamente sorprendidos por la comprensiva concepcién de este antiguo manual médico. Cuando Ramazzini nos dice ahora qué de- bemos buscar, comprendemos en el acto cual era la deficiencia. Pretendiendo ser un tratado sobre el medio, omite precisamente lo que bien podria calificarse de su elemento més importante, en lo que respecta a la salud y la enfermedad: la ocu- pacién habitual del hombre. Las ocupaciones es- tudiadas por Remazzini no diferian mucho de las practicadas entre los griegos. En Atenas y en Co- rinto, como en Venecia, habia mineros, alfareros, herreros, bataneros, curtidores, parteras, nodrizas, panaderos, picapedreros, lavanderas, carpinteros, pescadores, labradores, y tantos otros; pero nadie habia que atendiera sus afecciones tipicas y trata- ra de encontrar un remedio para ellos. Hemos visto, en cambio, al médico de esclavos, que, sin tiempo para realizar exémenes prolijos, salta de paciente a paciente, o de artesano a artesano, que Ie solicitan remedios expeditivos por carecer de tiempo para tratamientos que exigen descanso y cuidados. Cuando consideramos estos factores, pienso que se nos hace evidente que la medicina’ hipocratica era muy limitada al consagrarse a un solo sector Mano y cerebro en It antigua Grecia a de la poblacién, Un tratado como Aguas, Aires y Lugares, escrito para médicos de ciudadanos, contempla sdlo a posibilidad de pacientes ‘ciuda- danos y de miembros de Ia clase ociosa. Si alguien dudara de Ia veracidad de este juicio, le recomen- daria que volviera sobre los cuatro libros del tra- tado hipocrdtico Régimen. El autor de ese impor- tante y admirable tratado desarrolla la teoria de que Ia salud depende del equilibrio entre el ali mento y el ejercicio; pero los alimentos aludidos no hacen pensar en la dieta de un alfarero 0 de tun labrador, ni los ejercicios recomendados guar- dan relacién alguna con el trabajo. Seria erréneo suponer, en consecuencia, que a carne de vaca, cabra, cabrito, cerdo, carnero, cordero, asno, ca- ballo, perro, jabali, ciervo, liebre, zorro 0 erizo formaron parte de la dicta normal del trabajador, esclavo u hombre libre, no menos que las palo- mas, perdices, gallos, tértolas, gansos, patos y otras aves de pantano o de rio. No menos err6- neo seria suponer que los siguientes consejos se refieren a los ejercicios del trabajador: «Los ejer- cicios deben ser abundantes y de todas clases: Ca- rreras en la pista doble, aumentadas gradualmen- te; torsiones, luego de accitados, comenzando por ejercicios livianos y extendiéndolos gradualmente; marchas enérgicas después de los ejercicios; cor tas marchas al sol después de comer; largas cami- natas por la mafiana temprano, tranquilas al co- menzar, aumentindolas hasta hacerlas violentas, para terminar otra vez suavemente.» Tampoco parece dirigido al trabajador el si- ‘

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