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Link: https://www.laizquierdadiario.com.ve/Cuba-separar-la-paja-del-trigo-las-conquistas-de-la-revolucion-y-los-
derechos-del-pueblo-ante-el
Lo que ocurre en Cuba tiene gran importancia para todo el continente y vuelve a polarizar
posiciones. Las fuerzas e intereses que se chocan no son menores, lo que está en juego
tampoco. Algunos señalan que los hechos recientes ponen en discusión lo que ha sido “un tabú”
para la izquierda, la cuestión de la represión en Cuba, sin embargo, esto es una verdad a
medias, porque hay todo un sector del marxismo para el que ese nunca ha sido un tema tabú:
en el arsenal teórico y programático del trotskismo, ha sido siempre una cuestión elemental la
oposición a la opresión burocrática y la defensa de las libertades democráticas del pueblo
cubano. Por eso, no tuvimos el más mínimo problema ni dudas a la hora de cuestionar la
respuesta represiva del gobierno cubano y exigir con todo la liberación de los detenidos del 11-
J, incluidos varios militantes socialistas antiimperialistas.
Aquí intentaremos explicar de manera sencilla esa posición que no tiene nada que ver con la del
imperialismo estadounidense, sino que la combate, pero que tampoco abraza las posiciones de
la burocracia gobernante en Cuba ni le brinda apoyo político. No es “ni-ni”, es una perspectiva
de izquierda revolucionaria desde la cual luchar de manera intransigente contra el imperialismo
y por una nueva revolución que desplace a la casta autoritaria y ponga el poder en manos de la
clase trabajadora y el conjunto del pueblo, mediante organismos obreros y populares de
democracia directa, para defender, recuperar y profundizar las conquistas que aún persisten de
la revolución.
Es la perspectiva general que, grosso modo, ha sostenido el trotskismo históricamente ante las
degeneraciones (o deformaciones) burocráticas de los Estados en los países donde tuvieron
lugar revoluciones socialistas. El origen de esta posición tiene lugar en la lucha contra la
contrarrevolución burocrática en la URSS, contra el stalinismo: los bolcheviques que se
opusieron tenazmente por izquierda a tal degeneración, plantearon la necesidad de
una revolución política, que preservara las bases socialistas de la economía, pero cambiara de
raíz el régimen político, siendo ya un Estado obrero degenerado, porque se habían liquidado
todos los elementos de democracia soviética que habían primado en la conquista del poder y
los primeros años de la revolución, instaurándose la dictadura de una casta burocrática contra
las masas.
Consideramos que es desde una perspectiva similar como se puede pensar una salida
progresiva a la situación actual del pueblo cubano, atenazado entre los intentos
restauracionistas del imperialismo yanqui y la opresión de la burocracia gobernante, que
también sigue su propia vía a la restauración capitalista.
Sin embargo, estamos lejos en el tiempo de los debates en la izquierda en torno a la URSS (que
no existe ya hace tres décadas) y en torno a la propia revolución cubana (que recién ahora pasa
de nuevo a primer plano). Las generaciones actuales de mujeres y jóvenes luchadores o
interesados en la política, de trabajadores de vanguardia o con interés en este tema, casi con
seguridad estarán muy poco familiarizados con términos como “revolución política”, “democracia
soviética”, “Estado obrero degenerado”, “economía planificada”, “restauración capitalista”. Y más
en general, con las discusiones entre la izquierda, donde, contrario a lo que una parte del
sentido común cree, la defensa de la revolución y el antiimperialismo no implican que haya una
posición unánime de apoyo al régimen político cubano.
A diferencia de la revolución rusa, el caso de Cuba fue más contradictorio, desde el punto de
vista de las condiciones para la emancipación de los trabajadores, que es la perspectiva del
socialismo, porque allí quien accede al poder y dirige el proceso no es un partido obrero
apoyado en el respaldo mayoritario en los organismos de democracia directa de las masas
obreras y campesinas (los consejos o soviets), organismos que a su vez constituyeron la base
del nuevo poder político, sino que fue un partido-ejército guerrillero, que con el verticalismo
propio de este tipo de organización, y sin la existencia de estas instancias democracia directa,
va delineando el nuevo Estado a su imagen y semejanza. Esto le marcó desde el inicio
importantes límites burocráticos, sobre los que volveremos más abajo.
Empezando los años 60’s, en pleno apogeo de la revolución, Cuba fue el primer país de
América Latina y el Caribe en erradicar el analfabetismo, siendo este superior al 20% al
momento de triunfar la revolución, una meta que el resto de los países de la región, sin
revolución y bajo el capitalismo, estaban muy lejos de lograr para esa época, y muchos incluso
hoy ni siquiera la logran (por ejemplo, Honduras y El Salvador tienen tasas de analfabetismo
superiores al 10%). Vistos más globalmente los datos educativos recientes, la realidad muestra
que, a pesar del bloqueo y el retroceso social en el país en las últimas décadas, Cuba fue, de
acuerdo con datos de la UNESCO, el único país de toda la región que alcanzó los objetivos
globales del plan “Educación para Todos” en el periodo 2000-2015.
La mortalidad infantil, un importante índice del desarrollo humano y de los sistemas de salud, en
Cuba es de las más bajas del mundo, solo comparable con la de las potencias capitalistas más
desarrolladas (ha habido años en que es menor incluso que la de EE.UU.). Algo similar ocurre
con la mortalidad materna y la desnutrición infantil: mientras en las décadas posteriores a la
revolución la desnutrición infantil era un azote en importantes franjas de la población pobre en
toda América Latina y el “tercer mundo”, los niños y niñas de Cuba estaban a salvo de esa
realidad. Aún hoy, mientras Cuba tiene un índice cero de desnutrición infantil (según cifras de la
UNICEF), ese flagelo se mantiene en pie en todo el mundo capitalista “subdesarrollado”,
incluyendo América Latina, donde en el “mejor” de los casos (Chile) llega casi al 2% la
desnutrición crónica en niños, y en el peor (Guatemala) escala hasta ¡el 46%!
En general, los importantes avances de la ciencia médica en Cuba son conocidos y reconocidos
ampliamente, siendo capaces de llevar a cabo operaciones complejas y tratamientos que están
al nivel de la técnica alcanzada en las potencias capitalistas; con la gran diferencia de que en
Cuba estos avances son un bien público. Es conocido que son millones de personas quienes en
América Latina han viajado a Cuba para poder hacerse allí operaciones o tratamientos que en
sus países no podrían.
Otros problemas crónicos que durante décadas han azotado, y aún hoy, a buena parte de la
clase trabajadora y los sectores pobres en todos los países de la América Latina capitalista,
como la drástica falta de viviendas, el desempleo estructural y la indigencia, son problemas que
llegaron a reducirse al mínimo en Cuba tras las medidas que fue adoptando la revolución.
La reforma urbana constituyó una de las conquistas que ningún otro país de América Latina
podría mostrar, ni en los 60’s ni tampoco hoy. Las medidas revolucionarias cambiaron
radicalmente el panorama de la falta de viviendas que había en Cuba a finales de los 50’s:
suprimiendo la institución del arriendo, que constituía un verdadero poder social en Cuba,
otorgando en propiedad las viviendas a los habitantes (mediando indemnización del Estado a
los hasta entonces propietarios), se prohibieron los gravámenes hipotecarios sobre los
inmuebles urbanos y se estableció la venta forzosa al Estado de todos los terrenos privados
susceptibles de ser usados para construir viviendas (con los cuales los capitalistas
especulaban).
Durante décadas, hasta la fuerte crisis de los 90’s, Cuba tuvo la política de pleno empleo, que
garantizaba a casi la totalidad de los trabajadores cubanos un puesto de trabajo, durante todos
esos años, a diferencia del resto de América Latina y el Caribe, el desempleo era
algo inexistente como problema en Cuba, haciendo aparición a partir de la disolución de la
URSS y el mal llamado “socialismo real” de Europa del Este, de cuyas relaciones económicas
con ese bloque dependía en buena medida la economía cubana (en pocos años, entre 1989 y
1993, se redujo su PIB en un 35% y casi en 80% sus exportaciones). En ese llamado “Período
Especial”, el desempleo llegó a un pico de poco más del 8% en 1995.
Mientras en todos los países de América Latina y el Caribe (ALyC) que viven bajo el capitalismo,
la cuestión de la tierra sigue siendo un problema estructural, que ninguna de las “reformas
agrarias” (o “guerra contra el latifundio”) pudo resolver, con millones de campesinos e
indígenas-campesinos despojados de tierras, las cuales concentran un puñado de
terratenientes y de monopolios capitalistas del agro (en más de un caso de países
imperialistas), la revolución cubana acabó de raíz con ese problema. Se despojaron de las
tierras a los latifundistas y grandes empresas capitalistas, en su mayoría extranjeras (sobre todo
estadounidenses, quienes concentraban el 80% de las mejores tierras de Cuba), otorgando las
tierras a los campesinos, en modalidades que variaban entre la propiedad directa, el usufructo
(manteniéndose la propiedad pública) y el trabajo asalariado en las granjas públicas.
Esta es una síntesis bastante apretada y parcial de algunos datos y hechos, para ilustrar los
avances que fueron posibles gracias a la economía planificada y la verdadera
independencia nacional, dos conquistas claves de la revolución, íntimamente relacionadas
ambas. Por supuesto, muchos de estos aspectos no estuvieron ni lo están más aún, exentos de
problemas, de límites, y algunos están desde hace tiempo en franco deterioro o retroceso, tras
los años de crisis, de contrarreformas procapitalistas y la administración burocrático-autoritaria
de la casta gobernante, en función de sus intereses particulares y sus privilegios.
La fuerte crisis de la vivienda que hay, por ejemplo, es una muestra de los fuertes retrocesos. A
pesar de que las medicinas y sus avances no son considerados una mercancía a la que solo
tengan acceso los pocos que puedan pagarla, el deterioro del sistema de salud hace que por la
vía de los hechos franjas importantes no tengan acceso y sí en cambio lo tengan garantizado
sectores de la burocracia dirigente. La cada vez más amplia brecha social y los groseros
privilegios en las altas esferas del Estado y sus familias, son también evidentes. Estos
elementos, y otros más, están precisamente en la base del profundo y acumulado descontento
social.
¿A qué nos referimos con “las bases de la economía planificada” (y
la planificación burocrática)?
Asociado a eso, siendo la competencia entre capitalistas otro de los fundamentos de esta
sociedad, deriva otro aspecto de los impedimentos para planificar la economía, puesto que será
la competencia entre esos intereses privados lo que determine el uso y destino de toda la masa
de riquezas sociales existentes, cada familia burguesa, cada corporación capitalista, cada grupo
bancario, planificará el uso y disposición de los recursos económicos de acuerdo a sus intereses
propios.
El asunto clave es que bajo el capitalismo la sociedad tiene toda una masa de riquezas y
capacidades productivas de las que, sin embargo, no puede disponer ni planificar su uso. ¿Cuál
fue entonces, con relación a esto, el avance más trascendente de la revolución en Cuba?
Precisamente que al calor del proceso revolucionario fue rompiendo esas determinaciones y
aboliendo las relaciones de propiedad capitalistas: las tierras, fábricas y bancos dejaron de ser
propiedad privada de un puñado (en buena medida capitalistas estadounidenses), pasando a
ser propiedad pública, ganando así el país la posibilidad de disponer soberanamente de todos
sus recursos y poder planificar el uso de los mismos en función de las necesidades que se
fueran estableciendo. En pocas palabras: la expropiación de los capitales imperialistas y de
las clases dominantes locales.
Fue ese el contenido concreto de que en abril de 1961, poco más de dos años del triunfo
revolucionario, al calor de los choques con la hostilidad y saboteos estadounidenses (a menudo
armados) y la enorme movilización combativa y armamento de las masas, la revolución que en
los propósitos iniciales de sus dirigentes nunca había tenido objetivos anticapitalistas (hay
suficiente evidencia histórica al respecto), terminó “declarándose socialista”.
¿Cómo podría ser realmente soberana una Cuba en que el 80% de sus mejores tierras eran
propiedad de capitales estadounidenses, además de controlar las compañías de electricidad,
teléfono, ingenios azucareros, etc., si gran parte de su banca y finanzas estaban en manos de
capitales extranjeros? Incluso porciones importantes de los bienes inmuebles y viviendas de
alquiler las tenían propietarios privados estadounidenses, siendo por entonces la vivienda un
problema fundamental del pueblo cubano. Similar control ejercían empresarios y mafias
estadounidenses sobre los casinos (y los grandes negocios ilegales) en la isla. Esto sin hablar
de la directa dominación política ejercida por EE.UU., que completaba un cuadro de cruda
condición semicolonial, con momentos verdaderamente humillantes como la infame Enmienda
Platt, que tuvo vigencia por más de tres décadas.
El hecho de que sea una planificación burocrática está determinado porque no se trató, ni
antes ni ahora menos, de una planificación democrática, ejercida directamente por los
productores, por la clase trabajadora, sino ejercida por la burocracia represiva.
Aún con este importante límite, las bases de la economía planificada y la efectiva liberación
nacional son las grandes conquistas de la revolución cubana. Es eso lo que los marxistas
sostenemos que debe defenderse a toda costa, incluso contra la propia casta gobernante que
viene erosionando esas bases desde hace tiempo. Y son esas conquistas lo que no tolera el
capitalismo imperialista estadounidense y lo que siempre ha pretendido acabar tras las
demagógicas banderas de “libertad” y “democracia”.
Cuando históricamente se ha gritado “¡Cuba sí, yanquis no!”, se está defendiendo a Cuba y su
revolución de las agresiones y hostilidades imperialistas. Sin embargo, para las corrientes de la
izquierda de origen stalinista o populista, la defensa de Cuba implica también la reivindicación
del régimen político imperante. No es esa nuestra perspectiva, no hacemos una identidad
entre la economía planificada y el sistema político bajo el cual se gobierna Cuba: el
régimen de partido único y negación de libertades democráticas a la clase trabajadora y
el resto del pueblo, no es en modo alguno el sistema de gobierno que deriva lógicamente
de las necesidades de la economía planificada, no es la única manera de conducirla y
resistir al imperialismo.
Cuando defendemos a Cuba del imperialismo defendemos esas conquistas históricas que son
conquistas del conjunto del pueblo cubano, son el logro de la combativa movilización
revolucionaria de la clase obrera y el campesinado cubanos en el apogeo de la revolución, de
su heroica capacidad de resistencia ante el constante asedio del imperialismo estadounidense.
Son las antiguas clases explotadoras de la isla quienes han encabezado desde siempre, desde
los Estados Unidos, los intentos por destruir la revolución cubana. Ex terratenientes, banqueros
y empresarios, tanto cubanos como estadounidenses, y sus “herederos”, reclaman propiedades
y han buscado desde hace 60 años volver a la situación anterior, ser nuevamente los dueños de
Cuba, echar para atrás la socialización de los medios de producción y restaurar las relaciones
capitalistas de producción y distribución.
Ese es el verdadero propósito de todas sus acciones y de sus aliados de las clases dominantes
en Latinoamérica y el Caribe. Cuando dicen “libertad” y “democracia” en realidad piensan en
“libertad de empresa” y “libertad de mercado”, en la “libertad” de banqueros y empresarios para
dominar la economía de un país, y por tanto también sus condiciones sociales y políticas. La
dictadura del capital, esa que se lleva a cabo a veces con ropaje democrático, a veces
directamente con regímenes militares.
Por supuesto que la falta de libertades democráticas al interior de Cuba les facilita la demagogia
“democrática” y sobre los derechos humanos. ¿Pero es que no son estos mismos “demócratas”
los que mientras en los 60’s, 70’s y 80’s pedían “libertad y democracia” para Cuba, al mismo
tiempo apoyaban cuanta dictadura militar capitalista hubo en el continente? Las incontables
masacres de campesinos, obreros, indígenas, estudiantes y militantes de izquierda, que
recorrieron todo el siglo XX en diversos países de nuestra América, ¿acaso no las llevaron a
cabo regímenes que contaban con el sostén del todopoderoso “vecino del norte”? Pensemos en
cualquiera de los dictadores más sanguinarios que ha habido en la región (Pinochet, Videla,
Somoza, Trujillo, etc., etc.) y encontraremos a los EE.UU. apoyándolos. ¡Claro, eran dictaduras
militares al servicio del capital! El problema es de clase.
Más recientemente, este mismo arco del imperialismo y la derecha regional que lo acompaña en
la demagogia sobre “libertad y democracia”, son los mismos que apoyaron los golpes de Estado
en Honduras y Bolivia, y los gobiernos autoritarios que de allí derivaron, así como los regímenes
profundamente represivos de Colombia y Chile. En el colmo del descaro, el gobierno de Duque
ha salido en estos días a exigirle al gobierno cubano que garantice del derecho a la protesta.
De toda esa calaña de gente es que hay que separar y diferenciar las evidentes y genuinas
aspiraciones democráticas del pueblo cubano. “Separar la paja del trigo” pasa necesariamente
por esa diferenciación y por una política para dar un curso independiente a las aspiraciones y
necesidades de la clase trabajadora cubana.
¿Qué “solidaridad” es esa que mantiene, apoya, o no exige, el fin del
bloqueo imperialista?
Por supuesto que el bloqueo imperialista no es la única razón de los problemas de la economía
cubana. Basta con señalar el hecho de ser una pequeña y atrasada economía no capitalista que
en los últimos treinta años ha debido ver cómo sobrevive en un mundo dominado por el
capitalismo, sin los aliados económicos y comerciales con los que hasta los 90’s pudo resistir el
asedio imperialista. Y es claro que Cuba actualmente mantiene relaciones económicas con
cualquier cantidad de países… relaciones signadas por las contradicciones entre los intereses
capitalistas de la mayoría de esos países y las bases económicas heredadas de la revolución.
En todo caso, cualquier pretendida solidaridad con las necesidades del pueblo cubano que no
parta de denunciar y exigir el cese del bloqueo y sanciones imperialistas impuestas hace ya casi
60 años, es una solidaridad incompleta, inconsecuente, incoherente, en caso que la omisión sea
por ignorancia, o es directamente hipocresía y demagogia, si la omisión es consciente.
Las determinaciones históricas del régimen burocrático en Cuba no tienen que ver solamente
con la manera concreta en que se desenvolvió el proceso revolucionario en los primeros años,
sino también con un hecho más profundo aún: un fundamento imprescindible de la sociedad
socialista es la abundancia de riquezas materiales a disposición, no es el socialismo “la
socialización de la pobreza”, sino la socialización de las enormes riquezas que crea la clase
trabajadora y que bajo el capitalismo le son expropiadas continuamente por la clase capitalista.
En una economía pequeña y atrasada como la de Cuba en los 60’s, primario-exportadora y con
un desarrollo industrial bastante precario, no había bases algunas para “una sociedad
socialista”. La revolución socialista fue la única manera de conquistar su verdadera soberanía
nacional y comenzar a dar solución a los profundos problemas estructurales, teniendo por tanto
total fundamentos y legitimidad histórica, pero una verdadera “transición al socialismo” requiere
el triunfo de la revolución internacional, la derrota del capitalismo a escala mundial (o como
mínimo en una serie de las principales potencias capitalistas), es la única manera de que las
sociedades puedan disponer de la abundancia generada por el trabajo social colectivo.
Eso no pasó, por supuesto. La burocracia cubana adoptó prontamente la pseudo teoría del
“socialismo en un solo país” de la burocracia de la URSS, sin plantearse como propósito, ni
tener política para, luchar por la revolución socialista internacional [1], a su vez, bajo la órbita
“soviética” Cuba no superó esa condición de atraso industrial y país exportador de materias
primas. En esas condiciones, la expropiación de los capitalistas y la planificación (burocrática)
de la economía dieron todo lo que podían dar a partir de la atrasada base económica anterior
heredada, pero el resultado no podía ser más que una sociedad signada por lo limitado de los
recursos y no por la abundancia.
En condiciones como esas, brota la tendencia histórica a que quienes administran lo poco
disponible, se conviertan en una casta privilegiada que, mediante las medidas administrativas,
políticas y represivas, subordinen al resto de la sociedad que, por supuesto, también aspira a la
satisfacción de sus necesidades.
Todo Estado, en tanto aparato de dominación y control social, tiene un carácter de clase: al
existir para organizar, regular y sostener determinadas relaciones económicas y sociales, y al
estar cruzadas esas relaciones por los intereses de una u otra clase social, el tipo de relaciones
que sostenga ese Estado le marcará su carácter de clase. En la época contemporánea, los
Estados cuya base económica es la propiedad privada sobre los medios de producción, cuya
Constitución, leyes, tribunales y fuerzas armadas garantizan que es sobre esas bases que se
organizará la vida económica y social de la sociedad, expresan los intereses de la clase
capitalista; son Estados burgueses, garantizan la explotación de los/as trabajadores/as por la
clase capitalista y la subordinación del conjunto del pueblo a los intereses de esa clase social en
particular.
Luego de varios años, mediante diversos mecanismos y procesos –que excedería en mucho
desarrollarlos aquí–, esa democracia soviética se fue liquidando, he allí la degeneración. En
cambio, posteriormente, hubo procesos revolucionarios como los de China, Vietnam o Cuba, por
ejemplo, donde si bien también se abolieron las relaciones capitalistas, el nuevo poder político
erigido no estuvo signado por la existencia y preeminencia de organismos de democracia
directa de las masas, sino que desde el principio el Estado se organizó alrededor de la
preeminencia del partido-ejército. En esos casos, el carácter burocrático estuvo dado desde el
inicio mismo de la conformación del régimen político, de allí que se hable de Estados obreros
deformados burocráticamente.
Así las cosas, la idea de una revolución política se refiere a la necesidad de cambiar el régimen
político en función de la democracia obrera y del conjunto del pueblo trabajador, que el poder
pase a manos de las instancias de autoorganización de que se doten la clase obrera y las
masas en el transcurso de la lucha, manteniendo, empero, las bases económicas conquistadas
por la revolución anterior. El objetivo del movimiento revolucionario no es tanto modificar las
relaciones de producción existentes (la propiedad común) cuanto sí el régimen político que
gestiona esas relaciones.
En las bases económicas de la sociedad cubana los cambios son aún de cantidad, de grados,
aunque erosionan la economía planificada y las reglas de distribución que le son propias. Los
principales resortes de la economía le siguen vedados al capital privado (o con aperturas muy
controladas en ciertos casos), al igual que todo lo referido a la educación, la salud, seguridad
social, que siguen siendo totalmente públicas. La principal forma de propiedad sigue siendo la
“propiedad socialista de todo el pueblo”, a la cual se la considera la “columna vertebral del
sistema de relaciones de propiedad”, fundamentando esto en su predominio sobre los “medios
de producción fundamentales”. Junto a esta, se consideran la propiedad cooperativa,
“sustentada en el trabajo colectivo de sus socios”, y que existe sobre todo en el sector agrícola,
y la propiedad privada, que es a la cual se le viene dando cada vez más apertura y elementos
de legalidad.
Uno de los ejes está puesto en la política de la burocracia de reducir bruscamente el empleo
estatal, despidiendo masivamente trabajadores para que se conviertan en cuentapropistas, en
“emprendedores”. Un sector que viene por esto ganando peso social. Quienes lo promueven
coinciden en señalar que aún con los cambios, para que ese sector pueda despegar como
sector propiamente empresarial privado, hay la “falta de estructuras empresariales formales”,
pues son reconocidos aun solo como trabajadores por cuenta propia (TCP), con figuras jurídicas
como personas naturales.
Piden: “aceptar formalmente la existencia del sector privado como empresas y no como labores
individuales (…) formalizar las pequeñas y medianas empresas, que hoy operan bajo licencias
de personas naturales”. Esto constituye un importante límite para su despliegue desde el punto
de vista capitalista, para acceder a otro tipo de tratamiento en cuanto a créditos bancarios,
asociaciones de capitales, etc. En ese camino, otro de los hechos que ilustra las idas y vueltas,
es el que al iniciarse con fuerza esta conversión y apertura, el Estado se encontró con que
muchas personas se habían registrado para TCP en más de una rama de actividad, tomando la
decisión luego de regular eso y restringir la posibilidad solo a una rama, buscando evitar el
posible desarrollo de protoempresas privadas que abarquen en sí mismas varias ramas de
actividad.
Los promotores internos de una rápida expansión de la “iniciativa privada”, se quejaban el año
pasado en un estudio de la Red de Emprendimiento de la Universidad de La Habana, de “el
pobre papel que siempre se le ha otorgado a este tipo de trabajo [iniciativa privada] en la
economía, (al reducirlas a) actividades autorizadas de bajo valor agregado, desempeñarse en
sus domicilios (o arrendamiento de locales del estado), discrecionalidad por parte de los
poderes populares en decidir diversos aspectos (otorgar y retirar licencias, imponer multas,
decidir tasas impositivas y hasta precios), ninguno o pobres mecanismos de financiamiento”.
En el avance más acelerado intentando por el gobierno de Díaz Canel, decidió en febrero de
este año ampliar a casi 2.000 las actividades en las que se permite la incursión del capital
privado, siendo una ampliación drástica con relación a las 127 en que fue autorizada en julio de
2020. Esto, apurado por la brutal caída del 11% del PIB en que cerró 2020. Sin embargo, en las
124 actividades en las que sigue muy limitada o vetada en su totalidad la presencia del capital
privado, se concentra aún lo fundamental de la economía [2]. Por eso, sectores procapitalistas
de fuera de Cuba titularon “El fiasco de la apertura del trabajo privado en Cuba”.
Finalmente, recién este junio pasado, el gobierno anunció que se daría luz verde a la
legalización de la existencia como micros, pequeñas y medianas empresas de las actividades
por cuenta propia en que se emplee a más de una persona como trabajador contratado (hasta
10 empleados, de 11 a 35, y de 35 a 100, respectivamente), aunque con una serie límites. La
norma aún no se publica, pero los críticos por derecha cuestionan que, de acuerdo con el
anuncio, a las MIPYMES (el nombre oficial) les está vedada su incursión en las actividades
consideradas estratégicas, estén en desventaja con las empresas estatales y tengan limitadas
sus posibilidades de crecimiento.
Aun así, se han ampliado las ventajas para la inversión de capital privado, aprovechadas sobre
todo por capitales extranjeros (y las Fuerzas Armadas cubanas, que tienen prácticamente
un holding empresarial), avanzando en su posicionamiento en algunos sectores y permitiendo
regímenes laborales especiales. A pesar de los límites para que del cuentapropismo surja un
nuevo sector propiamente capitalista, este sector ha ganado considerable peso en la estructura
de la población ocupada, reflejándose también, como es lógico, en el surgimiento de nuevos
intereses sociales, diferentes a los de la clase obrera.
Cuando a finales de 2010 se aprobó la ampliación y flexibilización del trabajo por cuenta propia,
ejercían esa modalidad 157 mil personas, en agosto de 2011 eran 333.206, en mayo de 2017
eran ya 556.064, un 12% del total de ocupados del país (ver aquí). Si en 2008 el empleo no
estatal representaba el 16,3% del total, en 2019 abarcó el 31,8%, casi un tercio de la población
ocupada, y de esa porción de trabajadores no estatales (en el que se incluyen también las
cooperativas y los productores agropecuarios privados), el 43% lo abarcó la modalidad de TPC,
significando a su vez el 13,6% del empleo total. El transporte de personas, la elaboración de
alimentos y el alquiler de vivienda, son de las actividades donde más se expresa este sector.
Como vimos, parte de las quejas de los sectores más proclives al desarrollo del capital privado,
se expresan en los límites para el despliegue de las leyes del mercado, como por ejemplo la
fijación de los precios, reservada al Estado. Sin embargo, en agosto de 2017 se vivió una
paralización de transporte en La Habana y protestas en otras provincias, por parte de
cuentapropistas de esa actividad, en oposición al precio fijado por el Estado. Una muestra
concreta de cómo, además de en la alta burocracia estatal y de las fuerzas armadas, han ido
apareciendo también en la base de la sociedad, amplios sectores internos con intereses que
chocan objetivamente con la lógica de la planificación de la economía: por ejemplo, un
programa de estos cuentapropistas de que sea “el mercado” quien fije los precios del transporte,
se distancia de un programa obrero para defender el salario.
En las medidas tomadas a partir de enero de este año, uno de los ejes fue precisamente un
duro aumento de precios, así como una drástica devaluación del peso, en juego con la
supresión del peso convertible a dólar, todas medidas cuya lógica es “ir a lo que dicte el
mercado”.
La reciente decisión del gobierno sobre las MIPYMES, aún con los límites impuestos, es un
paso en la dirección que pedían esos sectores. Y evidencia el proceso en el que se abren paso
intereses de clase distintos a los de la clase trabajadora y la propiedad común: es un sector que
exige poder desplegar libremente la explotación capitalista del trabajo asalariado y la
acumulación privada.
A su vez, todos los análisis coinciden en señalar el hecho objetivo de la cada vez mayor
profundización de la desigualdad social, ampliándose las brechas sociales, erosionando los
elementos de “igualdad social” que durante décadas fundamentaron las políticas económicas. El
gobierno viene avanzado en esa línea, con ataques que implican desmontar subsidios a
sectores vulnerables y girar a un discurso “productivista” que cuestiona “subsidios innecesarios”,
“gratuidades indebidas” y el “igualitarismo”.
Esta semblanza, aunque parcial e incompleta por razones de espacio, ilustra sin embargo la
idea de por qué, aun cuando lo fundamental de una nueva revolución obrera en Cuba sería el
cambio del régimen político hacia un gobierno propio de los trabajadores, ha sido tal el avance
de las reformas procapitalistas y promercado, que tendría que acometer una profunda revisión
de todas esas medidas y reversión de muchas, para fortalecer las bases de la economía
planificada.
A la par que adoptar una perspectiva internacionalista, de lucha por el triunfo de la revolución
socialista a nivel internacional (perspectiva que no ha sido ni es la de la burocracia), sin lo cual,
por supuesto, será imposible resistir exitosamente al capitalismo y, mucho menos, alguna
transición al socialismo.
Para defender lo que aún persiste de las conquistas de la revolución y sus derechos, los
trabajadores cubanos necesitan libertades democráticas. La negación de estos derechos es tal
que más libertades de expresión y difusión le otorga el gobierno a sectores como la iglesia
católica, por ejemplo, que a organizaciones obreras. No permiten que haya organizaciones
sindicales independientes de la disciplina estatal, transmitida por la burocracia de la CTC
(Central de Trabajadores de Cuba), que es un brazo del gobierno, no le permiten a los
trabajadores tener prensa y medios de difusión propios diferentes a los del partido gobernante y
el Estado, ni permiten asociarse políticamente por fuera del control el PCC.
Esa circunstancia, transitoria, fue transformada en permanente por el stalinismo. Por eso, entre
el programa que levantaron los oposicionistas de izquierda estaba el retorno al pluripartidismo
soviético, es decir, la legalidad de los partidos que reivindicasen la revolución y el poder de los
soviets, no por supuesto los partidos de las clases explotadoras que habían impulsado la
invasión militar del país y desconocían a los soviets y sus medidas revolucionarias.
Algo similar consideramos necesario en Cuba. Estamos por la legalidad de todas aquellas
organizaciones políticas que defiendan las conquistas de la revolución, las bases de la
economía planificada y por supuesto la plena independencia nacional. Es decir, organizaciones
socialistas y antiimperialistas.
¿Acaso no está la realidad de los pueblos del resto de América Latina, donde ha imperado
siempre el capitalismo, para demostrarlo? Fue la expropiación de los capitalistas y la economía
planificada la que le permitieron a Cuba conquistar su verdadera independencia –más que
ningún otro país de la región– y toda la serie de avances que ningún otro país de tamaño similar
de América Latina pudo nunca mostrar, e incluso tampoco muchos de los más grades en
tamaño y riquezas; con todo y que ninguno padeció como Cuba el bloqueo y las hostilidades del
imperio más poderoso de la última época.
No nos referimos a que, en una coyuntura futura, mayores medidas de impulso a la empresa
privada, con todos los estímulos a la ganancia y su vinculación con inversiones extranjeras, no
puedan generar mayor dinamismo de la economía cubana y una mejora en los ingresos, que
casi con seguridad sería la mejora sobre todo del sector específico de la población vinculado a
esos nichos de acumulación privada (nuevos pequeños empresarios y asalariados del sector).
El asunto es la perspectiva estratégica, de la realidad estructural que le espera si se avanza
hacia una completa restauración del capitalismo, donde, como muestran los países de ALyC, la
generación de riquezas va asociada a la concentración en pocas manos (incluyendo la
recurrente extranjerización de las economías y la sangría de recursos hacia los países
imperialistas) sin que se superen el atraso, la dependencia, los problemas estructurales, la
exclusión social ni las grandes brechas de desigualdad.
“El flagelo de la desnutrición infantil en América Latina”, titula un artículo de marzo del año
pasado en la web de la Corporación Andina de Fomento (CAF); “Las cifras más recientes en
América Latina y el Caribe alertan de un aumento en la desnutrición”, señala otro artículo de
julio de 2019 del Programa Mundial de Alimentos, “42.5 millones viven con hambre en América
Latina y el Caribe o sea el 6,5% de la población”, dice; “Hambre aumenta en el mundo y en
América Latina y el Caribe por tercer año consecutivo”, es el titular de una nota de 2018 en la
página de la FAO, “Hambre global aumentó a 821 millones de personas y a 39,3 millones en
América Latina y el Caribe en 2017”. No figura Cuba por cierto, en esos números rojos, aún con
la dura crisis económica que arrastra y el bloqueo. Pero bueno, ¡son las tendencias del
capitalismo a las que se invita al pueblo cubano a incorporarse para que “progrese”!
La realidad de los países de América Latina, todos bajo el capitalismo, es la de países sumidos,
unos más otros menos, en el subdesarrollo y el atraso, con miseria y pobreza estructurales,
represión a los de abajo, desigualdades sociales brutales, concentración de las riquezas
sociales en ínfimas minorías opulentas sobre masas carentes a veces hasta de lo más básico,
campesinos sin tierra, condiciones de súper-explotación en amplias franjas de la clase obrera,
migración masiva huyendo de la miseria, asesinatos de indígenas y activistas defensores de los
derechos de la tierra, descomposición social atroz con bandas criminales reclutando millones de
seres e imponiendo junto al Estado la muerte, duros sacrificios sociales constantes por las
deudas externas, cuadros de desnutrición infantil, muertes por enfermedades curables, falta
crónica de viviendas, y un largo etcétera.
¡Hay que separar la paja del trigo! Separar el descontento de los trabajadores y sectores pobres
cubanos del cínico e intervencionista #SOSCuba y el “Patria y Vida” que quieren imponer estos
sectores reaccionarios. Un programa propio, demandas, banderas y consignas propias, para
defender las conquistas de la revolución y los derechos del pueblo, frente a las apetencias
imperialistas y frente a la burocracia gobernante. Si algunos verdaderos aliados y amigos puede
tener el pueblo cubano en estos momentos, son los pueblos de la región que hoy se rebelan
contra los males del capitalismo.