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Un comentario sobre “La niña sin alas”, de Paloma Díaz Mas


Fecha: 18 de diciembre de 2019 Categoría: Nueva guía de perplejos Comentarios: 0

“La niña sin alas”, de Paloma Díaz Mas

Un cuento que se acerca a la perfección, el de Paloma Díaz Mas, La niña sin alas. Comencé a leerlo con
pocas ganas, pues anticipé (de forma equivocada) que sería un alegato narrativo por la discapacidad con
un mayor o menor esfuerzo descriptivo, y ya se sabe: los textos que caen en la tentación pontificadora,
aleccionadora o moralizante, terminan siendo cualquier cosa menos buenos cuentos. Pero no, si bien las
primeras páginas nos conducen por algo similar, el cuento nos golpea en la frente con sus líneas finales,
sobre todo cuando asistimos a la expresión enfermiza de una madre eligiendo mantener de forma
sangrienta la carencia de su hija, todo en el afán de persistir en su delirio de abnegación, de madre
ejemplar, de mujer dotada de una misión trascendente, no sólo frente a su pareja sino hacia el resto del
mundo.

Debo añadir que el cuento goza de una redacción suave y clara, como si en realidad una madre estuviera
narrando su experiencia de vida. Pareciera, incluso, una confesión que una buena señora comparte con las
compañeras de alguna agrupación dedicada a dar soporte colectivo a la experiencia de la discapacidad.
Eso demuestra que un buen cuento no exige, por necesidad, de un lenguaje complejo y de una trama
revuelta, para cumplir su propósito esencial e inscribirse en las grandes líneas del género. En este caso, la
redacción a la sombra, con su carga de sorpresa, surge mansa como si fuera una consecuencia natural de la
historia relatada. Puede añadirse algo más: si se tratara de elegir un cuento en un hipotético programa de
fomento a la lectura, es decir, como una forma de pedagogía social para motivar a los lectores no expertos
a adentrarse en el género, una elección lógica sería este cuento y no, por ejemplo, el Bestiario de Julio
Cortázar, que exige de más dedicación y experiencia lectora para intentar su destilación.

El cuento de Paloma Díaz, incluso, profundiza en el dramatismo de ciertos abismos de la mente de una
forma más eficaz que Sólo vine a hablar por teléfono, de Gabriel García Márquez, pues en este caso se
vuelve al manido caso de la reclusión absurda, azarosa y exasperante en un manicomio, donde las
previsiones psiquiátricas son antagónicas a cualquier esfuerzo explicativo (claro, los pacientes reales
siempre intentan demostrar su “inocencia” con los más enredados y casi veraces monólogos). En cambio,
el texto de Paloma Díaz desliza el trastorno como algo casi líquido, que se cuela entre la aparente
normalidad del papel de una madre frente a la “injusticia” de tener una hija diferente. Entonces, la
aparente “normalidad” se rompe con la irrupción de un rasgo obsesivo y decadente. De esa forma es
válido otro supuesto, que en este caso es bastante ilustrativo: si quisiéramos elegir un cuento para ilustrar
el tétrico poder de los trastornos psicológicos, no se elegiría el de García Márquez (perdón por pecar
contra el gran escritor latinoamericano), sino el de Paloma Díaz.

El texto La Niña sin alas brinda otras posibilidades. Por ejemplo, puede ser ideal para explorar las
complejas relaciones que se tejen entre un “cuidador primario” (en el lenguaje médico y psicológico) y el
ser a su cuidado, es decir, el paciente. Es una de las relaciones más complejas estudiadas por la psicología
de la salud y aún aguardan muchas sorpresas en ella. Algunos de los fenómenos que brotan de esa relación
son, por ejemplo, los siguientes:

La posible naturaleza enfermiza de las llamadas “redes familiares de apoyo”. Es decir, si bien tales
redes son indispensables, pueden transmitir más conflictividad que alivio al paciente, considerando
que toda familia proyecta sus propios problemas, tensiones y obsesiones en los casos de
enfermedad.
La necesidad de atender de forma integral, desde la perspectiva de la terapia psicológica, al núcleo
familiar y en especial al “cuidador primario”, no sólo al paciente. Esta necesidad, propia de todo
enfoque sistémico, en realidad se desdeña mucho en la práctica, teniendo como resultado a un
paciente atendido que puede enfrentar un entorno de dificultad en su propio núcleo familiar.
La llamada “homeostasis familiar” en los casos de enfermedades graves o acontecimientos
discapacitantes, que obligan a esfuerzos adaptativos en la familia que pueden considerarse
funcionales o disfuncionales, incluso francamente enfermizos.
La negación, que puede orientarse hacia soluciones meta-científicas, como la brujería, la curación
milagrosa, el consumo de productos insólitos y otras técnicas que pueblan el imaginario social y
familiar.

Nota: un análisis más detallado de estos procesos puede consultarse en mi propio ensayo: Enfermedad
terminal y apoyo familiar, una reflexión desmitificadora, en http://rubencultura.com/nueva-guia-de-
perplejos/enfermedad-terminal-y-apoyo-familiar-una-reflexion-desmitificadora

En fin, podrían seguirse enumerando y explicando fenómenos como ésos, pero lo importante aquí es que
resulta posible que el cuidador primario, en este caso una madre, desarrolle un tipo especial de obsesión
que podría enmarcarse en los criterios de misión, destino, abnegación o renuncia, todo ello en el afán de
demostrarse a sí misma y al mundo que estará consagrada a preservar al hijo o la hija diferente. Por eso, el
cuento explica en algunos momentos la tensión que surge entre las amistades, que alientan a la madre a
“volar”, a que salga más a la calle, a que evite esa forma de entierro en vida. Se trata de los argumentos
sin brillo que todas las personas dedican, como en un rosario de penosos lugares comunes, a las madres
que enfrentan la enfermedad, el deterioro o la discapacidad de un hijo o una hija. Pero la respuesta de
todas las madres es la misma: persistir en la misión sin importar el precio a pagar.

¿Es posible, entonces, que el exceso de amor se vuelva una enfermiza protección?

Si. Existen muchos ejemplos en la vida cotidiana (y en la literatura) que lo confirman.

¿Es posible, también, que esa excesiva protección degenere en un trastorno, en una actitud que puede
llevar al cuidador primario (una madre, por ejemplo) a desear que el padecimiento de la hija o el hijo
persistan?

Por desgracia también es posible. Es parte de los abismos de una mente como la nuestra, que tantas veces
nos lleva a los excesos. Por fortuna allí está la literatura, ofreciendo un espejo para mirarnos y
anticiparnos a tales desmesuras.

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