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Los romanos siguieron su ejemplo y los monumentos o vías que quedan todavía de

ellos después de tantos siglos son un testimonio incontestable de su poder y de su


gloria. El primer camino que construyeron es considerado el más hermoso de cuantos
fabricaron: este es la vía Apia, así llamada por Apio Claudio. En seguida, hicieron
construir la vía Aureliana, luego la Flaminia, a las que añadieron otras muchas, de
suerte que los caminos espaciosos, sólidos y adornados de milla en milla de
columnas de mármol se extendían en todas direcciones desde las extremidades
occidentales de Europa y África hasta Asia menor, en una distancia de más de
cuarenta mil leguas francesas.

Los romanos construían los caminos con cuatro hiladas o capas de materiales, de las
que resultaba una obra solidísima.

la primera, llamada statumen, era de mortero compuesto de arena, cal y toba, y


tenía una pulgada de grueso sobre tierra firme;
la segunda capa o cama, que se ponía sobre la primera, era de casquijo y
escombro desmenuzado y unido con mortero y se llamaba por los latinos ruclus;
la tercera hilada, que iba sobre la segunda, se componía de calcina o argamasa
hecha de arena o toba mezclada con cal, y la llamaban nucleus porque calaba toda la
obra;
finalmente, ponían la cuarta capa que estaba en la superficie, compuesta unas
veces de piedras duras y sólidas, como se ve en la vía Apia y otras de escombros o
de guijarros pequeños, mezclado todo con arena gruesa, como se ve en algunos
caminos militares, guardando para las ciudades y sus inmediaciones aquellas piedras
de mayor tamaño.

Los grandes caminos de los romanos tenían sesenta pies de ancho.

Los antiguos paganos acostumbraban a poner en los caminos la estatua de Mercurio,


como numen tutelar de los viajeros, los cuales al pasar solían tomar una piedra del
camino y echarla al pie del simulacro de aquella falsa divinidad, como un acto de
adoración. Estas piedras servían después en algunos países para quitar la vida a
aquellos que eran condenados a morir apedreados y a esto alude lo que aparece en el
cap. XXVI de los Proverbios, de que el que honra y protege a un insensato obra del
mismo modo que quien tira su piedra en el montón dedicado a Mercurio.

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