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Beatriz de la Fuente
Los primeros esbozos por hacer iconografía, no ortodoxa sino simplemente intuitiva,
aparecen desde la conquista española, cuando la mayoría de los objetos que se
conservaban eran lo que hoy llamamos "artísticos” y se procuraba entender su
significado. Así, de acuerdo con las ideas dominantes, los “ídolos” fueron considerados
objetos de Satán o demoniacos, en un primer intento por etiquetarlos con base en su
contenido.
Desde principios del siglo XX ha habido intentos importantes por explicar el contenido
de las representaciones del extenso universo de los mayas. Así, cabe recordar el trabajo
de H.J. Spinden titulado A Study of Maya Art (1913), en el que se reconocen tres temas
fundamentales: las imágenes antropomorfas, las zoomorfas y las de deidades, categorías
en las cuales se han apoyado estudiosos subsecuentes. Dentro de los estudios mayas,
este punto de partida condujo, mediante los trabajos de Tatiana Proskouriakoff (1950,
1960, 1963 y 1964) y de Heinrich Berlín (1950, 1953), a la identificación de nombres
de personajes y sitios. En dos libros esenciales sobre metodología iconográfica en
Mesoamérica: The Iconography of the Art of Teotihuacan (1967) y Studíes in Classic
Maya Iconogmphy (1969), el historiador del arte George Kubler definió una nueva
experiencia iconográfica en la cual no necesariamente se utilizan los textos, y en la que
se obtienen conclusiones relevantes en cuanto al inventario temático de las imágenes.
Así, se refiere a ceremonias dinásticas e imágenes rituales, y a signos precisos en la
lectura e interpretación de la escena o icono en cuestión.
Debo mencionar brevemente a dos notables historiadores e iconógrafos mexicanos que
incursionaron exitosamente en el campo de la comprensión temática y cultural de los
iconos precolombinos. Me refiero a Alfonso Caso y Miguel Covarrubias, quienes
demostraron su capacidad visual y su conocimiento para identificar el estilo y la
significación panicular de muchísimos objetos de diversos pueblos del pasado
mesoamericano. Alfonso Caso leyó e interpretó innumerables piezas aparecidas en
manuscritos pintados (códices) o encontradas en espacios ceremoniales y funerarios:
objetos de piedra, barro, hueso y materias preciosas corno el oro procedente de Oaxaca,
inagotable región de tesoros prehispánicos. Asimismo, en otras antiguas regiones
mexicanas también aplicó su conocimiento para reconocer las piezas que aún se
conservan.