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Ensayos

Castas, raza y clasificación

William Taylor*

Los cuadros de castas que se pintaron en se reu­nieron para considerar el perdurable sig-
nificado de la raza en México, en Estados Uni-
México en el siglo xviii han fascinado a los aca-
démicos y a un público más amplio en años re- dos y en una América mexicana del Suroeste,
cientes. Las docenas de juegos de estos cuadros con los cuadros de castas como piedra de toque.
ilustran con un desconcertante cálculo fragmen- Estos ensayos comparten un enfoque básico y
tado la mezcla racial de diferentes escenarios varios temas. Todos consideran la raza como
familiares, con padres e hijos que combinan su una construcción social y política, y todos con-
ascendencia española, africana e indígena Este tribuyen al pensamiento histórico de un “ter-
reciente interés en los cuadros ha contribuido a cer espacio” que trasciende fronteras que Ilona
abrir el camino a una erudición multidisciplina- Katzew y Susan Deans-Smith resaltan en su
ria que descubre mucho de lo que son, dónde se introducción.
encuentran y para quién se hicieron. También Los cuadros de castas equivalen al artefacto
invita a preguntarse especialmente el porqué de pictórico que dio entrada a España y la Nueva
nuestro interés en este momento, aun cuando España a las nociones de una modernidad más
ni el porqué de su creación ni el de nuestro inte- laica del siglo xviii. También fueron una elabo-
rés en ellos tiene una explicación simple. ración de la poítica racial oficial, cómoda para
El motivo para el simposio que dio origen a las ansiosas, o quizá inconscientes elites patro-
esta colección de informados y provocativos en- cinadoras. Los cuadros son objetos misteriosos,
sayos fue una gran exposición de los cuadros de con sorpresas escondidas pero con ciertas carac-
castas en el Museo de Arte del Condado de Los terísticas ya claras. Como sugiere María Elena
Ángeles en 2004, curada por Ilona Katzew. Martínez, expresan el cambio de una concepción
En el espíritu del tema “Inventando la raza” de raza y pureza de sangre vinculada al linaje re-
y con California como sede de la exposición, ligioso (que otorga importancia a una “vieja” as-
participantes provenientes de diversas discipli- cendencia cristiana) a una concepción más laica
nas de las ciencias sociales y las humanidades y biológica. Los cuadros en sí mismos son sor-
prendentemente laicos, carentes del contenido
y del propósito religioso de la mayoría de la pin-
* Prefacio de William Taylor a Ilona Katzew y Susan tura colonial. Los curas, las iglesias y la cultura
Deans-Smith (eds.), Raza y clasificación: el caso de la Amé-
rica mexicana, Standford, Standford University Press, devocional están casi completamente ausentes,
2009. Traducción de Alma Parra. mientras las predilecciones clasificatorias de la

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historia natural y las ciencias aplicadas están ellos se colocaban aparte de esta sociedad de am-
presentes en su totalidad. bigüedades raciales como expertos y clasificado-
El contraste entre estos cuadros y las formas res. También faltan las instituciones externas
comunes del racismo en Estados Unidos, basa- que aplican disciplina y quienes la ejercen —po-
das en una tajante división entre blanco y negro licía, soldados, cárceles, talleres y pandilleros—.
que difícilmente reconoce el mestizaje, es im- Los cuadros ofrecen imágenes aerografiadas de
presionante. Los cuadros de castas reconocen gente saludable, limpia e industriosa en sus me-
abiertamente la mezcla racial que describe a la jores galas de domingo, viviendo (excepto por las
sociedad mexicana de una manera que va más uniones de castas más oscuras entre los márge-
allá de las dos repúblicas, la de españoles y la nes del blanco y negro) en armonía hogareña.
de indios. Reconocen que la ficción legal de tres Hay muy poco en estas pinturas que moleste al
linajes raciales separados para siempre no se espectador casual; eran las tarjetas de felicita-
mantiene, y que había mucha gente de color en ción de la época. Para los peninsulares que re-
libertad salvo por algunos grupos, especialmente gresaban a España, los cuadros eran recuerdos
en los asombrosos retratos de Miguel Cabrera, de la América exótica. Tal y como señalara uno de
con gente preciosa en todas las combinaciones los mecenas de este género, Francisco Antonio
raciales hipotéticamente posibles; no son una de Lorenzana: “Dios ha puesto dos mundos en
celebración de la mezcla racial o los precurso- manos de nuestro católico monarca, y el nuevo
res de la grandiosa visión de la síntesis racial de no se parece al viejo, ni en su clima, sus costum-
José Vasconcelos. bres o sus habitantes […] En la vieja España
No era la coalición arco iris de la diversidad se reconoce sólo una sola casta de gente, en la
cultural dos siglos antes de Jesse Jackson. Por Nueva muchas y diferentes.” Algunas de las no-
el contrario, los cuadros de castas colocaban a minaciones de castas intermedias deben haber
la gente en su espacio racial imponiendo orden satisfecho más un orden imaginado que funcio-
en una mezcla no sancionada, que había salpi- nal. Al pasar por la calle, difícilmente un extra-
cado más allá de los límites legales. Como en ño diría o pensaría: “Aja! Veo que usted es bar-
la historia racial temprana de Estados Unidos, cino. Es usted 45/64 indígena, 11/64 africano y
las castas validaban la superioridad blanca a su 8/64 español.”
manera. La mezcla racial retratada en las pin- Esta elaborada descripción de razas en la so-
turas imagina un proceso de blanqueamiento en ciedad del México colonial no sustituyó las viejas
la que la rama indígena de la familia retrocede, dualidades raciales que estaban profundamente
con descendientes blanqueados racial y cultu- enraizadas en la ley y en la vida cotidiana. La
ralmente. Las pinturas muestran la mezcla de distinción racial fundamental en México se man-
blanco y negro moviéndose en la misma direc- tuvo entre español (europeo blanco) e indio (más
ción ascendente, sin nunca llegar realmente. educadamente llamado indígena), como ahora. A
Los cuadros de castas contienen algunas otras principios del siglo xix Manuel Abad y Queipo
ficciones y silencios convenientes al gusto de sus –otro prelado peninsular— notó las gradaciones
mecenas, muchos de ellos españoles peninsula- de raza que capturaron la atención de Lorenza-
res, si tomamos como indicación el gran número na. Pero agregó que existían esas gradaciones
de juegos de pinturas del siglo xviii que fueron en términos de riqueza. La gente era rica o
enviados a España. Eran cuadros muy agrada- pobre, y los pobres en su mayoría eran indíge-
bles en colores brillantes —mobiliario atractivo nas. Cualquiera que haya vivido en el centro o
para un salón aristocrático— no eran estudios sur de México se dará cuenta de la profundidad
anatómicos o carotas. del prejuicio en contra de los indígenas, y de la
Las elites que encargaban y colgaban los cua- ambivalencia con respecto a la herencia indígena
dros no aparecían en ellos, excepto en algunas que todavía se asoma a través de los acuerdos en
ocasiones como ejemplos. Para efectos prácticos la vida pública. Los guerreros indios y los tejidos

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a mano en los pueblos pueden funcionar como “Mixto”, o “revuelto” sugieren desorden, irregu-
emblemas de la nación, pero pueden ser una laridad, excepciones y complicaciones que debi-
fuente de vergüenza, y también ahí objeto de litaban el buen orden. Las viejas categorías de
prejuicio. En 1964, en la escalera del edificio raza se estaban borrando en el siglo xvii y las
de departamentos donde vivía, cierto día sur- dos “repúblicas”, la de españoles y la de indios,
gió una pelea entre la portera, que habitaba en ya no podían acomodar una buena parte de la
los hacinados cuartos de la planta baja, y un in- vida colonial. Los descendientes de los nativos
quilino ebrio que vivía en los cuartos de servi- americanos ya no actuaban como las autorida-
cio de la azotea. Los dos eran de edad media, de des indias y americanas habían pensando, se es-
tez morena y vivían modestamente. Los gritos taban convirtiendo en infantiles más que en me-
y las groserías entre ellos duraron varios minu- nores de edad. Las mujeres esclavas se vestían
tos, para acabar con lo que ambas partes consi- como aristócratas españolas. Algunas españolas
deraban el colmo del insulto proferido hacia la de familias respetables se vestían como hombres
portera, “india bestia”. Desde ese momento él y eran famosas por su comportamiento poco fe-
estaba muerto para la portera. menino y su mortal violencia. Había demasiados
Paradójicamente, los cuadros de castas re- “forasteros” —gente sin un lugar fijo en la socie-
presentan una creciente conciencia de las elites dad o sin residencia permanente en su lugar de
de la raza en América española durante el siglo nacimiento—. Los vagabundos y otros inadapta-
xviii, cuando debe haber sido claro que la rea- dos, entre los que se incluían miles de españoles
lidad social se desbordó más allá de las fronte- pobres o “gente perdida”. Las autoridades impe-
ras de una simple estructura de español, indio riales de los Habsburgo se dieron cuenta de que
y negro. El racismo de la elite en el siglo xviii la gente de herencia racial mezclada era nume-
también estaba marcada por decretos reales que rosa, pero decidieron no darles un lugar en la le-
prohibían matrimonios inter-raciales que hizo gislación y basarse en las costumbres que se de-
más difícil para las castas ser reconocidas como sarrollaron de manera local. Las irregularidades
españoles. Pero mientras las autoridades bor- se controlaban parcialmente a través del castigo
bónicas elaboraron sobre un sistema de castas, o colocando a la gente en las viejas categorías.
ellos no lo inventaron. Como Ian Haney López Se hicieron algunas excepciones dentro de las
anota en su ensayo, marcar las diferencias ra- reglas raciales —algunos individuos que de otra
ciales es un asunto de poder y clase, más que manera se hubieran clasificado como mestizos,
de raza. Esta verdad se expresa en la colocación mulatos y castizos pasaban por españoles o in-
en los cuadros de casta de los pobres y sin edu- dios, o aparecían en los registros legales con mu-
cación en los rangos más bajos de la jerarquía chas designaciones raciales diferentes.
racial en México y Estados Unidos durante los “El barroco” fue una expresión cultural de
siglos xix y xx. Al poder le disgusta la irregu- estas irregularidades políticas y sociales, y del
laridad y el desorden, y los borbones españoles crecimiento de economías domésticas y afilia-
ejercían su poder clasificando, uniformando las ciones regionales que distanciaron a Hispano-
leyes y reglamentos y buscando reformar Amé- américa de España en los siglos xvii y xviii. Era
rica a semejanza de España. un arte de la fe con pocas reglas y muchas ex-
Aun cuando diferentes de sus predecesores cepciones, complejidades superpuestas, libre or-
los Habsburgo, los Borbones españoles expresa- namentación, gestos dramáticos, fragmentos y
ron sus preocupaciones por el poder en visiones asimetrías que encontraron su coherencia en “el
similares de la raza y el orden social. Los admi- conjunto” —todo junto visto como un todo en
nistradores Habsburgo del siglo xvii se inquie- el que ningún espacio queda sin tocar—. No era
taban por lo que uno de ellos llamó el “mixto im- una suma ordenada de sus partes, y las iglesias,
perio”, una frase evocativamente ambivalente. pinturas y esculturas americanas ya no eran sólo
Imperio sugiere autoridad, buen orden y unidad. como los modelos europeos que las inspiraron.

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Parte del atractivo de los cuadros de castas en The Spanish-Speaking People of the United Sta-
nuestros tiempos de conciencia de posmodernis- tes es todavía muy ilustrativo. Aunque North of
mo neobarroco es que minan las impecables di- Mexico atrajo poca atención cuando se publicó
cotomías raciales del blanco y negro, europeo e en 1948, su profunda visión de largo plazo del
indio, en un espíritu barroco. Algunos académi- prejuicio y la violencia racial en la región tocó
cos en Estados Unidos y Europa celebran los hí- una fibra sensible en los salones de clase de las
bridos, las irregularidades y la exuberancia de universidades cuando se reimprimió en 1968.
entonces y de ahora; otros lamentan las frag- McWilliams ofrecía un panorama de las relacio-
mentaciones inacabadas, caóticas, incluso pato- nes raciales centrada en los mexicanos y la di-
lógicas, como una imitación sobre-madurada y visión “anglo”/“hispano”, enviando el mensaje
una decadencia opresiva de un paisaje arrasado de que el suroeste había sido mexicano mucho
y abandonado por el colonialismo y la moderni- antes de ser estadounidense. El libro validó así
dad. Cuando los propios intelectuales latinoame- la primera sed de voluntad propia y acción entre
ricanos reflexionan sobre lo barroco, han tenido la juventud mexicano-estadounidense. En la in-
en mente más que un estilo artístico y los rema- troducción a la edición de 1968 McWilliams es-
nentes de la modernidad. Hace cincuenta años cribió: “se ha desatado un nuevo interés en los
José Lezama Lima, Alejo Carpentier y Leopoldo mexicano-americanos que, en gran medida se
Castedo celebraron el barroco en América Lati- han desprendido de las actividades y desarro-
na como un espíritu creativo, una forma de ser llos de los que ellos son responsables”. El ensayo
en un mundo volátil de inequidades, mezclas, en- de Haney López comparte esta visión: “el futuro de
cuentros, sentimientos religiosos y de repliegue la raza en los Estados Unidos depende de cómo
político que se hizo popular a lo largo del espec- los hispanos sean vistos y cómo se vean a sí mis-
tro social expresando realidades locales, inven- mos en términos raciales”. Pero como profeta de
tiva y una cierta libertad que alargó su tiempo la fatalidad en el Viejo Testamento, McWilliams
mucho más que en Europa. Lo barroco puede ensombreció su celebración del forjamiento de sí
haber florecido primero en el siglo xvii, según mismo con una conclusión apocalíptica:
observaban, pero sus improvisaciones, elabora-
ciones y pequeñas rebeliones nunca se fueron. La explosión en Alamogordo desencadenó
Así, existe un toque de ironía que envuelve a los las riquezas latentes de los minerales del
cuadros de castas como otra subversión barroca, suroeste […] Aquí en el corazón de las vie-
porque estos expresan, sobre todo, el empeñoso jas fronteras españolas, en la porción del
deseo borbónico de poner las cosas y a las per- poblamiento más antiguo de los Estados
sonas en orden. Unidos, había nacido un nuevo mundo y el
aislamiento de la región había sido destrui-
do para siempre. Como los habitantes del
Dialéctica de raza en nuestro tiempo mundo, los habitantes de las fronteras o
enfrentan el futuro “uno y en conjunto”
Las percepciones y las prácticas han cambiado, o muy probablemente se vayan tamizando
pero la forma en que la raza interesa ahora en a sí mismos en el tamiz del olvido.
el Suroeste estadounidense tiene un pasado re-
ciente, aparte de la más profunda genealogía. La La causa de una visión tan sombría e insis-
mayoría de estos ensayos, y mi propia perspecti- tente es tan obvia como nunca sesenta años des-
va sobre el tema, indican dos cambios sorpren- pués, especialmente en la efervescente y propen-
dentes desde la década de los sesenta. Para el sa a desastres California, pero los ensayos de esta
primer cambio —el despertar del chicano a fina- colección describen el presente y el futuro de una
les de los sesenta y principios de los setenta— raza que no es como la de McWilliams. En vez de
el libro de Carey McWilliams, North of Mexico: una línea patrullada y circunscrita, la frontera

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México-estadounidense se disuelve en un vasto, que a la acción, e incómodo con la multiplicidad


expansivo territorio de interacción sostenida y fracturada de su pasado y su presente. Como su
mezcla de personas, con una propia multiplici- padre, Richard tiene un anhelo por México, pero
dad de combinaciones vertiginosas y capas de in- para él es el “desconocido más allá” y “siempre
equidad, posibilidad y prejuicio, conformado en supo que no podía ser completamente mexica-
parte por la manera en que México desde hace no. Él declara: “soy americano” pero los extra-
mucho se ha resistido a la categorización y por ños siempre lo señalan como mexicano, y su
el insistente reclamo de hecho, aunque no siem- padre siempre le recuerda “no se te olvide que
pre en palabras, de: “aquí estoy. Yo existo. Soy eres mexicano”. Le entristecen la pérdida de las
muchas cosas”. En esta América mexicana las tradiciones mexicanas en su familia y su propia
categorías de mexicano, indio, negro blanco se asimilación, pero hace muy poco para cambiar
confunden y se rearman. Los “mexicanos” en la situación. “Se refugió en su propia concha de
los Estados Unidos se autoproclaman no sólo cinismo.” Al final de la novela vemos a Richard
como mexicanos (aunque pueden aprender de sí tomando finalmente las riendas y alistándose en
mismos como mexicanos de nuevas maneras al la marina durante la Segunda Guerra Mundial.
vivir en la América mexicana), sino como yuca- Pero también se encuentra de nuevo en el um-
tecos, oaxaqueños, michoacanos, norteños, sure- bral de la indigencia (“él sabía que nunca re-
ños, guatemaltecos, salvadoreños y hondureños; gresaría a su vecindario”), anhelando un hogar.
gente de Papantla, Tlacolula, o de un ranchito En la novela, pocho significa la nostalgia por el
cerca de Apatzingán, y como americanos. lugar perdido y la causa de su tristeza.
En estas páginas encuentro dos palabras clave Los estudiantes que conocí en la Universidad
para el sentido de lugar de la América mexica- de Colorado a principios de los setenta se re-
na, pocho y Nepantla. Pocho ha sido por mucho lacionaban estrechamente con el predicamento
tiempo un término despectivo para los mexica- en el que se encontraba Richard: la pérdida de
nos que se fueron a Estados Unidos y perdie- tradiciones y el prejuicio descrito por Villarreal,
ron la fluidez nativa del español y de otras cosas les impacientaba el cinismo vacilante, la sole-
mexicanas; “mexicanos envilecidos” en términos dad existencial y la falta de orgullo indigenista
de la mordaz pluma de Guillermo Gómez Peña. de Richard. Actuaban para reivindicar para sí
Pocho aparece en las reflexiones de Guillermo mismos el idioma español, las celebraciones tra-
Gómez Peña con un corte distinto del pocho de dicionales, la comida y la historia mexicana. Era
José Antonio Villarreal, otra lectura obligada de su búsqueda por algo perdido. Hurgaban entre
los setenta. La novela de Villarreal, que alcan- las tradiciones pre-colombinas, se declaraban
zó ya su mayoría de edad, apareció por primera mexicanos en términos raciales que adoptaban
vez en 1959 y recibió una cálida aunque limita- la parte de su herencia nativo-americana como
da respuesta, pero en los setenta se convirtió en una insignia y buscaban Aztlán (el hogar legen-
un best-seller en el Suroeste. La novela relata la dario de los aztecas) en el Suroeste de Estados
infancia de Richard Rubio, en Santa Clara, Cali- Unidos, invocaban a la raza cósmica de Vascon-
fornia, durante los años treinta y cuarenta. Hijo celos, el indigenismo mexicano, el mestizaje, pro-
de un luchador villista durante la Revolución testaban por la discriminación, iban a las cenas
mexicana, valentón, violento e incorruptible, de pescadores de Corky González en la Cruzada
que cruzó la frontera y se acomodó a una discre- por la Justicia, en ocasiones usaban boinas color
ta vida de pequeño agricultor, a la pizca de fruta café y se imaginaban como los Joaquín Murrie-
y como hombre de familia. Richard, que nació en ta de los últimos días. Esos eran días emocio-
Estados Unidos, tuvo sus aventuras de infancia nantes, pero el modelo de mestizaje de mezcla
en un barrio multicultural, pero es algo cobar- racial llevaba una perspectiva un tanto estática
dón, más dado a las palabras y las preguntas y dislocada, que se había expresado, entre otros

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lugares en el Laberinto de la soledad de Octavio entre las categorías raciales conocidas en Esta-
Paz: los mexicanos se desgarraban entre su pasa- dos Unidos. Este tipo de actividad no es sólo de
do español y el nativo americano, condenados a confrontación y transgresión, “Podemos rein-
repetir involuntariamente el pecado original de ventar nuestras identidades [y] escoger y tomar
la conquista española, agravado por la traición de culturas propias”, declara. Su América mexi-
de la Malinche. cana es el hogar de innumerables intrusiones y
Villarreal deja a Richard en una Nepantla vir- muchas subculturas sobrepuestas —agujeros en
tual —un ningún lugar, atrapado entre el hogar la barda, les llama—. De repente es un jefe indio
y lejos, entre el pasado y el futuro—, no muy dis- con penacho de plumas y hombreras de futbol
tinta a la situación descrita en “Axolotl”, la per- americano empuñando el cañón de un AK-47
turbadora historia de Julio Cortázar (1968), en como si fuera el brazo de una guitarra, de repen-
la que la conquista española cercenó el tiempo te es un vaquero macho ensombrerado y con bi-
para los nativos americanos, dejando a los so- gote, de torso desnudo y con un ventilador.
brevivientes en un estado de animación suspen- Incluso el censo de Estados Unidos para el
dida, como un ajolote del centro de México (una año 2000 reconoció algunas complejidades del
criatura anfibia) inmovilizada en un terrario, in- rompecabezas de la América contemporánea,
capaz de moverse, cautiva en el tiempo infinito haciendo notar que “el maquillaje racial del
para pensar y buscar los límites de los alrede- país se ha transformado desde 1997”, cuando se
dores. En este lado de la frontera, en los años revisaron las categorías raciales para el censo.
ochenta Nepantla favoreció especialmente el des- El Bureau del Censo permite a los encuestados
plazamiento y la victimización de la conquista identificarse con una o más razas: indio ameri-
española del México del siglo xvi y su agrietada cano o nativo de Alaska; asiático; negro o afri-
reubicación en los Estados Unidos, ejemplifica- cano-americano; nativo de Hawai o habitante
da en la novela de Villarreal. de otras islas del Pacífico; blanco, o actualmente
Los viejos hábitos de pensamiento y discri- una sexta categoría: “alguna otra raza”. Otras
minación no han desaparecido, pero en el pai- dos categorías étnicas fueron incluidas, “hispa-
saje de la raza y en los ensayos se refleja una no o latino” y “no hispano o latino”, para gente
California diferente, y distintos suroestes en los que se identifica como hispana y latina a quienes
que cerca de una cuarta parte de la población se les invita a escoger su (s) raza(s). Compárese
nació en el extranjero y muchos son primera ge- esto con el censo de 1930, donde “mexicano” se
neración de estadounidenses. La Malinche ya no consideraba una raza, y la confusión contempo-
es el traidor unidimensional de su gente, quien ránea queda casi completa.
quiera que “su gente” sea; no todos los habi- Actualmente las expresiones de la diversidad y
tantes en México son aztecas o víctimas; y los confusión dinámica son casi tan numerosas como
afromexicanos están siendo reconocidos y están la propia idea que implica. Richard Rodríguez no
alzando la voz. De manera reveladora, la pala- es Guillermo Gómez Peña, pero su mensaje sobre
bra Nepantla como el ningún lugar no apare- la raza en América en Brown: The Last Disco-
ce en estas páginas, y pocho está adaptada por very of América (2002) es similar por su carác-
el artista Guillermo Gómez Peña en su repre- ter subversivo: “Escribo sobre la raza en Améri-
sentación “transdiciplinaria” como un “término ca con la esperanza de socavar la noción de raza
que otorga poder” y una fértil ambigüedad a su en América. Lo café sangra desde un punto a
visión turbo del presente y futuro de un “post otro, sin parar —la línea que separa lo blanco del
México”, siempre cambiante. Al proclamar la negro, por ejemplo—. Lo café confunde. Lo café
muerte del modelo de mestizaje, Gómez Peña se forma en la frontera de la contradicción”. Y en
se deleita con la mezcla de identidades circuns- “Borderlandia” Enrique Chagoya, quien se des-
tanciales y las múltiples crisis que se derraman cribe a sí mismo como “historiador artístico y

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alternativo”, imagina a Superman mezclado con siglo xvii por el mixto imperio o los intentos de
un dios azteca. Los eventos contemporáneos y la las elites del xviii de sujetar un orden social que
historia antigua se encuentran de manera simultá- había roto las ataduras de una clasificación racial
nea más que de forma secuencial y cronológica. Es muy rudimentaria. Los cuadros de castas eran
un mundo de entremezclas donde “todas las cul- un monólogo; la América mexicana de estos ensa-
turas se encuentran y se mezclan de la forma más yos es un murmullo de muchas voces. Confirma
rica, creando el terreno más fértil que las artes que los cuadros de castas negaban que la identi-
hayan imaginado” en un mundo de entrañas des- dad es un blanco móvil. Si muchos concuerdan
garradas, inequidades e impropiedades, “perfecta- en que la síntesis dialéctica que busca Chagoya
mente capaz de destruirse por completo”. Chago- se encuentra en este “tercer espacio” más allá
ya también “piensa en términos de opuestos que de imposiciones y sustituciones, “con una lógica
se compensan uno a otro, una interacción dialéc- diferente de resistencia y contaminación” como
tica […] que ojalá y pueda arrancar alguna car- lo pone Gómez Peña, es algo que está por verse.
cajada”. Esta compleja y siempre cambiante visión La mayoría de los inmigrantes jefes de familia
es evidente también en las asombrosas bardas están demasiado ocupados tratando de ganarse
pintadas de Los Ángeles —“la capital de arte el pan como para tener tiempo para una síntesis
mural del mundo” y sede de la exposición de cua- cultural; las viejas simplicidades raciales no han
dros de casta que inspiraron este libro— a par- desaparecido y los observadores apocalípticos de
tir de los años setenta y principios de los ochenta la escena californiana prevén una distopía som-
con el trabajo de Judith Baca, Yreina Cervantes, bría en el futuro. Quizás esta dinámica América
Judithe Hernández y Los Four, de David Bote- mexicana desdibujará las viejas fronteras na-
llo, George Yepes los Streetscrappers de East Los cionales-raciales hasta hacerlas irreconocibles.
Angeles, hasta los temas disparatados e historias Esto está ciertamente lleno de posibilidades y
alternativas de las más recientes pinturas mu- sorpresas, quizás de muchas heterotopías más
rales, casi siempre con México, Centroamérica y que una distopía o utopía. De cualquier forma, el
500 años de contacto y conexión entre culturas emergente “tercer espacio” de la América mexi-
más o menos incluidas en el cuadro. Intencional- cana ya no está confinado al Suroeste y a pocas
mente o no, le hablan a los cuadros de castas. ciudades en otros lados —Chicago, Detroit, Was-
La confusión dinámica y la clasificación racial hington, D.C. y Nueva York—. Actualmente esto
no constituyen un nuevo contrapunto, pero la pasa casi en todos lados, desde Dubuque hasta
diversidad inclasificable que Gómez Peña y Cha- Kenneth Square, Charlottesville, Cozad, Wichita
goya reconocen no es la misma preocupación del y Walla Walla, y no sólo es un asunto mexicano.

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