Introducción
Bernardo de Clairvaux (Claraval en español) fue un monje cisterciense francés y Abad de
Monasterio de Claraval. Con él la Orden del Císter se expandió por toda Europa y personalmente
pasó a ocupar el primer plano de la influencia religiosa. Participó en los principales conflictos
doctrinales de su época y se implicó en los asuntos importantes de la Iglesia Católica.
Es una personalidad esencial en la historia de la iglesia y la más notable del siglo XII, llegando
incluso a ser el principal impulsor de la naciente Orden Templaria y un apasionado predicador de
la Segunda Cruzada. Ejerció una gran influencia en la vida política y religiosa de Europa en el
siglo XII. Sus contribuciones han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida
monástica y la expansión de la arquitectura gótica.
Infancia y juventud
Bernardo nació en el año 1090 en Fontaine-les-Dijon, en la Borgoña, Francia. Sus padres,
Tescelín, señor de Fontaine, y su madre Aleth de Montbard, pertenecían a la alta nobleza de
Borgoña.
Bernardo, tercero de una familia con siete hijos, entre ellos una sola mujer, fue educado con un
cuidado especial porque, aún antes de nacer, un hombre devoto había anunciado a su madre que
el hijo al que iba a dar a luz iba a tener un gran destino.
A los nueve años de edad Bernardo fue enviado por su padre a la famosa escuela de Chatillon-
sur-Seine, que seguía la antigua regla de San Vorles. Bernardo tenía una gran inclinación por la
literatura y se dedicó durante algún tiempo a la poesía.
Ganó la admiración de sus maestros con su éxito en los estudios, y no menos destacable fue su
crecimiento en la virtud. El gran deseo de Bernardo fue el de progresar en el campo de la
literatura con vista a abordar a fondo el estudio de la Sagrada Escritura.
Bossuet, clérigo, predicador e intelectual francés, decía que todo en Bernardo era piedad. Tenía
una devoción especial a la Santísima Virgen y nadie ha hablado de Ella de manera más sublime.
Bernardo tenía 19 años cuando en 1109 murió Aleth de Montbard, su madre. Fue un momento
muy difícil para él y durante algún tiempo se enfrió su fervor y empezó a inclinarse hacia lo
mundano. Pero las amistades mundanas, por más atractivas y brillantes que fueran, lo dejaban
vacío y lleno de hastío. Después de cada fiesta se sentía más desilusionado del mundo y de sus
placeres.
Incluso en medio de la vida mundana que llevaba, Bernardo poseía un extraordinario carisma de
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atracción personal. Era amable, simpático, inteligente, bondadoso y alegre. Incluso muy apuesto,
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puesto que su hermana Humbelina le llamaba cariñosamente con el apelativo de ojos grandes.
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Su llamado
Bernardo no se hallaba feliz dentro de la vida mundana; él deseaba salirse de ella y encontrar el
camino que le condujera a la paz personal y espiritual que anhelaba. Y por fin llegó. Una noche
de Navidad y en plena celebración litúrgica en el Templo, Bernardo se quedó dormido y le
pareció ver al Niño Jesús en Belén en brazos de María, y que la Madre le ofrecía a su Hijo para
que lo amara y le hiciera amar por los demás.
Desde ese día Bernardo ya no pensó en otra cosa que no fuera consagrarse a la religión y al
apostolado. Fue al Monasterio de monjes benedictinos del Císter y pidió ser admitido en la
orden. El superior, Esteban Harding, lo aceptó con profunda alegría.
Bernardo regresó a su familia a contarles la noticia, pero todos se opusieron a su decisión. Sus
amigos le decían que eso era desperdiciar una gran personalidad para ir a sepultarse vivo en un
monasterio. Su familia no aceptaba su decisión de ninguna manera. Pero Bernardo les habló tan
acertadamente sobre las ventajas y cualidades que tiene la vida religiosa, que logró llevarse al
convento a sus cuatro hermanos mayores, a su tío y a treinta compañeros de la nobleza local, que
dejaron todo para unirse a Cristo.
Cuando le dijeron a Nirvardo, su hermano menor, que iban al Císter para convertirse en
religiosos, el muchacho les respondió: ¡Ajá! ¿Con que vosotros vais a ganaros el cielo y a mí me
dejáis aquí en la tierra? ¡Esto no lo puedo aceptar!. Y un tiempo después también Nirvardo se
hizo religioso del Císter.
Pero antes de entrar al Monasterio, Bernardo llevó a su finca a todos los que deseaban entrar a la
Orden para prepararlos durante varias semanas, entrenándolos acerca del modo de cómo debían
comportarse para llegar a ser unos monjes fervorosos.
En el año de 1112, a la edad de 22 años, Bernardo entra al monasterio benedictino del Císter
acompañado por el grupo al que había preparado. Más tarde entra en la orden Tescelín, su padre,
que era viudo, su hermana Humbelina, su cuñado y su hermano Guido, quien estaba casado y
tenía dos hijas. Humbelina ingresó en el convento de Jully, en que ya estaban su cuñada Isabel y
su sobrina Adelina.
Pero en 1115, ante el doble problema que representaba la masiva presencia del clan de los
Fontaine encabezados por Bernardo, y el repentino hacinamiento que habían provocado en el
Monasterio, el Abad Esteban Harding decidió enviar a Bernardo y a su grupo a fundar el
Monasterio de Claraval, cerca de la frontera suiza (actual Clairvaux-les-Lacs), que fue una de las
primeras fundaciones cistercienses.
Bernardo fue designado Abad del nuevo Monasterio, puesto que desempeñó hasta el fin de su
vida. Fue el Obispo de Chalons-sur-Marne, el filósofo Guillermo de Champeaux, quien ordenó
sacerdote a Bernardo y le bendijo como Abad de Claraval. Guillermo de Champeaux vió siempre
en Bernardo al hombre predestinado, al siervo de Dios. Desde este momento nació una fuerte
amistad entre el Abad Bernardo y el Obispo Guillermo, quien fue profesor de teología en Notre
Dame de París y fundador del monasterio de San Víctor.
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La Orden del Císter
En el siglo III los primeros monjes cristianos provenientes de Egipto y Siria eran en gran parte
ascetas solitarios, anacoretas que posteriormente pasaron a vivir en comunidad por razones de
supervivencia. Estas congregaciones fueron organizándose hasta establecer determinadas reglas
monásticas que asegurasen la convivencia y que con el tiempo se fueron perfilando y
difundiendo. Las premisas para los monakos (solitarios) consistían en dejar atrás todos sus
vínculos para adaptarse a una nueva comunidad que les ofrecía una vida dedicada a la oración y
al ascetismo.
En el siglo IV Benito de Nursia fundó entre Roma y Nápoles el Monasterio de Monte Cassino,
donde aplicó la práctica de la Regla del Maestro, principal referente de la vida monástica
cristiana del Occidente medieval. Tras la invasión lombarda, que supuso la destrucción del
Monasterio y su posterior reedificación, la orden benedictina se tomó como modelo ideal de vida
monástica y proliferaron fundaciones del mismo orden religioso en diferentes países. La
importancia de los oratores (monjes) aumentó hasta el punto de convertirse en uno de los pilares
imprescindibles de la sociedad, junto con los laboratores (trabajadores) y los bellatores
(guerreros).
Con el tiempo las costumbres iniciales se fueron degenerando. Los objetivos de los primeros
ascetas quedaban prácticamente irreconocibles ante las prácticas y el modo de vivir de aquellos
monjes. Tras el intento de reforma de la Abadía de Cluny en el año 910, nació en muchos monjes
la necesidad de aplicar de nuevo los principios de ora et labora (reza y trabaja). En el año 1075
el Monasterio de Molesmes regresaba a los ideales de Monte Cassino. Desde Molesmes 21
monjes fundaron en un bosque cercano a Dijon, llamado Citeaux, una nueva comunidad que
potenciaba la caridad y el voto de pobreza. La Orden se fue configurando durante medio siglo
(1075 al 1125) y en el 1119 se celebró el primer Capítulo y se aprobó la Carta de la Caridad, los
preceptos de la organización del monasterio. Ahí dio inicio lo que sería conocida como la Orden
del Cister.
Para ellos, el monje había descuidado su labor y su lugar en la iglesia. Según ellos los abades no
encarnaban la imagen propuesta por la regla benedictina y se dedicaban a la vida mundana,
pasando demasiado tiempo en las Cortes e interviniendo demasiado tiempo en política.
Acumulaban demasiadas tierras y riquezas y hacían excesos en el comer y en el beber, todo ello
muy alejado de la pobreza, penitencia y soledad que debían practicar para seguir fielmente la
Regla de San Benito. El monje debía llevar una vida de oración, trabajo y acogida de peregrinos,
y poseer una razonable medida de lo material.
La Orden del Císter forma parte de ese movimiento renovador. Conocida como el Císter, es una
orden religiosa fundada por Roberto de Molesmes en 1098. Debe su nombre a la Abadía del
Císter, donde se originó (la antigua Cistercium romana, localidad próxima a Dijon, Francia). En la
Edad Media se les llamó los monjes blancos por el hábito blanco que usaban bajo sus
escapularios negros, lo que les diferenciaba de los monjes negros, que eran los benedictinos.
Del Císter salieron en poco tiempo más de sesenta mil monjes que se diseminaron por Francia,
Italia, España y la Europa Central fundando nuevos monasterios, siempre en zonas yermas o
inhóspitas pero con abundancia de agua.
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Durante el siglo XII, considerada su Edad de Oro, los cistercienses constituían la Orden con más
influencia dentro de la Iglesia católica. Alcanzaron obispados y desempeñaron diversas
funciones eclesiásticas. También tuvieron un fuerte protagonismo en la economía de la Edad
Media, en especial en el desarrollo de técnicas para hacer utilizables terrenos baldíos, y en la
creación de métodos de producción, distribución y venta de granos y de lana. Fueron en gran
parte los responsables de la expansión de la arquitectura gótica por toda Europa y dedicaron
mucho tiempo y esfuerzos en la recogida y copia de manuscritos para sus bibliotecas.
Cuando Roberto de Molesmes, primer Abad de la Orden, dejó la Abadía del Císter en Citeaux
para regresar a su Molesmes natal, dejó el gobierno de la nueva Abadía a Alberico, quien falleció
en 1109. Esteban Harding le sucedió en 1113 como tercer Abad y fue quien propició el ingreso
de Bernardo de Claraval en la Orden del Císter.
Posteriormente Esteban Harding envió al joven Bernardo al frente de un grupo de monjes para
fundar una comunidad en el valle de Absinthe, o Valle de la Amargura, en la Diócesis de
Langres.
La Abadía de Claraval
Para erigir la Abadía Bernardo eligió un lugar apartado en el bosque donde sus monjes tuvieran
que derramar el sudor de su frente para poder cosechar lo que habían sembrado por sí mismos, y
le puso el nombre de Clairvaux (Claraval), que significa valle claro ya que allí el sol ilumina con
fuerza todo el día.
Los comienzos de Claraval fueron confusos y penosos. El régimen impuesto por Bernardo era
muy austero y afectó a su salud. Cuando el Capítulo General del Císter se enteró de sus
dificultades delegó en el Obispo Guillermo de Champeaux la resolución de las mismas. El
Obispo, al darse cuenta de la deplorable salud de Bernardo, le obligó a suavizar la falta de
alimentación y la implacable mortificación que se imponía a sí mismo. Bernardo se vió obligado
a dejar la comunidad temporalmente y a trasladarse a una cabaña que le servía de enfermería y
donde era atendido por otras personas ajenas a la Orden.
En el año 1118 se fundó el Monasterio de las Tres Fuentes, en la Diócesis de Chalons; en 1119 el
de Fontenay, en la Diócesis de Dijon y en 1121 el de Foigny, cerca de Vervins, en la Diócesis de
Soissons. A partir de 1130 se extienden las primeras abadías por Alemania, Inglaterra, Italia y
España.
A pesar de esa prosperidad Bernardo, Abad de Claraval, tuvo sus pruebas. Durante una ausencia
suya de Claraval, el Gran Prior de Cluny, Antonio de Blé, Barón de Uxelles, influyó para
atraerse al sobrino de Bernardo, Roberto de Chatillon, lo cual fue motivo de la más larga y
sentida carta del Abad de Claraval. El Barón de Uxelles logró su objetivo y, ante la ausencia de
Bernardo, Roberto de Chatillon junto con otros monjes salió de la Abadía de Claraval y fundó la
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Sin embargo posteriormente dio su bendición a su sobrino y a su fundación y, en un momento de
gran apuro económico para la Abadía de Noirlac, fue el propio Bernardo quien hizo las gestiones
necesarias ante el Abad Suger, consejero del Rey Luis VII, quien cubrió las necesidades de la
Abadía enviándoles una remesa de trigo.
En las universidades, en los pueblos y hasta en los campos, los jóvenes al oírle hablar de las
excelencias y ventajas espirituales de la vida monástica, se iban en grupos a que él les instruyera
y formara como religiosos. Incluso las muchachas tenían terror de que su novio hablara con
Bernardo.
Durante su vida fundó más de trescientos monasterios e hizo llegar a la santidad a muchos de sus
discípulos. Le llamaban el cazador de almas y vocaciones y con su apostolado consiguió que
más de novecientos monjes hicieran vocación religiosa.
Las gentes llamaban a Bernardo doctor melifluo (el doctor boca de miel). Su inmenso amor a
Dios y a la Virgen María y su deseo constante de salvar almas lo llevaban a estudiar durante
horas cada sermón que iba a pronunciar y, como sus palabras iban precedidas de mucha oración
y de grandes penitencias, el efecto era fulminante entre los oyentes. Escuchar al Abad Bernardo
de Claraval era sinónimo de mejoría espiritual.
Languedoc a los cátaros o albigenses, por quienes fue elogiado. Sin embargo, en Verfeil, cerca
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muerte de Bernardo los cátaros fueron declarados herejes por el Vaticano y su comunidad fue
disuelta a la fuerza. Posiblemente debido a los abucheos infringidos contra Bernardo unos años
antes, muchos cistercienses se pusieron al frente de la cruzada que reprimió el movimiento
cátaro.
1 Organización de la Orden del Temple (1127): En el año 1099 los cruzados recuperaron
Jerusalén y los lugares santos de Palestina. Los peregrinos eran atacados y robados en los
caminos y algunos caballeros decidieron prolongar su voto y dedicar su vida a la defensa de los
peregrinos. En 1127, Hugo de Payens, fundador de los Templarios, solicitó al Papa Honorio II el
reconocimiento de su organización.
Recibieron el apoyo del Abad Bernardo, sobrino de uno de los nueve Caballeros fundadores y a
la postre quinto Gran Maestre de la Orden, André de Montbard. Así se reunió un Concilio en
Troyes para regular su organización.
En el Concilio solicitaron a Bernardo que redactase su regla, que fue sometida a debate y con
algunas modificaciones fue aprobada. La Regla del Temple fue pues una regla cisterciense, pues
contiene grandes analogías con la misma; no podía ser de otra forma ya que el abad era su
inspirador. Era típica de las sociedades medievales, con estructuras jerarquizadas y poderes
totalitarios. Regula la elección de los que mandan y estructura las asambleas para asistirlos y, en
su caso, controlarlos. Después de esta primera redacción hubo una segunda debida a Esteban de
Chartres, Patriarca de Jerusalén, denominada regla latina y cuyo texto se ha mantenido hasta
nuestros días.
Bernardo escribió en 1130, el Elogio de la nueva milicia templaria, que asoció a los lugares de la
vida de Jesús con infinidad de citas bíblicas. Intentó equiparar la nueva milicia a una milicia
divina.
La aparición de dos papas provocó el cisma y enfrentó a media cristiandad, que apoyaba a
Anacleto II, con la otra media, que defendía a Inocencio II. Este último contaba con el apoyo de
Bernardo, que se recorrió Europa desde 1130 a 1137 explicando sus puntos de vista a monarcas,
nobles y prelados.
Su intervención fue decisiva en el Concilio de Estampes, convocado por rey francés Luis VI. Así
mismo, la influencia de Bernardo favoreció la confirmación de Inocencio II, consiguiendo los
apoyos de Enrique I de Inglaterra, el emperador alemán Lotario II, Guillermo de Aquitania, los
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reyes de Aragón y de Castilla, Alfonso VII, y las repúblicas de Génova y Pisa. Finalmente,
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3 Controversia con Abelardo (1139): Abelardo, uno de los primeros escolásticos, se había
iniciado en la dialéctica y mantenía que se debían buscar los fundamentos de la fe con similitudes
basadas en la razón humana. Así argumentaba:
Estas nuevas ideas de Abelardo fueron rechazadas por los que pensaban de forma tradicional,
entre ellos el Abad Bernardo. Así en 1139, Guillermo de Saint-Thierry encontró 19
proposiciones supuestamente heréticas de Abelardo y Bernardo de Claraval las remitió a Roma
para que fuesen condenadas. En el sínodo de Sens exigieron a Abelardo retractarse y al no
hacerlo, el Papa confirmó al Sínodo de Sens y lo condenó por hereje a perpetuo silencio como
docente.
Bernardo en carta a Inocencio II (Contra errores Petri Abaelardi), refutó los supuestos errores
de Abelardo, pues consideraba que la fe sólo debe ser aceptada. La opinión de Bernardo, acerca
del mal empleo que hacía Abelardo de la razón, se ganó el apoyo de místicos e irracionalistas,
que estuvieron de acuerdo con él.
Cincuenta años antes, durante la Primera Cruzada, se estableció en Palestina un reino feudal
gobernado por nobles franceses. En 1144, los ejércitos del Islam tomaron la ciudad cristiana de
Edesa y Jerusalén y Antioquía estaban amenazadas con parecido desastre. Delegaciones de los obispos de
Armenia solicitaron ayuda al Papa y el Rey de Francia también envió embajadores . En 1145 Luis VII
de Francia propuso la cruzada y pidió a Bernardo que la predicase. Este respondió que sólo el
papa le podía encargar esa predicación. El Rey realizó la petición al Papa y fue entonces cuando
el Eugenio III, que había sido monje en Claraval y discípulo de Bernardo, pidió al Santo que
predicase la cruzada y las indulgencias que de ella se derivaban.
El Bernardo que predicó la Cruzada mostró una personalidad diferente a lo que había sido hasta
entonces. Él entendía la vida interior como unión del alma humana con Dios e identificaba la
vida interior con la vida de toda la iglesia, de todo el cuerpo místico, siendo su concepción de la
cruzada básicamente mística.
Bernardo consideraba que la Iglesia Católica podía llamar a las armas a las naciones cristianas
para salvaguardar el orden establecido por Dios. Según él, si Dios juzgaba necesario que los
ejércitos defendieran su reino, si el mismo Papa le ordenaba predicar la Cruzada, estaba claro
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para él que se trataba de una misión divina. Por tanto transmitió a los cristianos que se trataba de
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En un escrito posterior dirigido al Papa así reflexionó sobre la cruzada: Me lo ordenasteis y
obedecí. La autoridad del que me mandaba hizo fecunda mi obediencia. Abrí mis labios, hablé y
se multiplicaron los cruzados, de suerte que quedaron vacías las ciudades y castillos, y
difícilmente se encontraría un hombre por cada siete mujeres.
La predicación realizada en Alemania lo fue en contra de la voluntad del Papa y ganó para la
causa al emperador Conrado III y a numerosos príncipes. Según Maschke, Bernardo es mucho
más fogoso como predicador que como hombre de Estado y, como político de la Iglesia,
electriza a los pueblos de Occidente infundiéndoles la sola voluntad de acudir a la Cruzada.
Los cruzados fueron derrotados por el Islam, lo que provocó un gran pesimismo en toda la
cristiandad. Bernardo de Claraval, quien había sido el principal animador y el que había
encendido a los pueblos, fue llamado embaucador y falso profeta. El fracaso de la Segunda
Cruzada dañó profundamente la confianza en el pontificado y se habló abiertamente de que la fe
cristiana había sufrido un duro revés.
Bernardo quedó muy afectado, aunque le consoló en parte el pensar en que por lo menos había
sido criticado él y no Dios. Así lo escribió en De Consideratione, dirigido al Papa Eugenio III.
Cuando en 1135 tenían unas 90 abadías y aumentaban a un ritmo de 10 nuevas por año, Bernardo
debió pensar que la Orden estaba consolidada y con un crecimiento desmedido, siendo urgente
un modelo de abadía que garantizase la uniformidad de la Orden. También debió reflexionar que
la Orden no podía seguir con las efímeras construcciones de madera y adobe, precisando
monasterios en piedra que sirviesen a las generaciones futuras de monjes.
Ello lo concretó en la construcción en piedra de las dos primeras abadías, Claraval II (a partir de
1135) y Fontenay (comenzada en 1137), que se construyeron de forma simultánea. En las dos
intervino de forma decisiva, ya que de Claraval era su Abad y Fontenay era filial suya. Él fue el
inspirador de ambas construcciones y de sus soluciones formales. Para él, la arquitectura
cisterciense debía reflejar el ascetismo y la pobreza absoluta llevada hasta un desposeimiento
total que practicaban a diario y que constituía el espíritu del Císter. Así terminó definiendo una
estética de simplificación y desnudez que pretendía transmitir los ideales de la orden: silencio,
contemplación, ascetismo y pobreza.
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Estas primeras abadías se construyeron en estilo románico borgoñés, que había alcanzado toda su
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plenitud con la bóveda de cañón apuntada y bóveda de arista. Posteriormente, cuando en 1140
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surgió el estilo gótico en la benedictina abadía de Saint Denis, los cistercienses aceptaron
rápidamente algunos conceptos del nuevo estilo y empezaron a construir en los dos estilos,
siendo frecuentes las abadías donde conviven dependencias románicas y góticas de la misma
época. Con el paso del tiempo, el románico se abandonó.
Ya siendo Papa, mantenían frecuente correspondencia entre ellos, pidiéndole Eugenio que le
escribiera un tratado sobre las obligaciones de ser Papa. El Abad así lo hizo y escribió el tratado
De Consideratione en cinco libros. El primero lo escribió en 1149, el segundo en 1150, el tercero
después del desastre de la cruzada en 1152 y los dos últimos a continuación. Es su tratado más
conocido y aunque lo escribió para el Papa Eugenio, en la práctica lo estaba haciendo también
para todos los papas posteriores. De hecho se conoce la importancia que muchos papas han dado
a este texto.
Bernardo seguía sintiéndose el padre espiritual del papa Eugenio III y así lo manifestó
repetidamente en el prólogo de De Consideratione: El amor que os profeso no os considera
como Señor, os reconoce por hijo suyo entre las insignias y el esplendor de vuestra excelsa
dignidad. Os amé cuando eras pobre, igual os he de amar hecho padre de los pobres y de los
ricos. Porque bien os conozco, no por haber sido hecho padre de los pobres dejáis de ser pobre
de espíritu.
En este escrito Bernardo insiste en la necesidad de la vida interior y de la oración para aquellos
que tienen las mayores responsabilidades de la Iglesia. Escribió sobre el peligro de dejarse llevar
por los asuntos de Estado y descuidar la oración y las realidades de lo alto.
Sobre los poderes del Papa le escribió defendiendo la supremacía del poder espiritual y el
derecho de la Iglesia a emplear los ejércitos seglares. Se basaba en las palabras que los apóstoles
dijeron a Jesús cuando lo apresaron, recogidas en el Evangelio de san Lucas y que él interpretó
para fundamentar de nuevo la doctrina de las dos espadas, presente en el pensamiento cristiano
desde los inicios de la Edad Media:
También le escribió que el poder del papa no es ilimitado: Yerras si, como creo, piensas que tu
poder apostólico es el único instituido por Dios. Dice el apóstol: ―No hay poder que no proceda
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de Dios...Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores‖. No dice ―la autoridad
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superior‖, como si se refiriese a una, sino ―las autoridades superiores‖, como si se refiriese a
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varias. Por tanto, tu poder no es el único que procede de Dios, también proceden de ―Él‖, el
poder de los medianos y de los pequeños. De consideratione
Estaba convencido de que todos los cargos de la Iglesia procedían directamente de Dios y así lo
escribió al Papa: La santa Iglesia romana no es la señora, sino la madre de las iglesias. Vos no
sois el señor de los obispos, sino uno de ellos. De consideratione
Bernardo y su doctrina
Sus fuentes fueron fundamentalmente las Sagradas Escrituras y también las fuentes de la
tradición cristiana. Ambas fueron siempre sus grandes argumentos.
Bernardo creía en la revelación verbal del texto bíblico. Esta creencia, considerada hoy errónea
por la teología católica, la heredó de Orígenes, su maestro en Exégesis. Así, en cada palabra de la
Biblia buscaba interpretaciones y sentidos desconocidos y ocultos. Cuando no comprendía unas
frases o un sentido del texto, se humillaba y pedía a Dios que le iluminara, pues entendía que si
Dios había puesto esa palabra o esa frase y no otra, lo hacía por una razón concreta. Esta fe en la
revelación verbal le originó importantes periodos místicos que quedaron recogidos en sus
escritos.
Su búsqueda de la interpretación del texto sagrado, sin limitarse al sentido pretendido por el
escritor sagrado para obtener de él la justificación de sus experiencias personales, profundiza en
la reflexión y en la contemplación de la misma forma que la Iglesia primitiva y siguiendo la
tradición mística de los padres griegos de la Escuela de Alejandría.
Los libros de la Biblia que más citó y por lo tanto con los que más se identificaba son: el libro de
los Salmos: 1519 veces; las Cartas de Pablo: 1388 veces; el Evangelio de Mateo: 614 veces; el
Evangelio de Juan: 469 veces; el Evangelio según san Lucas: 465 veces; el Libro de Isaías: 358
veces y el Cantar de los Cantares: 241 veces.
La segunda fuente para él era la Tradición. En su tiempo había dos escuelas teológicas
contrarias: la escuela antigua o tradicional, de la que él era el principal exponente, y la escuela
moderna, patrocinada por Abelardo y basada en especulaciones y en la crítica filosófica de las
ideas. Bernardo consideraba estéril la filosofía, pues argumentaba que en nada sirve al hombre
para alcanzar su fin último. Despreciaba a Platón y Aristóteles. En cierta ocasión dijo: “Mis
maestros son los apóstoles; ellos no me han enseñado a leer a Platón ni a ejercitarme en las
disquisiciones de Aristóteles”. Sin embargo Bernardo tenía una concepción neoplatónica del
alma humana, que consideraba estaba creada a imagen y semejanza de Dios y destinada a una
unión perfecta con Él.
Los Padres de la Iglesia que más seguía eran los que entonces se consideraban los maestros más
autorizados de la Iglesia: se declaró fiel discípulo de San Ambrosio y de San Agustín de Hipona,
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los llamó las dos columnas de la Iglesia y escribió que difícilmente se apartaría de su parecer
(Tratado sobre el bautismo).
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En moral su referencia era Gregorio Magno. Copió con frecuencia, aunque sin citarlo, a
Casiodoro en sus comentarios sobre los Salmos. Muchos bellos pensamientos que describió
Bernardo en realidad son de Casiodoro. Entre los Padres griegos, citó a menudo a Orígenes y a
Atanasio. Tenía una gran devoción a Benito de Nursia y a su única obra, la Régula
monasteriorum (la regla de los monjes). Esta obra era la maestra de su corazón y de su intelecto,
y estaba convencido que, como la Biblia, era un libro directamente inspirado por Dios.
Misticismo: Bernardo de Claraval fue el primero que formuló los principios básicos de la
mística, contribuyendo a configurarla como cuerpo espiritual de la Iglesia católica.
Su devoción a la humanidad de Jesús se trató de una innovación basada en el Cristo de los Padres
y de San Pablo. Su forma de relacionarse con Cristo llevó a nuevas formas de espiritualidad
basadas en la imitación de Cristo.
Su teología mística tuvo como fin principal mostrar el camino de la unión espiritual con Dios. Su
doctrina de búsqueda de unión a Dios se inspiró en el estudio de las escrituras y de los Padres de
la Iglesia, así como en su propia experiencia religiosa. El esquema de la mística bernardiana
propone ascender desde lo más profundo del pecado original hasta lo más elevado del amor, la
unión mística con Dios. En este ascenso enumeró cuatro grados de amor, descritos en su tratado
Del amor de Dios:
En primer lugar, pues, se ama el hombre a sí por sí mismo, pues es carne, y no puede gustar
nada fuera de sí. Mas cuando ve que no puede subsistir por sí, comienza a buscar a Dios por la
fe y a amarle, como que le es tan necesario. Ama, pues, en el segundo grado a Dios, pero por sí,
no por Él mismo. Ya después que comenzó, con ocasión de la propia necesidad, a reverenciarle
y frecuentarle, meditando, orando, obedeciéndole, poco a poco en virtud de este género de
familiaridad, se da a conocer Dios y consiguientemente se hace también más dulce, y así pasa al
grado tercero, para amar a Dios no ya por sí, sino por Él mismo En este grado se está mucho
tiempo y desde entonces, juntándose a Él, será con Él un espíritu. Cuando se entra en estas
grandezas espirituales y divinas habría de ser despejado de todas las enfermedades de la carne.
Devoción mariana: En el occidente cristiano y a partir de finales del siglo XI, se desarrolló
masivamente el culto popular a la Virgen María. Bernardo tuvo un papel importante en la
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propagación de ese culto mariano. Su teología sobre María fue rápidamente aceptada por los
fieles y sus sermones se difundieron por toda la cristiandad.
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La figura de María no se entendía como hoy. Así el abad mostró sus dudas sobre la Inmaculada
Concepción: Con toda certeza, sólo la gracia hizo limpia a María del contagio original. La
fiesta de la Inmaculada Concepción es una fiesta que desconocen los ritos de la Iglesia, ni
recomienda la tradición antigua.
Inclusivo no se puede afirmar que patrocinara la Asunción de María, lo cual coincidía con la
corriente antiasuncionista que por aquel entonces predominaba. La influencia del pensamiento de
Bernardo de Claraval sobre misticismo y devoción mariana en las órdenes religiosas europeas
fue muy importante.
Sus escritos más conocidos son los sermones (el sermón en los monasterios de la Edad Media
tenía mucha influencia en la formación religiosa e intelectual del monje). Después los tratados,
breves pero de enorme valor espiritual para la Iglesia católica, desarrollando una doctrina precisa
y coherente. Empleó un elegante latín y fue de los escritores más notables de su época, junto a
Abelardo y Gilberto de la Porée.
Fruto aún de las severas restricciones monásticas que él mismo se había autoimpuesto al
principio de su vida monacal, en 1153 Bernardo sufrió una grave enfermedad estomacal y
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digestiva y por ello no podía retener la comida y las piernas se le hinchaban. Ello le ocasionó una
gran debilidad y, finalmente falleció el 20 de agosto del 1153 a la edad de 63 años, de los cuales
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ANEXO
Dada la importancia de los siguientes temas y personajes incluidos en este trabajo sobre
Bernardo de Claraval, a continuación se detalla la información sobre cada uno de ellos para así
facilitar la comprensión del tema principal, así como una pequeña descripción de algunas
palabras que consideramos significantes dentro de este trabajo.
LOS CATAROS
El catarismo es la doctrina de los cátaros o albigenses, un movimiento religioso de carácter gnóstico que
se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras
del Mediodía francés, especialmente el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores
feudales vasallos de la corona de Aragón.
El catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el
ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros como obra demoníaca.
En respuesta, la Iglesia Católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a
su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para
lograr su erradicación a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el
movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco.
Etimología y origen: El nombre cátaro viene probablemente del griego kazarós, que significa puros.
Los cátaros fueron denominados también albigenses. Este nombre se origina a finales del siglo XII, y es
usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181. El nombre se refiere a la ciudad occitana de
Albi (la antigua Álbiga). Esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la cultura
cátara estaba en Tolosa (Toulouse) y en los distritos vecinos. También era llamada la secta de los
tejedores por el hecho de ser los tejedores y vendedores de tejidos sus principales difusores en Europa
occidental.
El catarismo llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas comerciales, de la mano
de herejías maniqueas (religión universalista fundada por el sabio persa Mani o Manes, quien se creyó el último
de los profetas ) desalojadas por Bizancio. Es difícil formarse una idea exacta de sus doctrinas, ya que
existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen (Rituel cathare de Lyon y Nouveau Testament en
provençal) contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas.
Los primeros cátaros propiamente dichos aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron
descubiertos y ejecutados en la ciudad languedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue
condenada en los sínodos de Charroux (Vienne) (1028) y Tolosa (1056). Se enviaron predicadores para
combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en
Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción
significativa de la nobleza occitana.
Creencias: La herejía cátara tenía sus raíces religiosas en formas estrictas del gnosticismo y el
maniqueísmo. En consecuencia, su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo
estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y otro material
forjado por Satán.
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Los cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán, a semejanza de los gnósticos que
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hablaban del Demiurgo. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no identificaban al Demiurgo con el
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Diablo, probablemente porque el concepto del Diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue
haciendo más y más popular durante la Edad Media.
Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El Diablo
creó el mundo material, las guerras y la Iglesia Católica. Ésta, con su realidad terrena y la difusión de la fe
en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una herramienta de corrupción.
Para los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una ―vestidura‖ de la simiente angélica.
Afirmaban que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina católica
tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por la carne y contagia en el presente al hombre
interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los
católicos, la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exigía un conocimiento (gnosis) del estado
anterior del espíritu para purgar su existencia mundana. No existía para el catarismo aceptación de la
materia, considerada un sofisma tenebroso que obstaculizaba la salvación.
Los cátaros también creían en la reencarnación. Las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de
un autoconocimiento que les llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y
elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar del ciclo era vivir una vida ascética, sin ser
corrompido por el mundo. Aquellos que seguían estas normas eran conocidos como Perfectos. Los
Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles, con facultades para anular los pecados y los
vínculos de las personas con el mundo material.
Negaban el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por tanto impuro, y por ser una
institución de Juan Bautista y no de Cristo. También se oponían radicalmente al matrimonio con fines de
procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al mundo material y aprisionarla en un
cuerpo. Rechazaban comer alimentos procedentes de la generación, como los huevos, la carne y la leche
(sí el pescado, ya que entonces era considerado un "fruto" espontáneo del mar).
Siguiendo estos preceptos, los cátaros practicaban una vida de férreo ascetismo, estricta castidad y
vegetarianismo. Interpretaban la virginidad como la abstención de todo aquello capaz de ―terrenalizar‖ el
elemento espiritual.
Otra creencia cátara opuesta a la doctrina católica era su afirmación de que Jesús no se encarnó, sino que
fue una aparición que se manifestó para mostrar el camino a Dios. Creían que no era posible que un Dios
bueno se hubiese encarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados
por el pecado. Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que el dios Yahvé
descrito en el Antiguo Testamento era realmente el Diablo, ya que había creado el mundo y debido
también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y a sus actividades como «Dios de la
Guerra». Los cátaros negaban por ello la veracidad del Antiguo Testamento.
El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara, con excepción de una suerte de Eucaristía
simbólica, sin transubstanciación (si Cristo era una entidad exclusivamente espiritual, no encarnada, el
pan no podía convertirse en el cuerpo de Cristo).
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Los cátaros también consideraban que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas
con el mundo material.
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Supresión de la doctrina cátara: En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados
para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron
ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania de la época.
Las misiones del cardenal Pedro Crisógono a Tolosa en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano,
en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la
fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo —en particular, las del
Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179)— apenas tuvieron mayor efecto. Cuando
Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe
del IV Concilio de Letrán.
Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara: A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más
real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio
muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si
Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se
concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro
II el Católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc
al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio, el Papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas
afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a
los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros y con los
nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad
extraordinaria que el Papa había conferido a los legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III
suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso
después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido
en Béziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones
a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI
(1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se
había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El
escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho poco creíble, fue el detonante que
comenzó la cruzada contra los albigenses.
El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera
convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés
Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio
III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la
Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía
proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. Por su parte, el Santo Padre, receloso de la
actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de
practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey
aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.
La cruzada contra la herejía: En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la
cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no sólo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y
a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de
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excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz
propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la
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administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a
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los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con el monje Pedro de Castelnau
en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros
podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los
"herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza
del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a
luchar. Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual,
aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a
sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de Albí, Béziers y Carcasona—,
Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros
señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los
obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social
creado por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes y el obispo consigue la adhesión
de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan
preconcebido de los cruzados para exterminar a los habitantes de las bastidas o villas fortificadas que se
les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual,
asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían
negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico, señor feudal de Ramón Roger Trencavel, no
eliminaron a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona
muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón
de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes,
Cabaret y Lavaur (este último con la ayuda de la compañía del obispo Folquet de Tolosa). A partir de
entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.
La batalla de Muret: La batalla de Beziers y el expolio de los Trencavel por Simón de Montfort van a
avivar entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después
de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo
Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una segunda
sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes occitanos,
Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el emperador del Sacro
Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón- intenta obtener
de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El papa accede a resolver el problema
religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de
Saint Gilles (julio de 1210) y Montpellier (febrero de 1211), el conde de Tolosa rechaza la reconciliación
cuando el legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de la
ciudad, y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –príncipes, señores de
castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada-, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al
obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio de Tolosa en junio de 1211, pero
tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad.
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Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes
occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de
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Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de
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Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la
Santa Sede tras su coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victoria cristiana contra los
musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado
medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante con los
cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón
francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime
–el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte,
Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la
promesa de cederlo a Simón de Montfort sólo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por
impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro
el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el
rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de
Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede.
En respuesta a Simón, Pedro el Católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y
del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ese era el único medio seguro de erradicar la "herejía", el papa Inocencio III
se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta
en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y
de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa
acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de
Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como
conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia
como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Fue, sin embargo, un
dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven —el futuro
Ramón VII de Tolosa (1222-1249), que culmina en la muerte de Simón— en 1218 y en el retorno a
Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
El fin de la guerra: La guerra terminó definitivamente con el tratado de París (1229), por el cual el rey de
Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers (los Trencavel)
de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, el catarismo no
se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la herejía. Operando en el sur de Tolosa,
Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la
erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de
Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.
El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos
seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) junto
al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en
1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.
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Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos,
escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos
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intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo
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XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los
registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
La realidad histórica del catarismo se ha desvirtuado a menudo desde diferentes prismas ideológicos.
Algunos, como la propia Iglesia, no supieron entender el descontento con el materialismo, los abusos y
las contradicciones de las instituciones de la época que subyacía en el auge de estos fenómenos heréticos.
Otros los han idealizado y los describen como "cristianos verdaderos" o "cristianos evolucionados",
dotados de una visión más liberal del mundo, imagen que poco tiene que ver con los cátaros reales (una
secta maniquea que abominaba por entero de la materia).
También se ha exagerado el papel de la mujer en el catarismo, ya que si bien es cierto que existía cierto
igualitarismo, así como Perfectos y Perfectas, esto no se debía tanto a ideas avanzadas como a la creencia
en que el sexo, expresión impura de la materia, no merecía consideración alguna
La visión, muy difundida, de una sociedad cátara languedociana pacífica y armoniosa en contraste con el
resto de la sociedad feudal, dominada por nobles crueles y ambiciosos y una Iglesia embrutecida por
intereses terrenales, también debe ser matizada. La sociedad civil cátara pudo ser relativamente permisiva
(más por la indiferencia total hacia lo mundano de la religión cátara que por una mentalidad abierta en el
sentido actual), pero los cátaros ejercieron formas propias de intolerancia y violencia religiosas, y las
simpatías de la nobleza local por los herejes se debieron al interés más que a la convicción, como sucedía
con los nobles del resto de Europa y el clero católico.
La literatura esotérica ha otorgado a los cátaros el papel de guardianes de supuestos secretos legendarios
(como el Santo Grial) y los ha relacionado equívocamente con los Templarios y los Hospitalarios,
contribuyendo aún más a la falsa imagen que a menudo se tiene hoy de este movimiento religioso.
ORIGENES
Orígenes es considerado uno de los Padres de la Iglesia católica y junto con San Agustín de
Hipona y Santo Tomás de Aquino, uno de los tres pilares de la teología cristiana. Orígenes nació
en el año 185 d.C. en Alejandría, Egipto, y falleció en el 254 en Tiro, Siria.
Hijo de Leónides y de Prudencia, ambos considerados santos por la Iglesia católica, fue discípulo
de Clemente de Alejandría, destacado maestro de aquella ciudad, y de Ammonio Saccas, filósofo
de la misma ciudad egipcia. Orígenes enseñó el cristianismo tanto a paganos como a cristianos y
viajó a Palestina en el año 216 tras ser invitado a dar conferencias sobre las Escrituras, pues se
caracterizaba por su gran erudición, llegando a ser un gran exégeta.
por Eusebio Pamphili, obispo de Cesárea, fue la ordenación sacerdotal que Orígenes recibió en
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Cesárea sin conocimiento del Obispo Demetrio de Alejandría, por parte de los obispos Teoctisto
de Cesárea y Alejandro de Jerusalén.
Debemos tener en cuenta que según las ideas de aquella época, Orígenes no podía recibir las
órdenes por ser eunuco, ya que se autoemasculó en su juventud en un arrebato de ascesis y como
protección de su celibato.
En el año 248 escribió ocho libros contra el filósofo griego Celso por su crítica contra el
cristianismo, y en el año 250 fue encarcelado durante las persecuciones emprendidas por el
emperador Decio contra el cristianismo. Fue sometido a tortura durante un año entero y falleció
cuatro años después de su arresto como consecuencia del maltrato sufrido.
Las enseñanzas de Orígenes contienen muchas especulaciones sobre temas en que la Iglesia de
su época no se había definido. Algunas de sus ideas especulativas, como la apocatástasis, en que
según Orígenes en el fin de los tiempos tanto pecadores como no pecadores volverán a ser uno
con Dios, fueron considerados erróneas a la luz del desarrollo posterior de la doctrina católica,
que a su vez ha aceptado la validez del resto de sus enseñanzas.
Año del señor de 1118. Los cruzados occidentales gobiernan Jerusalén bajo el mandato del Rey
Balduino II. Es primavera y nueve caballeros, con Hugo de Payns a la cabeza, y a similitud de
los ya existentes "Caballeros del Santo Sepulcro", fundan una nueva orden de caballería, con el
beneplácito del rey de la ciudad. Han nacido los Templarios.
El primer Maestre Hugo de Payns, nació en un noble caserío cercano a Troyes hacia el año 1080.
Con una sólida educación cristiana y un hábil manejo de las armas, sintió desde muy joven la
misma vocación de monje que de soldado.
Se alistó en la Primera Cruzada antes de haber cumplido los veinte años, enrolado entre las
tropas del conde Hugo de Vermandois, hermano de Felipe I, Rey de Francia. Es durante dicha
cruzada de desbordante fe, cuanto el joven Hugo se da cuenta de que es posible aunar sus dos
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tardó en encontrar otros ocho compañeros que participaran de su ideal y concepción de la vida.
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Históricamente los nueve fundadores de la Orden templaria fueron: Hugo de Payns, Geoffroy de
Saint-Omer, Andre de Montbar, Archamband de Saint-Aigman, Payer de Muntidier, Godofredo
Bisson, Gondemaro, Hugo Rigaud y Rolando. Uno de los primeros caballeros del Temple fue
Jean d’Avallon, conocido como Juan de Jerusalén, quien escribió unas profecías que
supuestamente deben cumplirse en el transcurso del siglo XXI, conocidas como Protocolo
secreto de las profecías y cuyo texto íntegro se encuentra en este Anexo al trabajo sobre
Bernardo de Claraval.
Es significativo señalar que el rey Balduino II de Jerusalén donó a los templarios la mezquita
blanca de al-Aqsa como su cuartel general en Jerusalén, la cual se identificaba como parte del
emplazamiento exacto del Templo de Salomón.
Esos primeros nueve caballeros no admitieron a nadie más en la recién creada Orden durante los
primeros nueve años de su existencia. Algunas especulaciones relacionan esa decisión con una
excavación que secretamente llevaban a cabo en los sótanos del Templo, tarea de la cual sólo
unos pocos elegidos habrían tenido conocimiento, aún cuando históricamente no se ha podido
confirmar nada al respecto.
Así pues, parece ser que durante los primeros nueve años, los Caballeros del Temple no hacen
otra cosa que proteger a los peregrinos, sobre todo en el peligroso camino del puerto de Jaffa a
las murallas de Jerusalén. Sin embargo, a pesar de su valor y abnegado servicio, no consta que
participaran en las campañas de los reyes del nuevo reino cristiano desde el fin de la Primera
Cruzada, lo que refuerza la hipótesis anteriormente citada y defendida por algunos historiadores,
que les tendría ocupados durante largo tiempo. De todas formas, esto sería entrar en el terreno de
la mera suposición.
En 1127, el Maestre Hugo de Payns, una vez obtenida la aprobación de los Templarios por el
Patriarca de Jerusalén, preparó un viaje a Roma con el fin de obtener una definitiva aprobación
pontificia, y que de ese modo el Temple se convirtiera en Orden militar de pleno derecho.
Balduino II, regente de Jerusalén, escribió al entonces Abad de Claraval, Bernardo, para que
favoreciese al primer Maestre de la Orden ante la Iglesia.
San Bernardo de Claraval, perteneciente a la Orden monacal del Císter, era a sus veinticinco
años una personalidad espiritualmente arrolladora, activísimo trabajador, que funda numerosos
monasterios, escribe a reyes, al Papa, obispos y monjes; redacta tratados de teología y está
siempre en oración y batallando a los enemigos de la fe romana. Tenía además, dos pariente
próximos entre los nueve fundadores del Temple (Hugo de Payns y Andrés de Montbard, que era
su tío), por lo que parece probable que tuviese ya noticias de la fundación de la nueva agrupación
de monjes-soldados. Así pues, como esta nueva Orden colmaba su propia idea de sacralización
de la milicia, recibió con todo entusiasmo la carta del rey Balduino y se convirtió en el principal
valedor del Temple.
Por el momento, los Templarios habían recibido de los canónigos del Santo Sepulcro la misma
Regla de San Agustín que ellos profesaban, pero el abad de Claraval deseaba algo más próximo
y original para sus nuevos protegidos. Lo primero que hizo fue gestionar a favor de su pariente
Hugo de Payns y los cuatro templarios que le acompañaban, una acogida positiva y cordial por
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parte del Papa Honorio II, a quien los fundadores del Temple estaban a punto de visitar en Roma.
De acuerdo con la propuesta de Bernardo, en la primavera de 1228 se celebró un concilio
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dos arzobispos, diez obispos, siete abades, dos escolásticos e infinidad de otros personajes
eclesiásticos, todo ello bajo la presidencia de un legado papal, el cardenal Mateo de Albano.
El hábil Abad Bernardo, que de una manera u otra estaba vinculado a la mayoría de los
asistentes, expuso los principios y primeros servicios de la Orden, y luego supo responder con
prontitud a todas las preguntas que le fueron formuladas. El Concilio de Troyes, tras varias
semanas de interrogatorios y deliberaciones, aprobó a la Orden del Temple con entusiasmo,
como una especie de institucionalización de la Cruzada. De esta manera quedó establecida
"oficialmente" la Orden del Temple. El concilio pidió a los nobles y a los príncipes que ayudasen
a la nueva fundación y encargó a Bernardo de Claraval que redactase una Regla original para los
Templarios.
La decisión de San Bernardo fue la de adaptar al Temple la dura Regla del Cister, con arreglo a
la cual la Orden militar organizó su vida monacal. Los Templarios, en cuanto monjes en sentido
pleno, debían pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia, más un cuarto voto de
contribuir a la conquista y conservación de Tierra Santa, para lo cual, si fuera necesario, darían
gustosos la vida.
"Un Caballero de Cristo es un cruzado en todo momento, al hallarse entregado a una doble
pelea: frente a las tentaciones de la carne y la sangre, a la vez que frente a las fuerzas
espirituales del cielo. Avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a su derecha o a
su izquierda, con el pecho cubierto por la cota de malla y el alma bien equipada con la fe. Al
contar con estas dos protecciones, no teme a hombres ni a demonio alguno."
Bernardo de Claraval
Pero la historia nos ilustra el fracaso de la segunda cruzada. Los reyes europeos y los nobles no
tardaron en encontrar chivos expiatorios para justificar la derrota de la cristiandad por los
paganos. Los ideales eran San Bernardo y su querida ―Orden Templaria‖. No faltó quien le
infiriera a San Bernardo epítetos como embaucador, embustero y falso profeta.
Los reyes europeos estaban quebrados económicamente. Las cruzadas habían mermado el tesoro
público y endeudado a los reyes. Paralelamente la Orden del Temple nadaba en riquezas. Los
eruditos los suelen colocar como los fundadores de la banca moderna. Poseían tierras, edificios y
un sinnúmero de propiedades. Muchos estudiosos del tema templario manifiestan también que
habían acumulado muchos pergaminos antiguos de los tiempos bíblicos que afectaban las
interpretaciones vaticanas sobre las Sagradas Escrituras.
El rey Felipe IV de Francia se encontraba en bancarrota, producto de los gastos excesivos que
significó la aventura de las cruzadas, y sus principales acreedores eran los Templarios. El Papa
Clemente V tenía razones personales para desconfiar de los Templarios ya que éstos se habían
hecho demasiado poderosos económicamente y además tenían una gran influencia tanto religiosa
como política en toda Europa.
El rey francés y el Papado se pusieron de acuerdo para destruir el poder de los Templarios. Como
un solo cuerpo estratégico, el viernes 13 de octubre de 1307 el rey Felipe arresta a ciento
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cuarenta Templarios y a su líder Jacques de Molay. Los acusan de herejía, sodomía, adoración de
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ídolos, etc. Simultáneamente Clemente V les abre juicio por los mismos cargos. Los Templarios
son quemados en la hoguera después de confesiones fraudulentas producto de las torturas por
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parte de la Inquisición. A través de la bula Vox Clamatis el Papa abolió la Orden del Temple y
acto seguido confiscaron todos los bienes y la mayoría fue trasladada a la Orden de los
Hospitalarios de San Juan, que luego se llamaría Orden de Malta, adscrita a la influencia
vaticana. Dicen algunos estudiosos que el golpe a los Templarios los tomó con cierto grado de
precaución ya que pudieron salvar parte del tesoro templario, y lo trasladaron en dieciocho
galeras desde Francia hacia Escocia y Portugal.
Sin embargo dicho pergamino fue hallado en el año 2001 por la arqueóloga Bárbara Frale como
consecuencia de unas investigaciones que estaba realizando en la ciudad francesa de Chinon, por
lo cual el mencionado documento fue hecho público como el manuscrito de Chinon.
Consecuentemente la Orden del Temple sigue activa en muchos países y está considerada por la
ONU como una ONG al servicio de los necesitados.
En un manuscrito anónimo descubierto en Zagorsk, cerca de Moscú, y que data del siglo XIV,
califica a Juan de Jerusalén de prudente entre los prudentes, santo entre los santos y que sabía
leer y escuchar el cielo. También señala que Juan solía retirarse frecuentemente al desierto para
rezar y meditar, y que estaba en la frontera entre la Tierra y el cielo.
Estas profecías estuvieron ocultas durante muchos años, hasta que en el transcurso de la 2da
Guerra Mundial, en 1941, fueron halladas por la S.S. en una sinagoga de Varsovia; luego de la
caída de la Alemania nazi, desaparecieron nuevamente, hasta que fueron descubiertas en años
recientes en los archivos secretos de la KG B soviética, según afirman algunos investigadores.
Las profecías parecen escritas específicamente para este fin de milenio, como si éste fuera el
tiempo en que deben darse a conocer. Todas ellas comienzan con la frase: ―Cuando empiece el
año mil que sigue al año mil...‖; a pesar de su descarnada crudeza , son de una gran belleza
poética, lo cual las hace diferentes a otros textos proféticos.
Juan de Jerusalén escribió hace casi mil años: Veo y conozco. Mis ojos descubren en el cielo lo
que será, y atravieso el tiempo de un solo paso. Una mano me guía hacia lo que ni veis ni
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Cuando empiece el año mil que sigue al año mil.....
El hambre oprime el vientre de tantos hombres y el frío aterirá tantas manos, que estos querrán
ver otro mundo. Y vendrán mercaderes de ilusiones que ofrecerán el veneno... Pero este destruirá
los cuerpos y pudrirá las almas; y aquellos que hayan mezclado el veneno con su sangre serán
como bestias salvajes caídas en una trampa, y matarán, y violarán, y despojarán, y robarán; y la
vida será un Apocalipsis cotidiano.
Y el hombre estará solo como un lobo, en el odio a sí mismo. Los poderosos se apropiarán de las
mejores tierras y las mujeres más bellas; los pobres y los débiles serán ganado, los poblados se
convertirán en plazas fuertes; el miedo invadirá los corazones como un veneno.
tierra carecerá de ella y el aire consumirá los cuerpos de los más débiles.
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Cuando empiece el año mil que sigue al año mil.....
La tierra temblará en muchos lugares y las ciudades se hundirán; todo lo que se haya construido
sin escuchar a los sabios será amenazado y destruido; el lodo inundará los pueblos y el suelo se
abrirá bajo los palacios. El hombre se obstinará porque el orgullo es su locura; no escuchará las
advertencias repetidas de la tierra, pero el incendio destruirá las nuevas Romas y, entre los
escombros acumulados, los pobres y los bárbaros, a pesar de las legiones, saquearán las riquezas
abandonadas...
PERSONALIDAD HISTRIONICA
La personalidad histriónica está especialmente caracterizada por la afectividad. La persona
marcada por esa tendencia suele ser bastante demandante de la atención y la aceptación por otras
personas, utilizando normalmente para ello la seducción. Las personas con estas características
generalmente tienen una buena capacidad de desenvolverse tanto social como laboralmente.
ESCOLASTICA
Doctrina o tendencia filosófica de la Edad Media iniciada por Santo Tomás de Aquino (1225-
1274) que organiza filosóficamente los dogmas de la Iglesia Católica, tomando como base los
libros de Aristóteles. Es una tendencia a pensar que las opiniones o las ideologías clásicas y
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EXEGESIS
La palabra exégesis proviene del término griego guiar hacia fuera y es un concepto que
involucra una interpretación crítica y completa de un texto, especialmente si es religioso. El
exégeta es una persona que practica esta ciencia, y la forma adjetiva es exegético.
Uno de los principales exégetas fue Orígenes, de quien se ha descrito su historia en este mismo
Anexo dentro del trabajo sobre Bernardo de Claraval.
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