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MARCOS MALAVIA: “CORPS-TEXTO.

PALABRAS DE MIMO”

Actor: Marcos Malavia


Autores: Barrault, Roland, Jodorowsky y Malavia
Festival Internacional de Teatro. Santa Cruz Bolivia
Por: Jorge Alcoba Arias

La obra que queremos comentar


es la de Marcos Malavia: “Corps-
Texto. Palabras de mimo”. La
misma fue presentada como
parte del VIII Festival
Internacional de Teatro, el día 13
de abril en la Casa de la Cultura
de la Ciudad de Santa Cruz –
Bolivia.

No sé si piensan lo mismo, pero


hasta ahora tengo la impresión
que la puesta en escena de esta
obra, fue algo así como una exposición magistral sobre lo que la importancia
que tiene el cuerpo para expresar el arte del mimo. El trabajo se inicia
señalando con palabras y con hechos, las posibilidades y alternativas que tienen
los pies, las manos, el rostro, incluso el hueso sacro para un mimo.

El cándido espectador se entretiene al principio con estos planteamientos, hasta


que cae en cuenta que lo que sostiene el mimo sucede también en su propio
cuerpo: Es verdad: A pesar de las contradicciones intrínsecas al cuerpo humano
- lado derecho y lado izquierdo - ambos viven en armonía: ¡Jo!

De los cuadros, permítanme destacar algunos. Primero, el nacimiento y


desarrollo de un hermoso árbol que nace y crece en el escenario. De pequeñito,
se puede palpar cómo el retoño se abre campo para recibir el tonificante viento
cruceño, con el cual, de a poco, aprende a convivir. Pero luego se hace grande
y lo soporta con tranquilidad. Luego, el del campanero, que nos ilusionó tanto
que no es exagerado decir que vimos y escuchamos la amplia campana de la
catedral echada al viento. ¿Y qué me dicen de las angustiosas cajas que se
abren y se cierran sobre el actor, como castigos inmisericordes por su manera
de vivir y de pensar? En este caso el mensaje es claro: Si quieres salir de tu
propio encierro debes romperlas, pero con violencia. ¡Qué ganas de volver a
leer “Demián” de H. Hesse! A estas alturas de la función, ya no queda ninguna
duda que el actor ha triunfado sobre su cuerpo y sobre nuestros cuerpos y
mentes.

Luego viene la presentación de imágenes que representan mundos más


complejos, que precisan del uso combinado de varias partes del cuerpo
humano. Si bien es bello el “Icaro”, estimo que se llevó la flor la historia del
hombre que se alimentaba de corazones. Unos la disfrutaron fenoménicamente:
Apreciaron lo que veían (E. Durkheim). Veamos este caso. Se trataba del
cuento sórdido de un varón adulto, a quien se ve preparar un terrible cuchillo,
que lo usa tanto para asesinar como para carnear. De pronto, aterrados,
contémplanos el vuelo del instrumento, primero tajeando e introduciéndose en
el cuerpo escogido y luego, ejecutando el corte preciso, que permita extraer tan
delicado órgano, aún latiente: Uno duro como una piedra, otro pequeñito y
miserable. Incluso, en una oportunidad, el personaje no halló nada. Pero, como
el que busca encuentra, el asesino pronto ubicó a una niña inocente, cuyo
corazón le encantó y satisfizo su paladar del homicida, por su excelente sabor y
textura. Más luego el delincuente - múltiple y temático - se arrepiente
sinceramente y, gracias esta actitud, el acto sádico se transmuta en milagro: La
niña vuelve a la vida pues el asesino le entrega su propio corazón.

Pero este cuadro también puede verse en “clave de re”. ¿Qué es eso? Pues
relacionando lo que se ve con las ansiedades que todo adulto, no muy
“decente” que se diga, tiene adentro: El sueño secreto de todo vampiro, de
poder encontrar, algún día, carne fresca. Y desde este ángulo, la historia
cambia y la historia del arrepentimiento del asesino deja de tener sentido.
Porque no es un corazón joven lo que se ansía comer, sino la juventud misma.
Se trata de dañar para satisfacer el placer egoísta de perdurar. No se trata de
matar a ninguna jovencita, sino de conquistarla (¡no de comprar!). De asediar
su corazón, símbolo de la vida misma, hasta que ella se entregue. Si lo hace,
triunfamos.
¡A ver si podemos, dijo el ciego! De acá surge la gran lección: Si eso es lo que
deseabas: ¿De qué te arrepientes? Si eso deseaba el asesino, a qué
arrepentirse. Pero esta vuelta a la tuerca, que tal vez estuvo en la mente del
actor, no es la que se ve. Lástima. Pero no importa, pues igual en mi
imaginación he transformado la última escena de carácter cristiano, en otra
más vital y profunda. Y esto es lo que logró la obra, en mayor o menor medida,
en todos nosotros: Desbordar nuestra imaginación.

Otro cuadro bello, es la escena de “las máscaras”. Ésta nos permitió observar el
manejo hábil de varias herramientas: Un cincel, un pincel, un buril, un combo,
todas chocando, acariciando o estrellándose contra la madera, para fabricar
varias máscaras, que luego fueron a parar al rostro del mimo, iluminándolo de
ira, risa y dolor, tan rápidamente como sea posible: Es el artista en la plenitud
de su capacidad actoral, asombrándonos a muerte. También estuvieron “el
caballo”, la “bicicleta”, el “fuego” (con su insinuante ballet de música de
percusión), el “aire”, etc. Y al final, oh horror, el árbol esplendoroso del
principio, muriendo.

La escenografía es escueta y bien pensada. Las luces también, iluminaron


adecuadamente la actuación. ¡Y el silencio del público!, ni que fuera una misa.
El teatro quedó chico. Hubieron dos colas, una de los que tenían boletos y la
otra de los que esperaban que alguien faltase a la función, para ocupar sus
lugares. ¡No falto nadie: Qué iban a faltar! Al final, los estruendosos aplausos
de grandes y chicos. Una ovación generalizada que solicitó, por tres veces
consecutivas, el retorno del actor.

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