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ARGENTINA 1955-1976.

De la crisis de hegemonía a la crisis


orgánica. Una secuencia didáctica, por Mabel Scaltritti

1. La inestabilidad política en Argentina (1955-1976)

Una de las características fundamentales de la vida política argentina durante el


período 1955-1976 fue la inestabilidad. Como puede verse en el siguiente cuadro, la
etapa se caracteriza por la alternancia de dictaduras, semidemocracias y
democracias. Desde el punto de vista de las políticas económicas, también es clara la
imposibilidad de los distintos grupos en pugna por imponer establemente su proyecto
o modelo económico-social.
Actividad 1: Analizar los cuadros siguientes y anotar preguntas e inferencias que
se vayan presentando en el análisis.

1
1.1 La interpretación de Juan Carlos Portantiero

El artículo de nuestro texto de estudio -escrito por Sergio Nicanoff y Sebastián


Rodríguez1- se centra en dos problemáticas centrales del período 1955-1976. Una de
ellas es la inestabilidad política; la otra, la violencia política.
En relación con la primera, ambos autores analizan distintas interpretaciones o
explicaciones existentes dentro del mundo académico. Para facilitar su comprensión,
es necesario tener en cuenta que la burguesía argentina hacia los años ’60, es una
clase dividida en tres fracciones: la burguesía agraria (B.A.), la burguesía industrial
nacional (B.I.N.) y la burguesía industrial transnacional (B.I.T.).
De las diferentes versiones abordadas por Nicanoff y Rodríguez sobre el tema de la
inestabilidad política, nos vamos a ocupar de desplegar la interpretación de Juan
Carlos Portantiero.
Portantiero sostiene que la inestabilidad que se produce en la Argentina
postperonista es fruto de una lucha interburguesa, en la que se enfrentan sobre todo
las fracciones más poderosas de la burguesía (la BA y la BIT) por imponer sus
proyectos. Esa lucha no se resuelve con una victoria perdurable de algunas de las dos
fracciones porque existe un empate de fuerzas (que Portantiero llama “empate
hegemónico”). Cada una de estas fracciones burguesas cuenta con la capacidad para
vetar cualquier proyecto antagónico, pero carece del impulso necesario para imponer
el suyo propio, terminando la puja en un juego de fuerzas de suma cero. Dicho de
otro modo, cada una de ellas carece de la fuerza suficiente para imponer su
hegemonía al resto de la burguesía y al conjunto de la sociedad argentina. De allí la
precariedad, la inestabilidad y la debilidad del sistema político argentino.
La inestabilidad política sería entonces –según Portantiero- el resultado de una crisis
de hegemonía, es decir una imposibilidad por parte de algún sector de la sociedad
(en este caso de alguna de las fracciones burguesas en pugna) para ejercer la
dominación con consenso. La crisis de hegemonía resulta de la incapacidad de la
clase dominante para impregnar a la sociedad en su conjunto de sus valores
culturales e ideológicos, de forma tal que su dominación pueda ejercerse con
consentimiento y no sólo a través de la coerción y del uso de la fuerza. 2

1
Sergio Nicanoff y Sebastián Rodríguez, La “Revolución Argentina” y la crisis de la sociedad
postperonista (1966-1973), en AAVV, Historia Argentina Contemporánea. Pasados presentes de la
política la economía y el conflicto social, Buenos Aires, Dialektik, 2008, p. 251 y sig.
2
Otras interpretaciones analizadas en el artículo citado, son las de Guillermo O’Donnell y Alfredo
Pucciarelli. Aunque divergen en sus análisis e interpretaciones, tanto estas dos últimas como la de Juan
Carlos Portantiero, todas explican la inestabilidad que caracterizó a la vida política argentina del período
a partir de la crisis de hegemonía. Para profundizar sobre la noción de hegemonía y crisis hegemónica,
ver AAVV, Historia Argentina Contemporánea, Pasados presentes de la política, la economía y el
conflicto social, op. cit., pág. 21 y 22.

2
1.2 Lucha inter-burguesa: proyectos económico-sociales en
pugna

Para entender qué discutían las distintas fracciones de la burguesía, cuáles eran
sus modelos o proyectos de país, así como los grupos políticos que expresaban sus
intereses, vamos a leer el siguiente texto de Marcelo Cavarozzi y el cuadro
trabajado en la actividad 1).
Luego, sistematizaremos la información de ambas fuentes en el cuadro sobre los
modelos socio-económicos de la pág. 4.

“A partir de 1956 fueron emergiendo gradualmente tres posiciones divergentes en el campo


del antiperonismo: la del populismo reformista, la desarrollista y la liberal. La primera no
cuestionó las premisas básicas del modelo impulsado durante la década peronista. Por el
contrario, alentó la posibilidad –y conveniencia- de promover simultáneamente los intereses
de la clase obrera y la burguesía urbana, y propuso una política nacionalista moderada, que
impidiera, o al menos limitara, la presencia del capital extranjero en sectores tales como
energía, comunicaciones, y la producción de bienes de capital. Esta posición combinaba
elementos reformistas y populistas y, en realidad, sólo formuló dos críticas importantes a las
políticas económicas del gobierno peronista. Por una parte, el populismo reformista sostuvo
que las políticas de Perón habían desalentado la producción agropecuaria, acusación que
quedaba corroborada por el estancamiento de la producción en esa área a lo largo del
gobierno peronista. Por otra parte, esta posición argumentó que se había fracasado en la
promoción de la industria pesada y el desarrollo de la infraestructura económica, y que el
Estado había expandido desproporcionadamente sus gastos corrientes, retrasando la
inversión en obras públicas.

Las consignas del populismo reformista fueron promovidas por el radicalismo, que se había
transformado en la única oposición partidaria organizada después de 1946.

En 1956 el partido se dividió; un ala, la radical intransigente o frondizista, era partidaria de


una gradual legalización del peronismo, la otra, los radicales del pueblo, permanecieron
cercanos a la posición proscriptiva, más dura de los militares. En todo caso, las facciones
mayoritarias de los dos nuevos partidos mantuvieron su adhesión al programa de
Avellaneda, que proponía en lo económico una serie de medidas de carácter nacionalista y
reformista.

Sin embargo, cuando el líder de los intransigentes, Arturo Frondizi, fue elegido presidente en
1958, redefinió radicalmente la orientación económica del partido, articulando una posición
enteramente distinta, la desarrollista, y fue la otra fracción, es decir los radicales del pueblo,
quienes mantuvieron su apoyo a los postulados del populismo reformista.

Los desarrollistas, en cambio, sostuvieron que el estancamiento económico de la Argentina


se debía principalmente a un retardo en el crecimiento de las industrias de base. Tal
debilidad, según esta postura, sólo podía superarse mediante un proceso de “profundización”
que abarcara la expansión de los sectores productores de bienes de capital e intermedios, y
de la infraestructura económica. Asimismo, la posición desarrollista postuló que el modelo de
conciliación de clases del período 1945-1955 tenía, al menos en el corto plazo, una
contradicción ineludible. La misma sólo podía ser resuelta disminuyendo el salario real de los
trabajadores para aumentar la renta de los industriales; tal aumento era, a su vez,
considerado un requisito indispensable para una elevación significativa del nivel de inversión.
Finalmente, los desarrollistas abogaron por un cambio sustancial en las políticas relacionadas
con el capital extranjero, aplicadas en el país desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El
desarrollismo sostuvo que, dado que los recursos locales de capital eran insuficientes para
lograr la deseada “profundización”, se requería una incorporación masiva de capital

3
extranjero a la economía. El desarrollismo recién se terminó de articular en 1958, cuando
Frondizi cambió de curso y tiró por la borda el programa “nacional y popular” que había
contribuido significativamente a generar los apoyos sociales que le permitieron alcanzar la
victoria en las elecciones de ese año.

Como hemos visto, el desarrollismo no prestó un apoyo irrestricto al modelo de conciliación


de clases, sino que propugnó la introducción de significativos ajustes del mismo. Tales
modificaciones tuvieron como objeto introducir un cambio en la correlación de fuerzas en
favor de la burguesía urbana. A pesar de ello, el programa desarrollista no cuestionó los
aspectos centrales del proceso de industrialización sustitutiva inaugurado en los años treinta.
Por el contrario, los políticos desarrollistas impulsaron tanto la aceleración como la
ampliación cualitativa del proceso de industrialización.

Comparativamente, la última de las posiciones, la liberal, fue mucho más lejos en la crítica
del proceso de industrialización iniciado en la década de 1930 y de las prácticas sociales y
políticas asociadas al mismo. Los liberales no sólo criticaron el modelo de conciliación de
clases; cuestionaron también la premisa según la cual el desarrollo industrial debía constituir
el núcleo dinámico de una economía cerrada. Argumentaron en este sentido, que desde los
años treinta –y particularmente desde 1946- la Argentina se había enfrentado con dos
problemas críticos; el progresivo deterioro de la disciplina de los trabajadores y la ineficacia
de amplias franjas de la burguesía industrial. Tales problemas tenían su raíz, desde la
perspectiva liberal, en las políticas que habían cerrado la economía, favoreciendo la
proliferación de industrias “artificiales”, y en el excesivo crecimiento del Estado. La imagen
del mercado pasó a constituir en un doble sentido, la piedra fundamental de la posición
liberal. Por una parte, implicaba la apertura de la economía argentina y su reintegración al
mercado internacional, mediante la reducción de los aranceles y la eliminación de otras
“distorsiones” que protegían a los sectores artificiales. Por otra parte, suponía una drástica
reducción de la intervención del Estado en la economía y la restauración, mediante
adecuados incentivos, de la iniciativa del sector privado.”

Fuente: Marcelo Cavarozzi, Autoritarismo y democracia (1955-1996). La transición del


Estado al mercado en la Argentina, Buenos Aires, Ariel, 1997, págs. 23 a 25.

4
   

Actividades Relaciones Sectores sociales Grupos, partidos y/o


Modelo socio- económicas que
económico alienta entre Estado que lo factores de poder

y “mercado” promueven que los

expresan políticamente

       

Populismo /

reformista

         

Desarrollismo

         

Liberalismo

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Los debates y enfrentamientos políticos que se libraban en el seno de la burguesía y dentro del campo
antiperonista en general por imponer estos modelos, así como los posicionamientos encontrados en
torno a la proscripción del peronismo, llevaron una y otra vez, entre 1955 y 1976, al quiebre de la
institucionalidad democrática.
Estas y otras divergencias no impidieron, sin embargo, que la economía argentina profundizara su
perfil industrial. Efectivamente, durante estos años, la industria creció significativamente bajo
criterios desarrollistas, protagonizando lo que se conoce como la Segunda fase o Segunda etapa de la
I.S.I. (1955-1976).
Durante esta nueva fase de industrialización, no sólo creció el producto industrial, sino que también
se asistió a una profundización de la sustitución de importaciones por el desarrollo de ciertas ramas
básicas, como la química, la petroquímica y derivados del petróleo, materiales de transporte e
industria automotriz, producción de maquinaria eléctrica y no eléctrica. El proceso se caracterizó,
además, por una fuerte extranjerización del aparato industrial (expansión de las empresas
multinacionales, en su mayoría de origen estadounidense), así como por aumentos de los ritmos de
trabajo e intentos de debilitamiento de los sindicatos y de la cohesión de los trabajadores. Los
gobiernos de Frondizi (1958-1962)y de Onganía (1966-1970) fueron clave en este proceso.

1.2 El“Onganiato” o el intento más serio para romper situación de


empate y estabilizar el sistema político bajo la hegemonía del
capital transnacional

En 1966, una alianza de sectores civiles y militares concretó un golpe de estado contra el
gobierno del presidente Arturo Íllia. Los golpistas establecieron una dictadura, la Revolución
Argentina, con el objetivo de transformar profundamente las pautas de comportamiento
vigentes en la sociedad y la política argentinas.
Efectivamente, la alianza cívico-militar liderada por el General Onganía no pretendía como en
el pasado dar un golpe correctivo para restaurar un sistema semi-democrático. Los golpistas
del ’66 ya no creían en la efectividad de sostener gobiernos civiles, como el de Frondizi o el
de Illia. Consideraban que la fórmula “democrática” establecida luego de 1955-1958, incluso
con el peronismo proscripto y tutelada por los mismos militares, no había sido capaz de
impedir los conflictos, de asegurar el crecimiento económico y, lo que les resultaba quizás
más preocupante, no había sabido constituir una valla efectiva para frenar los avances del
comunismo, movimiento cuya fuerza renacía en mundo entero, particularmente desde 1959-
1961, con el triunfo y afianzamiento de la Revolución cubana.
Movidos por estas consideraciones, los grupos más concentrados de la burguesía industrial y
las fuerzas armadas, encolumnadas detrás del Gral. Juan Carlos Onganía, instalaron una
férrea dictadura. La misma no se proponía acomodar ciertos desajustes para luego llamar a
elecciones y reestablecer la democracia. Esta dictadura, nutrida en la Doctrina de la
Seguridad Nacional (ver recuadro en página siguiente) decía no tener plazos. Consideraba que
la sociedad argentina padecía una severa enfermedad y que, para curarla, había que realizar
cambios muy profundos, no importaba a qué costos ni con qué métodos.
La fórmula de la transformación escogida combinaba la modernización económica, bajo la
dirección de las grandes empresas transnacionales, con el establecimiento de un orden
férreo, que asegurarían las Fuerzas Armadas. En la búsqueda de ese orden, la dictadura
encabezada por el Gral. Onganía extendió la proscripción política a toda la ciudadanía
(peronista y antiperonista) y tendió su mano represiva sobre las fábricas, con la intención de
disciplinar a los trabajadores; sobre los políticos y gremialistas; sobre la prensa; sobre un
empresariado nacional tildado de ineficiente y sobre las economías regionales, quitando
subsidios y sembrando desocupación. También sobre la Universidad, considerada el núcleo de
la subversión comunista. La nueva dictadura no se detuvo ni siquiera ante la vida privada de

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los argentinos y argentinas, intentando frenar el aliento arrollador de las nuevas costumbres
que se propagaban a escala planetaria.3
Durante los primeros tiempos, el cerrojo con el que la dictadura pretendió obturar las más
variadas expresiones políticas, sociales y culturales de la época, pareció muy efectivo. Daba
la impresión de que los distintos actores políticos y gremiales se habían llamado a silencio y
que habían aceptado las normas establecidas por la dictadura.
Sin embargo, en mayo de 1969, la insurrección popular que estalló en Córdoba (El
Cordobazo), derribó en pocas horas ese mito de paz y armonía social construido por el
gobierno y los medios de comunicación afines. Fruto de la acción de diversas fuerzas sociales
insatisfechas por la política dictatorial y, en algunos casos, con el sistema mismo de
relaciones sociales capitalistas, el Cordobazo constituyó una bisagra en la historia reciente
de la Argentina ya que, si bien fue el catalizador de muchas tensiones acumuladas, se
transformó a la vez en el punto de partida de un ciclo de auge de luchas populares.
Efectivamente, a partir del mismo, estallaron muchos furores contenidos y diversas corrientes
político-sindicales-estudiantiles contestatarias encontraron un terreno apto para expandirse,
crecer y ganar en radicalidad y popularidad. 

La doctrina de la Seguridad Nacional


La Guerra Fría supuso la creación en América Latina de un dispositivo represivo de los
movimientos sociales. Los oficiales de las Fuerzas Armadas latinoamericanas comenzaron a
recibir instrucción en bases militares estadounidenses para la lucha contra el comunismo,
inspirados en una teoría conocida como Doctrina de la Seguridad Nacional (D.S.N.). En
virtud de esta doctrina, los oficiales latinoamericanos fueron formados para luchar en un
nuevo tipo de guerra que tenía lugar dentro de las fronteras de cada país. El enemigo a
derrotar no era ya -como había sido común hasta entonces – el ejército de un país extranjero,
sino que de lo que se trataba era de detectar y anular al enemigo interno, es decir, el
enemigo podía ser un familiar, una vecina, un profesor, un obrero, una maestra o una ama de
casa, por el hecho de apoyar ideas comunistas e incluso reformistas. Esta doctrina sirvió de
fundamento para el avasallamiento de miles y miles de personas en toda Latinoamérica, al
justificar la tortura, las desapariciones y los fusilamientos, entre otros métodos aberrantes
utilizados para detener las ansias de cambio que la Revolución Cubana había sembrado y
sembraba por toda América Latina. Influidas por estas ideas e intereses, durante las décadas
de 1960, de 1970 y parte de la de 1980, se instalaron a lo largo y a lo ancho de nuestro
continente, dictaduras cívico-militares que violaron sistemáticamente los derechos humanos
de la población mientras imponían las políticas económicas favorables al gran capital.
Fuente: AA.VV., Historia Argentina, Ministerio de Educación de la Nación, Plan Fines, Buenos
Aires, 2015, p.143

3
Para analizar el régimen de Onganía, así como el ciclo de luchas populares que se abre con El
Cordobazo, recomendamos consultar en Internet la serie Crónicas de archivo, coproducción de la
Universidad de Córdoba con el Canal Encuentro.

7
Busquen información sobre El Cordobazo en el artículo de Nicanoff y Rodríguez,
págs. 275 a 280, También pueden ver alguno de los documentales que se citan a
continuación, guiados por las siguientes preguntas orientadoras: a) ¿Por qué se
produjo El Cordobazo? ¿Cuáles fueron sus múltiples causas?, b) Quiénes fueron
sus protagonistas; c) ¿Cuáles fueron sus principales consecuencias?

Documentales sobre El Cordobazo:


- Canal Encuentro, Serie Historia de un país. Argentina siglo XX, n° 17
- Canal Encuentro, Serie Crónicas de Archivo (copr. con la Universidad Nacional
de Córdoba), n° 2
- TV pública, Serie Huellas de un siglo, El Cordobazo y otros azos,
parte I y II

1.4 El Cordobazo y la apertura de una crisis orgánica

Ofrecemos ahora dos textos sobre las principales consecuencias deEl


Cordobazo sobre la vida política y social de la Argentina de la época. Para
entender la fuerza y potencialidad de las acciones emprendidas por distintos actores
sociales y políticos pertenecientes al campo popular, así como el grado de
cuestionamiento al sistema socio-político y económico vigente, será importante
poner la mirada en los cambios que a partir de estos años se producen en la relación
entre obreros y estudiantes, en el cuestionamiento a las prácticas sindicales
burocratizadas, en la crisis orgánica y la legitimación social de la acción directa.

Texto 1:

El Cordobazo: consecuencias y derivaciones

“Las implicancias de los acontecimientos fueron múltiples. En primer lugar, el mito de la “paz
social” en la que los militares basaban la legitimidad de la Revolución Argentina, a partir del
supuesto consenso pasivo de la mayoría de la población, se resquebrajaba en pedazos poco
antes de cumplirse los tres años de su llegada al poder. (…)

Por otro lado, el Cordobazo marcaba la masificación de una resistencia popular contra la
dictadura que se alejaba de los canales institucionales para asumir niveles de violencia que
comenzaban a gozar de una legitimidad creciente. En particular, la unión en las calles del
movimiento obrero con la población estudiantil –que terminaba con un largo divorcio entre
los dos sectores sociales- implicaba la posibilidad de una convergencia social que por su
número, capacidad de movilización y potencialidad radical, aterrorizaba al poder militar y al
establishment. A su vez la burocracia sindical quedaba claramente cuestionada en su política
de contemporización con el régimen mientras crecía un desafío, cada vez más evidente, a su
capacidad de control sobre los trabajadores por un conjunto de experiencias sindicales que
asumían nuevas metodologías y objetivos.

Por su parte, el aumento de la conflictividad social repercutía directamente sobre las Fuerzas
Armadas, agudizando sus contradicciones internas. Las masivas movilizaciones
profundizaban las tensiones entre (…) Onganía (…) y los altos mandos de las Fuerzas
Armadas, quienes se sentían los convidados de piedra a la hora de las decisiones clave del

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gobierno mientras pagaban el precio de asumir los costos políticos de la represión en las
calles.

De manera aún más determinante, el Cordobazo abría una etapa donde un amplio espectro
de nuevos actores sociales, que habían surgido lentamente en los años anteriores,
encontraban amplias perspectivas de desarrollo. Crecientes sectores de la sociedad
prestaban oídos más receptivos a las interpelaciones de dirigentes obreros antidictatoriales,
antipatronales y antiburocráticos, organizaciones guerrilleras, curas tercermundistas,
coordinadoras estudiantiles que no agotaban sus planteos en el enfrentamiento a la
dictadura vigente, sino que cuestionaban el capitalismo como sistema y se proponían, cada
vez más explícitamente, construir una sociedad a la que comenzaban a definir como
socialista. Si el Onganiato se había propuesto finalizar con la crisis de dominación, el
Cordobazo era la prueba más contundente de que la misma se reabría en un grado de
profundidad mucho mayor, desplegándose una situación de “crisis orgánica”. Evidentemente
el Cordobazo señalaba un punto de inflexión no solamente en el derrotero de la Revolución
Argentina, sino que el proceso que germinaba en el país comenzaba a mostrar que ya nada
volvería a ser igual que antes.  (…)

Entendemos por (crisis orgánica) a un proceso donde las contradicciones sociales se han
agudizado de tal manera que “la clase dominante –siguiendo a Antonio Gramsci- ha perdido
el consentimiento, o sea, ya no es dirigente, sino sólo dominante, detentadora de la mera
fuerza coactiva, ello significa que las grandes masas se han desprendido de las ideologías
tradicionales, (…). La crisis consiste precisamente en que muere lo viejo sin que pueda nacer
lo nuevo…” Esta crisis hegemónica se expresa (al decir de Antonio Gramsci) en una “crisis de
autoridad… o crisis del Estado en su conjunto”, donde el dominio es cuestionado en diversos
planos por las clases subalternas y éstas comienzan a recorrer, aunque de manera
embrionaria y contradictoria, un camino donde se esbozan al menos en potencia las líneas
de un proyecto propio y ajeno a las estrategias y la primacía ideológica de quienes detentan
el poder. (…)

A fines de los sesenta, la crisis de dominación de la burguesía argentina tenía su punto de


partida en la convergencia de una diversidad de reclamos que, conjugados, marcaban un
grado de desafío inédito al poder. Al viejo reclamo democrático de poner fin a la proscripción
del peronismo y permitir el retorno de Perón al país, se agregaban las demandas de amplios
sectores sociales –particularmente intensas en los estratos medios- cansados del
autoritarismo y que, desde la perspectiva de los trabajadores, se expresaba en sus luchas
para enfrentar la ofensiva del capital en el nivel de las fábricas. Al ligarse a una situación de
profundización de las contradicciones dentro de las clases dominantes y desarrollarse la
acción de las clases populares a través de formas de acción no institucionales –y por lo tanto
no reabsorbibles por el sistema de dominación vigente- que indicaban la búsqueda de un
nuevo orden social, terminaba de esbozarse la crisis orgánica. (…)

La crisis de dominación involucraba todos los planos de la realidad (político, social, cultural,
económico) y era el trasfondo que facilitaba el desarrollo de los nuevos actores sociales
impugnadores del orden establecido.”

Fuente: Sergio Nicanoff y Sebastián Rodriguez, La “Revolución Argentina” y la crisis de la sociedad


posperonista,op. cit.

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Texto 2:“La primavera de los pueblos”

“Poco después del Cordobazo hubo episodios similares en Rosario –el Rosariazo- y en
Cipolletti, en la zona frutícola del Valle de Río Negro: los episodios se repitieron luego en
Córdoba en 1971, en Neuquén y en General Roca, y adquirieron una magnitud notable en
Mendoza en julio de 1972. La misma agitación se advertía en las zonas rurales, sobre todo
en las no pampeanas, como el Chaco, Misiones o Formosa, donde arrendatarios y colonos,
presionados por el desalojo o los bajos precios del algodón o la yerba, se organizaban en las
Ligas Agrarias. Las explosiones urbanas se prolongaron en manifestaciones callejeras, a las
que se sumaban los estudiantes universitarios en permanente estado de ebullición, y en
acciones más cotidianas de reclamo en barrios o villas de emergencia. Estas formas
originales de protesta -…- eran desencadenadas por algún episodio ocasional: un impuesto,
un aumento de tarifas, un funcionario particularmente desafortunado, pero expresaban un
descontento profundo y un conjunto de demandas que, puesto que el poder autoritario había
cortado los canales establecidos de expresión, se manifestaban en espacios sociales
recónditos, en villas, barrios o pequeñas ciudades, y emergían poniendo en movimiento
extensas y difusas redes de solidaridad. Surgidas de cuestiones que hacían a la vida
cotidiana antes que laborales –la vivienda, el agua, la salud-, movilizaban a sectores mucho
más vastos que los obreros: desde trabajadores ocasionales, no agremiados y
desprotegidos, hasta sectores medios cuya participación era uno de los datos más
novedosos, y que se manifestaba también en las huelgas de maestros y profesores,
empleados públicos, funcionarios judiciales, en los lock out de pequeños comerciantes e
industriales.

Se trataba de un coro múltiple, heterogéneo pero unitario, regido por una lógica de la
agregación, al que se sumaban las voces de otros intereses heridos, como los grandes
productores rurales o los sectores nacionales del empresariado. Unos y otros se legitimaban
recíprocamente y conformaron un imaginario social sorprendente, una verdadera “primavera
de los pueblos” que fue creciendo y cobrando confianza – hasta madurar plenamente en
1973- a medida que descubría la debilidad de su adversario, por entonces incapaz de
encontrar una respuesta adecuada. Según una visión común, (…), todos los males de la
sociedad se concentraban en un punto: el poder autoritario y los grupos minoritarios que lo
apoyaban, responsables directos y voluntarios de todas y cada una de las formas de
opresión, explotación y violencia de la sociedad. Frente a ellos se alzaba el pueblo,
hermandad solidaria y sin fisuras, que se ponía en movimiento para derrotarlos y resolver
todos los males, aún los más profundos, pues la realidad toda parecía ser transparente y
lista para ser transformada por hombres y mujeres impulsados a transitar el camino entre
las reivindicaciones inmediatas y la imaginación de mundos distintos.” 

Fuente: Luis A. Romero, Breve historia contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, F.C.E.,
2001, p. 177/178

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Profundizaremos ahora en este ciclo de luchas populares que se abrió en 1969 con El
Cordobazo y que se extendió, ganando masividad y radicalidad, hasta la Masacre de
Ezeiza, ocurrida el 20 de junio de 1973.
En relación con ese ciclo corto, complejo e intenso, que Luis A. Romero
llama primavera de los pueblos y que otros autores, como Juan Carlos Portantiero,
caracterizan como crisis orgánica, brindamos un conjunto de textos sobre tres
actores que, según S. Nicanoff y S. Rodríguez, resultaron clave en este ciclo de
radicalización social y política que se abrió con El Cordobazo4.
Nos referimos a:
a) El Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM)
b) El sindicalismo combativo
c) Las organizaciones armadas

a) Los cambios en el Vaticano y el Movimiento de Sacerdotes del


Tercer Mundo (MSTM)

Para entender la emergencia de este movimiento, es necesario conocer que en


Roma, más precisamente en el Vaticano, a fines de la década de 1950, bajo el
papado de Juan XXIII, la Iglesia católica entró en una fase de cambios tan
inesperados como trascendentes, cargados de consecuencias para el mundo y sobre
todo para América Latina.
Preocupado por la pérdida de fieles y en sintonía con los aires de cambio que
atravesaban el mundo, el Papa convocó al Concilio Vaticano II, abriendo un proceso
de discusión interna en torno a tópicos candentes vinculados a la Guerra Fría y al
proceso de descolonización en curso. Para entonces, algunos sectores de la Iglesia se
identificaban con un Cristo pobre y sufriente y pretendían dejar atrás una concepción
jerárquica y medieval para pasar a otra más horizontal, expresada en la idea de
Asamblea del pueblo de Dios. 
En tal marco, en 1963, el Papa publicó la Encíclica Pacem in Terris, para reclamar la
vigencia de los Derechos Humanos, oponerse a la carrera armamentística de la
Guerra Fría y abogar por un diálogo sincero y el entendimiento entre marxistas y
cristianos.
El rumbo innovador marcado por Juan XXIII, fue proseguido por su sucesor Pablo VI,
un Papa particularmente preocupado por la realidad latinoamericana. En 1967, en
una nueva Encíclica, la Populorum Progressio, Pablo VI legitimó las rebeliones de los
pueblos contra las tiranías manifiestas y prolongadas que atentaban contra los
Derechos Humanos. Su mensaje fue interpretado por miles de fieles en el mundo
como una legitimación de la violencia de los oprimidos contra las distintas violencias
cotidianas ejercidas por los poderosos.
Al calor de estos cambios, dieciocho obispos de Asia, África y América Latina,
encabezados por el obispo brasileño Helder Camara, dieron a conocer, en 1967, un
documento, el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo (ver más abajo), donde
proclamaban su preocupación prioritaria por los pobres y alababan al sistema
socialista, por considerarlo más acorde con los valores cristianos. Esta línea quedó

4
Un conjunto de documentales producidos por la Universidad Nacional de Córdoba y Canal Encuentro,
pertenecientes a la Serie Crónicas de Archivo y también algunos otros de la Serie Historia de un país,
Argentina Siglo XX (ambos citados más arriba), brindan rica información sobre el comportamiento de
distintos actores sociales en los acontecimientos y procesos que estamos analizando.
También podrán indagar en la memoria de familiares y/o vecinos que hubieran participado de ese
multitudinario y heterogéneo coro que se levantó contra el autoritarismo y/o por la revolución, en los
convulsionados tiempos de fines de los años '60 y comienzos de los '70.

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legitimada cuando en 1968 se reunió en Medellín, con la presencia del Papa, la
Conferencia Episcopal Latinoamericana.
Es importante subrayar que estos cambios conciliares y postconciliares, al legitimar
las ideas y prácticas de una numerosa camada de sacerdotes comprometidos con los
sectores más empobrecidos de las sociedades latinoamericanas, dieron un
extraordinario estímulo a su tarea pastoral entre los desamparados y por el
socialismo, reafirmando sus convicciones acerca de que era este mundo y no otro, el
escenario donde debía librarse la lucha contra las injusticias del capitalismo y de
toda situación opresiva. 
Subrayemos también que las relaciones entre catolicismo y marxismo eran hasta
entonces prácticamente irreconciliables y que este acercamiento que se propugnaba
desde las filas católicas, constituía un acontecimiento histórico. Histórico a la vez
que impactante y revulsivo para los sectores dominantes de América Latina, ya que
suponía la posibilidad de que se unificaran en el mismo movimiento transformador,
hombres y mujeres procedentes de distintas tradiciones político-religiosas.
Del mismo modo, merecen ser resaltadas las proyecciones que tuvo la legitimación,
brindada por los más altos niveles eclesiales, de la violencia de los de abajo cuando
se ejercía en respuesta de la violencia que procedía desde arriba. Muchos grupos e
individuos, cercanos a la Iglesia, se sintieron desde entonces habilitados para
transitar el camino de la transformación de la sociedad por vías violentas, camino
que, por otra parte, gozaba de muchísimos defensores y adeptos en la etapa. 

Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo, 1967 (fragmentos)

“Frente a los movimientos que actualmente sublevan a las masas obreras y campesinas del
Tercer Mundo algunos obispos, pastores de estos pueblos, dirigen este mensaje a sus
sacerdotes, a sus fieles y a todos los hombres de buena voluntad. Esta carta prolonga y
adapta la encíclica sobre el desarrollo de los pueblos. Desde Colombia y Brasil hasta Oceanía
y China, pasando por el Sahara, Yugoeslavia y el Medio Oriente, la luz del Evangelio
esclarece las preguntas que, casi siempre las mismas, son planteadas por todas partes.
En el momento en que los pueblos y las razas pobres, toman conciencia de sí mismos y de la
explotación de la cual todavía son víctimas, este mensaje dará valor a todos los que sufren y
luchan por la justicia, condición indispensable de la paz.

1. Como obispos de algunos de los pueblos que se esfuerzan y luchan por su desarrollo,
nosotros unimos nuestra voz al llamado angustioso del Papa Pablo VI en la encíclica
Populorum Progressio, con el fin de precisar sus deberes a nuestros sacerdotes y fieles, y
para dirigir a todos nuestros hermanos del Tercer Mundo algunas palabras de aliento.

2. Nuestras Iglesias situadas en el Tercer Mundo se ven mezcladas en el conflicto en el que


se enfrentan ahora no sólo Oriente y Occidente, sino los tres grandes grupos de pueblos: las
potencias occidentales enriquecidas en el siglo pasado, dos grandes países comunistas
transformados en grandes potencias, y finalmente ese Tercer Mundo que busca todavía
cómo escapar del dominio de los grandes y desarrollarse libremente. Incluso dentro de
naciones desarrolladas, ciertas clases sociales, ciertas razas o ciertos pueblos no han
obtenido todavía el derecho a una vida verdaderamente humana. Un empuje irresistible lleva
a estos pueblos pobres hacia su promoción para liberarse de todas las fuerzas de opresión.
Si bien la mayoría de las naciones han logrado conquistar su libertad política, son todavía
raros los pueblos económicamente libres. Son igualmente raros aquellos donde reina la
igualdad social, condición indispensable de una verdadera fraternidad, ya que la paz no
puede existir sin justicia. Los pueblos del Tercer Mundo forman el proletariado de la
humanidad actual, explotados por los grandes y amenazados en su existencia misma por los
que, solo por ser los más fuertes, se arrogan el derecho de ser los jueces y los policías de los

12
pueblos materialmente menos ricos. Ahora bien, nuestros pueblos no son ni menos honestos
ni menos justos que los grandes de este mundo. (…)

4. y Desde el punto de vista doctrinal, la Iglesia sabe que el Evangelio exige la primera y
radical revolución: la conversión, la transformación total del pecado en la gracia, del egoísmo
en amor, del orgullo en servicio humilde. Y esta conversión no es solamente interior y
espiritual, sino que se dirige a todo el hombre, corpóreo y social al mismo tiempo que
espiritual personal. (…)

5. (…) la Iglesia tiene un solo esposo, Cristo. La Iglesia no está casada con ningún sistema,
cualquiera que éste sea, y menos con el “imperialismo internacional del dinero” (...), como
no lo estaba a la realeza o al feudalismo del antiguo régimen, y como tampoco lo estará
mañana con tal o cual socialismo. Basta con examinar la historia para ver que la Iglesia ha
sobrevivido a la ruina de los poderes que en un tiempo creyeron deber protegerla o poder
utilizarla. Actualmente la doctrina social de la Iglesia, reafirmada por el Vaticano II, la ha
rescatado ya de este imperialismo del dinero, que parece ser una de las fuerzas a las cuales
estuvo ligada durante algún tiempo. (…)

8. (…)En el momento en que un sistema deja de asegurar el bien común en beneficio del
interés de unos cuantos, la Iglesia debe no solamente denunciar la injusticia sino además
separarse del sistema inicuo, presta a colaborar con otro sistema mejor adaptado a las
necesidades del tiempo, y más justo. (…)

14. Teniendo en cuenta ciertas necesidades para ciertos progresos materiales, la Iglesia
desde hace un siglo, ha tolerado al capitalismo con el préstamo a interés legal y sus otros
usos poco conformes con la moral de los profetas y del Evangelio. Pero ella no puede más
que regocijarse al ver aparecer en la humanidad otro sistema social menos alejado de esta
moral. Tocará a los cristianos de mañana, según la iniciativa de Paulo VI, reconducir a sus
verdaderas fuentes cristianas estas corrientes de valores morales que son la solidaridad, la
fraternidad (...). Los cristianos tienen el deber de mostrar “que el verdadero socialismo es el
cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de los bienes y la igualdad
fundamental” Lejos de contrariarse con él, sepamos adherirlo con alegría, como a una forma
de vida social mejor adaptada a nuestro tiempo y más conforme con el espíritu del
Evangelio. Así evitaremos que algunos confundan Dios y la religión con los opresores del
mundo de los pobres y de los trabajadores, que son, en efecto, el feudalismo, el capitalismo
y el imperialismo. (…)

15. La Iglesia saluda con orgullo y alegría una humanidad nueva donde el honor no
pertenece al dinero acumulado entre las manos de unos pocos, sino a los trabajadores,
obreros y campesinos. Pues la Iglesia no es nada sin El que sin cesar le da su ser y su hacer,
Jesús de Nazareth, quien durante tantos años ha querido trabajar con sus manos para
revelar la eminente dignidad de los trabajadores. “El obrero es infinitamente superior a todo
el dinero” como recordaba un obispo en el Concilio. Otro obispo, de un país socialista,
declaraba igualmente: “Si los obreros no llegan a ser de alguna manera propietarios de su
trabajo, todas las reformas a las estructuras serán ineficaces. Incluso si los obreros a veces
reciben un salario más alto en algún sistema económico, ellos no se contentarán con estos
aumentos de salario. Ellos quieren ser propietarios y no vendedores de su trabajo.
Actualmente los obreros son cada vez más conscientes de que el trabajo constituye una
parte de la persona humana. Pero la persona humana no puede ser vendida ni venderse.
Toda compra o venta del trabajo es una especie de esclavitud…"

Fuente: http://www.ruinasdigitales.com/cristianismoyrevolucion/cyrmanifiestodeobisposdelte
rcermundo66/y en: http://www.puntofinal-archivohistorico.org/PDFs/1967/PF_044_doc.pdf

13
La repercusión en Argentina: el MSTM

Los aires de cambio que conmovían a la Iglesia católica con sede en Roma tuvieron
rápidamente expresión en la Argentina. A fines de 1967, se conformó en nuestro país
el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo (MSTM).

El MSTM no era
"sólo un reflejo de los cambios operados en la Iglesia a nivel mundial. El movimiento
expresaba la fuerte sensación de malestar de cientos de curas con el apoyo que le brindaba
a la dictadura  (encabezada por Onganía)  la cúpula eclesial, (…).Su creación se engarzaba
con la subjetividad de sus integrantes potenciando un proceso que era previo. La mayoría de
los sacerdotes llevaba adelante su compromiso religioso en barrios obreros –reeditando la
anterior práctica de trabajo en las fábricas impulsada por los curas obreros-, en las villas
miseria y barriadas más pobres del país. Al vivir de cerca y en muchos casos compartir una
vida de privaciones y sacrificios, surgía un sentimiento de rebelión contra las injusticias del
poder que, de manera creciente, los llevaba a la conclusión de que ninguna de las tareas de
ayuda y caridad podía ser verdaderamente efectiva sin un profundo cambio de las
estructuras económico-sociales que engendraban la pobreza. (…)

En líneas generales, la radicalización de elementos cristianos tuvo un fuerte impacto sobre la


juventud. Particularmente aquellos que acompañaban las tareas religiosas y sociales de los
curas tercermundistas recorrerían un camino de incorporación a la vida política que se
asemejaba en mucho al tránsito realizado por sus mentores. Comenzaba como un
sentimiento de rebelión ante las injusticias sociales con las que se encontraban y se
consolidaba en una visión del mundo que incluía una nueva forma de concebir la doctrina
cristiana. (…) a partir de una determinada lectura del evangelio y la vida de Jesús, definían
que no se podía ser verdaderamente cristiano sin realizar una opción preferencial por los
más pobres. Por eso la tarea central era contribuir al cambio radical de las estructuras que
generaban la pobreza.

Rescatando la perspectiva de una sociedad socialista donde conciliaban las tradiciones


comunitarias cristianas con la ideología marxista, los tercermundistas eran un afluente clave
del torrente social que se enfrentaba a la dictadura. A través de ayunos, huelgas de hambre,
proclamas y movilizaciones, tuvieron un destacado papel en el conflicto desatado alrededor
de las villas miseria cuando Onganía promulgó una ley de erradicación de las mismas que se
proponía el traslado compulsivo de sus habitantes a unos núcleos habitacionales transitorios
que, como pronto se comprobó, eran inexistentes.

El tercermundismo influyó además en el trayecto de peronización de los sectores medios -…-


ya que un sector mayoritario de ellos hacía cada vez más pública su adhesión a la fuerza
proscripta, abogando para que no se repitiera la situación de separación entre los
trabajadores y la Iglesia vivida durante el segundo mandato de Perón.

La prédica del MSTM ayudó también a legitimar el uso de la violencia contra el gobierno
militar. Aunque la mayoría de sus miembros no se integraron a las organizaciones armadas,
haciéndose eco de la autoprofética frase del sacerdote Carlos Mugica: “estoy dispuesto a
que me maten, pero no a matar”, sí proclamaban el carácter de justicia existente en todas
las formas de rebelión contra el sistema, porque éstas eran un producto de los abismos
sociales que desarrollaba el capitalismo con su accionar.”

Fuente: Sergio Nicanoff y Sebastián Rodríguez, op. cit. (2008)

14
Consideramos importante, para colaborar en la comprensión del proceso en estudio,
poner especial atención en el rol cumplido por el MSTM en la politización de amplios
sectores juveniles, así como en el acercamiento, en el marco de la lucha
antidictatorial y antisistémica, de tradiciones que hasta entonces parecían
irreconciliables, como catolicismo y marxismo o peronismo y antiperonismo.
Efectivamente, los curas tercermundistas brindaron el nexo y los espacios para que
experiencias múltiples y diversas, hasta hacía poco antagónicas, se encontraran
solidariamente en la lucha común contra la opresión dictatorial y el régimen
capitalista.5

b) El sindicalismo combativo

Otro componente de ese vasto movimiento impugnador de la dictadura inaugurada en


1966, así como del orden socio-económico vigente, provendrá del mundo sindical. En
algunas fábricas, sobre todo de Córdoba y del interior del país, se irá conformando y
afianzando -pre y post Cordobazo- una camada de dirigentes obreros
antidictatoriales, antipatronales y antiburocráticos que se van a enrolar en la CGT de
los Argentinos (CGTA) y en el clasismo.
La CGTA surgió de un fraccionamiento del movimiento obrero, como una expresión
combativa y cuestionadora de la línea hegemónica dentro del sindicalismo, el
vandorismo.6 La CGTA tuvo una muy corta vida (1968/1969) pero, a pesar de ello, su
labor fue decisiva en la lucha por mantener los derechos obreros en momentos en
que la Revolución Argentina, en su esplendor, trataba de llevarlos a su mínima
expresión. Por otra parte, la central obrera trabajó a favor de dos reconciliaciones
históricas que consolidaron fuertemente al campo popular: el de la clase obrera y la
izquierda y el de la clase obrera y el movimiento estudiantil, divorciados desde los
tiempos de ascenso político de Perón en 1943-1945 y la década de gobierno peronista
que prosiguió.
A comienzos de 1970, cuando la CGTA moría sumergida en sus propias
contradicciones internas y bajo los embates represivos de la dictadura, en las plantas
automotrices de Córdoba, en el marco de un colectivo obrero fatigado con la
prepotencia patronal y las defecciones de sus líderes, nacerá el clasismo. Una nueva
generación de activistas, muy crítica del vandorismo (al que cuestionan su

5
Un conjunto de fuentes fílmicas y gráficas permitirá enriquecer la mirada sobre este movimiento que
desde Roma impactó fuertemente en Argentina y el resto de América Latina, por ejemplo, el
documental Movimiento Sacerdotes del Tercer Mundo de la Serie Crónicas de Archivo  (coproducción
Canal Encuentro-Universidad Nacional de Córdoba).
Otra fuente relevante para profundizar enel tema es la revistaCristianismoy Revolución. En el
portal www.ruinasdigitales.com/cristianismo/  pueden encontrarse diversos números. Desde los
mismos, se podrá acceder a su pensamiento, a sus prácticas, y a las relaciones del MSTM con otros
colectivos (obreros, campesinos, estudiantes y movimientos villeros) que, encontraban en la revista, un
foro de visibilización y de discusión teórica y práctica. 
6
El vandorismo –nombre que deriva del dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor- es la corriente
sindical dominante en la CGT a partir de 1960. Por esos tiempos, declina la militancia y confianza
adquirida por los trabajadores durante la “resistencia” y comienza una etapa de repliegue y reflujo de su
participación.
Con ese telón de fondo, en los sindicatos cobró mayor fuerza la burocratización, se erosionó la
democracia interna, avanzó la corrupción de los dirigentes y la creciente integración sindical al sistema
político. Los dirigentes gremiales –liderados por Vandor- desplegaron una creciente vigilancia hacia los
obreros más combativos y tendieron a adoptar una posición cada vez más pragmática, orientada a
aprovechar las oportunidades que los distintos gobiernos les ofrecían. Para Daniel James, el
“vandorismo” se convirtió en símbolo de negociación y pragmatismo, e implicó el empleo de la fuerza
política y la representatividad de los sindicatos para negociar con otros factores de poder, como las
Fuerzas Armadas, la Iglesia o las corporaciones empresariales.

15
burocratización, la ausencia de democracia interna, así como su propensión a dejarse
cooptar por el gobierno dictatorial y el gran empresariado) proponen nuevas formas
organizativas, con la asamblea de trabajadores como eje de la toma de decisiones y
líderes sindicales que no gozan de beneficios especiales respecto de sus pares
obreros. Implementan ademásnovedosas formas de lucha, como las tomas de fábrica,
las huelgas activas con movilización y búsqueda de solidaridad de otros ciudadanos,
entre otras prácticas de acción directa, aunadas con un discurso frontalmente
anticapitalista y antiburocrático, en pos del socialismo.
Aunque al principio, el clasismo tuvo un carácter fuertemente regional con eje en
Córdoba, poco a poco sus principios hallaron eco en el complejo industrial
(principalmente siderúrgico y petroquímico) montado entre Buenos Aires y Rosario, y
posteriormente, alrededor de 1972, en el conurbano bonaerense.7

c) Las organizaciones armadas

La efervescencia social que estalló en y desde El Cordobazo, brindó el marco


adecuado para el florecimiento de varias organizaciones armadas. Hacia 1970, los
grupos guerrilleros eran siete: las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), peronistas-
marxistas; las Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), marxistas-leninistas; el
Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), trotskistas-guevaristas; la Guerrilla para el
Ejército de Liberación (GEL), chinoistas-nacionalistas, y tres grupos que se
reclamaban como peronistas de izquierda: las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), los
Descamisados y los Montoneros. 

Aunque diferían en su identidad política, “todas coincidían en poner en el centro de su


accionar el problema del poder del Estado y en criticar las tradiciones más antiguas de la
izquierda argentina –sobre todo del Partido Comunista Argentino y el Partido Socialista– por
sus estrategias de cambios graduales, por etapas y centralmente electorales. Eran esas
prácticas, juzgadas como reformistas, las que no habían permitido avanzar, según pensaban,
en el camino de modificar las desigualdades de la sociedad capitalista. Concebían a la
revolución no como una meta a largo plazo sino como una tarea a abordar de forma
inmediata por lo que el eje de discusión se centraba en cuáles eran las vías más adecuadas
para acceder al poder del estado pensado como única herramienta posible de
reestructuración de la sociedad. Seguros de que las clases dominantes habían demostrado
de sobra su predisposición a aniquilar tempranamente cualquier alternativa de cambio,
descartaban de plano por irrealizable, la posibilidad de acceder al poder por la vía pacífica y
postulaban la necesidad de la destrucción de los organismos represivos del estado y su
reemplazo por un nuevo sujeto: el ejército popular.”

Influenciadas todas ellas por la Revolución Cubana, adherían a la teoría del foco guerrillero,
enunciada por el Che y luego teorizada por Regis Debray. De acuerdo con la misma, en
América Latina “estaban dadas las condiciones objetivas para un cambio revolucionario, por
lo que la tarea principal consistía en generar y/o acelerar las condiciones subjetivas –
conciencia de las masas– para lo que el foco guerrillero era esencial. A través de su ejemplo,
de sus acciones cotidianas, éste actuaría como un irradiador de conciencia hacia las clases
explotadas que, en la medida en que la guerrilla se desarrollara, irían pasando de la simpatía
política a la lucha frontal al convencerse de que el triunfo era posible.”

“Aunadas por similares concepciones organizativas centralizadas y celulares, por una


subjetividad convergente que priorizaba como norte de la construcción revolucionaria la

7
Para profundizar en el análisis de estas líneas del sindicalismo, podremos consultar varios
documentales dela serie Crónicas de archivo. Entre otros, encontramos: El sindicalismo combativo;
Sitrac/Sitram/; Agustín Tosco.

16
acción y el hacer, antes que la reflexión sobre la propia práctica y principalmente, por la
experiencia cotidiana común de enfrentamiento a la dictadura, todos esos elementos
favorecían al menos potencialmente el acercamiento entre sí, aunque nunca llegarían a
unificarse.”

“En su proceso de génesis ya se encontraban presentes aspectos que contribuirían a su


posterior derrota. Sin pretender un análisis en profundidad mencionemos que es posible, aún
en su momento fundante, percibir tanto las improntas militaristas que los llevarían a
subordinar permanentemente la acción política a la acción militar, como la imposibilidad de
readecuar su estrategia ante posibles cambios en la etapa histórica, el vanguardismo y
sectarismo que les impedía anudar alianzas –y llevaría a que se vieran a sí mismos no como
una parte más de un sujeto social diverso que se enfrentaba a la dictadura sino como su
núcleo y dirección política–, y la ausencia de mecanismos democráticos en su interior. Todos
estos elementos recorrían en forma de tensión el cuerpo de las organizaciones armadas,
anudadas, al menos en parte, en las concepciones estratégicas con las que comenzaban a
avanzar.

Sin embargo, nada de esto fue automáticamente visible en el lapso que medió entre el
Cordobazo y las elecciones de marzo de 1973. Impulsadas por la crisis orgánica que cubría a
la Argentina, las fuerzas de las organizaciones guerrilleras se multiplicaron. Prestigiados por
su nivel de entrega, los militantes que tomaban el camino de las armas fueron vistos por el
activismo de la época como “los mejores de nosotros.” Legitimados además por porciones
crecientes de la sociedad que justificaba su lucha, aumentaron su incidencia social.1  Así,
superando los límites de su primigenia base de reclutamiento, proveniente en general de la
clase media y en particular del estudiantado, se insertaron crecientemente en fábricas,
barriadas populares y experiencias sociales de todo tipo.” 

Fuente: Nicanoff, S. y Rodríguez, S., op. cit., (2008)8

2. Triunfo efímero y derrota: el tercer peronismo (1973-1976)

La ola de insurrecciones, puebladas y acciones guerrilleras que se desataron a partir


de El Cordobazo llevaron a la caída del gobierno del General Juan Carlos Onganía y al
acorralamiento de la dictadura. Luego de intentar diversas recomposiciones (durante
los gobiernos del Gral. Marcelo Levingston (1970-1971) y del Gral. Alejandro Agustín
Lanusse (1971-1973)), los militares se vieron obligados a abrir una salida democrática
sin proscripciones. Militares y civiles, antiperonistas acérrimos, llegaron a considerar
que, en ese convulsionado contexto, Perón era el mal menor y el único capaz de
restituir la autoridad limada por una crisis de dominación que parecía no alcanzar
nunca el fondo. 
La reapertura democrática y el triunfo del peronismo no sirvieron, no obstante, para
aquietar las aguas. Muy por el contrario, la vida política creció en turbulencia.
Dentro del campo revolucionario, hasta entonces unido en la lucha contra la
dictadura, el autoritarismo y por el socialismo, aparecieron divergencias en torno a
la nueva coyuntura política. La organización Montoneros se subordinó a la estrategia
de Perón, no así las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), mientras el ERP decidió no
atacar al gobierno popular, pero si continuar sus acciones contra el aparato represivo
del Estado. Sin embargo, los principales conflictos no se desplegaron en tal campo,
8
Para profundizar en el estudio de las organizaciones armadas que adquirieron mayor peso político en el
período, el ERP y Montoneros, podrán consultar los siguientes documentales:
- Las organizaciones armadas. Historia de un país. Argentina siglo XX,
- Montoneros, Crónicas de archivo, op. cit.,
- PRT-ERP, Crónicas de Archivo, op. cit.,

17
sino en el seno mismo del peronismo, donde, a poco del triunfo electoral de marzo
de 1973, se delinearon claramente tres proyectos antagónicos: el tradicional de
capitalismo industrial distributivo al que Perón terminará adscribiendo junto a los
sectores más tradicionales del sindicalismo peronista; un rumbo autoritario,
destinado a terminar con el ala revolucionaria del peronismo, levantado por el
Ministro de Bienestar Social del nuevo gobierno peronista, José López Rega; y un
proyecto socialista, abrazado por el ala juvenil del peronismo, un sector que se había
incorporado recientemente al movimiento y que fue intensamente alentado por
Perón durante los años de pugna con el General Lanusse, con el objetivo de ganar el
centro de la escena política y la convocatoria a elecciones sin proscripciones.
Las contradicciones existentes en el seno del peronismo salieron a la luz y se
agudizaron una vez que este movimiento ganó las elecciones en marzo de 1973. La
Argentina vivió entonces una cortísima y a la vez intensa etapa, en la que la
radicalización y la movilización de la sociedad, activada desde los días del
Cordobazo, llegaron a su cénit. Durante esos días, con Héctor J. Cámpora en la
presidencia de la Nación y con varias gobernaciones y la Universidad de Buenos Aires
bajo la gestión de aliados de la Tendencia revolucionaria del peronismo, el clima de
rebeldía y de herejía a lo constituido se exacerbó. En el acto y en las movilizaciones
organizadas para la asunción del nuevo gobierno, en el Devotazo (donde una multitud
logró la liberación de los presos políticos y forzó una amnistía general), en las tomas
de colegios, de oficinas públicas o en las huelgas y medidas de acción directa en
distintas fábricas, los sectores del pueblo movilizados imponían sus decisiones,
definían en última instancia el acontecer político, marchando por delante de sus
representantes políticos.
Ante el giro que tomaban los acontecimientos, los sectores de la derecha (peronista y
antiperonista) decidieron desplazar a Cámpora y escarmentar a la izquierda mediante
el Terror. El inicio de este nuevo derrotero se produjo en Ezeiza, el 20 de junio de
1973, día en que los peronistas de todas las corrientes confluyeron en las cercanías
del Aeropuerto, en manifestación multitudinaria, para recibir a su líder, en el
regreso definitivo a la patria, luego de dieciocho años de exilio.
La fiesta pronto derivó en tragedia. Los organizadores del acto (hombres y mujeres
pertenecientes al lopezreguismo -una particular alianza entre la derecha peronista y
antiperonista- y a gremios importantes del sindicalismo peronista), atacaron con
armas de fuego, desde el mismo escenario montado para la recepción del líder, a las
columnas de Montoneros y de la Juventud Peronista, para evitar que éstas ganaran
los lugares más cercanos al palco desde el que hablaría Perón.
Secuestros, torturas y muertes jalonaron ese día que hoy se recuerda como La
masacre de Ezeiza. La trágica jornada fue el primer acto de un golpe palaciego que
pretendía desplazar a Cámpora y a los grupos de la Tendencia de las posiciones de
poder que ocupaban desde el 25 de mayo de 1973. Ezeiza constituyó una bisagra, un
punto de inflexión del proceso de radicalización social y política iniciado en El
Cordobazo, al marcar el inicio de un proceso de terror y exterminio contra el
progresismo y la izquierda en todas sus vertientes, así como el reflujo de las luchas
populares. 
Luego de Ezeiza, sobrevino la renuncia de Cámpora y la breve presidencia de Perón
(octubre de 1973- julio de 1974). Durante la misma, el líder del más importante
movimiento político de la Argentina, no logró encauzar a las fuerzas en pugna dentro
de su movimiento. Durante esos meses, las relaciones entre Perón y la Juventud se
tensaron hasta la casi virtual ruptura a raíz de los nuevos posicionamientos
estratégicos del líder, quien ahora se apoyaba en el sindicalismo tradicional y el
lopezreguismo para impulsar su histórico proyecto reformista de los años ‘40. 
A pesar de los entredichos y confrontaciones, y a pesar de las dificultades para
disciplinar detrás de sí a un movimiento que se había complejizado respecto del de
los años ’40 y ’50, Perón constituía un dique que frenaba el estallido de una violencia

18
abierta entre los distintos grupos peronistas. A partir de su muerte, acaecida en julio
de 1974, los asesinatos de militantes del peronismo de izquierda, así como de otras
expresiones de la izquierda política, se transformaron en moneda corriente, por
parte de una organización paramilitar, la Alianza Anticomunista Argentina (A.A.A.),
más comúnmente conocida -por sus siglas- como la Triple A.
La Triple A era una organización comandada por el gobierno de los Estados Unidos.
Servía a un plan continental de golpes, torturas y asesinatos que, sustentado en la
Doctrina de Seguridad Nacional, buscaba frenar todo intento revolucionario o mismo
reformista en América Latina. La AAA agrupaba elementos de las Fuerzas Armadas,
de los Servicios de Inteligencia del Estado (SIDE), de otros organismos de seguridad,
así como barras bravas y matones sindicales. Era dirigida internamente por el
Ministro de Bienestar Social de la Nación, José López Rega, y orientaba sus acciones
terroristas contra dirigentes políticos y sociales progresistas y de izquierda.
Frente a estos embates de la reacción, Montoneros volvió a la clandestinidad y el ERP
redobló sus acciones. Transitaron, de este modo, el camino deseado por las fuerzas
de la extrema derecha que, mientras tanto, se dedicaron a perseguir y masacrar al
movimiento social de superficie que se vinculaba con las organizaciones armadas,
sembrando terror y desconcierto. La situación atemorizó a las clases medias, hasta
hace poco solidarias con las luchas de los sectores populares y de izquierda contra la
dictadura.
Mientras tanto, el gobierno peronista – desde la muerte de Perón, a cargo de su
viuda, y del Ministro de Bienestar Social, José López Rega-  terminaba a merced de
los poderes económicos más concentrados y de las Fuerzas Armadas.9
El ensayo no duró largo tiempo. La presidente no garantizaba plenamente las
condiciones para la aplicación del programa neoliberal que estos sectores alentaban,
no controlaba a las bases trabajadoras ni podía disciplinarlas. Además, los vestigios
de institucionalidad democrática que aún restaban, constituían un obstáculo para la
plena aplicación del modelo neoliberal. Era necesario desplazar al peronismo, aún en
su vertiente de derecha, para iniciar un proceso represivo que permitiera aplicar un
programa de desindustrialización selectiva y disciplinamiento de la mano de obra. 10
El 24 de marzo de 1976, un nuevo golpe cívico-militar produjo ese desplazamiento y
puso fin a una experiencia que tantas y enormes expectativas había sabido despertar
entre vastos sectores de la sociedad. Los grupos más concentrados del capital y las
Fuerzas Armadas (con el apoyo de los EE.UU.) confluyeron en el golpe y en el
establecimiento de un régimen dictatorial. Su propósito era refundar la Argentina
sobre bases neoliberales. El Terrorismo de Estado era una condición para esa
refundación. Su aplicación sistemática y planificada cortó de raíz el vasto torrente
contestatario que se había formado al calor de las luchas y vicisitudes de los años ’60
y principios de los ’70. El plan neoliberal aplicado desde entonces sentó los cimientos
de otra Argentina, la más desigual e injusta de que se tenga memoria.

9
Para profundizar en los conflictos del período 1973-1976, se puede consultar la Serie de
documentales Crónicas de Archivo. Particularmente, los siguientes:
- Cámpora al gobierno, Perón al poder//- Ezeiza// - López Rega y la Triple A
También es muy recomendable la película No habrá más penas ni olvido, comedia dramática, dirigida
por Héctor Olivera y escrita por Roberto Cossa y el mismo Olivera, quienes se basaron en la novela
homónima de Osvaldo Soriano. Disponible en Youtube.
------------
10
Sergio Nicanoff y Fernando Pitta, “El tercer peronismo” (1973-1976), en AAVV, Historia Argentina
Contemporánea. Pasados presentes de la política la economía y el conflicto social, op. cit.

19
2. La violencia política en los años ’60 y ‘70

Hasta aquí analizamos uno de los temas analizados en su artículo por Sergio Nicanoff
y Sebastián Rodríguez: el tema de la inestabilidad política en la Argentina y el pasaje
–en términos de las conceptualizaciones utilizadas por Juan Carlos Portantiero- de
una crisis de hegemonía a una crisis orgánica.
Otro de los temas centrales del artículo de Nicanoff y Rodríguez, es el de la violencia
política en la Argentina de las décadas de 1960 y 1970.
Para abordarlo vamos a leer directamente a sus autores, en el libro de la cátedra,
punto 5 del artículo varias veces citado, pág. 299 a 308.
Vamos a recorrer tales páginas, tratando de resolver las siguientes consignas:

 Analizar las distintas interpretaciones sobre la violencia política en la


Argentina de fines de los años ’60 y comienzos de los ’70 (versión
militar,“Teoría de los dos demonios” e interpretación de Nicanoff y
Rodríguez).
 ¿Por qué Nicanoff y Rodríguez consideran que las otras versiones son
“ahistóricas y extrasociales”?
 ¿Se puede afirmar que la interpretación de Nicanoff y Rodríguez es procesual
y contextualizada? Justifique su respuesta.

Lic. Mabel Scaltritti


Mayo/junio de 2016

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Consignas para estudiar el período 1955-1976 a partir de los materiales que
presenta esta propuesta didáctica

1. Analice la interpretación de Juan Carlos Portantiero sobre la inestabilidad


política que caracteriza al período 1955-1976.
2. Analice los proyectos socio-económicos en pugna en la Argentina postperonista
(populista-reformista/desarrollista/liberal). Para ello tenga en cuenta: a) las
actividades económicas que se promueven; b) el rol del Estado y su relación con los
“mercados”; c) el rol del Estado en las relaciones laborales; d) el lugar de las
inversiones extranjeras en la economía argentina; e) los grupos burgueses y
políticos que los alientan y/o apoyan.
3. Explique el concepto de crisis orgánica y analice el proceso que desencadena una
crisis de este tipo en la Argentina de fines de los años sesenta y comienzos de los
setenta.
4. Entre 1969 y 1973, en Argentina se desarrolla un ciclo de intensas luchas
populares (crisis orgánica) que ponen en jaque el sistema de relaciones sociales
vigente. En relación con el tema, resuelva las siguientes consignas: a) Identifique
los tres actores que resultaron clave en este ciclo de radicalización social y
política; b) Explique cuáles eran sus cuestionamientos al orden vigente y qué
proponían como alternativa? ; c) ¿Cuáles eran sus formas de lucha?; d) ¿Cómo
influyeron en el restablecimiento de una democracia sin proscripciones en 1973?
5. Para resolver la crisis orgánica desatada en 1969, los militares y sus aliados
civiles accedieron a una salida democrática sin proscripciones en 1973. ¿Pudo el
peronismo en el gobierno resolverla? Fundamente su respuesta.
6. Analice las distintas interpretaciones sobre la violencia política en la Argentina
de fines de los años ’60 y comienzos de los años ’70 (versión militar/”Teoría de los
dos demonios”/interpretación de Nicanoff y Rodríguez).

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