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Ciclo: VI
En segundo lugar; las teorías postuladas acerca del contrato entendidas como
promesas señalan que el Derecho Contractual puede ser dilucidado por medio de un
análisis de la acción de prometer. Por lo que es correcto afirmar que todo contrato, en
lo básico, es una promesa; por lo que es inadmisible que un individuo contrate sin que
de forma simultánea prometa, o sea, sin aceptar voluntariamente una obligación por el
solo hecho de asegurar a su contra parte un curso de acción venidero. En este punto
se plantea un problema central siendo este que no toda promesa se perfecciona como
un contrato. Es decir que, no toda promesa es un pacto de voluntades con carácter
jurídicamente exigible, apto de ser ejecutado por medio de la coerción estatal; como si
lo sería efectivamente un contrato. Además, existen una infinidad de promesas en las
cuales las partes no necesariamente buscan establecer o crear obligaciones jurídicas,
por lo que se puede ratificar que todo contrato es una promesa, pero no toda promesa
es un contrato. He ahí la cuestión debatible. Otra disyuntiva que se deriva del
problema central está dirigida a la siguiente interrogante: ¿en qué momento una
promesa puede ser jurídicamente exigible? O ¿en qué condiciones una promesa se
convierte en un contrato?. Al respecto, Barnet indicó que el basamento de la
obligatoriedad del contrato no se halla en las promesas, ya que es insuficiente por sí
misma, sino que es el consentimiento de queda jurídicamente obligado o que
determina la existencia del contracto como tal. Así pues, las únicas promesas que
tienen el respaldo de la coerción estatal son aquellas en las que el promitente
evidencia su voluntad de aceptar una obligación enteramente jurídica y
consecuentemente cumplirla. Ciertos incumplimientos son más severos que otros y
por ende justifican diferentes reacciones, llegando inclusive a resultar pertinente que,
ante tal falta de ejecución por parte del obligado, se le imponga medidas coercitivas de
cumplimiento o si se diera el caso, la alternativa obligación de indemnizar las pérdidas
ocasionadas a la otra parte del contrato. Entonces, la clave para diferenciar entre las
promesas y los contratos se sustenta en la indagación respecto de la fundamentación
política de emplear o no la coerción estatal para concretar las promesas que las
personas se realizan dentro de sus esferas privadas. Kimel no está muy conforme con
dicha edificación teórica; debido a que considera que, en lugar de aclarar la naturaleza
del contrato, tales explicaciones colocan en el olvido ciertas características valiosas
para su estudio. Sobre la base de lo ya indicado, a pesar de que diversos autores
señalan que las promesas poseen un valor intrínseco que los contratos no, siendo este
la confianza para establecer relaciones personales entre personas que se conocen
entre sí; Kimel por su parte evidencia que los contratos también contienen un valor
intrínseco siendo este que en tanto las promesas fomentan las relaciones personales,
los contratos sirven para mantener un distanciamiento personal, si es que las partes
así lo quisieren. En este sentido se puede sostener que los contratos son muy útiles
para llevar a cabo negocios complejos con individuos extraños, los cuales pueden
acarrear diversos riesgos relevantes; no obstante, debido a la formalidad del acuerdo
suscrito y la garantía del cumplimiento facilitan la interacción y realización de dichas
interacciones sin que se tengan que confundir o preocupar por el plano personal. En
definitiva, tal valor es de gran preponderancia para la maximización de la autonomía
personal.
En cuarto lugar; sobre el derecho del contrato y las relaciones interpersonales. Kimel
acepta la existencia de contratos relacionales, sin embargo, en primera instancia trata
de minimizar el impacto de la probable objeción indicando que son solo una pequeña
sección de la realidad contractual, por lo tanto, no debería admitirse que dicho contrato
relacional es el fenómeno predominante de tal realidad. Asimismo, menciona que la
totalidad de los contratos de consumo y las transacciones ocasionales se
corresponden y relacionan con el razonamiento lógico de los contratos discretos
(aquellos en los cuales no existe una relación personal estrecha). Para Kimel es
sumamente trascendental mantener el distanciamiento personal a través del contracto
así se evita que sus resultados o efectos afecten a las partes por motivos personales y
dejen de buscar su propio beneficio por sentir una carga vinculantemente personal
para con su contraparte en el contrato. Empero, ello no quiere decir que los contratos
relaciones tengan un aspecto notable en la práctica; así pues, es preciso aseverar que
los contratos por su propia naturaleza necesitan de un ahondamiento de la relación
personal entre los sujetos que lo celebren.